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Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
—Siéntate —ordenó.
No era lo que había esperado. ________ se acercó al otro sillón, pero se detuvo cuando él añadió:
—Ahí no, emperatriz. Aquí.
La joven se volvió hacia él con los ojos llenos de sorpresa y confusión.
—¿Dónde?
—Aquí —señaló, estirando el brazo.
La palabra resonó en la habitación. «¿Quería que se sentara en su regazo?»
—No puedo. —Negó con la cabeza.
—Querías probar ese papel, preciosa —susurró, en un tono ardiente y zalamero—. Ven, siéntate encima de mí.
________ supo sin que él se lo dijera que esa era su oportunidad de experimentarlo todo. «Con Joe.»
Se colocó ante él y buscó sus ojos. No dijo nada; no tuvo que hacerlo. En menos de un segundo, la había acomodado en su regazo y cubierto sus labios con los suyos.
«No hay vuelta atrás.»
________ se abandonó a la aventura. Y a él.
Capítulo 18
El beso fue más melancólico, más lento, más intenso que nunca, y ________ tuvo la sensación de que Joe estaba dispuesto a proporcionarle la experiencia que había pedido. La idea la excitó. Iba a ser ese hombre —por el que ella llevaba años suspirando—, quien le mostrara aquellas tentadoras y lujuriosas emociones que tan ansiosa estaba por experimentar.
Joe le acarició con la lengua el labio inferior mientras le deslizaba las manos por todo el cuerpo, deteniéndolas finalmente sobre los botones del chaleco. La despojó de la prenda, que dejó resbalar por los brazos, y le sacó la camisa de los pantalones. Sus dedos cálidos y fuertes le acariciaron la suave piel desnuda, justo por encima de la cinturilla, aprovechando la oportunidad para saquearle la boca a conciencia. Indagó y exploró, enviando escalofríos de placer a todos los rincones de su cuerpo cuando llevó las manos más arriba, hacia los pechos. Se vio sobrepasada por aquellas experimentadas caricias y la excitación que le provocaba su boca, tan abrumada por tal cúmulo de sensaciones que no pudo hacer otra cosa que esperar a que la tocara donde y como deseara.
Joe se detuvo en seco cuando rozó las vendas de lino. Soltó una maldición y le dirigió una mirada brillante e intensa.
—No vuelvas a vendártelos —ordenó él con un jadeo, ahuecándole la cabeza con la mano libre y clavando en sus ojos una penetrante mirada marrón—. ¡Nunca!
Lo ordenó en un tono ronco y posesivo, y ella negó con la cabeza, dispuesta a satisfacer sus deseos.
—No lo haré.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato, hasta que leyó la verdad en sus ojos. Satisfecho, deslizó la camisa hacia arriba mientras reclamaba su boca en un beso largo y adictivo, al que solo renunció el tiempo necesario para sacarle la prenda por la cabeza. La tela revoloteó en el aire, olvidada, cuando la dejó caer para reanudar el beso y las caricias, que se hicieron más lentas mientras buscaba el extremo de la venda.
Y justo cuando tuvo la certeza de que él iba a desenvolver la tela, Joe extendió las manos y dejó de besarla, limitándose a rozarle la boca con la suya. El contraste entre las cálidas manos que sostenían su cuerpo y el fresco aire que acariciaba sus labios, añadido al efecto de los duros muslos de Joe bajo las piernas y el sonido de sus respiraciones jadeantes, fue suficiente para que ella se perdiera en las sensaciones. Tardó un rato en abrir los ojos.
Cuando lo hizo, sus miradas chocaron. Pudo leer en las pupilas de Joe una pasión apenas controlada y notó que el pecho masculino subía y bajaba con la respiración tan alterada como la suya.
—¿Quieres que te libere, preciosa?
________ se derritió ante la pregunta. La conversación que acababan de mantener brilló en su mente y reconoció el significado que ocultaban aquellas palabras. Abrió la boca para contestar, pero él siguió el movimiento con la vista y, como si no fuera capaz de evitarlo, se inclinó y le mordisqueó el jugoso labio inferior antes de retirarse para repetir la pregunta de otra manera mientras deslizaba un dedo con suavidad por la carne que sobresalía de la envoltura de lino.
—¿Quieres que te libere de tu jaula?
Aquella sensual promesa la debilitó. Joe le estaba ofreciendo toda la aventura y excitación que siempre había ansiado; algo que no había escrito en su lista porque ni siquiera era capaz de reconocerlo ante sí misma en sus momentos más íntimos. Pero… ¿cómo podía negarse?
Asintió con la cabeza.
Fue todo lo que él necesitó.
Joe retiró lentamente las largas ataduras, rechazándola con firmeza cuando ella trató de ayudarle.
—No —la detuvo con voz posesiva e incitante—. Eres mi regalo y pienso desenvolverte yo solo.
Y lo hizo. Descubrió los pechos poco a poco hasta que quedaron expuestos ante su mirada; igual que la vez anterior, cubrió la piel irritada con la boca para calmarla. Le hizo el amor a la carne enrojecida, arruinada por las marcas de la apretada venda, con la lengua, los dientes y los dedos. ________ sintió que sus manos se movían como si tuvieran voluntad propia para aferrarse a los suaves cabellos oscuros de Joe y evitar que se alejara mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás. El peso de su larga y espesa melena, combinado con las intoxicantes sensaciones que él le proporcionaba, pareció dejarla sin fuerzas.
________ la rodeó con los brazos para sostenerla mientras se cobraba su precio y ella emitió un gemido cuando él comenzó a succionar suavemente la endurecida cima de un pecho, desencadenando ardientes escalofríos de excitación por todo su cuerpo. Jamás se había sentido tan maravillosa, tan femenina, tan viva. Y además con él. El pensamiento se desvaneció en cuanto Joe desvió sus atenciones al otro pecho y la alzó como si no pesara nada para sentarla a horcajadas sobre su regazo de manera que pudiera tener mejor acceso a su botín. Entonces, las vendas ya sueltas se le deslizaron hasta la cintura, liberando la lista de su escondite, que revoloteó hasta el regazo de Joe, rozándole el antebrazo en el camino. Él, distraído por el roce, miró el papel que había caído entre ellos y lo agarró para ofrecérselo. ________ lo tomó, pero solo fue consciente del calambrazo que recibió cuando sus dedos se rozaron. Lo miró a los ojos y soltó el papel, sin prestar atención a dónde aterrizaba.
Joe la estrechó contra su cuerpo, acercándola todavía más. Sus manos parecían estar en todas partes: le acariciaban el trasero, las piernas, los pechos; le levantaba el pelo para saborearle el cuello con aquella boca caliente y húmeda. Luego le lamió la garganta hasta llegar al suave lóbulo de la oreja y deslizó los labios por su clavícula de regreso a los pezones.
Se concentró en los pechos, que chupó y succionó una y otra vez mientras ella, a su vez, comenzaba a descubrirlo a él, indagando bajo el cuello de la chaqueta para acariciarle los anchos hombros y los cincelados músculos del torso.
Llevó las manos a los botones del chaleco y comenzó a tirar de ellos, insegura de cómo proceder. Él soltó el pezón que sujetaba con los labios y la miró a los ojos con picardía.
—Sírvete tú misma, emperatriz.
Siempre había sido igual. Desde el momento en que habían comenzado ese recorrido sensual, él la había alentado a ignorar los límites preconcebidos y a dejarse llevar por el atrevimiento y la intuición. Aquella noche no fue diferente. Sus palabras la animaron a seguir sus instintos. Movió los dedos torpemente sobre la hilera de botones y abrió el chaleco, dejando al descubierto una fina camisa de lino. Se detuvo, sin estar muy segura de cómo seguir, mordisqueándose el labio inferior mientras consideraba el siguiente paso.
Joe observó con los ojos entrecerrados la lucha de ________ contra sus propias dudas y fue incapaz de resistirse a tomarla por la nuca y acercarla más a él para atrapar el labio superior con los suyos y sorberlo hasta que los dos jadearon. Luego, se relajó contra el respaldo del sillón y le cubrió las manos, que tenía apoyadas sobre el pecho con las suyas mientras contemplaba cómo intentaba recobrar la compostura.
—¿Qué quieres hacer ahora conmigo?
________ ladeó nerviosa la cabeza antes de hablar.
—Me gustaría que llevaras menos ropa encima.
Él arqueó una ceja, y sonrió al escucharle decir tan educadas palabras a pesar de la íntima posición en la que estaban en ese momento.
—Bueno, no puedo negarme a los deseos de una dama. —La respuesta, ronca y sugerente, le hizo estremecerse de placer.
Sacudió los hombros para deshacerse de la chaqueta y el chaleco, y tuvo que apretarse contra ella para conseguirlo. El movimiento provocó que ella acunara entre sus muslos aquella sensible parte masculina, haciéndole emitir un gemido.
Una vez que se hubo despojado de las prendas, se dejó caer de nuevo contra el respaldo mientras sujetaba las caderas de ________ con firmeza para seguir sintiéndola contra su erección. Volvió a mirarla a los ojos y la observó suspirar de placer ante la presión que notaba justo donde más lo necesitaba.
Sin apartar la mirada, Joe se arqueó, haciendo que ella se viera envuelta en otra oleada de pasión.
—¿Es esto lo que quieres, preciosa?
La pregunta terminó en un jadeo y ________ se dio cuenta de que Joe estaba tan afectado como ella. Como única respuesta, sonrió tentadoramente y se frotó contra él en un torturante movimiento circular. Al instante Joe apretó las manos en sus caderas para detenerla mientras la miraba con los ojos entrecerrados. ________ se sintió poderosa al ver su pasión.
—Sigues teniendo demasiada ropa —afirmó, meneando la cabeza con atrevimiento mientras le sostenía la mirada.
Él sonrió de nuevo y se incorporó, separando la espalda del respaldo para sacarse la camisa de la cinturilla de los pantalones. Se la pasó por la cabeza y la dejó caer, siguiendo el mismo camino que minutos antes había recorrido la de ella.
Consciente de que ella lo observaba, Joe tomó entre los dedos las puntas de sus pechos y comenzó a jugar con las cimas erizadas.
—Y ¿ahora qué, emperatriz?
________ tragó saliva ante la imagen que se desplegaba frente a sus ojos —un magnífico, musculoso y duro torso—; era la primera vez que veía a un hombre sin camisa y se le secó la boca.
—¿Puedo… tocarte? —le preguntó, forzándose a mirarlo a los ojos.
—Por favor —respondió él, sin poder contener una sonrisa.
________ bajó la mirada y le puso las manos sobre el tórax; separó los dedos y los deslizó suavemente, jugando con el vello que lo cubría. Le pasó el pulgar por encima de una tetilla y agrandó los ojos al ver que se arrugaba al tiempo que él contenía la respiración. Repitió el gesto, y Joe emitió un ronco gruñido. Ella oyó el sonido y levantó la mirada, preocupada.
—¿Te he hecho daño?
—No —jadeó. Para demostrárselo, la besó sin contención, acariciándole el interior de la boca con la lengua. Mientras, imitó su movimiento y rozó con el pulgar el turgente pico erizado que coronaba uno de sus pechos hasta que ella gimió de frustración.
—¿Te he hecho daño? —susurró Joe contra sus labios.
Ella negó con la cabeza, suspirando temblorosamente.
—No. —________ volvió a acariciarle a él—. Pero duele, aunque es un dolor agradable. Es algo maravilloso.
Joe asintió con la cabeza.
—En efecto. Lo es.
________ trazó suaves círculos con los pulgares sobre el ancho pecho. Luego se inclinó y le cubrió el torso con la boca. Sintió el latido de su corazón al deslizar los labios sobre la piel caliente, y se preguntó qué pasaría si imitaba eso que él le hacía a ella… Tomó la tetilla en la boca y la succionó.
Él contuvo el aliento y le sujetó la cabeza, metiendo los dedos entre su pelo, y ella repitió aquellos toquecitos húmedos y atrevidos de la lengua. Joe permitió que lo explorara con las manos y la boca hasta que ya no pudo resistirlo más y la obligó a levantar la cabeza para darle otro beso. Saboreó sus labios hasta que ella dejó de pensar con coherencia, hasta que se derritió entre sus brazos. Y, adivinando el momento exacto en el que ella traspasó la frontera del puro placer, Joe la alzó en brazos y la tumbó en el diván sin apartar los labios de ella.
________ se estiró en el sofá cuando él la siguió y acomodó su ardiente cuerpo sobre ella.
—Quiero desnudarte por completo, emperatriz —le susurró con ardor al oído mientras tomaba el lóbulo de la oreja entre los dientes, haciendo que se estremeciera—. Déjame adorarte.
Ella no pudo resistirse, no podía negarse a lo que había anhelado durante tantos años. Le agarró la mano y la puso encima de los botones de los pantalones, dándole así todo el permiso que necesitaba y, en menos de un minuto, Joe le había quitado las botas y los pantalones. Se quedó desnuda, expuesta ante él.
Joe se incorporó y la admiró, acarició su cuerpo exuberante, le recorrió la piel sonrojada por la pasión y la vergüenza. ________ intentó cubrirse, pero él se lo impidió con juguetones movimientos, sin dejar de observarla. Ella pronto perdió la esperanza de poder ocultarle los pechos, aunque se negó a mostrarle los rizos oscuros que cubrían su lugar más privado.
Sin embargo, él le apartó la mano y la cubrió con la suya. La besó intensamente antes de retirarse lo justo para poder hablar.
—¿Te da vergüenza, preciosa? —Cuando ella asintió con la cabeza, él apretó la palma de la mano contra su sexo, Joe se dejó llevar por la inmensa satisfacción que lo atravesó al notar que ella suspiraba contra sus labios—. En tal caso, deja que te tape.
Compartieron una risita que se convirtió en un suspiro de placer cuando Joe deslizó íntimamente un dedo entre los henchidos pliegues antes de introducir la punta en la entrada de su cuerpo y acariciarla profundamente.
—Eres tan hermosa, cariño…
Ella cerró los ojos; la combinación de la erótica caricia con sus palabras provocaba sensaciones demasiado intensas. Él volvió a reclamar su boca.
—Jamás había visto una pasión semejante, tal sensibilidad… Haces que quiera perderme en ti y olvidarme de todo.
Una imagen pasó como un relámpago por la mente de ________, que se estremeció indefensa. Abrió los ojos, sorprendida, y se tropezó con los chispeantes ojos ámbar.
—Algún día, emperatriz, te enseñaré todo el placer que puedes alcanzar… Pero esta noche… —continuó él, como si le hubiera adivinado los pensamientos.
Frotó el pulgar con suavidad entre aquellos pliegues hinchados en busca del apretado brote de placer que escondían. Ella se arqueó mientras él continuaba hablando.
—Esta noche quiero que disfrutes con mis caricias.
Trazó unos círculos diminutos con el dedo haciendo que ________ gimiera y le humedeciera la palma de la mano. Entonces, le cubrió los labios con los suyos.
—Estás tan mojada… —susurró.
Un segundo dedo se unió al primero, profundizando, dilatando la apretada entrada que se ceñía a su alrededor.
—Eres tan estrecha…
Joe siguió hablando sobre sus labios separados y jugosos mientras ella se arqueaba hacia él.
—Tan hermosa…
Joe la empujaba más cerca del borde con la boca y las manos; parecía que estuvieran en todas partes. Aquellas caricias calientes y tentadoras arrancaban una dulce melodía de su cuerpo y su mente; igual que hacía con su piano. ________ se concentró en las sensaciones que provocaban las manos masculinas, los profundos movimientos de sus dedos, que la sumían en un incontrolable frenesí; en el roce maravilloso de su pulgar, que frotaba aquel lugar donde parecía haberse concentrado todo el placer. Se meció contra él, suplicando más, gimiendo su nombre.
Y, de repente, él estaba entre sus piernas, separándolas todavía más con los hombros, acercando la boca al lugar donde le necesitaba con tanta desesperación y sobre el que sintió la suave presión de su lengua. El deseo alcanzó una intensidad que ya no pudo soportar y el anhelo la dejó sin respiración, sin pensamientos; se había convertido en pura sensación. Llevó las manos a la cabeza de Joe y se aferró a sus cabellos mientras él jugaba sobre la carne hinchada y dolorida con los dedos y los labios. Pensó que se moriría si él se detenía pero, en cambio, la creciente oleada de placer se hizo más alta e intensa cuando él comenzó a tocarla con más fuerza y rapidez. Entonces, Joe rozó atrevidamente el vórtice de su sexo con la punta de la lengua y lo lamió sin prisa hasta que ella se derritió. Elevó las caderas del diván al sentir que la oleada estallaba sobre ella y la envolvía. Gritó y se sujetó a él, su roca en el centro de un mundo tambaleante.
Joe siguió acariciándola cada vez más despacio mientras la traía de vuelta a la realidad, apaciguando su carne antes de levantar la cabeza y contemplarla. Jadeaba cuando la miró a los ojos, que ardían de pasión y confianza. ________ estiró una temblorosa mano hacia él.
—Ven aquí —le pidió.
No era lo que había esperado. ________ se acercó al otro sillón, pero se detuvo cuando él añadió:
—Ahí no, emperatriz. Aquí.
La joven se volvió hacia él con los ojos llenos de sorpresa y confusión.
—¿Dónde?
—Aquí —señaló, estirando el brazo.
La palabra resonó en la habitación. «¿Quería que se sentara en su regazo?»
—No puedo. —Negó con la cabeza.
—Querías probar ese papel, preciosa —susurró, en un tono ardiente y zalamero—. Ven, siéntate encima de mí.
________ supo sin que él se lo dijera que esa era su oportunidad de experimentarlo todo. «Con Joe.»
Se colocó ante él y buscó sus ojos. No dijo nada; no tuvo que hacerlo. En menos de un segundo, la había acomodado en su regazo y cubierto sus labios con los suyos.
«No hay vuelta atrás.»
________ se abandonó a la aventura. Y a él.
Capítulo 18
El beso fue más melancólico, más lento, más intenso que nunca, y ________ tuvo la sensación de que Joe estaba dispuesto a proporcionarle la experiencia que había pedido. La idea la excitó. Iba a ser ese hombre —por el que ella llevaba años suspirando—, quien le mostrara aquellas tentadoras y lujuriosas emociones que tan ansiosa estaba por experimentar.
Joe le acarició con la lengua el labio inferior mientras le deslizaba las manos por todo el cuerpo, deteniéndolas finalmente sobre los botones del chaleco. La despojó de la prenda, que dejó resbalar por los brazos, y le sacó la camisa de los pantalones. Sus dedos cálidos y fuertes le acariciaron la suave piel desnuda, justo por encima de la cinturilla, aprovechando la oportunidad para saquearle la boca a conciencia. Indagó y exploró, enviando escalofríos de placer a todos los rincones de su cuerpo cuando llevó las manos más arriba, hacia los pechos. Se vio sobrepasada por aquellas experimentadas caricias y la excitación que le provocaba su boca, tan abrumada por tal cúmulo de sensaciones que no pudo hacer otra cosa que esperar a que la tocara donde y como deseara.
Joe se detuvo en seco cuando rozó las vendas de lino. Soltó una maldición y le dirigió una mirada brillante e intensa.
—No vuelvas a vendártelos —ordenó él con un jadeo, ahuecándole la cabeza con la mano libre y clavando en sus ojos una penetrante mirada marrón—. ¡Nunca!
Lo ordenó en un tono ronco y posesivo, y ella negó con la cabeza, dispuesta a satisfacer sus deseos.
—No lo haré.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato, hasta que leyó la verdad en sus ojos. Satisfecho, deslizó la camisa hacia arriba mientras reclamaba su boca en un beso largo y adictivo, al que solo renunció el tiempo necesario para sacarle la prenda por la cabeza. La tela revoloteó en el aire, olvidada, cuando la dejó caer para reanudar el beso y las caricias, que se hicieron más lentas mientras buscaba el extremo de la venda.
Y justo cuando tuvo la certeza de que él iba a desenvolver la tela, Joe extendió las manos y dejó de besarla, limitándose a rozarle la boca con la suya. El contraste entre las cálidas manos que sostenían su cuerpo y el fresco aire que acariciaba sus labios, añadido al efecto de los duros muslos de Joe bajo las piernas y el sonido de sus respiraciones jadeantes, fue suficiente para que ella se perdiera en las sensaciones. Tardó un rato en abrir los ojos.
Cuando lo hizo, sus miradas chocaron. Pudo leer en las pupilas de Joe una pasión apenas controlada y notó que el pecho masculino subía y bajaba con la respiración tan alterada como la suya.
—¿Quieres que te libere, preciosa?
________ se derritió ante la pregunta. La conversación que acababan de mantener brilló en su mente y reconoció el significado que ocultaban aquellas palabras. Abrió la boca para contestar, pero él siguió el movimiento con la vista y, como si no fuera capaz de evitarlo, se inclinó y le mordisqueó el jugoso labio inferior antes de retirarse para repetir la pregunta de otra manera mientras deslizaba un dedo con suavidad por la carne que sobresalía de la envoltura de lino.
—¿Quieres que te libere de tu jaula?
Aquella sensual promesa la debilitó. Joe le estaba ofreciendo toda la aventura y excitación que siempre había ansiado; algo que no había escrito en su lista porque ni siquiera era capaz de reconocerlo ante sí misma en sus momentos más íntimos. Pero… ¿cómo podía negarse?
Asintió con la cabeza.
Fue todo lo que él necesitó.
Joe retiró lentamente las largas ataduras, rechazándola con firmeza cuando ella trató de ayudarle.
—No —la detuvo con voz posesiva e incitante—. Eres mi regalo y pienso desenvolverte yo solo.
Y lo hizo. Descubrió los pechos poco a poco hasta que quedaron expuestos ante su mirada; igual que la vez anterior, cubrió la piel irritada con la boca para calmarla. Le hizo el amor a la carne enrojecida, arruinada por las marcas de la apretada venda, con la lengua, los dientes y los dedos. ________ sintió que sus manos se movían como si tuvieran voluntad propia para aferrarse a los suaves cabellos oscuros de Joe y evitar que se alejara mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás. El peso de su larga y espesa melena, combinado con las intoxicantes sensaciones que él le proporcionaba, pareció dejarla sin fuerzas.
________ la rodeó con los brazos para sostenerla mientras se cobraba su precio y ella emitió un gemido cuando él comenzó a succionar suavemente la endurecida cima de un pecho, desencadenando ardientes escalofríos de excitación por todo su cuerpo. Jamás se había sentido tan maravillosa, tan femenina, tan viva. Y además con él. El pensamiento se desvaneció en cuanto Joe desvió sus atenciones al otro pecho y la alzó como si no pesara nada para sentarla a horcajadas sobre su regazo de manera que pudiera tener mejor acceso a su botín. Entonces, las vendas ya sueltas se le deslizaron hasta la cintura, liberando la lista de su escondite, que revoloteó hasta el regazo de Joe, rozándole el antebrazo en el camino. Él, distraído por el roce, miró el papel que había caído entre ellos y lo agarró para ofrecérselo. ________ lo tomó, pero solo fue consciente del calambrazo que recibió cuando sus dedos se rozaron. Lo miró a los ojos y soltó el papel, sin prestar atención a dónde aterrizaba.
Joe la estrechó contra su cuerpo, acercándola todavía más. Sus manos parecían estar en todas partes: le acariciaban el trasero, las piernas, los pechos; le levantaba el pelo para saborearle el cuello con aquella boca caliente y húmeda. Luego le lamió la garganta hasta llegar al suave lóbulo de la oreja y deslizó los labios por su clavícula de regreso a los pezones.
Se concentró en los pechos, que chupó y succionó una y otra vez mientras ella, a su vez, comenzaba a descubrirlo a él, indagando bajo el cuello de la chaqueta para acariciarle los anchos hombros y los cincelados músculos del torso.
Llevó las manos a los botones del chaleco y comenzó a tirar de ellos, insegura de cómo proceder. Él soltó el pezón que sujetaba con los labios y la miró a los ojos con picardía.
—Sírvete tú misma, emperatriz.
Siempre había sido igual. Desde el momento en que habían comenzado ese recorrido sensual, él la había alentado a ignorar los límites preconcebidos y a dejarse llevar por el atrevimiento y la intuición. Aquella noche no fue diferente. Sus palabras la animaron a seguir sus instintos. Movió los dedos torpemente sobre la hilera de botones y abrió el chaleco, dejando al descubierto una fina camisa de lino. Se detuvo, sin estar muy segura de cómo seguir, mordisqueándose el labio inferior mientras consideraba el siguiente paso.
Joe observó con los ojos entrecerrados la lucha de ________ contra sus propias dudas y fue incapaz de resistirse a tomarla por la nuca y acercarla más a él para atrapar el labio superior con los suyos y sorberlo hasta que los dos jadearon. Luego, se relajó contra el respaldo del sillón y le cubrió las manos, que tenía apoyadas sobre el pecho con las suyas mientras contemplaba cómo intentaba recobrar la compostura.
—¿Qué quieres hacer ahora conmigo?
________ ladeó nerviosa la cabeza antes de hablar.
—Me gustaría que llevaras menos ropa encima.
Él arqueó una ceja, y sonrió al escucharle decir tan educadas palabras a pesar de la íntima posición en la que estaban en ese momento.
—Bueno, no puedo negarme a los deseos de una dama. —La respuesta, ronca y sugerente, le hizo estremecerse de placer.
Sacudió los hombros para deshacerse de la chaqueta y el chaleco, y tuvo que apretarse contra ella para conseguirlo. El movimiento provocó que ella acunara entre sus muslos aquella sensible parte masculina, haciéndole emitir un gemido.
Una vez que se hubo despojado de las prendas, se dejó caer de nuevo contra el respaldo mientras sujetaba las caderas de ________ con firmeza para seguir sintiéndola contra su erección. Volvió a mirarla a los ojos y la observó suspirar de placer ante la presión que notaba justo donde más lo necesitaba.
Sin apartar la mirada, Joe se arqueó, haciendo que ella se viera envuelta en otra oleada de pasión.
—¿Es esto lo que quieres, preciosa?
La pregunta terminó en un jadeo y ________ se dio cuenta de que Joe estaba tan afectado como ella. Como única respuesta, sonrió tentadoramente y se frotó contra él en un torturante movimiento circular. Al instante Joe apretó las manos en sus caderas para detenerla mientras la miraba con los ojos entrecerrados. ________ se sintió poderosa al ver su pasión.
—Sigues teniendo demasiada ropa —afirmó, meneando la cabeza con atrevimiento mientras le sostenía la mirada.
Él sonrió de nuevo y se incorporó, separando la espalda del respaldo para sacarse la camisa de la cinturilla de los pantalones. Se la pasó por la cabeza y la dejó caer, siguiendo el mismo camino que minutos antes había recorrido la de ella.
Consciente de que ella lo observaba, Joe tomó entre los dedos las puntas de sus pechos y comenzó a jugar con las cimas erizadas.
—Y ¿ahora qué, emperatriz?
________ tragó saliva ante la imagen que se desplegaba frente a sus ojos —un magnífico, musculoso y duro torso—; era la primera vez que veía a un hombre sin camisa y se le secó la boca.
—¿Puedo… tocarte? —le preguntó, forzándose a mirarlo a los ojos.
—Por favor —respondió él, sin poder contener una sonrisa.
________ bajó la mirada y le puso las manos sobre el tórax; separó los dedos y los deslizó suavemente, jugando con el vello que lo cubría. Le pasó el pulgar por encima de una tetilla y agrandó los ojos al ver que se arrugaba al tiempo que él contenía la respiración. Repitió el gesto, y Joe emitió un ronco gruñido. Ella oyó el sonido y levantó la mirada, preocupada.
—¿Te he hecho daño?
—No —jadeó. Para demostrárselo, la besó sin contención, acariciándole el interior de la boca con la lengua. Mientras, imitó su movimiento y rozó con el pulgar el turgente pico erizado que coronaba uno de sus pechos hasta que ella gimió de frustración.
—¿Te he hecho daño? —susurró Joe contra sus labios.
Ella negó con la cabeza, suspirando temblorosamente.
—No. —________ volvió a acariciarle a él—. Pero duele, aunque es un dolor agradable. Es algo maravilloso.
Joe asintió con la cabeza.
—En efecto. Lo es.
________ trazó suaves círculos con los pulgares sobre el ancho pecho. Luego se inclinó y le cubrió el torso con la boca. Sintió el latido de su corazón al deslizar los labios sobre la piel caliente, y se preguntó qué pasaría si imitaba eso que él le hacía a ella… Tomó la tetilla en la boca y la succionó.
Él contuvo el aliento y le sujetó la cabeza, metiendo los dedos entre su pelo, y ella repitió aquellos toquecitos húmedos y atrevidos de la lengua. Joe permitió que lo explorara con las manos y la boca hasta que ya no pudo resistirlo más y la obligó a levantar la cabeza para darle otro beso. Saboreó sus labios hasta que ella dejó de pensar con coherencia, hasta que se derritió entre sus brazos. Y, adivinando el momento exacto en el que ella traspasó la frontera del puro placer, Joe la alzó en brazos y la tumbó en el diván sin apartar los labios de ella.
________ se estiró en el sofá cuando él la siguió y acomodó su ardiente cuerpo sobre ella.
—Quiero desnudarte por completo, emperatriz —le susurró con ardor al oído mientras tomaba el lóbulo de la oreja entre los dientes, haciendo que se estremeciera—. Déjame adorarte.
Ella no pudo resistirse, no podía negarse a lo que había anhelado durante tantos años. Le agarró la mano y la puso encima de los botones de los pantalones, dándole así todo el permiso que necesitaba y, en menos de un minuto, Joe le había quitado las botas y los pantalones. Se quedó desnuda, expuesta ante él.
Joe se incorporó y la admiró, acarició su cuerpo exuberante, le recorrió la piel sonrojada por la pasión y la vergüenza. ________ intentó cubrirse, pero él se lo impidió con juguetones movimientos, sin dejar de observarla. Ella pronto perdió la esperanza de poder ocultarle los pechos, aunque se negó a mostrarle los rizos oscuros que cubrían su lugar más privado.
Sin embargo, él le apartó la mano y la cubrió con la suya. La besó intensamente antes de retirarse lo justo para poder hablar.
—¿Te da vergüenza, preciosa? —Cuando ella asintió con la cabeza, él apretó la palma de la mano contra su sexo, Joe se dejó llevar por la inmensa satisfacción que lo atravesó al notar que ella suspiraba contra sus labios—. En tal caso, deja que te tape.
Compartieron una risita que se convirtió en un suspiro de placer cuando Joe deslizó íntimamente un dedo entre los henchidos pliegues antes de introducir la punta en la entrada de su cuerpo y acariciarla profundamente.
—Eres tan hermosa, cariño…
Ella cerró los ojos; la combinación de la erótica caricia con sus palabras provocaba sensaciones demasiado intensas. Él volvió a reclamar su boca.
—Jamás había visto una pasión semejante, tal sensibilidad… Haces que quiera perderme en ti y olvidarme de todo.
Una imagen pasó como un relámpago por la mente de ________, que se estremeció indefensa. Abrió los ojos, sorprendida, y se tropezó con los chispeantes ojos ámbar.
—Algún día, emperatriz, te enseñaré todo el placer que puedes alcanzar… Pero esta noche… —continuó él, como si le hubiera adivinado los pensamientos.
Frotó el pulgar con suavidad entre aquellos pliegues hinchados en busca del apretado brote de placer que escondían. Ella se arqueó mientras él continuaba hablando.
—Esta noche quiero que disfrutes con mis caricias.
Trazó unos círculos diminutos con el dedo haciendo que ________ gimiera y le humedeciera la palma de la mano. Entonces, le cubrió los labios con los suyos.
—Estás tan mojada… —susurró.
Un segundo dedo se unió al primero, profundizando, dilatando la apretada entrada que se ceñía a su alrededor.
—Eres tan estrecha…
Joe siguió hablando sobre sus labios separados y jugosos mientras ella se arqueaba hacia él.
—Tan hermosa…
Joe la empujaba más cerca del borde con la boca y las manos; parecía que estuvieran en todas partes. Aquellas caricias calientes y tentadoras arrancaban una dulce melodía de su cuerpo y su mente; igual que hacía con su piano. ________ se concentró en las sensaciones que provocaban las manos masculinas, los profundos movimientos de sus dedos, que la sumían en un incontrolable frenesí; en el roce maravilloso de su pulgar, que frotaba aquel lugar donde parecía haberse concentrado todo el placer. Se meció contra él, suplicando más, gimiendo su nombre.
Y, de repente, él estaba entre sus piernas, separándolas todavía más con los hombros, acercando la boca al lugar donde le necesitaba con tanta desesperación y sobre el que sintió la suave presión de su lengua. El deseo alcanzó una intensidad que ya no pudo soportar y el anhelo la dejó sin respiración, sin pensamientos; se había convertido en pura sensación. Llevó las manos a la cabeza de Joe y se aferró a sus cabellos mientras él jugaba sobre la carne hinchada y dolorida con los dedos y los labios. Pensó que se moriría si él se detenía pero, en cambio, la creciente oleada de placer se hizo más alta e intensa cuando él comenzó a tocarla con más fuerza y rapidez. Entonces, Joe rozó atrevidamente el vórtice de su sexo con la punta de la lengua y lo lamió sin prisa hasta que ella se derritió. Elevó las caderas del diván al sentir que la oleada estallaba sobre ella y la envolvía. Gritó y se sujetó a él, su roca en el centro de un mundo tambaleante.
Joe siguió acariciándola cada vez más despacio mientras la traía de vuelta a la realidad, apaciguando su carne antes de levantar la cabeza y contemplarla. Jadeaba cuando la miró a los ojos, que ardían de pasión y confianza. ________ estiró una temblorosa mano hacia él.
—Ven aquí —le pidió.
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Joe se estremeció y se tumbó junto a ella de nuevo. ________ deslizó las manos por su cuerpo, de arriba abajo, centrando las caricias en esa parte de los pantalones donde la tela se tensaba sobre la dura cordillera de su erección. Deslizó un dedo por la longitud y esbozó una sonrisa al oírle contener la respiración. Entonces, con todo el poder femenino que ahora sabía que poseía, repitió la caricia con más firmeza, hasta que él le asió la mano para detenerla.
La miró a los ojos antes de hablar con voz ronca y entrecortada.
—No tengo tanta fuerza de voluntad, emperatriz. Si me sigues tocando así, no podré contenerme.
________ se liberó de su agarre y le ahuecó la cara con la palma, obligándole a acercarse para besarlo. Esa vez fue ella quien controló la caricia. Fue su lengua la que acarició el interior de la cálida boca de Joe, sus labios los que atraparon el labio inferior del hombre. Cuando terminó el beso, le deslizó la mano por el torso hasta el cierre de los pantalones. Le soltó los botones sin dejar de mirarlo a los ojos. Entonces introdujo los dedos en el interior de la prenda y buscó la rígida longitud, que apretó firme y decididamente.
—¿Qué pasa si te toco así? —le preguntó con los ojos nublados y un leve temblor en la voz, única indicación de su nerviosismo.
________ contuvo el aliento mientras Joe asimilaba sus palabras. Se mantuvo en silencio durante un buen rato, y la joven se preguntó si habría ido demasiado lejos.
Entonces él se movió. Le apresó la boca con un intenso gemido. Le detuvo la mano colocando la suya encima y la miró a los ojos. Había algo en el deseo inocente de ________ —en la pasión que ardía en su mirada mientras le proporcionaba placer—, que lo dejaba sin voluntad. Mirando fijamente aquellas pupilas de aterciopelado color caoba, se dio cuenta de que nunca había conocido a una mujer como ella. Era un cúmulo de contradicciones: apasionada ingenuidad, osada mojigatería y tímida curiosidad. Aquella intoxicante combinación era suficiente para fascinar incluso al más endurecido de los cínicos… y él estaba realmente fascinado.
La deseaba. Con todas sus fuerzas. Rechazó ese pensamiento. ________ se merecía algo mejor. Por una vez en su vida, se comportaría como un caballero. Cerró los ojos para no ver cómo se ofrecía a él, desnuda, dándole la bienvenida con más libertad y pasión que cualquier mujer que él hubiera conocido nunca.
Merecía una medalla por lo que estaba a punto de hacer.
Le apartó la mano de la erección y le dio un beso tierno y húmedo en la palma.
—Creo que debería llevarte a casa. —Era incapaz de mantener sus manos alejadas de ________ y estaba demasiado ansioso por sentir la suave piel que tanto le tentaba.
La joven parpadeó; fue la única indicación de que le había escuchado. Joe notó el destello de duda en sus ojos y quiso apretarla contra su cuerpo, darle exactamente lo que quería y olvidarse de lo que debía hacer.
—Pero no quiero irme a casa. Has dicho que me liberarías de mi jaula. ¿Vas faltar a tu palabra? —Se apretó contra él, consiguiendo que se le acelerara el corazón. La pregunta, juguetona y seductora, era un tentador canto de sirena.
La besó otra vez, incapaz de rechazar la dulzura que ella le ofrecía y, cuando se alejó, ________ suspiró contra su boca.
—Por favor, Joe… Enséñame cómo puede ser. Déjame probarlo aunque sea una sola vez.
Sus palabras, tan honestas y sencillas, lo atravesaron como una lanza y se dio cuenta de que había estado condenado desde el principio. No podía resistirse a ella.
Se deshizo de los pantalones y se acomodó entre sus piernas, permitiendo que su suavidad lo acunara. La besó a lo largo del cuello, le acarició los pechos y apretó las cimas hasta que estuvieron duras y erguidas para su boca. Entonces colocó de nuevo los labios sobre los picos rosados y le hizo gritar de placer. ________ se aferró a sus hombros y le acarició la piel caliente, recordándole el placer que siempre había encontrado entre sus brazos ansiosos. Pronto ese placer sería mucho más intenso.
Joe presionó la erección contra el sedoso vello de ________, y notó el calor y la humedad que le esperaban. Le costó todo su control no hundirse profundamente en su interior, no penetrarla hasta el fondo. Pero se contuvo y se frotó suavemente contra ella; ________ suspiró ante aquella dulce fricción. Se arqueó contra él, exigiéndole algo que le era desconocido. Él se alzó sobre ella mientras sostenía su mirada apasionada con una amplia, pícara y provocativa sonrisa.
—¿Qué es lo que quieres, preciosa?
Ella elevó de nuevo sus caderas, intentando aumentar el contacto y, una vez más, él se retiró.
—Ya sabes lo que quiero —le respondió con los ojos entrecerrados.
Joe le aprisionó el labio inferior entre los dientes y lo succionó suavemente antes de mover la ingle firmemente contra la de ella, dejándole probar lo que estaba buscando.
—¿Esto, emperatriz?
Ella contuvo el aliento y asintió con la cabeza cuando él repitió el movimiento, presionando su miembro contra los húmedos y suaves pliegues, empapándolo en el dulce néctar que había provocado. Ahora fue él quien gimió. Se apretó otra vez contra ella y rozó la punta contra ese lugar donde parecía concentrarse todo su deseo.
—Oh, Dios mío, ________… eres tan dulce.
Ella se quedó sin respiración ante la sensación.
—Deseo… —comenzó a decir, pero se interrumpió, insegura.
—Dímelo, cariño. —Joe le lamió la suave piel del cuello, donde le acababa de rozar con la áspera barbilla, mientras le apretaba suavemente un turgente pezón. A la vez, se movió contra ella de tal manera que estuvo a punto de volverlos locos a los dos.
—N-no sé lo que quiero. —________ le deslizó las manos por la espalda al tiempo que se curvaba contra él otra vez. Joe jadeó—. Me siento… —Él levantó la cabeza para observar cómo buscaba la palabra—. Vacía.
Recompensó aquel ansioso deseo besándola de forma apasionada, empujando la lengua en el interior de su boca. Se movió para introducir la mano entre sus cuerpos y, con la punta de un dedo, trazó un círculo en la entrada de su cuerpo.
—¿Aquí, cariño? —susurró contra su oído de una manera que fue más una caricia que un sonido—. ¿Es aquí donde te sientes vacía? —Introdujo el dedo profundamente mientras ella suspiraba su nombre—. ¿Es aquí donde me quieres?
Ella se mordisqueó los labios y asintió con la cabeza.
—Dímelo, emperatriz. Dímelo. —Un segundo dedo se unió al primero, llenándola, estirándola, preparándola.
—Te quiero…
—¿Dónde? —Empujó los dos dedos al unísono, mostrándole la respuesta.
—Joe. —La palabra fue tanto una súplica como una protesta.
Él sonrió contra su cuello.
—¿Dónde, preciosa?
La estaba matando.
—Dentro de mí.
Los dedos desaparecieron y ella movió las caderas en protesta. Él depositó una suave línea de besos sobre la clavícula de ________ mientras se acomodaba entre sus muslos abiertos, reemplazando los dedos por su dura longitud. Le encerró la cara entre las manos y la miró a los ojos; no pensaba permitir que se escondiera de él en aquel íntimo y supremo momento.
Ella contuvo el aliento cuando él empujó en su interior, dilatándola. Joe se quedó inmóvil mientras su hinchado miembro estiraba el empapado calor aterciopelado de la joven; fue lo más difícil que había hecho nunca. Leyó en sus ojos castaños todo lo que sentía.
—¿Te duele?
Ella cerró los ojos y negó con la cabeza.
—No… —susurró—. Sí. Se siente… Quiero… —Abrió los ojos y le sostuvo la mirada—. Quiero más. Lo quiero todo. Te deseo. Por favor…
Un cúmulo de crudas emociones quedó expuesto con esas palabras y aquello fue suficiente para hacerle perder el control, pero se negó a arruinar el momento; el primer contacto de ________ con la pasión. Detuvo sus movimientos y se demoró, succionándole los pezones antes de deslizar la mano hasta la entrada de su sexo. Trazó unos círculos con los dedos y observó el placer que ardía en los ojos de ________ por la caricia.
—Preciosa… —susurró—, voy a hacerte daño. No lo puedo impedir.
—Lo sé —jadeó—. No me importa.
Entonces la besó. Le acarició los labios con la lengua de una manera lenta e indagadora, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo.
—A mí sí me importa… —musitó, acariciándola con el pulgar cada vez más rápido y haciendo que moviera las caderas contra él con una cadencia que les hizo inflamarse a los dos—, pero te compensaré.
Presionó contra ella, apretando los dientes ante el sublime placer que experimentó con el movimiento, y se introdujo lentamente, centímetro a centímetro, penetrándola más profundamente con cada suave empuje, deteniéndose después para darle tiempo a acostumbrarse a su tamaño.
Y entonces, cuando ella ya se contorsionaba de placer, se retiró ligeramente y se zambulló por completo haciendo que el duro miembro traspasara de golpe su virginidad. ________ se quedó sin respiración al notar el dolor. Él permaneció inmóvil sobre ella, con los brazos, los hombros y el cuello rígidos por la tensión.
—Lo siento —susurró, mientras depositaba una lluvia de tiernos y suaves besos en sus mejillas y su cuello.
Ella le sostuvo la mirada con una sonrisa.
—No… no es… no es tan malo. —Ladeó la cabeza como si estuviera considerando las sensaciones—. ¿Eso es todo?
Joe se apartó un poco y se rió ante la inocente pregunta.
—No, ni siquiera hemos empezado.
—Oh… —________ se movió contra él y se quedó boquiabierta—. Oh… es muy… —Se movió otra vez, y él le inmovilizó las caderas con mano firme, incapaz de confiar en sí mismo si ella continuaba realizando aquellos placenteros empujes.
—En efecto —convino él, succionando lentamente la cima de un pecho—. Es muy… realmente.
Se retiró casi por completo de su pasaje y embistió otra vez. Un movimiento suave y largo que hizo desaparecer el dolor y lo reemplazó por un poco de placer.
—Oh, sí…
—¿Sí? —bromeó Joe, repitiendo el movimiento.
Esa vez, ella acompañó la invitación empujando con sus caderas y suspirando.
—¡Sí! —jadeó ella.
—Justo lo que yo siento —dijo él, y comenzó a moverse rítmicamente con profundos y suaves envites, exactamente de la manera que los llevaría a los dos al paroxismo del placer. Tras un rato de embestidas medidas y controladas, ________ comenzó a responder a su ritmo, saliendo a su encuentro para incrementar la presión de sus penetraciones.
Joe cambió de posición para responder a las demandas de ________ y moverse cada vez con más rapidez e intensidad. Apretó los dientes ante el placer que sentía al enterrarse en el cuerpo de la joven, que notaba apretado y caliente en torno a su miembro. Ella comenzó a gemir, un lamento de placer que lo llevó al límite, por la autenticidad y honestidad que destilaba. Jamás en su vida había deseado tanto encontrar la liberación, y nunca había ansiado con tanta desesperación esperar, proporcionarle a su pareja el placer que se merecía.
—Joe —gimió ella—, necesito…
—Lo sé —le susurró al oído—, sé lo que necesitas. Tómalo.
—No puedo…
—Sí, puedes.
Entonces Joe puso de nuevo el pulgar sobre el nudo de nervios y presionó. Lo acarició sin dejar de bombear con rapidez, y la combinación de sensaciones fue demasiado intensa. La tensión que había acumulado, amenazando con hacerle perder el control, creció todavía más, privándola de cualquier pensamiento, de cualquier clase de cordura. ________ gritó su nombre y se arqueó contra él, asustada de lo que estaba a punto de suceder… pero sin querer perdérselo.
Capturó la salvaje mirada de ________.
—Mírame, emperatriz. Quiero verte alcanzar el éxtasis. Quiero observar cómo te pierdes conmigo.
—No puedo… No sé… cómo. —________ comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, jadeando.
—Claro que sí, lo descubriremos juntos.
Y lo hicieron. La tensión que la atenazaba se liberó y comenzó a contraerse en torno a su miembro, apresándolo en un agarre perfecto, exprimiéndolo con un dulce e insoportable ritmo. ________ gritó su nombre y le clavó las uñas en los hombros, aferrándose a él mientras Joe la observaba alcanzar el orgasmo.
Entonces y solo entonces, una vez que ella hubo alcanzado el éxtasis, la hizo suya, y la siguió a la cima con una fuerza que no había experimentado nunca. Cayó desmadejado encima de ________; su pecho subía y bajaba al unísono con el de ella mientras trataba de recobrarse.
Permaneció allí durante un buen rato, hasta que su respiración se normalizó y tuvo fuerzas para alzarse sobre los brazos y mirarla. Observó su piel ruborizada y húmeda por el placer, la sonrisa saciada y los ojos entrecerrados, y se sintió realizado.
Jamás había experimentado nada así. Nunca había vivido algo parecido. No había estado con una mujer tan entregada y apasionada, dispuesta a dar y aceptar el placer con tal sinceridad. No había conocido a nadie como ella… Deslizó la mirada por el cuerpo de ________, desnudo y hermoso bajo la danzarina luz dorada del fuego. Ella lo había conquistado en todos los aspectos imaginables y en lo único que podía pensar era en tomarla otra vez. De inmediato. Pero, por supuesto, debía estar dolorida.
Aquel pensamiento fue como un jarro de agua fría.
«Santo Dios, era virgen.»
¿En qué había estado pensando? Una virgen se merecía algo mejor, por el amor de Dios. No es que se hubiera encontrado antes en esa situación, pero estaba seguro de que se merecía poesía y flores o, como mínimo, una cama. No un diván en un club de caballeros.
«Santo Dios, era virgen y él la había tratado como si fuera una vulgar…»
Negó con la cabeza ante ese pensamiento, sin querer terminar la frase ni siquiera en su mente. Se vio consumido por los remordimientos mientras consideraba lo que había hecho. ________ había confiado en él, y él se había aprovechado de ella. En Brook's, ¡por Cristo bendito! ¡Santo Dios! ¿Qué había hecho?
Palideció.
Ella lo notó.
—¿Ocurre algo?
Aquello lo devolvió de golpe al presente, y le resultó difícil sostener la mirada de ________, así que la besó en el hombro y se incorporó. Ignoró la sensación de pérdida que lo atravesó cuando se alejó de aquel cuerpo cálido y entregado.
Joe comenzó a vestirse, notando que, tras observarlo durante unos momentos, _________ se movía y comenzaba a imitarlo. Intentó no mirarla, pero fue incapaz de no hacerlo cuando se alejó de él y comenzó a ponerse los pantalones. Le hormiguearon las manos por tocarla, por apretarla contra su cuerpo y sentir otra vez la suavidad de sus curvas femeninas. Sacudió la cabeza para salir de su ensueño y se anudó la corbata mientras ella se ponía la camisa, prescindiendo de las vendas.
________ comenzó a buscar el chaleco y sus miradas se encontraron brevemente. Joe no pudo evitar notar la tristeza en sus ojos. Ella ya lamentaba lo que habían hecho.
Se inclinó y recogió las vendas que ella había ignorado, y las deslizó entre sus dedos.
—¿No necesitas esto?
—No —dijo ella con suavidad—. Tu capa es enorme, puedo ocultarme debajo… —Hizo una pausa antes de añadir—: Además, te he prometido que no volvería a vendármelos.
Aquellas palabras invocaron el erotismo que había surgido entre ellos esa noche y resonaron en la estancia, recordándole su imperdonable comportamiento.
—Sí, es cierto —confirmó él, cuando ella ya le daba la espalda.
Joe hizo un manojo con las vendas y se las metió en el bolsillo del chaleco antes de inclinarse para recoger la chaqueta del suelo. Cuando lo hizo, vio el papel que había debajo; la lista que los había conducido a aquella descabellada aventura.
Se incorporó y abrió la boca para decírselo, pero la cerró cuando observó que ella no lo miraba y permanecía alejada de él, con la espalda rígida y los hombros firmes, como si estuviera preparándose para la batalla mientras se recogía el pelo con las horquillas, intentado devolverlo a su estado inicial.
Por alguna razón desconocida, Joe no quiso mencionar la lista, así que guardó el arrugado papel en el bolsillo y esperó a que ella se volviera de nuevo hacia él.
Algunos minutos después, cuando lo hizo, se sintió herido por la emoción que brillaba en sus ojos, anegados de lágrimas no derramadas. Al ver su tristeza, Joe se sintió un auténtico imbécil. Tragó saliva, dispuesto a decir lo que se esperaba. Notaba que ella estaba aguardando a que él hablara, que dijera las palabras que lo redimirían… las palabras que detendrían las lágrimas que amenazaban con derramarse.
Quería decir lo apropiado. No podía reparar el daño que había provocado con su irreflexivo y despiadado comportamiento pero, sin duda, podía actuar como un caballero de ahora en adelante. Bueno, dijo lo que imaginaba que dirían los caballeros en una situación semejante. Lo que estaba seguro que querían oír las mujeres en ocasiones como esa. Lo único que tenía la certeza que detendría las lágrimas.
—Por favor, perdona mi comportamiento. Por supuesto, nos casaremos.
Esperó pacientemente durante un buen rato en el cual las palabras flotaron entre ellos. ________ abrió los ojos como platos, absolutamente sorprendida, luego los entrecerró y lo miró como si no entendiera nada de nada. Joe esperó que se diera cuenta de que había actuado como un caballero, de la única manera posible. Esperó que estuviera contenta —incluso agradecida— por su oferta de matrimonio. Esperó que dijera algo… lo que fuera. Esperó mientras ella se envolvía en la capa, se ponía los guantes y se cubría la cabeza con el sombrero.
Y, cuando terminó, ________, que se había girado hacia él antes de volverse hacia la puerta, actuó como si Joe no hubiera dicho nada.
—Gracias por una velada tan instructiva, milord. Creo que será mejor que me lleves a casa.
Bien. Al menos no había llorado.
La miró a los ojos antes de hablar con voz ronca y entrecortada.
—No tengo tanta fuerza de voluntad, emperatriz. Si me sigues tocando así, no podré contenerme.
________ se liberó de su agarre y le ahuecó la cara con la palma, obligándole a acercarse para besarlo. Esa vez fue ella quien controló la caricia. Fue su lengua la que acarició el interior de la cálida boca de Joe, sus labios los que atraparon el labio inferior del hombre. Cuando terminó el beso, le deslizó la mano por el torso hasta el cierre de los pantalones. Le soltó los botones sin dejar de mirarlo a los ojos. Entonces introdujo los dedos en el interior de la prenda y buscó la rígida longitud, que apretó firme y decididamente.
—¿Qué pasa si te toco así? —le preguntó con los ojos nublados y un leve temblor en la voz, única indicación de su nerviosismo.
________ contuvo el aliento mientras Joe asimilaba sus palabras. Se mantuvo en silencio durante un buen rato, y la joven se preguntó si habría ido demasiado lejos.
Entonces él se movió. Le apresó la boca con un intenso gemido. Le detuvo la mano colocando la suya encima y la miró a los ojos. Había algo en el deseo inocente de ________ —en la pasión que ardía en su mirada mientras le proporcionaba placer—, que lo dejaba sin voluntad. Mirando fijamente aquellas pupilas de aterciopelado color caoba, se dio cuenta de que nunca había conocido a una mujer como ella. Era un cúmulo de contradicciones: apasionada ingenuidad, osada mojigatería y tímida curiosidad. Aquella intoxicante combinación era suficiente para fascinar incluso al más endurecido de los cínicos… y él estaba realmente fascinado.
La deseaba. Con todas sus fuerzas. Rechazó ese pensamiento. ________ se merecía algo mejor. Por una vez en su vida, se comportaría como un caballero. Cerró los ojos para no ver cómo se ofrecía a él, desnuda, dándole la bienvenida con más libertad y pasión que cualquier mujer que él hubiera conocido nunca.
Merecía una medalla por lo que estaba a punto de hacer.
Le apartó la mano de la erección y le dio un beso tierno y húmedo en la palma.
—Creo que debería llevarte a casa. —Era incapaz de mantener sus manos alejadas de ________ y estaba demasiado ansioso por sentir la suave piel que tanto le tentaba.
La joven parpadeó; fue la única indicación de que le había escuchado. Joe notó el destello de duda en sus ojos y quiso apretarla contra su cuerpo, darle exactamente lo que quería y olvidarse de lo que debía hacer.
—Pero no quiero irme a casa. Has dicho que me liberarías de mi jaula. ¿Vas faltar a tu palabra? —Se apretó contra él, consiguiendo que se le acelerara el corazón. La pregunta, juguetona y seductora, era un tentador canto de sirena.
La besó otra vez, incapaz de rechazar la dulzura que ella le ofrecía y, cuando se alejó, ________ suspiró contra su boca.
—Por favor, Joe… Enséñame cómo puede ser. Déjame probarlo aunque sea una sola vez.
Sus palabras, tan honestas y sencillas, lo atravesaron como una lanza y se dio cuenta de que había estado condenado desde el principio. No podía resistirse a ella.
Se deshizo de los pantalones y se acomodó entre sus piernas, permitiendo que su suavidad lo acunara. La besó a lo largo del cuello, le acarició los pechos y apretó las cimas hasta que estuvieron duras y erguidas para su boca. Entonces colocó de nuevo los labios sobre los picos rosados y le hizo gritar de placer. ________ se aferró a sus hombros y le acarició la piel caliente, recordándole el placer que siempre había encontrado entre sus brazos ansiosos. Pronto ese placer sería mucho más intenso.
Joe presionó la erección contra el sedoso vello de ________, y notó el calor y la humedad que le esperaban. Le costó todo su control no hundirse profundamente en su interior, no penetrarla hasta el fondo. Pero se contuvo y se frotó suavemente contra ella; ________ suspiró ante aquella dulce fricción. Se arqueó contra él, exigiéndole algo que le era desconocido. Él se alzó sobre ella mientras sostenía su mirada apasionada con una amplia, pícara y provocativa sonrisa.
—¿Qué es lo que quieres, preciosa?
Ella elevó de nuevo sus caderas, intentando aumentar el contacto y, una vez más, él se retiró.
—Ya sabes lo que quiero —le respondió con los ojos entrecerrados.
Joe le aprisionó el labio inferior entre los dientes y lo succionó suavemente antes de mover la ingle firmemente contra la de ella, dejándole probar lo que estaba buscando.
—¿Esto, emperatriz?
Ella contuvo el aliento y asintió con la cabeza cuando él repitió el movimiento, presionando su miembro contra los húmedos y suaves pliegues, empapándolo en el dulce néctar que había provocado. Ahora fue él quien gimió. Se apretó otra vez contra ella y rozó la punta contra ese lugar donde parecía concentrarse todo su deseo.
—Oh, Dios mío, ________… eres tan dulce.
Ella se quedó sin respiración ante la sensación.
—Deseo… —comenzó a decir, pero se interrumpió, insegura.
—Dímelo, cariño. —Joe le lamió la suave piel del cuello, donde le acababa de rozar con la áspera barbilla, mientras le apretaba suavemente un turgente pezón. A la vez, se movió contra ella de tal manera que estuvo a punto de volverlos locos a los dos.
—N-no sé lo que quiero. —________ le deslizó las manos por la espalda al tiempo que se curvaba contra él otra vez. Joe jadeó—. Me siento… —Él levantó la cabeza para observar cómo buscaba la palabra—. Vacía.
Recompensó aquel ansioso deseo besándola de forma apasionada, empujando la lengua en el interior de su boca. Se movió para introducir la mano entre sus cuerpos y, con la punta de un dedo, trazó un círculo en la entrada de su cuerpo.
—¿Aquí, cariño? —susurró contra su oído de una manera que fue más una caricia que un sonido—. ¿Es aquí donde te sientes vacía? —Introdujo el dedo profundamente mientras ella suspiraba su nombre—. ¿Es aquí donde me quieres?
Ella se mordisqueó los labios y asintió con la cabeza.
—Dímelo, emperatriz. Dímelo. —Un segundo dedo se unió al primero, llenándola, estirándola, preparándola.
—Te quiero…
—¿Dónde? —Empujó los dos dedos al unísono, mostrándole la respuesta.
—Joe. —La palabra fue tanto una súplica como una protesta.
Él sonrió contra su cuello.
—¿Dónde, preciosa?
La estaba matando.
—Dentro de mí.
Los dedos desaparecieron y ella movió las caderas en protesta. Él depositó una suave línea de besos sobre la clavícula de ________ mientras se acomodaba entre sus muslos abiertos, reemplazando los dedos por su dura longitud. Le encerró la cara entre las manos y la miró a los ojos; no pensaba permitir que se escondiera de él en aquel íntimo y supremo momento.
Ella contuvo el aliento cuando él empujó en su interior, dilatándola. Joe se quedó inmóvil mientras su hinchado miembro estiraba el empapado calor aterciopelado de la joven; fue lo más difícil que había hecho nunca. Leyó en sus ojos castaños todo lo que sentía.
—¿Te duele?
Ella cerró los ojos y negó con la cabeza.
—No… —susurró—. Sí. Se siente… Quiero… —Abrió los ojos y le sostuvo la mirada—. Quiero más. Lo quiero todo. Te deseo. Por favor…
Un cúmulo de crudas emociones quedó expuesto con esas palabras y aquello fue suficiente para hacerle perder el control, pero se negó a arruinar el momento; el primer contacto de ________ con la pasión. Detuvo sus movimientos y se demoró, succionándole los pezones antes de deslizar la mano hasta la entrada de su sexo. Trazó unos círculos con los dedos y observó el placer que ardía en los ojos de ________ por la caricia.
—Preciosa… —susurró—, voy a hacerte daño. No lo puedo impedir.
—Lo sé —jadeó—. No me importa.
Entonces la besó. Le acarició los labios con la lengua de una manera lenta e indagadora, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo.
—A mí sí me importa… —musitó, acariciándola con el pulgar cada vez más rápido y haciendo que moviera las caderas contra él con una cadencia que les hizo inflamarse a los dos—, pero te compensaré.
Presionó contra ella, apretando los dientes ante el sublime placer que experimentó con el movimiento, y se introdujo lentamente, centímetro a centímetro, penetrándola más profundamente con cada suave empuje, deteniéndose después para darle tiempo a acostumbrarse a su tamaño.
Y entonces, cuando ella ya se contorsionaba de placer, se retiró ligeramente y se zambulló por completo haciendo que el duro miembro traspasara de golpe su virginidad. ________ se quedó sin respiración al notar el dolor. Él permaneció inmóvil sobre ella, con los brazos, los hombros y el cuello rígidos por la tensión.
—Lo siento —susurró, mientras depositaba una lluvia de tiernos y suaves besos en sus mejillas y su cuello.
Ella le sostuvo la mirada con una sonrisa.
—No… no es… no es tan malo. —Ladeó la cabeza como si estuviera considerando las sensaciones—. ¿Eso es todo?
Joe se apartó un poco y se rió ante la inocente pregunta.
—No, ni siquiera hemos empezado.
—Oh… —________ se movió contra él y se quedó boquiabierta—. Oh… es muy… —Se movió otra vez, y él le inmovilizó las caderas con mano firme, incapaz de confiar en sí mismo si ella continuaba realizando aquellos placenteros empujes.
—En efecto —convino él, succionando lentamente la cima de un pecho—. Es muy… realmente.
Se retiró casi por completo de su pasaje y embistió otra vez. Un movimiento suave y largo que hizo desaparecer el dolor y lo reemplazó por un poco de placer.
—Oh, sí…
—¿Sí? —bromeó Joe, repitiendo el movimiento.
Esa vez, ella acompañó la invitación empujando con sus caderas y suspirando.
—¡Sí! —jadeó ella.
—Justo lo que yo siento —dijo él, y comenzó a moverse rítmicamente con profundos y suaves envites, exactamente de la manera que los llevaría a los dos al paroxismo del placer. Tras un rato de embestidas medidas y controladas, ________ comenzó a responder a su ritmo, saliendo a su encuentro para incrementar la presión de sus penetraciones.
Joe cambió de posición para responder a las demandas de ________ y moverse cada vez con más rapidez e intensidad. Apretó los dientes ante el placer que sentía al enterrarse en el cuerpo de la joven, que notaba apretado y caliente en torno a su miembro. Ella comenzó a gemir, un lamento de placer que lo llevó al límite, por la autenticidad y honestidad que destilaba. Jamás en su vida había deseado tanto encontrar la liberación, y nunca había ansiado con tanta desesperación esperar, proporcionarle a su pareja el placer que se merecía.
—Joe —gimió ella—, necesito…
—Lo sé —le susurró al oído—, sé lo que necesitas. Tómalo.
—No puedo…
—Sí, puedes.
Entonces Joe puso de nuevo el pulgar sobre el nudo de nervios y presionó. Lo acarició sin dejar de bombear con rapidez, y la combinación de sensaciones fue demasiado intensa. La tensión que había acumulado, amenazando con hacerle perder el control, creció todavía más, privándola de cualquier pensamiento, de cualquier clase de cordura. ________ gritó su nombre y se arqueó contra él, asustada de lo que estaba a punto de suceder… pero sin querer perdérselo.
Capturó la salvaje mirada de ________.
—Mírame, emperatriz. Quiero verte alcanzar el éxtasis. Quiero observar cómo te pierdes conmigo.
—No puedo… No sé… cómo. —________ comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, jadeando.
—Claro que sí, lo descubriremos juntos.
Y lo hicieron. La tensión que la atenazaba se liberó y comenzó a contraerse en torno a su miembro, apresándolo en un agarre perfecto, exprimiéndolo con un dulce e insoportable ritmo. ________ gritó su nombre y le clavó las uñas en los hombros, aferrándose a él mientras Joe la observaba alcanzar el orgasmo.
Entonces y solo entonces, una vez que ella hubo alcanzado el éxtasis, la hizo suya, y la siguió a la cima con una fuerza que no había experimentado nunca. Cayó desmadejado encima de ________; su pecho subía y bajaba al unísono con el de ella mientras trataba de recobrarse.
Permaneció allí durante un buen rato, hasta que su respiración se normalizó y tuvo fuerzas para alzarse sobre los brazos y mirarla. Observó su piel ruborizada y húmeda por el placer, la sonrisa saciada y los ojos entrecerrados, y se sintió realizado.
Jamás había experimentado nada así. Nunca había vivido algo parecido. No había estado con una mujer tan entregada y apasionada, dispuesta a dar y aceptar el placer con tal sinceridad. No había conocido a nadie como ella… Deslizó la mirada por el cuerpo de ________, desnudo y hermoso bajo la danzarina luz dorada del fuego. Ella lo había conquistado en todos los aspectos imaginables y en lo único que podía pensar era en tomarla otra vez. De inmediato. Pero, por supuesto, debía estar dolorida.
Aquel pensamiento fue como un jarro de agua fría.
«Santo Dios, era virgen.»
¿En qué había estado pensando? Una virgen se merecía algo mejor, por el amor de Dios. No es que se hubiera encontrado antes en esa situación, pero estaba seguro de que se merecía poesía y flores o, como mínimo, una cama. No un diván en un club de caballeros.
«Santo Dios, era virgen y él la había tratado como si fuera una vulgar…»
Negó con la cabeza ante ese pensamiento, sin querer terminar la frase ni siquiera en su mente. Se vio consumido por los remordimientos mientras consideraba lo que había hecho. ________ había confiado en él, y él se había aprovechado de ella. En Brook's, ¡por Cristo bendito! ¡Santo Dios! ¿Qué había hecho?
Palideció.
Ella lo notó.
—¿Ocurre algo?
Aquello lo devolvió de golpe al presente, y le resultó difícil sostener la mirada de ________, así que la besó en el hombro y se incorporó. Ignoró la sensación de pérdida que lo atravesó cuando se alejó de aquel cuerpo cálido y entregado.
Joe comenzó a vestirse, notando que, tras observarlo durante unos momentos, _________ se movía y comenzaba a imitarlo. Intentó no mirarla, pero fue incapaz de no hacerlo cuando se alejó de él y comenzó a ponerse los pantalones. Le hormiguearon las manos por tocarla, por apretarla contra su cuerpo y sentir otra vez la suavidad de sus curvas femeninas. Sacudió la cabeza para salir de su ensueño y se anudó la corbata mientras ella se ponía la camisa, prescindiendo de las vendas.
________ comenzó a buscar el chaleco y sus miradas se encontraron brevemente. Joe no pudo evitar notar la tristeza en sus ojos. Ella ya lamentaba lo que habían hecho.
Se inclinó y recogió las vendas que ella había ignorado, y las deslizó entre sus dedos.
—¿No necesitas esto?
—No —dijo ella con suavidad—. Tu capa es enorme, puedo ocultarme debajo… —Hizo una pausa antes de añadir—: Además, te he prometido que no volvería a vendármelos.
Aquellas palabras invocaron el erotismo que había surgido entre ellos esa noche y resonaron en la estancia, recordándole su imperdonable comportamiento.
—Sí, es cierto —confirmó él, cuando ella ya le daba la espalda.
Joe hizo un manojo con las vendas y se las metió en el bolsillo del chaleco antes de inclinarse para recoger la chaqueta del suelo. Cuando lo hizo, vio el papel que había debajo; la lista que los había conducido a aquella descabellada aventura.
Se incorporó y abrió la boca para decírselo, pero la cerró cuando observó que ella no lo miraba y permanecía alejada de él, con la espalda rígida y los hombros firmes, como si estuviera preparándose para la batalla mientras se recogía el pelo con las horquillas, intentado devolverlo a su estado inicial.
Por alguna razón desconocida, Joe no quiso mencionar la lista, así que guardó el arrugado papel en el bolsillo y esperó a que ella se volviera de nuevo hacia él.
Algunos minutos después, cuando lo hizo, se sintió herido por la emoción que brillaba en sus ojos, anegados de lágrimas no derramadas. Al ver su tristeza, Joe se sintió un auténtico imbécil. Tragó saliva, dispuesto a decir lo que se esperaba. Notaba que ella estaba aguardando a que él hablara, que dijera las palabras que lo redimirían… las palabras que detendrían las lágrimas que amenazaban con derramarse.
Quería decir lo apropiado. No podía reparar el daño que había provocado con su irreflexivo y despiadado comportamiento pero, sin duda, podía actuar como un caballero de ahora en adelante. Bueno, dijo lo que imaginaba que dirían los caballeros en una situación semejante. Lo que estaba seguro que querían oír las mujeres en ocasiones como esa. Lo único que tenía la certeza que detendría las lágrimas.
—Por favor, perdona mi comportamiento. Por supuesto, nos casaremos.
Esperó pacientemente durante un buen rato en el cual las palabras flotaron entre ellos. ________ abrió los ojos como platos, absolutamente sorprendida, luego los entrecerró y lo miró como si no entendiera nada de nada. Joe esperó que se diera cuenta de que había actuado como un caballero, de la única manera posible. Esperó que estuviera contenta —incluso agradecida— por su oferta de matrimonio. Esperó que dijera algo… lo que fuera. Esperó mientras ella se envolvía en la capa, se ponía los guantes y se cubría la cabeza con el sombrero.
Y, cuando terminó, ________, que se había girado hacia él antes de volverse hacia la puerta, actuó como si Joe no hubiera dicho nada.
—Gracias por una velada tan instructiva, milord. Creo que será mejor que me lleves a casa.
Bien. Al menos no había llorado.
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Capítulo 19
—¡De todos los hombres arrogantes… horribles… y pomposos! —________ fue sacando los libros de los estantes de la biblioteca de Allendale House uno a uno y lanzándolos sobre el montón que crecía a sus pies mientras mascullaba en voz alta—. ¿Por supuesto, nos casaremos? ¡Ja! ¡No pienso hacerlo! No me casaría con él… ni aunque fuera… ¡el último hombre de Londres!
Sopló para apartarse un mechón de pelo de los ojos y se limpió las manos manchadas de polvo en el vestido de lana gris que se había puesto sin prever el daño que iba a causarle durante la hora siguiente. Parecía que había pasado un tornado por la biblioteca. Había libros por todas partes… En las mesas, en las sillas y en varios montones en el suelo.
Tras un silencioso trayecto en el carruaje de Joe, a altas horas de la noche, ________ entró sigilosamente en su casa y se metió en cama, donde se debatió entre el deseo de permanecer bajo las sábanas y no volver a salir nunca más y el deseo todavía más intenso de dirigirse a Ralston House, despertar a su dueño y decirle por dónde podía meterse su generosa y caballerosa oferta.
Durante varias horas, había practicado la familiar costumbre de revivir los acontecimientos una y otra vez en su cabeza, sin saber si llorar o dejarse llevar por la cólera al pensar en la sorprendente manera en que él había arruinado lo que hasta ese momento había sido una noche perfecta. Joe le había enseñado lo asombrosa que podía llegar a ser la pasión, le había mostrado el éxtasis absoluto, para destruirlo todo un momento después. Y eran esos instantes los que acudían a su mente, los que acontecieron justo después de su descubrimiento, cuando él le hizo recordar que ella no estaba destinada a pasiones de ningún tipo.
No, en lugar de decirle cualquiera de las innumerables cosas maravillosas que podría haber dicho y que hubieran sido perfectamente apropiadas en la situación en la que se encontraban —desde «Eres la mujer más maravillosa que he conocido, ¿cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?», pasando por «________, te quiero más de lo que nunca habría imaginado» o incluso «¿Volvemos a hacerlo?»—. Joe lo había echado todo a perder disculpándose.
Todavía peor, había mencionado el matrimonio.
Y eso era lo último que tenía que haber hecho. Desde luego, ella se habría sentido encantada si lo hubiera dicho entre «Eres la mujer más maravillosa que he conocido» y «¿Cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?». Habría sido absolutamente perturbador que la hubiera mirado a los ojos con total devoción y le hubiera dicho «Hazme el hombre más feliz del mundo, ________. Cásate conmigo».
Por supuesto, si él lo hubiera dicho —y permitía magnánimamente cualquier variación sobre el tema—, ella se habría desmayado. Se habría reído, volado a sus brazos y le habría permitido besarla hasta hacerle perder el sentido durante el regreso a casa. Y todavía estaría en la cama, soñando con una larga y feliz vida como marquesa de Joe.
En lugar de eso, eran las nueve y media de la mañana siguiente a la que debería haber sido la noche más maravillosa de su vida —incluyendo las que todavía le quedaban por vivir— y estaba ordenando la biblioteca.
Poniendo los brazos en jarras, ladeó la cabeza ante lo que tenía delante.
—Pues este es tan buen momento como cualquier otro.
«Bien, por lo menos no había llorado.»
Estornudó. Lo primero era quitar el polvo.
Se acercó a la puerta y la abrió bruscamente para indicarle a un lacayo que le trajera un paño apropiado para ello, y descubrió a Mariana y a Anne, con las cabezas inclinadas, manteniendo una conversación entre susurros con una doncella en medio del vestíbulo.
Las tres cabezas se alzaron de repente cuando oyeron el sonido de la puerta de la biblioteca. La doncella se quedó boquiabierta al verla.
—Necesito un paño para el polvo —le pidió a la criada, con voz monótona. La chica se quedó perpleja, como si estuviera viendo visiones y no fuera capaz de comprender sus palabras. ________ volvió a intentarlo—. Para quitar el polvo de los libros. En la biblioteca. —La muchacha parecía haberse quedado paralizada. _______ suspiró—. Me gustaría limpiar hoy el polvo de la biblioteca, ¿crees que será posible?
La pregunta fue el detonante para que la criada se pusiera en movimiento y se escabullera por el pasillo para llevar a cabo el recado de su ama. ________ clavó en Anne y Mariana una adusta mirada.
«Bien, al menos tenían el sentido común de no hacer ningún comentario.»
—Oh, Dios mío —susurró Mariana—, es mucho peor de lo que pensábamos.
Amonestó a su hermana con los ojos, en muda advertencia, antes de girar sobre sus talones y regresar a la biblioteca para comenzar la larga tarea autoimpuesta de colocar en orden alfabético los libros que ahora estaban fuera de las estanterías.
Sentada en el suelo, donde había comenzado su labor, reparó en que Anne y Mariana la habían seguido hasta el interior de la estancia. Anne se apoyaba firmemente en la puerta cerrada, y su hermana se había sentado en el brazo de un sillón.
Las dos la observaban con reserva y permanecieron quietas durante varios minutos mientras ella ordenaba los montones más próximos. Mariana rompió finalmente el silencio y preguntó:
—¿Por qué letra vas?
—Por la A —indicó ________, mirando a su hermana desde donde estaba, rodeada de montones de libros.
Mari se inclinó para estudiar la pila de libros que había a sus pies. Cogió el volumen que estaba más arriba y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Alighieri. Infierno —leyó.
—Ah, ese es Dante —respondió ________, girándose entre los libros—. Debería estar en el estante de la letra D.
—¿De veras? —Mariana arrugó la nariz con un libro en la mano—. Me parece que no, el apellido comienza con A.
—El apellido de Miguel Ángel comienza con B y siempre lo colocamos en la letra M.
—Hmmm —musitó Mariana, fingiendo interés en la conversación—. Debe de ser cosa de los italianos. —Se mantuvo en silencio cuando la criada llamó a la puerta y entró con un paño en la mano. Cuando la chica salió de nuevo, Mari continuó hablando en tono inocente—. Me pregunto si a Juliana habría que colocarla en la S o en la F.
________ tensó la espalda brevemente ante la mención de la hermana de Joe antes de ponerse a limpiar el polvo.
—No tengo ni idea. Probablemente en la S.
Anne intervino en ese momento.
—Es una pena que oficialmente no lleve el apellido Jonas. Siempre me ha gustado la J.
Mariana asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo.
________ levantó la cabeza y las miró.
—¿Adónde tratan de llegar?
—¿Qué sucedió anoche?
Ella volvió la vista hacia el estante que estaba colocando.
—Nada.
—¿No?
—No.
—Entonces, ¿por qué estás reorganizando la biblioteca? —preguntó Mariana.
________ encogió los hombros.
—¿Por qué no? No tengo otra cosa que hacer.
—Claro, no tienes nada mejor que hacer que ordenar la biblioteca…
________ se preguntó si sería muy difícil estrangular a su hermana.
—Algo que solo haces cuando necesitas desahogarte —agregó Anne.
Sí, también quería estrangular a su doncella.
Mariana se levantó del brazo del sillón y se apoyó en el estante en el que ________ estaba trabajando.
—Me prometiste que me lo contarías todo, ¿recuerdas?
________ volvió a encoger los hombros.
—No hay nada que contar.
En ese instante sonó un golpe en la puerta. Las tres mujeres se volvieron hacia el mayordomo, que trató de ignorar con valentía el desorden que reinaba en la estancia, por lo general impecablemente organizada.
El hombre entró y cerró la puerta firmemente a su espalda, como si tratara de que no los vieran desde el vestíbulo.
—Milady, lord Joseph está aquí. Ha solicitado verla.
Mariana y Anne intercambiaron una mirada de estupefacción antes de que Mariana clavara los ojos en ________ con una expresión relamida.
—Es por culpa de él, ¿no?
________ puso los ojos en blanco y se volvió al mayordomo.
—Gracias, Davis. Puedes decirle al marqués que no estoy. Que regrese más tarde, a ver si entonces tiene más suerte y estoy en casa para recibirlo.
—Por supuesto, milady. —El mayordomo efectuó una reverencia y salió de la estancia.
________ cerró los ojos y respiró hondo, temblorosa, tratando de tranquilizarse. Cuando los volvió a abrir, Mariana y Anne estaban frente a ella y la observaban atentamente.
—¿Así que no hay nada que contar? Mmmm… —intervino Anne.
—No. —________ esperó que su voz permaneciera estable.
—Jamás has sabido mentir —señaló Mariana, como si estuviera hablando de algo sin importancia—. Espero que Davis se las arregle para hacerlo algo mejor que tú.
Mientras las palabras flotaban en el aire entre ellos, la puerta se abrió otra vez y el viejo mayordomo apareció de nuevo bajo el umbral.
—Milady. —Se inclinó en una reverencia.
—¿Se ha marchado? —preguntó ________.
—Eh… No, milady. Dice que esperará a que regrese.
Mariana se quedó boquiabierta ante la información.
—¿De veras?
Davis miró a la hermana menor y asintió con la cabeza.
—De veras, milady.
Mari se giró hacia ________ con una brillante sonrisa.
—Bueno, esto empieza a parecer una aventura en toda regla.
—Oh, deshazte de él —ordenó ________ a Davis—. Déjale claro que no recibo visitas. Es demasiado temprano.
—Ya le he hecho notar ese punto, Milady. Desafortunadamente, el marqués parece ser un poco… persistente.
________ dio una patada de frustración en el suelo.
—Sí. Tiene ese defecto. Tendrás que insistir.
—Milady… —intentó evadirse el mayordomo.
La joven perdió la paciencia.
—Davis. Estás considerado uno de los mejores mayordomos de Londres.
Davis se irguió, orgulloso. Bueno, al nivel que podía hacer eso un mayordomo y seguir manteniendo una actitud apropiada.
—De Inglaterra, milady.
—Sí. Bien. ¿Y crees que podrías… demostrarlo esta mañana en particular?
Anne soltó una risita al ver la cara que puso Davis.
Mariana se dirigió al mayordomo e intentó tranquilizarlo.
—No es su intención insultarte, Davis.
—No, claro que no —respondió con la nariz levantada y expresión inalterable. Entonces se inclinó en la reverencia más regia que ________ le hubiera visto nunca y se fue.
La joven suspiró mientras regresaba a las estanterías, sumergiéndose en su tarea.
—Seré castigada por mi comportamiento, ¿verdad?
—Desde luego. Te servirán carne pasada durante por lo menos un mes —aseguró Anne, que apenas podía controlar la diversión.
Mari estuvo observando una pila de libros antes de preguntar casualmente:
—¿Creen que será capaz de disuadir a lord Joseph?
—Yo no apostaría por ello.
—¡De todos los hombres arrogantes… horribles… y pomposos! —________ fue sacando los libros de los estantes de la biblioteca de Allendale House uno a uno y lanzándolos sobre el montón que crecía a sus pies mientras mascullaba en voz alta—. ¿Por supuesto, nos casaremos? ¡Ja! ¡No pienso hacerlo! No me casaría con él… ni aunque fuera… ¡el último hombre de Londres!
Sopló para apartarse un mechón de pelo de los ojos y se limpió las manos manchadas de polvo en el vestido de lana gris que se había puesto sin prever el daño que iba a causarle durante la hora siguiente. Parecía que había pasado un tornado por la biblioteca. Había libros por todas partes… En las mesas, en las sillas y en varios montones en el suelo.
Tras un silencioso trayecto en el carruaje de Joe, a altas horas de la noche, ________ entró sigilosamente en su casa y se metió en cama, donde se debatió entre el deseo de permanecer bajo las sábanas y no volver a salir nunca más y el deseo todavía más intenso de dirigirse a Ralston House, despertar a su dueño y decirle por dónde podía meterse su generosa y caballerosa oferta.
Durante varias horas, había practicado la familiar costumbre de revivir los acontecimientos una y otra vez en su cabeza, sin saber si llorar o dejarse llevar por la cólera al pensar en la sorprendente manera en que él había arruinado lo que hasta ese momento había sido una noche perfecta. Joe le había enseñado lo asombrosa que podía llegar a ser la pasión, le había mostrado el éxtasis absoluto, para destruirlo todo un momento después. Y eran esos instantes los que acudían a su mente, los que acontecieron justo después de su descubrimiento, cuando él le hizo recordar que ella no estaba destinada a pasiones de ningún tipo.
No, en lugar de decirle cualquiera de las innumerables cosas maravillosas que podría haber dicho y que hubieran sido perfectamente apropiadas en la situación en la que se encontraban —desde «Eres la mujer más maravillosa que he conocido, ¿cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?», pasando por «________, te quiero más de lo que nunca habría imaginado» o incluso «¿Volvemos a hacerlo?»—. Joe lo había echado todo a perder disculpándose.
Todavía peor, había mencionado el matrimonio.
Y eso era lo último que tenía que haber hecho. Desde luego, ella se habría sentido encantada si lo hubiera dicho entre «Eres la mujer más maravillosa que he conocido» y «¿Cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?». Habría sido absolutamente perturbador que la hubiera mirado a los ojos con total devoción y le hubiera dicho «Hazme el hombre más feliz del mundo, ________. Cásate conmigo».
Por supuesto, si él lo hubiera dicho —y permitía magnánimamente cualquier variación sobre el tema—, ella se habría desmayado. Se habría reído, volado a sus brazos y le habría permitido besarla hasta hacerle perder el sentido durante el regreso a casa. Y todavía estaría en la cama, soñando con una larga y feliz vida como marquesa de Joe.
En lugar de eso, eran las nueve y media de la mañana siguiente a la que debería haber sido la noche más maravillosa de su vida —incluyendo las que todavía le quedaban por vivir— y estaba ordenando la biblioteca.
Poniendo los brazos en jarras, ladeó la cabeza ante lo que tenía delante.
—Pues este es tan buen momento como cualquier otro.
«Bien, por lo menos no había llorado.»
Estornudó. Lo primero era quitar el polvo.
Se acercó a la puerta y la abrió bruscamente para indicarle a un lacayo que le trajera un paño apropiado para ello, y descubrió a Mariana y a Anne, con las cabezas inclinadas, manteniendo una conversación entre susurros con una doncella en medio del vestíbulo.
Las tres cabezas se alzaron de repente cuando oyeron el sonido de la puerta de la biblioteca. La doncella se quedó boquiabierta al verla.
—Necesito un paño para el polvo —le pidió a la criada, con voz monótona. La chica se quedó perpleja, como si estuviera viendo visiones y no fuera capaz de comprender sus palabras. ________ volvió a intentarlo—. Para quitar el polvo de los libros. En la biblioteca. —La muchacha parecía haberse quedado paralizada. _______ suspiró—. Me gustaría limpiar hoy el polvo de la biblioteca, ¿crees que será posible?
La pregunta fue el detonante para que la criada se pusiera en movimiento y se escabullera por el pasillo para llevar a cabo el recado de su ama. ________ clavó en Anne y Mariana una adusta mirada.
«Bien, al menos tenían el sentido común de no hacer ningún comentario.»
—Oh, Dios mío —susurró Mariana—, es mucho peor de lo que pensábamos.
Amonestó a su hermana con los ojos, en muda advertencia, antes de girar sobre sus talones y regresar a la biblioteca para comenzar la larga tarea autoimpuesta de colocar en orden alfabético los libros que ahora estaban fuera de las estanterías.
Sentada en el suelo, donde había comenzado su labor, reparó en que Anne y Mariana la habían seguido hasta el interior de la estancia. Anne se apoyaba firmemente en la puerta cerrada, y su hermana se había sentado en el brazo de un sillón.
Las dos la observaban con reserva y permanecieron quietas durante varios minutos mientras ella ordenaba los montones más próximos. Mariana rompió finalmente el silencio y preguntó:
—¿Por qué letra vas?
—Por la A —indicó ________, mirando a su hermana desde donde estaba, rodeada de montones de libros.
Mari se inclinó para estudiar la pila de libros que había a sus pies. Cogió el volumen que estaba más arriba y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Alighieri. Infierno —leyó.
—Ah, ese es Dante —respondió ________, girándose entre los libros—. Debería estar en el estante de la letra D.
—¿De veras? —Mariana arrugó la nariz con un libro en la mano—. Me parece que no, el apellido comienza con A.
—El apellido de Miguel Ángel comienza con B y siempre lo colocamos en la letra M.
—Hmmm —musitó Mariana, fingiendo interés en la conversación—. Debe de ser cosa de los italianos. —Se mantuvo en silencio cuando la criada llamó a la puerta y entró con un paño en la mano. Cuando la chica salió de nuevo, Mari continuó hablando en tono inocente—. Me pregunto si a Juliana habría que colocarla en la S o en la F.
________ tensó la espalda brevemente ante la mención de la hermana de Joe antes de ponerse a limpiar el polvo.
—No tengo ni idea. Probablemente en la S.
Anne intervino en ese momento.
—Es una pena que oficialmente no lleve el apellido Jonas. Siempre me ha gustado la J.
Mariana asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo.
________ levantó la cabeza y las miró.
—¿Adónde tratan de llegar?
—¿Qué sucedió anoche?
Ella volvió la vista hacia el estante que estaba colocando.
—Nada.
—¿No?
—No.
—Entonces, ¿por qué estás reorganizando la biblioteca? —preguntó Mariana.
________ encogió los hombros.
—¿Por qué no? No tengo otra cosa que hacer.
—Claro, no tienes nada mejor que hacer que ordenar la biblioteca…
________ se preguntó si sería muy difícil estrangular a su hermana.
—Algo que solo haces cuando necesitas desahogarte —agregó Anne.
Sí, también quería estrangular a su doncella.
Mariana se levantó del brazo del sillón y se apoyó en el estante en el que ________ estaba trabajando.
—Me prometiste que me lo contarías todo, ¿recuerdas?
________ volvió a encoger los hombros.
—No hay nada que contar.
En ese instante sonó un golpe en la puerta. Las tres mujeres se volvieron hacia el mayordomo, que trató de ignorar con valentía el desorden que reinaba en la estancia, por lo general impecablemente organizada.
El hombre entró y cerró la puerta firmemente a su espalda, como si tratara de que no los vieran desde el vestíbulo.
—Milady, lord Joseph está aquí. Ha solicitado verla.
Mariana y Anne intercambiaron una mirada de estupefacción antes de que Mariana clavara los ojos en ________ con una expresión relamida.
—Es por culpa de él, ¿no?
________ puso los ojos en blanco y se volvió al mayordomo.
—Gracias, Davis. Puedes decirle al marqués que no estoy. Que regrese más tarde, a ver si entonces tiene más suerte y estoy en casa para recibirlo.
—Por supuesto, milady. —El mayordomo efectuó una reverencia y salió de la estancia.
________ cerró los ojos y respiró hondo, temblorosa, tratando de tranquilizarse. Cuando los volvió a abrir, Mariana y Anne estaban frente a ella y la observaban atentamente.
—¿Así que no hay nada que contar? Mmmm… —intervino Anne.
—No. —________ esperó que su voz permaneciera estable.
—Jamás has sabido mentir —señaló Mariana, como si estuviera hablando de algo sin importancia—. Espero que Davis se las arregle para hacerlo algo mejor que tú.
Mientras las palabras flotaban en el aire entre ellos, la puerta se abrió otra vez y el viejo mayordomo apareció de nuevo bajo el umbral.
—Milady. —Se inclinó en una reverencia.
—¿Se ha marchado? —preguntó ________.
—Eh… No, milady. Dice que esperará a que regrese.
Mariana se quedó boquiabierta ante la información.
—¿De veras?
Davis miró a la hermana menor y asintió con la cabeza.
—De veras, milady.
Mari se giró hacia ________ con una brillante sonrisa.
—Bueno, esto empieza a parecer una aventura en toda regla.
—Oh, deshazte de él —ordenó ________ a Davis—. Déjale claro que no recibo visitas. Es demasiado temprano.
—Ya le he hecho notar ese punto, Milady. Desafortunadamente, el marqués parece ser un poco… persistente.
________ dio una patada de frustración en el suelo.
—Sí. Tiene ese defecto. Tendrás que insistir.
—Milady… —intentó evadirse el mayordomo.
La joven perdió la paciencia.
—Davis. Estás considerado uno de los mejores mayordomos de Londres.
Davis se irguió, orgulloso. Bueno, al nivel que podía hacer eso un mayordomo y seguir manteniendo una actitud apropiada.
—De Inglaterra, milady.
—Sí. Bien. ¿Y crees que podrías… demostrarlo esta mañana en particular?
Anne soltó una risita al ver la cara que puso Davis.
Mariana se dirigió al mayordomo e intentó tranquilizarlo.
—No es su intención insultarte, Davis.
—No, claro que no —respondió con la nariz levantada y expresión inalterable. Entonces se inclinó en la reverencia más regia que ________ le hubiera visto nunca y se fue.
La joven suspiró mientras regresaba a las estanterías, sumergiéndose en su tarea.
—Seré castigada por mi comportamiento, ¿verdad?
—Desde luego. Te servirán carne pasada durante por lo menos un mes —aseguró Anne, que apenas podía controlar la diversión.
Mari estuvo observando una pila de libros antes de preguntar casualmente:
—¿Creen que será capaz de disuadir a lord Joseph?
—Yo no apostaría por ello.
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
A ________ se le subió el corazón a la garganta ante aquellas secas palabras que llegaron desde de la puerta. Giró la cabeza hacia el sonido, pero una estantería le bloqueaba la vista. Podía ver a su doncella con los ojos abiertos como platos, paralizada al final del pasillo entre las librerías, mirando fijamente hacia la salida.
En el silencio que hubo después, ________ miró a Mariana. Su hermana menor ignoró la mirada de súplica que le lanzó y esbozó la sonrisa que le había valido el calificativo de Ángel Allendale.
—________, parece que tienes visita —dijo, toda dulzura.
________ entrecerró los ojos. Definitivamente no había nada en el mundo peor que una hermana.
Observó que Mari se incorporaba y alisaba las faldas, con la mirada clavada en la puerta… y en Joe.
—Hace un día precioso —comentó ella.
—En efecto, lo hace, lady Mariana —dijo la voz incorpórea de Joe, que provocó que ________ diera una irritada patada en el suelo. «¿Por qué tenía que parecer siempre tan tranquilo?»
—Creo que voy a dar un paseo por los jardines —indicó Mariana, en tono conspirador.
—Me parece una idea estupenda.
—Sí, eso pensaba yo. Si me disculpa… ¿Anne? —________ observó cómo su hermana efectuaba una rápida reverencia y salía de la estancia, con Anne, la traidora, pegada a los talones. Ella, sin embargo, se quedó justo donde estaba, esperando, simplemente esperando, a que Joe se fuera. Un caballero no la arrinconaría entre dos estanterías ¿verdad? Y, desde luego, la noche anterior había dejado bien claro que era todo un caballero.
El silencio cayó sobre ellos mientras ________ seguía ordenando los libros e ignorando la presencia de Joe. «Adams, Aisopos, Aiskhúlos.»
Percibió el sonido de sus pasos cada vez más cerca. Finalmente miró por el rabillo del ojo y lo vio al final de la librería, observándola. «Ambrosio, Aristóteles, Arnold.»
Sí, intentaría aparentar que no estaba allí. ¿Cómo podía permanecer tanto tiempo en silencio? Era suficiente para acabar con la paciencia de un santo. «Agustín.»
Al final, no lo pudo soportar más. Sin apartar los ojos de la estantería donde ordenaba los libros en una hilera perfectamente derecha, se dirigió a él de malos modos.
—No recibo visitas.
—Interesante —pronunció él, lenta y firmemente—. Parece que a mí sí me recibes.
—No. Tú te has presentado en la biblioteca sin esperar invitación.
—Ah, ¿así qué esta estancia es la biblioteca? —preguntó retóricamente, esbozando una mueca—. No estaba seguro al ver todas las librerías vacías.
________ le lanzó una mirada exasperada.
—Estoy ordenándola.
—Sí, ya lo veo.
—Por eso no recibo. —Enfatizó la palabra con la esperanza de que él se diera cuenta de su rudeza y se marchara.
—Juraría que hemos superado esta etapa, ¿no crees?
Al parecer a él no le importaba resultar grosero. Estupendo, a ella tampoco le importaría.
—¿Qué deseas, milord? —indagó ella con serenidad.
Se volvió para mirarlo. Un error. Estaba exactamente igual de apuesto que siempre: pelo suave y piel dorada, con la corbata impecable y las cejas arqueadas justo en el ángulo adecuado para dar la impresión de que su interlocutor había nacido y crecido en un establo. De inmediato, se sintió muy consciente de que era gris y monótona; sin duda ahora todavía más, con el vestido sucio y la horrible necesidad de disfrutar de una siesta y un baño.
Era un hombre indignante. En serio…
—Me gustaría continuar la conversación que comenzamos anoche.
Ella no respondió, se agachó para recoger varios libros del suelo.
Joe la observó sin moverse, aunque sin embargo parecía estar considerando las siguientes palabras con mucho cuidado. Ella esperó, mientras colocaba lentamente los libros en el estante, deseando que no dijera nada; esperando que se diera por vencido y se fuera.
Joe se acercó y ella se vio arrinconada en aquel espacio débilmente iluminado.
—________, no tengo palabras para disculparme. —Parecía muy sincero.
Ella entrecerró los ojos al tiempo que deslizaba los dedos por el lomo de un libro. Vio las letras de la cubierta, una brillante pátina dorada, pero no pudo leerlas. Respiró profundamente para intentar contener las emociones que la embargaban. Negó con la cabeza, sin ser capaz de mirarlo ni confiar en sí misma si lo hacía.
—Por favor, no te disculpes —susurró—. No es necesario.
—Claro que es necesario. Mi comportamiento fue intolerable. —Joe levantó una mano en el aire—. Sin embargo, lo más importante es que rectifique la situación de inmediato.
El significado era claro. ________ volvió a negar con la cabeza.
—No —murmuró en voz muy baja.
—¿Perdón? —Joe no pudo ocultar la sorpresa.
________ se aclaró la garganta para que su voz resultara más fuerte en esta ocasión.
—No. No hay ninguna situación y, por lo tanto, no es necesario rectificar nada.
Joe emitió una incrédula risita.
—No puedes hablar en serio.
Ella enderezó los hombros y lo empujó para pasar a la zona central de la biblioteca. Se limpió las manos en el vestido y se puso a ordenar el montón de libros que había en una mesa cercana. No leía los títulos, no sabía quiénes eran los autores.
—Hablo muy en serio, milord. Puede que creas que has cometido algún tipo de desliz, pero te aseguro que no has hecho nada de eso.
Él se pasó la mano por el pelo con un gesto de irritación en la cara.
—________, te he comprometido. Por completo. Y me gustaría poner remedio ahora a ello. Nos casaremos.
Ella tragó saliva, sabiendo que si lo miraba no sería responsable de sus actos.
—No, milord, no lo haremos. —Era posible que fueran las palabras que más le había costado decir en su vida—. No acepto tu oferta —añadió formalmente.
Él pareció desconcertado.
—¿Por qué no?
—¿Milord?
—¿Por qué no quieres casarte conmigo?
—Bueno, para empezar, ni siquiera me lo has preguntado. Me lo has ordenado.
Joe miró al techo, como suplicando paciencia.
—Muy bien. ¿Quieres casarte conmigo?
La pregunta le hizo sentir una amarga emoción. Se viera obligado o no, que Joe se le declarara formaba parte de la lista de momentos incomparables de su vida. «De hecho, ocupa uno de los primeros puestos.»
—No. Pero muchas gracias por preguntar.
—De todas las tonterías… —Joe se contuvo—. ¿Qué quieres entonces? ¿Que me ponga de rodillas?
—¡No! —________ no creía que fuera capaz de ver cómo se arrodillaba para pedirle que se casara con él. Sería la ironía más cruel del universo.
—Entonces ¿dónde demonios está el problema?
«El problema está en que no me amas.»
—En que, simplemente, no encuentro ninguna razón para que nos casemos.
—Ninguna razón… —repitió él como si no se creyera lo que decía—. Te aseguro que podría recordarte un par de razones buenísimas.
________ se atrevió por fin a mirarlo a los ojos, y se quedó desconcertada por la convicción que brillaba en aquellas profundidades miel.
—Sin duda alguna no habrás intentado casarte con todas las mujeres a las que has comprometido en tu vida. ¿Por qué empezar conmigo?
Él agrandó los ojos ante aquel arranque. Pero la sorpresa pronto se vio reemplazada por la irritación.
—Vamos a aclarar esto de una vez por todas. Es evidente que me consideras mucho más disoluto de lo que he sido. En contra de lo que pareces creer, me he declarado a todas las mujeres a las que he desvirgado. ¡A todas!
________ se sonrojó ante su franqueza y apartó la mirada, mordisqueándose el labio inferior. Joe parecía preocupado por la situación y ella lo lamentaba. Pero lo cierto era que no podía estar más molesto que ella. Había pasado una noche gloriosa en brazos del único hombre al que había amado siempre y, de repente, él se le estaba declarando a ella impulsado por un extraño sentido del honor y el deber, con el mismo romanticismo que un bistec.
¿Y se suponía que debía caer rendida de gratitud a los pies del generosísimo marqués Jonas? No, gracias. Se conformaría con revivir a lo largo de su vida una y otra vez aquella maravillosa noche y sería feliz con ello. «O eso esperaba.»
—Tu honorable propósito ha sido anotado, milord…
—Por el amor de Dios, ________, deja de llamarme «milord». —Su voz rezumaba irritación cuando la interrumpió—. ¿Te das cuenta de que puedes estar embarazada?
Al oír esas palabras, ________ se llevó las manos a la cintura. Contuvo el intenso anhelo que la atravesó al pensar en tener un hijo con Joe. Ni siquiera se le había ocurrido tal posibilidad, ¿sería posible?
—Dudo muchísimo que se dé el caso.
—No obstante, existe la posibilidad. No pienso permitir que mi hijo sea bastardo.
________ agrandó los ojos.
—Tampoco lo permitiría yo. Pero esta conversación es un tanto prematura, ¿no crees? Después de todo, el riesgo es mínimo.
—Un riesgo es un riesgo, punto. Quiero que te cases conmigo. Te ofreceré todo lo que quieras.
«Jamás me amarás. No podrás. Soy demasiado corriente e insulsa. Demasiado aburrida. No lo que tú mereces.» Las palabras resonaron en su cerebro, pero guardó silencio mientras meneaba la cabeza.
Joe suspiró, frustrado.
—Si no te avienes a razones, no me quedará más remedio que hablar con Kevin.
Callie contuvo la respiración.
—No te atreverías.
—Es evidente que no me conoces bien. Voy a casarme contigo y no me importa que sea tu hermano el que te obligue a ello.
—Kevin jamás me obligaría a casarme contigo —protestó ________.
—Me parece que pronto vamos a descubrir si lo haría o no. —Permanecieron el uno frente al otro durante un buen rato, con los ojos brillantes de frustración, antes de que él añadiera en voz baja—: ¿Sería tan malo estar casada conmigo?
Una cruda emoción inundó el pecho de ________ y no pudo responder. Claro que casarse con él no sería tan malo. De hecho, sería maravilloso. Llevaba años loca por él, observándolo llena de anhelo desde los rincones de todos los salones de baile, leyendo con avidez las secciones de chismes en busca de noticias que lo mencionaran. Mientras la sociedad especulaba a lo largo de toda una década sobre la futura marquesa, ________ siempre había soñado que Joe se le declarara a ella.
Pero durante todos esos años se había imaginado que sería un matrimonio por amor. Había fantaseado con ese día en que él la viera desde el otro extremo en un salón de baile, o en el interior de una tienda en Bond Street, o en un banquete y se enamorara locamente de ella. Y se había imaginado que vivirían felices desde entonces.
Los matrimonios que se llevaban a cabo por lástima y para reparar errores cometidos no eran los que solían resultar felices para siempre.
Debido a su edad y temporadas, ________ sabía que la única oportunidad de casarse y tener familia era aceptar un matrimonio sin amor, pero acceder a tener eso con Joe era, simplemente, demasiado cruel.
Lo había anhelado durante demasiado tiempo como para aceptar otra cosa que amor.
—Por supuesto, no sería malo —aseguró llena de coraje—. Estoy segura de que serás un buen marido, pero yo no estoy disponible.
—Perdona, pero no te creo —se burló él—. Todas las mujeres solteras de Londres buscan marido. —Hizo una pausa como si estuviera considerando la situación—. ¿Es por mí?
—No. —«De hecho, tú eres perfecto.» Iba a seguir presionándola hasta que le diera una razón. Encogió los hombros—. Se trata simplemente de que creo que no nos llevaríamos bien.
Joe la taladró con la mirada.
—¿Crees que no nos llevaríamos bien?
—No. —Lo miró a los ojos—. Creo que no.
—¿Por qué demonios lo crees?
—Bueno, no soy precisamente el tipo de mujer que te gusta.
Joe levantó la mano para que no siguiera hablando y miró al cielo reclamando paciencia.
—¿Qué tal si me dices cuál es el tipo de mujer que me gusta?
________ emitió un suspiro de frustración. ¿Por qué seguía presionándola?
—¿De verdad me vas a hacer decirlo?
—De verdad, ________. Porque te aseguro que no entiendo nada.
En ese momento, ________ lo odió. Lo odió casi tanto como lo amaba. Agitó la mano con irritación.
—Hermosa. Sofisticada. Experimentada. ¡Yo no soy así! Soy justo lo opuesto a ti y a las mujeres que siempre te han rodeado. A pesar de leer libros e ir a bailes, odio la sociedad y tengo tan poca experiencia en relaciones románticas que tuve que ir a tu casa a altas horas de la noche para recibir mi primer beso. Lo último que quiero es casarme con alguien que lamentará haber contraído matrimonio conmigo desde el mismo momento en que pronunciemos los votos —expuso ________ con airada rapidez, furiosa de que la hubiera presionado para dejar al descubierto todas sus inseguridades. Algo que le reprochó al instante—: Muchas gracias por haberme obligado a decirlo.
Él la miró y parpadeó en silencio, mudo ante sus palabras.
—No lo lamentaría —repuso con sencillez.
Aquellas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Ya había tenido suficiente. No quería más de su bondad y su compasión. No quería que él prestara más atención a su corazón y a su cuerpo. No quería castigarse con más momentos a solas con él. No quería vivir más situaciones que le hicieran soñar que, después de todo, podría tener alguna posibilidad con Joe.
—¿De veras? ¿Igual que no lamentaste lo que pasó en tu estudio? ¿Ni lo que sucedió la noche pasada? —Negó con la cabeza tristemente—. Te has apresurado a disculparte después de cada uno de esos momentos, Joe, se ve muy claro que casarte conmigo es lo último que harías libremente.
—Eso no es cierto.
Ella lo miró con los ojos llenos de emoción.
—Claro que es cierto. Y, francamente, no pienso hacer que te pases el resto de tu vida lamentando estar atado a alguien tan… tan corriente e insulso… como yo. —Ignoró la mueca de desagrado que hizo ante esa descripción. Las mismas palabras que él había dicho aquella tarde en su estudio—. No lo podría soportar. Así que, muchas gracias, pero no me casaré contigo. —«Te amo demasiado y llevo haciéndolo durante demasiado tiempo.»
—________, yo nunca he dicho…
Ella alzó las manos para que se callara.
—Basta, por favor.
Él clavó los ojos en ella durante un buen rato, y ________ notó la frustración que lo embargaba.
—Esto no quedará así —afirmó, con voz firme e inquebrantable.
Ella sostuvo su mirada.
—Sí —aseguró.
Él se giró sobre los talones y salió de la habitación.
Ella lo observó marcharse y esperó hasta oír el estruendo que produjo la puerta principal al cerrarse de golpe para dejarse llevar por las lágrimas.
En el silencio que hubo después, ________ miró a Mariana. Su hermana menor ignoró la mirada de súplica que le lanzó y esbozó la sonrisa que le había valido el calificativo de Ángel Allendale.
—________, parece que tienes visita —dijo, toda dulzura.
________ entrecerró los ojos. Definitivamente no había nada en el mundo peor que una hermana.
Observó que Mari se incorporaba y alisaba las faldas, con la mirada clavada en la puerta… y en Joe.
—Hace un día precioso —comentó ella.
—En efecto, lo hace, lady Mariana —dijo la voz incorpórea de Joe, que provocó que ________ diera una irritada patada en el suelo. «¿Por qué tenía que parecer siempre tan tranquilo?»
—Creo que voy a dar un paseo por los jardines —indicó Mariana, en tono conspirador.
—Me parece una idea estupenda.
—Sí, eso pensaba yo. Si me disculpa… ¿Anne? —________ observó cómo su hermana efectuaba una rápida reverencia y salía de la estancia, con Anne, la traidora, pegada a los talones. Ella, sin embargo, se quedó justo donde estaba, esperando, simplemente esperando, a que Joe se fuera. Un caballero no la arrinconaría entre dos estanterías ¿verdad? Y, desde luego, la noche anterior había dejado bien claro que era todo un caballero.
El silencio cayó sobre ellos mientras ________ seguía ordenando los libros e ignorando la presencia de Joe. «Adams, Aisopos, Aiskhúlos.»
Percibió el sonido de sus pasos cada vez más cerca. Finalmente miró por el rabillo del ojo y lo vio al final de la librería, observándola. «Ambrosio, Aristóteles, Arnold.»
Sí, intentaría aparentar que no estaba allí. ¿Cómo podía permanecer tanto tiempo en silencio? Era suficiente para acabar con la paciencia de un santo. «Agustín.»
Al final, no lo pudo soportar más. Sin apartar los ojos de la estantería donde ordenaba los libros en una hilera perfectamente derecha, se dirigió a él de malos modos.
—No recibo visitas.
—Interesante —pronunció él, lenta y firmemente—. Parece que a mí sí me recibes.
—No. Tú te has presentado en la biblioteca sin esperar invitación.
—Ah, ¿así qué esta estancia es la biblioteca? —preguntó retóricamente, esbozando una mueca—. No estaba seguro al ver todas las librerías vacías.
________ le lanzó una mirada exasperada.
—Estoy ordenándola.
—Sí, ya lo veo.
—Por eso no recibo. —Enfatizó la palabra con la esperanza de que él se diera cuenta de su rudeza y se marchara.
—Juraría que hemos superado esta etapa, ¿no crees?
Al parecer a él no le importaba resultar grosero. Estupendo, a ella tampoco le importaría.
—¿Qué deseas, milord? —indagó ella con serenidad.
Se volvió para mirarlo. Un error. Estaba exactamente igual de apuesto que siempre: pelo suave y piel dorada, con la corbata impecable y las cejas arqueadas justo en el ángulo adecuado para dar la impresión de que su interlocutor había nacido y crecido en un establo. De inmediato, se sintió muy consciente de que era gris y monótona; sin duda ahora todavía más, con el vestido sucio y la horrible necesidad de disfrutar de una siesta y un baño.
Era un hombre indignante. En serio…
—Me gustaría continuar la conversación que comenzamos anoche.
Ella no respondió, se agachó para recoger varios libros del suelo.
Joe la observó sin moverse, aunque sin embargo parecía estar considerando las siguientes palabras con mucho cuidado. Ella esperó, mientras colocaba lentamente los libros en el estante, deseando que no dijera nada; esperando que se diera por vencido y se fuera.
Joe se acercó y ella se vio arrinconada en aquel espacio débilmente iluminado.
—________, no tengo palabras para disculparme. —Parecía muy sincero.
Ella entrecerró los ojos al tiempo que deslizaba los dedos por el lomo de un libro. Vio las letras de la cubierta, una brillante pátina dorada, pero no pudo leerlas. Respiró profundamente para intentar contener las emociones que la embargaban. Negó con la cabeza, sin ser capaz de mirarlo ni confiar en sí misma si lo hacía.
—Por favor, no te disculpes —susurró—. No es necesario.
—Claro que es necesario. Mi comportamiento fue intolerable. —Joe levantó una mano en el aire—. Sin embargo, lo más importante es que rectifique la situación de inmediato.
El significado era claro. ________ volvió a negar con la cabeza.
—No —murmuró en voz muy baja.
—¿Perdón? —Joe no pudo ocultar la sorpresa.
________ se aclaró la garganta para que su voz resultara más fuerte en esta ocasión.
—No. No hay ninguna situación y, por lo tanto, no es necesario rectificar nada.
Joe emitió una incrédula risita.
—No puedes hablar en serio.
Ella enderezó los hombros y lo empujó para pasar a la zona central de la biblioteca. Se limpió las manos en el vestido y se puso a ordenar el montón de libros que había en una mesa cercana. No leía los títulos, no sabía quiénes eran los autores.
—Hablo muy en serio, milord. Puede que creas que has cometido algún tipo de desliz, pero te aseguro que no has hecho nada de eso.
Él se pasó la mano por el pelo con un gesto de irritación en la cara.
—________, te he comprometido. Por completo. Y me gustaría poner remedio ahora a ello. Nos casaremos.
Ella tragó saliva, sabiendo que si lo miraba no sería responsable de sus actos.
—No, milord, no lo haremos. —Era posible que fueran las palabras que más le había costado decir en su vida—. No acepto tu oferta —añadió formalmente.
Él pareció desconcertado.
—¿Por qué no?
—¿Milord?
—¿Por qué no quieres casarte conmigo?
—Bueno, para empezar, ni siquiera me lo has preguntado. Me lo has ordenado.
Joe miró al techo, como suplicando paciencia.
—Muy bien. ¿Quieres casarte conmigo?
La pregunta le hizo sentir una amarga emoción. Se viera obligado o no, que Joe se le declarara formaba parte de la lista de momentos incomparables de su vida. «De hecho, ocupa uno de los primeros puestos.»
—No. Pero muchas gracias por preguntar.
—De todas las tonterías… —Joe se contuvo—. ¿Qué quieres entonces? ¿Que me ponga de rodillas?
—¡No! —________ no creía que fuera capaz de ver cómo se arrodillaba para pedirle que se casara con él. Sería la ironía más cruel del universo.
—Entonces ¿dónde demonios está el problema?
«El problema está en que no me amas.»
—En que, simplemente, no encuentro ninguna razón para que nos casemos.
—Ninguna razón… —repitió él como si no se creyera lo que decía—. Te aseguro que podría recordarte un par de razones buenísimas.
________ se atrevió por fin a mirarlo a los ojos, y se quedó desconcertada por la convicción que brillaba en aquellas profundidades miel.
—Sin duda alguna no habrás intentado casarte con todas las mujeres a las que has comprometido en tu vida. ¿Por qué empezar conmigo?
Él agrandó los ojos ante aquel arranque. Pero la sorpresa pronto se vio reemplazada por la irritación.
—Vamos a aclarar esto de una vez por todas. Es evidente que me consideras mucho más disoluto de lo que he sido. En contra de lo que pareces creer, me he declarado a todas las mujeres a las que he desvirgado. ¡A todas!
________ se sonrojó ante su franqueza y apartó la mirada, mordisqueándose el labio inferior. Joe parecía preocupado por la situación y ella lo lamentaba. Pero lo cierto era que no podía estar más molesto que ella. Había pasado una noche gloriosa en brazos del único hombre al que había amado siempre y, de repente, él se le estaba declarando a ella impulsado por un extraño sentido del honor y el deber, con el mismo romanticismo que un bistec.
¿Y se suponía que debía caer rendida de gratitud a los pies del generosísimo marqués Jonas? No, gracias. Se conformaría con revivir a lo largo de su vida una y otra vez aquella maravillosa noche y sería feliz con ello. «O eso esperaba.»
—Tu honorable propósito ha sido anotado, milord…
—Por el amor de Dios, ________, deja de llamarme «milord». —Su voz rezumaba irritación cuando la interrumpió—. ¿Te das cuenta de que puedes estar embarazada?
Al oír esas palabras, ________ se llevó las manos a la cintura. Contuvo el intenso anhelo que la atravesó al pensar en tener un hijo con Joe. Ni siquiera se le había ocurrido tal posibilidad, ¿sería posible?
—Dudo muchísimo que se dé el caso.
—No obstante, existe la posibilidad. No pienso permitir que mi hijo sea bastardo.
________ agrandó los ojos.
—Tampoco lo permitiría yo. Pero esta conversación es un tanto prematura, ¿no crees? Después de todo, el riesgo es mínimo.
—Un riesgo es un riesgo, punto. Quiero que te cases conmigo. Te ofreceré todo lo que quieras.
«Jamás me amarás. No podrás. Soy demasiado corriente e insulsa. Demasiado aburrida. No lo que tú mereces.» Las palabras resonaron en su cerebro, pero guardó silencio mientras meneaba la cabeza.
Joe suspiró, frustrado.
—Si no te avienes a razones, no me quedará más remedio que hablar con Kevin.
Callie contuvo la respiración.
—No te atreverías.
—Es evidente que no me conoces bien. Voy a casarme contigo y no me importa que sea tu hermano el que te obligue a ello.
—Kevin jamás me obligaría a casarme contigo —protestó ________.
—Me parece que pronto vamos a descubrir si lo haría o no. —Permanecieron el uno frente al otro durante un buen rato, con los ojos brillantes de frustración, antes de que él añadiera en voz baja—: ¿Sería tan malo estar casada conmigo?
Una cruda emoción inundó el pecho de ________ y no pudo responder. Claro que casarse con él no sería tan malo. De hecho, sería maravilloso. Llevaba años loca por él, observándolo llena de anhelo desde los rincones de todos los salones de baile, leyendo con avidez las secciones de chismes en busca de noticias que lo mencionaran. Mientras la sociedad especulaba a lo largo de toda una década sobre la futura marquesa, ________ siempre había soñado que Joe se le declarara a ella.
Pero durante todos esos años se había imaginado que sería un matrimonio por amor. Había fantaseado con ese día en que él la viera desde el otro extremo en un salón de baile, o en el interior de una tienda en Bond Street, o en un banquete y se enamorara locamente de ella. Y se había imaginado que vivirían felices desde entonces.
Los matrimonios que se llevaban a cabo por lástima y para reparar errores cometidos no eran los que solían resultar felices para siempre.
Debido a su edad y temporadas, ________ sabía que la única oportunidad de casarse y tener familia era aceptar un matrimonio sin amor, pero acceder a tener eso con Joe era, simplemente, demasiado cruel.
Lo había anhelado durante demasiado tiempo como para aceptar otra cosa que amor.
—Por supuesto, no sería malo —aseguró llena de coraje—. Estoy segura de que serás un buen marido, pero yo no estoy disponible.
—Perdona, pero no te creo —se burló él—. Todas las mujeres solteras de Londres buscan marido. —Hizo una pausa como si estuviera considerando la situación—. ¿Es por mí?
—No. —«De hecho, tú eres perfecto.» Iba a seguir presionándola hasta que le diera una razón. Encogió los hombros—. Se trata simplemente de que creo que no nos llevaríamos bien.
Joe la taladró con la mirada.
—¿Crees que no nos llevaríamos bien?
—No. —Lo miró a los ojos—. Creo que no.
—¿Por qué demonios lo crees?
—Bueno, no soy precisamente el tipo de mujer que te gusta.
Joe levantó la mano para que no siguiera hablando y miró al cielo reclamando paciencia.
—¿Qué tal si me dices cuál es el tipo de mujer que me gusta?
________ emitió un suspiro de frustración. ¿Por qué seguía presionándola?
—¿De verdad me vas a hacer decirlo?
—De verdad, ________. Porque te aseguro que no entiendo nada.
En ese momento, ________ lo odió. Lo odió casi tanto como lo amaba. Agitó la mano con irritación.
—Hermosa. Sofisticada. Experimentada. ¡Yo no soy así! Soy justo lo opuesto a ti y a las mujeres que siempre te han rodeado. A pesar de leer libros e ir a bailes, odio la sociedad y tengo tan poca experiencia en relaciones románticas que tuve que ir a tu casa a altas horas de la noche para recibir mi primer beso. Lo último que quiero es casarme con alguien que lamentará haber contraído matrimonio conmigo desde el mismo momento en que pronunciemos los votos —expuso ________ con airada rapidez, furiosa de que la hubiera presionado para dejar al descubierto todas sus inseguridades. Algo que le reprochó al instante—: Muchas gracias por haberme obligado a decirlo.
Él la miró y parpadeó en silencio, mudo ante sus palabras.
—No lo lamentaría —repuso con sencillez.
Aquellas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Ya había tenido suficiente. No quería más de su bondad y su compasión. No quería que él prestara más atención a su corazón y a su cuerpo. No quería castigarse con más momentos a solas con él. No quería vivir más situaciones que le hicieran soñar que, después de todo, podría tener alguna posibilidad con Joe.
—¿De veras? ¿Igual que no lamentaste lo que pasó en tu estudio? ¿Ni lo que sucedió la noche pasada? —Negó con la cabeza tristemente—. Te has apresurado a disculparte después de cada uno de esos momentos, Joe, se ve muy claro que casarte conmigo es lo último que harías libremente.
—Eso no es cierto.
Ella lo miró con los ojos llenos de emoción.
—Claro que es cierto. Y, francamente, no pienso hacer que te pases el resto de tu vida lamentando estar atado a alguien tan… tan corriente e insulso… como yo. —Ignoró la mueca de desagrado que hizo ante esa descripción. Las mismas palabras que él había dicho aquella tarde en su estudio—. No lo podría soportar. Así que, muchas gracias, pero no me casaré contigo. —«Te amo demasiado y llevo haciéndolo durante demasiado tiempo.»
—________, yo nunca he dicho…
Ella alzó las manos para que se callara.
—Basta, por favor.
Él clavó los ojos en ella durante un buen rato, y ________ notó la frustración que lo embargaba.
—Esto no quedará así —afirmó, con voz firme e inquebrantable.
Ella sostuvo su mirada.
—Sí —aseguró.
Él se giró sobre los talones y salió de la habitación.
Ella lo observó marcharse y esperó hasta oír el estruendo que produjo la puerta principal al cerrarse de golpe para dejarse llevar por las lágrimas.
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Uauhhh ______ tiene un par de ovarios!! Asi se habla ______ fuerte!
Joe no se deberia haber disculpado ¡es un poquitin tonto!
Me encanta SIGUELA
Joe no se deberia haber disculpado ¡es un poquitin tonto!
Me encanta SIGUELA
Eu^_^
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Por dios los capitulos han estado de infarto, si no paso castellano estara en tu conciencia. POR DIOS LO AME
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Creadora
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
}aaaaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii... joe es un poco bruto a la hora de acalar sus sentimientooooo.. pero nos quiereeeeee!!!1
aaaaiii siguela porfaaaaaa
aaaaiii siguela porfaaaaaa
chelis
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
NickJonas escribió:Por dios los capitulos han estado de infarto, si no paso castellano estara en tu conciencia. POR DIOS LO AME
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Noooooooooo, no quiero cargar con semejante peso en mi conciencia ajajajajajaj pero para que te pongas mejor ahora subo otro cap ;)
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Muchisimas gracias por sus comentarios chicas!!
Ya mismo estoy subiendo otro cap, espero que les guste :D
Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeesos
PD: Perdón si les parece poco pero siempre pongo la mitad de un cap y este era un poco corto.
Ya mismo estoy subiendo otro cap, espero que les guste :D
Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeesos
PD: Perdón si les parece poco pero siempre pongo la mitad de un cap y este era un poco corto.
Última edición por F l ♥ r e n c i a. el Vie 04 Nov 2011, 12:18 pm, editado 1 vez
F l ♥ r e n c i a.
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Capítulo 20
Joe se dirigió directamente a Brook's, lo que fue un error. Como si no hubiera sido suficiente con que ________ lo hubiera rechazado, haciéndole sentirse de paso como un auténtico imbécil, el bienestar que encontraba en su club también se había arruinado por completo.
En solo doce horas, aquel lugar que había sido diseñado específicamente para que los hombres encontraran paz y comodidad lejos del mundanal ruido, se había convertido en un recordatorio en caoba y mármol de _________ Hartwell. De pie en el gran vestíbulo, donde solo se oían murmullos masculinos, lo único en lo que podía pensar era en ella. En ________ vestida con ropa de hombre y caminando sigilosamente por los oscuros pasillos del club; en _________ curioseando a través de las puertas abiertas para empaparse del ambiente de su primera —y esperaba que única— visita a un club de caballeros; en _________ sonriéndole por encima de las cartas; en _________ desnuda, con su suave y preciosa piel resplandeciente por el calor de la pasión.
Lanzó una mirada al largo y sombrío corredor que _________ y él habían recorrido la noche anterior y se vio tentado por el cruel deseo de regresar a aquella salita donde habían pasado la velada. Durante un fugaz momento, consideró pedir que le sirvieran café allí para torturarse a placer con los recuerdos de la noche anterior y revivir las numerosas maneras en que había metido la pata. Sin embargo, decidió no hacerlo para conservar la cordura.
Lo cierto es que todavía no podía creerse que ella lo hubiera rechazado. Después de todo, un marqués joven, rico y atractivo no le preguntaba todos los días a una joven si quería casarse con él. Supuso que aún sería menos frecuente que dicho marqués fuera rechazado. ¿Cuánto tiempo se había pasado él evitando a matronas y debutantes desesperadas, que competían entre sí para obtener la posición de marquesa? Y ahora, cuando por fin estaba dispuesto a que alguien ocupara dicho puesto, la mujer a la que se lo ofrecía no lo quería.
Pero si _________ pensaba realmente que podía rechazarlo y olvidarse de él, estaba muy equivocada.
Frustrado, se quitó la capa y se la lanzó al lacayo más cercano, no sin antes percibir el olor de la joven en la tela; una combinación de almendras, lavanda y… la propia _________. Aquel pensamiento le hizo fruncir el ceño y observó, con no poco placer, la manera en que el lacayo se apuró a alejarse para no ser el receptor de su pésimo humor.
Aquella emoción fugaz fue reemplazada con rapidez por una nueva llamarada de indignación. «¿Qué demonios le pasaba a _________?»
No se podía creer el motivo que le había dado. Sin duda, ella no podía pensar de verdad que eran incompatibles. Puede que fuera virgen, pero, incluso en su inocencia, __________ tenía que saber que su noche de pasión —y todos los prolegómenos anteriores— no eran precisamente lo habitual. Desde luego, su matrimonio funcionaría maravillosamente en el dormitorio. Y, por si la pasión que ardía entre ellos no fuera suficiente, su inteligencia, humor y madurez eran más que estimulantes para él. Además, era preciosa. Suave en todos los lugares en los que debía. Se permitió recrearse en sus pensamientos… un hombre podía perderse durante años en aquellas lujuriosas curvas.
Sí, lady _________ Hartwell sería una excelente marquesa.
Solo faltaba que ella se diera cuenta.
Se pasó la mano por el pelo. Cuando se casaran, _________ tendría un título, riqueza, tierras y a uno de los solteros más codiciados de toda Inglaterra. ¿Qué más quería aquella mujer?
«Un matrimonio por amor.»
El pensamiento irrumpió con fuerza en su mente. Hacía tiempo, _________ le había confesado que creía en los matrimonios por amor; entonces él se había burlado de ella y le había demostrado que la atracción física era igual de poderosa que ese amor en el que tenía tanta fe. Pero era imposible que lo hubiera rechazado porque esperara amor. Negó con la cabeza, frustrado ante la idea de que __________ estuviera dispuesta a arriesgar su reputación y su futuro rechazándole a causa de una absurda fantasía infantil a la que no quería renunciar.
La sola idea ya era descabellada. No pensaba perder el tiempo pensando en ello.
Se dirigió a una sala bastante grande a un lado del vestíbulo, un lugar donde siempre se podía encontrar algún tipo de distracción. Entró en busca de un debate político que lo mantuviera ocupado, pero estaba vacía, a excepción de los participantes de una partida de cartas. Sentados frente a la mesa estaban Oxford y dos hombres más. Su aspecto era lo suficientemente desaliñado como para suponer que los tres llevaban toda la noche allí.
Se sintió asqueado ante los irresponsables hábitos de Oxford y, como no le interesaba que se fijaran en él, se dispuso a salir de la habitación tan rápida y silenciosamente como había entrado. Sin embargo lo descubrieron antes de que lo consiguiera.
—Joseph, viejo amigo. Ven a echar unas manos con nosotros —anunció Oxford a voz en grito con demasiada jovialidad. Joe se detuvo, buscando la mejor manera de rechazar la invitación, pero el barón continuó hablando—. Ahora es el mejor momento para enfrentarse a mí, ya que dentro de poco tus bolsillos estarán considerablemente más ligeros. —Las palabras, seguidas por un significativo coro de carcajadas y exclamaciones, hicieron que Joe mirara al barón.
Se acercó a la mesa con una expresión tan dura como el acero. Al ver las mejillas coloradas y los ojos enrojecidos de Oxford, supo que estaba borracho. Se mantuvo imperturbable mientras señalaba el montón de dinero que acumulaban los compañeros del barón.
—Parece que mis bolsillos no corren peligro de ser aligerados hoy, Oxford.
El barón miró a Joe con el ceño fruncido, como si hubiera olvidado de qué estaban hablando.
—Sí, bueno, pero pronto dispondré de un montón de dinero que perder… —Hizo una pausa, tragando un eructo—. Te aseguro que estaré comprometido antes del fin de semana.
—¿Con quién? —preguntó Joe, ignorando la abrumadora premonición que atravesó su mente e intentando imprimir a sus palabras un tono casual.
Oxford le señaló con un dedo largo y tembloroso y soltó una carcajada.
—¡Con _________ Hartwell, por supuesto! Y mi compromiso te costará mil libras.
Joe se vio envuelto en una oleada de calor, que fue seguida con rapidez por el incontenible deseo de estampar el puño en la presumida cara de Oxford.
—Así que crees que ya la has conquistado, ¿verdad? —indagó, manteniendo la calma a pura fuerza de voluntad.
Oxford le mostró aquella sonrisa amplia y llena de dientes, que le hacía parecer imbécil perdido.
—Oh, claro que sí. Ayer en la exposición de la Royal Academy fue como arcilla en mis manos. —Les guiñó el ojo a sus amigos.
Joe se puso rígido ante tal presunción; una mentira flagrante, además. Cerró los puños con fuerza y contuvo la energía que clamaba por ser liberada, preferentemente desfigurando alguna parte del cuerpo de Oxford.
El barón no notó la tensión que Joe reprimía con todas sus fuerzas y siguió presionando.
—Mañana mismo la visitaré y le plantearé mi propuesta como un negocio. Es posible que además comprometa a la muchacha durante el fin de semana, para asegurarme de que a Allendale no le queda más remedio que darme la bienvenida a la familia. Aunque lo más probable es que me dé las gracias y me ofrezca una buena dote por hacerme cargo de su hermana solterona.
La idea de que Oxford pusiera un solo dedo encima de _________ fue la gota que colmó el vaso. Al instante arrancó al barón de su silla como si no pesara más que un niño. La acción provocó que los compañeros se levantaran y se apartaran por si había una pelea.
Joe olió el miedo que emanaba de Oxford, y su debilidad y cobardía alimentaron la repugnancia que sentía por él.
—Lady _________ Hartwell es mil veces mejor que tú. No mereces respirar el mismo aire que ella —gruñó. Soltó al barón y sintió una aguda satisfacción cuando el hombre cayó desmadejado sobre la silla. Con una mirada tan regia como la de cualquier soberano, Joe añadió—: Te aposté mil libras a que no la conseguirías y sigo pensando lo mismo. De hecho, estoy tan seguro de ello que… duplico la apuesta aquí y ahora.
Observó el temblor de las manos de Oxford cuando el barón estiró las mangas de su chaqueta.
—Será un placer, Joseph. Semejante comportamiento tan grosero —dijo—, merece que aligere tus arcas un poco más.
Joe giró sobre los talones y salió de la estancia sin añadir nada, intentando convencerse a sí mismo de que su comportamiento solo era debido a que se había visto obligado a salir en defensa de una dama con quien tenía una enorme deuda pendiente.
Fue más fácil dejarse llevar por esa idea que aceptar las poderosas emociones que lo atravesaban al pensar que __________ pudiera acabar convertida en baronesa.
Joe se dirigió directamente a Brook's, lo que fue un error. Como si no hubiera sido suficiente con que ________ lo hubiera rechazado, haciéndole sentirse de paso como un auténtico imbécil, el bienestar que encontraba en su club también se había arruinado por completo.
En solo doce horas, aquel lugar que había sido diseñado específicamente para que los hombres encontraran paz y comodidad lejos del mundanal ruido, se había convertido en un recordatorio en caoba y mármol de _________ Hartwell. De pie en el gran vestíbulo, donde solo se oían murmullos masculinos, lo único en lo que podía pensar era en ella. En ________ vestida con ropa de hombre y caminando sigilosamente por los oscuros pasillos del club; en _________ curioseando a través de las puertas abiertas para empaparse del ambiente de su primera —y esperaba que única— visita a un club de caballeros; en _________ sonriéndole por encima de las cartas; en _________ desnuda, con su suave y preciosa piel resplandeciente por el calor de la pasión.
Lanzó una mirada al largo y sombrío corredor que _________ y él habían recorrido la noche anterior y se vio tentado por el cruel deseo de regresar a aquella salita donde habían pasado la velada. Durante un fugaz momento, consideró pedir que le sirvieran café allí para torturarse a placer con los recuerdos de la noche anterior y revivir las numerosas maneras en que había metido la pata. Sin embargo, decidió no hacerlo para conservar la cordura.
Lo cierto es que todavía no podía creerse que ella lo hubiera rechazado. Después de todo, un marqués joven, rico y atractivo no le preguntaba todos los días a una joven si quería casarse con él. Supuso que aún sería menos frecuente que dicho marqués fuera rechazado. ¿Cuánto tiempo se había pasado él evitando a matronas y debutantes desesperadas, que competían entre sí para obtener la posición de marquesa? Y ahora, cuando por fin estaba dispuesto a que alguien ocupara dicho puesto, la mujer a la que se lo ofrecía no lo quería.
Pero si _________ pensaba realmente que podía rechazarlo y olvidarse de él, estaba muy equivocada.
Frustrado, se quitó la capa y se la lanzó al lacayo más cercano, no sin antes percibir el olor de la joven en la tela; una combinación de almendras, lavanda y… la propia _________. Aquel pensamiento le hizo fruncir el ceño y observó, con no poco placer, la manera en que el lacayo se apuró a alejarse para no ser el receptor de su pésimo humor.
Aquella emoción fugaz fue reemplazada con rapidez por una nueva llamarada de indignación. «¿Qué demonios le pasaba a _________?»
No se podía creer el motivo que le había dado. Sin duda, ella no podía pensar de verdad que eran incompatibles. Puede que fuera virgen, pero, incluso en su inocencia, __________ tenía que saber que su noche de pasión —y todos los prolegómenos anteriores— no eran precisamente lo habitual. Desde luego, su matrimonio funcionaría maravillosamente en el dormitorio. Y, por si la pasión que ardía entre ellos no fuera suficiente, su inteligencia, humor y madurez eran más que estimulantes para él. Además, era preciosa. Suave en todos los lugares en los que debía. Se permitió recrearse en sus pensamientos… un hombre podía perderse durante años en aquellas lujuriosas curvas.
Sí, lady _________ Hartwell sería una excelente marquesa.
Solo faltaba que ella se diera cuenta.
Se pasó la mano por el pelo. Cuando se casaran, _________ tendría un título, riqueza, tierras y a uno de los solteros más codiciados de toda Inglaterra. ¿Qué más quería aquella mujer?
«Un matrimonio por amor.»
El pensamiento irrumpió con fuerza en su mente. Hacía tiempo, _________ le había confesado que creía en los matrimonios por amor; entonces él se había burlado de ella y le había demostrado que la atracción física era igual de poderosa que ese amor en el que tenía tanta fe. Pero era imposible que lo hubiera rechazado porque esperara amor. Negó con la cabeza, frustrado ante la idea de que __________ estuviera dispuesta a arriesgar su reputación y su futuro rechazándole a causa de una absurda fantasía infantil a la que no quería renunciar.
La sola idea ya era descabellada. No pensaba perder el tiempo pensando en ello.
Se dirigió a una sala bastante grande a un lado del vestíbulo, un lugar donde siempre se podía encontrar algún tipo de distracción. Entró en busca de un debate político que lo mantuviera ocupado, pero estaba vacía, a excepción de los participantes de una partida de cartas. Sentados frente a la mesa estaban Oxford y dos hombres más. Su aspecto era lo suficientemente desaliñado como para suponer que los tres llevaban toda la noche allí.
Se sintió asqueado ante los irresponsables hábitos de Oxford y, como no le interesaba que se fijaran en él, se dispuso a salir de la habitación tan rápida y silenciosamente como había entrado. Sin embargo lo descubrieron antes de que lo consiguiera.
—Joseph, viejo amigo. Ven a echar unas manos con nosotros —anunció Oxford a voz en grito con demasiada jovialidad. Joe se detuvo, buscando la mejor manera de rechazar la invitación, pero el barón continuó hablando—. Ahora es el mejor momento para enfrentarse a mí, ya que dentro de poco tus bolsillos estarán considerablemente más ligeros. —Las palabras, seguidas por un significativo coro de carcajadas y exclamaciones, hicieron que Joe mirara al barón.
Se acercó a la mesa con una expresión tan dura como el acero. Al ver las mejillas coloradas y los ojos enrojecidos de Oxford, supo que estaba borracho. Se mantuvo imperturbable mientras señalaba el montón de dinero que acumulaban los compañeros del barón.
—Parece que mis bolsillos no corren peligro de ser aligerados hoy, Oxford.
El barón miró a Joe con el ceño fruncido, como si hubiera olvidado de qué estaban hablando.
—Sí, bueno, pero pronto dispondré de un montón de dinero que perder… —Hizo una pausa, tragando un eructo—. Te aseguro que estaré comprometido antes del fin de semana.
—¿Con quién? —preguntó Joe, ignorando la abrumadora premonición que atravesó su mente e intentando imprimir a sus palabras un tono casual.
Oxford le señaló con un dedo largo y tembloroso y soltó una carcajada.
—¡Con _________ Hartwell, por supuesto! Y mi compromiso te costará mil libras.
Joe se vio envuelto en una oleada de calor, que fue seguida con rapidez por el incontenible deseo de estampar el puño en la presumida cara de Oxford.
—Así que crees que ya la has conquistado, ¿verdad? —indagó, manteniendo la calma a pura fuerza de voluntad.
Oxford le mostró aquella sonrisa amplia y llena de dientes, que le hacía parecer imbécil perdido.
—Oh, claro que sí. Ayer en la exposición de la Royal Academy fue como arcilla en mis manos. —Les guiñó el ojo a sus amigos.
Joe se puso rígido ante tal presunción; una mentira flagrante, además. Cerró los puños con fuerza y contuvo la energía que clamaba por ser liberada, preferentemente desfigurando alguna parte del cuerpo de Oxford.
El barón no notó la tensión que Joe reprimía con todas sus fuerzas y siguió presionando.
—Mañana mismo la visitaré y le plantearé mi propuesta como un negocio. Es posible que además comprometa a la muchacha durante el fin de semana, para asegurarme de que a Allendale no le queda más remedio que darme la bienvenida a la familia. Aunque lo más probable es que me dé las gracias y me ofrezca una buena dote por hacerme cargo de su hermana solterona.
La idea de que Oxford pusiera un solo dedo encima de _________ fue la gota que colmó el vaso. Al instante arrancó al barón de su silla como si no pesara más que un niño. La acción provocó que los compañeros se levantaran y se apartaran por si había una pelea.
Joe olió el miedo que emanaba de Oxford, y su debilidad y cobardía alimentaron la repugnancia que sentía por él.
—Lady _________ Hartwell es mil veces mejor que tú. No mereces respirar el mismo aire que ella —gruñó. Soltó al barón y sintió una aguda satisfacción cuando el hombre cayó desmadejado sobre la silla. Con una mirada tan regia como la de cualquier soberano, Joe añadió—: Te aposté mil libras a que no la conseguirías y sigo pensando lo mismo. De hecho, estoy tan seguro de ello que… duplico la apuesta aquí y ahora.
Observó el temblor de las manos de Oxford cuando el barón estiró las mangas de su chaqueta.
—Será un placer, Joseph. Semejante comportamiento tan grosero —dijo—, merece que aligere tus arcas un poco más.
Joe giró sobre los talones y salió de la estancia sin añadir nada, intentando convencerse a sí mismo de que su comportamiento solo era debido a que se había visto obligado a salir en defensa de una dama con quien tenía una enorme deuda pendiente.
Fue más fácil dejarse llevar por esa idea que aceptar las poderosas emociones que lo atravesaban al pensar que __________ pudiera acabar convertida en baronesa.
F l ♥ r e n c i a.
Eu^_^
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Ya lo se cuando _____ se entere dira que es por la apuesta y lo demas.
Dios esa apuesta sera mala mala:(
Dios esa apuesta sera mala mala:(
Creadora
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
Sali bien en castellano!:D hahahahah
Creadora
Re: Nueve reglas que romper para conquistar a un Libertino (Joe & Tú) [TERMINADA]
oooooooooohhh joesitooooo!!!!! tienes que actuaaaarrr antes de que _____ meta la pata para vergarse de ti con ese tonto baron
pooorfaaaa siguela
chelis
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