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Carmilla

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Mensaje por DearLizzy Sáb 28 Dic 2013, 10:30 pm

OhMyPrettyEli escribió:oowww, me encato mucho la forma en la que se la pasaron mirando la luna y pasandola lindo,, jijiji fue mi parte faborita <3 . me saco de honda cuando se puso mal carmilla, eso me parese curioso pero al mismo tiempo preocupante :O
Lo más curioso es que cuando el papá de Laura dijo que estaba muy ansioso por saber cómo había quedado la pintura de "Marcia", y cuando el restaurador la mostró y vieron el parecido con Carmilla, inmediatamente le perdió interés, ¿osea? D:
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Mensaje por DearLizzy Lun 06 Ene 2014, 5:27 pm


VI. Una Congoja Inesperada
Entramos en el salón y nos sentamos a tomar café y chocolate. Y aunque Carmilla no probó nada, parecía estar totalmente repuesta. Madame Perrodon y Mademoiselle De Lafontaine se reunieron con nosotras y jugamos una partidita de cartas, en el transcurso de la cual vino papá por lo que él llamaba su “tacita de té”.

Cuando acabó la partida, se sentó en el sofá al lado de Carmilla, y le preguntó, algo inquieto, si desde su llegada había tenido noticias de su madre.

― No ―respondió ella.

A continuación le preguntó si sabía adonde podría enviarle él una carta en aquel momento.

― No sabría decírselo ―respondió ella, ambiguamente―. Mas he estado pensando en dejarles; ya han sido demasiado hospitalarios y amables conmigo. Les he causado innumerables molestias. Me gustaría coger mañana su carruaje, y correr la posta en su búsqueda. Sé dónde encontrarla finalmente, aunque no me atrevo a decírselo.

― Ni se le ocurra hacer semejante cosa ―exclamó mi padre, con gran alivio por mi parte―. No podemos permitirnos perderla de ese modo. No consentiré que nos abandone, como no sea por iniciativa de su madre, que tuvo la bondad de consentir que se quedara con nosotros hasta que ella regresara. Me alegraría mucho enterarme de que ha tenido noticias suyas. Mas esta noche los informes acerca de los progresos de la misteriosa enfermedad que ha invadido nuestro vecindario son todavía más alarmantes. Y, a falta de noticias de su madre, me siento yo responsable, mi linda huésped. Haré todo lo posible. Y una cosa es segura: no debe pensar en dejarnos sin una clara indicación de su madre en ese sentido. Sufriríamos demasiado separándonos de usted como para que lo consintamos tan fácilmente.

― Mil gracias, señor, por su hospitalidad ―contestó ella, sonriendo tímidamente―. Han sido todos demasiado amables conmigo. Pocas veces en mi vida he sido tan feliz como en su hermoso castillo, bajo sus cuidados, y en compañía de su hija.

De modo que mi padre le besó la mano a Carmilla, galantemente, a su viejo estilo, sonriendo complacido por el breve discurso de la joven.

Como de costumbre, acompañé a Carmilla a su habitación, y me senté a charlar con ella mientras se preparaba para acostarse.

― ¿Crees ―le dije, finalmente― que llegará el día en que confiarás plenamente en mí?

Ella se volvió sonriente, pero no respondió. Tan sólo siguió sonriéndome.

― ¿No vas a contestarme? ―dije―. Seguramente no puedes darme una respuesta satisfactoria. No debiera habértelo preguntado.

― Haces bien en preguntarme esto, o cualquier otra cosa. No sabes lo mucho que te quiero, ni puedes imaginar una confianza mayor que la que yo te profeso. Mas estoy atada por unos votos. Ni siquiera una monja los ha hecho la mitad de terribles. Y todavía no me atrevo a contar mi historia, ni siquiera a ti. Está ya cercano el día en que lo sabrás todo. Me juzgarás cruel y muy egoísta, mas el amor es siempre egoísta; cuanto más apasionado, más egoísta. No puedes imaginar lo celosa que estoy. Tienes que venir conmigo, y amarme hasta la muerte. O bien ódiame, pero ven conmigo, odiándome hasta la muerte y aun después. No existe la palabra indiferencia en mi naturaleza apática.

― Ahora, Carmilla, de nuevo vuelves a hablar sin sentido ―dije, apresuradamente.

― No lo haré más, aun siendo tan tonta como soy, y tan llena de caprichos y fantasías. Por amor a ti, hablaré con más sensatez. ¿Has estado alguna vez en un baile?

― No. Continúa. ¿Cómo es? Deben de ser muy agradables.

― Casi lo he olvidado. ¡Hace tantos años!

Me reí.

― No eres tan vieja. No es posible que hayas olvidado tu primer baile.

― Sólo haciendo un gran esfuerzo puedo recordarlo. Lo veo todo, como los buzos ven lo que pasa encima de ellos, a través de un medio denso y ondulante, pero transparente. Algo ocurrió aquella noche que oscurece la imagen, y difumina los detalles. Casi me asesinaron estando yo en cama, me hirieron aquí ―se tocó el pecho―. Desde entonces nunca he vuelto a ser la misma.

― ¿Estuviste a punto de morir?

― Sí. Me invadió un amor cruel, extraño, capaz de arrebatarme la vida. El amor exige sacrificios. Y no hay sacrificios sin sangre. Ahora debemos irnos a dormir. Me siento tan indolente. ¿Cómo conseguiré ahora levantarme para cerrar la puerta con llave?

Estaba acostada, con sus minúsculas manos ocultas bajo su espléndida cabellera ondulada, y su cabecita reposando sobre la almohada. Y sus ojos brillantes me seguían allá donde yo fuera, con una especie de sonrisa tímida que no podía descifrar.

Le di las buenas noches y salí sigilosamente de la habitación con una sensación incómoda.

A menudo me preguntaba si nuestra linda huésped rezaría sus oraciones alguna vez. Desde luego, yo no la había visto nunca de rodillas. Por la mañana, nunca bajaba hasta mucho después de que hubieran terminado nuestros rezos en familia. Y por la noche, jamás abandonaba el salón para asistir a nuestras breves plegarias vespertinas en la sala.

De no haber salido casualmente, en una de nuestras despreocupadas conversaciones, que había sido bautizada, habría dudado de que fuera cristiana. La religión era un tema sobre el cual jamás le había oído decir una sola palabra. Si hubiera conocido mejor el mundo, esa particular negligencia u hostilidad no me habría sorprendido tanto.

Las precauciones de la gente nerviosa son contagiosas, y las personas de temperamento parecido, al cabo de cierto tiempo, indudablemente acaban por imitarlas. Yo había adoptado la costumbre de Carmilla de cerrar con llave la puerta de la alcoba, sugestionada por sus caprichosos temores a los intrusos nocturnos y a los merodeadores asesinos. Asimismo había adoptado su precaución de llevar a cabo un breve registro por todos los rincones de la habitación, para convencerme de que ningún asesino al acecho se hallaba “escondido”.

Una vez tomadas tan prudentes medidas, me metí en la cama y enseguida me dormí. Una luz había quedado encendida en mi habitación. Era ésta una vieja costumbre, de fecha muy remota, y de la que nada podría haberme inducido a prescindir.

Así protegida, podía descansar tranquila. Mas los sueños atraviesan muros de piedra, iluminan habitaciones oscuras, u oscurecen las luminosas. Y los personajes que en ellos toman parte entran y salen a placer, riéndose de los cerrojos.

Aquella noche tuve un sueño que fue el comienzo de una congoja inesperada.

No puedo llamarlo pesadilla, porque tenía plena conciencia de estar dormida. Mas igualmente tenía conciencia de encontrarme en mi habitación, acostada en mi cama, exactamente como en realidad estaba. Vi, o me pareció ver, la habitación y los muebles tal y como los había visto por última vez, sólo que había mucha más oscuridad. Y vi algo moverse a los pies de la cama, que al principio no pude distinguir claramente. Mas pronto descubrí que se trataba de un animal negro como el hollín, parecido a un gato monstruoso. Me pareció que tendría alrededor de cuatro o cinco pies de largo, ya que cuando cruzó la alfombrilla del hogar vi que medía por lo menos tanto como ella. Iba y venía con la impaciencia ágil y siniestra de una bestia enjaulada. No pude gritar, aunque, como pude suponer, estaba aterrada. Su paso era cada vez más rápido, y la habitación cada vez más oscura, hasta que, finalmente, ya no pude distinguir más que sus ojos. Advertí que saltaba, suavemente sobre mi cama. Sus grandes ojos se aproximaron a mi rostro, y de repente sentí un dolor punzante, como si me clavaran profundamente en el pecho dos largas agujas, con una separación entre ellas de una o dos pulgadas.

Me desperté dando un grito. La habitación estaba iluminada por la vela que dejaba permanentemente encendida durante toda la noche, y vi una figura femenina a los pies de mi cama, un poco hacia la derecha. Llevaba un holgado vestido negro, y su cabello suelto caía sobre sus hombros, cubriéndolos. Un bloque de piedra no hubiera podido estar más inmóvil. No se advertía en ella el más leve indicio de respiración. Mientras yo la miraba fijamente, la figura parecía haberse movido, y estaba ahora más cerca de la puerta. Luego llegó junto a ella, la puerta se abrió, y aquella salió.

Me sentí entonces aliviada, y capaz de respirar y de moverme. Lo primero que pensé fue que Carmilla me había gastado una broma, y yo me había olvidado de cerrar la puerta. Me precipité hacía ella, y la encontré, como de costumbre, cerrada por dentro. Me asustaba abrirla… estaba aterrorizada. Me metí en la cama de un salto, me tapé la cabeza con las sábanas, y así permanecí, más muerta que viva, hasta que amaneció.


Última edición por DearLizzy el Jue 26 Jun 2014, 8:18 pm, editado 2 veces
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Mensaje por OhMyPrettyEli Lun 06 Ene 2014, 8:04 pm

jijijijiji valla susto que le dio carmilla con eso de que pedía salir de el castillo e ir a buscar a su madre para ya no molestar a la familia con quien estaba. fue raro lo de la aparente pesadilla, me recordó el primer capitulo.
OhMyPrettyEli
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Mensaje por DearLizzy Lun 06 Ene 2014, 9:43 pm

OhMyPrettyEli escribió:jijijijiji valla susto que le dio carmilla con eso de que pedía salir de el castillo e ir a buscar a su madre para ya no molestar a la familia con quien estaba. fue raro lo de la aparente pesadilla, me recordó el primer capitulo.
Sí, ¿verdad? ¡Qué extraño! D:
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Mensaje por DearLizzy Dom 27 Abr 2014, 8:23 pm



VII. Empeoramiento
Sería inútil que tratara de contarle el horror con que, incluso ahora, recuerdo lo sucedido aquella noche. No fue como el pánico transitorio que deja tras de sí un sueño. Parecía intensificarse con el paso del tiempo, y contagiar a la habitación y a los mismos muebles que habían estado en contacto con la aparición.

Durante todo el día siguiente no pude soportar que me dejaran sola ni por un momento. Se lo habría contado a mi padre, a no ser por dos motivos opuestos. Pensé, por una parte, que se reiría de mi historia, y que yo no podría soportar que aquello fuera tomado a broma. Y por otra parte, me pareció que tal vez creyese que me había atacado la misteriosa enfermedad que asolaba nuestra vecindad. Yo no abrigaba recelo alguno en ese sentido. Mas mi padre estaba enfermo del corazón desde hacía tiempo, y tenía miedo de sobresaltarle.

Me tranquilizaba bastante la bondadosa compañía de madame Perrodon y de la vivaracha mademoiselle De Lafontaine. Ambas advirtieron que yo estaba desanimada y nerviosa, y finalmente les conté lo que tanto me pesaba en el corazón.

Mademoiselle se rió, mas tuve la impresión de que madame Perrodon pareció inquietarse.

― A propósito ―dijo mademoiselle, riendo―, en el viejo paseo de los tilos ¡hay fantasmas!

― ¡Tonterías! ―exclamó madame, que probablemente consideró el asunto bastante inoportuno―. ¿Quién te ha contado esa historia, querida?

― Martin dice que fue allí un par de veces antes del alba, para reparar la vieja puerta del patio, y que en ambas ocasiones vio a la misma figura femenina paseándose por la avenida de los tilos.

― Y con razón, en tanto haya vacas que ordeñar en los prados del río ―dijo madame.

― Quizás. Pero Martin prefiere asustarse, y jamás vi a un tonto más asustado.

― No debéis contarle a Carmilla ni una palabra de esto, porque desde su ventana puede ver aquel paseo ―intervine yo―, y ella es, si cabe, todavía más impresionable que yo.

Aquel día Carmilla bajó todavía más tarde que de costumbre.

― ¡Qué miedo he pasado esta noche! ―dijo, en cuanto estuvimos juntas―. Estoy segura de haber visto algo espantoso. Menos mal que le compré aquel amuleto al pobre jorobadito al que tanto insulté. Soñé que una forma negra rondaba mi cama, y me desperté completamente aterrorizada. Y durante unos instantes, realmente creí ver una figura oscura junto a la chimenea. Mas palpé debajo de la almohada, en busca del amuleto, y en cuanto mis dedos lo tocaron, la figura desapareció. Estoy convencida de que, de no haberlo llevado conmigo, algo horrendo se me habría aparecido, y tal vez, me hubiese estrangulado, como hizo con esos infelices de los que hemos tenido noticias.

― Bien. Ahora escúchame ―empecé yo. Y le volví a contar mi aventura, ante cuya relación pareció horrorizarse.

― ¿Tenías el amuleto cerca? ―me preguntó, anhelante.

― No, lo había metido en un jarrón de porcelana del salón. Mas si tienes tanta fe en él, esta noche lo llevaré conmigo.

Después de tanto tiempo no sabría decirle, ni hacerle comprender, cómo logré vencer mi pavor aquella noche y me quedé sola en la habitación. Recuerdo claramente que prendí el amuleto en la almohada con un alfiler, y que me quedé dormida casi inmediatamente, durmiendo todavía más profundamente que las otras noches.

La noche siguiente también la pasé bien. Dormí profundamente y no tuve pesadillas. Pero me desperté con una sensación de lasitud y melancolía que, sin embargo, no rebasaba el nivel en que casi resultaba voluptuosa.

― Bien, ya te lo dije ―replicó Carmilla, cuando le describí mi tranquilo sueño―. Yo también tuve un sueño muy agradable la noche pasada. Prendí el amuleto en la pechera del camisón. La noche anterior lo tenía demasiado lejos. Estoy convencida de que todo fue pura imaginación, a excepción de los sueños. Yo creía que eran los espíritus del mal los que originaban los sueños, mas nuestro médico afirma que eso no es cierto. Dice que es sólo un ataque pasajero de fiebre, o de alguna otra enfermedad, que, como sucede a menudo, llama a nuestra puerta y, al no poder entrar, sigue su camino, dejando a su paso esa señal de alarma.

― ¿Por qué piensas que es útil el amuleto?

― Porque ha sido fumigado con alguna droga o sumergido en ella, de suerte que actúa de antídoto contra la malaria ―respondió Carmilla.

― Entonces, ¿actúa únicamente sobre el cuerpo?

― Por supuesto. ¿Crees acaso que los espíritus maléficos se asustan de unos pedacitos de cinta, o de los perfumes de una botica? No. Esos males que vagan por el aire comienzan por poner a prueba los nervios, y de ese modo infectan el cerebro. Mas antes de que se apoderen de una, el antídoto los rechaza. Estoy segura de que ese es el efecto que tuvo sobre nosotras el amuleto. No hay en él magia alguna. Simplemente es un remedio natural.

Me habría sentido más feliz si hubiera podido estar completamente de acuerdo con Carmilla. Mas hice cuanto pude, y la impresión inicial estaba perdiendo parte de su fuerza.

Durante algunas noches dormí profundamente. Mas por la mañana sentía la misma lasitud, y durante todo el día ese estado de languidez me consumía. Tenía la impresión de ser otra persona. Una misteriosa melancolía se apoderaba de mí. Una melancolía que no hubiera querido interrumpir. Sombríos pensamientos de muerte comenzaron a abrirse camino en mi mente. Y la idea de que me estaba debilitando lentamente tomó posesión de mí de un modo suave y, por alguna razón, no desagradable. Aunque estuviera triste, el estado de ánimo que provocaba tal sensación era también agradable. Fuera lo que fuese, mi alma lo aceptaba resignadamente.

No quería admitir que me encontraba enferma. Y no consentí en hablar de ello con papá, ni en llamar al médico.

Carmilla me quería más que nunca, y sus extraños paroxismos de lánguida adoración eran cada vez más frecuentes. Se regodeaba conmigo con creciente ardor cuanto más decaían mis ánimos y mi fortaleza. Eso me producía siempre una especie de sobresalto, como un destello momentáneo de locura.

Sin advertirlo apenas, me encontraba ya en un estado bastante avanzado de aquella enfermedad, la más extraña que jamás haya sufrido mortal alguno. Había en sus primeros síntomas una inexplicable fascinación que me reconciliaba todavía más con la incapacitación producida por esa fase de la enfermedad. Aquella fascinación aumentó durante un tiempo, hasta alcanzar cierto punto, a partir del cual se mezcló poco a poco con una sensación de horror, que fue intensificándose, como ya le conté, hasta echar a perder y desvirtuar toda mi vida.

El primer cambio que experimenté fue más bien agradable. Se produjo muy cerca del punto de inflexión a partir del cual comenzó el descenso al Averno.

Ciertas sensaciones difusas y extrañas me visitaban durante el sueño. La más frecuente era ese peculiar y súbito estremecimiento de placer que sentimos cuando nos bañamos en un río contra corriente. Ese escalofrío pronto venía acompañado de una sucesión de sueños, que parecían interminables, mas tan confusos que nunca pude recordar sus paisajes ni sus personajes, ni ninguna porción coherente de su intriga. Sin embargo, me causaban una impresión tremenda, dejándome con una sensación de agotamiento, como si hubiese estado expuesta a grandes esfuerzos mentales y peligrosos durante un largo período de tiempo.

De todos aquellos sueños me quedaba, al despertar, el recuerdo de haber estado en un lugar muy oscuro, de haber hablado con gente a la que no podía ver, y, sobre todo, de una voz femenina, clara, grave, que parecía hablarme desde muy lejos, despacio, produciéndome siempre la misma sensación de solemnidad y miedo indescriptibles. A veces tenía la sensación de que una mano se deslizaba delicadamente por mis mejillas y mi cuello. Otras veces, era como si me besaran unos labios apasionados, cada vez con mayor insistencia y más cariñosos a medida que iban descendiendo hasta mi garganta, en donde la caricia se detenía. El corazón me latía con más fuerza, mi respiración subía y bajaba rápidamente hasta el jadeo. Después seguía un sollozo, que crecía hasta provocarme una sensación de ahogo, y se transformaba finalmente en una convulsión terrible, que me hacía perder los sentidos y la conciencia.

Habían pasado tres semanas desde que comenzara aquella inexplicable situación. Durante la última semana, mis sufrimientos se habían reflejado en mi aspecto. Estaba más pálida, tenía las pupilas dilatadas, y lucía grandes ojeras. Y la languidez que había experimentado durante todo aquel tiempo empezaba a evidenciarse en mi semblante.

Mi padre solía preguntarme a menudo si estaba enferma. Mas yo, con una obstinación que ahora me parece inexplicable, me empeñaba en asegurarle que me encontraba perfectamente bien.

En cierto sentido, eso era cierto. No sentía ningún dolor, no podía quejarme de ningún malestar físico. Las molestias parecían fantasías mías, o producto de los nervios. Y, por horribles que fuesen mis sufrimientos, los guardaba en secreto para mí, con una reserva mal sana.

No podía tratarse de aquel terrible mal que los campesinos llamaban upiro, pues hacía ya tres semanas que lo padecía, y ellos raramente estuvieron enfermos más de tres días, hasta que la muerte puso fin a sus desgracias.

Carmilla se quejaba de padecer pesadillas y sensaciones febriles, aunque de ningún modo tan alarmantes como las mías. Digo que las mías eran extremadamente alarmantes. Si hubiera sido capaz de comprender mi situación, hubiera suplicado de rodillas ayuda y consejo. Mas aquella influencia tan insospechada actuaba sobre mí como un narcótico, ofuscando mis sentidos.

Voy a contarle ahora un sueño que me llevó enseguida a un extraño descubrimiento.

Una noche, en lugar de la voz que acostumbraba a oír a oscuras, escuché otra, dulce y delicada, y al mismo tiempo terrible, que me dijo:

― Tu madre te aconseja que tengas cuidado con la asesina.

Al mismo tiempo brotó inesperadamente una luz, y vi a Carmilla, de pie, junto a mi cama, con su camisón blanco, y bañada en sangre de la cabeza a los pies.10

Me desperté dando un alarido, obsesionada con la idea de que Carmilla hubiese sido asesinada. Me acuerdo que salté de la cama, y mi siguiente recuerdo es que me encontraba en la antecámara, pidiendo auxilio a gritos.

Madame Perrodon y mademoiselle De Lafontaine salieron corriendo de sus habitaciones, alarmadas. Siempre había una luz encendida en la antecámara, y al verme, no tardaron en conocer la causa de mi terror.

Insistí en que llamáramos a la puerta de la habitación de Carmilla. No obtuvimos respuesta alguna. Aquello pronto se convirtió en un aporreo y un tumulto. Gritamos su nombre, mas en vano.

Nos asustamos, ya que la puerta estaba cerrada con llave. Regresamos a mi habitación, presas del pánico. Allí hicimos sonar la campana prolongada y frenéticamente. Si la habitación de mi padre hubiese estado en aquella misma ala del castillo, le hubiéramos llamado de inmediato en nuestra ayuda. Mas, por desgracia, se encontraba fuera del alcance de nuestras voces, y llegar hasta él suponía una excursión que ninguna de nosotras se veía con ánimos de llevar a cabo.

Sin embargo, los criados no tardaron en subir corriendo las escaleras. Mientras tanto, yo me había puesto la bata y las zapatillas, y mis compañeras se habían equipado ya del mismo modo. Al reconocer las voces de los criados en la antecámara, salimos juntas. Y, tras renovar infructuosamente nuestras llamadas a la puerta de Carmilla, ordené a los hombres que forzaran la cerradura. Así hicieron, mientras nosotras quedamos esperando en el umbral, sosteniendo en alto las velas. Y de ese modo, escudriñamos la habitación.

La llamamos por su nombre. Mas seguimos sin obtener respuesta. Registramos la habitación. Todo estaba en orden. Exactamente en el mismo estado en que yo lo había dejado al darle las buenas noches. Pero Carmilla había desaparecido.

_________________________

10 Esta escena, al igual que algunas más, muestra los nexos de Carmilla con la condesa Bathory, quien ―según se dice― se bañaba con la sangre de mujeres vírgenes para conservar su juventud y su belleza.


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Mensaje por OhMyPrettyEli Dom 27 Abr 2014, 9:37 pm

Pero valla sueños tan espantosos,  lo más curioso es saber porque tiene esos malestares como si estuviese enferma y preocupante si tuviera relación con la enfermedad que padece el pueblo, pero ellos morían muy rápido, ella seguía viva, entonces ¿Qué significarían esos malestares?
¿enserio solo serán solo alucinaciones suyas? o.O
me encanto el capítulo, muy interesante n.n
OhMyPrettyEli
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Carmilla - Página 2 Empty Re: Carmilla

Mensaje por DearLizzy Lun 28 Abr 2014, 3:09 pm

OhMyPrettyEli escribió:Pero valla sueños tan espantosos,  lo más curioso es saber porque tiene esos malestares como si estuviese enferma y preocupante si tuviera relación con la enfermedad que padece el pueblo, pero ellos morían muy rápido, ella seguía viva, entonces ¿Qué significarían esos malestares?
¿enserio solo serán solo alucinaciones suyas? o.O
me encanto el capítulo, muy interesante n.n

Sueños tan intensos como los míos, según tú:P Yo ya lo sé, y tú no, ahora te esperarás para saberlo xD Lo que llama la atención es por qué Carmilla se regocija tanto al observar cómo está Laura.  Carmilla - Página 2 2278276204 
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Mensaje por DearLizzy Lun 28 Abr 2014, 5:27 pm


VIII. Registro
Al comprobar que la única señal de desorden en la habitación la habíamos producido nosotras con nuestra violenta entrada, empezamos a calmarnos un poco, y pronto recobramos el sentido lo suficiente para despedir a los hombres. A mademoiselle De Lafontaine se le ocurrió que posiblemente Carmilla se habría despertado a causa del tumulto en su puerta, y en un primer momento de pánico había saltado de la cama y se había escondido en un ropero, o detrás de una cortina, de donde, por supuesto, no podía salir hasta que el mayordomo y sus secuaces se hubieran retirado. Recomenzamos de nuevo nuestro registro, y empezamos otra vez a llamarla por su nombre.

Todo fue en vano. Nuestro desconcierto y nuestra inquietud fueron en aumento. Examinamos las ventanas, mas estaban todas cerradas. Imploré a Carmilla que, si se había ocultado, no prolongara más aquella broma cruel, que pusiera fin a nuestras preocupaciones, saliendo de su escondite. Todo fue inútil. Para entonces yo ya estaba convencida de que no se encontraba en la habitación, ni en la recámara, cuya puerta estaba también cerrada con llave por nuestro lado. Por allí no podía haber pasado. Mi desconcierto era total. Tal vez Carmilla había descubierto uno de esos pasadizos secretos que, según la anciana ama de llaves, se sabía que existían en el schloss, aunque nadie recordara ya su situación exacta. Sin duda alguna todo se aclararía dentro de poco, por muy desconcentrados que estuviésemos de momento.

Como eran ya más de las cuatro, preferí pasar las restantes horas de oscuridad en la habitación de madame Perrodon. La luz del día, sin embargo, tampoco aportó solución alguna al problema.

A la mañana siguiente toda la casa, con mi padre a la cabeza, se encontraba presa del nerviosismo. Se registraron todos los rincones del castillo. Se exploró el terreno palmo a palmo. Mas no pudo descubrirse ni el menor rastro de la desaparecida dama. Se pensaba ya en dragar el riachuelo. Mi padre estaba fuera de sí: ¿qué historia le contaría a la madre de la infeliz muchacha cuando regresase a recogerla? También yo había perdido la cabeza, aunque mi congoja era de una especie totalmente diferente.

La mañana transcurrió entre la alarma y la agitación. Era ya la una, y todavía no había noticias de Carmilla. Subí corriendo a su habitación, y la encontré de pie frente a su tocador. Me quedé perpleja. No podía dar crédito a mis ojos. Me hizo señas en silencio con sus lindos dedos. En su rostro se leía el miedo en grado sumo.

Corrí hacia ella en un arrebato de júbilo. La besé y abracé una y otra vez. Me abalancé sobre la campanilla y la hice sonar con vehemencia, para que vinieran los demás, aliviando así de inmediato la preocupación de mi padre.

― Querida Carmilla, ¿qué ha sido de ti todo este tiempo? Estábamos angustiados y preocupados por ti ―exclamé―. ¿Dónde has estado? ¿Cómo has vuelto?

― La pasada noche ha sido una noche de prodigios ―dijo.

― ¡Por el amor de Dios!, explícame todo lo que puedas.

― Eran más de las dos de la madrugada ―dijo― cuando, como de costumbre, me fui a la cama, después de haber cerrado las puertas con llave, tanto la del vestidor como la que da al corredor. Dormí sin interrupción y, que yo sepa, sin pesadillas. Mas acabo de despertarme aquí en la recámara, echada en el sofá, y he encontrado abierta la puerta que comunica ambos aposentos, y la otra forzada. ¿Cómo ha podido ocurrir todo eso sin que me haya despertado? Deben de haber hecho mucho ruido, y yo me despierto muy fácilmente. ¿Cómo es posible que me hayan sacado de la cama sin que mi sueño se haya visto interrumpido, si me despierto sobresaltada al menor murmullo?

Para entonces estaban ya en la habitación madame Perrodon, mademoiselle De Lafontaine, mi padre y numerosos criados. Desde luego, Carmilla fue abrumada a preguntas, felicitaciones y bienvenidas. No tenía ninguna otra historia que contar, y parecía la menos capacitada de todo el grupo para proponer alguna explicación lógica a lo ocurrido.

Mi padre daba vueltas por la habitación, reflexionando. Vi cómo Carmilla le observaba con una mirada sigilosa y enigmática.

Una vez que mi padre hubo despedido a los criados, y habiéndose ido mademoiselle De Lafontaine a buscar un trasquilo de valeriana y sal volátil, no quedaba nadie en la habitación salvo mi padre, madame Perrodon y yo misma. Entonces, mi padre se acercó a Carmilla, pensativo, y tomándole la mano con delicadeza, la condujo hasta el sofá y se sentó a su lado.

― ¿Me perdonarás, querida niña, si aventuro una hipótesis y te formulo una pregunta?

― ¿Quién podría tener más derecho que usted? ―dijo ella―. Pregunte lo que guste, y se lo contaré todo. Aunque mi historia no contiene más que perplejidades y misterio. No sé absolutamente nada. Hágame la pregunta que quiera. Mas no se olvide, por supuesto, de las limitaciones que mi madre me impuso.

― Desde luego, mi querida niña. No debo abordar los asuntos que ella desea silenciar. Veamos: el maravilloso suceso ocurrido la pasada noche consiste en que has sido desplazada de tu cama y de tu habitación sin despertarte, y ese traslado aparentemente ha tenido lugar con las ventanas y las dos puertas cerradas desde el interior. Voy a exponerte mi teoría, mas antes te haré una pregunta.

Carmilla se apoyaba en su mano, abatida. Madame Perrodon y yo escuchábamos conteniendo la respiración.

― Bien, mi pregunta es la siguiente: ¿nunca has tenido la sospecha de que pudieras caminar en sueños?

― Jamás, desde que era niña.

― ¿Lo hacías, entonces, cuando eras muy pequeña?

― Sí, sé que lo hacía. Mi vieja aya me lo ha contado a menudo.

Mi padre sonrió, asintiendo con la cabeza.

― Bueno, eso explica lo ocurrido, que fue lo siguiente: te levantaste dormida, y abriste la puerta, sin dejar la llave en la cerradura, como de costumbre, sino extrayéndola y cerrando aquélla por fuera. Luego volviste a extraer la llave y te la llevaste a cualquiera de los veinticinco aposentos de esta planta, o tal vez escaleras arriba o abajo. Hay tantos aposentos y gabinetes, tal profusión de muebles pesados, y tanta acumulación de trastos viejos, que se necesitaría una semana para registrar a fondo esta vieja mansión. ¿Comprendes ahora lo que quiero decir?

― Claro que sí. Pero no del todo ―respondió ella.

― ¿Y cómo te explicas, papá, que la hayamos encontrado después en el sofá de la recámara, que con tanto cuidado habíamos registrado?

― Regresaría allí, todavía en sueños, cuando ya os habíais marchado. Y por último se despertaría espontáneamente, sintiéndose tan sorprendida de encontrarse donde estaba como cualquiera de nosotros. Ya me gustaría a mí que todos los misterios se pudieran explicar tan fácil e inocentemente como los tuyos, Carmilla ―añadió mi padre, sonriendo―. De modo que debemos felicitarnos por tener la certeza de que la explicación más sencilla del suceso no implica drogas, ni cerraduras forzadas, ni ladrones, ni envenenadores, ni brujas… Nada que deba alarmar a Carmilla, ni a cualquier otra persona, respecto a nuestra propia seguridad.

Carmilla ofrecía ahora un aspecto encantador. Tenía un tono de color más hermoso que nunca. Su belleza, pienso, se veía realzada por la elegante languidez que le era tan peculiar. Sospecho que mi padre debió de comparar su aspecto con el mío, para sus adentros, porque observó:

― Desearía que mi pobre Laura tuviera mejor semblante.

Y suspiró.

De esta manera, se acabaron felizmente nuestras alarmas, y Carmilla fue restituida a sus amigos.


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Mensaje por OhMyPrettyEli Lun 28 Abr 2014, 8:12 pm

Parece que cada vez  la historia se adentra más en los sueños y lo que provocan.
Esas pesadillas están empezando a afectarle cada vez más en la vida real, pero esos sueños deben significar algo importante,  la pregunta es qué?


espero el siguiente capitulo n.n :D
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Mensaje por DearLizzy Mar 29 Abr 2014, 2:16 pm

OhMyPrettyEli escribió:Parece que cada vez  la historia se adentra más en los sueños y lo que provocan.
Esas pesadillas están empezando a afectarle cada vez más en la vida real, pero esos sueños deben significar algo importante,  la pregunta es qué?


espero el siguiente capitulo n.n :D
Oh, sí que deben tener su significado... pronto lo sabrás, mientras sufre con la incertidumbre.  Carmilla - Página 2 1606340316
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Mensaje por DearLizzy Mar 29 Abr 2014, 2:47 pm



IX. El Doctor
Carmilla no estaba dispuesta a que ninguna sirvienta pasara la noche en su habitación, pero mi padre dispuso que un criado durmiera delante de su puerta, de manera que no pudiera realizar otra salida nocturna sin ser detenida en su mismo umbral.

Aquella noche transcurrió en calma. A primeras horas de la mañana siguiente, vino a verme el doctor, al que mi padre había hecho llamar sin decirme una palabra.

Madame Perrodon me acompañó a la biblioteca, en donde me estaba esperando el severo y diminuto médico, de cabello blanco y con gafas, que antes he mencionado.

Le conté mi historia y, a medida que lo hacía, él iba poniéndose cada vez más serio.

Estábamos, él y yo, en el hueco de una de las ventanas, el uno frente al otro. Cuando terminé mi exposición, se apoyó en la pared, y me miró fijamente con un interés en el que se transparentaba un cierto horror.

Tras un minuto de reflexión, preguntó a madame Perrodon si podía ver a mi padre.

Por consiguiente se le mandó buscar, y cuando entró, sonriente, dijo:

― Estoy por pensar, doctor, que va a decirme que soy un viejo estúpido por haberle hecho venir hasta aquí. Espero que así sea.

Pero su sonrisa se ensombreció cuando el doctor le llamó aparte, con el rostro muy preocupado.

Mi padre y el médico hablaron un rato en el mismo hueco donde yo acababa de conferenciar con este último. Parecía una conversación sincera y argumentativa. La habitación es muy grande, y madame Perrodon y yo permanecimos juntas, al otro extremo, ardiendo de curiosidad. Sin embargo, no pudimos oír ni una sola palabra, ya que hablaban en voz baja y el profundo hueco de la ventana ocultaba por completo al doctor de nuestra vista, y casi enteramente a mi padre, del que tan sólo podíamos ver un pie, un brazo y un hombro. Supongo que las voces eran todavía menos audibles a causa de la especie de reservado que formaban el grueso muro y la ventana.

Al cabo de un rato, asomó en la habitación el rostro de mi padre. Estaba pálido, pensativo, y, me pareció, nervioso.

― Laura, querida, ven aquí un momento. Madame, de momento no la molestaremos más, dice el doctor.

En consecuencia, me acerqué, por primera vez un poco asustada. Pues, a pesar de sentirme débil, no creía estar enferma, y la fortaleza, se imagina una siempre, es algo que podemos recobrar cuando nos plazca.

Según me acercaba, mi padre me tendió la mano, aunque seguía mirando al médico. Luego me dijo:

― Desde luego es muy curioso; no acabo de entenderlo. Laura, querida, acércate. Presta atención al doctor Spielsberg, y serénate.

― La noche en la que experimentaste por vez primera tu horrible sueño, mencionaste haber sentido como si dos agujas te hubieran perforado la piel en alguna parte del cuello. ¿Te sigue doliendo todavía?

― No, en absoluto ―contesté.

― ¿Puedes señalarme con el dedo el lugar aproximado en el que te imaginas que te ocurrió eso?

― Más o menos debajo de la garganta… aquí ―contesté.

Llevaba yo puesta una bata, que ocultaba el lugar que estaba señalando con el dedo.

― Ahora se convencerá usted misma ―dijo el doctor―. No le importará que su papá le abra un poco el escote, ¿verdad? Es necesario para descubrir algún síntoma de la enfermedad que padece.

Asentí. El lugar indicado estaba tan sólo a una o dos pulgadas por debajo del escote.

― ¡Dios mío!... Ahí está ―exclamó mí padre, poniéndose pálido.

― Ahora puede verlo con sus propios ojos ―dijo el doctor, con aire triunfal aunque pesimista.

― ¿Qué es eso? ―exclamé yo, empezando a asustarme.

― Nada, mi querida damita, sólo una diminuta marca azulada, aproximadamente del tamaño de la yema de su dedo meñique. Ahora bien ―prosiguió, volviéndose hacia papá―, la cuestión es ¿qué es lo mejor que puede hacerse?

― ¿Existe algún peligro? ―insistí, sumamente turbada.

― Espero que no, querida ―contestó el doctor―. No veo por qué no habría de reponerse. No veo por qué no habría de comenzar a mejorar inmediatamente. ¿Es ahí donde empieza la sensación de estrangulamiento?

― Sí ―contesté yo.

― Acuérdese lo mejor que pueda: ¿actuaba como una especie de centro, alrededor del cual se producía la irradiación de ese estremecimiento que acaba de describir, como la corriente de un río helado chocando contra usted?

― Es posible; creo que sí.

― ¡Ah! ¿Lo ve? ―añadió, volviéndose hacia mi padre―. ¿Puedo decirle unas palabras a madame Perrodon?

― Desde luego ―dijo mi padre.

El doctor Spielsberg llamó a madame Perrodon y le dijo:

― He encontrado a mi joven amiga bastante desmejorada. Espero que no sea nada de importancia. Mas será preciso tomar algunas medidas, que ya tendré ocasión de explicarle. Mientras tanto, madame, tendrá la amabilidad de no dejar sola a la señorita Laura ni un solo momento. Esa es, por el momento, la única instrucción que puedo darle. Es indispensable.

― Ya sé, madame, que podemos contar con su amabilidad ―añadió mi padre.

Madame Perrodon se lo aseguró vehementemente.

― Y tú, mi querida Laura, sé que cumplirás las instrucciones del doctor.

― Debo pedirle su opinión ―prosiguió mi padre, dirigiéndose otra vez al médico― sobre otra paciente, cuyos síntomas se parecen un poco a los de mi hija, que ella misma acaba de detallarle… Mucho más benignos en cuanto a intensidad, mas pienso que prácticamente de la misma especie. Se trata de una joven dama… y huésped nuestra. Pero ya que dice usted que volverá a visitarnos al anochecer, lo mejor será que cene aquí con nosotros, y entonces podrá verla. Ella no baja nunca antes del atardecer.

― Se lo agradezco ―dijo el doctor―. Estaré con ustedes, pues, esta tarde, hacia las siete.

Y a continuación nos repitieron sus instrucciones a madame Perrodon y a mí. Y con este último encargo mi padre nos dejó, y salió con el doctor. Les vi ir y venir del camino al foso y viceversa, por el prado que está enfrente del castillo, manifiestamente ensimismados en una animada conversación.

El doctor no regresó. Le vi montar a caballo, despedirse, y cabalgar hacia el este atravesando el bosque. Casi al mismo tiempo vi llegar de Dranfeld al correo, el cual, tras desmontar, le entregó a mi padre la saca de la correspondencia.

Mientras tanto, madame Perrodon y yo estuvimos muy ocupadas perdiéndonos en conjeturas acerca de los motivos de la singular y severa orden que el doctor y mi padre habían convenido en imponernos. Madame Perrodon, según me contó más tarde, tenía miedo de que el doctor se recelara un ataque repentino, y que como consecuencia de no contar con ayuda inmediata, pudiera yo perder la vida en un acceso, o al menos quedar seriamente dañada.

Esta interpretación no me sorprendió. Me imaginé, quizás por suerte para mis nervios, que aquella orden me había sido impuesta solamente para garantizarme una compañera, la cual me impidiera hacer demasiado ejercicio, o comer fruta sin madurar, o cometer cualquiera de las mil insensateces a las que los jóvenes supuestamente son tan propensos.

Media hora más tarde entró mi padre con una carta en la mano, y dijo:

― Esta carta ha llegado con retraso. Es del general Spielsdorf. Podía haber estado aquí ayer, puede que no venga hasta mañana, o tal vez llegue hoy.

Me entregó la carta abierta. Pero no parecía complacido, como tenía por costumbre cada vez que llegaba un huésped, en especial alguien tan apreciado como el general. Por el contrario, daba la impresión de que desearía más bien que aquél se encontrara en el fondo del Mar Rojo. Evidentemente había algo en su mente que prefería no divulgar.

― Querido papá, ¿quieres contarme qué pasa? ―dije yo, cogiéndole de repente por el brazo y, por supuesto, mirándole a los ojos en actitud suplicante.

― Tal vez ―respondió, alisándome el cabello acariciadoramente por encima de la frente.

― ¿Piensa el doctor que estoy muy enferma?

― No, querida. Cree que si se toman las medidas oportunas, volverás a ponerte bien, o al menos en uno o dos días estarás en perfecta disposición para recuperarte por completo ―contestó, un poco secamente―. Hubiera sido preferible que nuestro buen amigo el general hubiese elegido otro momento cualquiera; es decir, me habría gustado que estuvieras perfectamente bien para recibirle.

― Mas dime, papá ―insistí―, ¿qué piensa el doctor que me pasa?

― Nada. No debes atormentarme con preguntas ―respondió, más irritado de lo que recuerdo haberle visto nunca. Y viendo, me imagino, que yo parecía dolida, me besó y agregó―: Lo sabrás todo dentro de uno o dos días; es decir, todo lo que yo sé. Entre tanto, no lo pienses más.

Dio media vuelta y abandonó la habitación, pero regresó antes de que yo pudiera sentirme asombrada y perpleja por la singularidad de todo aquello. Volvió sólo para decirme que se iba a Karnstein y que había ordenado que dispusieran el carruaje para las doce. Y que teníamos que acompañarle madame Perrodon y yo. Iba a ver al sacerdote que vivía próximo a aquellos lugares pintorescos, por una cuestión de negocios. Y como Carmilla jamás los había visto, podría seguirnos, cuando bajara de sus habitaciones, acompañada por mademoiselle De Lafontaine, que llevaría lo necesario para lo que ustedes llaman un picnic, que podríamos organizar en las ruinas del castillo.

En consecuencia, a las doce en punto estaba ya preparada, y poco después mi padre, madame Perrodon y yo nos pusimos en camino para nuestra proyectada excursión. Una vez cruzado el puente levadizo torcimos a la derecha, y seguimos el camino que atravesaba el empinado puente gótico en dirección oeste, hasta llegar al pueblo desierto y el castillo en ruinas de los Karnstein.

No es posible imaginar una excursión campestre más agradable. El terreno se quiebra en suaves colinas y hondonadas, cubiertas todas ellas de hermoso bosque, totalmente desprovisto de la relativa formalidad que le confieren las plantaciones artificiales, el cultivo tempranero y la poda.

Las irregularidades del terreno desvían a menudo el camino de su curso, y le hacen serpentear, bordeando las quebradas y las laderas más abruptas de las colinas, en medio de una diversidad casi inagotable de suelos.

Al torcer uno de esos recodos, súbitamente nos topamos con nuestro viejo amigo el general, que cabalgaba hacia nosotros, acompañado por un criado también a caballo. Su equipaje le seguía en un carromato de alquiler, que es como llamamos nosotros a los carros.

Al acercarnos el general desmontó y, tras los saludos de rigor, le convencimos fácilmente para que aceptara un asiento libre en nuestro carruaje, y enviamos su caballo al schloss con su criado.


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Mensaje por OhMyPrettyEli Mar 29 Abr 2014, 3:16 pm

Una de las partes que me gustaron, fue cuando  el doctor lucia algo preocupado y asustado al oír la historia, y cuando noto esos puntos azulados en su cuerpo, (jiji por un momento se me a figuro mordeduras de vampiro :O)
  Me intriga la causa del malestar que ella tiene  y que pareciera que se lo quieren ocultar no diciéndole nada hasta dentro de 2 días ¿Por qué?! :O
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Mensaje por DearLizzy Mar 29 Abr 2014, 3:43 pm

OhMyPrettyEli escribió:Una de las partes que me gustaron, fue cuando  el doctor lucia algo preocupado y asustado al oír la historia, y cuando noto esos puntos azulados en su cuerpo, (jiji por un momento se me a figuro mordeduras de vampiro :O)
  Me intriga la causa del malestar que ella tiene  y que pareciera que se lo quieren ocultar no diciéndole nada hasta dentro de 2 días ¿Por qué?! :O
Hahaha, qué curioso, yo también.  Carmilla - Página 2 1857533193 No lo sé, tal vez para asegurar algunos criterios, no lo sé. Carmilla - Página 2 3232760151
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Mensaje por DearLizzy Dom 04 Mayo 2014, 9:27 pm



X. Desconsolado
Habían transcurrido alrededor de diez meses desde que le habíamos visto por última vez. Pero ese corto espacio de tiempo había bastado para que su aspecto hubiera experimentado una transformación propia del paso de los años. Había adelgazado. Un no sé qué de melancolía e inquietud en sus rasgos había reemplazado a aquella serenidad cordial que solía caracterizarle. Sus ojos azul oscuro, siempre penetrantes, brillaban ahora con mayor severidad bajo sus enmarañadas cejas grises. No se trataba de una de esas transformaciones que normalmente provoca una gran congoja, sino que una especie de apasionado furor parecía haberle conducido a aquel estado.

Apenas reanudamos la marcha, el general empezó a hablar, con su habitual franqueza de militar, de la “pérdida”, así la llamó, que había sufrido por la muerte de su querida sobrina y pupila. Y luego estalló, en un tono de intensa amargura y furor, lanzando invectivas contra las “artes diabólicas” de las que había sido víctima la infeliz muchacha, y expresando, con más exasperación que piedad, su asombro ante el hecho de que el Cielo permitiera con tan monstruosa indulgencia la lascivia y maldad del infierno.

Mi padre, que inmediatamente se dio cuenta de que le había acontecido algo realmente extraordinario, le pidió que detallara, si no le resultaba demasiado penoso, las circunstancias que en su opinión justificaban los duros términos en que se expresaba.

― Se lo contaría todo con sumo placer ―dijo el general―, mas no me creería.

― ¿Por qué no? ―preguntó mi padre.

― Porque, querido amigo ―contestó él, con malhumor―, usted no cree en nada que no esté de acuerdo con sus prejuicios y sus gustos. Recuerdo que yo era como usted, mas ahora me he aprendido la lección.

― Póngame a prueba ―dijo mi padre―; no soy tan dogmático como usted supone. Además, me consta que, en general, usted exige pruebas para creerse algo, y, por consiguiente, estoy firmemente predispuesto a respetar sus conclusiones.

― Tiene razón al suponer que no he sido inducido a la ligera a creer en la existencia de prodigios (pues lo que experimenté fueron prodigios). Me he visto obligado, ante una evidencia extraordinaria, a dar crédito a algo que va diametralmente en contra de todas mis teorías. He sido víctima inocente de una conspiración preternatural.

A pesar de sus profesiones de confianza en la perspicacia del general vi que, al llegar a ese punto, mi padre le miró con lo que me pareció una acusada expresión de duda acerca de su cordura.

El general, afortunadamente, no lo advirtió. Miraba con melancolía los claros y perspectivas de los bosques que se extendían ante nosotros.

― ¿Se dirige a las ruinas de los Karnstein? ―dijo―. Sí, es una feliz coincidencia. Precisamente iba a pedirle que me llevara allí para inspeccionarlas. Hay algo en especial que me gustaría explorar. ¿No existe una capilla en ruinas con numerosas tumbas de esa familia extinta?

― Así es… y por añadidura muy interesante ―dijo mi padre―. ¿Acaso pretende reclamar el título nobiliario o las propiedades?

Mi padre dijo esto alegremente, pero el general no respondió con la obligada risa, ni siquiera la sonrisa, que la cortesía exige a las bromas de un amigo. Al contrario, parecía serio e incluso furioso, como si estuviera cavilando sobre algo que provocara su ira y su horror.

― Se trata de algo bien distinto ―dijo bruscamente―. Tengo la intención de desenterrar a algún miembro de esa familia tan admirable. Espero, ¡voto a Dios!, llevar a cabo un piadoso sacrilegio, que liberará a nuestra tierra de ciertos monstruos, y permitirá que la gente honrada duerma en sus camas sin verse atacada por asesinos. Tengo extrañas cosas que contarle, mi querido amigo; cosas que hace unos pocos meses yo mismo hubiera rechazado como increíbles.

Mi padre volvió a mirarle, mas en esta ocasión no había desconfianza en su mirada, sino más bien una especie de compresión profunda y una cierta alarma.

― La familia de los Karnstein ―dijo― se extinguió hace ya mucho tiempo; cien años por lo menos. Mi querida esposa descendía por la línea materna de los Karnstein. Mas el apellido y el título han dejado de existir hace mucho. El castillo está en ruinas; el mismo pueblo está abandonado; han pasado más de cincuenta años desde la última vez que se vio salir humo por alguna de sus chimeneas; no queda ni un techo intacto.

― Totalmente cierto. He oído muchos comentarios sobre eso desde que le vi por última vez; tantos que se asombraría. Pero es mejor que se lo cuente todo en el orden en que sucedió ―dijo el general―. Usted conoció a mi querida pupila… mi hija, podría llamarla. No había nadie tan hermosa como ella, y hace tan sólo tres meses ninguna otra de salud tan radiante.

― En efecto, ¡pobrecita! Cuando la vi por última vez estaba realmente preciosa ―dijo mi padre―. Le aseguro que me apenó y conmocionó más de lo que podría contarle, mi querido amigo; sabía cuán duro golpe fue para usted.

Mi padre tomó la mano del general, y se la estrechó con afecto. Los ojos del viejo soldado se llenaron de lágrimas, que no trató de ocultar. Luego dijo:

― Somos amigos desde hace mucho tiempo. Sabía que me compadecería, ya que no tengo hijos. Ella se había convertido para mí en objeto del más caro interés, y correspondía a mis atenciones con un afecto que alegraba mi hogar y aportaba felicidad a mi vida. Ahora todo ha terminado. No pueden ser muchos los años que me quedan de vida. Pero, con la ayuda de Dios, antes de morir espero poder prestar un servicio a la humanidad, y contribuir a la venganza del Cielo contra los desalmados que han asesinado a mi pobre niña en la primavera de sus esperanzas y su belleza.

― Decía, hace un momento, que pretendía relatar todo lo ocurrido ―dijo mi padre―. Hágalo, se lo ruego; le aseguro que no es sólo curiosidad lo que me incita.

Para entonces habíamos llegado al lugar en que el camino de Drunstall, por el que había venido el general, se bifurca del otro camino por el que nos dirigíamos a Karnstein.

― ¿A qué distancia quedan las ruinas? ―preguntó el general, mirando al frente con inquietud.

― Alrededor de media legua ―contestó mi padre―. Por favor, cuéntenos la historia que ha tenido la amabilidad de prometernos.


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Mensaje por OhMyPrettyEli Dom 04 Mayo 2014, 11:14 pm

Jajajajaj se alarga la intriga y curiosidad.  Ahora me pregunto, ¿Cómo abran asesinado a esa joven que tanto amaba el general? Y ¿Cuáles fueron los motivos?
y eso de desenterrar un cuerpo, que miedo hacer eso :O
espero las respuestas…. Estas, y las del anterior capitulo: D
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