The adventures of Louis: Retrive the wings. [Louis Tomlinson]

La famosa chica de cabello rizado y ojos verdes.

El sol pegaba fuerte contra su rostro. Aún lo recuerda; la manera en la que quería asegurarse de que estaba vivo. Se había pasado la mayoría de la mañana allí, bajo el ardiente calor de la soleada mañana. Recuerda también como la cálida arena se escurría entre sus dedos, cuando inconciente, rogaba por un poco de agua, estando solo. Y, como no, cuando cerró los ojos, casi drogándose con el suave éxtasis de sentirse en casa. De sentirse allí arriba.

Aquellos eran los denominados síntomas, por los mundanos. Los síntomas “mundanos”. Esas sensaciones las cuales ellos, los ángeles, no son capaces de sentir. Pese a que, obviamente, Louis no sabía lo que era sentir en aquel momento debido a que jamás había sido un humano. Jamás se había relacionado con uno; porque nació muerto. La muerte es la única sensación viva que hasta el día de hoy recordaba. Y era algo completamente espeluznante: sentir como el alma simplemente sale de tu cuerpo, como si aprendiera a volar, como si aprendiera a caminar, como si aprendiera… A morir.

Pero, lo que no recordaba, era como llegó hasta un acogedor hogar. Como al despertar pudo notar a una bella mujer que rondaba los cincuenta años, y a su lado, lo que supuso, su marido que casi tenía el mismo aspecto que ella. También más por detrás había un muchacho con los brazos cruzados sobre su pecho, el cual parecía llegar a los treinta años. A su derecha había otro joven más, en una posición similar a la suya, el cual parecía tener unos exactos veinticinco años, y él mismo tomaba del codo del brazo izquierdo de una atractiva chica, la cual parecía recién haber entrado en la pubertad. Si en algo se destacaba, era en la precisión con los números y por ende, las edades.

Parecía un sueño. Era como esas casa de los cuentos, como Hänsel y Gretel. Como la alegre diferencia, de que aquí no había brujos que te engordaran hasta que pudieran hacer un buen banquete contigo.

— ¿Dónde estoy? — Preguntó, impaciente, intentando tranquilizar de alguna manera el acelerado tambor, a lo que denominaban “corazón”. Los adolescentes lo observaron, con extrañés. Mientras que los adultos le miraron con una pizca de cariño plasmado en sus ojos.
— Bienvenido seas, varón. Nos presentamos cordialmente hacia usted como la familia Thomas — Alegremente la bella señora cincuentona le respondió. Louis abrió los ojos, enormes y casi saliendo de sus órbitas, al escuchar el apellido: Thomas. Era imposible, se dijo.
— ¿Th… Thomas? — Preguntó, más bien queriendo haber escuchado mal. El señor asintió  lentamente, confundido, al igual que sus tres hijos, los cuales detrás de sus padres, continuaban mirando hacia él con extrañez.

Aún así, la que decidió parar las miradas acusadoras de su familia, fue la señora Thomas, levantándose de su asiento, y dirigiéndose detrás de su marido, con una enorme sonrisa y hablándole directo al chico.

— Me llamo Eliz, puedes decirme Liz, querido — Sonrió de oreja a oreja. — Él es mi marido Francis, y aquí detrás están Henry, William y Theodora. A que son encantadores.
Al oír eso, Louis pudo respirar y “el alma le volvió al cuerpo”. Creyó que, tan solo quizá, se trataba de una pesada broma confusa. Se levantó de la reposera en la que se encontraba recostado y pasó a sentir la cruda gravedad que abundaba en el planeta tierra.

En el cielo, los ángeles se manejaban por las ciudades mediante alas; aquella era la razón por la que las calles eran el doble de grandes que en la tierra, ya que las medidas proporcionalmente normal que un ángel debe medir en sus alas, es de cuatrocientos por trescientos. Aún así, muchas veces podía ser así como también podía no serlo; aunque digan que los ángeles son perfección pura -que muchas veces sí lo era- existían deformidades. Pese a eso, no eran deformidades comunes; su semblante podría ser perfecto, pero sus alas no. Han existido casos en los que un ala es normal, y la otra más pequeña.

La señora Thomas hablaba en dirección a Louis. Decidió prestar atención de una vez; de lo contrario, supuso que lo trataran de retardado, o autista. Lo que menos quería era que se creyeran que deberían cuidar de alguien con problemas.

— Entonces, querido, ¿que opinas? — Habló con suavidad la señora Thomas. Louis la miró confuso, a lo que volvió a formular:— Muchacho, ¿estás aquí?
— Hum… ¡Sí! Disculpe, señora Thomas — Habló tranquilo. Pero al caer en la cuenta de que no volvería a repetir la pregunta, se encogió de hombros nervioso y preguntó:— Disculpe, señora, pero no la he oído bien. ¿Podría repetir la pregunta? — Y rascó su cabellera. Observó a su alrededor; los jóvenes, hijos de aquella humilde señora, no se encontraban cerca. Oyó el sonido de muebles corriéndose en el techo, y supuso que estarían en sus habitaciones. Pero, ¿porqué simplemente debían tener habitaciones en el piso de arriba?

A pesar de haber formulado esa pregunta en su cabeza, no la respondió, ya que recordó que no se encontraba en su casa, sino en un lugar completamente distinto a el cielo.

— Si aceptarías ir a la casa de mi suegra. Allí viven ella, la hermana de mi marido y su hija — Respiró luego de repetir la pregunta, para continuar. — Viven en la ciudad. Prometo que es un lugar muy bello, hijo, aunque algo menos tranquilo que aquí.
— Disculpen, ustedes. No quiero ser una terrible molestia, tan solo quiero un lugar… — Pero no pudo continuar cuando el señor Thomas interrumpió al joven.
— ¡Oh, varón! No seas tan modesto. Acepta la estadía en casa de mi familia. Aunque sea en la ciudad, se que la pasarás muy bien. ¡Que eres muy lindo, hijo, y allí encontrarás bellas mujeres! — Rió al final, y Louis se convenció para terminar aceptando.
— De acuerdo, gente. Como ustedes gusten. Mi nombre es Tomlinson, Louis William Tomlinson, y vengo desde muy lejos. Me he perdido en el camino, y tan solo tengo esta ropa — Mostró sus desgastada camiseta -la cual se encontraba en muy mal estado debido al incidente antes de bajar al mundo de los mundanos- y sus jeans, que se encontraban algo sucios. — y, nuevamente, si no es molestia, pediría una muda de ropa. Con tan solo una camiseta me arreglaré — Les sonrió, para mostrar confianza.
— ¡Vaya, jamás había sucedido esto! Querido Louis, ¿cuantos años tienes? — Preguntó la señora Eliz. El joven Louis volvió a sonreír, mostrando la larga hilera de dientes blancos y relucientes que se extendía desde una punta hasta la otra, y que -al parecer- encantaba a cualquier mujer, ya que la señora Eliz se quedó mirando hacia su boca, embobada. Si tan solo supiera cuántos años tenía, creía que se desmayarían del susto; exactamente, hace doscientos años atrás, había nacido. Era esa la razón de su vocabulario tan correcto. Sin embargo, aparentaba tan solo unos veintiún años. Por lo que simplemente, dijo esa edad:
— Veintiún años, señora.





El adorable ojiazul observaba todo desde la ventana del acompañante, maravillado ante todo lo que jamás había visto. ¿Por qué se había perdido de tanto, todos estos años?
Sonrió, al pensar en las travesuras y los riesgos que correría en una ciudad desconocida para sí mismo. Las maravillas que viviría, y lo emocionante que sería sentir.

Al pensar en eso, cayó en la cuenta de que estaba sintiendo. Emoción, alegría, la interminable sensación de, pensar, “Pronto podré hacerlo”.

A fín de cuentas, el viaje no duró más de una hora, por lo que logró calcular mientras veía pasar las plantaciones de maíz y trigo. Mientras sacaba la cabeza por la ventanilla, sintiendo el éxtasis de la libertad, creyendo que podría estar en la cima, tanto como podría estar bajo de ella, a salvo. Reír a carcajadas, mientras la dulce risa era llevada por el frívolo viento a su pasar, cuando el señor Thomas le decía que entrase la cabeza que se iba a desnucar. Y, terminando por convencerse de que no iba a lograr su veredicto, cuando el muchacho simplemente lo ignoraba.

Bajó con una sonrisa de la máquina, más conocida como camioneta, que lo había trasladado a él y al señor hasta la ciudad. Olisquea, con un gesto que se asemejaba al desagrado, cuando olió algo no tan fascinante, como las plantaciones que vieron en el viaje. Era algo rancio, algo podrido, ¿podría ser…?
Pero el señor Thomas interrumpió su pensamiento, al pasar dos regordetes dedos por la vista del joven.

— Anda, chico, ¿es que jamás has visto una simple ciudad? — Se burló con una sonrisa, y el bigote que tenía debajo de su nariz vibró. Louis lo miró, sonriendo sin mostrar su bellos dientes, y asintió levemente.
— Lo… Lo siento — Se disculpó bajando la cabeza. Siguió al Thomas y se plantaron en el frente de una puerta elegante. — Es tan solo que nunca he… Salido de mi casa. Siempre viví… en… un campo. — Expresó, vacilando cada tres palabras. Si bien era bueno en la mentira, no le agradaba mentirle a las personas que consideraba buena influencia en su vida. ¡Y más a un viejo el cual le daba agua, ropa y hogar!

Abrió la puerta un chico, ni más joven ni más grande que Louis. Le calculó casi la misma edad, pero no estuvo muy seguro de ello al notar las pequeñas arrugas que se extendían a los costados de sus ojos. Y una cicatriz en el cuello, del tamaño de una mano, lo hacía tener aspecto de cansancio y pesadez. Pese a todo eso, el muchacho debía tener unos veinticinco años.

— ¿Qué hay de nuevo, tío? — Preguntó, mientras refregaba su ojo izquierdo. Como si recién hubiera despertado.
— Pues, no mucho, niño — Pasó. El señor le hizo una señal a Louis para que entrara junto a él, pero el muchacho que abrió la puerta no notó el gesto, por lo que en la entrada, colocó una mano en el pecho de Louis, impidiendo su paso. Francis, el cual al escuchar ruidos de golpes se dio la vuelta, le sonrió a su sobrino -supuso Louis- y le dijo: — No te preocupes por él. Le he hecho un llamado a tu madre, se quedará aquí por tiempo indefinido.
— ¿Qué? ¿Por qué? — Protestó el chico, el cual su nombre para el joven Louis era completamente un misterio.
— Porqué, niño Garret, en mi hogar no hay más espacio. Aquí, por lo menos, son sólo tú, tú madre y tú hermana. En mi hogar, somos cinco.
— Ya entiendo, tío — Se resignó. Quitó la mano del pecho de Louis y extendió su brazo, hasta casi tocar al chico nuevamente, en forma de presentación. — Me llamo Garret, supongo que ya lo has oído. No sé quién eres, pero, de alguna forma, lo descubriré.

Louis miró su mano, y luego el rostro de Garret. Pero, accidentalmente, su vista se detuvo tan solo unos segundos en la herida de su cuello, y eso bastó para que el chico se sintiera mal, bajará su mano y se retirara hacia un salón totalmente desconocido para Tomlinson.

— No te preocupes por él. Es tan solo que su herida lo tiene mal. — Le dijo Garret.





— ¡Pero qué muchacho más adorable! — Apretaba las mejillas de Louis, una señora no mayor que el señor Thomas. Su hermana, Bettyana.
— Ya déjalo, mamá — Defendió una chica de pelo rizado y ojos verdes. Louis la observó, y la descubrió observándolo. Aunque, aún así, la chica apartó la mirada casi al instante, concentrándose en otra cosa mientra las mejillas se le teñían de escarlata.
— Bien, querido, ya debes saber que él — Señaló Bettyana a Garret. — Se llama Garret. Yo, repetidas veces te lo dije, Bettyana — Se auto señaló. — Y ella, Lena. La hermosa y joven Lena — Sentenció mientras sonreía, se acercaba a la ojiverde y la tomaba por el hombro, observándola. Louis se puso rígido, y abrió los ojos.

Lena.

Lena Thomas.

La famosa Lena que le haría sentir cosas jamás pensadas.