Cinderellas | N.C |

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― ¡Amelia! ¡Prepárate para la noche de familias! ―gritó su madre desde la cocina, haciendo que el grito pasara de las escales, piso arriba y finalmente llegara a cuarto de la chica que estaba escogiendo que pensaba usar. 
― ¡Estoy en eso! ¡Cálmate! ―respondió en un grito igual de fuerte. Bufó con molestia y tomo lo primero que vio. 
Hoy será como siempre… Peleas. De verdad, espero que todo cambie, un pensamiento fugaz apareció en su mente. 

Amelia tiro la ropa a la cama y luego paso de un lado a otro. En segundos estaba totalmente arreglada y hasta cambiada de ropa. Para ese momento ya eran las siete u ocho de la noche, muy cerca de la desagradable velada que se avecinaba. 
La de cabellos negros salió de su habitación y fue escaleras abajo, para encontrarse con su mamá, quien cocinaba y se movía de un lado a otro; dejando cosas en la mesa y arreglando cada puesto. 

―No me quiero quedar para esto―se quejó mientras se movía pesadamente cerca de su madre.
―Lo harás. Hoy es un día importante. Los Galibal van a venir y debemos mostrarnos imponentes y darles miedo. Punto―regañó la mujer a su hija menor. 
―La guerra de familias apesta―gruñó entre dientes mientras se alejaba. 
―Noche, querida, noche―la mujer solo miró a su hija alejarse. 

Amelia estaba preparada para subir las escaleras cuando el timbre de la gran casa sonó con una fuerza increíble. 
Sin escuchar los gritos de su madre, ya sabía que era lo que debía hacer y lo hizo. Abrio la puerta principal y en segundos escucho los chillidos de la señora Galibal. 

― ¡Linda! ¡Años sin verte! ¡Mírate! ¡Estás totalmente despampanante! ―exclamó la Señora Galibal. La que prefería que le dijeran Señorita. 
―Disculpa a mi esposa, Amelia. Nos alegra verte―su tonó era totalmente cordial e hizo que Amelia diera una linda sonrisa. 
―Pasen. Mis padres los esperan―respondió con toda esa amabilidad que mostraba a las personas que apenas conocía. Como lo eran ellos. 

La pareja entró y en el momento en el que Amelia iba a cerrar la puerta principal escucho un llamado. 

― ¡Espera! ―gritó el chico de no más de veinte años.
―André…―susurró mientras abría de apoco la puerta. 

Ese era el chico con el que compartió su infancia, con el que había vivido años de primaria y del cual tuvo que separarse por los conflictos entre sus familias. 
Años habían pasado desde el último encuentro de ambos. Él nunca iba a estas reuniones en donde los Mesder y ella nunca a las de la casa de los Galibal. 

―Amelia―dijo André con una gran sonrisa que realmente era extraña en él, además de algo de nerviosismo; también extraño.
Amelia se le quedo mirando en segundos estaba abrazada él. En un susurro dijo: ―No sabes lo cuanto que te extraño.
―Yo también te he extrañado―la aferró a él mientras plantaba un beso en su anterior mejor amiga y la persona a la que fácilmente le confiaría su vida aun cuando lleva al menos dos años sin ver.

Se separaron y Amelia cerró la puerta, aun sin despegar la mano de él. Luego recordó todo lo que ha sucedido entre sus familias y quedo algo petrificada. 

―Omite interrumpir en las conversaciones. Te recomiendo que no seas parte de ninguna de las discusiones que inevitablemente van a tener―dijo caminando hacia la sala principal de la gran casa de los Mesder. Adré solo asintió como un perro regañado y confundido.

La sala principal era el centro de discusiones provenientes de los Mesder y Galibal. Ambos jefes de familia estaban sentados en sofás contrarios uno al otro, mientras hablaban de dinero y finanzas, solo que lo hacían con desprecio y obligación. 
Las amas de casa estaban en la cocina, ayudándose, pero la Señora Mesder tenía fuertes ganas de clavarle un cuchillo a la intrusa que se hallaba en su cocina, acaparando todo y rompiendo las cosas adrede. 

Amelia entro a la cocina dejando a André con los hombres, ella limpio un plato roto que estaba en el suelo y luego corrió a ambas señoras del lugar, dejando a ambas en el comedor. Verdaderamente, Amelia deseaba que esto terminara. Se movio hasta la sala para ver a los dos hombres gritando mientras André solo miraba atónito la escena. 

― ¡Es hora de comer! ―exclamó dando leves empujes en las espaldas de ambos.
―Amelia, es de mala educación interrumpir las conversaciones.
―Papá, es hora de comer.
―Exacto, Frederick, es hora de comer―se burló Galibal con una risita.
―A mamá no le va a gustar eso, padre―interrumpió André con una sonrisa traviesa. 

El color de la piel del hombre empalideció en un momento y quedo totalmente tensó, realmente no quería soportar a su esposa sermoneando de una manera hipócrita porque ella llegaba ser peor que él de vez en cuando. Sin chistar camino a el comedor. 
Era un lugar totalmente agradable, de paredes blancas y grandes columnas de yeso pintado de color hueso. Más la gran araña que guindaba justo sobre la mesa de madera oscura que ahora se encontraba cubierta por un mantel impecablemente blanco y hermoso. Y toda la mesa estaba cubierta de platos de comida exquisitos que la señora Mesder había insistido en cocinar ella misma, con copas de vino blanco a un lado de los platos y cubiertos de plata pura. Todo era totalmente hermoso, solo que no era merecido para algo como esto. 
Todos tomaron sus respectivos puestos, incluso los hermanos mayores de Amelia habían hecho su aparición en la mesa. 

―Buen provecho―dijo Marcus mientras se atragantaba de comida. 
―Que modales tiene tu hijo, Amanda―la chillona voz era de la señora de Galibal. 
―Mejores que los del tuyo. ¡No ha dicho nada en toda la noche! ―exclamó Amanda soltando sus cubiertos abruptamente sobre el plato. 
― ¡Justo como todos tus hijos! Los tres son tres tumbas.
―No hables de mis hijos, Dana―Amanda se levando de la mesa y quedo con los brazos apoyados en esta. Solo mirando a Dana. 

Los cuatro adolescentes tenían mala cara y se miraban entre ellos. Las miradas entre los gemelos, Marcus y James, eran de total complicidad. 

―Psss―James llamo a su hermana menor en un susurro―Llévate a tu enamorado y vámonos.
― ¡No es nada mío! ―exclamo a lo bajo mientras se hacía indignada.
―No te hagas, hermanita―interrumpió Marcus. 

André solo rio con levedad y se levantó de la mesa con extremo cuidado. Siquiera los padres lo miraron. Les hizo una seña a todos y en segundos habían desaparecido de la mesa y realmente de todo el comedor. 

―Pesados―se quejó Amelia saliendo de la casa. 
―Yo no me quejo…―susurró André a su oído para luego pasarle por delante y sonreírle. Él se dirigió con rapidez a su auto. Amelia quedo con la piel de gallina y una amplia sonrisa en sus labios. 

Los gemelos reían atrás de su hermana menor mientras decían cosas como: “Mamá va a odiar esto”, “Amelia disfrutara esta noche”, “Él no va a durar mucho vivo, papá lo va a matar”. 

― ¡Cállense! Quienes van a terminar muertos, serán ustedes luego de que le diga a mamá donde están los cigarrillos y botellas de vodka que esconden en su habitación.
― ¡Eh! No te metas con eso.
― ¡Exacto! No te metas con eso―repitió Marcus. 

Amelia hizo caso omiso de sus molestos hermanos y camino directamente al auto del Galibal. Se inclinó en la ventana de copiloto y dio par de toque en esta con sus uñas. André bajo el vidrio y le dedico una hermosa sonrisa a Amelia. 

― Si quieres podemos ir donde solíamos ir. Realmente extraño cuando éramos solo tú y yo.
―Serán ustedes dos y nosotros. Les recordamos―dijo Marcus desde atrás, posando las manos en los hombros de su hermana.
―No lograran deshacerse de nosotros. 

Las miradas de los dos viejos amigos se posaron en los fastidiosos gemelos y estos se encogieron de brazos mientras se subían a la parte trasera del auto negro. Amelia gruño a lo bajo y se subió al auto de último modelo.

 
Ese lugar era hermoso, totalmente despampanante y siquiera necesitaba luces para brillar. Los árboles en su mejor época, rodeaban todo el borde del viejo y abandonado lago, hasta que dejaban el paso libre al sendero de tierra que apenas tenía un faro al final de este y aun lado del muelle. Los grillos hacían su sonido y las luciérnagas se movían de un lugar a otro. 

―No puedo creer que los gemelos se hayan ido tan fácil―se burló André riendo. 
―Ofréceles un buen ron y se irán. Siempre lo digo―riendo, Amelia caminaba al lado del chico que asombrosamente le estaba haciendo feliz. Bueno, ella siempre era feliz, pero, esta era una felicidad algo diferente. 
―Ven.

Él rubio tomo la mano de ella y la guio directamente al muelle de madera vieja. Él se sentó en la punta, con lo pies colgando y casi tocando el agua. Le jalo el brazo cual niño pequeño y ella tomo asiento a su lado.

― ¿No te parece un poco molesto que por nuestros padres hubiéramos tenido que cambiarnos de escuelas? ―preguntó ella con la mirada perdida en un punto del lago. 
―Por supuesto. Y no es solo eso… Borraron tu número de mi celular, lo bloquearon y luego me prohibieron verte…
―Mis padre me hicieron lo mismo―su mirada perdida se volvió a los ojos verdes del rubio― ¿Cómo fue que asististe hoy a la noche de familias? 
―Ellos no se dieron cuenta de que lo seguía en mi auto―respondió con una sonrisa de pura picardía. 

Todo esto era raro, como si tiempo nunca se hubiera perdido, de tal modo en el que ambos adolescentes se sentían plenamente confiados de la compañía del otro. Todo esto era parte de un sueño del que ambos tenían miedo a despertar. Los dos se miraron por segundos y en un corto plazo de tiempo, sus labios estaban a centímetros de tocarse y hacer contacto. 
La música –que ahora era molesta- del celular de Amelia comenzó a sonar y ella no tuvo más remedio que separarse y contestar. Lo siento, susurro antes de levantarse de su lado y contestar el llamado. 

― ¡Amelia Mesder Joseph! ―gritó Amanda desde la línea telefónica, totalmente llenada de furia y harta de las acusaciones de los Galibal porque suponían que ella había secuestrado a su hijo o algo por el estilo.
―Tranquilízate, estoy bien―susurró―No, no ha pasado nada. No, mamá, nadie le hizo nada a nadie, ¿ok? ¡No! ¿Estás loca? ―a veces subía un poco la voz pero era algo muy leve―De acuerdo, adiós. 

André la miro con una sonrisa triste y luego volvió la mirada al lago. Él no deseaba tener que llevar a la chica que lo había encantado hace años a su casa, y menos para que recibiera regaños de sus padres, justo como lo iba a hacer el. 
―Debemos irnos―interrumpió los pensamientos de André la voz de la chica de ojos azules. 
―No quiero―se quejó como niño pequeño.
―Tus padres están en mi casa, esperándonos.
―Que esperen. 
― ¿Estás loco? 
―Un poco, pero eso no tiene nada que ver. Además, nos interrumpieron en medio de algo y ahora deben pagar por sus consecuencias. Si quieren, que se queden a dormir―se levantó de su lugar y camino unos pocos pasos para llegar hasta Amelia. Le tomo las manos pero sintió como ella las alejaba― ¿Qué sucede? 
―Estás loco. Definitivamente lo estás... El más mínimo roce entre nosotros y luego ellos mismos no mataran―ella entraba en la zona de pánico, despacio, pero lo hacía. 
―No si ellos no se enteran. Nada nos sucederá si no se enteran. Créeme―sus palabras sonaban tan tranquilizantes a los oídos de ella. 

Amelia asintió con debilidad, aun perdida en la mirada  André. Termino de soltar sus manos y luego camino de regreso al auto.
―Lo quieras o no. Nos vamos ahora. 
Una risa traviesa apareció en el rostro del rubio. El silencio embriagador de la noche fue repleto, por pocos segundos, por una risa encantadora y verdadera. El joven se movió por detrás de ella y luego acomodo su mano en la de Amelia. Por esta vez, ella no se resistió, pero tampoco hizo mucho por el contacto. Ella quería pero no deseaba tener problemas con su familia, ella no quería problemas. 
―No te recuerdo tan mandona…
―Y yo no te recuerdo tan risueño, señor caras largas. 
―Eso dolió―se burló. 

Una nueva música de celular sono en el aire, ahora proveniente del celular de André. Él hizo una seña con su mano y luego solto la mano de ella para poder alejarse un poco y hablar sin alarmarla ni hacerla preocuparse.

― ¡No la toqué! ¡Tranquilízate, mamá!  No, nada. Detente, esta conversación no me gusta. De verdad, no me gusta para nada―decía―Ya vamos para hayá. Dile a papá que se relaje, ya estamos en camino. 
Colgó y guardo el teléfono en su bolsillo delantero. Pateó las hojas secas que reposaban unas sobre otras.

Ella no quería problemas, ella solo quería paz… Pero, él no se la daría.

(…..)