Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 7 de 14. • Comparte
Página 7 de 14. • 1 ... 6, 7, 8 ... 10 ... 14
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Perdón por el retraso, ahora les subo :D
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
CAPÍTULO 16
La orquesta empezó a tocar una versión lenta de Moondance, de Van Morrison. Nick me pegó contra él hasta que sentí su aliento en la sien y el roce de sus muslos contra los míos. Seguimos bailando, y yo lo seguí a ciegas con paso algo inseguro, como si estuviéramos en la cubierta de un barco en vez de en tierra firme. Sin embargo, me sujetaba con firmeza y compensaba cada pequeño traspié que yo daba. Tomé aire para aspirar su aroma almizcleño. Una fina película de sudor me cubrió el cuerpo de repente, como si se me hubiera encendido la piel.
La canción llegó a su fin. Los aplausos y los primeros acordes de la siguiente, que era más movida, me resultaron molestos. De hecho, fue como si me despertaran con un jarro de agua fría en la cara. Parpadeé y seguí a Nick a través de la multitud. Nos vimos obligados a pararnos varias veces para charlar con sus amistades. Nick conocía a todo el mundo. Y también resultó ser mejor que yo a la hora de mantener la fachada cordial que la situación requería. No obstante, sentía la férrea tensión de su brazo al guiarme entre la multitud mientras buscaba algún hueco por el que avanzar.
Encendieron las velas de la tarta de cumpleaños y la orquesta acompañó a los asistentes en una versión achispada, pero entusiasta, del Cumpleaños feliz. Repartieron trozos de tarta con gominola, caramelo y nata montada. Yo sólo fui capaz de darle un mordisco, pero la densa cobertura se me quedó un pelín atascada en la garganta. Después de bajar la tarta con unos sorbos de champán, mi estado de ánimo mejoró gracias al azúcar y al alcohol. Seguí a Nick, que tiraba de mi mano.
Nos detuvimos para despedirnos de Churchill y de su novia. Jesse estaba en un rincón con una chica que parecía tragarse su triste historia de la novia que se había largado a Francia. Me despedí de Destiny, Hardy, Kevin y Danielle con un gesto de la mano, ya que estaban al otro lado de la estancia.
—Creo que deberíamos haber utilizado alguna excusa para irnos antes de que la fiesta acabe —le dije a Nick—. Que teníamos que echarle un vistazo a Jerry o...
—Saben perfectamente por qué nos vamos.
No hablamos mucho durante el trayecto de vuelta al número 1800 de Main Street. Teníamos los sentimientos a flor de piel. Todavía no conocía a Nick lo suficiente como para sentirme cómoda con él... Teníamos que acostumbrarnos el uno al otro.
Sin embargo, sí le hablé de la conversación que había mantenido con Joe, y él me escuchó con mucha atención. En ese momento, me di cuenta de que, aunque Nick entendía la postura de Joe, desde un punto de vista visceral no era capaz de asimilarla.
—Debería haber peleado por ti —me dijo—. Debería haber intentado romperme la crisma.
—¿Qué habría conseguido con eso? —le pregunté—. A fin de cuentas, es decisión mía, ¿no?
—Cierto, tú decides. Pero eso no cambia el hecho de que debería haber intentado darme una hostia por haberle trincado a su mujer.
—No me has trincado —protesté.
Me lanzó una mirada que hablaba por sí sola.
—Todavía.
Y mi corazón se puso a bailar una rumba.
Subimos a su apartamento, que aún no había visto. Estaba unos cuantos pisos por encima del mío, y contaba con unos enormes ventanales desde los que se disfrutaba de una maravillosa vista de Houston cuyas luces relucían como diamantes diseminados sobre un manto de terciopelo.
—¿A qué hora le dijiste a la canguro que volverías? —me preguntó Nick mientras yo curioseaba por el apartamento. Era muy elegante y un tanto espartano, con sillones tapizados con cuero oscuro, unos cuantos cuadros, algunos objetos decorativos de diseño y tejidos en tonos marrón chocolate, beis y azul.
—Le dije que sobre las once. —Rocé el borde de un cuenco de cristal grabado con espirales. Me temblaban los dedos una barbaridad—. Bonito apartamento.
Nick se colocó detrás de mí y me tocó los hombros con las manos antes de deslizarías por mis brazos. Su calidez me provocó un cosquilleo muy agradable. Me cogió una de las manos. Tras sujetarme con fuerza los gélidos dedos, inclinó la cabeza hasta rozarme el cuello con los labios. La caricia encerraba una promesa sensual.
Siguió besándome ese punto, en busca del lugar más sensible, y cuando lo encontró, di un respingo y me pegué contra él de forma instintiva.
—Nick... No seguirás cabreado porque Joe se quedó en mi apartamento, ¿verdad?
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, tocando cada centímetro y deteniéndose cada vez que descubría una respuesta instintiva. Me arqueé, presa del placer. En el fondo de mi mente, sabía que Nick estaba recabando información, descubriendo mis zonas erógenas, los puntos más vulnerables.
—En fin, _______... cada vez que lo recuerdo, me entran ganas de aplastar algo.
—Pero no pasó nada —protesté.
—Ése es el único motivo por el que no he ido detrás de él para borrarlo del mapa.
No supe bien si era una exageración o si había algo de verdad en sus palabras. Me decanté por responderle con un tono razonable, un tanto irónico, aunque me costó mucho, porque sus dedos comenzaron a acariciarme el escote.
—No irás a tomarte la revancha conmigo, ¿verdad?
—Pues, mira por dónde, sí. —Se quedó sin aliento cuando descubrió que no llevaba sujetador—. Esta noche te vas a enterar de lo que es bueno, ojos azules.
Con una indecente lentitud, su mano se deslizó por mi pecho. Me apoyé en él y mantuve el equilibrio a duras penas sobre los tacones plateados. Mi pezón acabó entre sus dedos, de modo que comenzó a acariciármelo suavemente con el pulgar, hasta que se endureció.
Me hizo dar la vuelta para quedar de cara a él.
—Preciosa —murmuró. Sus manos bajaron por mi cuerpo, siguiendo la silueta de mi ajustado vestido. Me miraba con gran concentración y con los párpados entornados. La sombra de sus largas pestañas oscurecía sus pómulos afilados—. Mía —susurró en voz tan baja que apenas alcancé a escucharlo.
Hechizada, clavé la mirada en sus ojos oscuros y negué muy despacio con la cabeza.
—Sí —me contradijo Nick antes de besarme.
Respondí sin poder evitarlo, aferrándome con fuerza a la pechera de su camisa. Me enterró los dedos en el pelo para inmovilizarme la cabeza mientras sus labios se apoderaban de mi boca buscando el ángulo correcto para saborearme mejor, de forma que acabé consumida por las llamas.
Me cogió de la mano y me arrastró hasta el dormitorio. Pulsó uno de los tres interruptores que encendían las luces y la estancia quedó iluminada por un suave resplandor que no supe muy bien de dónde procedía. Estaba demasiado excitada como para fijarme mucho en la decoración, y sólo me percaté de que la cama era enorme y de que tenía una colcha ámbar y las sábanas de lino blanco.
Carraspeé e intenté parecer despreocupada, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Ni siquiera me merezco un poquito de música romanticona para seducirme? —pregunté.
Nick meneó la cabeza.
—Suelo hacerlo a capela.
—¿Te vas a marcar un solo?
—No, no he hecho ningún solo desde que tenía catorce años.
Mi carcajada nerviosa acabó en un jadeo cuando Nick extendió los brazos para abrir los diminutos broches que me cerraban el vestido por delante. Cuando se abrió, mis pechos y las braguitas blancas de seda quedaron expuestos.
—Mírate —susurró—. Es un crimen que lleves ropa.
Me quitó el vestido de los hombros y lo dejó caer al suelo. Me ruboricé de la cabeza a los pies al saberme allí de pie, vestida tan sólo con los zapatos y las bragas.
Las prisas entorpecieron mis movimientos cuando intenté quitarle la camisa negra, de modo que Nick lo hizo por mí. Tenía un torso definido y fuerte, con una deliciosa tableta de chocolate. Acaricié con inseguridad el vello de su pecho deteniéndome de vez en cuando para juguetear con él. Era maravilloso tocarlo. Dejé que sus brazos me rodearan al tiempo que yo hacía lo mismo. El roce de su vello me hizo cosquillas en el pecho, y sus besos, ardientes y apasionados, me volvieron loca.
Cuando vio que me pegaba a él y que comenzaba a frotarme contra su evidente erección, Nick me apartó un poco con una carcajada ahogada.
—Todavía no.
—Te necesito —le dije, acalorada y temblorosa.
Nunca le había dicho eso a ningún hombre. Mientras lo decía, recordé lo que Nick me había dicho en el aparcamiento: «... sabes que, si empiezas una relación conmigo, llegarás mucho más lejos de lo que has llegado con Joe». Era verdad. Una verdad como un templo. Iba a dejar que Nick se acercara a mí de un modo que trascendía el plano físico. El pánico se apoderó de mí al darme cuenta del enorme riesgo que estaba a punto de correr.
Cuando se percató de mi pánico, Nick me aprisionó entre sus muslos y me abrazó contra su pecho. Me abrazó en silencio, con una paciencia infinita.
—Yo... —conseguí decir al cabo de un rato— supongo que no me siento del todo segura.
—Probablemente porque no lo estás. —Nick aferró mis braguitas con los pulgares y me las bajó—. Pero te aseguro que en unos minutos no te vas a acordar siquiera, guapa.
Aturdida, dejé que me quitara las bragas y lo obedecí cuando me instó a sentarme en el borde de la cama. Intenté agacharme para quitarme las sandalias.
—No —murmuró Nick, que se arrodilló delante de mí. Me separó las piernas con las manos y me miró con expresión absorta.
Intenté cerrar las piernas.
—La luz... —protesté, avergonzada, pero Nick me sujetó con fuerza y, a pesar de que me estaba retorciendo, se inclinó hacia delante y me besó justamente ahí. Utilizando la lengua. En cuestión de segundos, estaba gimiendo, paralizada por el placer que crecía a cada lametón. La sensación fue aumentando poco a poco hasta que el deseo se volvió insoportable y le sujeté la cabeza con las manos para mantenerlo pegado a mí. Nick me agarró de las muñecas y me colocó los brazos a los costados para que no me moviera.
Inmovilizada y con las piernas separadas, empecé a jadear mientras me lamía, me mordisqueaba y me besaba hasta el punto de que mi cuerpo comenzó a tensarse de forma involuntaria.
Nick se apartó y me dejó abandonada a la deriva. Me sentía débil, desesperada, y el corazón estaba a punto de salírseme del pecho. Mientras me miraba, todavía arrodillado delante de mí, estiré las manos para desabrocharle los pantalones. Movía los dedos con torpeza, como si llevara guantes.
Nick estaba muy excitado, tan duro que parecía a punto de estallar. Lo toqué maravillada, lo aferré con una mano y me acerqué hasta rozarlo casi con los labios. Se quedó muy quieto y soltó un débil gemido. Soportó mis suaves caricias, la delicada succión de mis labios cuando intenté abarcarlo con la boca en la medida de lo posible. Sin embargo, en cuestión de segundos, me volvió a apartar con una protesta:
—No... no puedo. Estoy a punto de estallar. Estoy... _______, espera...
Se quitó la ropa y se reunió conmigo en la cama, donde me arrastró hasta el centro del colchón. Se tomó su tiempo para quitarme las sandalias, ya que desabrochó las tiras una a una cuando habría bastado con sacármelas sin más. Y después volvió a colocarse sobre mí, acariciándome los pechos con la boca y la entrepierna con el muslo. Lo abracé y le coloqué las manos en la espalda. Cuando nuestras bocas se encontraron, me rendí con un gemido, me dejé llevar por la pasión. Me abrazó con fuerza y rodó hasta que los dos quedamos de costado. Empezó a acariciarme por todas partes.
Nuestros cuerpos entrelazados comenzaron a rodar lentamente por el colchón. Era como una lucha sensual en la que nuestros cuerpos se deslizaban, frotándose el uno contra el otro, el mío intentando que lo penetrara y el de Nick retrasando el momento de hacerlo. Siguió torturándome, acariciándome y excitándome hasta que le supliqué con voz ronca que lo hiciera, que estaba preparada, que no aguantaba más.
Me colocó de espaldas y me separó las piernas todo lo que fue capaz. Me dejé hacer con un gemido al tiempo que alzaba las caderas.
Cuando por fin me penetró, fue como si el mundo dejara de girar y sólo pudiera sentir esa larga y lenta embestida. Me aferré a sus hombros, clavándole las uñas. Se hundió en mi interior pese a la resistencia que ofrecía mi cuerpo, mientras murmuraba una y otra vez que me relajara, que iría con cuidado, y efectivamente, cuando me relajé lo noté hundido hasta el fondo.
Me miró con una expresión crispada y los ojos brillantes, y me apartó un mechón de la frente.
—Vas a tener que acostumbrarte —susurró, y yo asentí con la cabeza como si estuviera hipnotizada.
Me besó en los labios y comenzó a moverse en mi húmedo y estrecho interior, con la delicadeza de la que sólo era capaz un hombre tan grande. Estaba atento a cada jadeo, a cada movimiento, a fin de encontrar el ritmo perfecto. Y cuando lo encontró, grité sin poder evitarlo.
Nick casi se puso a ronronear de satisfacción.
—¿Te gusta así, _______?
—Sí. ¡Sí!
Le clavé los dedos en la espalda y levanté las caderas. Su musculoso cuerpo me mantuvo pegada al colchón mientras me penetraba con un ritmo lento y controlado, de modo que acabé debatiéndome para instarlo a que fuera más rápido, con más fuerza. Lo escuché soltar una carcajada satisfecha. Me aplastó contra el colchón y me obligó a aceptar el ritmo que me imponía, y, después de lo que me pareció una eternidad, me di cuenta de que me había relajado por completo. Eché la cabeza hacia atrás cuando me pasó un brazo bajo el cuello y empezó a besarme la garganta.
Se movía con un ritmo incansable, llegando hasta el fondo en cada embestida, que eran deliciosas, tiernas y a la vez sensuales. Cuando llegué a lo más alto de esa tortuosa cima, el placer se apoderó de mí y, mientras los espasmos sacudían mi cuerpo, me aferré a sus caderas con las piernas. Nick siguió moviéndose hasta que las sacudidas cesaron y después aceleró un poco el ritmo en busca de su propio orgasmo.
Después, me quedé un buen rato tumbada y temblando con el brazo de Nick bajo la cabeza. Tenía los muslos pegajosos. Giré la cabeza para apoyarme en su hombro. Mi cuerpo estaba satisfecho y relajado, y algunas zonas seguían extremadamente sensibles a cualquier estímulo.
—Descansa un poco —murmuró Nick al tiempo que me tapaba con la sábana.
—No puedo —repliqué en voz baja—. Tengo que bajar. La canguro...
Me besó el pelo y su voz me acarició con la suavidad del terciopelo.
—Unos minutos nada más. Yo te despierto dentro de un rato.
Agradecida, me acurruqué contra él y me quedé profundamente dormida.
Al cabo de poco tiempo, me desperté parpadeando, consumida por la sensación un tanto irreal de que algo había cambiado. Yo. Me sentía insegura y un tanto débil, pero la sensación no estaba tan mal.
Nick estaba apoyado sobre un codo y me miraba con sorprendente seriedad. Acarició mis labios sonrientes con la yema de un dedo.
—Ha sido el mejor polvo de mi vida, _______. No recuerdo ninguno que se le parezca.
Cerré los ojos mientras sentía su dedo recorriendo mis cejas. Llegué a la conclusión de que la diferencia entre un buen polvo y uno glorioso radicaba en esa entrega tan especial que nunca había visto en Joe. Nick había estado totalmente pendiente de mí, de mis respuestas. Incluso en ese momento me tocaba como si el roce entre nuestros cuerpos fuera una forma de comunicación en sí misma. Las caricias de sus dedos se trasladaron a mi cuello.
—Tienes una piel muy suave —susurró—. Y tu pelo es como un manto de seda. Me encanta tu piel... y también me encanta cómo te mueves. —Me pasó el pulgar por el mentón—. Quiero que confíes en mí, _______. Quiero que seas mía. Algún día lograré que te entregues por completo.
Giré la cabeza para besarle la palma de la mano. Sabía a lo que se refería, lo que quería, pero no estaba segura de cómo decirle que era imposible. Nunca sería capaz de entregarme por completo en la cama. Una parte de mi mente siempre quedaría resguardada, protegida en un lugar que nadie podría alcanzar nunca.
—Acabo de hacerlo contigo con la luz encendida —le recordé—. ¿Te parece poco?
Soltó una carcajada y me besó.
Aunque estaba saciada, el roce de sus labios me provocó un ramalazo de deseo. Apoyé las manos en sus hombros y seguí el duro contorno de sus músculos.
—Te vi con Ashley en la fiesta —le dije—. Es muy guapa.
Nick hizo una mueca que no podía calificarse de sonrisa.
—Va perdiendo lustre cuanto más la conoces.
—¿De qué estabais hablando?
—Está poniendo a parir a Peter delante de cualquiera.
—¿Su marido? ¿También estaba en la fiesta?
—Sí. Parece que están haciendo todo lo posible por evitarse.
—Me pregunto si no le habrá sido infiel —murmuré.
—No sería de extrañar —masculló él.
—Qué triste. Aunque eso reafirma mi opinión sobre el matrimonio, no se puede prometer que vas a amar siempre a otra persona. Porque todo cambia.
—No todo. —Nick se acomodó en la almohada y yo me estiré junto a él, apoyando la cabeza en su hombro.
—¿Crees que te quería? —le pregunté—. Pero de verdad.
Suspiró, algo tenso.
—No sé yo si por su parte hubo amor en algún momento. —Hizo una pausa—. Si fue así, yo lo arruiné.
—¿Lo arruinaste? —Supe que tenía que andarme con mucho tiento con ese tema, que todavía quedaba un resquemor o cierto arrepentimiento—. ¿En qué sentido?
—Cuando me dejó por Pete, me dijo que... —Se interrumpió con un suspiro inquieto.
Me coloqué sobre él y crucé los brazos sobre su pecho.
—La confianza debe ser mutua, Nick. —Extendí el brazo para acariciar con los dedos su pelo alborotado—. Puedes contármelo.
Nick apartó la vista, ofreciéndome un perfil tan duro y perfecto como el de una moneda recién acuñada.
—Me dijo que quería demasiado. Que era demasiado exigente. Que la agobiaba.
—Vaya. —Sabía que para un hombre tan orgulloso como él, era lo peor que una mujer podría decirle—. ¿Y era verdad?—le pregunté como si nada—. ¿O más bien era una excusa para culparte por el hecho de haberte engañado? Me indigna que la gente justifique sus errores achacando la responsabilidad al otro.
La tensión abandonó su cuerpo.
—La verdad es que Ashley nunca se responsabilizó de nada. Aunque es posible que fuera un poco coñazo con ella. No me gustan las medias tintas, ni siquiera cuando me enamoro. —Se detuvo—. Soy bastante posesivo.
Daba la sensación de que creía estar desvelándome un secreto. Me mordí el labio para no soltar una carcajada.
—¡No me digas! —exclamé—. Lo bueno es que yo no tengo problemas para pararte los pies.
—Ya me he dado cuenta.
Nos miramos fijamente mientras sonreíamos.
—Así que, después de que Ashley te pusiera los cuernos, te pasaste unos cuantos años tirándote a todas las que se te ponían a tiro para dejarle claro lo que se estaba perdiendo.
—No, eso no ha tenido nada que ver con Ashley. Es que me gusta el sexo. —Deslizó su mano hasta mi trasero.
—¡No me digas! —Me aparté de él con una carcajada antes de saltar de la cama—. Tengo que ducharme.
Nick me siguió al instante.
Me paré en seco nada más encender la luz del cuarto de baño, una estancia muy bien iluminada decorada con un estilo moderno y con lavabos de piedra. Aunque lo que me dejó sin habla fue la ducha, un habitáculo de cristal, pizarra y granito con hileras de botones, mandos y termostatos.
—¿Por qué tienes el salpicadero de un coche en el cuarto de baño?
Nick pasó a mi lado, abrió la mampara de cristal y entró. Giró unos mandos, ajustó la temperatura del agua en las pantallas y comenzaron a salir chorros de agua por todos lados, incluido el techo, del que caían tres, formando una nube de vapor.
—¿No entras? —La voz de Nick me llegó a través del ruido del agua.
Atravesé la puerta y eché un vistazo. Nick estaba para comérselo, con ese cuerpo bronceado brillante a causa de las gotitas de agua. Si sus abdominales parecían una tableta de chocolate, era mejor no hablar de su espalda...
—Detesto tener que ser yo quien te lo diga —comencé—, pero vas a tener que empezar a hacer ejercicio. Un hombre de tu edad no puede descuidarse...
Me sonrió y me hizo un gesto para que me acercara a él. Me atreví a atravesar los chorros cruzados de agua y vapor procedentes de todas las direcciones.
—Me estoy ahogando —dije, y Nick se apresuró a sacarme de debajo de uno de los chorros del techo—. A saber la cantidad de agua que estamos despilfarrando.
—______, aunque no eres la primera que ha pisado esta ducha...
—Me has dejado muerta. —Me pegué contra él mientras me enjabonaba la espalda.
—Te juro que eres la primera que se ha preocupado por el agua.
—Bueno, ¿cuánta crees que estamos gastando?
—Unos cuarenta litros por minuto, litro arriba litro abajo.
—¡Madre del amor hermoso! ¡Date prisa! No podemos quedarnos mucho tiempo. ¡Desestabilizaremos todo el ecosistema mundial!
—Estamos en Houston, _______. El ecosistema ni se va a inmutar.
Pasó de mis protestas y comenzó a enjabonarme el pelo. La sensación era tan buena que acabé cerrando la boca y me quedé allí plantada, dejando que sus fuertes manos me recorrieran de la cabeza a los pies mientras aspiraba el vapor. Y yo le devolví el favor, acariciando su pecho enjabonado con expresión soñadora y explorando las maravillosas y masculinas texturas de su cuerpo.
La situación me resultó un tanto irreal por la tenue luz, por la caricia del agua sobre la piel, por la increíble sensualidad del momento en el que no había cabida para la vergüenza. Su boca se apoderó de la mía. Sus besos eran húmedos y urgentes, mientras introducía una mano entre mis muslos para acariciarme con esos largos dedos. Jadeé y apoyé la mejilla en su hombro.
—La primera vez que te vi —murmuró Nick contra mi pelo—, me resultó imposible creer que fueras tan mona.
—¿Mona?
—Pero muy sexy.
—Pues yo creí que eras muy sexy... para ser tan capullo. Eres... —Dejé la frase en el aire. Se me había nublado la vista al sentir sus dedos en mi interior—. Debes saber que no eres para nada mi tipo.
Sentí su sonrisa contra el pelo.
—¿En serio? Porque ahora mismo parece que mi tipo te va estupendamente.
Me obligó a doblar una rodilla hasta que apoyé el pie en un taburete de madera. Me abracé a él, sin fuerzas por el deseo. Su cuerpo se pegó al mío por completo, y la pasión nos consumió. Con cuidado y decisión, me fue abriendo con los dedos y después se colocó en la posición adecuada para penetrarme. Me aferró con fuerza por el trasero. Nos quedamos así un momento, sin movernos, mientras yo me adaptaba a tenerlo en mi interior.
Lo miré a la cara y parpadeé unas cuantas veces. No sentíamos la urgencia de alcanzar el orgasmo, nos limitábamos a disfrutar del mutuo descubrimiento. Mi cuerpo lo acogía entre espasmos cada vez que él se hundía en mi interior de forma increíblemente lenta y placentera. Era como si yo fuera el único punto inmóvil del universo.
Sus lentas embestidas me provocaban un sinfín de estremecimientos, de modo que acabé aferrándome a sus hombros, y él me estrechó contra su cuerpo. El placer fue en aumento hasta el punto de que creí morir derretida. Sentí su lengua en la garganta y en la oreja, lamiendo la humedad de mi piel. Me retorcí entre sus brazos y mi cuerpo húmedo perdió el equilibrio por culpa de la debilidad.
Sin embargo, Nick se detuvo sin previo aviso y me abandonó, dejándome temblorosa y vacía.
—No —protesté al tiempo que me aferraba a él—. Espera, no he... Nick...
Pero él ya estaba girando los mandos, cerrando los chorros de agua.
—No he terminado —le dije con voz angustiada cuando regresó a mi lado.
Tuvo la osadía de sonreír. Me cogió por los hombros y me sacó de la ducha.
—Ni yo.
—¿Y por qué has parado?
Justifiqué mis súplicas ante mi conciencia. Cualquier mujer suplicaría en mis circunstancias.
Lo vi coger una toalla blanca con la que empezó a secarme.
—Porque eres peligrosa para hacerlo de pie. Se te han aflojado las rodillas.
—¡Seguía de pie!
—Te ha faltado poco para caerte. —Me secó el pelo con la toalla y después cogió otra para secarse él—. Admítelo, ______, se te da mejor en horizontal. —Tras tirar la toalla al suelo, me arrastró al dormitorio. En cuestión de segundos, me había tirado a la cama como si no pesara más que una pluma.
Chillé de sorpresa al rebotar en el colchón.
—¿Qué haces?
—Estoy acelerando las cosas. Son las once menos veinte.
Fruncí el ceño y me aparté un mechón de la cara.
—Pues dejémoslo para cuando tengamos más tiempo.
Pero acabé debajo de un cuerpo masculino de casi cien kilos de peso con muchas ganas de marcha.
—No puedo bajar así —dijo Nick.
—Qué pena —repliqué con seriedad—. Porque o te esperas o te marcas un solo.
—______, vamos a terminar lo que hemos empezado en la ducha —adujo para engatusarme.
—Deberías haberlo hecho en su momento.
—No quería que te cayeras y te dieras un golpe en la cabeza. La sensación no resulta tan placentera en la sala de urgencias.
Solté una carcajada ahogada cuando Nick apoyó la mejilla contra mis pechos. Su cálido aliento me rozó un pezón que se introdujo en la boca muy despacio para chuparlo con delicadeza. Le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso en el pelo, que seguía húmedo. Apartó la boca de mi pecho y la sustituyó por los dedos antes de pasar al otro pezón. Levanté las caderas para pegarme a él. Mi cuerpo ardía en cuestión de segundos. Nick me estaba saboreando como si yo fuera un bufet delicioso; me mordisqueaba, me lamía y me besaba, moviéndome a su antojo para asegurarse de que no dejaba ni un solo centímetro de mi piel sin atender. Me puso boca abajo y me levantó las caderas mientras yo me aferraba a las sábanas.
—¿Estás bien así? —le escuché susurrar.
—Sí —jadeé—. ¡Dios, sí!
Su peso, que me provocó una sensación electrizante, cayó sobre mí al tiempo que me separaba las piernas. Gemí cuando me penetró, aunque esta vez sin dificultad. Me pasó la mano por debajo, en busca del lugar que más requería su atención.
Atrapada entre el placer que me provocaban su cuerpo y su mano, alcé las caderas para invitarlo a entrar todo lo que pudiera, y él me dio el gusto. Acercó los labios a mi espalda y dejó un reguero de besos por mi columna, aunque el resto de su cuerpo siguió inmóvil a la espera de que yo me moviera. En ese momento, me di cuenta de que me estaba dejando marcar el ritmo, de que todos sus movimientos eran una respuesta a los míos. Arqueé la espalda entre jadeos aceptándolo de lleno en mi interior, moviendo las caderas para sentirlo bien adentro mientras sus dedos me torturaban con un placer exquisito. Las sensaciones eran tan intensas que me resultaba imposible separarlas unas de otras. Me aferré a sus fuertes muñecas, una junto a mi cabeza y la otra entre mis muslos, y me dejé llevar. El orgasmo fue increíble y desbordante, y cada vez que pensaba que había llegado a su fin, el placer remontaba de nuevo.
Sentí que Nick se estremecía antes de correrse en mi interior entre violentos espasmos.
Cuando por fin recuperó el aliento, soltó unos cuantos tacos entre dientes. Contuve una carcajada temblorosa enterrando la cara en la sábana porque lo entendía a la perfección. Era como si, de alguna manera, algo muy normal y corriente acabara de reinventarse, arrastrándonos a nosotros en el proceso.
Nos vestimos a la carrera y bajamos a mi apartamento, donde Nick le dio una buena propina a la canguro, que a su vez fingió no darse cuenta de nuestro aspecto desaliñado. Después de ver cómo estaba Jerry, que dormía tranquilamente, le dije a Nick que podía pasar la noche si quería, pero que tuviera claro que el niño podía despertarlo en cualquier momento.
—Sin problemas —contestó él al tiempo que se quitaba los zapatos—. Tampoco es que tuviera pensado dormir mucho. —Se quitó la camiseta y los vaqueros, se metió en la cama y me observó mientras me ponía el pijama—. No te va a hacer falta —me dijo.
Sonreí al verlo recostado contra el cabecero de bronce, con las manos detrás de la cabeza. Su cuerpo moreno y fuerte, tan masculino, desentonaba muchísimo con la colcha antigua de encaje.
—No me gusta dormir desnuda —le dije.
—¿Por qué? Te sienta genial.
—Me gusta estar preparada.
—¿Para qué?
—Pues en caso de emergencia. Un incendio o algo...
—¡Dios, ______! —Se echó a reír—. Míralo de esta manera: acostarse desnudo es mejor para el medioambiente.
—Cierra el pico.
—Vamos, _______. Duerme en verde.
Pasé de sus comentarios y me metí en la cama con una camiseta y unos boxers con estampado de pingüinos. Extendí el brazo y apagué la lamparita de la mesilla de noche.
Tras un breve silencio, escuché un murmullo sensual:
—Me gustan tus pingüinos.
Me acurruqué contra él, que dobló las piernas para pegarse por completo a mí.
—Estoy segura de que las mujeres con las que sueles liarte no se ponen boxers de pingüinos para acostarse —murmuré.
—No. —Me colocó la mano en la cadera—. Si se ponen algo, suele ser algún camisón transparente.
—Menuda tontería. —Bostecé y me relajé contra su cálido cuerpo—. Pero me pondré uno si quieres. Un día de éstos.
—No sé qué decirte. —Parecía estar pensándoselo. Me dio un apretón en el trasero—. La verdad es que estos pingüinos me ponen mucho.
«¡Dios, cómo adoro hablar contigo!», pensé, sin decirlo en voz alta, porque nunca le había dicho a un hombre que lo adoraba en ningún sentido.
La canción llegó a su fin. Los aplausos y los primeros acordes de la siguiente, que era más movida, me resultaron molestos. De hecho, fue como si me despertaran con un jarro de agua fría en la cara. Parpadeé y seguí a Nick a través de la multitud. Nos vimos obligados a pararnos varias veces para charlar con sus amistades. Nick conocía a todo el mundo. Y también resultó ser mejor que yo a la hora de mantener la fachada cordial que la situación requería. No obstante, sentía la férrea tensión de su brazo al guiarme entre la multitud mientras buscaba algún hueco por el que avanzar.
Encendieron las velas de la tarta de cumpleaños y la orquesta acompañó a los asistentes en una versión achispada, pero entusiasta, del Cumpleaños feliz. Repartieron trozos de tarta con gominola, caramelo y nata montada. Yo sólo fui capaz de darle un mordisco, pero la densa cobertura se me quedó un pelín atascada en la garganta. Después de bajar la tarta con unos sorbos de champán, mi estado de ánimo mejoró gracias al azúcar y al alcohol. Seguí a Nick, que tiraba de mi mano.
Nos detuvimos para despedirnos de Churchill y de su novia. Jesse estaba en un rincón con una chica que parecía tragarse su triste historia de la novia que se había largado a Francia. Me despedí de Destiny, Hardy, Kevin y Danielle con un gesto de la mano, ya que estaban al otro lado de la estancia.
—Creo que deberíamos haber utilizado alguna excusa para irnos antes de que la fiesta acabe —le dije a Nick—. Que teníamos que echarle un vistazo a Jerry o...
—Saben perfectamente por qué nos vamos.
No hablamos mucho durante el trayecto de vuelta al número 1800 de Main Street. Teníamos los sentimientos a flor de piel. Todavía no conocía a Nick lo suficiente como para sentirme cómoda con él... Teníamos que acostumbrarnos el uno al otro.
Sin embargo, sí le hablé de la conversación que había mantenido con Joe, y él me escuchó con mucha atención. En ese momento, me di cuenta de que, aunque Nick entendía la postura de Joe, desde un punto de vista visceral no era capaz de asimilarla.
—Debería haber peleado por ti —me dijo—. Debería haber intentado romperme la crisma.
—¿Qué habría conseguido con eso? —le pregunté—. A fin de cuentas, es decisión mía, ¿no?
—Cierto, tú decides. Pero eso no cambia el hecho de que debería haber intentado darme una hostia por haberle trincado a su mujer.
—No me has trincado —protesté.
Me lanzó una mirada que hablaba por sí sola.
—Todavía.
Y mi corazón se puso a bailar una rumba.
Subimos a su apartamento, que aún no había visto. Estaba unos cuantos pisos por encima del mío, y contaba con unos enormes ventanales desde los que se disfrutaba de una maravillosa vista de Houston cuyas luces relucían como diamantes diseminados sobre un manto de terciopelo.
—¿A qué hora le dijiste a la canguro que volverías? —me preguntó Nick mientras yo curioseaba por el apartamento. Era muy elegante y un tanto espartano, con sillones tapizados con cuero oscuro, unos cuantos cuadros, algunos objetos decorativos de diseño y tejidos en tonos marrón chocolate, beis y azul.
—Le dije que sobre las once. —Rocé el borde de un cuenco de cristal grabado con espirales. Me temblaban los dedos una barbaridad—. Bonito apartamento.
Nick se colocó detrás de mí y me tocó los hombros con las manos antes de deslizarías por mis brazos. Su calidez me provocó un cosquilleo muy agradable. Me cogió una de las manos. Tras sujetarme con fuerza los gélidos dedos, inclinó la cabeza hasta rozarme el cuello con los labios. La caricia encerraba una promesa sensual.
Siguió besándome ese punto, en busca del lugar más sensible, y cuando lo encontró, di un respingo y me pegué contra él de forma instintiva.
—Nick... No seguirás cabreado porque Joe se quedó en mi apartamento, ¿verdad?
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, tocando cada centímetro y deteniéndose cada vez que descubría una respuesta instintiva. Me arqueé, presa del placer. En el fondo de mi mente, sabía que Nick estaba recabando información, descubriendo mis zonas erógenas, los puntos más vulnerables.
—En fin, _______... cada vez que lo recuerdo, me entran ganas de aplastar algo.
—Pero no pasó nada —protesté.
—Ése es el único motivo por el que no he ido detrás de él para borrarlo del mapa.
No supe bien si era una exageración o si había algo de verdad en sus palabras. Me decanté por responderle con un tono razonable, un tanto irónico, aunque me costó mucho, porque sus dedos comenzaron a acariciarme el escote.
—No irás a tomarte la revancha conmigo, ¿verdad?
—Pues, mira por dónde, sí. —Se quedó sin aliento cuando descubrió que no llevaba sujetador—. Esta noche te vas a enterar de lo que es bueno, ojos azules.
Con una indecente lentitud, su mano se deslizó por mi pecho. Me apoyé en él y mantuve el equilibrio a duras penas sobre los tacones plateados. Mi pezón acabó entre sus dedos, de modo que comenzó a acariciármelo suavemente con el pulgar, hasta que se endureció.
Me hizo dar la vuelta para quedar de cara a él.
—Preciosa —murmuró. Sus manos bajaron por mi cuerpo, siguiendo la silueta de mi ajustado vestido. Me miraba con gran concentración y con los párpados entornados. La sombra de sus largas pestañas oscurecía sus pómulos afilados—. Mía —susurró en voz tan baja que apenas alcancé a escucharlo.
Hechizada, clavé la mirada en sus ojos oscuros y negué muy despacio con la cabeza.
—Sí —me contradijo Nick antes de besarme.
Respondí sin poder evitarlo, aferrándome con fuerza a la pechera de su camisa. Me enterró los dedos en el pelo para inmovilizarme la cabeza mientras sus labios se apoderaban de mi boca buscando el ángulo correcto para saborearme mejor, de forma que acabé consumida por las llamas.
Me cogió de la mano y me arrastró hasta el dormitorio. Pulsó uno de los tres interruptores que encendían las luces y la estancia quedó iluminada por un suave resplandor que no supe muy bien de dónde procedía. Estaba demasiado excitada como para fijarme mucho en la decoración, y sólo me percaté de que la cama era enorme y de que tenía una colcha ámbar y las sábanas de lino blanco.
Carraspeé e intenté parecer despreocupada, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Ni siquiera me merezco un poquito de música romanticona para seducirme? —pregunté.
Nick meneó la cabeza.
—Suelo hacerlo a capela.
—¿Te vas a marcar un solo?
—No, no he hecho ningún solo desde que tenía catorce años.
Mi carcajada nerviosa acabó en un jadeo cuando Nick extendió los brazos para abrir los diminutos broches que me cerraban el vestido por delante. Cuando se abrió, mis pechos y las braguitas blancas de seda quedaron expuestos.
—Mírate —susurró—. Es un crimen que lleves ropa.
Me quitó el vestido de los hombros y lo dejó caer al suelo. Me ruboricé de la cabeza a los pies al saberme allí de pie, vestida tan sólo con los zapatos y las bragas.
Las prisas entorpecieron mis movimientos cuando intenté quitarle la camisa negra, de modo que Nick lo hizo por mí. Tenía un torso definido y fuerte, con una deliciosa tableta de chocolate. Acaricié con inseguridad el vello de su pecho deteniéndome de vez en cuando para juguetear con él. Era maravilloso tocarlo. Dejé que sus brazos me rodearan al tiempo que yo hacía lo mismo. El roce de su vello me hizo cosquillas en el pecho, y sus besos, ardientes y apasionados, me volvieron loca.
Cuando vio que me pegaba a él y que comenzaba a frotarme contra su evidente erección, Nick me apartó un poco con una carcajada ahogada.
—Todavía no.
—Te necesito —le dije, acalorada y temblorosa.
Nunca le había dicho eso a ningún hombre. Mientras lo decía, recordé lo que Nick me había dicho en el aparcamiento: «... sabes que, si empiezas una relación conmigo, llegarás mucho más lejos de lo que has llegado con Joe». Era verdad. Una verdad como un templo. Iba a dejar que Nick se acercara a mí de un modo que trascendía el plano físico. El pánico se apoderó de mí al darme cuenta del enorme riesgo que estaba a punto de correr.
Cuando se percató de mi pánico, Nick me aprisionó entre sus muslos y me abrazó contra su pecho. Me abrazó en silencio, con una paciencia infinita.
—Yo... —conseguí decir al cabo de un rato— supongo que no me siento del todo segura.
—Probablemente porque no lo estás. —Nick aferró mis braguitas con los pulgares y me las bajó—. Pero te aseguro que en unos minutos no te vas a acordar siquiera, guapa.
Aturdida, dejé que me quitara las bragas y lo obedecí cuando me instó a sentarme en el borde de la cama. Intenté agacharme para quitarme las sandalias.
—No —murmuró Nick, que se arrodilló delante de mí. Me separó las piernas con las manos y me miró con expresión absorta.
Intenté cerrar las piernas.
—La luz... —protesté, avergonzada, pero Nick me sujetó con fuerza y, a pesar de que me estaba retorciendo, se inclinó hacia delante y me besó justamente ahí. Utilizando la lengua. En cuestión de segundos, estaba gimiendo, paralizada por el placer que crecía a cada lametón. La sensación fue aumentando poco a poco hasta que el deseo se volvió insoportable y le sujeté la cabeza con las manos para mantenerlo pegado a mí. Nick me agarró de las muñecas y me colocó los brazos a los costados para que no me moviera.
Inmovilizada y con las piernas separadas, empecé a jadear mientras me lamía, me mordisqueaba y me besaba hasta el punto de que mi cuerpo comenzó a tensarse de forma involuntaria.
Nick se apartó y me dejó abandonada a la deriva. Me sentía débil, desesperada, y el corazón estaba a punto de salírseme del pecho. Mientras me miraba, todavía arrodillado delante de mí, estiré las manos para desabrocharle los pantalones. Movía los dedos con torpeza, como si llevara guantes.
Nick estaba muy excitado, tan duro que parecía a punto de estallar. Lo toqué maravillada, lo aferré con una mano y me acerqué hasta rozarlo casi con los labios. Se quedó muy quieto y soltó un débil gemido. Soportó mis suaves caricias, la delicada succión de mis labios cuando intenté abarcarlo con la boca en la medida de lo posible. Sin embargo, en cuestión de segundos, me volvió a apartar con una protesta:
—No... no puedo. Estoy a punto de estallar. Estoy... _______, espera...
Se quitó la ropa y se reunió conmigo en la cama, donde me arrastró hasta el centro del colchón. Se tomó su tiempo para quitarme las sandalias, ya que desabrochó las tiras una a una cuando habría bastado con sacármelas sin más. Y después volvió a colocarse sobre mí, acariciándome los pechos con la boca y la entrepierna con el muslo. Lo abracé y le coloqué las manos en la espalda. Cuando nuestras bocas se encontraron, me rendí con un gemido, me dejé llevar por la pasión. Me abrazó con fuerza y rodó hasta que los dos quedamos de costado. Empezó a acariciarme por todas partes.
Nuestros cuerpos entrelazados comenzaron a rodar lentamente por el colchón. Era como una lucha sensual en la que nuestros cuerpos se deslizaban, frotándose el uno contra el otro, el mío intentando que lo penetrara y el de Nick retrasando el momento de hacerlo. Siguió torturándome, acariciándome y excitándome hasta que le supliqué con voz ronca que lo hiciera, que estaba preparada, que no aguantaba más.
Me colocó de espaldas y me separó las piernas todo lo que fue capaz. Me dejé hacer con un gemido al tiempo que alzaba las caderas.
Cuando por fin me penetró, fue como si el mundo dejara de girar y sólo pudiera sentir esa larga y lenta embestida. Me aferré a sus hombros, clavándole las uñas. Se hundió en mi interior pese a la resistencia que ofrecía mi cuerpo, mientras murmuraba una y otra vez que me relajara, que iría con cuidado, y efectivamente, cuando me relajé lo noté hundido hasta el fondo.
Me miró con una expresión crispada y los ojos brillantes, y me apartó un mechón de la frente.
—Vas a tener que acostumbrarte —susurró, y yo asentí con la cabeza como si estuviera hipnotizada.
Me besó en los labios y comenzó a moverse en mi húmedo y estrecho interior, con la delicadeza de la que sólo era capaz un hombre tan grande. Estaba atento a cada jadeo, a cada movimiento, a fin de encontrar el ritmo perfecto. Y cuando lo encontró, grité sin poder evitarlo.
Nick casi se puso a ronronear de satisfacción.
—¿Te gusta así, _______?
—Sí. ¡Sí!
Le clavé los dedos en la espalda y levanté las caderas. Su musculoso cuerpo me mantuvo pegada al colchón mientras me penetraba con un ritmo lento y controlado, de modo que acabé debatiéndome para instarlo a que fuera más rápido, con más fuerza. Lo escuché soltar una carcajada satisfecha. Me aplastó contra el colchón y me obligó a aceptar el ritmo que me imponía, y, después de lo que me pareció una eternidad, me di cuenta de que me había relajado por completo. Eché la cabeza hacia atrás cuando me pasó un brazo bajo el cuello y empezó a besarme la garganta.
Se movía con un ritmo incansable, llegando hasta el fondo en cada embestida, que eran deliciosas, tiernas y a la vez sensuales. Cuando llegué a lo más alto de esa tortuosa cima, el placer se apoderó de mí y, mientras los espasmos sacudían mi cuerpo, me aferré a sus caderas con las piernas. Nick siguió moviéndose hasta que las sacudidas cesaron y después aceleró un poco el ritmo en busca de su propio orgasmo.
Después, me quedé un buen rato tumbada y temblando con el brazo de Nick bajo la cabeza. Tenía los muslos pegajosos. Giré la cabeza para apoyarme en su hombro. Mi cuerpo estaba satisfecho y relajado, y algunas zonas seguían extremadamente sensibles a cualquier estímulo.
—Descansa un poco —murmuró Nick al tiempo que me tapaba con la sábana.
—No puedo —repliqué en voz baja—. Tengo que bajar. La canguro...
Me besó el pelo y su voz me acarició con la suavidad del terciopelo.
—Unos minutos nada más. Yo te despierto dentro de un rato.
Agradecida, me acurruqué contra él y me quedé profundamente dormida.
Al cabo de poco tiempo, me desperté parpadeando, consumida por la sensación un tanto irreal de que algo había cambiado. Yo. Me sentía insegura y un tanto débil, pero la sensación no estaba tan mal.
Nick estaba apoyado sobre un codo y me miraba con sorprendente seriedad. Acarició mis labios sonrientes con la yema de un dedo.
—Ha sido el mejor polvo de mi vida, _______. No recuerdo ninguno que se le parezca.
Cerré los ojos mientras sentía su dedo recorriendo mis cejas. Llegué a la conclusión de que la diferencia entre un buen polvo y uno glorioso radicaba en esa entrega tan especial que nunca había visto en Joe. Nick había estado totalmente pendiente de mí, de mis respuestas. Incluso en ese momento me tocaba como si el roce entre nuestros cuerpos fuera una forma de comunicación en sí misma. Las caricias de sus dedos se trasladaron a mi cuello.
—Tienes una piel muy suave —susurró—. Y tu pelo es como un manto de seda. Me encanta tu piel... y también me encanta cómo te mueves. —Me pasó el pulgar por el mentón—. Quiero que confíes en mí, _______. Quiero que seas mía. Algún día lograré que te entregues por completo.
Giré la cabeza para besarle la palma de la mano. Sabía a lo que se refería, lo que quería, pero no estaba segura de cómo decirle que era imposible. Nunca sería capaz de entregarme por completo en la cama. Una parte de mi mente siempre quedaría resguardada, protegida en un lugar que nadie podría alcanzar nunca.
—Acabo de hacerlo contigo con la luz encendida —le recordé—. ¿Te parece poco?
Soltó una carcajada y me besó.
Aunque estaba saciada, el roce de sus labios me provocó un ramalazo de deseo. Apoyé las manos en sus hombros y seguí el duro contorno de sus músculos.
—Te vi con Ashley en la fiesta —le dije—. Es muy guapa.
Nick hizo una mueca que no podía calificarse de sonrisa.
—Va perdiendo lustre cuanto más la conoces.
—¿De qué estabais hablando?
—Está poniendo a parir a Peter delante de cualquiera.
—¿Su marido? ¿También estaba en la fiesta?
—Sí. Parece que están haciendo todo lo posible por evitarse.
—Me pregunto si no le habrá sido infiel —murmuré.
—No sería de extrañar —masculló él.
—Qué triste. Aunque eso reafirma mi opinión sobre el matrimonio, no se puede prometer que vas a amar siempre a otra persona. Porque todo cambia.
—No todo. —Nick se acomodó en la almohada y yo me estiré junto a él, apoyando la cabeza en su hombro.
—¿Crees que te quería? —le pregunté—. Pero de verdad.
Suspiró, algo tenso.
—No sé yo si por su parte hubo amor en algún momento. —Hizo una pausa—. Si fue así, yo lo arruiné.
—¿Lo arruinaste? —Supe que tenía que andarme con mucho tiento con ese tema, que todavía quedaba un resquemor o cierto arrepentimiento—. ¿En qué sentido?
—Cuando me dejó por Pete, me dijo que... —Se interrumpió con un suspiro inquieto.
Me coloqué sobre él y crucé los brazos sobre su pecho.
—La confianza debe ser mutua, Nick. —Extendí el brazo para acariciar con los dedos su pelo alborotado—. Puedes contármelo.
Nick apartó la vista, ofreciéndome un perfil tan duro y perfecto como el de una moneda recién acuñada.
—Me dijo que quería demasiado. Que era demasiado exigente. Que la agobiaba.
—Vaya. —Sabía que para un hombre tan orgulloso como él, era lo peor que una mujer podría decirle—. ¿Y era verdad?—le pregunté como si nada—. ¿O más bien era una excusa para culparte por el hecho de haberte engañado? Me indigna que la gente justifique sus errores achacando la responsabilidad al otro.
La tensión abandonó su cuerpo.
—La verdad es que Ashley nunca se responsabilizó de nada. Aunque es posible que fuera un poco coñazo con ella. No me gustan las medias tintas, ni siquiera cuando me enamoro. —Se detuvo—. Soy bastante posesivo.
Daba la sensación de que creía estar desvelándome un secreto. Me mordí el labio para no soltar una carcajada.
—¡No me digas! —exclamé—. Lo bueno es que yo no tengo problemas para pararte los pies.
—Ya me he dado cuenta.
Nos miramos fijamente mientras sonreíamos.
—Así que, después de que Ashley te pusiera los cuernos, te pasaste unos cuantos años tirándote a todas las que se te ponían a tiro para dejarle claro lo que se estaba perdiendo.
—No, eso no ha tenido nada que ver con Ashley. Es que me gusta el sexo. —Deslizó su mano hasta mi trasero.
—¡No me digas! —Me aparté de él con una carcajada antes de saltar de la cama—. Tengo que ducharme.
Nick me siguió al instante.
Me paré en seco nada más encender la luz del cuarto de baño, una estancia muy bien iluminada decorada con un estilo moderno y con lavabos de piedra. Aunque lo que me dejó sin habla fue la ducha, un habitáculo de cristal, pizarra y granito con hileras de botones, mandos y termostatos.
—¿Por qué tienes el salpicadero de un coche en el cuarto de baño?
Nick pasó a mi lado, abrió la mampara de cristal y entró. Giró unos mandos, ajustó la temperatura del agua en las pantallas y comenzaron a salir chorros de agua por todos lados, incluido el techo, del que caían tres, formando una nube de vapor.
—¿No entras? —La voz de Nick me llegó a través del ruido del agua.
Atravesé la puerta y eché un vistazo. Nick estaba para comérselo, con ese cuerpo bronceado brillante a causa de las gotitas de agua. Si sus abdominales parecían una tableta de chocolate, era mejor no hablar de su espalda...
—Detesto tener que ser yo quien te lo diga —comencé—, pero vas a tener que empezar a hacer ejercicio. Un hombre de tu edad no puede descuidarse...
Me sonrió y me hizo un gesto para que me acercara a él. Me atreví a atravesar los chorros cruzados de agua y vapor procedentes de todas las direcciones.
—Me estoy ahogando —dije, y Nick se apresuró a sacarme de debajo de uno de los chorros del techo—. A saber la cantidad de agua que estamos despilfarrando.
—______, aunque no eres la primera que ha pisado esta ducha...
—Me has dejado muerta. —Me pegué contra él mientras me enjabonaba la espalda.
—Te juro que eres la primera que se ha preocupado por el agua.
—Bueno, ¿cuánta crees que estamos gastando?
—Unos cuarenta litros por minuto, litro arriba litro abajo.
—¡Madre del amor hermoso! ¡Date prisa! No podemos quedarnos mucho tiempo. ¡Desestabilizaremos todo el ecosistema mundial!
—Estamos en Houston, _______. El ecosistema ni se va a inmutar.
Pasó de mis protestas y comenzó a enjabonarme el pelo. La sensación era tan buena que acabé cerrando la boca y me quedé allí plantada, dejando que sus fuertes manos me recorrieran de la cabeza a los pies mientras aspiraba el vapor. Y yo le devolví el favor, acariciando su pecho enjabonado con expresión soñadora y explorando las maravillosas y masculinas texturas de su cuerpo.
La situación me resultó un tanto irreal por la tenue luz, por la caricia del agua sobre la piel, por la increíble sensualidad del momento en el que no había cabida para la vergüenza. Su boca se apoderó de la mía. Sus besos eran húmedos y urgentes, mientras introducía una mano entre mis muslos para acariciarme con esos largos dedos. Jadeé y apoyé la mejilla en su hombro.
—La primera vez que te vi —murmuró Nick contra mi pelo—, me resultó imposible creer que fueras tan mona.
—¿Mona?
—Pero muy sexy.
—Pues yo creí que eras muy sexy... para ser tan capullo. Eres... —Dejé la frase en el aire. Se me había nublado la vista al sentir sus dedos en mi interior—. Debes saber que no eres para nada mi tipo.
Sentí su sonrisa contra el pelo.
—¿En serio? Porque ahora mismo parece que mi tipo te va estupendamente.
Me obligó a doblar una rodilla hasta que apoyé el pie en un taburete de madera. Me abracé a él, sin fuerzas por el deseo. Su cuerpo se pegó al mío por completo, y la pasión nos consumió. Con cuidado y decisión, me fue abriendo con los dedos y después se colocó en la posición adecuada para penetrarme. Me aferró con fuerza por el trasero. Nos quedamos así un momento, sin movernos, mientras yo me adaptaba a tenerlo en mi interior.
Lo miré a la cara y parpadeé unas cuantas veces. No sentíamos la urgencia de alcanzar el orgasmo, nos limitábamos a disfrutar del mutuo descubrimiento. Mi cuerpo lo acogía entre espasmos cada vez que él se hundía en mi interior de forma increíblemente lenta y placentera. Era como si yo fuera el único punto inmóvil del universo.
Sus lentas embestidas me provocaban un sinfín de estremecimientos, de modo que acabé aferrándome a sus hombros, y él me estrechó contra su cuerpo. El placer fue en aumento hasta el punto de que creí morir derretida. Sentí su lengua en la garganta y en la oreja, lamiendo la humedad de mi piel. Me retorcí entre sus brazos y mi cuerpo húmedo perdió el equilibrio por culpa de la debilidad.
Sin embargo, Nick se detuvo sin previo aviso y me abandonó, dejándome temblorosa y vacía.
—No —protesté al tiempo que me aferraba a él—. Espera, no he... Nick...
Pero él ya estaba girando los mandos, cerrando los chorros de agua.
—No he terminado —le dije con voz angustiada cuando regresó a mi lado.
Tuvo la osadía de sonreír. Me cogió por los hombros y me sacó de la ducha.
—Ni yo.
—¿Y por qué has parado?
Justifiqué mis súplicas ante mi conciencia. Cualquier mujer suplicaría en mis circunstancias.
Lo vi coger una toalla blanca con la que empezó a secarme.
—Porque eres peligrosa para hacerlo de pie. Se te han aflojado las rodillas.
—¡Seguía de pie!
—Te ha faltado poco para caerte. —Me secó el pelo con la toalla y después cogió otra para secarse él—. Admítelo, ______, se te da mejor en horizontal. —Tras tirar la toalla al suelo, me arrastró al dormitorio. En cuestión de segundos, me había tirado a la cama como si no pesara más que una pluma.
Chillé de sorpresa al rebotar en el colchón.
—¿Qué haces?
—Estoy acelerando las cosas. Son las once menos veinte.
Fruncí el ceño y me aparté un mechón de la cara.
—Pues dejémoslo para cuando tengamos más tiempo.
Pero acabé debajo de un cuerpo masculino de casi cien kilos de peso con muchas ganas de marcha.
—No puedo bajar así —dijo Nick.
—Qué pena —repliqué con seriedad—. Porque o te esperas o te marcas un solo.
—______, vamos a terminar lo que hemos empezado en la ducha —adujo para engatusarme.
—Deberías haberlo hecho en su momento.
—No quería que te cayeras y te dieras un golpe en la cabeza. La sensación no resulta tan placentera en la sala de urgencias.
Solté una carcajada ahogada cuando Nick apoyó la mejilla contra mis pechos. Su cálido aliento me rozó un pezón que se introdujo en la boca muy despacio para chuparlo con delicadeza. Le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso en el pelo, que seguía húmedo. Apartó la boca de mi pecho y la sustituyó por los dedos antes de pasar al otro pezón. Levanté las caderas para pegarme a él. Mi cuerpo ardía en cuestión de segundos. Nick me estaba saboreando como si yo fuera un bufet delicioso; me mordisqueaba, me lamía y me besaba, moviéndome a su antojo para asegurarse de que no dejaba ni un solo centímetro de mi piel sin atender. Me puso boca abajo y me levantó las caderas mientras yo me aferraba a las sábanas.
—¿Estás bien así? —le escuché susurrar.
—Sí —jadeé—. ¡Dios, sí!
Su peso, que me provocó una sensación electrizante, cayó sobre mí al tiempo que me separaba las piernas. Gemí cuando me penetró, aunque esta vez sin dificultad. Me pasó la mano por debajo, en busca del lugar que más requería su atención.
Atrapada entre el placer que me provocaban su cuerpo y su mano, alcé las caderas para invitarlo a entrar todo lo que pudiera, y él me dio el gusto. Acercó los labios a mi espalda y dejó un reguero de besos por mi columna, aunque el resto de su cuerpo siguió inmóvil a la espera de que yo me moviera. En ese momento, me di cuenta de que me estaba dejando marcar el ritmo, de que todos sus movimientos eran una respuesta a los míos. Arqueé la espalda entre jadeos aceptándolo de lleno en mi interior, moviendo las caderas para sentirlo bien adentro mientras sus dedos me torturaban con un placer exquisito. Las sensaciones eran tan intensas que me resultaba imposible separarlas unas de otras. Me aferré a sus fuertes muñecas, una junto a mi cabeza y la otra entre mis muslos, y me dejé llevar. El orgasmo fue increíble y desbordante, y cada vez que pensaba que había llegado a su fin, el placer remontaba de nuevo.
Sentí que Nick se estremecía antes de correrse en mi interior entre violentos espasmos.
Cuando por fin recuperó el aliento, soltó unos cuantos tacos entre dientes. Contuve una carcajada temblorosa enterrando la cara en la sábana porque lo entendía a la perfección. Era como si, de alguna manera, algo muy normal y corriente acabara de reinventarse, arrastrándonos a nosotros en el proceso.
Nos vestimos a la carrera y bajamos a mi apartamento, donde Nick le dio una buena propina a la canguro, que a su vez fingió no darse cuenta de nuestro aspecto desaliñado. Después de ver cómo estaba Jerry, que dormía tranquilamente, le dije a Nick que podía pasar la noche si quería, pero que tuviera claro que el niño podía despertarlo en cualquier momento.
—Sin problemas —contestó él al tiempo que se quitaba los zapatos—. Tampoco es que tuviera pensado dormir mucho. —Se quitó la camiseta y los vaqueros, se metió en la cama y me observó mientras me ponía el pijama—. No te va a hacer falta —me dijo.
Sonreí al verlo recostado contra el cabecero de bronce, con las manos detrás de la cabeza. Su cuerpo moreno y fuerte, tan masculino, desentonaba muchísimo con la colcha antigua de encaje.
—No me gusta dormir desnuda —le dije.
—¿Por qué? Te sienta genial.
—Me gusta estar preparada.
—¿Para qué?
—Pues en caso de emergencia. Un incendio o algo...
—¡Dios, ______! —Se echó a reír—. Míralo de esta manera: acostarse desnudo es mejor para el medioambiente.
—Cierra el pico.
—Vamos, _______. Duerme en verde.
Pasé de sus comentarios y me metí en la cama con una camiseta y unos boxers con estampado de pingüinos. Extendí el brazo y apagué la lamparita de la mesilla de noche.
Tras un breve silencio, escuché un murmullo sensual:
—Me gustan tus pingüinos.
Me acurruqué contra él, que dobló las piernas para pegarse por completo a mí.
—Estoy segura de que las mujeres con las que sueles liarte no se ponen boxers de pingüinos para acostarse —murmuré.
—No. —Me colocó la mano en la cadera—. Si se ponen algo, suele ser algún camisón transparente.
—Menuda tontería. —Bostecé y me relajé contra su cálido cuerpo—. Pero me pondré uno si quieres. Un día de éstos.
—No sé qué decirte. —Parecía estar pensándoselo. Me dio un apretón en el trasero—. La verdad es que estos pingüinos me ponen mucho.
«¡Dios, cómo adoro hablar contigo!», pensé, sin decirlo en voz alta, porque nunca le había dicho a un hombre que lo adoraba en ningún sentido.
Espero les guste,
Besitos
Las amo...
Niinny Jonas
Besitos
Las amo...
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
aaaaaaaaaaaaaaaaiiiiiiiiiiiiiii
que capitulo mas hot
y mas lindooooo
siguela porfaaaaaaaaaaaa
que capitulo mas hot
y mas lindooooo
siguela porfaaaaaaaaaaaa
chelis
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
dios el cap por ahora mas
hot de la novee no habia
leido ningun contemporaneo
de lisa kleypas pero escribe
igual de bien!!! siguela siguela
hot de la novee no habia
leido ningun contemporaneo
de lisa kleypas pero escribe
igual de bien!!! siguela siguela
#Fire Rouge..*
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
ME ENCANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! ESTA NOVE SUBELA MAS SEGUIDO SI SI? :bounce: Nickkk afffff QUE CHICO MALO! HAHAHAHAHAHHA! :twisted:
MaferCastilloJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
hola soy nueva lectora
me gusta mucho la nove
siguela
me gusta mucho la nove
siguela
angie.lore6
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
angie.lore6 escribió:hola soy nueva lectora
me gusta mucho la nove
siguela
Que bueno que te guste, ahora dejaré un cap, para mis amadas lectoras :D
Con amor
Niinny Jonas
Con amor
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
CAPÍTULO 17
Me desperté sola y nerviosa. Me incorporé en la cama mientras me frotaba los ojos. Lo que me había puesto nerviosa era la brillante luz del sol que se filtraba por las persianas. No había oído a Jerry. Y él nunca dormía hasta tan tarde.
Histérica, salí de la cama de un salto y volé hasta el salón, aunque me detuve de golpe como si fuera un personaje de dibujos animados que se hubiera quedado justo al borde de un precipicio.
Encima de la mesa había una taza de café a medio terminar. Nick estaba en el sofá, vestido con los vaqueros y una camiseta de manga corta, con Jerry acurrucado en el pecho. Estaban viendo las noticias.
—Te has levantado para darle de comer —dije, sorprendida.
—Me pareció que era mucho mejor que siguieras durmiendo. —Esos ojos oscuros me miraron de arriba abajo—. Anoche te dejé exhausta.
Me incliné sobre ambos para besar a Jerry, y el beso le arrancó una desdentada sonrisa.
Durante la noche, se había despertado una vez, y Nick insistió en levantarse conmigo. Mientras yo le cambiaba el pañal, él le calentó el biberón y se sentó a mi lado hasta que se lo bebió todo.
Al volver a la cama, comenzó por abrazarme y acabó acariciándome sutilmente. Al cabo de pocos minutos, me había besado todo el cuerpo, torturándome con los labios y la lengua de forma exquisita. Me levantó de la cama, me dio la vuelta y lo hicimos en algunas posturas que en la vida se me habían pasado por la cabeza. Descubrí que Nick era un amante vigoroso y creativo, y si se detuvo fue por mi insistencia. Agotada y saciada, me pasé el resto de la noche dormida como un tronco.
—Hace un siglo que no duermo hasta tan tarde —le dije a Nick con sinceridad—. Ha sido un detallazo por tu parte. —Me acerqué a la cocina para servirme una taza de café—. Arrastro una falta de sueño horrorosa. De verdad, ha sido estupendo.
—¿Te refieres al sexo o a lo bien que has dormido?
Sonreí.
—Al sexo... aunque me ha costado decidirme.
—¿Y si le dices a tu madre que te ayude a cuidar del niño?
Le eché un poco de leche al café.
—Tal vez esté de acuerdo, siempre y cuando la pille en un buen día y no tenga otra cosa que hacer. Pero tendría que agradecérselo tanto que no merece la pena. Estaría en deuda con ella el resto de mi vida. Además... no me fío que cuide bien de Jerry.
Nick me observó con detenimiento mientras me acercaba al sofá.
—¿Crees que podría hacerle daño?
—Físicamente no. Mi madre nunca nos pegó ni a Rachel ni a mí, nada de eso. Pero era la reina de los numeritos dramáticos y le encantaba chillar. De ahí que no soporte que me griten. No quiero que le haga algo así a Jerry. Es más, si yo no soporto quedarme a solas con ella, me niego a que Jerry tenga que pasar por eso. —Dejé la taza en la mesita y extendí los brazos para coger a mi sobrino—. Hola, cariñín —susurré mientras lo abrazaba sin apartar los ojos de Nick—. ¿Sueles alzar mucho la voz?
—Sólo en los partidos de fútbol. Bueno, no. También les grito a los contratistas. —Se inclinó hacia mí para besarme en la sien mientras me agarraba un mechón de pelo con delicadeza—. ¿Tienes planes para hoy?
—No.
—¿Quieres pasar el día conmigo?
Asentí con la cabeza de inmediato.
—Me gustaría llevaros al lago Conroe —dijo—. Tengo una lancha, así que llamaré al puerto deportivo para que nos tengan el almuerzo listo cuando lleguemos.
—¿Y no será peligroso para Jerry dar un paseo en lancha? —pregunté, preocupada.
—Estará seguro en la cabina. Además, le pondremos un chaleco salvavidas cuanto estemos en cubierta.
—¿Tienes alguno de su talla?
—Lo conseguiremos en el puerto.
El lago Conroe estaba a unos sesenta kilómetros al norte de Metroplex, y todo el mundo sabía que allí era donde iban a relajarse los habitantes de Houston. El lago tenía unos treinta kilómetros de longitud y a vista de pájaro su forma recordaba un poco a la de un escorpión. Un tercio de sus orillas estaba dentro del límite del Parque Nacional Sam Houston. El resto de la zona estaba ocupada por áreas residenciales carísimas y por un buen número de campos de golf. Nunca había estado en el lago Conroe, pero había oído hablar de sus coloridas puestas de sol, de sus lujosos hoteles, de sus exquisitos restaurantes y de la fama mundial que tenían sus aguas entre los pescadores deportivos.
—No sé nada de lanchas ni de pesca —le dije a Nick durante el trayecto—, así que te ayudaré en la medida de lo posible, aunque quiero que quede claro que sufro de discapacidad flotacional.
Nick sonrió y dejó el móvil entre nuestros asientos, en uno de los soportes pensados para las latas de refrescos. Con las gafas de aviador, las bermudas y el polo blanco estaba para comérselo.
—El personal del puerto nos ayudará a botar la lancha. Tú sólo tienes que disfrutar.
—Eso me vale.
Sentía una gran alegría, una felicidad efervescente que nunca había experimentado hasta ese momento. Me resultaba difícil incluso quedarme quieta en el coche. Era como una niña nerviosa porque sólo quedaban cinco minutos de clase antes de las vacaciones de verano. Era la primera vez en mi vida que no deseaba estar en ningún otro lugar ni con ninguna otra persona. Me volví para echarle un vistazo a la sillita de Jerry, colocada de forma que miraba hacia atrás.
—Debería echarle un ojo —dije al tiempo que alargaba el brazo para desabrochar el cinturón.
—Está bien —me aseguró Nick, que me cogió la mano—. Ya vale de pasarte al asiento de atrás. Quédate ahí sentada con el cinturón puesto.
—Pero no me siento tranquila si no puedo verlo.
—¿Cuándo se puede colocar la sillita mirando hacia el frente?
—Cuando tenga unos cuantos meses más. —Mi felicidad se evaporó en parte—. Ya, pero para entonces ya no estará conmigo.
—¿Sabes algo de Rachel?
Negué con la cabeza.
—Había pensado llamaría mañana. Además de preguntarle por cómo le va, quiero contarle cosas de Jerry. —Me sumí en un silencio reflexivo—. La verdad es que me sorprende muchísimo que demuestre tan poco interés por su hijo. Vale que me pregunte si está bien o no; pero el resto de los detalles, si come y duerme, si es capaz de sostener la cabeza solo, esas cosas no parecen interesarle en absoluto.
—¿Alguna vez demostró interés por los niños antes de tener a Jerry?
—Dios, no. Yo tampoco. Siempre he pensado que es un coñazo aguantar a la gente hablar de sus hijos. Pero es distinto cuando es el tuyo.
—Es posible que Rachel no lo haya tenido el tiempo suficiente como para crear ese vínculo con él.
—Es posible. Pero yo sólo necesité dos días con él para... —Dejé la frase en el aire y me puse colorada.
Nick me miró de reojo, aunque las gafas me impidieron ver su expresión.
—¿Empezar a quererlo? —preguntó en voz baja.
—Sí.
Comenzó a acariciarme el dorso de la mano con el pulgar, trazando un perezoso círculo.
—¿Por qué te da vergüenza admitirlo?
—No es vergüenza. Es... no me resulta fácil hablar de estas cosas.
—Pero te pasas la vida escribiendo sobre estos temas.
—Sí, pero no es lo mismo cuando son mis sentimientos.
—¿Lo ves como una trampa?
—No, no precisamente. Pero los sentimientos acaban estropeando las cosas.
Vi el destello de su sonrisa.
—_______, ¿qué podría estropear el amor?
—A ver, pongamos mi ruptura con Joe como ejemplo. Si alguna vez hubiéramos llegado al punto de confesar que nos queríamos, habría sido un proceso difícil y desagradable. Pero como no lo hicimos, fue mucho más fácil distanciarnos.
—En algún momento tendrás que distanciarte de Jerry —me recordó—. Tal vez no deberías haberle dicho que lo quieres.
—¡Es un bebé! —exclamé, indignada—. Necesita que alguien se lo diga. ¿Te gustaría venir al mundo y que nadie te dijera que te quiere?
—Mis padres no se lo dijeron nunca. Pensaban que el uso desgastaba las palabras.
—¿Tú no piensas igual?
—No. Si el sentimiento existe, es mejor admitirlo. El hecho de que se pronuncien o no se pronuncien esas palabras en voz alta no cambia nada.
El día era caluroso y tranquilo. El puerto deportivo estaba muy concurrido y los tablones de madera, grisáceos por el paso del tiempo, crujían bajo el peso de cientos de pies. Había chicos en bañador y sin camiseta, chicas en biquinis que apenas cubrían nada, hombres con camisetas con mensajes como: «Cállate y pesca» o «No me toques la perca». Los abueletes llevaban pantalones cortos de poliéster y guayaberas, esas camisas de estilo cubano con frunces en la parte delantera. Las abuelas, faldas pantalón con camisas de un llamativo estampado tropical y enormes pamelas. Algunas damas llevaban viseras y el pelo cardado de tal forma que los recogidos parecían ascender sobre sus cabezas como hongos atómicos en miniatura. En el aire flotaba el olor característico a algas y humedad, aderezado con el de la cerveza, el del gasoil, el del cebo para pescar y el de la crema protectora solar de coco. Había un perro que no paraba de corretear de un lado para otro y que no parecía pertenecer a nadie en concreto.
Nada más entrar, un empleado vestido de rojo y blanco se acercó a recibirnos con gran entusiasmo. Le dijo a Nick que su lancha estaba limpia y cargada de combustible, que la batería estaba al máximo, que la comida y la bebida estaban preparadas, y que todo estaba listo para zarpar.
—¿Y qué hay del chaleco para el bebé? —preguntó Nick, a lo que el hombre contestó que había encontrado uno y que ya estaba a bordo.
En el casco de la lancha estaba su nombre: La última aventura. Era el doble de grande de lo que me había imaginado. Podía medir unos diez metros de eslora y parecía recién sacada de una exposición: blanca, reluciente y perfecta. Nick me ayudó a subir a bordo y me acompañó en un pequeño recorrido. Tenía dos camarotes y dos cubiertas; una cocina equipada con horno, placa para cocinar, frigorífico y fregadero; un salón con relucientes acabados de madera, lujosas tapicerías y un televisor de pantalla plana.
—¡Madre mía! —exclamé, asombrada—. Cuando me dijiste que había una cabina, pensé que te referías a un cuartito con un par de sillas y ventanas con cristales de vinilo. Nick, ¡esto es un yate!
—Más bien de bolsillo. Es una lancha bien equipada.
—Eso es una tontería. De bolsillo es un reloj o una cartera. Es imposible que te metas un yate como éste en el bolsillo.
—Después te contaré lo que llevo en los bolsillos —replicó él—. Pruébale a Jerry el chaleco salvavidas para comprobar que le quede bien.
A velocidad de crucero, el paseo fue tranquilo y relajado. La proa de La última aventura cortaba la superficie azul del lago con aplomo. Disfruté de él sentada en el puente de mando, en un banco acolchado situado junto al asiento del capitán. Jerry estaba protegido por un chaleco salvavidas azul de nailon que tenía el cuello redondo y abultado. O bien era más cómodo de lo que parecía, o bien Jerry estaba muy entretenido por los novedosos sonidos y sensaciones que le proporcionaba el barco, ya que estaba sorprendentemente tranquilo. Extendí las piernas sobre el banco y coloqué a Jerry sobre mi regazo.
Nick nos llevó en un recorrido por el perímetro del lago, enseñándonos casas, isletas e incluso un águila pescadora que intentaba atrapar un barbo. Yo tenía una copa de vino blanco y afrutado en la mano. Me sentía abrumada por la sensación de paz que sólo se puede experimentar en un barco durante un día soleado, disfrutando de la humedad del aire en los pulmones y de la cálida brisa.
Atracamos en una cala, a la sombra de las copas de los pinos y los cedros, donde el paisaje aún era virgen. Al sacar la enorme cesta que contenía la comida, descubrí un tarro de miel, unas cuantas baguettes que parecían muy crujientes, recipientes con ensaladas, sándwiches de distintos tipos y galletas que por su tamaño más bien parecían tapacubos. Comimos lentamente y apuramos la botella de vino antes de que le diera de comer a Jerry y le cambiara el pañal.
—Está listo para la siesta —dije mientras lo acunaba para que se durmiera.
Lo llevamos a uno de los camarotes, fresquito gracias al aire acondicionado, y lo dejé con cuidado en el centro de la litera. Jerry me miró y parpadeó varias veces, aunque se le cerraban los ojos del sueño que tenía.
—Que duermas bien, Jerry —le dije al tiempo que le daba un beso en la cabeza cuando por fin se durmió.
Me enderecé y estiré la espalda antes de mirar a Nick, que estaba en la puerta. Tenía un hombro apoyado en la pared y las manos en los bolsillos.
—Ven aquí —murmuró.
Su voz en la oscuridad me provocó un delicioso escalofrío.
Me llevó al otro camarote, también sumido en una fresca penumbra y con un agradable olor a madera encerada y a aire fresco con un toque de gasoil.
—¿Puedo dormir la siesta? —pregunté mientras me quitaba los zapatos y me metía en la cama.
—Puedes hacer lo que te apetezca, ojos azules.
Nos tumbamos el uno al lado del otro, mirándonos a la cara, disfrutando del calor de nuestros cuerpos, un tanto pegajosos por la humedad y el sudor. Nick me miraba fijamente. Levantó una mano y me la acercó a la cara para acariciarme una ceja con el dedo corazón antes de seguir la curva de la mejilla. Parecía totalmente concentrado en el recorrido del dedo, como un explorador que acabara de descubrir una frágil y preciosa antigüedad. Me puse colorada al recordar la exquisita paciencia que podían llegar a demostrar sus manos y las caricias tan íntimas que me habían prodigado la noche anterior.
—Te deseo —susurré.
Mis sentidos se agudizaron mientras Nick me desnudaba despacio. Se llevó un erecto pezón a la boca y lo torturó con la lengua. Una de sus manos se trasladó a la base de mi espalda para acariciarme hasta que el deseo crepitó en mi interior.
Después, se quitó la ropa, dejando a la vista ese cuerpo atlético e increíblemente fuerte. Me movió hasta dejarme expuesta y vulnerable antes de explorar mi piel con los labios y las manos hasta que me robó el aliento. Me tenía aferrada por las muñecas cuando se detuvo y se colocó sobre mí para mirarme a los ojos. Solté un gemido al tiempo que arqueaba las caderas, tensa por la espera y con los brazos inmovilizados por sus manos.
Jadeé mientras me penetraba lenta y satisfactoriamente. Deslizó su cuerpo hacia arriba, de forma que sentí sus caricias por dentro y por fuera. El contraste de sus endurecidos músculos con mis delicadas curvas era manifiesto. Como también lo era el de la frescura del camarote sobre nuestros acalorados cuerpos. Cada embestida transformaba mi piel en pura sensación; mi cuerpo, en una llamarada. Noté que se detenía de repente, jadeando, para intentar alargar el momento y retrasar el clímax. Me soltó las muñecas y entrelazó nuestros dedos con una enervante lentitud.
Levanté las caderas, suplicándole que siguiera, y lo escuché contener el aliento. Sin embargo, no le di el gusto y seguí tentándolo con mis movimientos hasta que por fin se dejó llevar y comenzó a penetrarme con envites rápidos y profundos. Me besó para acallar mis gemidos como si pudiera saborearlos. Puesto que no podía usar los brazos para rodearlo, lo hice con las piernas. Lo vi apretar los dientes justo cuando aumentaba el ritmo de sus embestidas, avivando las sensaciones hasta que me provocó un orgasmo largo y exquisito, tras lo cual él también se corrió y enterró la cara en mi cuello con un gruñido.
Seguimos tumbados un rato en silencio con las piernas entrelazadas. Apoyé la cabeza en su hombro y me planteé lo extraño que resultaba estar acostada con un hombre que no era Joe. Aunque más extraño aún era la naturalidad del momento. Pensé en lo que Joe me había dicho, en su tolerancia para dejarme explorar con Nick la posibilidad de tener una relación tradicional ya que con él era imposible.
—Nick... —dije con voz adormilada.
—¿Qué? —Comenzó a acariciarme el pelo.
—¿Lo que tenemos es una relación tradicional?
—¿En comparación con lo que tenías con Joe? Sí, yo diría que sí.
—Así que... esto es exclusivo, tú y yo, y nada de terceras personas, ¿verdad?
Nick titubeó antes de responder por fin:
—Eso es lo que quiero. ¿Y tú?
—Me pone un poco nerviosa lo de ir tan rápido.
—¿Qué te dice tu instinto?
—Llevo un tiempo sin hablarme con él.
—El mío casi nunca falla —me aseguró con una sonrisa—. Y ahora mismo me dice que tenemos algo bueno entre manos. —Me acarició la espalda, provocándome un escalofrío—. Vamos a intentarlo. Sólo tú y yo. Nadie más. Nada de distracciones. Veamos cómo se desarrolla la cosa, ¿vale?
—Vale. —Bostecé—. Pero para que conste en acta, no pienso ir en serio contigo. Esto no tiene futuro.
—Duérmete —murmuró mientras me tapaba los hombros con la sábana.
Fui incapaz de seguir manteniendo los ojos abiertos.
—Sí, pero ¿has oído lo que he...?
—Te he oído. —Y me abrazó mientras me quedaba dormida.
Mi buen humor y mi relajación desaparecieron en cuanto volvimos al apartamento y escuché los mensajes del contestador. Rachel me había llamado tres veces, y su nerviosismo había ido en aumento en cada uno de sus mensajes mientras me decía que la llamara en cuanto volviese, sin importar la hora.
—Es por la entrevista que tuvimos con Mark Gottler —le aseguré a Nick, desanimada, mientras él soltaba la sillita de Jerry y lo cogía en brazos—. Es por el acuerdo vinculante. Estoy segura. Sabía que acabaría llamándola para decírselo.
—¿Le dijiste a tu hermana que habíamos ido a verlo?
—No, no quise ponerla nerviosa. Se supone que está en la clínica para aclararse las ideas... Está en un momento muy vulnerable. Como Gottler la haya molestado por esto, lo mato.
—Llámala y entérate de lo que ha pasado —replicó Nick como si nada mientras se llevaba a Jerry al cambiador.
—¿Hay que cambiarle el pañal? Yo lo hago.
—Llama a tu hermana, cariño. Si soy capaz de despellejar a un ciervo, puedo cambiar un pañal.
Se lo agradecí con la mirada y llamé a Rachel.
Mi hermana contestó al segundo tono.
—¿Diga?
—Rachel, soy yo. Acabo de escuchar tus mensajes. ¿Qué tal va la cosa?
—Todo iba estupendamente hasta que me llamó Mark —contestó con voz cortante— y me dijo lo que has estado tramando.
Respiré hondo.
—Siento mucho que te hayas enfadado por eso.
—¡Pues no haberlo hecho en primer lugar! Sabías que estaba mal o de lo contrario me habrías dicho algo. ¿Qué está pasando, ________? ¿Y por qué has metido a Nick Jonas en mis asuntos personales?
—Es un amigo. Me acompañó para darme su apoyo.
—Pues es una lástima que le hicieras perder el tiempo y que tú perdieras el tuyo. Porque no sirvió de nada. No voy a firmar ningún acuerdo. No necesito tu ayuda y menos si es de ese tipo. ¿Sabes la vergüenza que me estás haciendo pasar? ¿Sabes lo que está en juego? Como no cierres la boca y dejes de meter la nariz donde no tienes que meterla, vas a arruinarme la vida.
Guardé silencio mientras intentaba respirar con normalidad. Cuando se enfadaba, mi hermana se parecía muchísimo a mi madre.
—No voy a arruinar nada —le aseguré—. Sólo estoy haciendo lo que me pediste, que es cuidar de Jerry. E intentar que consigas la ayuda que debes recibir.
—Mark ya había prometido ayudarme. ¡No hacía falta que recurrieras a ningún abogado!
Su ingenuidad me dejó pasmada.
—¿Hasta qué punto vas a confiar en un hombre que engaña a su mujer?
La escuché jadear por la ofensa.
—No es asunto tuyo. Es mi vida. No quiero que vuelvas a hablar con Mark nunca más. No entiendes nada en absoluto.
—Entiendo mucho más de lo que tú piensas —la contradije con voz seria—. Rachel, escúchame... necesitas protección. Necesitas garantías de que vas a conseguir apoyo económico. ¿Te ha hablado Mark de los términos del acuerdo?
—No, y tampoco me interesa oír nada del tema. Sé lo que él me ha prometido y eso me basta. Como te presentes con algún papel, lo haré pedazos y lo tiraré.
—¿Me dejas que te cuente algunas de las cosas de las que hablamos con él?
—¡No! No me interesa nada de lo que tengas que decir. Por fin estoy consiguiendo lo que quiero, por primera vez en mi vida, y tú me juzgas y te metes donde nadie te ha llamado y lo estropeas todo. ¡Igual que mamá!
Eso me dolió.
—No soy como mamá.
—¡Sí que lo eres! Estás celosa, como ella. Estás celosa de mí porque soy más guapa, y porque tengo un niño, y porque tengo un novio rico.
En ese momento, descubrí que era cierto lo que dicen de que se puede ver todo rojo si estás lo suficientemente enfadada.
—Madura un poco, Rachel —le solté.
Al otro lado sonó un clic.
Silencio.
Me aparté el teléfono de la oreja y lo miré un momento.
Al final, dejé caer la cabeza, derrotada.
—Nick...
—¿Qué?
—Acabo de decirle a mi hermana, que está ingresada en una clínica psiquiátrica, que madure.
Se acercó a mí después de haberle puesto un pañal limpio a Jerry.
—Ya lo he oído —me aseguró con una nota guasona en la voz.
Lo miré con seriedad.
—¿Tienes el teléfono de Mark Gottler? Tengo que llamarlo.
—En el móvil. Llama si quieres. —Me observó un momento—. Si te digo que soy capaz de ocuparme de esto, ¿confiarías en mí? —murmuró—. ¿Me dejas que haga eso por ti?
Consideré el ofrecimiento, consciente de que, aunque yo era capaz de manejar perfectamente a Mark Gottler, ése era el tipo de problema en el que Nick sobresalía. Y, en ese instante, me parecía maravilloso contar con su ayuda. Asentí con la cabeza.
Él me pasó a Jerry y se acercó a la mesa, donde había dejado la cartera, las llaves y el teléfono. Al cabo de dos minutos estaba hablando con Mark Gottler.
—Hola, Mark. ¿Qué tal estás? Bien. Sí. Todo va bien, pero tenemos un problema que necesitamos solucionar. ________ acaba de hablar con Rachel por teléfono. Sí, han estado hablando sobre nuestra conversación. Sí, el acuerdo. _______ no está muy contenta que digamos... Y si te digo la verdad, yo tampoco. Supongo que deberíamos haber dejado muy claro que todo este asunto es confidencial. Aunque no esperaba que fueras directo a soltárselo. —Se detuvo para escuchar—. Sé por qué lo has hecho, Mark. —Hablaba en voz baja, pero su voz era mortal-mente seria—. Lo único que has conseguido es que las dos hermanas se pongan de uñas. Da igual lo que Rachel quiera o deje de querer ahora mismo, porque no está en condiciones mentales de tomar una decisión como ésta. Y tú no necesitas preocuparte de si firma el acuerdo o no. En cuanto mi abogado lo redacte, te lo enviará para que tus chicos le echen un vistazo, después le pones tu puta firma y me lo devuelves. —Escuchó lo que Mark Gottler decía—. Porque _______ me ha pedido que la ayude, ni más ni menos. No sé cómo sueles manejar estas cosas normalmente... Sí, eso es lo que insinúo. Mark, lo que yo pinto en esto está claro: quiero asegurarme de que Rachel y Jerry obtienen lo que les corresponde. Quiero que consigan lo que hablamos y lo que acordamos. Y ya sabes lo que puede ocurrir en Houston si le llevas la contraria a un Jonas. No, desde luego que no es una amenaza. Te considero un amigo, y sé que no vas a acobardarte a la hora de hacer lo correcto. Así que te voy a decir muy clarito lo que vamos a hacer durante el tiempo que queda: no vas a volver a molestar a Rachel con este asunto. Vamos a firmar el acuerdo y, como nos sigas creando problemas, te garantizo que te va a costar muy caro. Y no es eso lo que queremos, créeme. La próxima vez que quieras hablar del asunto, nos llamas a ______ o a mí. Rachel se queda al margen de todo esto hasta que se reponga y salga de la clínica. Bien. Yo también lo creo. —Escuchó un minuto más con expresión satisfecha y, después de despedirse, cerró el teléfono con gesto decidido.
Me miró y alzó una ceja.
—Gracias —le dije en voz baja, consciente de que la presión que tenía en el pecho comenzaba a aliviarse—. ¿Crees que te ha tomado en serio?
—Me ha tomado en serio.
Me senté en el sofá y él se acercó para acuclillarse delante de mí y mirarme a la cara.
—Todo saldrá bien —me dijo—. No hace falta que te preocupes por nada.
—Vale. —Alargué un brazo para acariciar ese pelo oscuro—. ¿Vas a pasar la noche conmigo o...? —le pregunté, un poco avergonzada.
—Sí.
Esbocé una sonrisa torcida.
—¿No quieres pensártelo un rato?
—Vale. —Entrecerró los ojos como si estuviera meditando el asunto con detenimiento y, al cabo de medio segundo, dijo—: Me quedo.
Histérica, salí de la cama de un salto y volé hasta el salón, aunque me detuve de golpe como si fuera un personaje de dibujos animados que se hubiera quedado justo al borde de un precipicio.
Encima de la mesa había una taza de café a medio terminar. Nick estaba en el sofá, vestido con los vaqueros y una camiseta de manga corta, con Jerry acurrucado en el pecho. Estaban viendo las noticias.
—Te has levantado para darle de comer —dije, sorprendida.
—Me pareció que era mucho mejor que siguieras durmiendo. —Esos ojos oscuros me miraron de arriba abajo—. Anoche te dejé exhausta.
Me incliné sobre ambos para besar a Jerry, y el beso le arrancó una desdentada sonrisa.
Durante la noche, se había despertado una vez, y Nick insistió en levantarse conmigo. Mientras yo le cambiaba el pañal, él le calentó el biberón y se sentó a mi lado hasta que se lo bebió todo.
Al volver a la cama, comenzó por abrazarme y acabó acariciándome sutilmente. Al cabo de pocos minutos, me había besado todo el cuerpo, torturándome con los labios y la lengua de forma exquisita. Me levantó de la cama, me dio la vuelta y lo hicimos en algunas posturas que en la vida se me habían pasado por la cabeza. Descubrí que Nick era un amante vigoroso y creativo, y si se detuvo fue por mi insistencia. Agotada y saciada, me pasé el resto de la noche dormida como un tronco.
—Hace un siglo que no duermo hasta tan tarde —le dije a Nick con sinceridad—. Ha sido un detallazo por tu parte. —Me acerqué a la cocina para servirme una taza de café—. Arrastro una falta de sueño horrorosa. De verdad, ha sido estupendo.
—¿Te refieres al sexo o a lo bien que has dormido?
Sonreí.
—Al sexo... aunque me ha costado decidirme.
—¿Y si le dices a tu madre que te ayude a cuidar del niño?
Le eché un poco de leche al café.
—Tal vez esté de acuerdo, siempre y cuando la pille en un buen día y no tenga otra cosa que hacer. Pero tendría que agradecérselo tanto que no merece la pena. Estaría en deuda con ella el resto de mi vida. Además... no me fío que cuide bien de Jerry.
Nick me observó con detenimiento mientras me acercaba al sofá.
—¿Crees que podría hacerle daño?
—Físicamente no. Mi madre nunca nos pegó ni a Rachel ni a mí, nada de eso. Pero era la reina de los numeritos dramáticos y le encantaba chillar. De ahí que no soporte que me griten. No quiero que le haga algo así a Jerry. Es más, si yo no soporto quedarme a solas con ella, me niego a que Jerry tenga que pasar por eso. —Dejé la taza en la mesita y extendí los brazos para coger a mi sobrino—. Hola, cariñín —susurré mientras lo abrazaba sin apartar los ojos de Nick—. ¿Sueles alzar mucho la voz?
—Sólo en los partidos de fútbol. Bueno, no. También les grito a los contratistas. —Se inclinó hacia mí para besarme en la sien mientras me agarraba un mechón de pelo con delicadeza—. ¿Tienes planes para hoy?
—No.
—¿Quieres pasar el día conmigo?
Asentí con la cabeza de inmediato.
—Me gustaría llevaros al lago Conroe —dijo—. Tengo una lancha, así que llamaré al puerto deportivo para que nos tengan el almuerzo listo cuando lleguemos.
—¿Y no será peligroso para Jerry dar un paseo en lancha? —pregunté, preocupada.
—Estará seguro en la cabina. Además, le pondremos un chaleco salvavidas cuanto estemos en cubierta.
—¿Tienes alguno de su talla?
—Lo conseguiremos en el puerto.
El lago Conroe estaba a unos sesenta kilómetros al norte de Metroplex, y todo el mundo sabía que allí era donde iban a relajarse los habitantes de Houston. El lago tenía unos treinta kilómetros de longitud y a vista de pájaro su forma recordaba un poco a la de un escorpión. Un tercio de sus orillas estaba dentro del límite del Parque Nacional Sam Houston. El resto de la zona estaba ocupada por áreas residenciales carísimas y por un buen número de campos de golf. Nunca había estado en el lago Conroe, pero había oído hablar de sus coloridas puestas de sol, de sus lujosos hoteles, de sus exquisitos restaurantes y de la fama mundial que tenían sus aguas entre los pescadores deportivos.
—No sé nada de lanchas ni de pesca —le dije a Nick durante el trayecto—, así que te ayudaré en la medida de lo posible, aunque quiero que quede claro que sufro de discapacidad flotacional.
Nick sonrió y dejó el móvil entre nuestros asientos, en uno de los soportes pensados para las latas de refrescos. Con las gafas de aviador, las bermudas y el polo blanco estaba para comérselo.
—El personal del puerto nos ayudará a botar la lancha. Tú sólo tienes que disfrutar.
—Eso me vale.
Sentía una gran alegría, una felicidad efervescente que nunca había experimentado hasta ese momento. Me resultaba difícil incluso quedarme quieta en el coche. Era como una niña nerviosa porque sólo quedaban cinco minutos de clase antes de las vacaciones de verano. Era la primera vez en mi vida que no deseaba estar en ningún otro lugar ni con ninguna otra persona. Me volví para echarle un vistazo a la sillita de Jerry, colocada de forma que miraba hacia atrás.
—Debería echarle un ojo —dije al tiempo que alargaba el brazo para desabrochar el cinturón.
—Está bien —me aseguró Nick, que me cogió la mano—. Ya vale de pasarte al asiento de atrás. Quédate ahí sentada con el cinturón puesto.
—Pero no me siento tranquila si no puedo verlo.
—¿Cuándo se puede colocar la sillita mirando hacia el frente?
—Cuando tenga unos cuantos meses más. —Mi felicidad se evaporó en parte—. Ya, pero para entonces ya no estará conmigo.
—¿Sabes algo de Rachel?
Negué con la cabeza.
—Había pensado llamaría mañana. Además de preguntarle por cómo le va, quiero contarle cosas de Jerry. —Me sumí en un silencio reflexivo—. La verdad es que me sorprende muchísimo que demuestre tan poco interés por su hijo. Vale que me pregunte si está bien o no; pero el resto de los detalles, si come y duerme, si es capaz de sostener la cabeza solo, esas cosas no parecen interesarle en absoluto.
—¿Alguna vez demostró interés por los niños antes de tener a Jerry?
—Dios, no. Yo tampoco. Siempre he pensado que es un coñazo aguantar a la gente hablar de sus hijos. Pero es distinto cuando es el tuyo.
—Es posible que Rachel no lo haya tenido el tiempo suficiente como para crear ese vínculo con él.
—Es posible. Pero yo sólo necesité dos días con él para... —Dejé la frase en el aire y me puse colorada.
Nick me miró de reojo, aunque las gafas me impidieron ver su expresión.
—¿Empezar a quererlo? —preguntó en voz baja.
—Sí.
Comenzó a acariciarme el dorso de la mano con el pulgar, trazando un perezoso círculo.
—¿Por qué te da vergüenza admitirlo?
—No es vergüenza. Es... no me resulta fácil hablar de estas cosas.
—Pero te pasas la vida escribiendo sobre estos temas.
—Sí, pero no es lo mismo cuando son mis sentimientos.
—¿Lo ves como una trampa?
—No, no precisamente. Pero los sentimientos acaban estropeando las cosas.
Vi el destello de su sonrisa.
—_______, ¿qué podría estropear el amor?
—A ver, pongamos mi ruptura con Joe como ejemplo. Si alguna vez hubiéramos llegado al punto de confesar que nos queríamos, habría sido un proceso difícil y desagradable. Pero como no lo hicimos, fue mucho más fácil distanciarnos.
—En algún momento tendrás que distanciarte de Jerry —me recordó—. Tal vez no deberías haberle dicho que lo quieres.
—¡Es un bebé! —exclamé, indignada—. Necesita que alguien se lo diga. ¿Te gustaría venir al mundo y que nadie te dijera que te quiere?
—Mis padres no se lo dijeron nunca. Pensaban que el uso desgastaba las palabras.
—¿Tú no piensas igual?
—No. Si el sentimiento existe, es mejor admitirlo. El hecho de que se pronuncien o no se pronuncien esas palabras en voz alta no cambia nada.
El día era caluroso y tranquilo. El puerto deportivo estaba muy concurrido y los tablones de madera, grisáceos por el paso del tiempo, crujían bajo el peso de cientos de pies. Había chicos en bañador y sin camiseta, chicas en biquinis que apenas cubrían nada, hombres con camisetas con mensajes como: «Cállate y pesca» o «No me toques la perca». Los abueletes llevaban pantalones cortos de poliéster y guayaberas, esas camisas de estilo cubano con frunces en la parte delantera. Las abuelas, faldas pantalón con camisas de un llamativo estampado tropical y enormes pamelas. Algunas damas llevaban viseras y el pelo cardado de tal forma que los recogidos parecían ascender sobre sus cabezas como hongos atómicos en miniatura. En el aire flotaba el olor característico a algas y humedad, aderezado con el de la cerveza, el del gasoil, el del cebo para pescar y el de la crema protectora solar de coco. Había un perro que no paraba de corretear de un lado para otro y que no parecía pertenecer a nadie en concreto.
Nada más entrar, un empleado vestido de rojo y blanco se acercó a recibirnos con gran entusiasmo. Le dijo a Nick que su lancha estaba limpia y cargada de combustible, que la batería estaba al máximo, que la comida y la bebida estaban preparadas, y que todo estaba listo para zarpar.
—¿Y qué hay del chaleco para el bebé? —preguntó Nick, a lo que el hombre contestó que había encontrado uno y que ya estaba a bordo.
En el casco de la lancha estaba su nombre: La última aventura. Era el doble de grande de lo que me había imaginado. Podía medir unos diez metros de eslora y parecía recién sacada de una exposición: blanca, reluciente y perfecta. Nick me ayudó a subir a bordo y me acompañó en un pequeño recorrido. Tenía dos camarotes y dos cubiertas; una cocina equipada con horno, placa para cocinar, frigorífico y fregadero; un salón con relucientes acabados de madera, lujosas tapicerías y un televisor de pantalla plana.
—¡Madre mía! —exclamé, asombrada—. Cuando me dijiste que había una cabina, pensé que te referías a un cuartito con un par de sillas y ventanas con cristales de vinilo. Nick, ¡esto es un yate!
—Más bien de bolsillo. Es una lancha bien equipada.
—Eso es una tontería. De bolsillo es un reloj o una cartera. Es imposible que te metas un yate como éste en el bolsillo.
—Después te contaré lo que llevo en los bolsillos —replicó él—. Pruébale a Jerry el chaleco salvavidas para comprobar que le quede bien.
A velocidad de crucero, el paseo fue tranquilo y relajado. La proa de La última aventura cortaba la superficie azul del lago con aplomo. Disfruté de él sentada en el puente de mando, en un banco acolchado situado junto al asiento del capitán. Jerry estaba protegido por un chaleco salvavidas azul de nailon que tenía el cuello redondo y abultado. O bien era más cómodo de lo que parecía, o bien Jerry estaba muy entretenido por los novedosos sonidos y sensaciones que le proporcionaba el barco, ya que estaba sorprendentemente tranquilo. Extendí las piernas sobre el banco y coloqué a Jerry sobre mi regazo.
Nick nos llevó en un recorrido por el perímetro del lago, enseñándonos casas, isletas e incluso un águila pescadora que intentaba atrapar un barbo. Yo tenía una copa de vino blanco y afrutado en la mano. Me sentía abrumada por la sensación de paz que sólo se puede experimentar en un barco durante un día soleado, disfrutando de la humedad del aire en los pulmones y de la cálida brisa.
Atracamos en una cala, a la sombra de las copas de los pinos y los cedros, donde el paisaje aún era virgen. Al sacar la enorme cesta que contenía la comida, descubrí un tarro de miel, unas cuantas baguettes que parecían muy crujientes, recipientes con ensaladas, sándwiches de distintos tipos y galletas que por su tamaño más bien parecían tapacubos. Comimos lentamente y apuramos la botella de vino antes de que le diera de comer a Jerry y le cambiara el pañal.
—Está listo para la siesta —dije mientras lo acunaba para que se durmiera.
Lo llevamos a uno de los camarotes, fresquito gracias al aire acondicionado, y lo dejé con cuidado en el centro de la litera. Jerry me miró y parpadeó varias veces, aunque se le cerraban los ojos del sueño que tenía.
—Que duermas bien, Jerry —le dije al tiempo que le daba un beso en la cabeza cuando por fin se durmió.
Me enderecé y estiré la espalda antes de mirar a Nick, que estaba en la puerta. Tenía un hombro apoyado en la pared y las manos en los bolsillos.
—Ven aquí —murmuró.
Su voz en la oscuridad me provocó un delicioso escalofrío.
Me llevó al otro camarote, también sumido en una fresca penumbra y con un agradable olor a madera encerada y a aire fresco con un toque de gasoil.
—¿Puedo dormir la siesta? —pregunté mientras me quitaba los zapatos y me metía en la cama.
—Puedes hacer lo que te apetezca, ojos azules.
Nos tumbamos el uno al lado del otro, mirándonos a la cara, disfrutando del calor de nuestros cuerpos, un tanto pegajosos por la humedad y el sudor. Nick me miraba fijamente. Levantó una mano y me la acercó a la cara para acariciarme una ceja con el dedo corazón antes de seguir la curva de la mejilla. Parecía totalmente concentrado en el recorrido del dedo, como un explorador que acabara de descubrir una frágil y preciosa antigüedad. Me puse colorada al recordar la exquisita paciencia que podían llegar a demostrar sus manos y las caricias tan íntimas que me habían prodigado la noche anterior.
—Te deseo —susurré.
Mis sentidos se agudizaron mientras Nick me desnudaba despacio. Se llevó un erecto pezón a la boca y lo torturó con la lengua. Una de sus manos se trasladó a la base de mi espalda para acariciarme hasta que el deseo crepitó en mi interior.
Después, se quitó la ropa, dejando a la vista ese cuerpo atlético e increíblemente fuerte. Me movió hasta dejarme expuesta y vulnerable antes de explorar mi piel con los labios y las manos hasta que me robó el aliento. Me tenía aferrada por las muñecas cuando se detuvo y se colocó sobre mí para mirarme a los ojos. Solté un gemido al tiempo que arqueaba las caderas, tensa por la espera y con los brazos inmovilizados por sus manos.
Jadeé mientras me penetraba lenta y satisfactoriamente. Deslizó su cuerpo hacia arriba, de forma que sentí sus caricias por dentro y por fuera. El contraste de sus endurecidos músculos con mis delicadas curvas era manifiesto. Como también lo era el de la frescura del camarote sobre nuestros acalorados cuerpos. Cada embestida transformaba mi piel en pura sensación; mi cuerpo, en una llamarada. Noté que se detenía de repente, jadeando, para intentar alargar el momento y retrasar el clímax. Me soltó las muñecas y entrelazó nuestros dedos con una enervante lentitud.
Levanté las caderas, suplicándole que siguiera, y lo escuché contener el aliento. Sin embargo, no le di el gusto y seguí tentándolo con mis movimientos hasta que por fin se dejó llevar y comenzó a penetrarme con envites rápidos y profundos. Me besó para acallar mis gemidos como si pudiera saborearlos. Puesto que no podía usar los brazos para rodearlo, lo hice con las piernas. Lo vi apretar los dientes justo cuando aumentaba el ritmo de sus embestidas, avivando las sensaciones hasta que me provocó un orgasmo largo y exquisito, tras lo cual él también se corrió y enterró la cara en mi cuello con un gruñido.
Seguimos tumbados un rato en silencio con las piernas entrelazadas. Apoyé la cabeza en su hombro y me planteé lo extraño que resultaba estar acostada con un hombre que no era Joe. Aunque más extraño aún era la naturalidad del momento. Pensé en lo que Joe me había dicho, en su tolerancia para dejarme explorar con Nick la posibilidad de tener una relación tradicional ya que con él era imposible.
—Nick... —dije con voz adormilada.
—¿Qué? —Comenzó a acariciarme el pelo.
—¿Lo que tenemos es una relación tradicional?
—¿En comparación con lo que tenías con Joe? Sí, yo diría que sí.
—Así que... esto es exclusivo, tú y yo, y nada de terceras personas, ¿verdad?
Nick titubeó antes de responder por fin:
—Eso es lo que quiero. ¿Y tú?
—Me pone un poco nerviosa lo de ir tan rápido.
—¿Qué te dice tu instinto?
—Llevo un tiempo sin hablarme con él.
—El mío casi nunca falla —me aseguró con una sonrisa—. Y ahora mismo me dice que tenemos algo bueno entre manos. —Me acarició la espalda, provocándome un escalofrío—. Vamos a intentarlo. Sólo tú y yo. Nadie más. Nada de distracciones. Veamos cómo se desarrolla la cosa, ¿vale?
—Vale. —Bostecé—. Pero para que conste en acta, no pienso ir en serio contigo. Esto no tiene futuro.
—Duérmete —murmuró mientras me tapaba los hombros con la sábana.
Fui incapaz de seguir manteniendo los ojos abiertos.
—Sí, pero ¿has oído lo que he...?
—Te he oído. —Y me abrazó mientras me quedaba dormida.
Mi buen humor y mi relajación desaparecieron en cuanto volvimos al apartamento y escuché los mensajes del contestador. Rachel me había llamado tres veces, y su nerviosismo había ido en aumento en cada uno de sus mensajes mientras me decía que la llamara en cuanto volviese, sin importar la hora.
—Es por la entrevista que tuvimos con Mark Gottler —le aseguré a Nick, desanimada, mientras él soltaba la sillita de Jerry y lo cogía en brazos—. Es por el acuerdo vinculante. Estoy segura. Sabía que acabaría llamándola para decírselo.
—¿Le dijiste a tu hermana que habíamos ido a verlo?
—No, no quise ponerla nerviosa. Se supone que está en la clínica para aclararse las ideas... Está en un momento muy vulnerable. Como Gottler la haya molestado por esto, lo mato.
—Llámala y entérate de lo que ha pasado —replicó Nick como si nada mientras se llevaba a Jerry al cambiador.
—¿Hay que cambiarle el pañal? Yo lo hago.
—Llama a tu hermana, cariño. Si soy capaz de despellejar a un ciervo, puedo cambiar un pañal.
Se lo agradecí con la mirada y llamé a Rachel.
Mi hermana contestó al segundo tono.
—¿Diga?
—Rachel, soy yo. Acabo de escuchar tus mensajes. ¿Qué tal va la cosa?
—Todo iba estupendamente hasta que me llamó Mark —contestó con voz cortante— y me dijo lo que has estado tramando.
Respiré hondo.
—Siento mucho que te hayas enfadado por eso.
—¡Pues no haberlo hecho en primer lugar! Sabías que estaba mal o de lo contrario me habrías dicho algo. ¿Qué está pasando, ________? ¿Y por qué has metido a Nick Jonas en mis asuntos personales?
—Es un amigo. Me acompañó para darme su apoyo.
—Pues es una lástima que le hicieras perder el tiempo y que tú perdieras el tuyo. Porque no sirvió de nada. No voy a firmar ningún acuerdo. No necesito tu ayuda y menos si es de ese tipo. ¿Sabes la vergüenza que me estás haciendo pasar? ¿Sabes lo que está en juego? Como no cierres la boca y dejes de meter la nariz donde no tienes que meterla, vas a arruinarme la vida.
Guardé silencio mientras intentaba respirar con normalidad. Cuando se enfadaba, mi hermana se parecía muchísimo a mi madre.
—No voy a arruinar nada —le aseguré—. Sólo estoy haciendo lo que me pediste, que es cuidar de Jerry. E intentar que consigas la ayuda que debes recibir.
—Mark ya había prometido ayudarme. ¡No hacía falta que recurrieras a ningún abogado!
Su ingenuidad me dejó pasmada.
—¿Hasta qué punto vas a confiar en un hombre que engaña a su mujer?
La escuché jadear por la ofensa.
—No es asunto tuyo. Es mi vida. No quiero que vuelvas a hablar con Mark nunca más. No entiendes nada en absoluto.
—Entiendo mucho más de lo que tú piensas —la contradije con voz seria—. Rachel, escúchame... necesitas protección. Necesitas garantías de que vas a conseguir apoyo económico. ¿Te ha hablado Mark de los términos del acuerdo?
—No, y tampoco me interesa oír nada del tema. Sé lo que él me ha prometido y eso me basta. Como te presentes con algún papel, lo haré pedazos y lo tiraré.
—¿Me dejas que te cuente algunas de las cosas de las que hablamos con él?
—¡No! No me interesa nada de lo que tengas que decir. Por fin estoy consiguiendo lo que quiero, por primera vez en mi vida, y tú me juzgas y te metes donde nadie te ha llamado y lo estropeas todo. ¡Igual que mamá!
Eso me dolió.
—No soy como mamá.
—¡Sí que lo eres! Estás celosa, como ella. Estás celosa de mí porque soy más guapa, y porque tengo un niño, y porque tengo un novio rico.
En ese momento, descubrí que era cierto lo que dicen de que se puede ver todo rojo si estás lo suficientemente enfadada.
—Madura un poco, Rachel —le solté.
Al otro lado sonó un clic.
Silencio.
Me aparté el teléfono de la oreja y lo miré un momento.
Al final, dejé caer la cabeza, derrotada.
—Nick...
—¿Qué?
—Acabo de decirle a mi hermana, que está ingresada en una clínica psiquiátrica, que madure.
Se acercó a mí después de haberle puesto un pañal limpio a Jerry.
—Ya lo he oído —me aseguró con una nota guasona en la voz.
Lo miré con seriedad.
—¿Tienes el teléfono de Mark Gottler? Tengo que llamarlo.
—En el móvil. Llama si quieres. —Me observó un momento—. Si te digo que soy capaz de ocuparme de esto, ¿confiarías en mí? —murmuró—. ¿Me dejas que haga eso por ti?
Consideré el ofrecimiento, consciente de que, aunque yo era capaz de manejar perfectamente a Mark Gottler, ése era el tipo de problema en el que Nick sobresalía. Y, en ese instante, me parecía maravilloso contar con su ayuda. Asentí con la cabeza.
Él me pasó a Jerry y se acercó a la mesa, donde había dejado la cartera, las llaves y el teléfono. Al cabo de dos minutos estaba hablando con Mark Gottler.
—Hola, Mark. ¿Qué tal estás? Bien. Sí. Todo va bien, pero tenemos un problema que necesitamos solucionar. ________ acaba de hablar con Rachel por teléfono. Sí, han estado hablando sobre nuestra conversación. Sí, el acuerdo. _______ no está muy contenta que digamos... Y si te digo la verdad, yo tampoco. Supongo que deberíamos haber dejado muy claro que todo este asunto es confidencial. Aunque no esperaba que fueras directo a soltárselo. —Se detuvo para escuchar—. Sé por qué lo has hecho, Mark. —Hablaba en voz baja, pero su voz era mortal-mente seria—. Lo único que has conseguido es que las dos hermanas se pongan de uñas. Da igual lo que Rachel quiera o deje de querer ahora mismo, porque no está en condiciones mentales de tomar una decisión como ésta. Y tú no necesitas preocuparte de si firma el acuerdo o no. En cuanto mi abogado lo redacte, te lo enviará para que tus chicos le echen un vistazo, después le pones tu puta firma y me lo devuelves. —Escuchó lo que Mark Gottler decía—. Porque _______ me ha pedido que la ayude, ni más ni menos. No sé cómo sueles manejar estas cosas normalmente... Sí, eso es lo que insinúo. Mark, lo que yo pinto en esto está claro: quiero asegurarme de que Rachel y Jerry obtienen lo que les corresponde. Quiero que consigan lo que hablamos y lo que acordamos. Y ya sabes lo que puede ocurrir en Houston si le llevas la contraria a un Jonas. No, desde luego que no es una amenaza. Te considero un amigo, y sé que no vas a acobardarte a la hora de hacer lo correcto. Así que te voy a decir muy clarito lo que vamos a hacer durante el tiempo que queda: no vas a volver a molestar a Rachel con este asunto. Vamos a firmar el acuerdo y, como nos sigas creando problemas, te garantizo que te va a costar muy caro. Y no es eso lo que queremos, créeme. La próxima vez que quieras hablar del asunto, nos llamas a ______ o a mí. Rachel se queda al margen de todo esto hasta que se reponga y salga de la clínica. Bien. Yo también lo creo. —Escuchó un minuto más con expresión satisfecha y, después de despedirse, cerró el teléfono con gesto decidido.
Me miró y alzó una ceja.
—Gracias —le dije en voz baja, consciente de que la presión que tenía en el pecho comenzaba a aliviarse—. ¿Crees que te ha tomado en serio?
—Me ha tomado en serio.
Me senté en el sofá y él se acercó para acuclillarse delante de mí y mirarme a la cara.
—Todo saldrá bien —me dijo—. No hace falta que te preocupes por nada.
—Vale. —Alargué un brazo para acariciar ese pelo oscuro—. ¿Vas a pasar la noche conmigo o...? —le pregunté, un poco avergonzada.
—Sí.
Esbocé una sonrisa torcida.
—¿No quieres pensártelo un rato?
—Vale. —Entrecerró los ojos como si estuviera meditando el asunto con detenimiento y, al cabo de medio segundo, dijo—: Me quedo.
Espero les guste,
Con amor
Niinny Jonas
Con amor
Niinny Jonas
NiinnyJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
Me encanntaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Nick si es bello!!! Me fasina la nove! la forma como escribes es increible!
Nick si es bello!!! Me fasina la nove! la forma como escribes es increible!
MaferCastilloJonas
Re: Buenas Vibraciones (Nick y tu) [Adaptación Terminada]
yo quiero uno de esossssss
donde los haceeeeeennnnn
???????
esta taaaaaaannnnn lindoooo,
tan especiaaaaaaalllll,,
aaaaaiiiiiiiii
nick es un principe
jejejeje
asiq ue siguela porfaaaaaaaaaa
donde los haceeeeeennnnn
???????
esta taaaaaaannnnn lindoooo,
tan especiaaaaaaalllll,,
aaaaaiiiiiiiii
nick es un principe
jejejeje
asiq ue siguela porfaaaaaaaaaa
chelis
Página 7 de 14. • 1 ... 6, 7, 8 ... 10 ... 14
Temas similares
» Sin recuerdos- Adaptacion- Nick y tu- Terminada
» La Ley Del Lobo (Nick y tu) [ADAPTACIÓN] HOT!!
» Perfect You (Nick y tu) - Adaptación [TERMINADA]
» Ley de atracción -adaptación- Nick&Tu [Terminada]
» Amantes [Nick&Tu] Adaptacion [Terminada]
» La Ley Del Lobo (Nick y tu) [ADAPTACIÓN] HOT!!
» Perfect You (Nick y tu) - Adaptación [TERMINADA]
» Ley de atracción -adaptación- Nick&Tu [Terminada]
» Amantes [Nick&Tu] Adaptacion [Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 7 de 14.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.