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Mensaje por hange. Vie 16 Ago 2019, 10:22 pm

RONDA 06
Espero poder terminar todos estos antes de que me toque escribir otra vez, porque sino, me da algo AJAJAAJAJJA A Match Made In a University | 1D - Página 41 2998878722 bueno, aquí voy A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114

Candeee:

DANIII:
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Mensaje por hange. Vie 16 Ago 2019, 10:23 pm


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Mensaje por indigo. Jue 22 Ago 2019, 5:49 pm

Vengo a decir que ya he terminado de escribir el capítulo. Me falta corregirlo solo, así que en estos días lo subo A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114
PD: Emilia ya sabes lo mucho que amé tu comentario, muchas gracias A Match Made In a University | 1D - Página 41 1054092304
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Mensaje por indigo. Vie 23 Ago 2019, 1:01 pm

Voy a subir el capítulo ahora no llegaba más este momento. Espero que os guste y perdón si hay faltas o incoherencias. Cualquier cosa de vuestros personajes que no cuadre me avisáis para que lo cambie A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114
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Mensaje por indigo. Vie 23 Ago 2019, 1:02 pm

Capítulo 27.
Helvia Petrova & Louis Tomlinson || by: gxnesis.


Ya desde el primer día en la universidad supe que mi experiencia aquí distaría mucho de lo que tenía en mente. Así y todo, no esperaba que se alejara de una forma tan drástica de lo planeado. Ni que me dejaría arrastrar tan fácilmente. Fiestas constantes, borracheras y un beso impulsivo al chico con el que estaba casada a consecuencia de todo lo anterior.  

Babi se lo pasa bomba con mis desventuras. Está feliz porque he extendido las alas a todo lo que dan. Siguiendo esta analogía, creo que tengo complejo de Ícaro. No sé a qué altura exacta volar para que no se me derritan las alas ni me trague el océano.

Por eso procuro pasar el tiempo con personas de las que conozco los altos y bajos.

—La próxima vez utiliza una táctica de distracción menos manida.

Edward se frota la barbilla allí donde ha ido a parar mi puño. Pensaba que gritar «¡Libros gratis!» en medio del gimnasio me haría perder la concentración y eso le aseguraría el golpe de la victoria. Ahora estamos sentados sobre las colchonetas, sacándonos los guantes y las protecciones. Rodeados de gruñidos de las personas que aún entrenan, con un calor sofocante y húmedo pegado a la nariz.

—Hoy estás más agresiva de lo habitual —comenta agarrándose el pelo mojado en un moño. Sigue rojo por el esfuerzo y tiene la camiseta pegada al cuerpo por el sudor.

—Fue tu idea.

Ignoro la puerta que abre para que le cuente el porqué de mi agresividad, ahora que me he librado de ella, no quiero traerla de vuelta. Siendo honesta, ni siquiera estoy segura que haya un motivo. Solo es uno de esos días en los que el malhumor y la desidia caminan conmigo.

Me paso una toalla para limpiarme el sudor del cuello y el rostro. Estoy toda pegajosa. Pero el cansancio que tironea mis músculos es placentero. Practicar kickboxing con Edward tres veces por semana es la forma más saludable que he encontrado para liberarme de la frustración que me produce el ridículo programa matrimonial.

—No ha sido de las más brillantes. —Se lamenta bromeando.

—Ninguna lo es.

Me levanto para ir a las duchas. Cuando termino de asearme me noto exhausta, con ganas de irme a la cama. No he dormido muy bien en los últimos días. Entre los dos trabajos y las múltiples terapias, las noches son el único rato que encuentro para estudiar. «Tendrías que haberte quedado en Roma», me recrimino mientras saco la mochila de la taquilla. Pero la parte de mí que está emperrada en no mostrarse cobarde se impone. No puedo ir a esconderme a casa cada vez que alguno de mis planes se tuerce.

Vuelvo a encontrar a Edward a la salida del gimnasio. Tiene la bolsa de deporte a los pies y teclea en el móvil con la estupidez dibujada en el rostro. Esa expresión bobalicona que suele indicar que habla con la chica que le gusta. No puedo evitar preguntarme si se trata de Olivia.

—Te veo en la cena. —Me despido, dejándole un leve puntapié en la espinilla como regalo al tiempo que empujo la puerta.

—¡Espera! —exclama desde el interior cuando la puerta va a cerrarse a mi espalda.

Me pongo la capucha y meto las manos en los bolsillos notando el frío apoderarse de mi cuerpo, quieta en la acerca como me ha pedido. Edward sale, todavía tecleando. Está a punto de oscurecer y el brillo de la pantalla le torna la expresión fantasmagórica. Pongo lo ojos en blanco y reprimo el impulso de burlarme. Me acuerdo aquella vez cuando teníamos diez años y tuvo un flechazo veraniego por Valentina, la hija de la dueña de la heladería a la que íbamos todas las tardes en bicicleta. Harry y yo pasamos el verano burlándonos de él.

—Cuando quieras me prestas atención, a poder ser antes de que se me congele el culo.

—Perdón, es que…—comienza con aire distraído. Le lanzo una mirada indagadora mientras se guarda el teléfono en los pantalones. Me parece verlo enrojecer, pero en la oscuridad es difícil asegurarlo—nada.

Frunzo los labios aboliendo la risa. Nos apartamos de la entrada del gimnasio para no entorpecer el acceso.

—He quedado con Savah —explica—. ¿Vienes?

La carcajada que he reprimido unos segundos antes se escapa sin remedio, llenándome el pecho de aire frío. Edward pone pala cara.

—Ed, no tienes que invitarme por compromiso.

Enarca las cejas con incredulidad.

—No digas tonterías.

—Tu último intento por juntarnos a todos casi me manda al calabozo. —Cambio el argumento, esperando que este sea más efectivo.

—Exagerada. —Mi amigo aprieta la mandíbula. Veo la culpabilidad nacer en sus ojos amables justo después—. Y lo siento.

Encojo los hombros. Las trastadas de Ciara y Savah ocupan el último puesto en mi lista de preocupaciones. Además, he conseguido una cafetera y café decente en compensación. Las cincuenta libras que tuve que pagar por lo pendientes merecieron la pena.

Non importa —aseguro—. Declinaré la oferta de todas maneras.  

—Ese gilipollas…

Adivino el derrotero que va a tomar la conversación.  Edward es de los pocos que conoce mis motivos de aislamiento y lo saca a coalición cada vez que me niego a hacer algo. Se enfada porque piensa que me pierdo muchas experiencias por esta convicción. Quizás lleva razón, pero Edward le da más importancia que yo misma.

Empiezo a andar hacia el campus en un intento de huida sin darle la oportunidad de seguir hablando. Todo cuanto quiero es encerrarme en la habitación a leer un rato.  Edward me sigue, pidiendo una explicación silenciosa con los ojos. Paciente, insistente. Respiro hondo. Ya me he quedado sin formas de decirle que no soy la persona de antes. Que ahora soy esta, la que prefiere estar sola.

—No es por él —rebato intentando bloquear a Ángelo de mi cabeza para que no me enturbie el resto del día. El cuerpo me tiembla por el frío—. Y salgo de mi habitación más de lo que debería —respondo a su acusación no formulada.

A penas llevo dos meses en la universidad y he socializado más que en los últimos siete años. Quisiera echar toda la culpa al programa matrimonial, pero sería añadir otra mentira al repertorio. Con Olivia paso cada vez más tiempo, al ser ambas de naturaleza introspectiva y callada, congeniamos bien. Y luego está Carter, que se ha convertido en mi compinche para casi cualquier cosa.

—¿Entonces por qué no quieres venir? ¿Es por Savah? —En la segunda pregunta aumenta el tono de voz, que se vuelve ligeramente agudo.

—No es que seamos la persona favorita de la otra. Pero no, no es por ella.

Mis palabras no cargan con ninguna mentira. Savah y yo somos la cara y cruz de monedas distintas. Sin embargo, dejando de lado su lado más sórdido, no termina de disgustarme. Después de todo, me ayudó en la fiesta de las Panteras y disfruta metiéndose con Harry hasta ponerlo rojo. Pero pasar tiempo —no impuesto— con ella es inconcebible e innecesario.

—Jo, va Via, ven. —Edward comienza a tirarme de la manga del abrigo adoptando su faceta más infantil.

—¿Por qué tanto interés? —inquiero. Me detengo a un lado del camino, sobre el césped, para no entorpecer el paso a las personas que caminan detrás.

—Porque Savah es mi mejor amiga, y tú, pues eres tú —resopla, como si esa fuera toda la explicación que necesito para aceptar.

—Qué observador.

Me saca la lengua.

—A lo que iba —prosigue diciendo. Se cambia la bolsa de deporte de hombro—. Estaría bien salir con las dos.

Evito decirle que no creo que Savah le haga especial ilusión compartir su tiempo con él con una persona que ni siquiera le cae bien. Porque es Edward, solo buenas intenciones. El que siempre intenta que todo el mundo esté en armonía, sin tener en cuenta que hay personas que no congeniamos. Que me manda memes para que me ría en las clases que odio y artículos sobre libros que piensa que me interesarán, aunque a él no le interesen en lo más mínimo. Que, al fin y al cabo, su presencia en Cambridge hace todo más sencillo.

Odio que me pueda.

Estoy a punto de ceder ante su petición cuando llega un mensaje a mi móvil. «Tenemos una sesión con Stella en diez minutos. Espero que no te hayas olvidado, Bella». Claro que lo había olvidado.

—No puedo, tengo terapia. —Me disculpo ente dientes. De pronto, la idea de salir con Savah y Ed resulta más atractiva.

—Ya, te veo muy disgustada.

—Te prometo que intentaré hablar más con Savah durante las comidas. —Guardo el teléfono en la chaqueta—. ¿Contento?

Sonríe con ilusión haciendo oídos sordos al fastidio en mi voz.  Me da uno de esos abrazos que me exprimen todo el aire del cuerpo y me revuelve el pelo con la barbilla. Costumbre que se le ha quedado de cuando éramos niños y quería demostrar que era más alto que yo. Lo aparto.  

—Gracias —responde al soltarme.

Tomo aire reordenándome el pelo.

—Te usaré de escucho humano si las cosas se tuercen —advierto.

Y ahí voy, acercándome al sol un poco cada vez.
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Louis aguarda de brazos cruzados junto al despacho de Stella. Esta tarde tenemos la última sesión de terapia antes del viaje a Verona. En la que espero no encontrar más propuestas de unión. Aún estoy buscando el trozo de hígado y la dignidad perdida de la borrachera de anoche.

La mirada inquisitiva de Louis me persigue hasta que me reúno con él. Se aparta de la pared y se planta detrás de mí en una forma silenciosa de amonestación. Doy unos golpes secos en la puerta apretando los dientes ante su cercanía a mi espalda.

—Llegas tarde —amonesta su voz rasposa.

Vuelvo a golpear la puerta. Mi primer instinto es desoír sus palabras. Pero Louis ha desarrollado una táctica para conseguir respuestas; insistir e insistir hasta el agotamiento.

—Si tú vienes antes de la hora acordada, entonces parece que llego tarde —cargo contra él mirándolo por encima del hombro. Señalo al reloj de la pared—. Solo son en punto.

En los meses que llevo en Cambridge, he llegado a la conclusión de que convivir con Louis Tomlinson y su trastorno obseso compulsivo por el orden y la puntualidad es una prueba que me ha enviado Dios. Espero que me dé una buena recompensa si consigo no matarlo.  

Stella nos cede el paso al despacho antes de que empecemos una discusión. Nos recibe como de costumbre, pulcra y serena tras su escritorio. Saludo, monótona ante su sonrisa y me tiro sobre la silla. Louis es más amable y comedido que yo en su forma de sentarse y saludar.  

—Estáis al día respecto al resto de alumnos —anuncia Stella con alegría cuando nos acomodamos.

Tras la sesión de terapia que tuvimos en mi primera semana, Stella determinó que debido al retraso que llevábamos con el resto, no sería suficiente con la estupidez aquella de la intimidad acelerada. Que no ha servido para más que conocer datos tontos como con qué persona cenaríamos si tuviéramos la oportunidad y qué haríamos si fuéramos a morir mañana. Por lo que hemos tenido dos sesiones por semana durante todo noviembre.

—¿Significa que se ha terminado la tortura?

La terapeuta y Louis comparten una mirada cómplice. Mi compañero encoge los hombros derrotado, casi puedo leerle la mente: «Qué me vas a contar». Va a quejarse a todo el mundo de lo difícil que es compartir habitación con la Loca de los Libros. Cuando el hipócrita se pasa el día encima de mí.

Stella junta las manos sobre el escritorio y su mirada de amonestación se me clava en el rostro. Me muerdo el labio, consciente de lo que se avecina.

—Helvia, tu actitud cerrada no es más que un impedimento para el desarrollo del proyecto.

—Es un impedimento para todo —concuerda Louis.

Resoplo. Me desabrocho la chaqueta agobiada. No hay nada más efectivo para entrar en calor que un par de minutos en esta sala. Estoy intentando poner de mi parte para aprobar esta idiotez. Pero no puedo fingir ser amigable, comunicativa ni alegre en compañía de personas que no me inspiran esas emociones. Yo no le pido a Stella que no sea tan correcta, ni a Louis que no colapse cuando se me queda un poco de pasta de dientes en el lavabo.

—Se trataba de una ironía.

—Demos comienzo a la sesión de hoy. — Stella zanja el asunto pasando de mi enfado—. En base a las terapias y vuestras respuestas al test de intimidad acelerada, me he dado cuenta que ambos os mostráis recelosos y evasivos. Da la impresión que os negáis a permitir al otro que os conozca.

—Helvia es como un muro de contención.  

—El calentamiento global también pesa sobre mis hombros.

Pongo los ojos en blanco, cansada de la misma cantinela de siempre. Es un hipócrita. Se queja de mi poca disposición a entablar conversaciones sobre mi vida, pero él hace lo mismo. Cuando le da por hablar y yo evado sus preguntas con más preguntas, se cierra en banda.

—Pones de tu parte para forjar una relación, salta a la vista. —Le concede al chico—. Pero es una corriente que fluye en dos sentidos. No puedes exigir a Helvia que sea sincera si tú no estás dispuesto a hacer lo mismo.

«Jódete».

Louis despega los labios para replicar, Stella lo acalla con un gesto de la mano. Reprimo una sonrisa triunfal. Está bien que por una vez no sea el único blanco de reproches en estas terapias.

—No pasa nada, hay personas que tienen problemas para abrirse debido a malas experiencias en el pasado. —Su mirada incide en Louis y en mí, conciliadora. Me altera la seguridad de sus palabras, como si estuviera al tanto de mis malas experiencias—. Sin embargo, la confianza es esencial en un matrimonio y puede convertirse en motivo de divorcio si no se trabaja.

«No estamos casados». Somos dos estudiantes forzados a una convivencia, bajo la amenaza de suspender el año académico si no representamos el rol que nos han impuesto. Clavo las uñas en el borde del sillón. Louis permanece impasible, sin afectaciones visibles. Mantiene las manos apoyadas en los muslos.

Por mucho que a Stella le preocupe la falta de cercanía entre nosotros, a mí me alivia que no tengamos ninguna intimidad. Estamos en un terreno seguro. En el que hablamos de cosas superfluas, discutimos por gilipolleces y nos sacamos de quicio mutuamente. Nada personal. Nada que llegue a herir en algún momento.

—El test no está dando los frutos que yo esperaba y como no puedo obligaros a responder con honestidad, he decidido descartarlo. —Me reprimo para con alzar el puño en señal de victoria. Un despropósito menos al que hacer frente—. ¿Pasáis tiempo juntos?

—Durante las comidas.

—En el trabajo —añade Louis.

—Cuando salimos con el grupo.

—He intentado convencerla para ducharnos juntos, pero se me resiste.

Le arreo un puñetazo sin apartar la mirada de Stella. Suelta una risita.

—Me besó una vez.

Ladeo la cabeza veloz, con los ojos casi fuera de las cuencas.

—¡Que fue por una apuesta! ¿Cuántas veces debo explicártelo?

A la mañana siguiente de besarlo le conté el motivo por el que había sucedido. Pero eso no le ha impedido mencionarlo de cuando en cuando. Acompañado por la misma sonrisa ladeada y socarrona que ahora.

—¿Y en la habitación? —indaga Stella haciendo caso omiso a Louis.

—Oh, cada día soy más amigo de sus libros.

Stella dirige otra tanda de reprobación hacia mí.  Semanas atrás me pidió que colocara los libros en la estantería y dejara de mandar a mi compañero señales de inaccesibilidad.

—Los libros se quedan dónde están. —No transijo. Solo me falta que me digan cómo decorar la habitación.

—Sin tiempo de ocio fuera de las actividades del programa… —suspira resignada a mi terquedad. Toma unas cuantas notas antes de volver a hablar—. A partir de ahora os implicaréis en los hobbies del otro. Helvia, acudirás a sus entrenamientos y partidos de soccer y Louis…

Me dejo caer contra el escritorio de la terapeuta, sostenida por los codos. Escondo el rostro entre las manos. Evito dar cabida al grito de repulsa que me asciende por la garganta. Cuando pienso que nada puede ser peor, llega Stella con su amabilidad impostada a reírse en la cara de mis esperanzas.

—¿La observo leer y beber café? —Escucho ironizar a Louis.  

—Haced una lectura conjunta y comentáis el libro.

La satisfacción en su voz es evidente.

—Practica kickboxing —añade, en apariencia más atraído.

Resurjo de mi escondite para mirar a Stella. El pisapapeles que descansa junto a mi mano me tienta a lanzárselo a la cabeza.

—No voy a convertirme en su animadora personal —hablo al fin.  

—Qué pena, estarías encantadora con el uniforme.

Mejor le tiro el pisapapeles a Louis. Me incorporo, ladeo el rostro y le dedico una sonrisa deslumbrante.

—Utilizaré mis encantadores pompones para ahogarte con ellos.

Stella carraspea frenándonos, una vez más. De nuevo me cruzo con su amabilidad que, llegados a este punto, encuentra grandes similitudes con la manzana de Blancanieves. Incapaz de mantener el semblante intacto, se me escapa una mueca de disgusto.

—¿Quieres decir algo, Helvia? —Me anima Stella—. Estamos aquí para compartir.

Amago un gesto negativo, mordiéndome la lengua. He desperdiciado mucha saliva en este despacho. Como la vez que expuse todos los motivos por los que compartir el dinero en un matrimonio restaba autonomía a cada individuo solo para terminar abriendo una cuenta conjunta con Louis.

Ninguno de mis alegatos evitará su nueva imposición. Puedo refunfuñar y negarme, pero el resultado no se alterará.

—Siguiente punto del día. —Golpea un taco de papeles contra la superficie de la mesa para alinearlos—. Como ya sabéis, dentro de tres días viajaréis a Verona a conocer a la familia de Helvia.

«¡YUJU!». Mi familia está encantada con la visita, por supuesto. Se toman este asunto del matrimonio como un juego. De hecho, creo que la abuela en serio piensa que comparto cama y fluidos con Louis Tomlinson. A mí la visita me perturba. Los Petrova son de lengua suelta y me preocupa que a alguno se le escapen detalles sobre mi vida que prefiero que Louis no conozca.

Además, me fastidia tener que compartir con él los días libres antes de los exámenes. En casa echo las defensas abajo y pierdo la necesidad de distancia con las personas. Pero con él allí, estas estarán más arriba que nunca.

—¿Algo que quieras comentarle a Louis sobre la visita?

—No te metas a los viñedos de noche. Hay gente a la que no hemos vuelto a ver.

—Dejaré un camino de piedras para que me encuentres.

—Me confundes con Teseo.

Louis se moja los labios. Señal de que está rebuscando una réplica ingeniosa. Sin que sirva de atenuante, Olivia tenía razón, podía haberme tocado un compañero peor. Es un entrometido con un alto concepto de sí mismo, pero la convivencia guarda sus momentos.

—Chicos, tenéis que tomaros esto en serio —ruega Stellla.

—Hablaba en serio.

En una ocasión, una pareja de bobos se adentró en la propiedad para tener sexo y acabaron organizando una partida de búsqueda para encontrarlos. Si no los conoces, los viñedos son peor que un laberinto.  
Stella desoye mi alegato, por supuesto. A continuación, se levanta del escritorio.

—Vamos a trabajar en una dinámica parecida a la que estoy implementando con el resto de parejas—. Abandona su atalaya y se dirige a golpe de tacón hacia el centro de la sala, justo detrás de nosotros—. Aunque más impersonal, dadas las circunstancias. Por favor, colocaos el uno frente a la otra.

Louis acata sus órdenes sin rechistar. Pero yo me quedo quieta, acariciando el pisapapeles.

—¡Haz las cosas fáciles por una vez!

De pronto, noto un tirón en el sofá que me hace chocar contra el reposabrazos. Me aparto el pelo de la cara a manotazos, recuperando la frustración que he conseguido abandonar en kickboxing. Louis se sienta en el sofá curvando los labios.

—La próxima…

—Poneos cómodos y miraos a los ojos. —La terapeuta se carga mi intento de amenaza.

—¿Para qué?

—Helvia, no puedes cuestionarlo todo.

Stella apoya las manos en el estómago rogándome con la mirada que colabore. A regañadientes, cruzo las piernas sobre el asiento y trabo la mirada con Louis. Él junta las manos sobre el regazo y se hunde en el respaldo. Mucho más relajado que yo.

—Muy bien. Quiero que mencionéis un gesto, manía o costumbre del otro que os llame la atención.
Retuerzo la tela del sillón según emergen las palabras de su boca. Louis se frota las manos con inquina. Dispuesto a soltar una tromba de comentarios. Stella alterna la mirada entre ambos, como un árbitro comprobando que todo esté preparado para el juego.

—Los dos al mismo tiempo… ¡Ya!

La exclamación de Stella me sobresalta y digo lo primero que se me cruza por la cabeza.

—Solo se come los ositos amarillos.

—Tararea cuando canta.

Ambos ladeamos la cabeza antes nuestras respuestas. Guardamos un silencio contemplativo antes de tumbarlas.

—¡No tarareo!

—¡Los de limón son los mejores!

Me inclino hacia delante y Louis yergue la espalda como si hubiera sufrido un calambre. Listos para continuar lanzando alegatos. Ni siquiera sé por qué de pronto me resulta tan apremiante demostrar que no lleva razón. Que no me conoce en lo absoluto.

—Vale, tranquilos, no es una competición —interviene Stella—. Ahora quiero que me expliquéis por qué habéis destacado estos hechos. Empieza tú, Louis.

Vuelve a recolocarse en el respaldo.

—No sé, porque lo hace de pronto y sin ser consciente.  

—Que no tarareo —repito.

—¿Te das cuenta? —comenta a Stella para demostrar que lleva razón —. Supongo que me llama la atención que logre quedarse tan absorta como para no darse cuenta de lo que hace. Muchas veces llego a la habitación y tarda horas en notar mi presencia.

Mientras habla, aliso la pernera de los vaqueros. Louis no sabe que la lectura es mi botón de apagado. Los libros fueron mi salvoconducto en el internado una vez me convertí en el blanco de rumores, trastadas e insultos. Lo acallaban todo, mis pensamientos y sus voces.

Continúa siendo mi vía de escape. Me aísla cuando necesito mandar los recuerdos y los fantasmas de Ángelo y Martina al fondo de mi cerebro. A los que traigo de vuelta en este momento porque soy subnormal.  

—Ahora tú, Helvia —pide Stella.  

Tardo un poco en atenderla. Relajo mi respiración y entono mi manido mantra en silencio. Eras una cría. Es el pasado. No puedes cambiarlo. Sigue adelante y compensa tus errores.

—Porque es un neurótico. —Alzo la vista, deshaciéndome de la sensación fría. Encuentro la mirada incisiva de Louis. Casi puedo ver los engranajes de su cerebro moverse en el azul de sus ojos, tratando de entenderme—. Nadie en su sano juicio pierde el tiempo en separar los ositos de gominola.

—Es más fácil comerlos después —explica con convicción.

—De acuerdo. —Stella comprueba la hora en el reloj—. Tenemos que dejarlo aquí por el momento, retomaremos la dinámica a la vuelta de vuestra visita.

Es todo cuanto necesito para recoger la mochila del suelo y levantarme del sofá. Louis imita mis movimientos más comedido. Coloco el sillón en su sitio. Stella ya está sentada tras su escritorio, como si nunca se hubiera movido de allí.

Arrivederci.

Me marcho antes que a Stella tenga otra maravillosa ocurrencia.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Abandono parte del hastío que ha implantado la hora de terapia cuando veo que en la mesa solo están Olivia y Carter. Me reciben con saludos despistados. Olivia escribe con el ceño fruncido y un estrés latente que la envuelve. Carter devora una de nuestras actuales lecturas para clase; Contra la interpretación y otros ensayos de Susan Sontag.

Vierto una cuantiosa cantidad de salsa barbacoa a la hamburguesa, la parto en cuatro trozos y saco de la mochila una de las galeradas que estoy leyendo actualmente. Si este remanso de paz se mantiene gran parte de la cena, quizás pueda terminarlo ahora y hacer la reseña esta noche. Alterno la comida con el bolígrafo para escribir notas al margen de las páginas.

Unos minutos después, el crujido del cuello de Olivia, que está sentada a mi lado, llama mi atención. La observo de reojo. Mordisquea la tapa del bolígrafo y se pasa la otra mano por el pelo con nerviosismo.

—¿Qué te ocurre?

No puedo evitar preguntar. El estrés es el estado natural de Olivia desde hace semanas. Pero en este momento parece estar a punto de desbordarla.

—Estoy haciendo una lista de posibles regalos para el Santa Secreto —bisbisea soltando el bolígrafo—. Una costumbre absurda, si quieres mi opinión. Solo sirve para restarnos tiempo de estudio.

—Es un regalo, Olivia, tranquila —procuro calmarla. Se toma las cosas con tanta seriedad que resulta mareante—. ¿Quién te ha tocado?

La chica arrastra la hoja hasta situarla frente a mí. El título «Regalos para Edward» preside el principio de la hoja. Bajo este se sucede una lista interminable de posibilidades. Intento no reírme cuando leo: llave inglesa para el trabajo.

—Con Edward es muy fácil.

Olivia tensa la mandíbula y recupera su lista con brusquedad. La guarda en el cuaderno y lo cierra.

—¡Porque tú le conoces!

—Regálale una camiseta de su grupo favorito o un llavero de Iron Man —aconsejo. Apoyo una mano en el hombro de Olivia, quien se tensa en el acto—. Le gustará sea lo que sea.

—No me sirve.

Desisto de mi intento de consolación. A mí me ha tocado Louis y, si me preocupara lo más mínimo hacerle el regalo correcto, estaría en el mismo estado que Olivia.  

—A mí me encanta la idea de hacernos regalos entre nosotros —menciona Carter cerrando el libro y desperezándose. Ha estado tan absorta que me había olvidado su presencia junto a Olivia—. ¡Es emocionante!

Olivia y yo cruzamos una mirada contrapuesta a sus declaraciones.

—Supongo que te ha tocado alguien fácil —deduce Olivia.

—Edward es fácil —repito.

Carter mueve las cejas de arriba abajo con burla inocente. Hace semanas que ha dejado de mostrarse tímida y tartamuda en mi presencia.

—Si es Helvia te la cambio —suplica Olivia agarrándola por la muñeca—. Le compro un libro y se acabó.

No comprendo por qué le genera tanto conflicto tener que regalarle algo a Edward. Ojalá me hubiera tocado a mí y no tuviera que hacerle un regalo a Louis, quien seguro lo utiliza para avivar sus errados pensamientos sobre que me gusta y lo sacará a coalición cada vez que tenga una oportunidad. Tal y como hace con el dichoso beso.

—Me ha tocado Liam. —Carter sonríe sin dientes y empieza a comer su hamburguesa tras remangarse la sudadera.

Olivia se mesa la cabellera castaña en un gesto mecánico. Sé que no es mi problema y que perderé una tarde entera por la propuesta que estoy a punto de hacerle. Pero se lo debo a Olivia por asegurarse que no cometo estupideces cuando me emborracho.

—Te acompañaré a por el regalo.

—¿De verdad? —La chica enarca una ceja dubitativa. Después de todo, no suelo unirme a una actividad por iniciativa propia.

Asiento con firmeza. Me obligará a encontrar un hueco para comprar el de Louis. No quiero ni pensar en lo que me haría Stella si decido pasar del Santa Secreto.

—Avísame cuando quieras ir.

Y, por fin, la corriente de estrés que la rodea desciende a sus parámetros habituales. Borrando el deje maniaco que brillaba en sus ojos almendrados.

—Carter, ven con nosotras —pide Olivia.

—Mientras no me copiéis el regalo.

Regreso al libro. Aparto la hamburguesa que ya se ha quedado fría y prosigo escribiendo notas. Pero mi segundo intento por concentrarme no dura a penas una respiración cuando una mano de perfecta manicura me arrebata el bolígrafo.  

Alzo la vista y choco con el rostro angelical de Ciara, coronado por su sonrisa mezquina. Está frente a mí, con la bandeja sobre la mesa y el boli enredado en los dedos, al que da vueltas entre estos. Savah se encuentra a su lado.

—Qué madura. —Procuro no mostrar ninguna emoción. Porque si Ciara nota que sus acciones surten efecto, no parará. —Devuélvemelo.  

—Se pide por favor, Helga —habla con un tono meloso, de no haber roto un plato en su vida.

—No esperes modales de una salvaje. —Se une Savah.  

Me tenso, pero sigo decidida a no entrar en su juego. Que se metan conmigo y me hagan jugarretas me importa poco, después de todo, estoy acostumbrada. Y es cierto que las primeras semanas entraba al trapo. Pero al final me ganaron por cansancio. El curso es largo y tenemos que pasar mucho tiempo juntas. Lo ideal sería llegar a junio con las extremidades intactas.

—Devuélvele el boli —intercede Olivia, que no está por la labor de aguantar ningún numerito.

—Cuando lo pida adecuadamente, Cara de Rata. —Ciara no transige y se siente a la mesa.

—Infantiles —masculla la aludida volviendo a su cuaderno.

—¿Habéis elegido ya los regalos del Santa Secreto? —interviene Carter para templar las aguas. Nadie responde.

Me agacho para sacar otro bolígrafo del estuche.

—Tenemos una apuesta —comienza a decir Savah a la que me incorporo. Me apunta con una patata—. Queremos comprobar cuánto tardas en entrar al trapo y abandonar tu actitud de remilgada.  

Pongo los ojos en blanco.

—¡Non rompere! —Se me escapa el italiano de la garganta—. Necesitáis buscaros un hobby.

—Tú eres el hobby —rebate Savah colocándose las trenzas en el hombro—. Solo tenemos que entrenarte un poco para que hagas trucos.

—Exacto. —Ciara me dedica una caída de ojos envenenada—. Empezaremos por algo sencillo. Como: busca la pelotita, Gelga.  

Liam, que acaba de llegar a la mesa junto con Zayn, hace un ruido de condescendencia al escuchar el comentario de Ciara. La chica lo taladra con la mirada, pero veo un ligero temblor en sus manos.

—¿Tienes algún problema? —replica clavando el tenedor con fuerza en un trozo de tomate.

—Para nada —expone sarcástico—. Pero a quien deberían enseñar un par de trucos es a ti. De educación, sobretodo.

—¡Liam! —exclama Carter.

Creo que en lo que llevo aquí, es la primera vez que veo a Liam ser tan burdo con una persona. Ciara aprieta la mandíbula. Sin embargo, se mantiene callada. Deja que Liam pase por su lado sin siquiera intentar clavarle el tenedor en el ojo. Savahtine, por otra parte, parece dispuesta a saltar a su cuello y succionarle hasta la última gota de sangre. Pero la mano de su mejor amiga en el antebrazo la detiene.

Un ambiente sofocado se instaura en la mesa, dando cabida al ajetreo de fondo de la cafetería. Voy a aprovecharlo para volver a mis asuntos cuando aparece Niall. La tortura nunca cesa.

—Hola, preciosas. —Niall se para a la cabecera de la mesa y lanza una sonrisa prepotente hacia Ciara y Savah. A continuación, nos mira a Carter, Olivia y a mí—. No estáis incluidas.

Finjo un gesto de decepción en su dirección. Olivia ni se inmuta y Carter lo ignora, pues ya anda enfrascada en una conversación con Zayn y Liam al otro lado de la mesa.

—Vaya, tendré que ir a tachar señora de Horan de mi diario. Me acabas de romper el corazón.

Niall entorna los ojos, confuso. Mucho abdominal, pero ni una sola neurona que le funcione bien el cerebro.  

—No te esfuerces tanto, Niall —añade Savah casi sonriendo—. Sería una lástima que se te friera el cerebro—. Le lanza un beso sarcástico como remate final.

—Mujeres —bufa este sentándose.

—Demasiado para ti. —Ciara le da unas palmaditas en la espalda, ya recuperada de su altercado con Liam. Sin afectaciones aparentes.

—¿Quién es demasiado para este cabeza hueca?

Harry llega seguido de Edward. El primero se sienta junto a Ciara y el segundo se hace hueco entre Savah y Zayn.

—Yo, por supuesto.

—Tú eres demasiado para cualquiera —concede Harry pellizcando la mejilla de Ciara.

—Salvo para mí. —Savah engancha a su mejor amiga por el cuello y la estruja.

Me doy cuenta en ese momento que casi me he hecho a esta fortuita rutina grupal. Y aunque una parte de mí desea largarse a una mesa solitaria en la que pueda leer sin interrupciones. Hay otra, diminuta pero chispeante, a la que no termina de disgustarle.

Ahora que han llegado refuerzos, aprovecho para volver a mis asuntos. La cena prosigue y yo consigo evadirme para terminar de leer la galerada.

—¿Dónde está Louis?

No presto atención para saber quién ha preguntado. Pero levanto la vista a tiempo para ver cómo el Dúo Calavera, Harry, Niall y Edward me miran aguardando una respuesta. Me encojo sobre mí misma aferrándome al bolígrafo.
Cuando salimos de la terapia tomó un camino diferente al mío. Que Louis se salte alguna comida es frecuente. Lo que no entiendo es por qué asumen que yo sé adónde va.

—No soy su niñera —musito.

—Ha terminado por espantarlo —dice Savah.

—Habrá escondido el cadáver bajo sus libros. —Se une Harry enarcando una ceja en mi dirección.

—Pobre —finaliza Ciara.

«Al final seré yo la que se esconda entre ellos».  
 
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La ventaja de que en este país se cene a las cinco de la tarde, es que luego tengo varias horas para estudiar antes que me venza el sueño.

Tras cambiarme de ropa y prepararme un café decente con la cafetera que me regaló Ciara hace dos días, me siento en el escritorio a escribir la reseña con las canciones de Lady Gaga de fondo.

Es una época del año en la que se publican gran cantidad de libros, así que tengo otras cinco más que leer antes de que finalice el mes.

Pensé que trabajar con Louis me duplicaría el trabajo, pero he de reconocer que lo aliviana. Cumple con los plazos y la calidad de sus reseñas es aceptable. Tanto es así, que es él quien tira de mí y me mete prisas. Pero claro, yo no sufro ningún trastorno obsesivo compulsivo.

Finalizo la reseña para la editorial y antes de comenzar con el ensayo sobre Relativismo y consciencia moral para la clase de Introducción a Francés, hago un segundo café. Reviso el móvil y encuentro como diez mensajes de Babi quejándose de mamá, quien sigue determinada a organizar la boda de mi hermana a su antojo.

Cuando llegue a casa el sábado, voy a encontrarme con una batalla campal entre blanco marfil y blanco celestial. En la que me usarán de centro de quejas para demostrar la razón de cada uno de los bandos.

«Debería ser yo la que se adentre entre los viñedos y no volver jamás». Desenmaraño el malhumor que me trepa por la columna. Me niego a sucumbir —del todo— en la autocompasión, trato de mirar el lado bueno. Comeré comida decente durante tres días, veré a mi familia y podré pasar tiempo con Bienvenu. Eso es lo importante.

La puerta del dormitorio se abre. Louis trae olor a frío, cerveza y una acompañante. Saluda con un gesto de cabeza antes de meterse dentro. Alcanzo a ver a la chica unos momentos: el pelo rubio cortado al uno, ojos grandes; de un almendrado expresivo, facciones delicadas y simétricas y un cuerpo delgado pero bonito.

Que Louis traiga chicas a la habitación es común. No me supone un problema siempre que me avise. Pero hoy ha decidido saltarse esa parte, así que si quiere tener sexo va a tener que buscarse otro sitio.

Subo el volumen hasta que me duelen los oídos para anular sus voces y regreso a mis asuntos. Poco después el móvil vibra en la mesa.

Louis: Ven al baño un momento.

Arrugo la frente. Me giro sobre el respaldo desubicada por el mensaje. Encuentro a la chica sentada en la cama de Louis con las manos a la espalda, observando mis libros. Pero él no está. Ignoro el mensaje.

Louis: No pases de mí.
Helvia: Déjame en paz.
Louis: Anda, mira lo que he encontrado. Apuesto a que funciona bien de bayeta…


Junto al mensaje, envía una foto de mi ejemplar de Escritos de un viejo indecente colocado en el borde del lavabo, con el grifo abierto. «Menudo cabrón». Me arranco los auriculares y me precipito hacia el baño hecha una bola de irritación.

Louis cierra el grifo con una sonrisa triunfal al verme entrar. Sostiene el libro en la otra mano. Me abalanzo sobre él para arrancárselo, pero es más rápido y se aparta. Acabo aplastándome el estómago contra el lavabo.

—Devuélvemelo —amenazo dándome la vuelta.

Louis está apoyado contra la mampara de la ducha. Con el libro bien aferrado.

—Necesito que me dejes la habitación un rato. —Hace un gesto de cabeza hacia la puerta, dando a entender sus intenciones.

—Ya, va a ser que no —rechazo cruzándome de brazos—. Conoces las reglas. Si no me avisas, follas en el descampado.

—Despídete de Charles. —Louis levanta la tapa del inodoro con el pie y coloca el libro encima.

Busco en el baño algo con lo que amenazarlo, con el corazón desbocado. Agarro el tubo de pasta de dientes como si fuera una espada.

—¿Sabes? Siempre he querido escribir con pasta en el espejo. —Me doy unos toquecitos en la barbilla—. Claro que, luego sería muy complicado quitar las manchas…

Los ojos de Louis se abren con horror. Se me elevan las comisuras de la boca. Solo tengo que apretar el tubo y adiós a su cita. Ambos sabemos que no respirará tranquilo hasta asegurarse que el espejo queda reluciente.

—Helvia… —masculla con manchas rojas en la cara.

Acerco la mano hacia el espejo con lentitud exagerada y hago un amago de apretar. Louis gruñe con todos los músculos del cuello tirantes.

—Dame el libro.

—Déjame la habitación.

Insiste cabezota. Lanzo una mirada furtiva a mi libro. La amenaza de la suciedad ha acaparado lo suficiente su atención como para dejarlo caer contra la cadera, a salvo del retrete.

—Me siento bastante patriota en este momento. Me parece que tiraré por el clásico Dios salve a la Reina…

Aprieto la pasta con la boquilla pegada al cristal y comienzo a escribir la de.

—¡Vale! —grita a punto de abalanzarse sobre mí.

Doy un paso atrás. Muevo la mano para que me devuelva el libro. Louis se aparta el pelo de la cara antes de hacer lo que le pido. Tiro la pasta en el lavabo con intención de marcharme.

—No cojas frío en el descampado.

—Alto ahí. —Me corta el paso, extiende las manos en gesto conciliador—. Si te vas de aquí una hora, te cubriré en el gimnasio durante la semana de exámenes.

—Sí que tienes ganas de…

—¿Qué me dices? —interrumpe.

Decidida a negarme, por principios y en venganza por su tentativa de asesinato literaria, despego los labios. Pero mi lado racional y práctico me retiene.

Trabajo en el gimnasio cuatro veces por semana durante tres horas. Y a las actividades de Jugando a las Casitas en Cambridge que ya tengo, debo sumarle los entrenamientos de soccer del mendrugo.

—Vale, pero solo una hora.

Louis asiente y, por fin, abre la puerta. La chica nos mira con una ceja alzada y cara de malas pulgas.

—Lo siento, Gala. —Se disculpa—. Hemos tenido un pequeño conflicto de intereses.

—Pensé que conseguirías echarla.

La tal Gala hablar en voz baja, creyendo que no la he escuchado. Recojo mis cosas, vierto el café en el termo y me pongo la chaqueta como si de verdad no lo hubiera hecho. Pero a la que voy a marcharme, levanto la mano para coger uno de los preservativos del cuenco que hay en la estantería.

Me doy la vuelta y se lo lanzo a Louis, que se ha sentado al lado de la chica. Le rebota en el hombro y se le cae en el regazo. Me fulmina con la mirada y Gala enrojece. Rescato la sonrisa más falsa de la que dispongo.

—Usadlo, soy demasiado joven para convertirme en madrastra.



Como estoy de buen humor al quitarme dos trabajos de encima, decido darle a Louis media hora extra. Paro en las máquinas expendedoras que hay en el vestíbulo de la biblioteca para sacar unos M&M’s antes de regresar a la habitación.

—¡Helga!

El susto casi hace que me caiga de culo, pero consigo asirme al borde la máquina. Dejo que el corazón se asiente antes de levantarme.

Ciara está a mi lado, apoyada contra la máquina expendedora. Con sus libros aferrados al pecho.

Sopeso la idea de salir corriendo antes que tenga oportunidad de decir algo. Pero es capaz de perseguirme y noquearme contra el asfalto. Abro la bolsa de M&M’s y me llevo uno a la boca.

—Invertirías menos tiempo llamándome por mi nombre que inventándote uno nuevo cada vez.

Ciara se aparta la cabellera en un profesional movimiento de cuello. A pesar de la hora que es, emantiene un aspecto impecable y fresco. Sigue siendo extraño verla sin su uniforme de animadora, resulta distinta, aunque igual de mordaz.

—Es menos divertido.

—Qué quieres, Ciara.

—Cuida el tono —ordena mostrándose amenazante.

—Disculpe, majestad —carraspeo, tempestuosa—. A qué debo el honor de su atención.

Echo a andar hacia la salida esperando que no me siga. Pero lo hace. No sé qué quiere de mí, solo sé que cuando se
le mete algo entre ceja y ceja no para hasta conseguirlo.

—Así mejor. —Me da unas palmaditas despectivas en el hombro a la par que una sonrisa maliciosa reluce en la noche.

—Habla —mascullo alejándome.

Ciara revisa la manicura en sus uñas antes de darme una respuesta. Como M&M’s al pie de la escalera exterior para no zarandearla y que hable de una vez.

—¿Cuál sería tu regalo perfecto?

Las cejas me ascienden hasta el nacimiento del cabello y casi se me cae el chocolate de la boca.

—¿Vas a hacerme otro regalo? —pincho pestañeando con inocencia tras recuperarme de la sorpresa.

—Sí, una parcela en el cementerio —amenaza rechinando los dientes. Ha perdido su festividad maliciosa. Está de pie a mi lado, con pinta de querer tirarme por las escaleras para que use cuanto antes la parcela—. Responde, no tengo toda la noche.  

Suspiro. Quizás sea yo la que le regale una parcela en el cementerio, después de todo. Intento templarme. Cuanto antes consiga lo que sea que busca, antes me dejará en paz.

—Un libro.  

—Especifica, Hilda. No cobran dinero por formular frases completas.

Encojo los hombros.

—Me gustan todo tipo de libros.

A Ciara comienzan a salirle manchas de rabia en el rostro. Procuro no disfrutar tanto como para que lo note.

—¿Nada más?

—Café —replico pensando en lo mucho que me apetece una taza ahora—. Por cierto, tienes que decirme dónde lo compraste.

No poseo la más mínima idea de por qué Ciara trató de compensar la broma del centro comercial de hace dos días. Cuando me llevó la ofrenda de paz, dejó bien claro que no lo hacía por la gracia de su corazón y usó la cafetera como incentivo para dejarla hacerme maldades sin rechistar. Así como tampoco entiendo por qué ahora muestra interés por mis gustos.

Suspira deliberadamente, evaluando juiciosa.

—Eres tan simple.

—Lo sé.

—Tu obsesión acabará por matarte.

—Moriré feliz, al menos.

Hago un saludo militar con la carpeta y me marcho antes de que diga algo más.


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A la mañana siguiente, despierto con un dolor de cuello insoportable y la mitad del rostro adormecido por haber usado un libro de almohada. Todavía incapaz de enfocar la vista, me impulso con los brazos para incorporarme. Debí quedarme dormida en la madrugada mientras estudiaba para la clase de Cultura Búlgara. Estoy a los pies de la cama. Ni siquiera llegué a desvestirme. Al sentarme, reparo en que tengo una manta echada por encima. Me froto el rostro intentando borrar el cansancio. Me coloco bien la manta y me hago una bola con la barbilla sobre las rodillas.  

La persiana de la habitación está subida y una luz mortecina se cuela dentro. Nada de sol. El cielo se viste con su gris perpetuo. Me desanimo. Daría lo que fuera por sentir la calidez y el hormigueo de un día soleado.

Me quedo ahí sentada haciendo mi mejor imitación de una ameba, incapaz de ponerme en funcionamiento. Capto un movimiento por el rabillo del ojo y giro la cabeza. Louis está en su lado de la habitación, ya vestido, metiendo ropa en una bolsa de deporte.

Es increíble su facilidad para activarse. Si es que se desactiva.  Cada vez que lo veo está despierto, como si fuera uno de los vampiros de Stephanie Meyer.

Se sobresalta al girarse y verme despierta. Desaparece de mi campo de visión tras lanzarme un suspiro reprobatorio. Minutos después el olor a café inunda la habitación y Louis me planta una taza repleta de él en las narices.

Le doy un trago sin importarme que esté caliente. En cuanto el líquido entra en mi cuerpo, siento que se me activa parte del cerebro. Louis se queda con los brazos en jarras observándome como si fuera un bicho raro.

—¿Te mudas? —Señalo con la barbilla hacia la bolsa de deporte en su cama. La voz me sale ronca, aún dormida.

—Ya quisieras.

—La verdad que sí.

Louis se mantiene impasible. Por un momento pienso que va a tirarme un libro a la cabeza. Al final, deja escapar una risita incrédula.  

—Eres de lo que no hay, Helvia Petrova —suspira frotándose la barba.

Arrugo la frente con la taza pegada a los labios ante su comentario. A estas alturas debería saber que de mi boca sale lo primero que me viene a la cabeza. Louis acaricia la portada de un libro mirándome. Un rectángulo de luz le parte el rostro en tres. La claridad acentúa sus ojeras, perpetuas e imborrables.

Reparo en su atractivo. No sé por qué me olvido de que es guapo, como quien se olvida siempre del mismo recado. Pero ahora, con el sol bañándole el rostro a mitades, marcándole las mejillas y resaltando el azul en sus ojos, no me pasa desapercibido. Me doy cuenta que me gusta más sin afeitar y con el pelo caído sobre la frente que cuando se lo aparta.

Detengo el rumbo extraño que han tomado mis pensamientos bebiendo más café.

—¿La bolsa? —pregunto apartando la mirada.

—Para el viaje a Verona.

—Pero…

—Nos vamos el sábado, lo sé.

—Tienes un problema.

Louis señala mi barrera de libros en una réplica silenciosa que me informa de que yo tampoco estoy en mi sano juicio antes de regresar a su lado de la habitación.

Termino de beberme el café mientras elijo la ropa para hoy. Me decanto por una sudadera amarilla de Louis, pantalones negros y zapatillas blancas.

Después de la ducha y cepillarme los dientes me observo al espejo, esperando que mi expresión de malas pulgas revele qué hacerme en el pelo. Medito la idea de alisarlo por unos instantes. Estás preciosa con el pelo liso. Hasta que la voz de Ángelo me llena el cerebro y decido quedarme con el ondulado habitual.

En los últimos días se mete en mi cabeza con más frecuencia e intensidad. Llamadas de atención para no olvidar el mal que causé a una chica inocente solo porque me enamoré del tío equivocado.

Abandono el baño a golpe de pulso acelerado. Encierro el timbre amargo de la voz de Ángelo dentro. No puede joderme el día cuando ni siquiera ha empezado. El portazo asusta a mi compañero de habitación, que se está poniendo la chaqueta del equipo de soccer encima de la sudadera roja. Ordeno mis libros y también me pongo el abrigo, una chaqueta vaquera de borrego que le quité a mi hermano cuando estuvimos en Noruega.

—¡Esa es mi sudadera! —exclama Louis antes que la prenda desaparezca bajo los botones de la chaqueta.

—Lo sé. —Utilizo su ropa todo el tiempo, sobretodo como pijama. Es cómoda y calentita y yo demasiado vaga para acercarme a la ciudad a comprar prendas más abrigadas.

Me enrollo la bufanda al cuello bajo su atenta mirada. Odio cuando le da por taladrarme y busca en mis acciones las respuestas a las preguntas que no respondo.

—Compartir es vivir, ¿no? —comenta sarcástico, citando mis palabras.

—Una de las bases de todo matrimonio —concuerdo—. Stella estará muy orgullosa de nosotros.

Louis va a la puerta con las comisuras de los labios elevadas. Por mi parte, lleno el termo de café antes de marcharme.

—Eh, Bella. No te olvides de los pompones.

Me guiña un ojo y abandona la habitación antes de que pueda lanzarle algo a la cabeza.  

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Salgo de la cuarta clase del día con el cerebro derretido y sepultada por una nueva torre de trabajos finales. A este paso tendré que clonarme a mí misma para cumplir con las asignaciones. No pueden esperar que aprobemos los exámenes y juguemos a las casitas sin que el índice de vida de la universidad descienda.

Procuro guardar la calma. No hay nada que una buena organización u ochenta tazas de café diarias para paliar el sueño no puedan arreglar.

—Vamos a morir. —Mi lengua decide no ser optimista.

Carter, que camina a mi lado hacia la salida de la facultad, sonríe para animarme. La pobre lleva todo el mes lidiando con mi malhumor y mi lado más fatalista.

—Si Jon sobrevivió a La Batalla de los Bastardos. Nosotras podremos con los finales. —Alza un puño victorioso hacia el techo.

—¿Quién? ¿A qué? —balbuceo.

Carter abre los ojos hasta el nacimiento del cabello. Está a punto de tragarse la puerta de salida por mirarme, pero tiro de ella para evitarlo.

—¡No has visto Juego de Tronos!

Salgo de la facultad antes de responderla. La claridad del día me ciega momentáneamente.

—Eso son unos libros.

—De los que sale una de las mejores series del universo.

Carter baja las escaleras de dos en dos. La sigo con menos entusiasmo. Nuestros compañeros se aglutinan en los alrededores a charlar y caminar se vuelve una tarea complicada. Mi compañera se va abriendo paso a empujones hacia el lateral del edificio para atajar.

—Cuando acaben los exámenes la vemos.

Exclama Carter con alegría y determinación que me avisa que no veré esa serie lo quiera o no. Estoy a punto de alegar en contra, pero me interrumpen:

—¡Eh, Carter!

En la esquina de la facultad, a unos cuantos metros de nosotras, veo a Tyler; el chico con el que tuvo una cita hace un par de semanas.

Carter se tensa a mi lado y casi noto cómo empequeñece. La vergüenza la toma por completo y me lanza una mirada por el rabillo del ojo.

—A-ahora vu-uelvo —tartamudea.

Me adelanta y se reúne con el chico. Aparto la vista para darles intimidad. Unos minutos después, la regreso para ver cómo se separan. Carter se queda apoyada en el edificio viéndolo marchar con una sonrisa bobalicona en el rostro.

Me sitúo a su lado haciendo que dé un salto y se le tiñan las mejillas de rojo.

—Va-amos.

Se mordisquea la uña y dirige varias más miradas furtivas a mi perfil en nuestro camino a la biblioteca.

—Tyler…, yo, solo… —balbucea nerviosa.

—¿Es un secreto que te veas con ese chico? —pregunto ante su inusitado nerviosismo.

A lo mejor se piensa que se lo contaré a alguien. «O a Harry», medito. Con el ego tan inmenso que posee no sería raro que le montara una escena de celos a la pobre chica por verse con alguien. Sin importar que estuvo vagando
por nuestras habitaciones durante una semana por hacer lo mismo.

Arruga la frente y agacha la mirada.

—Claro que no.

—Si te preocupa que lo comente con alguien, pierde cuidado, no me van los cotilleos.  —Carter asiente—. Además, eres libre de salir con quien quieras. No des explicaciones.

—Lo sé.

Le tiembla una sonrisa.

Me quedo con la sensación de no haber dicho lo que debería. Como si hubiera dado una respuesta errónea en el examen. Quizás, más que justificarse, lo que buscaba Carter era hablar sobre ese chico. Pero yo he huido a mi muro. Cortante, como siempre. La diferencia es que nace una diminuta porción de culpabilidad al tratarse de Carter. Es una de las personas con las que más convivo. Las clases, comidas, ratos libres, borracheras y sus correspondientes resacas siempre son con ella.

No sé por qué, pero siento la necesidad de compensarla por mi indiferencia.

—Te invito a un café. —Le digo señalando hacia la residencia.

—La cafetería nos pilla de camino.

Arrugo la nariz.

—Eso no es café, es una blasfemia.

Carter se ríe y salimos del camino. A esta hora del día la residencia está completamente vacía. Subimos a la habitación y al abrir la puerta, encuentro a Harry tirado sobre mi cama. Ojea un libro con la frente arrugada por la concentración.  

—¿Cómo has entrado? —inquiero, tirando la mochila sobre la mesa.

En mi fuero interno, rezo porque a Louis no se le haya ocurrido darle una copia de las llaves. Ya pasa aquí el tiempo suficiente. Como para que encima, no necesite que le abran la puerta.

Lo que iba a ser una rápida mirada de indiferencia se convierte en una cargada de intensidad. Pero no está dirigida a mí, sino a Carter. La chica levanta la cabeza con desafío. Aunque le ha dejado volver a la habitación, sigue aplicándole la ley de hielo.

—Nos vemos en la biblioteca, Hel. —Se despide dulcificando la expresión al dirigirse a mí.

Harry, que suele mostrar una arrogancia que se lleva hasta el aire de la habitación, se incorpora veloz y torpe.

—Puedo irme —ofrece.

—No.

Carter se marcha con un portazo.

Miro a Harry de nuevo. Se ha quedado con los ojos clavados en la puerta, con claras intenciones de querer tirarla abajo. Los tendones en su cuello se endurecen. Estruja el libro entre las manos. Si bien hasta ahora no he entendido por qué se muestra tan posesivo con Carter cuando no deja de despreciarla, lo comprendo en este instante.

Vuelve a tirarse en la cama resoplando, sin apartar la mirada de la puerta. Cojo dos vasos de plástico y sirvo el café. Estoy más que dispuesta a burlarme de él en cuanto termine. Es una oportunidad única.

Pero cuando me giro y veo su expresión, me olvido de ello.

—Una buena historia. —La furia de Harry se redirige hacia mí, que señalo el libro tras dejar los vasos en la mesa—.

El protagonista es un idiota que recapacita tarde y pierde a la chica. Pero retrata muy bien la estupidez humana.

—Yo no soy… —Suspende la frase a medio camino cuando se da cuenta de lo que estoy haciendo. Aprieta la mandíbula—. Está comportándose de forma exagerada, tampoco fue para tanto.

—Ese es tu problema. Tratas a los demás como basura y ni siquiera eres consciente de ello.  

—Deja el discurso moralista. —El brillo de sus ojos verdes es avieso, con un cariz derrotado que no acostumbro a ver—. Eres igual de egoísta que yo.

Encojo los hombros.

—Pero evito hacer daño a las personas que me importan. —Hago especial hincapié en la última palabra.

Incapaz de rebatirme, tira el libro al suelo en un acto de protesta infantil y se tumba. En otras circunstancias, le hubiera pegado por haber tratado un libro así. Pero en este momento la curiosidad me hace demasiadas cosquillas.
Traspaso la pared de libros y me dejo caer a su lado. Harry observa el techo con excesivo interés.

—Es una pena que te hayas dado cuenta que te gusta esta chica cuando ella se ha cansado de ti.

—¡No me gusta Carter! —chilla. Cuando se lleva las manos a la cara para esconderse, advierto un ligero temblor en ellas.

Procuro no reírme de lo obvio que está siendo.

—A mí no puedes mentirme.

Permanece callado y su silencio lo termina de confirmar. A Harry le gusta Carter de una forma de la que ni siquiera él parece ser consciente.

Debería marcharme a la biblioteca y mantenerme al margen. Porque después de cómo ha tratado a Carter, lo más saludable para ella, desde mi opinión, es que se mantenga alejada de Harry. Pero por muy bien que me caiga y por muy imbécil que sea él, a pesar de todas sus cosas malas, está el chico divertido, cariñoso y leal como nadie.
Así que decido echarle un cable que seguramente acabará metiendo en una piscina para electrocutarme.  

—Te comportas como si tuvieras la capacidad emocional y empática de una tuerca. —Harry asoma los ojos entre los dedos para mirarme.

—Me lo dices tú, que solo te falta gruñirle a la gente cuando se te acerca —contraataca antes de darme la oportunidad de continuar.

«Paciencia, Helvia, paciencia». Así funciona esta extraña amistad. ¿Tú me dices algo malo? Yo te digo algo peor.

—Cuando en el fondo—prosigo a regañadientes, sabiendo que inflarle el ego a Harry puede acarrear consecuencias desastrosas—, hay un chico totalmente distinto.

—¿Vas a declararte?

—Que se pasó un verano entero despertándome de mis pesadillas y llevándome a tomar helado porque creía que ayudaría —continúo como si no le hubiera escuchado.

Harry se incorpora antes de exponer su siguiente maldad. Quedamos sentados uno al lado del otro, contemplando mis paredes literarias.

—Tus berridos me producían pesadillas a mí.

—Di todas las groserías que se te ocurran. —Encojo los hombros, mirando el poster de Pulp Fiction de Louis—. Eres una de mis personas favoritas porque te conozco de verdad. Si dejas de comportarte como una tuerca, quizás Carter también llegue a conocerte.

Harry tuerce los labios procurando no sonreír.

—Se me saltan las lágrimas —ironiza sin ganas.  

—Esa era mi intención.

Lo observo un rato en silencio. Es extraño verlo tan cabizbajo y afectado. Supongo que se esfuerza tanto en demostrar que todo le resbala por la piel que es fácil olvidar que es una persona insegura. No sé por qué vive empeñado en interpretar ese papel, ni por qué oculta sus partes buenas bajo tantas capas.

Solo sé por qué me escondo yo y selecciono con sumo cuidado las partes que decido enseñar. Conozco el daño de la imagen, de los prejuicios. Es difícil ser tú cuando los demás ya han decidido quién eres. Por lo que mis siguientes palabras son las que a mí me gustaría escuchar en mis momentos más bajos.

—Mereces la pena, aunque haya una parte de ti que crea lo contrario. —Noto que he dado en la diana por cómo se tensa a mi lado—. No te sabotees más.

—¿Con Louis también te pones en plan mandona?

El tono sugerente, así como la sonrisa lasciva, demuestran que ha pasado el bajón y vuelve a ser él.  

—Eres repulsivo.

Lo empujo antes de levantarme para marcharme. Con dos vasos de café frío y unas cuantas palabras de ánimo con las que probablemente Harry me torture durante un mes.

No puedo dar un solo paso cuando Harry se levanta y me abraza. Tardo un poco en reaccionar. Pero finalmente se lo devuelvo. Es por estas cosas por las que todavía no lo he dejado atado a un árbol durante una tormenta eléctrica.

—Gracias —murmura.

—Bueno, tengo muchas tarrinas de helado que compensar.
indigo.
indigo.


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A Match Made In a University | 1D - Página 41 Empty Re: A Match Made In a University | 1D

Mensaje por indigo. Vie 23 Ago 2019, 1:04 pm

Capítulo 27.02.
Helvia Petrova & Louis Tomlinson || by: gxnesis.


—Veo que no soy la única víctima de Stella.

Olivia pega un bote al escuchar mi voz. Está sentada en la primera grada, con los apuntes sobre las piernas y las mejillas enrojecidas por el viento. Deja caer los hombros con derrotismo.No tenía ni idea que Olivia también tuviera que implicarse. Pero el intercambio de palabras no es un punto fuerte entre nosotras.

—Llegas tarde —comenta deslizándose por el banco para que me siente a su lado.  

—Lo sé.

He estado tan absorta estudiando que me he saltado la hora de la comida. Ni siquiera sé cuándo se marchó Carter. Eran las cuatro de la tarde cuando he salido de la biblioteca y he pasado a prepararme un café antes de venir al campo de fútbol. Stella dijo que tenía que estar presente, no especificó que fuera puntual.

Me siento en el banco de hierro helado. De la mochila saco La Hija del Optimista de Eudora Walter, mi actual lectura. Stella tampoco hizo especificaciones sobre la atención.

—¿Deberíamos? —Olivia señala hacia el campo titubeante. Sigo la trayectoria de su dedo sin tener del todo claro qué ha visto. A parte de un puñado de chicos corriendo en pantalones cortos.

Andarcene. —Hago amagos de incorporarme. Olivia debe comprender lo que he dicho, por eso extiende el brazo delante de mí como barrera.

—Me da la impresión que tendríamos que hacer algo más que estar aquí sentadas.

Observa al equipo de soccer como si estuviera tratando de descifrar un acertijo. La imito. Distingo a Louis intentando cortarle el paso a un tío que le dobla la complexión. También veo a Edward junto a una de las porterías.

—Diría que es suficiente con evitar disecarnos.

En solo unos minutos se me han entumecido las piernas y me tirita incluso el pelo. «Nota mental: comprar un abrigo más largo».  

—Esta actividad no tiene fundamento —chista resentida. Como si la idea de Stella fuera una ofensa personal a la misma inteligencia—. No hay manera de interactuar ¡Si ni siquiera nos miran!

Me cae bien Olivia, por todo eso de que no habla mucho y disfrutamos del silencio en compañía. Pero cuando entra en sus bucles es muy difícil seguirle el ritmo.

—Una lástima, me había vestido con mis mejores galas —bromeo para alivianar el ambiente.

Abro el libro dando a entender a Olivia que me voy a poner a leer. Pero la indirecta no le llega, tan sumida como está en las quejas y la incomprensión. Es una persona racional en exceso y no sabe manejar los sinsentidos.  

—Tampoco es que busque una interacción. —Se justifica sin necesidad, lanzándome una mirada alterada. Pega una patada al suelo—. Odio que me hagan perder el tiempo, es todo.

—Quizás el objetivo es potenciar la comunicación telepática. —Olivia me mira como si se me hubiera caído el último tornillo. No la conozco lo suficiente para saber tranquilizarla—. Ya que estamos aquí, aprovechemos para estudiar. —concluyo encogiendo los hombros.

Olivia se resigna y asiente. Realizo mi tercer intento por retomar a Laurel y sus fantasmas. Pero un grueso dosier aterriza en mis piernas antes de poder leer una palabra. Batallo porque no se me resbales. Miro a Olivia incomprensiva.

—Ahí está todo lo que he podido encontrar —explica señalando el dosier. Debe tener cerca de cien páginas—. Perdón por la tardanza.

Trato de rebuscar en mi cerebro el momento en el que le pedí a Olivia información sobre una constelación.

—Lo mencionaste el día que besaste a Louis. —comenta Olivia, que debe haberse percatado de mi sorpresa—. Poco antes, en realidad. Me pediste información sobre la constelación Lyra para un relato.

Se me enciende el cerebro finalmente. Una imagen borrosa de aquella fatídica noche me pasa por la cabeza. Con tantas asignaciones matrimoniales la idea del relato había quedado sepultada. No he podido escribir nada en el último mes.

—Gracias, Olivia —murmuro absorta en lo que acaba de darme.

—Puedo enseñarte la constelación.

Alzo la vista. Advierto ilusión y pasión en sus ojos. Dos adjetivos inaplicables hasta ahora porque solo nos hemos visto en situaciones fortuitas.

—¿En serio?

Una leve sonrisa le mueve los labios.

—Desde la azotea de la residencia, con el telescopio. —Informa con profesionalidad—. Te avisaré cuando sea visible.

—Se detiene de pronto, perdiendo la emoción. Olivia agarra un mechón y se lo enrolla en ese gesto tan característico—. Si quieres, por supuesto.

La información parece tan completa que no será necesario. Pero se la ve tan emocionada por enseñarme la constelación, una reacción atípica en Olivia, que no quiero rechazarla. Y por otro lado, no hay mejor forma de documentarse que por medio de la experiencia.

—Me encantaría —aseguro.

—Genial.

Olivia asiente sonriendo y regresa a sus apuntes. Mientras que yo guardo el dosier para leerlo más tarde. Al cuarto intento, consigo reunirme con Laurel McKelva.


Pierdo la noción del tiempo por segunda vez en el día gracias a la lectura.  

—¿Y tus pompones?

La luz que llega de los postes se corta y una sombra me impide continuar. Parpadeo con los ojos irritados, regresando al mundo real. Louis está de pie frente a mí, ya sin la equipación. Lleva el pelo mojado y le caen líneas de agua en ambas sienes. Tiene la bolsa de deporte cruzada sobre el pecho, descansando las manos en la tira.

—Via fue animadora en el instituto.

Edward está sentando en las gradas junto a Olivia, quien está colocando sus apuntes para guardarlos. La separación que ejerce el cuerpo de la chica es lo único que me impide soltarle un puñetazo.

—¿Hablamos de Míster Abracitos?

—Prometimos no mencionar el asunto nunca más.

—¿Quién es? —pregunta Olivia mirando a Ed. Este se sonroja levemente.

—Una tontería —masculla levantándose.

Me llevo una mano al pecho con fingido sentimiento.  

—Pobre tortuga, mancillar así su memoria.

—Via… —amenaza cada vez más rojo. Olivia contempla a Edward como si estuviera tratando de conciliar dos ideas.

—¿Tu mascota? —Louis entrecierra los ojos con curiosidad maquiavélica. Como si notase la oportunidad de meterse con su amigo.  

—Más bien su… —Antes de revelar la identidad de Míster Abracitos, Edward me tapa la boca con las manos. Me reprimo para no morderlo.  

Míster Abracitos era su bien más preciado y un gran confidente para el Edward de diez años. No se separaba de él para nada. Incluso se inventó una canción acerca del peluche. Pero el pobre Míster Abracitos conoció la muerte en las fauces de mi perra Lupa. De la tortuga no quedó más que una aleta babeada. Edward estuvo sin hablarme lo que quedaba del verano, como si yo hubiera incitado a Lupa al asesinato.

—Olvidadlo, el frío le ha congelado las neuronas —añade Edward revolviéndole el pelo con más fuerza de la necesaria—. La pobre es de clima cálido.

Le pellizco la muñeca y por fin me libera de la mordaza. Sus ojos desprenden sendas amenazas. Sonrío y comienzo a tararear la canción de Míster Abracitos al tiempo que guardo el libro en la mochila. Cuando me incorporo, veo que Olivia alterna una cauta mirada que no comprendo entre Edward y yo.

—Nos perderemos la cena —increpa Edward echando a andar para evitar una nueva réplica.

—Pero no huyas. —Louis lo sigue todo dientes—. ¡Quiero conocer la historia de la tortuga!

Edward aprieta el paso. Contengo la risa. Olivia se levanta del banco colocándose la mochila al hombro. Sigue mirándome, solo que esta vez más inquisitiva.

—¿Te encuentras bien? —pregunto descolocada echando a andar.

—Sí —responde arisca.

Acelera el paso y me deja atrás. Camino detrás de ella sin entender el por qué en su cambio de actitud. Pero no indago. Louis y Edward aguardan en los límites del campo de entrenamiento. Cuando Olivia los alcanza no se detiene y Edward la persigue.

—Conque eras animadora… —suelta Louis al reunirme con él.

Este es el tipo de cosas que no quiero que sepa de mí. Maldigo a Edward por haberlo mencionado.

—Me confundes con mi gemela Elvira. —Digo lo primero que se me ocurre.

Louis se cruza de brazos.

—Apuesto a que Elvira es mucho más simpática que tú y no me deja hablando solo —rebate siguiéndome el juego.

Scorretto.

—En inglés. —Pide Louis, que no tiene ni la más remota idea de italiano.

—Usa el diccionario.

—¿Por qué no me pondrían con Elvira? —Se lamenta rodando los ojos.  

—Tuvimos que encerrarla en el desván hace unos años.

—¡No me digas! —replica con tono escandalizado.

—Una tragedia… —suspiro mientras elaboro una historia—. Los celos le provocaban paranoias. Creía que quería deshacerme de ella para quedarme con su puesto de animadora. Enloqueció e intentó asfixiarme con la almohada una noche—. Louis me observa mientras caminamos, atento a la historia—. Para ocultar su repentina desaparición, dijimos que se fugó con una lechera holandesa. Pero en realidad, está en el desván. Por las noches, cuando todo está quieto, se escuchan sus lamentos a través de las paredes.  

Esta es, con diferencia, la vez que más palabras ininterrumpidas ni forzadas que he cruzado con Louis.  

—Deberíais presentarle a Hugo Simpson.

—Marge lo lleva a veces.

Louis suelta una carcajada que llama la atención de Olivia y Edward. Me fijo en que él tiene una mano apoyada en el hombro de Olivia. Esta se aparta al ver que los miramos. Agacha la cabeza y fija la vista en las zapatillas.

—¿Me dejarás jugar con Elvira cuando vayamos a Verona? —Louis continúa la broma recuperando mi atención.

—Si te portas bien.

—Hmm, no puedo prometer nada.

Cruzamos una mirada rápida que desata nuestras risas. He de reconocer que a veces me divierto con él. Si no estoy de malhumor y él olvida su cruzada intrusiva en mi intimidad. Es contradictorio debido a su obsesión por la perfección, pero Louis es un chico tranquilo, vivaracho y poco conflictivo.

—¿De qué os reís? —pregunta Edward cuando los alcanzamos.

Olivia está tecleando en el teléfono y no se percata de que hemos llegado. Edward la empuja con delicadeza para que continúe andando.

—Helvia me estaba hablando de su gemela.

Edward parpadea confuso, aun guiando a Olivia para que no se choque con nada.

—Elvira —secundo con seguridad—. Te echa de menos.

—Vas a reducir la dosis de café diaria. —Edward me apunta con el dedo, pensando que he terminado de perder la cabeza.

—Tío, el café es lo único que se interpone entre mi integridad física y la muerte. —Se queja Louis.  

Pongo los ojos en blanco. Pero noto un inusitado buen humor dentro de mí. Me siento ligera, sin nubes tormentosas sobre la cabeza. Es uno de esos momentos en los que me siento bien dentro de la piel. Salgo de detrás del muro y me permito disfrutar un poco del contacto humano sin pensar en las consecuencias.

—¡Lo tengo! —exclama Olivia victoriosa.

Los tres nos giramos hacia ella.

—La constelación será visible dentro de tres semanas. —Olivia me mira directamente, ya sin reproches oculares—. Te iré informando de los detalles.

—Es una cita.

—¿A qué vais a la azotea? —pregunta Edward.

—A ver una constelación —explica escueta.

—Voy con vosotras.  

—Pe-ero… —tartamudea Olivia.

Louis me da un codazo antes de colocarse al lado de su amigo.

—Yo también.

—No es necesario —rebato.

Nos hemos quedado parados a las puertas de la cafetería, de donde emerge un olor a verduras hervidas. Los dos chicos están parados frente a nosotras sonriendo. Olivia y yo cruzamos una mirada fugaz.

—Solo estamos siguiendo las indicaciones de Stella —dice Louis con inocencia.

—Eso, nos implicamos en vuestras actividades, al igual que vosotras —añade Edward, más inofensivo aún.

—Os aburriréis —argumenta Olivia con los puños apretados a los costados.

Ignoran el comentario y se meten en la cafetería.

—Los empujaremos por la azotea y haremos que parezca un accidente.

Me giro hacia Olivia esperando encontrarme con otra de sus crisis, ya sin fuerza alguna para solventarla. Sin
embargo, ella me regala una ceja conspirativa.

—Será una noche muy ventosa.

—Llamaremos a la obra Lo que el viento mató.


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Me marcho del comedor antes de que termine la cena para llegar a la vídeollamada de los jueves con mi madre. Pero después de una hora escuchando hablar sobre manteles, flores y distribuciones, casi hubiera sido mejor quedarme a escuchar la oda de Niall a sus abdominales.

—Todas las mujeres Petrova llevamos un ramo de lirios blancos del día de nuestra boda. Representa la pureza, la…

—Mamá, Babi ya ha tenido sexo.

La corto, incapaz de escuchar más quejas sobre flores.

—Ya sé que ha tenido sexo. Las paredes de la casa no son tan gruesas…

Me recorre un escalofrío. La imagen de mamá escuchando a Babi a través de las paredes era innecesaria.

—Pues no uses la pureza como argumento.  

—Es tradición, microbino mio.

Escondo la cabeza entre los brazos que mantengo doblados en el escritorio. Mi madre es una mujer de ideas fijas, con un temperamento inquebrantable, orgullosa. Y con una paciencia que emplea para agotar la propia y convencerte de que la Tierra es plana si es eso lo que desea.

—Es la boda de Babi y no quiere seguir una estúpida tradición. ¿Has pesado que el resto de chicas Petrova eran unas pusilánimes sin criterio propio?

Se le hincha la vena del cuello y se le electrifica el azul de los ojos. Agradezco que haya unos cuantos países de distancia entre ambas y que su furia rebote en la pantalla.

—Tu abuela y yo llevamos un ramo de lirios.

—Sin personalidad.

—Recuerda quién te paga la universidad.

—El abuelo.

«Si no puedes vencer a tu enemigo, sácalo de quicio». Mamá estalla y empieza a conjurar en italiano, gesticulando de forma exagerada. Disfruto de su representación sin terciar palabra. Dejo que mi lengua materna me llena los oídos y disuelva la añoranza.

Estudié en un internado y tras graduarme me fui a vivir a Roma. Estar lejos de mi familia es una máxima común en vida. Pero siempre he tenido la posibilidad de visitarlos los fines de semana.

Ahora, sin embargo, debo conformarme con las llamadas. Que carecen del sol picante del verano y el frío seco de los inviernos. Que no huelen a tierra seca ni uvas maduras. En las que no puedo escuchar los cascos de los caballos desde la habitación.

Todo parece más impersonal. Y yo me siento más lejos cada día. En momentos como este haría las maletas y volvería a casa. Donde no tengo que pagar por la vida amorosa de la directora Marcie. Ni verme forzada a convivir con personas todo el tiempo, en alerta constante para no ascender ni descender en exceso.

—¿A qué llegas el sábado?

Mamá me rescata del fondo de mi cabeza. Sonríe serena, como si no se hubiera pasado los últimos diez minutos maldiciendo.

—A mediodía.

Me incorporo hasta quedar erguida contra el respaldo de la silla. Mi madre empieza a mover la cabeza y estira el cuello en un baile extraño.

—Ha salido.

Está buscando a Louis. En todas nuestras vídeollamadas hace lo mismo. Por eso me aseguro que Louis no se encuentre en la habitación cuando hablo con ella. No posee un gran manejo del inglés, pero encontraría la manera de dejarme en ridículo de todas formas. Además, sigo empecinada en mantener mi vida ajena a él en la medida de lo posible. Aunque mis precauciones hayan sido en vano.

Mamá frunce los labios como si tuviera tres años.

—Me gustaría conocer a tu marido antes de la visita.

Aprieto los puños. No sé cuántas veces le he explicado que esto no es más que un proyecto y que no existe ninguna relación entre Louis y yo.

—No es mi marido de verdad.

—El roce hace el cariño —dice en tono cantarín.

—O te irrita la piel... Tengo que estudiar, nos vemos el sábado.

Me despido precipitada, sin fuerzas para lidiar con las indirectas de mi madre.

—Hel...

Cierro la pantalla del ordenador antes que pueda frenarme. Me he ganado al menos una hora de gritos cuando la vea. Y sin recompensa. Pues llevo tatuadas en la cabeza sus comentarios.

«Mira qué chico más guapo».

«Puedes presentarme a tu novio si quieres, soy una madre enrollada».

«Hija, eres joven, disfruta».

«¿Seguro que no sales con nadie?»  

Y estas son las sutilezas de las que se sirve Valentina Petrova para interrogarme sobre mi vida amorosa o, más bien, sobre la ausencia de esta. Las personas que me conocen asumen que la soledad, tantos libros y mi evasión se solucionarían con un novio. Cuando fue una relación la que me condujo a todo ello.

En mi familia nos criaron para ser personas de provecho. Nos dieron los medios para obtener una buena educación que nos abriera puertas en el futuro. Babi se graduó con matrícula de honor y en menos de un año, se convirtió en jefa del sector de mamíferos en la reserva de fauna marina. Pero nada de eso generó tanta alegría como la noticia de que iba a casarse. Yo he conseguido plaza en una de las universidades más prestigiosas del mundo. Pero ya puedo dar la vuelta al mundo siete veces en bicicleta en menos de ochenta días que a ojos de mi madre seguirá sin ser suficiente hasta que me eche un novio. Mientras que Marcelo, un completo desastre, sin aspiraciones ni oficio, que transgrede todos los valores bajo los que nos educaron: ahí está a lo suyo, sin interrogatorios.

Siento la presión de sus deseos. «Sí, haz lo que quieras, pero asegúrate de encontrar el amor en el camino. De lo contrario, tu acometido en la vida estará incompleto». Desmotiva saber que siempre habrá un pero rondando en torno a mí que hará palidecer todos mis logros. Que se cuestionará mi felicidad y mi forma de vivir porque no tendré un hombre al lado.

Mi familia parece olvidar que ya encontré el amor una vez y la Helvia de los muros es el resultado de este.  Y me gustaría ser aceptada. Sin que me cuestionen. Sin ese suspiro preocupado.

Aunque no puedo pedir algo que ni siquiera yo llevo a cabo. Porque sé quién soy y quién quiero ser. Pero todavía estoy tratando de hacer las paces con quién fui.

Y como de costumbre. Sin importar dónde empiecen mis pensamientos, estos siempre acaban en el mismo sitio. Ángelo, Martina y mis errores fatales.

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Hay días que son una mierda incluso antes de despertar. En los que te harías un burrito de sábanas y los pasarías en la cama nadando en la miseria. Este viernes es uno de ellos. En cuanto abro los ojos, sé que ni todo el café del universo mejorará mi estado de ánimo.

Así que me dejo arrastrar. «Be water», como dice la canción. No hago ningún esfuerzo por impedir los reproches, el rostro de Ángelo, las palabras de mamá o el miedo de Martina. Y los alterno con maldiciones silenciosas al programa matrimonial y sus exigencias.

Necesitamos los días de mierda para valorar los que no lo son. Por triste que resulte.

A penas cruzo palabra con nadie y evito la compañía de los demás cuanto puedo. Ni siquiera me siento en la mesa durante el almuerzo. Necesito un poco de soledad. Recuperar el control y ser yo —no la universidad— quien decida cuándo y en qué medida me rodeo de gente.

Sin embargo, hay citas que por más que lo desee, no puedo eludir. Así que, a media tarde, me convenzo de arrastrar los pies hacia la terapia grupal. Cuando llego, el resto de mis compañeras ya está en el aula. Ciara y Savah hablan a susurros en una esquina, mientras que Olivia y Carter aguardan en un sofá de dos plazas.

—¡Helvia! ¿Dónde estabas? —pregunta Carter al verme llegar.

Saludo con la mano y encojo los hombros. Me muestro cortante. La sonrisa de Carter se tambalea en sus labios por mis formas. La culpabilidad me golpea de inmediato. Pues ella es ajena a las tormentas que se libran en mi cerebro. Intento formular algo que se asemeje a una sonrisa, pero no consigo más que una mueca.

Me coloco en el reposabrazos del sofá a esperar a Stella. Esta no se hace mucho de rogar y no mucho más tarde, entra al aula seguida de una desconocida.

—Buenas tardes —saluda la terapeuta con una carpeta aferrada al pecho. Se sitúa en el centro de la sala, con la muchacha a su lado—. Quiero presentaros a Ruth.

—Carnada fresca —entona Ciara caminando como una depredadora.

—Empezaba a aburrirme del trío de perdedoras —secunda Savahtine reprimiendo un bostezo.

Stella las amonesta en silencio. Por su parte, Ruth las observa sin ninguna emoción en el rostro más que de aburrimiento.

—No les hagas caso.

Stella nos pide que nos acerquemos al centro de la sala con un gesto de cuello. Carter, Olivia y yo obedecemos, cada una en un grado distinto de entusiasmo.

Cuando me acerco, observo bien a la nueva inquilina. Tiene el rostro ovalado, de mejillas prominentes que invitan a tirar de ellas. Sobre una boca pequeña de labios carnosos, que asciende hacia una nariz respingona y termina en dos ojos pequeños, redondos y oscuros como el plumaje de un cuervo que resaltan sobre su tersa piel morena. Lleva el pelo ensortijado y revuelto sobre los hombros.

Coloca los brazos en jarras y observa la sala y a nosotras con desagrado. Como si le hubieran prometido algo muy distinto a esto. Me recuerda a mí en la primera terapia.

—¿Quién es? —pregunta Olivia.

—Lo acaba de decir, Espagueti —objeta Ciara.

—Ruth formará parte de vuestro grupo a partir de ahora —explica Stella, tan displicente como siempre—. Es la esposa de Niall. Digamos que ha tenido unos cuantos problemillas para adaptarse a la situación, pero todo está solucionado.

La chica le muestra su irritación en silencio. Está claro que preferiría estar en cualquier otro lugar.

—Te ha tocado el premio gordo. —Se burla Savah.

Ruth resopla.

—El premio al más estúpido.

—¡Eh! —advierten Ciara y Savah amenazantes. Puede que sean las que más se meten con él, pero sigue siendo su amigo. Y si algo debo concederle a estas dos, es que son fieles a las personas que les importan.

—Por favor, comportaos.

Stella pierde la compostura. Abandona su impertérrita amabilidad y se la nota cansada. La noto humana por primera vez desde que trato con ella. Pero esto no dura más que unos segundos. Acto seguido dice nuestros nombres a Ruth y da por finalizadas las presentaciones.

—Hoy comenzamos con una nueva dinámica. —De detrás de la carpeta saca una caja con rotuladores que le tiende a Olivia para que los reparta—. Se llama diálogo dibujado y busca potenciar la creatividad, así como la empatía.

Recibo el nerviosismo de Olivia cuando me tiende uno de los rotuladores. El resto aguardamos en silencio a que Stella explaye las explicaciones. Abre la carpeta y saca un puñado de folios.

—Desde hace meses, pasáis por una situación muy similar y es bueno que contéis las unas con las otras para compartir vuestros problemas. —A medida que habla, va repartiendo folios a algunas de nosotras, no a todas—. Pero muchas personas no se sienten cómodas utilizando las palabras para exponer sus problemas.

«Mira que le gusta dar vueltas».

—Para la actividad os dividiré en parejas. —Se coloca en el centro del semicírculo cuando finaliza la tarea—. Vais a colocar el folio entre ambas y durante media hora, dibujaréis. No podéis hablar. Solo dibujar.

—Maravilloso, como en el parvulario —ironiza Ciara.

—¿Podemos elegir a nuestra compañera? —pregunta Carter.

Stella declina la pregunta. A continuación, forma a las parejas: Ciara y Ruth, Savah y Olivia y, por último, Carter y yo.

—Colocaos donde más cómodas os sintáis. —Anima Stella tras sentarse en una silla—. Os avisaré cuando se agote el tiempo.

Carter se queda de pie a mi lado, con el folio entre los dedos. Se mordisquea el labio nerviosa y tímida como en la primera semana a causa de mi actitud.

—No sé a ti, pero a mí el suelo me resulta inspirador. —Intento que mi voz olvide el tono cortante y frío de hace un rato.

—No…, digo sí. —Sacude la cabeza y asiente para sí—. El suelo está bien.

La segunda vez que habla, recupera la seguridad que la ha acompañado en las últimas semanas. Al sentarnos, me digo a mí misma que mis días malos son míos y no debo pagarlos con la gente que me rodea.

Carter sitúa el folio entre las dos, como ha indicado Stella. Nos contemplamos sin saber qué dibujar. Doy vueltas al rotulador observando el folio. Siento el impulso de empezar a escribir, porque lo mío son las palabras en papel. Carter destapa el rotulador y empieza a esbozar figuras en la esquina del folio: corazón, mariposa, un círculo.

Destapo el rotulador y lo acerco al folio. Permito que mi mano se deje llevar. Dibujo un monigote con rectas que pretende ser una chica, con una línea plana por sonrisa. Parece flotar en la nada. Añado un cuadrado que la encierra. Después me sale dibujar un par de monigotes más por fuera del cuadrado.

La mano de Carter aparece a mi lado. Mis ojos ascienden por su brazo hasta su rostro tranquilo. Carter intercede en mi obra y coloca a otro monigote al lado de la chica encerrada. Su persona sostiene dos cilindros que creo que son botellas de cerveza.

El monigote sonríe. Igual que Carter cuando cruzamos una mirada. Vuelvo a bajar la vista hacia las muñecas de palo: la que estaba sola y la que se cuela a decirle que no tiene por qué.

Una bola de nervios me tironea de las entrañas por el estúpido dibujo. «Cobarde», bisbisea mi cabeza. En los días de mierda la verdad asoma. Y es que no me aparto de la gente por fortaleza, no fue una decisión que tomé desde la sensatez. Sino desde el dolor. Porque hubo un tiempo en el que dolió tanto que no pude con ello y corrí a esconderme.

—Tiempo.

Stella da por acabada la dinámica. Me levanto del suelo seguida por Carter, quien recoge el dibujo. El resto ya están frente a la terapeuta, entregando los suyos.

—La semana que viene pasaremos a la siguiente fase de esta dinámica. —Guarda los dibujos después que Carter le dé el nuestro—. Y una cosa más antes de que os vayáis.

—Siempre tiene que haber algo más. —Se queja Olivia, con razón.

—A la vuelta de las visitas tendréis citas dobles.

Nos miramos entre nosotras.

—Es importante que conozcáis a los amigos de vuestros maridos para que no haya malentendidos. Saber con quién pasa nuestra pareja el tiempo ayuda a asegurar la confianza.

—Pe-ero. —Olivia vuelve a la carga.

—Lo que Espagueti intenta decir. —Ciara intercede y rodea a Olivia por los hombros—. Es que es una tremenda gilipollez.

—¡Ciara! —La reprende Stella.

—Ya solo falta que nos prestemos la ropa interior para fomentar la confianza —acomete Savah con gesto amenazante.

Carter reprime una carcajada. Yo no he estado más de acuerdo con el Dúo Calavera en toda mi vida. Stella habla de fomentar, trabajar y ayudar como si fueran algo bueno. Pero la única realidad es que nos fuerzan a situaciones que para algunos resultan extremas.

Stella hace oídos sordos a las quejas, como no podía ser de otra manera.

—Para la primera salida de citas dobles os he repartido de la siguiente forma—Mira dentro de su adorada carpeta antes de proseguir—: Ciara y Liam saldrán con Savahtine y Zayn.

Al escuchar sus nombres juntos, chocan el puño.

—Olivia y Edward irán con Ruth y Niall.

Las nombradas comparten una mirada evaluativa. Olivia da un paso hacia atrás con ganas de marcharse de aquí.

—Bueno, vosotras podéis imaginarlo. —Stella se dirige a Carter y a mí.

Podría haber sido peor. Al menos me ha tocado con personas con las que estoy acostumbrada a estar. Carter no se lo toma con tanta tranquilidad como esperaba. Pero supongo que se debe a que tendrá que pasar más tiempo con Harry.

—Pasadlo bien estos días y aprovechad para descansar.

Se despide Stella tras recordarme que los próximos cuatro días quizás me cuesten la cordura.  
 

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Para no deshacer la racha, también me salto la cena de ese día. Pido comida china y engullo al tiempo que leo la información que recopiló Olivia para mi relato.

Los ratos en soledad que he rascado al viernes surten efecto y siento que retomo el control de la situación. Poco a poco me asiento en mi cuerpo y las tormentas en mi cabeza se disipan.

Louis llega a la habitación sobre las ocho. Esta es la primera vez que nos cruzamos en todo el día. Levanto la vista del dosier. Parpadeo repetidas veces para enfocar la vista. Louis carga la espalda contra la puerta.

—Creí que no iba a volver a verte —menciona a modo de saludo. Las cejas le describen dos amplios arcos interrogativos.

Me fijo en el marco de fotos de purpurina rosa que lleva en las manos.

—Es para Ciara, por lo del Santa Secreto. —Lo deposita en mi escritorio—. ¿Qué opinas?

Encojo los hombros.

—Brilla.

—Ya... —frena para bostezar y se pasa las manos por el rostro—...eso he pensado.

Estar exhausto es su estado natural. Nunca se está quieto. Ni siquiera en la habitación, pues o bien está estudia o bien ve películas hasta la madrugada. Cuando reduce la velocidad se advierte la letra pequeña de su inquietud: ojos enrojecidos, la mata de pelo decaída y la boca tensa de cansancio.

Louis despega los labios, pero yo doy por finalizada la conversación apartando la vista. Recoge los recipientes vacíos de comida que tengo al lado y los tira a la basura antes de desparecer por mi espalda.

—¿Quién es tu Santa Secreto? —No respondo—. ¿Helvia?

Silencio. Si le hago caso y me niego a darle un nombre indagará hasta que obtenga una respuesta. Por un instante, sopeso la idea de decirle que es él a quien debo hacer un regalo. Así me evito la búsqueda y le pregunto directamente qué quiere.

—Vale, regresamos al voto de silencio. —Escucho el chirrido de los muelles de la cama, seguido de un resoplido—. Hazme un horario de los días en los que no me dirigirás la palabra. Así ahorro saliva.

El hastío exagerado en su voz podría palparse. En un principio me chocaba su interés hacia a mí. Pero a lo largo de este mes he comprendido que nace de una curiosidad empírica. A Louis le gusta la lógica y cuando algo se sale de la suya, de lo que considera normal o correcto, necesita hallar una explicación.

Termino de leer sobre las distintas estrellas que conforma a Lyra antes de hacer girar la silla. Con una pregunta alojada en la cabeza.

—¿Por qué pensabas que no volverías a verme?

Louis está estirado en la cama cuan largo es, con los brazos tras la cabeza. Observa el blanco fascinante del techo por unos minutos antes de responder, en venganza a mis silencios. Subo las piernas a la silla y aguardo con la mejilla alojada en la palma de la mano. Finalmente, desciende la vista hasta mí, entrecierra los ojos en dos rendijas y frunce los labios.

—Supongo que va contigo. Eso de largarte de un día para otro.

Me muerdo el labio. No anda desatinado del todo. He barajado esta posibilidad en varias ocasiones a lo largo del día, presa del estrés y el ánimo decadente. Su acierto enciende unas cuantas alarmas que apago de un manotazo invisible.

—Muy presuntuoso asumir cuál será mi forma de proceder en un caso hipotético.

—Dios —Silva a la que se incorpora con energía—. ¿Hablar así te sale solo? Suenas como la jodida Wikipedia.

Arrugo la frente. No sé a qué viene esta queja sobre mi manera de expresarme.

—Si mi vocabulario te genera pesar, no me hables —arremeto.

Louis posee la habilidad de desencadenar ácido en mi sangre y un golpeteo pulsátil en el cuello. Hay veces en las que me hace sentir como si fuera el juez en un concurso en el que todas mis respuestas son erróneas. Me siento juzgada por razones que no conozco.

Lo que más me altera es saber que de no ser por el programa matrimonial esto no estaría pasando. Louis sería un desconocido en un campus de miles de estudiantes. No me sentiría culpable por hablar mal a nadie porque no tendría que hablar si no lo quisiera. Podría sentarme a comer sola y yo decidiría en qué grado me relaciono con los demás.

Porque quizás poseo el control sobre mis acciones, pero no sobre las de las personas. Da igual que intente frenarlo o cuántos muros erija a mi alrededor, siempre parece haber alguien dispuesto a querer traspasarlos. Y lo que se esconde detrás es feo, vergonzoso e imperdonable.

—Has empezado tú.

Conjuro en italiano rechinando los dientes y me aparto el pelo a la espalda. Toda la tranquilidad que he reunido a lo largo del día se disuelve como si hubiera sido una mera alucinación.

—Sé lo que haces. Sueltas incentivas del tipo creí que no volvería a verte —imito su acento inglés exageradamente—para que te pregunte por qué dices esas cosas y hacerme hablar solo para que no sea yo quien diga la última palabra.

—¿Lo hago?

Habla en un tono que demuestra que he atinado. Aprieta los labios para no reírse. Para Louis esto no es más que un juego, alterarme, molestar e indagar. Nunca se toma nada en serio. Le hago un corte de mangas y me vuelvo.

—Vamos a salir esta noche.

Su voz me llega cercana y el olor de su colonia varonil inunda mi nariz. A continuación, veo su sudadera en la pantalla del ordenador, tras mi reflejo.

—Te has enfadado.

El suspiro que emerge de su boca me revuelve el pelo. Me aprieto contra la mesa para alejarme, aplastándome el estómago. Los nudillos se me blanquean por la fuerza con la que sujeto el subrayador.

Poco después escucho el sonido de la ducha. Cierro el dosier con la información y paso unos minutos observando el marco de purpurina rosa. «Y encima tengo que hacerle un regalo a este egocéntrico metomentodo». Tiro el marco a su cama.

Pongo una playlist de música relajante en el móvil, esperando que me temple el carácter y desenrede estos cambios de humor constantes. Subo los pies al escritorio y me sumerjo en mi nueva lectura, Prohibido Nacer.

—Última oportunidad.

Louis regresa a la carga un rato después. Por el rabillo del ojo veo el blanco de una camiseta.

—Pierde cuidado —murmuro sin dejar de leer—. Algo me dice que tendré más oportunidades y motivos para asesinarte en el futuro.

Escucho su risa enronquecida seguida del click de la puerta.

—El vuelo sale a las doce. Piérdelo si quieres.

—Ni de coña, tengo que conocer a Elvira.

Escribo un mensaje a mi hermana para darle todos los detalles del vuelo cuando me quedo sola. Ni siquiera he hecho las maletas, como si así no fuera real.

Babi responde casi en el acto.

«Copiado. ¡Me muero de ganas de conocerlo!»  

Estiro el cuello hasta que me queda colgando sobre el respaldo de la silla con un quejido acoplado en las cuerdas vocales. Pero no tengo oportunidad de sumirme en el drama porque llaman a la puerta. Me levanto tras dudar si abrir o no.

Los gemelos aguardan al otro lado medio encajados en el quicio de la puerta. Tan iguales como dispares. Harry más afilado y Edward que parece que flota en una nube de paz constante. Dibujan una sonrisa doble que, en toda la historia de nuestra amistad, ha acarreado problemas. No tendría que haber abierto.

—No. —Me anticipo a lo que sea que tienen en mente.

—¡Si no sabes lo que es! —exclaman a la vez en un eco.

Pero sí sé lo que pretenden. Louis ha dicho que saldrían y estos dos nunca se pierden un encuentro con el vodka. Si están aquí es para convencerme de que me una también. He visto a Edward un momento esta tarde cuando ha ido a buscar a Olivia a la salida de la terapia grupal para ir a trabajar. Tras un leve interrogatorio sobre el gesto asqueado de mi rostro y mi ausencia en el comedor, me he marchado sin explicar ninguno de ellos.

Ahora me arrepiento de no haber fingido que todo marchaba bien, porque eso ha sido lo que les ha traído a mi habitación. Por muy amigos que seamos, no se pasan el día al pendiente de lo que hago o dejo de hacer.

—Me lo puedo imaginar —convengo. Muevo la puerta despacio para cerrarla.

Mantienen una de sus conversaciones silenciosas con los ojos. Antes de poder impedirlo, se cuelan en la habitación a empujones, a punto de tirarme al suelo con su efusividad.

—Esto es allanamiento de morada. —Me agarro al escritorio de Louis para recuperar el equilibrio.

Edward abre mi armario y cuando voy a lanzarme encima para que se esté quieto, Harry me corta el paso. Pego una patada al suelo. Puedo manejarlos por separado, pero cuando están juntos es imposible combatirlos.

—No te favorece —ataco a Edward cuando saca un vestido con estampado floral. Lo lanza a mi cama por encima de la espalda.

—Con esto no te toca ni un abuelo de la residencia. —Harry hace uno de sus comentarios estrella tras coger el vestido como si tuviera la peste.

Lo aparto de un empujón ayudada por la rabia que me producen sus palabras. Edward sostiene un crop-top negro con confusión.

—¿Dónde se supone que va esto?

—Es un sujetador, idiota —bufa Harry muy pagado de sí mismo. Cualquier ocasión es bueno para demostrar que es
el mejor gemelo—. ¿Nunca has visto uno?

—Más que tú seguro —replica Edward divertido.

Aprovecho la discusión sobre quién sabe más sobre ropa interior femenina para arrancar la prenda de las manos de Edward. Tiro de él hasta que lo sitúo al lado de Harry.

—Gracias por desordenarme el armario, ahora largaos —apunto hacia la puerta.

—Para que te quedes aquí regodeada en la mierda, va a ser que no. —Harry cruza los brazos—. Luego se te agría más el carácter y a ver quién te soporta.

Aprieto los dientes.

—Harry tiene razón. —Lo secunda su gemelo con una sonrisa culpable. Se me desencaja la mandíbula. Ed levanta las manos a la altura del cuello—. En lo de regodearte en la mierda.

—Sabiduría pura. —Se elogia el aludido dándose un manotazo en el pecho.

—No voy a salir.

Estoy arrinconada contra la puerta del baño, la única escapatoria es encerrarme en él o en el armario. Los gemelos crean una barrera a mi alrededor. Respiro hondo.

El alcohol como modo de evasión siempre me parece una buena idea. Obnubila mi lado racional. El problema es que hago tonterías en el proceso. Y la solución a mis estrangulamientos mentales no debería ser beber hasta perder la consciencia.

—Pues nos quedamos contigo —desafía Edward—. Jugaremos al Scrabble, como cuando éramos niños.

Harry alza una ceja desaprobatoria en su dirección. Quedarse un viernes encerrado es lo que menos le apetece. Tampoco a su hermano. Solo se está tirando un farol.

—Ese no era el plan.

—Claro que sí. —Edward abre los ojos con intención.

—Que no.

—Sigo aquí... —canturreo quitando las pelotillas al top al tiempo que inflo las mejillas de aire.

—Ha sido mi idea —prosigue Harry sin hacerme caso, encarándose a Edward—. Así que yo trazo el plan.

—Fui yo quien te dijo que estaba rara.

—Helvia es rara.

Les tiro el top a la cara para que me presten atención y dejen de discutir por ver quién está al mando. Se giran a la vez. Tener cuatro pares de ojos idénticos observándome nunca deja de ser raro, ni intimidante —aunque esto último nunca lo reconoceré en voz alta—.

Reprimo el enfado. Pues están siendo buenos amigos. Cargantes e insoportables, pero buenos amigos, al fin y al cabo.

—Gracias por esta… —Enarbolo el dedo en el aire—… lo que sea. Pero me voy a quedar aquí. Tengo que hacer la maleta para mañana.

—Buen intento —dice Harry, que sabe que terminaré haciendo la maleta en el último momento y solo lo estoy utilizando de excusa.

—Alguien tiene que vigilar que Harry no la líe… —Edward abandona la frase en el aire. Su gemelo le da un puñetazo.

Sopeso mis opciones. Puedo perder mucho tiempo exponiendo las razones por las que no quiero salir esta noche y que, de todas formas, me arrastren fuera de la habitación. U obtener el mismo resultado ahorrándome un poco de saliva.

Choco la cabeza contra la puerta sabiendo que he perdido esta batalla.

—Una copa —suspiro.  

Chocan los cinco de la victoria.

—Y yo elijo la ropa.

Harry recoge el top del suelo.

—Con esto volverías a Louis loco. —Mueve las cejas con elocuencia. Edward reprime una carcajada. No sé qué le ha dado ahora con que me ligue a su amigo.

—O abordarlo en medio de una fiesta y comerle la boca —añade su gemelo.

Aprieto los puños. Ese condenado beso va a perseguirme hasta mi lecho de muerte

—Una idea mejor —hablo con alegría impostada—. Os lo turnáis a ver si Olivia y Carter os hacen caso de una vez.

Las orejas de Harry tornan a rojo y Edward baja la mirada a sus zapatillas. Me esperaba una reacción así del primero. Pero del segundo me llama la atención.

Ahora que he conseguido que se callen, me giro al armario. Cojo un crop-top de manga larga de color negro jaspeado, vaqueros y mis zapatos Martens. Cierro las puertas con el cuerpo. Harry y Edward se han repartido por la habitación, el primero tirado en la cama de Louis y el segundo ojea el dosier sentado sobre mi escritorio, con los pies sobre la silla.

Entro al baño y me dejo caer en el retrete con las prendas apretadas contra el pecho. Quizás si me hacino aquí acaben marchándose.

—¿Te estás vistiendo? —grita Edward desde fuera, como si hubiera leído mis pensamientos.

—Sí...

—Mentirosa —intercede Harry.

Dejo caer la cabeza contra el pecho rendida del todo. Empiezo a desvestirme. «Busca el lado bueno, Helvia. Si bebes lo suficiente a lo mejor llegas borracha a Verona». Me lavo los dientes y atuso los rizos de mi pelo para que recuperen algo de volumen. Para finalizar aplico un poco de perfume en muñecas y cuello.

Abandono la ropa en el suelo para que Louis sufra un colapso nervioso cuando llegue a la habitación. Salgo del baño y saco una chaqueta de cuero oversize.

—En marcha, stupeffato.

Saco la tarjeta de crédito de la cartera y la acoplo entre el móvil y la funda.

—Nunca sé si nos insulta o nos dice cosas bonitas —medita Edward en broma al abrir la puerta.

—Ese es el punto —comunico saliendo del dormitorio.  

Harry se levanta de la cama y se alisa la camisa de cuadros que lleva antes de salir también. Caminamos en silencio hacia el aparcamiento. Me encojo sobre mí misma intentando resguardarme del frío afilado que se cuela por mi ropa.

Al levantar la vista, veo a Louis apoyado en el capó del coche de Edward. En mitad de la oscuridad, con las manos a los bolsillos y la vista en el cielo encapotado. Un amago de irritación se acopla en mi pecho al verlo.

—Páganos.

Harry se planta delante de él de un salto y extiende la mano como si estuviera pidiendo limosna. Louis me lanza una mirada de decepción por encima del hombro del chico. Edward imita a su hermano y se sienta al lado de Louis.

—Maldita sea.

Enfadado se saca la cartera del bolsillo de la chaqueta vaquera. Les da un billete de diez libras a cada uno, la boca tensa bajo la barba. Yo los observo a los tres.

—¿Qué habéis apostado? —Olivia tenía razón, hacen apuestas por todo.

—Louis estaba seguro de que no te convenceríamos. —Edward le da unas palmaditas condescendientes a la espalda. Este se sacude.

—Pensó que como él no puede lidiar con su mujer… ¡AY! —Le retuerzo la piel del brazo antes que pueda terminar esa frase—. ¡Que no me pegues!

—Lo siento, es mi reacción natural ante tu tono misógino —engancho los dedos en los bolsillos traseros del pantalón.

Louis sonríe sin mostrar los dientes.

—Bella no es mi mujer, es el castigo por todos mis pecados —argumenta.  

—Y tú el de los míos, no te jode.

Edward se levanta, enarbolando las llaves en el dedo.

—Niños, no discutáis.
indigo.
indigo.


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A Match Made In a University | 1D - Página 41 Empty Re: A Match Made In a University | 1D

Mensaje por indigo. Vie 23 Ago 2019, 1:05 pm

Capítulo 27.03.
Helvia Petrova & Louis Tomlinson || by: gxnesis.


El bar al que vamos está en una de las calles que más universitarios acoge los fines de semana. Las aceras están llenas de personas que fuman o se tambalean en busca de un nuevo bar donde seguir tambaleándose hasta caerse al suelo.

Nos abrimos paso a la puerta del garito para poder acceder al interior. Una ola de calor y una mezcla entre aire viciado a alcohol, sudor y madera me choca en las fosas nasales. El bar no está tan lleno como parece desde el exterior. De hecho, se puede caminar sin chocarte contra la axila sudada de alguien.

Tiene una decoración rústica, donde predomina la madera. Las paredes rojas están cubiertas de fotografías y recortes de periódico que no alcanzo a leer. La iluminación es tenue, por lo que los grifos de cerveza plateados relucen.

Unas cuantas mesas están desperdigadas al lado derecho de la barra, así como en el centro de la estancia. Donde unos cuantos grupos se menean al ritmo de la música. Al fondo del local, en una doble altura, hay colocadas unas cinco mesas de billar bajo una lámpara de pantalla roja. En la pared se enganchan varias barras con taburetes para sentarse.

Sigo a los chicos al fondo del local sacándome la chaqueta. Allí están los demás, desperdigados entre las mesas de billar y la barra que queda en la pared derecha, donde se amontonan sus chaquetas.

Carter, Savah, Liam y Zayn juegan una partida en la mesa más próxima a la pared. Ciara está sentada en un taburete con un mohín desdeñoso en los labios mientras observa la partida. Niall se encuentra en la mesa contigua enseñando a una chica cómo coger el taco de manera adecuada. Se me escapa un gesto asqueado.

—¡Helvia!

—Anda, la alegría de la huerta está aquí. —Savahtine me pellizca la mejilla con burla.

—Qué decirte, echaba de menos tus muestras de cariño. —Le doy un manotazo para que me suelte.

Carter sube a la mesa de billar de un salto que parece imposible, con el taco en la mano. Está a punto de sacarle un ojo a Zayn con el mango, pero el chico se agacha a tiempo. Liam persigue sus movimientos con los brazos estirados por si se despeña.

Carter tira el taco en la mesa y salta encima de mí. Estoy a punto de caerme de espaldas, pero recupero el equilibrio. La chica como un koala. Mi primer impulso es empujarla porque me pilla por sorpresa. La descuelgo de mi cuerpo.

—Has venido —chilla aplaudiendo.

Tiene los ojos vidriosos, las mejillas arreboladas y una sonrisa bobalicona. Empieza a moverse al ritmo de la música.

—Y tú estás borracha.

—Tú no. —Recrimina dibujando un arco descendiente con la boca. Doy un paso hacia atrás por si se le ocurre pegarme. No es que solo gane seguridad cuando se emborracha, también la fuerza de cinco elefantes—. ¡Vamos a buscarte alcohol!

—Tórtolas, estamos en medio de una partida —interviene Zayn sujeto a su taco.

Carter se gira.

—Pero primero voy a darles una paliza.

Savah le tiende el taco de nuevo. Yo subo el escalón y rodeo la mesa hacia donde está Ciara, que me saluda con una mirada desaprobatoria. Por primera vez, reparo que a su lado está el amigo de Liam, Edder Ravenclaw. Sostiene la pared con la espalda y mira la partida con suma concentración.

Coloco mi chaqueta junto las demás. Veo que Harry y Louis están hablando con las amigas de la chica a la que soba Niall. Edward teclea en su teléfono a su lado, ausente.

Me hago con la tarjeta de crédito y me acerco a la barra para pedir una cerveza.

—Invítame.

Harry aparece a mi lado de improviso. Se apoya en la barra con el cuerpo orientado hacia dónde está el resto.

—Paga con el dinero que te ha dado Louis.

—Tacaña.

Esperamos un rato más hasta que el camarero nos atiende. Pido una cerveza y Harry una copa. Mientras nos sirve mira hacia la mesa de billar. Harry se tensa a mi lado al ver cómo Carter salta a la espalda de Liam y mueve los labios en un grito. Por la cara de este, imagino que le está restregando la victoria.

—Ánimo, colega —Le doy unas palmadas a Harry en la espalda.

—Déjame. —Se sacude mi mano de la espalda retorciéndose. En su actitud más infantil. A pesar de la conversación que tuvimos ayer, sigue emperrado en negar que Carter le mueve hasta el código genético.

Nuestras bebidas llegan y se marcha hacia donde están las chicas. «No cambia más». Yo regreso donde está el resto. Me subo a un taburete, busco un bolígrafo en la chaqueta y agarro un par de servilletas para ponerme a escribir.

No sé por qué razón, pero borracha escribo mejor. Tal vez porque me vuelvo menos crítica y me limito a escribir lo que sale de mi cabeza. Doy un trago largo al tercio.

Liam se echa para atrás para colocarse y le da a Ciara en el estómago con el taco.

—¡Ten cuidado! —chilla dándole una patada.

El chico se da la vuelta con una expresión beligerante.

—Disculpe, mi reina —masculla realizando una reverencia fingida—. Iré a darme unos latigazos por tremenda ofensa.

La piel de Ciara se pone roja. Está a punto de empezar a gritarle, pero me adelanto:

—Eh, no seas tan gilipollas. —Los dos me miran con impresión. Debería quedarme callada, como siempre, pero no puedo evitarlo—. Has sido tú quien le ha dado, pide perdón al menos.

Edder desvía la trayectoria de los ojos hacia nosotros, siguiendo el foco de atención. Carter se tapa la boca para reprimir su risa inoportuna y Ciara me mira como si fuera una especie de otro planeta.

Liam está patidifuso por mi contestación. Está bien que Ciara a veces se gane a pulso que le hablen de esa forma. Pero Liam lleva días hablándola mal sin razón. Y yo no soporto que se trate mal a las personas cuando no hay motivo, sea quien sea.

—Ya has escuchado a Gelga.

Savahtine lo apunta con el taco, expresión asesina y muy dispuesta a darle con él en la cabeza por la falta hacia su mejor amiga.

—Perdón, Ciara —dice con los dientes apretados.

—Vete a cagar —murmura esta con una sonrisa deslumbrante.

La conversación se termina y Liam cambia de sitio para jugar. Bebo de mi cerveza otra vez, al segundo trago, empiezo a sentir el cuerpo caliente y un leve mareo. Ciara está girada hacia mí con enfado.

—No necesito que me defiendas —replica cruzada de piernas.

—Ya lo sé. —Dejo el vaso sobre la barra—. Ahora estamos en paz.

Ladea la cabeza.

—¿A qué te refieres?

—Por la cafetera —explico pasando las manos por la pernera del pantalón para sacar el frío de mis dedos—. No esperes que me quede callada cuando tengas otra de tus ocurrencias.

La reacción de Ciara no es la que espero. Sus labios pintados de rojo se elevan en una mueca sangrienta y encantadora a parte iguales.

—De todas formas, es más divertido así.


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Bebo una segunda cerveza, ya borracha perdida, atenta al desenlace de una segunda partida de billar. Edward y Louis han sustituido a Carter y Liam, que se han ido a bailar al centro de la pista. Ahora juegan Savahtine y Edward contra Zayn y Louis, a quienes les tocan tirar.

Louis está inclinado visualizando el lanzamiento. La camiseta blanca se le tensa a los hombros y se le sube sobre la cadera, dejando la parte baja de la espalda.

—¡Lanza de una vez! —grita Edward.

Le hace caso y tras la bola negra, se desliza por la tela hasta colarse en uno de los agujeros.

—Putos amos —exclama Zayn.

Se dan un abrazo de tíos, con muchas palmadas a la espalda y empiezan a hacerle burla a Savah y Edward.

—Hemos perdido por tu culpa. —La chica le da un golpe en el pecho.

—¡Por qué siempre me echas la culpa!

—Porque la tienes.

Savah le revuelve los rizos con cariño y acto seguido, viene hacia la barra. Se recoge las trenzas en un moño y apoya los brazos en los muslos de Ciara, quien no ha parado de lanzar miradas furtivas hacia el centro del local.

—Cómprame alcohol —pide Savah.

Ciara le tiende la tarjeta de crédito sin pronunciar palabra. A lo que Savah le susurra algo al oído que consigue una sonrisa problemática en su mejor amiga. Después se marcha contoneándose por la música.

—¿Bailas? —Ciara se gira hacia Edder.

Este parpadea con la copa pegada a los labios. La mira con los ojos entornados.

—No mucho.

Ciara se baja de un salto del taburete y aterriza con gracilidad. Le quita a Edder la copa de las manos y se la termina de un trago.

—Me sirve.

Agarra a Edder de la muñeca y se lo lleva a rastras hacia la pista. Se pierden entre el gentío poco después. Yo pego un bote sobre el taburete al sentir que la inspiración por fin llega a mí.

Agarro dos servilletas y me pongo a escribir. No tardo más de un par de segundos en perder la noción del espacio tiempo. Escribo y escribo en las servilletas. Según se mueve la mano se me van destensando nudos por dentro. Así como la lectura compartimenta los fantasmas. La escritura me ayuda a liberarlos. Al menos durante un tiempo.

—Querido diario, mi marido todavía no me ha dicho el culo que me hacen estos vaqueros.

El susto hace que se me vaya la palabra y acabe haciendo una raya. Levanto la cabeza solo para ver a Louis en el taburete de al lado. Con los codos apoyados en la barra y la camiseta tirante sobre el pecho.

—Querido diario, acabo de romperle un vaso en la cabeza a mi marido. —Utilizo su mismo juego, ignorando el hecho de que me ha mirado el culo—. Dios, espero que esté muerto.

Louis se ríe, pero tiene el buen juicio de apartarse un poco en caso de que de verdad le estampe el brazo en la cabeza. Apoyo la barbilla en la mano y sonrío sin dientes.

—¿Qué escribes tanto? —pregunta intentando coger una de las servilletas.

Le atrapo la muñeca para impedírselo. Me siento más mareada que hace un rato y mi visión empieza a desdibujarse. «Bueno, pues ya estás borracha».

—Tu panegírico.

—Estás obsesionada con la muerte. —Deja caer la mano sobre la barra, junto a mi codo. Le suelto al darme cuenta que sigo tocándolo. El gesto queda un poco brusco, como si me hubiera dado calambre, pero le resto importancia—. Venga, dime qué escribes.

Emplea un mohín que pretende ablandarme.

—Lo estás haciendo otra vez.

—El qué.

—Inmiscuirte en mis asuntos. —Gira la cabeza hacia las mesas de billar. Donde Niall intercambia saliva con la chica de antes y Harry charla con otra que está a dos segundos de lanzársele al cuello—. ¿No has conseguido ligar?

Louis se desliza por el asiento hasta que quedamos frente a frente. Nuestras rodillas chocan y puedo verme reflejada en el azul de sus ojos azules que tiene achinados por la borrachera. Me echo un poco hacia atrás.

—Hoy no tengo ganas. Además, eres más interesante.  

«Y tú un maldito rompecabezas».

—No consigo pillarte —chasqueo la lengua.

—¿A qué te refieres?

—Pues que no te gusto, no te caigo bien y odias lo del matrimonio impuesto tanto como yo. —Enumero con los dedos—. Y, sin embargo, aquí estás perdiendo el tiempo conmigo cuando podrías estar teniendo sexo poco higiénico en el lavabo.

Louis se rasca la barbilla desviando la mirada un segundo. Entiendo que sus manías le provoquen curiosidad cuando estamos a mitad de una conversación y somos las dos únicas personas en una sala. Pero que elija venir a mí cuando no se da el caso, es lo que me desconcierta.

—Tú me besaste después de afirmar que no lo harías en ningún universo. —Se inclina hacia a mí—. Ser incoherentes se nos da bien.

Lo aparto dándole un empellón en el pecho. El sonido de su risa me retumba en los dedos.

—Supéralo.

Louis se aparta el pelo de la cara con gesto divertido. Despega los labios para soltar su próxima ocurrencia. Pero me adelanto.

—¡Sabes lo que más me molesta! —exclamo apuntándolo con el dedo—. Que eres un hipócrita.

—Estás que te sales, eh —ironiza Louis cruzando los brazos bajo el esternón.

Asiento al tiempo que guiño un ojo como si acabara de hacerme un gran halago. Louis me observa confuso. Lo comprendo, nada de esto es propio de la Helvia que mide cada uno de sus movimientos. Pero el alcohol la adormece para traer a la que no siente que debe cuidarse de cualquier contacto humano.

—Bueno, explícate —pide Louis—. ¿Por qué soy un hipócrita?

—Estás convencido de que tienes que conocerme, pero no te dejas conocer.

—Stella te ha poseído. —Me pone una mano en la frente para comprobar mi temperatura, como si tuviera fiebre.

—No te distraigas. —Agarro su mano para apartarla.

—Piensas eso porque te es completamente indiferente mi vida. —Deja caer los hombros hacia delante.

—Vale. —Me coloco el pelo a un lado del hombro—. ¿Dónde vas cuándo desapareces?

Louis se pasa el día por ahí. De pronto llega y cuenta que ha estado en Londres con unos amigos. Que se fue a una fiesta en casa de no sé quién y que ha ido a algún festival. Pero hay otras ocasiones en las que desaparece por días y cuando le preguntan, sencillamente da excusas vacuas que no se traga ni él.

Le tiembla el labio inferior y se rasca la barbilla de nuevo. Se mantiene callado.

—¡Ajá! —Lo señalo con el dedo emocionada por llevar la razón.

—A mi casa. —Se le endurece la voz y el rostro se le ensombrece—. Con mi hermano.

Su mirada, que acostumbra a ser cristalina y calma igual a la superficie de un lago se transforma en un bloque de hielo. Opaco, inaccesible. Incluso las mejillas se le afilan. Puedo ver cómo se va compartimentando desde el interior. Esta reacción llama mi atención y hace que pierda un par de grados de alcohol.

Es raro verlo tan serio. Con la boca en una línea recta y un odio que no sé de dónde viene ni a quién va dirigido. Me pregunto por qué mencionar a su hermano le produce esta transformación tan titánica.

Al serenarme, me doy cuenta que todavía sostengo su mano entre la mía. Caliente al contacto con mis yemas frías. La aparto y me la llevo al cuello.

—Yo tengo dos hermanos. —La voz me sale nerviosa y aguda—. Babi y Marcelo. Con él te llevarías bien, sois igual de pesados.

Louis se aparta la mata de pelo de la cara. tarda unos segundos en responder. Cuando lo hace, el tono de su voz retorna a la pausa y mesura habitual.

—¿Es con el que te fuiste de mochilera antes de venir a Cambridge?

—Pues… —Me detengo al darme cuenta de una cosa—. Espera ¿Y tú cómo sabes que me fui de mochilera?

Louis sonríe elocuente y encoge los hombros. Pierdo la oportunidad de interrogarle sobre ello porque un golpe en la espalda me lanza contra él. Las manos de Louis me atrapan por los codos para evitar que me caiga. Carter está de pie entre nosotros. Con el corazón hecho un puño me siento en el taburete otra vez.

—Le va al pelo lo de Demoledora —comenta Louis divertido.

La chica amaga una reverencia, pero se tambalea y está a punto de darse de bruces contra el suelo.

—¿Ya estás borracha?

—Estoy borracha.

—Maravilloso, vamos a bailar.

Tira de mí para bajarme y acabamos chocándonos contra la mesa de billar. Nos partimos de risa por la torpeza. Recuperamos el equilibrio y nos introducimos entre el mar de personas. Dejando atrás a Louis, sus incoherencias y los demonios que no sabía que poseía.

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La noche transcurre entre bailes, más cervezas y una partida de billar en la que termina subida a la mesa bailando con Carter. Tras abandonar el local, nos enfrentamos al dilema de costumbre: quién no está borracho para conducir y quiénes ocupan las plazas. Tras las asignaciones, uno de nosotros se queda colgado sin transporte.

—Me voy andando —decreto ante el dilema.

Estoy congelada, muerta de sueño y solo quiero ir a tumbarme en la cama.  

—Mira que eres tonta, Gelga —Savah, con más fuerza de la que me esperaba, tira de mí para impedirme echar a andar por la acera desierta—. El campus está a más de media hora andando.

—Déjala, así baja ese culo que tiene —pincha Ciara, enrollándose un mechón de pelo entre los dedos, con una sonrisa llena de alcohol.

—Si es plana como una carretera —añade Harry.

—Cuidado con los halagos, que me vengo arriba.

Abandono un hondo suspiro antes de dejarlos frente la puerta del local, sin ganas de comenzar una discusión que quizás acabe con unos cuantos tirones de pelo. Diviso a Carter junto al coche de Liam, hablando con él y Zayn, sentados sobre el capó. La conversación parece intensa, así que descarto unirme a ellos. Por último, encuentro a Edward y Louis encogidos sobre la acera.

—No siento los dedos —Lloriqueo al sentarme a su lado, casi cayéndome hacia atrás por el mareo. Dejo caer la cabeza contra el hombro de Edward, que está, como no podía ser de otra forma, con el teléfono.

Segundos después de mis palabras, unos guantes aparecen en mi campo de visión borroso. Giro la cabeza hacia Louis, que me anima a cogerlos con un movimiento de barbilla. Cautelosa, lo hago. Me parece que le he arreado una patada cuando ha intentado bajarme de la mesa antes.

—Gracias, Bestia. —Los guantes me quedan grandes, pero por lo menos no perderé los dedos.

—De nada, Bella —Guiña un ojo.

El cuerpo de Edward tiembla contra mi cabeza a causa de una risita. Le pellizco la pierna con disimulo. Me devuelve el pellizco en el brazo.

—Voy a llamar a Olivia —decreta de pronto con animosidad.  

—¡A Olivia no, va a matarnos! —Le arranco el teléfono de las manos antes de que tenga oportunidad de marcar—. Mejor un Uber.

—Estoy de acuerdo —coincide Louis.

Edward le frunce el ceño, traicionado. A continuación, me mira a mí y a su teléfono. Adivino sus intenciones y me incorporo de un salto, a punto de caer de nuevo, solo que en esta ocasión hacia delante.

—¡Dame mi móvil! —Edward también se levanta, amenazante. Lo escondo detrás de la espalda, sacándole la lengua.

—Si prometes no llamarla.

Bufa, extendiendo la mano hacia mí.

—¿Por qué no? —Intenta arrebatármelo. Pero soy más rápida y jugamos tantas veces a pilla pilla cuando éramos pequeños que soy una experta en zafarme de él.

—Porque se habrá pasado la noche estudiando. Y está el pequeño detalle de que va a matarnos —repito, caminando hacia atrás, sin quitarle el ojo de encima—. Me gusta mi cabeza, no quiero perderla.

—Si la llamamos a ella nos ahorramos el dinero. —Edward me sigue todavía con la mano extendida—.Vengaaaaa déjame que lo intente al menos—. Alarga la a una infinidad. No sé cuál de los dos está más borracho.  

—Cuánto interés en que sea ella quien nos recoja.  

Acabo arrinconada contra uno de los coches de la acera. Diviso a Louis a unos cuantos metros, ahora acompañado por Harry, Savah y Ciara, que nos observan. Vuelvo a mirar a mi amigo.

—¿Algo que quieras contarme? —inquiero, moviendo las cejas repetidas veces. El aire frío me arde en los pulmones.
Realiza un gesto de indiferencia más falso que mi promesa de no volver a ingerir alcohol nunca más. Se pasa la mano por los rizos largos, señal pura de nerviosismo.

—Nada —asegura—. Estoy mirando por nuestra economía.

Suelto una carcajada. Pero termino por desistir, con más ganas de irme a mi cama que de averiguar su interés inamovible por que sea la chica quien venga a por nosotros.

—De acuerdo.

Empiezo a sacar las manos de detrás de la espalda, con su teléfono aferrado en una de ellas.

—¡No! —Me arranca el aparato de las manos, casi llevándose el guante con él— Hablo yo, ha sido mi idea.

Levanto las manos a la altura de la cabeza, como si acabaran pillándome haciendo algo malo. La chaqueta se me sube por encima de la cintura y el frío se cuela bajo ella. Me recorre un escalofrío, pero estoy más centrada en Edward y en la sonrisa que intenta reprimir cuando se lleva el teléfono a la oreja.

—Oliviaaaaaaaa —dice emocionado y con un tono de voz congestionado de alcohol—. Soy Popeye ¿Qué tal? —Se calla para escuchar su respuesta—. Solo un poco borracho, pero te prometo que no he intentado coger el coche esta vez. Savah no ha tenido que quitarme las llaves.

Pongo los ojos en blanco y le quito el móvil de la oreja, negándome a pasar lo que queda de noche esperando a que Edward olvide el desvarío y le pida que venga a recogernos.

—¡Via!

—Olivia —saludo castañeando por el frío, ignorando los ojos asesinos de Edward.

—¿Helvia? —Su tono nada entre la incredulidad y la más profunda ira—. No soy un servicio de recogida a domicilio.

—Lo sé, perdón. —Me disculpo, dando saltos sobre los pies para entrar en calor—. Pero aquí, Popeye, ha insistido.

Edward me da un manotazo que casi me estampa contra la furgoneta. Lo empujo a tientas, mirando al suelo. Olivia se queda callada unos segundos, dejando la línea crepitar contra mi oído. Un largo suspiro precede a sus próximas palabras:

—¿Dónde estáis?

—Ahora te mando la ubicación.

—Sí, lo que digas —masculla—. Pienso atropellaros.

Cuelga. Le tiendo el móvil a Edward, que sigue lanzándome flechas envenenadas con la mirada. La idea de que le gusta Olivia cada vez aparece más clara en mi cabeza, pero estoy demasiado cansada y borracha para decir nada en este momento.

—Va a atropellarte—anuncio, devolviéndole el teléfono al tiempo que saco el mío para enviarle la ubicación a la chica.

—Estaba a punto de decirle que viniera. —Me echa en cara, caminando detrás de mí arrastrando los pies.

Les comunico al resto que Olivia viene en camino y no pierden más tiempo en marcharse. Nos quedamos Edward, Louis y yo esperándola. Debo quedarme dormida en algún momento contra la puerta cerrada del bar. Cuando me entra sueño estando borracha, caigo en cualquier parte.

Lo siguiente de lo que soy consciente es de una mano que tira de mí hacia el coche. Me espabilo unos momentos cuando me desplomo contra el asiento de atrás.

—¿Me has echado de menos? —escucho a Edward.

—¡Qué dices! —La voz de Olivia me retumba en la cabeza.

Me quedo dormida casi de inmediato y me pierdo el resto de la conversación.

Despierto de nuevo al sentir el aire frío en la cara. Abro los ojos y me encuentro con el rostro de Louis a menos de un metro de mi cara. Me echo hacia atrás como si me hubieran pellizcado.

—Hostia qué susto —murmuro llevándome la mano al pecho.

Louis suelta una carcajada.

—Gracias por llamarme feo.

Se hace a un lado desbloqueando la salida. Me arrastro fuera del coche y empiezo a dar saltos al notar el viento colándose entre mi piel. Louis cierra la puerta a mi espalda. Olivia saca a Edward del asiento delantero del coche entre quejidos.

—¡Colabora un poco!

El cuerpo de Olivia casi desaparece cuando Edward se apoya en ella. Louis cierra el coche y se adelanta para abrir la puerta de la residencia. Soy la última en pasar por la puerta.

—Ay, no seas bruta. —Se queja Edward cuando Olivia pierde un poco el equilibrio y el chico acaba estampado contra la pared de las escaleras.

—Por irresponsable —resopla esta continuando la subida—. Te dije que fueras más consecuente.

—Ehh...

Les adelanto porque tiene pinta de que van a tirarse aquí un buen rato.

—¡Ha sido culpa de Via!

«Cabrón». Me doy la vuelta en el descansillo para recibir un gesto decepcionado por parte de Olivia. El traidor de mi amigo sonríe inocente rodeando a Olivia por la cintura.

—Solo para que conste, intenté que no te llamara.

Continúo arrastrándome por las escaleras dejando a la parejita detrás. Louis ya se encuentra en la puerta de la habitación, peleándose con las llaves. Cuando finalmente consigue abrir lo aparto y me lanzo a su cama sin contemplaciones. Chaqueta y zapatos incluidos.

La luz de se me cuela entre los párpados cuando Louis aprieta el interruptor. Lo escucho trajinar en el baño y una queja por mi ropa tirada en el suelo. Pero sigo tirada sin intención de moverme. Todo me da vueltas, como si estuviera dentro de una pelota que no para de botar.

—No has hecho la maleta todavía.

—Hmmm.

—Mañana no te dará tiempo.

—Hmmm.

Se calla. Pero poco después escucho el sonido de los cajones y las perchas. Abro los ojos. Giro la cabeza y veo a Louis pasar por encima de mi barrera con un puñado de mis sudaderas.

—Dime que no estás haciendo lo que creo que estás haciendo.  

—Las mentiras son malas.

Me levanto a regañadientes y el alcohol me baila en el estómago. Louis está de espaldas a mí doblando la ropa sobre la cama. Con esfuerzo, paso por encima de los libros. Le arranco los pantalones de la mano.

—¿Por qué? —más que una pregunta me sale un quejido—. Es tarde.

—Haberla hecho antes.

Intenta quitarme el pantalón de la mano, pero hago fuerza. Comenzamos a tirar cada uno de un extremo. «¿Qué demonios estoy haciendo?» me pregunta mi lado más cansado. Louis suelta el pantalón sin aviso y me voy para atrás. Por inercia trato de aferrarme a algo que, en este caso, es mi compañero de habitación.

Lo arrastro conmigo y nos caemos en la cama. Pego un grito al sentir que se me clava su codo en las costillas. Louis se sostiene con las manos a ambas manos de mi rostro, pero no se aparta. Jadeo tratando de recuperar la respiración, con el pantalón aferrado en las manos.

Siento el peso del cuerpo de Louis sobre el mío. Nuestras piernas enredadas y su rostro sobre el mío. El pelo le cae hacia delante. Me mira los labios y yo termino por hacer lo mismo.

—Si vas a besarme avisa —murmura con malicia. Su aliento cálido me da en la cara.

—No paras de mencionarlo —digo tragando saliva. Todavía sin saber por qué no le doy un empujón—. Debió ser inolvidable.

Hace un gesto de indiferencia con los labios.

—Estuvo bien.

—¿Tanto como para repetirlo?

«Recupera la racionalidad, Helvia Petrova». Ignoro el llamamiento de mi cabeza. Recorro las facciones de Louis lentamente. Desde el arco que conforman sus cejas, el deje oscuro que ha nacido en sus ojos y la curvatura de sus labios, medio abiertos.

Recuerdo el beso. Por una décima de segundo, me dan ganas de estirar el cuello y repetirlo. Solo por el placer de hacer algo sin meditarlo. Algo que erice la piel y me haga sentir viva.

Pero es solo un segundo, lo que tarda él en responder.

—La verdad que sí.

La afirmación de Louis me saca del trance. Lo aparto de encima de mí y me levanto de un salto asustada por mi falta de control. Olvido los libros que hay a mis pies durante la huida y me tropiezo sin remedio. Me doy un porrazo monumental contra el suelo. Logro frenar un poco el impacto con las manos. Así y todo, siento un dolor sordo en todas partes.

—¿Estás bien?

Casi puedo ver su sonrisa burlona dibujada en el rostro. Giro sobre mi cuerpo hasta quedar tirada de espaldas en el suelo duro y frío. Motas de negro me nublan la vista ante la luz intensa del flexo.

—No lo sé.

Y de verdad no tengo la más remota idea. Pero decido culpar al alcohol por haber estado a punto de besarlo una segunda vez.

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Mi casi metedura de la noche anterior no sería tan importante si no fuera a pasar dos horas atrapada en un avión con Louis. Para seguir atrapada con él tres días más en Verona.

Cuando me he despertado esta mañana con un dolor de cabeza punzante y unas ganas tremendas de vomitar. He tardado un rato en recuperar las vivencias de la noche anterior y unirlas para que tuvieran sentido. Por un momento, he tenido la tranquilidad ilusoria de que había sido un sueño.

Pero la verdad es que ayer estuve a punto de comerle la boca. Sin explicación. Estaba borracha, se me cayó encima y mi yo repleta de alcohol pensé «¿Por qué no?». Gracias a todas las divinidades recuperé la cordura en el momento clave. De lo contrario, las consecuencias hubieran sido catastróficas.

Sin embargo, no puedo quitármelo de la cabeza. Buscando una explicación coherente a mi comportamiento.

Saco el segundo café de la máquina de la cafetería. Son las ocho de la mañana y sin ganas de enfrentarme a las consecuencias de mis actos, he venido a recluirme aquí unas horas.

Carter está sentada en la mesa de costumbre cuando regreso. Presenta mejor aspecto que él mío, con una coleta alta que le despeja el rostro y una frescura que envidio.

—¿No deberías estar de camino a tu casa?

—Vas en pijama —observa retórica, señalándome—Y Harry sigue durmiendo. He venido a desayunar antes de arrastrarlo fuera de la cama.

Dejo el vaso sobre la mesa, me miro. Con la chaqueta de Louis porque no he encontrado la mía, encima de una sudadera vieja de mi tía Roberta con el logotipo de Fun Fun y los pantalones de pijama de cuadros verdes y azules.
Doy lástima.

—¿Por qué vas en pijama?

—Prefiero la vergüenza a la Guillotina, alla fin fine.

Carter frunce el ceño al escucharme hablar en italiano. Remuevo el café con parsimonia, con la cabeza palpitante por la resaca. Apoyo la frente en la mano.

—Por suerte no hay nadie —comenta después de lanzar una exhaustiva ojeada a la cafetería. Vuelve a mirarme—. ¿Por qué piensas que Louis va a matarte? Ayer por la noche parecía que habías limado asperezas —pregunta, apoyando la barbilla sobre las manos.

Bebo café aguado e insípido, arrugo la nariz. Encojo los hombros, para restarle importancia.

—Un presentimiento.  

Omito mis aventuras de la noche anterior. Que me he despertado esta mañana con un dolor de hombro insoportable por el porrazo que me metí y que he salido huyendo de la habitación aprovechando que Louis estaba dormido.
Las cejas de Carter vuelan hasta el nacimiento del cabello, reprime una sonrisa a la vez que menea la cabeza.

—Louis es una buena persona, intenta no sacarlo tanto de quicio —pide.

Ruedo los ojos, jugueteando con la cucharilla de plástico.

—Eso lo dices porque no tienes que vivir con él —rebato sintiéndome atacada a pesar de saber que no era esa la intención de Carter. Pero es algo que no puedo evitar—. A vosotros os da la cara de príncipe y a mí la de Bestia.
El rubor acude a sus mejillas, pero no da vestigios de amedrentamiento.

—Lo siento —digo a los segundos, apretándome el pelo entre las manos—. Esta situación saca lo peor de mí.

Carter sonríe.

—Ni que lo digas. Pero al menos tú no tienes que lidiar con Harry, es a lo que me refería —explica. Su mirada torna turbia ante la mención de su nombre. Las tensiones entre ellos parecen haber disminuido de tonalidad, pero, aun así, Carter mantiene su actitud intolerable.

Sé que tiene el derecho y aplaudo su cambio de actitud respecto a Harry. Mi amigo necesita que le hagan ver lo idiota que es, porque él solo nunca llega a esa conclusión. Sin embargo, experimento en mis huesos un arranque de protección que se me escapa por la boca:

—Procura no ser tan dura con él.

Carter se echa hacia atrás, dolida por mis palabras, no sin motivos. Quién me mandará meterme en situaciones que nada tienen que ver conmigo. Y quién me mandará a mí beber tanto, dicho sea de paso. «Ve a encerrarte al baño y no salgas hasta que recuperes tu buen juicio».

—Harry me ha mangoneado y despreciado desde que nos pusieron juntos en el trabajo —arremete. Una vena indignada palpita en el cuello.

—Ya lo sé y no estoy justificando ese comportamiento, se lo merece—. Extiendo las manos por encima de la mesa en son de paz.

Puedo ver la perturbación en sus facciones. Por algo me mantengo ajena a las implicaciones emocionales, para no meterme en situaciones como estas. U otras más estúpidas. Borro la imagen de Louis sobre mi cuerpo de la cabeza por decimoctava vez en la mañana.

—¿Entonces? —indaga recelosa.

—Entonces —suspiro—, intento decirte que, aunque no tenga justificación, la mayoría del tiempo hace tantas tonterías porque hay…—Me detengo para encontrar las palabras adecuadas sin evidenciar los sentimientos de Harry por Carter—ciertas situaciones que no sabe afrontar.

—Es tu amigo y lo defiendes, aunque digas lo contrario —concluye rodeándose así misma con los brazos.

—No lo defiendo. —Me froto la cara con las manos. El cerebro me baila dentro de la cabeza como una tortura—. Quizás un poco. —Concedo ante su mirada acusativa—. Pero mira con quien estás hablando. Crecí con él, conozco su peor cara. Y, sin embargo, estoy aquí tratando de convencerte para que seas un poco transigente ¿Por qué crees que es?

Carter frunce los labios.

—Por el equivalente al Síndrome de Estocolmo, tal vez.

Soy incapaz de reprimir la risa. Reniego de su afirmación con una negación seca.

—Debajo de toda su mierda, está el Harry por el que me he arriesgado a recibir una bofetada de la Demoledora. Y ese Harry te gustaría, estoy segura.

Carter enrojece de nuevo, trata de disimularlo echándose el pelo sobre la cara.

—No te iba a pegar —asegura en voz baja.

En la cafetería entra un grupo de alumnas de tercer curso que nos dedican una fugaz mirada antes de ir a sentarse en una zona alejada.

—Piensa en lo que he dicho —añado, antes de volver a meter la nariz en mi libro.

De donde no debería haberla sacado. No puedo evitar darme cuenta que toda mi determinación a mantenerme alejada no hace más que desmoronarse día tras día. Un miedo paralizante me atenaza la garganta al darme cuenta de ello.

Estoy volando demasiado cerca del sol. Y de eso el alcohol no tiene culpa alguna.  
indigo.
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Mensaje por Jaeger. Vie 23 Ago 2019, 8:30 pm

Ayy, ya esta tu cap A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114

Emilia gracias por tu bello comentario A Match Made In a University | 1D - Página 41 2841648573 voy a estar leyendo y comentando pronto A Match Made In a University | 1D - Página 41 1857533193
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Mensaje por hange. Sáb 31 Ago 2019, 2:59 pm

he morido por causa de bella y bestia, amen A Match Made In a University | 1D - Página 41 2416783629 :


Última edición por Ritza. el Sáb 31 Ago 2019, 3:01 pm, editado 1 vez
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Mensaje por hange. Sáb 31 Ago 2019, 3:00 pm

he morido por causa de bella y bestia, amen A Match Made In a University | 1D - Página 41 2416783629 :
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Mensaje por Bart Simpson Vie 18 Oct 2019, 3:12 am





Kate A Match Made In a University | 1D - Página 41 1606340316 :

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Mensaje por Jaeger. Lun 04 Nov 2019, 2:02 am

Beautiful baby:


Emilia de mi corazón de melón con vino A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114

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Mensaje por Jaeger. Lun 04 Nov 2019, 2:04 am

Holi A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114 queria avisarles que voy a estar leyendo y comentando los caps de Jen y Kate pronto, perdonen la tardanza! Y tambien voy a subir cap jujuju las quiero A Match Made In a University | 1D - Página 41 1477071114
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Mensaje por Bart Simpson Lun 04 Nov 2019, 10:28 pm

No te preocupes, Cande. Disfruta tu lectura A Match Made In a University | 1D - Página 41 1857533193

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Mensaje por Jaeger. Vie 28 Feb 2020, 11:24 pm


mean girl A Match Made In a University | 1D - Página 41 3277503925 :
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