"The Big Ben" [Marc & Ben]

Tamara-san al rescatee!!
Noo... mmm... jejejejee no se si sea buena idea continuar alargándolo... toda novela tiene su final.. y si esto sigue seguro esta tipa va a seguir maltratando(haciendo malo) a mi querido Ben!! O.o pero... segunda temporada(segundo TOMO!! me encanta esa palabra :3 )?? mmm no se.. si, en realidad todo depende de como termine.. y si a la autora se le ocurre como dejar más mal a Marc(con tramas, yo no puedo ayudar mucho.. haré el intento pero no prometo nada) De todas formas el martirizar a mi autora ya está hecho así que mi trabajo va por buen camino... Creo que las conclusiones desesperadas deben sacarlas cuando se termine la novela :D Addiu

Capítulo 16

Moví rápido mis dedos por sobre las teclas del celular, dedicando mi total atención a la pantalla que mostraba el juego online de Resident Evil 4, y al parlante del aeropuerto que podía anunciar la llegada del vuelo de mi madre con Ella en cualquier segundo.

Benjamin suspiró y se sentó a un lado mío mientras arreglaba su corbata.

-No entiendo para qué demonios te pusiste terno-comenté molesto sin quitar mi vista del celular entre mis manos apoyado en mi regazo.

-Primero que todo: no es cualquier terno, es francés; segundo: luego de esto debo ir a la empresa. Mi vida no corre sólo en torno a ti, Marc.

Reí sarcásticamente al mismo tiempo en el que rodeaba los ojos.

-No sé porque podría creer eso…-burlé.

Benjamin calló tras lanzar un bufido de queja. Sacó su Blackberry de uno de sus bolsillos y observó la pantalla con cautela. La volvió a guardar para quedar nuevamente en su posición seria de niño ejemplar.

-¿Quién era?-pregunté dudoso, aún sin quitar mis ojos del celular.

-Unos amigos.

-¿Amigos?-enarqué una ceja.

-Quieren que vaya a jugar polo. De cualquier forma, a ti no te interesa.

El personaje ficticio dentro del juego de mi celular burló a un enemigo audazmente tras de que se lo ordenara, pero no se salvó de otro que venía en camino y de pronto la pantalla de mi celular se empapó de un charco de sangre virtual mientras unas letras anunciaban “Estás muerto. ¿Revivir? Sí/ No”. No pude evitar pegar un salto de susto debido a la muerte repentina.

-Qué estupidez más grande es ese juego.

Saqué la ventana del juego online y luego bloqueé el celular para dejarlo en uno de los bolsillos de mi camisa a cuadros. Volteé mi vista a Benjamin.

-¡Ah! ¿Sí? Pues lo mismo opino de tu juego ese, “Polo”-hice señas con mis dedos.

-No me importa-se encogió de hombros-Al menos es más probable que juegue polo a que unos zombis invadan la tierra y sea el elegido para salvar a la humanidad y a la hija estúpida de un presidente poco responsable. ¿No es cierto?-una sonrisa de victoria se ensanchó en su rostro, dejando a la vista los dientes blancos.

Resoplé molesto y giré mis pupilas en dirección a la pantalla que anunciaba los vuelos. Aún faltaban 15 largos minutos para que el avión aterrizara y se me estaba haciendo imposible burlar las bromas de Benjamin.

Observé a la multitud que corría con maletas, jaulas, niños y bebés de un lado a otro; aquel ajetreo parecía ser mi mayor atención para evitar hablar con Ben.

-Oye-llamó Benjamin a mi lado.

-Dime.

-No te comportarás así de idiota con tu madre ¿No?

Tragué aire e intenté contenerme. El esfuerzo más estúpido que he hecho en mi vida, sin duda alguna. Y, en menos de un segundo, cuando ya creía que toda mi rabia explotaría en gritos, pataletas, golpes - - aunque no fuesen eficaces - - y en cuanta muestra de odio fuese capaz de regalarme la situación, Benjamin se acercó a mí, volteó mi cabeza en dirección a él y me besó.
Tanta fue mi vergüenza a ello, que en el momento no fui capaz de reaccionar. Me encerré en mi propia burbuja espacial en la que imaginaba a toda la gente observándome mientras me señalaba, apuntándome con un dedo acusador y con alguna cámara… como a cualquier bicho raro. Pasaron más segundos inquietantes en los que mi mente no era capaz de razonar y observar al lado, en los que me mantenía exasperado allí sin salida alguna, hasta que Benjamin me soltó.

Abrí los ojos y rápidamente miré hacia la izquierda y la derecha, asegurándome de que nada de lo que pensó mi mente fue real. Me convencí de que me volví paranoico en el segundo, de que aquellas risotadas abundantes y flashes por doquier no eran más que un juego mental dentro de mí jugándome una mala pasada. Suspiré aliviado y prontamente me volví hacia Ben con el ceño fruncido.
Su sonrisa no se apartó de sus labios brillantes, que hace unos segundos habían estado en contacto con los míos…

-¡¿Qué demonios te sucede?!-alegué en un susurro-¿No te das cuenta que la gente aquí puede vernos?

Se encogió de hombros y pasó una mano por su pelo.

Imité su acción de forma burlesca.

-¿Eso es todo?-pregunté insatisfecho-Ni vuelvas hacerlo otra vez.

Rió amargamente, observando hacia el techo. Posó su vista sobre mí y apuntó vagamente con un dedo hacia un señor. Seguí la dirección con mi vista.

El tipo parecía un cuarentón exitoso, con un estilo jovial a pesar de su cabellera canosa perfectamente peinada. Un maletín negro descansaba en su regazo mientras su vista se empeñaba en ver la pantalla de su celular a través de los lentes de sol que llevaba puestos.

-Mira, si alguien desease verme, ese señor se levantaría de su asiento a saludarme. Pero no lo hace, precisamente porque no está preocupado de su alrededor-quitó su dedo de encima de él. Otra vez observé a Ben-y las cámaras de seguridad de aquí de seguro están más alarmadas de un posible ataque terrorista de Al Qaeda que de dos chicos besándose-Observó con aire distraído hacia el techo, buscando cuidadosamente las cámaras antes señaladas.

-De cualquier forma, no lo hagas más-regañé antes de volver a mi posición de aburrimiento extremo.

-Al menos se te quitó la rabia, que era el punto inicial-comentó con gracia.

Apreté los labios.

-Serás…

-¡Hermanito!-el grito peculiar de Ella me sacó de frase antes de que pudiese terminar de insultar a Kingman.

Observé emocionado como Ella corría en dirección a mí, con una sonrisa pequeña que mostraba el agujero que le había dejado la extracción de una de sus paletas mientras el pelo rubio largo y enmarañado volaba a ráfagas de viento invisible, elevándole por los aires. Sus brazos se abrían ampliamente, mostrando con gracia y alegría el oso felpudo café que le había regalado antes de irme de Londres. Sus pasos marcados por unas zapatillas rosadas con luces parpadeantes eran seguidos por la mochila del mismo color que se mecía con cada movimiento que daba.

Tras de Ella venía mi madre, Kate Coldway.

En menos de un minuto se hallaba mi hermana entre mis brazos, riendo alegre a mí oído. Suspiré de alivio. Le separé de mí y tomé su rostro centellante de sonrisas entre mis manos pálidas.

-¿Qué tal todo?-pregunté guiñando un ojo.

Ella se limitó a responder con una risita nerviosa.

En un palmazo al mundo real, recordé que Benjamin se encontraba precisamente a mi lado. Le observé por el rabillo del ojo de una forma instantánea, provocando que Ella siguiera mi visión.

-¿Quién es él?-preguntó con su voz diminuta y maravillada.

-Benjamin Kingman-saludó mi amigo antes de que fuese capaz de razonar palabra-Un gusto-le extendió una mano mientras una sonrisa amable aparecía en fracciones de segundo entre sus labios.

Era la misma sonrisa con la que le había conocido.

Ella le saludó sonriente. Solté a mi hermana de mi agarre y me levanté del asiento para arreglar el gorro sobre mi cabeza.
Kate nos abordó con una sonrisa exhausta atravesándole el rostro. Dejó la maleta negra a su lado junto con el bolso morado que cargaba en su hombro. En menos de dos segundos, me vi a mi mismo estrechado por un fuerte abrazo, me limité a responder.

-Pero cuánto has crecido, Marc-comentó mi madre sin ser capaz de soltarme-Hasta me parece que me has pasado.

Noté dentro de mi mente lo estúpido que era aquel comentario. A mi madre la había rebasado en altura un año atrás. Preferí callar la corrección.

-Hola, mamá-saludé suave. Kate me soltó con delicadeza –Mamá, él es Ben-mencioné sin emoción mientras señalaba a mi amigo. Él se levantó y nuevamente extendió la mano. Kate la aceptó sorprendida.

Si ella pensaba que yo le había rebasado en altura, de seguro se sintió como llavero cuando vio a semejante adolescente levantarse.

-Benjamin Kingman-mencionó él, tan formal como siempre-Un gusto.

-Kate… Katherine Coldway-aclaró mi madre sin salir de su asombro.

Rodeé los ojos. Me acerqué a Ella y le quité su mochila para cargarla al hombro. Bajé hasta la altura de mi hermana y le tomé entre brazos como acostumbraba cada vez que podía en Londres. Mi madre también acostumbraba a regañarme cada vez que podía por hacer eso, pero suponiendo que ésta ocasión era especial, me vi libre de hacer lo que se me antojase.

Ella se agarró de mi cuello y señaló el gorro.

-¡Qué bonito!-sonrió-Yo quiero uno igual.

Besé su mejilla con ternura.

-Claro. Iremos hoy mismo por uno ¿De acuerdo?

-¡De acuerdo!

Benjamin arregló su traje y consultó a su reloj. Volteó hacia Oliver - - quién cargaba una bolsa en su mano - - e hizo una seña.

-¿Qué tal si nos vamos? Oliver, ayuda a la señora Coldway con las maletas-ordenó mi amigo con autoridad.

El chofer me observó enarcando ambas cejas mientras sonreía divertido. Rodeé los ojos.

-Te dije que todos están locos aquí-repetí con diversión-Hazme un favor y hazle caso por ésta vez-Benjamin me fulminó con su frívola mirada y volvió a consultar su reloj con despreocupación-¡Ah!-llamé la atención. Observé a Oliver-¿Me puedes entregar la bolsa?

Él me la extendió amablemente. Se la recibí. Oliver se dirigió hacia las maletas de mi madre y las tomó con fuerza entre sus manos, haciendo malabares para que no se le cayesen.

-¿Quién es él?-repitió Ella, señalando a mi chofer que iba tres pasos delante de nosotros, luchando contra el peso del equipaje.
Me encaminé a seguir a Kate y a Benjamin, que iban aún más adelantados.

-Es mi chofer-le aclaré a mi hermana con una sonrisa.

-¿Chofer? ¿Cómo el de la cenicienta?

Las comparaciones fantasiosas de mi hermana siempre conseguían sacarme una sonrisa y una que otra carcajada. Por alguna razón, la inocencia de Ella me llamaba la atención como nada más lo hacía en éste mundo.

-Sí-asentí-como el de la cenicienta.

Isabella - - el nombre completo de Ella- - apretó aún más mi cuello.

-O sea, que él se tiene que ir con la cenicienta a media noche.

Hice una mueca y frené para abrir la puerta de cristal que se encontraba en constante movimiento. Divisé el Mazda negro esperándonos pacientemente frente al aeropuerto, ubicado en el mismo lugar en el que aparcó el Mercedes Benz cuando mi padre me vino a buscar meses atrás. Oliver viajó rápidamente hasta el portaequipaje y lanzó ambas maletas dentro de éste en un tiempo record para llegar antes que Kate y Ben y abrir la puerta de los pasajeros. Benjamin entró sin despegar la vista de la pantalla de su Blackberry. Oliver detuvo la marcha de mi madre y le señaló que se sentase a su lado, en el asiento de copiloto. Para cuando arribamos al automóvil con Isabella, ya estaba todo listo.

Cerré la puerta del Mazda y el motor comenzó a funcionar. Dejamos el aeropuerto atrás en pocos minutos.

La estéreo marcaba la canción “Sugar, We’re going down” de los Fall Out Boy. La sintonizadora era de rock y la había elegido Oliver para mí tras tardar horas en buscar la mejor estación de rock, ese fue uno de los excéntricos pedidos que había hecho Rick hacia el Sr. Deep. Mi madre extendió la mano hasta la radio y rebuscó entre estaciones.

-Lo siento, pero ya sabes que el rock me produce una que otra jaqueca-disculpó Kate.

Recordé vagamente la bolsa entre mis manos y la levanté hasta dejarla en mi regazo. Saqué un paquete de regalo rosado con forma de caja y se lo entregué a Ella.

-Es un pequeño presente-comenté aireado tras entregárselo.

Kate nos observó desde el retrovisor.

Isabella abrió el papel con entusiasmo y escarbó entre el regalo hasta toparse con la caja de un Ipod touch de Apple de 4gb en modelo rosado excéntrico. Ella sonrió emocionada y extendió ambos brazos hacia mí mientras besaba mi mejilla.

Reí.

-¡Muchas gracias!-Observó la caja y se dispuso a abrirla.

-No es nada-sonreí.

Seguí buscando entre la bolsa hasta encontrar otro paquete algo más pequeño. Éste lo extendí hacia delante hasta mi madre. Ella levantó una ceja y me observó divertida.

-¿Para mí?

-Cómo crees-rodeé los ojos-Claro. Ábrelo y dime si te gusta.

Kate abrió la caja y lanzó un grito de exclamación. Oliver se llevó una mano a su oído derecho con suavidad, procurando hacer como que no estuviese allí.

-¿Es de Tiffany’s?-preguntó mientras sacaba a relucir un collar plateado brillante. Lo observó con cautela.

-Así es.

-De seguro te costo una fortuna.

-No es tanto-respondí con una sonrisa.

Benjamin observó el collar, y aireado respondió a la incógnita de mi madre.

-Algo así como 500 dólares, quizás.

Katherine dejó el collar sobre la caja y se volteó a observarme.

-¿500 dólares?

Rodeé los ojos y lancé mi peso hacia el respaldo del Mazda.

-Tenías que quedarte callado, Ben-dije molesto.

-¿Te gastaste 500 dólares como si nada?-y allí iba su regaño…

-Amanezco con 150 dólares dentro de mi billetera todos los días… En algo los tengo que gastar ¿No?

-¡En estudios!-reclamó frunciendo el ceño.

-Si vas a regañarme-pedí lanzando un suspiro-Que sea en la casa.
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Capítulo 17

-Katherine…-susurró mi padre, impresionado, más bien espantado, tras observarnos entrar por la puerta principal.

-Richard-correspondió ella.

Siempre que pensaba en el reencuentro de mis padres lo imaginaba más fogoso y apasionado, como de dos amantes que encuentran nuevamente la alegría de sus corazones en el otro. Pero no podía pedir demasiado; la vida de ambos estaba rehecha y no era la idea abrir heridas.

-¿Quién es él?-preguntó Isabella entre mis brazos, señalando hacia mi padre.

Sacudí mi cabeza para lograr concentrarme. Observé a Rick.

-Él es mi padre, Richard Holly-le aclaré con una sonrisa.

Rick caminó desde el fondo de la sala de estar moderna de la primera planta, arregló su traje negro y se acomodó dudoso a mi lado.

Si había algo que había heredado de mi padre, era su torpeza. Ambos éramos igualmente estúpidos y pasmados en los temas sociales.

-Hola-saludó Ella sin timidez.

Rick tan solo pudo sonreír de una forma forzosa.

Kurt bajó a tropezones por la escalera, de seguro tras sentir el olor de mi hermana, y en una rápida carrera consiguió dar hasta mis talones y saltar repetidamente en dirección a Ella.

-¡Kurt!-chilló.

Dejé a mi hermana sobre el suelo para que saludara al felino que acostumbrara a arañarme. Rick sonrió hacia Benjamin e hizo un gesto de cabeza que fue rápidamente correspondido por mi amigo.

-Creo que debo irme-mencionó Ben.

-Le acompaño, joven Kingman. Debo ir a la empresa ahora-Rick se dirigió a mi madre y rascó su nuca nervioso- Dile a Marc que te enseñe la casa; hay de todo lo que necesiten en la nevera y pueden pedir algo si lo desean-tras decir eso arrastrando palabra sobre otra, salió disparado como flecha a la puerta.

Quedamos en silencio que era interrumpido por los ronroneos constantes de Kurt y una que otra risa que lanzaba Ella de vez en cuando.

-¿Así habla tu padre ahora?-se limitó a preguntar Kate tras unos segundos de estupefacción-¿Así se dirige a un adolescente?
Suspiré arduamente e intenté hacer memoria de las palabras correctas para calificar a Benjamin como un adolescente. Como siempre, no conseguí dar con una excusa.

-Digamos que Ben no es cualquier adolescente.


Di media vuelta en la cama y observé la luz de la luna llena que se filtraba en un tenue rayo blanquecino a través de la ventana. Acaricié a Kurt que se encontraba arrullado a mi lado, ronroneando en forma de ronquido.

Él estaba dormido y yo no podía pegar ojo.

El pelaje de Kurt se acumuló entre mis dedos hasta tal punto en el que terminé sacando una gran pelusa de mis manos. Me sorprendí y acurruqué aún más al gato en contra de mí. Acomodé una de mis manos bajo de mi cabeza, dejando mi muñeca prácticamente al lado de mi oído. Pronto comencé a oír mis propios latidos a través de las venas entre mi carne.

Era tranquilizador, de alguna forma, saber que continuaba vivo.

El sonido de la puerta del cuarto abriéndose me quitó mi quietud. Una pequeña sombra se asomó por el espacio - - ahora existente - - para comprobar el lugar. Los rasgos de aquella niña eran remarcados con la luz de la luna que le golpeó sin dejarle la oportunidad de escabullirse.

-Hermanito…-susurró Isabella, con el pomo de la puerta aún cerrado entre sus manos.

-¿Sucede algo?-pregunté reincorporando mi pecho de la cama.

En ese momento me alegré de estar apoyando la cabeza en la almohada en la oreja correspondiente al arete. Y aunque me levantara, las sombras cubrirían la extravagante joya.

-No puedo dormir-restregó sus ojos y apretó aún más al oso de peluche en sus brazos.

Suspiré para cubrir la sonrisa que asomaba por mis labios. Hice un gesto de mano.

-Ven aquí.

Isabella cerró la puerta con cuidado y en pocos segundos logró correr por el cuarto hasta alcanzar la cama y entrometerse por las sábanas, sacando a Kurt de su plácido dormir. Ella se acurrucó en contra de mi pecho y respiró hondamente.

-Dile que lo siento a Kurt, por favor- murmuró con alegría.

-No te preocupes, él duerme aquí todos los días-abracé a Ella y observé con cautela por el cuarto, buscando con mis ojos al gato que de seguro estaba planeando su contraataque-Una noche que pase bajo de la cama no le hará nada mal.

Me topé con dos centellantes círculos verdes en medio de la oscuridad desde la puerta del baño, observándonos con recelo. Era Kurt.

-¿Ben vendrá mañana?-preguntó con inocencia Isabella.

Gemí despacio en una fracción de segundo tras reconocer el nombre de mi amigo salir de la boca de mi pequeña hermana. Un nudo subió desde mi estomago por mi cuerpo hasta llegar a mi garganta y acomodarse allí, dando una clara expresión a no ceder palabra desde mis labios. Fruncí el ceño y bajé la vista a la tierna niña arropada entre mis brazos mientras una sensación de vértigo bajaba a mis entrañas y despejaba de a poco mi garganta para dejar escapar unas tímidas palabras.

-¿Ben?

Isabella levantó su cabeza y me observó confundida.

-Así se llama ¿Cierto?

Asentí.

-¿Vendrá?-volvió a preguntar.

-¿Para qué?

-Para que me enseñe a andar a caballo-una vez más se acurrucó contra mí.

Sentí como mis músculos se tensaban bajo mi piel, congelándose a sí mismos y de paso a la sangre que circulaba por las múltiples venas encerradas en mi cuerpo. Una opresión en mi pecho se hizo presente tras unos segundos de evitar respirar.

Tragué aire a bocanadas silenciosas.

-¿Andar a caballo? Eso lo puedo hacer yo-comenté jadeando a ratos- Además ¿Cómo sabes tanto sobre él? No hablaron casi nada hoy…

-Mientras discutías con mamá por el precio de los regalos, Benjamin me enseñó a usar el Ipod y recibió un mensaje en su teléfono.- sobrepuso una palabra sobre otra, haciendo poco fácil la comprensión. Su voz reducida no ayudaba en mucho, que digamos- Me aclaró que un amigo le había invitado a jugar polo, y tras explicarme en qué consistía el juego, me preguntó si quería aprender a andar a caballo. Acepté y el prometió venir aquí algún día para enseñarme.

Tragué un amargo sabor de saliva que se había posado repentinamente entre mi boca, despertando los sentidos de mi lengua. Mis ojos bajaron hasta Ella - -que acariciaba la polera de mi pecho con su dedo índice de forma juguetona- - y le observé con el mismo recelo que Kurt había ocupado para nosotros minutos atrás. Besé con cautela la cabeza de mi hermana y me acomodé en la cama.

-Está bien. Duerme-ordené en voz seria, cosa poco común para Ella.

Benjamin estaba ocupando las mismas tácticas para acercarse a Ella que ocupó conmigo, y de alguna forma, eso se sentía mal.

Isabella corrió por los pasillos del gigante supermercado, arrastrando a mi mamá desde una mano y obligándole a caminar a un paso rápido en dirección a las galletas ubicadas al fondo del lugar.

Sonreí de forma innata tras ver la alegría de la pequeña Ella por un paquete de galletas con dibujos de princesas.

Apoyé el peso de mi cuerpo en mis brazos que se encontraban sobre el carro de compras y bajé la cabeza hasta tocar con mi frente el chaleco que envolvía a mi antebrazo. Lancé un suspiro de queja.

Por alguna extraña razón, nunca me agradaron los sitios públicos de EEUU. Todos contenían un gran número de gente, un bullicio increíble y generaban aquella sensación de desamparo cuando se te ocurría andar solo por allí. Prefería Londres, aunque tuviese la misma cantidad de gente, el bullicio era menor y el ambiente era mucho más cálido.

Londres… ¿Cómo pude cambiar tanto en un par de meses? ¿Cómo Texas logró transformarme de aquella forma?

Cuando Isabella me comentó lo que había sucedido con Ben el día anterior, no pude evitar ponerme tenso… ¿Acaso sentía ce…? No, era imposible. ¡Qué idea más estúpida!

-Dile a tu hermana que mañana iré a tu casa, por favor-la voz de Benjamin ubicada a mi lado me hizo saltar del susto y arrancarme de cuajo de mis pensamientos.

Fruncí el ceño en el mismo momento en el que levanté la vista para comprobar quién era.

¿Qué demonios hacía Benjamin Kingman II en un supermercado?

-¡Necesito hablar contigo!-reclamé antes de que él se largara.

Ben hizo un gesto de mano en señal de adiós y sacó su Blackberry desde uno de los bolsillos de su camisa.

-¡Me dices en la escuela el lunes!-y contestó su celular mientras se alejaba por los pasillos.
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Capítulo 18

El ruido de las pezuñas del caballo, pisando el pasto verde continuamente en un trote monótono y calmado, entró por mis oídos repetidamente hasta perderse en algún lugar de mis sentidos sensoriales. Suspiré mientras prometía no levantar la cabeza para ver como Benjamin le enseñaba a Ella a andar a caballo. Guardé mis manos en los bolsillos de mis jeans y apoyé un pie sobre la verja de madera del establo.

Se supone que debería sentirme feliz por mi hermana; el sueño de su vida era aprender a andar a caballo. Se supone que tenía que estar allí apoyándola como lo había hecho durante todos mis años de existencia… pero aun así, me mantenía con la cabeza gacha, hirviendo como caldera de edificio y con el corazón acongojado por segundos.

-¡Vamos, Ella!-animó Benjamin a mi lado, gritando a todo pulmón mientras una sonrisa se amarraba a su rostro.

Gemí, ahogando mi voz con un suspiro. Eso mismo me había dicho Ben cuando yo conseguí andar a caballo, y para ser sinceros, tardé dos semanas más en aprender que Ella.

-¡Deseo bajar!-exclamó mi hermana-¡Ben, ayúdame!

Me digné a levantar la cabeza para ver cómo Benjamin salía disparado en dirección a mi hermana. En una fracción de segundo, se devolvió hacía mí.

-Ve tú.

Negué con la cabeza.

-Ella te llamó a ti, no a mí-aclaré apretando los labios. Otra vez mantuve la vista fija en el suelo.



Acaricié el pelaje de Jimmie con cautela y recelo, prácticamente lamentando que yo no estuviese en el lugar de mi hermana.
Benjamin posó su mano sobre la mía y sonrió en un gesto de burla. Di un paso atrás bruscamente y me separé de él.

-Déjame ¿Quieres? Ahora está Ella-fruncí el ceño.

-¿Y si no estuviera?-se cruzó de brazos y observó con indiferencia al establo, donde se encontraba mi pequeña hermana.

-Estaría yo andando a caballo.

Benjamin rió y se cruzó de brazos.

-Han pasado meses desde que montaste al caballo, Marc. ¿Por qué ahora?

¿Por qué ahora? Excelente pregunta, Benjamin. Como siempre.

Guardé mi ira durante unos segundos, manteniendo en mente que si golpeaba a Benjamin me llevaría la peor parte de una batalla que perdería sin duda alguna. Apreté los puños.

-¡Porque se me da la gana!-respondí exasperado.

-Entonces, de pronto, como por arte de magia, ¿se te da la gana de montar a caballo?-rebuscó entre sus bolsillos la Blackberry que había comenzado a sonar segundos antes. Sacó el aparato y observó la pantalla-Discúlpame, pero no te creo nada.

Mi nariz se arrugó de la misma forma en la que haría Rick al conseguir una patada en el estomago. Liberé a mis manos de la presión de golpear, lanzando un manotazo estúpido hasta Benjamin que logró dar con la Blackberry. El celular cayó al piso. Benjamin levantó la vista, incrédulo, enarcando ambas cejas mientras no era capaz de mover las manos. Mi respiración se agito, tragué saliva y me dispuse a desdoblarme ante la autoridad de Kingman. Unos segundos de silencio intrépido aún más expectante, donde no éramos capaces de razonar o mover si quiera el corazón.

Junto con un alarido de Jimmie, que se mantenía mascando perezosamente pasto unos metros más allá, Benjamin reaccionó. Tomó aire y cerró los ojos.

Tragué otro trago amargo de saliva.

-Escúchame Marc-abrió sus párpados sorpresivamente, tomándome desprevenido-No voy a tomar en cuenta que hiciste eso y simplemente te voy a decir lo que creo-me señaló con un dedo-Eres tan poco hombre; no, más bien imbécil. Eres tan imbécil que no eres capaz de reconocer nada de lo que pasa en tu ilógico mundo. No eres capaz de escucharte a ti mismo y prefieres callarte en escusas estúpidas.

-¡No me llames imbécil!-mi voz se subió de tono, de hecho, me retracté en segundos de gritarle.

-¡Pues lo eres! ¡Eres tan imbécil que no eres capaz de distinguir amor con amistad!

Reí divertido con sus palabras, lamiendo mis labios y observando con curiosidad su rostro y el horizonte.

-Si lo dices por nosotros, no creas que es así-respondí serio.

-No lo digo por nosotros-aclaró. Quedé helado-Lo digo por Ella. Es por eso que estás tan…-me señaló completo, dudando de sus palabras- tan así -de seguro era una grosería- ¿Acaso crees que podría salir con una chica? Más aún ¿acaso crees que podría salir con una niña que no supera los 10 años?

-¿Estás sugiriendo que estoy celoso?-fruncí el ceño.

-Estoy asumiendo que estás celoso-se agachó a recoger la Blackberry-Y de tu pequeña hermana, que es lo peor.

Mi valentía repentina se auto succionó, permitiendo que aquella timidez innata de acallar las palabras reluciese nuevamente sobre los desdobles de mi piel trigueña. Cobardía ante el más puro sentido, miedo. Tenía miedo, y no de las películas de terror que había visto hace media hora en mi casa, más bien de que las profecías de Benjamin se hiciesen realidad. Él me había advertido desde meses atrás que yo terminaría enamorado de él hasta la última célula de mi cuerpo. Qué sería tan cobarde que no sería capaz de aceptarlo hasta que me explotase como bomba a un temporizador frente a la cara. Lo peor del asunto era que había asumido mi extraña condición de relación con Benjamin desde el primer beso que me dio; más bien, mi subconsciente le había avisado a mi cerebro y éste se había encargado de acallar cualquier alerta que me pudiese advertir.

Y, pensándolo bien, esto lo llevaba haciendo desde años atrás, quizás toda mi existencia. Y no solo con éste asunto.

Mi futuro, mis estudios, mis deseos, mis ambiciones… mi condición y mi verdadero yo. Todo lo había acallado con pequeñas órdenes. Sabía lo que yo era verdaderamente, sabía cómo funcionaba mi carácter y, aprovechándome de eso, me había auto-modificado para explorar el mundo sin ser molestado, para calzar en la sociedad de ojo sigiloso como el de águila.

Me había transformado a mí mismo para ser yo esa águila que juzgase al resto, no ser yo el juzgado.

-¡Marc!-exclamó la voz de chillón tono de Ella-¿Deseas jugo?-preguntó llegando hasta mi lado con un vaso lleno de zumo de piña. Sonrió.

Observé a Benjamin, asustado. Él había logrado volver a la normalidad concentrándose simplemente en la pantalla de su Blackberry, y yo me había mantenido en mi mente encerrado.

-No, gracias Bella-le miré, dubitativo entre una sonrisa o una expresión de serenidad.


-Pásame la cátsup-orden simple, directa y frívola. Ni siquiera una broma intermedia o alguna muestra de modal.

Así era Rick, y aun así, dentro de mi mente me imaginaba un padre sincero, comprensivo y con una que otra muestra de afecto de vez en cuando.

De pequeño, cuando alucinaba con una familia normal, creía una típica cena americana: donde se serviría la comida entre risas, se comería feliz y cada uno se iría a su cuarto respectivo con una sonrisa en sus labios. Y los padres, obviamente, tomados de las manos, acaramelados. Por lo que yo los regañaría y ellos reirían, contagiándome a mí.

Inocencia, dulce inocencia. No se quedaría en nada más que ello: un sueño.

-Claro-comentó mi madre, enarcando las cejas. Alargó sus dedos al condimento y se lo entregó a mi padre con un gesto brusco. Éste lo recibió de la misma forma.

Rick abrió el envase de plástico y esparció una porción amplia de la salsa roja a través del plato.

-Marcus, ¿Por qué le botaste el celular al joven Kingman?-preguntó con un desinterés fingido, entregando nuevamente la cátsup a Kate.

Abrí tanto los párpados que en unos segundo llegué a pensar que mis ojos saltarían al más puro estilo Happy Three Friends.

-¿Qué?-dejé el tenedor a un lado del plato.

-¿Por qué le botaste el celular al joven Kingman?-repitió, tamborileando los dedos en la mesa mientras me dirigía una mirada fría. Abrí la boca para contestar, pero no me lo permitió-Antes que me discutas, recuerda que está tu madre aquí. Además, te vi a través de la ventana.

Una respuesta rápida o se armaría una contienda.

-Fue un descuido-sonreí para quitarle importancia a mis palabras. Nadie me respondió.

-Yo lo vi como un acto intencional, Marc-respondió mientras tragaba arroz-De hecho, juraría que estaban discutiendo.

Enrollé mi lengua dentro de mi boca, esperando que ésta se cortase o se mantuviese allí dentro.

-Era una broma, nada serio-de nuevo aquel silencio inquietante y aquella ronda de miradas que parecía ser invitada por una casa millonaria- Vamos, era solo una broma-otra sonrisa inconclusa escapó de mis labios.

Kate me miró, seria, intuyendo un pensamiento de instinto maternal.

-¿Marcus se anda peleando como gamberro con chicos, por ahí?-preguntó finalmente mi madre hacia Rick.

El aludido respondió molesto, dejando el vaso de jugo sobre la mesa con un golpe que nos removió a todos de nuestros asientos.

-¡Yo no tengo ni la menor idea de si se anda peleando!

-Aquí vamos-susurré apoyando el codo sobre la mesa.

-¡Pues deberías saberlo!-Kate movió su cabeza-¡Es tu hijo, está a tu cuidado!-señaló mi codo-¡Saca tu brazo de la mesa!-volvió a la batalla.

Obedecí a mi madre de un salto.

-¡Está a mi cuidado, pero no puedo estar las 24 hrs del día frente a él! ¡Además eso le hará bien! Se hará más hombre-tomó los servicios entre sus dedos.

Isabella aprovechó la pelea para comprobar la música de su reproductor Ipod rosa.

-¡¿Se hará más hombre?!-Kate abrió su boca, asintiendo con la cabeza repetidamente-¡Por esa actitud de troglodita me separé de ti!

-¡¿Troglodita?!-Rick enarcó sus gruesas cejas hasta que estas casi toparon con el punto máximo de su frente-¡El chico es un
afeminado!-me señaló-¡Tiene un gato!

-¡Es un gato, Rick! ¡Simplemente un gato! ¡Eso no deduce de sí es que es afeminado o no!

Jamás entendí como sus peleas podían desvariar tanto en tan pocos segundos.
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