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Mensaje por Eli Maria Dom 02 Jun 2013, 4:04 am

Capítulo 9

¿Qué me pongo?

Al final, me calzo unos vaqueros y una camiseta negra de los Guns’n’Roses que me regaló mi amiga Ana. Me sujeto el pelo en una coleta alta y a la una suena el telefonillo. ¡Qué puntual! Convencida de que es él, no contesto. Que vuelva a llamar. Diez segundos después lo hace. Sonrío. Descuelgo el telefonillo y pregunto distraída:
—¿Sí?
—Baja. Te espero.

¡Olé! Ni buenos días, ni nada.

¡Don Mandón ha regresado!
Tras besar a Curro en la cabeza, salgo de mi casa deseosa de que mi aspecto con vaqueros no le guste nada de nada y decida no salir conmigo. Pero me quedo a cuadros cuando llego a la calle y lo veo vestido con unos vaqueros y una camiseta negra junto a un impresionante Ferrari rojo que me deja patidifusa. ¡Si lo pilla mi padre!
La sonrisa vuelve a mi boca. ¡Me encanta!

—¿Es tuyo? —pregunto, acercándome hasta él.

Se encoge de hombros y no contesta. Asumo que es alquilado y me enamoro a primera vista de aquella impresionante máquina. Lo acaricio con mimo mientras siento que él me mira.

—¿Me dejas conducirlo? —le pregunto.

—No.

—Venga, vaaaaaaaaaaaa —insisto—. No seas aguafiestas y déjame. Mi padre tiene un taller y te aseguro que sé hacerlo.

Harry me mira. Yo lo miro también.Él resopla y yo sonrío. Finalmente niega con la cabeza.

—Enséñame Madrid y, si te portas bien, quizá luego te permita conducirlo. —Eso me emociona y prosigue—: Yo conduciré y tú me dirás dónde ir. Así que, ¿dónde vamos?

Me quedo pensando un rato, pero en seguida le contesto:
—¿Qué te parece si vamos a lo más guiri de Madrid? Plaza Mayor, Puerta del Sol, Palacio Real, ¿lo conoces?

No responde, así que le doy unas indicaciones y nos sumergimos en el tráfico. Mientras él conduce, disfruto del hecho de ir en un Ferrari. ¡Qué pasada! Subo la música de la radio. Me encanta esa canción de Juanes. Él la baja. Vuelvo a subirla. Él vuelve a bajarla.

—Vamos a ver, ¡que no escucho la canción! —protesto.

—¿Estás sorda?

—No… no estoy sorda, pero un poquito de vidilla a la música dentro de un coche no viene mal.

—¿Y también tienes que cantar?

Esa pregunta me pilla tan de sorpresa que respondo:
—¿Qué pasa? ¿que tú no cantas nunca?

—No.

—¿Por qué?

Tuerce el gesto mientras lo piensa… lo piensa… y lo piensa.

—Sinceramente, no lo sé —contesta, finalmente.

Sorprendida por aquello, lo miro y añado:
—Pues la música es algo maravilloso en la vida. Mi madre siempre decía que la música amansa las fieras y que las letras de muchas canciones pueden ser tan significativas para el ser humano que incluso nos pueden ayudar a aclarar muchos sentimientos.

—Hablas de tu madre en pasado. ¿Por qué?

—Murió de cáncer hace unos años.

Harry toca mi mano.

—Lo siento, Jud —murmura.

Le hago un gesto de comprensión con la cabeza, y, sin querer dejar de hablar de mi madre, añado:
—A ella le encantaba cantar y a mí me pasa igual.

—¿Y no te da vergüenza cantar delante de mí?

—No, ¿por qué? —respondo, encogiéndome de hombros.

—No lo sé, Jud, quizá por pudor.

—¡Qué va! Soy una loca de la música y me paso el día canturreando. Por cierto, te lo recomiendo.

Vuelvo a subir la música y, demostrándole la poca vergüenza que tengo, muevo los hombros y canturreo:

Tengo la camisa negra, porque negra tengo el alma.
Yo por ti perdí la calma y casi pierdo hasta mi cama.
Cama cama caman baby, te digo con disimulo.
Que tengo la camisa negra y debajo tengo el difunto.


Finalmente, veo que la comisura de sus labios se curva. Eso me proporciona seguridad y continúo canturreando,
canción tras canción. Al llegar al centro de Madrid, metemos el coche en un parking subterráneo y lo miro con tristeza mientras nos alejamos de él. Harry se da cuenta de ello y se acerca a mi oído.

—Recuerda. Si eres buena, te dejaré conducirlo —susurra.

Mi gesto cambia y un aleteo de felicidad me cubre por completo cuando lo oigo reír. ¡Vaya! ¡Sabe reír! Tiene una risa muy bonita. Algo que no utiliza mucho, pero que las pocas veces que lo hace me encanta. Tras salir del parking, me coge de la mano con seguridad. Eso me sorprende y, como me agrada, no la retiro. Caminamos por la calle del Carmen y desembocamos en la Puerta del Sol. Subimos por la calle Mayor y llegamos hasta la plaza Mayor. Veo que le maravilla todo lo que ve mientras continuamos nuestro camino hacia el Palacio Real. Cuando llegamos está cerrado y, como las tripas nos comienzan a rugir, le propongo comer en un restaurante italiano de unos amigos míos.

Cuando llegamos al restaurante, mis amigos nos saludan encantados. Rápidamente nos acomodan en una mesita algo alejada del resto y, tras pedir los platos, nos traen algo de beber.

—¿Es buena la comida de aquí?

—La mejor. Giovanni y Pepa cocinan muy bien. Y te aseguro que todos los productos vienen directamente desde Milán.

Diez minutos después, lo comprueba él mismo al degustar una mozzarella de búfala con tomate que sabe a gloria.

—Muy rico.

Pincha un nuevo trozo y me lo ofrece. Yo lo acepto.
—¿Lo ves? —trago—. Te lo dije…

Asiente. Pincha de nuevo y me vuelve a ofrecer. Vuelvo a aceptarlo y entro en su juego. Pincho yo y le ofrezco a él. Ambos comemos de la mano del otro sin importarnos lo que piensen a nuestro alrededor. Acabada la mozzarella, se limpia la boca con la servilleta y me mira.

—Tengo que hacerte una proposición —me dice.

—Mmmm… Conociéndote, seguro que será indecente.

Sonríe ante mi comentario. Me toca la punta de la nariz con su dedo y dice:

—Voy a estar en España durante un tiempo y después regresaré a Alemania. Me imagino que sabrás que mi padre murió hace tres semanas… Me quiero encargar de visitar todas las delegaciones que mi empresa tiene en España. Necesito saber la situación de las mismas, ya que quiero ampliar el negocio a otros países. Hasta el momento era mi padre quien se ocupaba de todo y… bueno… ahora el mando lo llevo yo.

—Siento lo de tu padre. Recuerdo haber oído…

—Escucha, Jud —me interrumpe. No me deja profundizar en su vida—. Tengo varias reuniones en distintas ciudades españolas y me gustaría que me acompañaras. Sabes hablar y escribir perfectamente en alemán y necesito que, tras las reuniones, envíes varios documentos a mi sede en Alemania. El jueves tengo que estar en Barcelona y…

—No puedo. Tengo mucho trabajo y…

—Por tu trabajo no te preocupes. El jefe soy yo.

—¿Me estás pidiendo que deje todo y te acompañe en tus viajes? —le pregunto, boquiabierta.

—Sí.

—¿Y por qué no se lo pides a Miguel? Él era el secretario de tu padre.

—Te prefiero a ti. —Y al ver mi gesto añade—: Vendrías en calidad de secretaria. Tus vacaciones se aplazarían hasta que regresáramos y después podrías cogerlas. Y, por supuesto, tus honorarios por este viaje serán los que tú marques.

—¡Ufff…! No me tientes con mis honorarios o me aprovecharé de ti.

Apoya los codos sobre la mesa. Junta las manos. Deja caer la barbilla sobre ellas y murmura:
—Aprovéchate de mí.

El labio me tiembla. No quiero entender lo que él me está proponiendo. O al menos no quiero entenderlo como yo lo estoy entendiendo. Pero como soy incapaz de callar hasta debajo del agua, le pregunto:

—¿Me vas a pagar por estar conmigo?

Al decir aquello me mira fijamente y responde:
—Te voy a pagar por tu trabajo, Jud. ¿Por quién me has tomado?

Nerviosa, el estómago se me cierra y vuelvo a preguntar. Esta vez en un susurro, para que nadie nos oiga:

—¿Y mi trabajo cuál se supone que será?

Sin inmutarse, clava sus impresionantes ojos en mí y aclara:
—Te lo acabo de explicar, pequeña. Serás mi secretaria. La persona que se ocupe de enviar a las oficinas centrales de Alemania todo lo que hablemos en esas reuniones.

Mi mente comienza a dar vueltas pero, antes de que pueda decir nada más, me coge de la mano.

—No te voy a negar que me atraes. Me excita sorprenderte y más aún oírte gemir. Pero créeme que lo que te estoy proponiendo es totalmente decente.

Eso me excita y me hace reír. De pronto, me siento como Demi Moore en la película Una proposición indecente.

—En los hoteles, ¿habitaciones separadas? —pregunto.

—Por supuesto. Ambos tendremos nuestro propio espacio. Tienes para pensarlo hasta el martes. Ese día necesito una respuesta o me buscaré a otra secretaria.

En ese momento llega Giovanni con una impresionante pizza cuatro estaciones y la coloca en el centro. Después se va. El olor a especias me abre el estómago y sonrío. Él me imita y a partir de ese momento no volvemos a mencionar la conversación. Se lo agradezco. Tengo que pensarlo. Así que nos limitamos a disfrutar de una estupenda comida
.

Subire tres capitulos mas en un rato:)
Eli Maria
Eli Maria


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Mensaje por Eli Maria Dom 02 Jun 2013, 4:40 am

Capítulo 10


Tras salir del restaurante, Harry vuelve a cogerme de la mano con un gesto posesivo, y yo me dejo llevar. Cada vez me gustan más las sensaciones que me provoca, a pesar de que estoy algo desconcertada por su proposición.

Una parte de mí quiere rechazarla, pero otra parte quiere aceptarla. Me gusta Harry. Me gustan sus besos. Me gusta cómo me toca y sus juegos. Caminamos en busca de la sombra por los jardines del Palacio Real mientras hablamos de mil cosas, aunque de ninguna en profundidad.

—¿Te apetece venir a mi hotel? —me pregunta de repente.

—¿Ahora?

Me mira. Recorre mi cuerpo con lujuria y susurra con voz ronca:
—Sí. Ahora. Estoy alojado en el hotel Villa Magna.

El estómago se me contrae. Ir a una habitación con Harry supone ¡lo que supone! Sexo… sexo… y sexo. Y, tras mirarlo unos segundos, le digo que sí con la cabeza, convencida de que es eso lo que quiero con él. Sexo.
Caminamos de la mano hasta el parking.

—¿Me dejarás conducir?

Me mira con sus inquietantes ojos azules y acerca su boca a mi oído.

—¿Has sido buena?

—Buenísima.

—¿Y vas a volver a cantar?

—Con toda seguridad.

Lo oigo reír, pero no contesta. Cuando llegamos al parking y paga el ticket, vuelve a mirarme y me entrega las llaves.

—Tus deseos son órdenes para mí, pequeña.

Emocionada, doy un salto a lo Rocky Balboa que vuelve a hacerlo sonreír. Me pongo de puntillas y lo beso en los labios. Esta vez soy yo quien le agarra de la mano y tira de él en busca del Ferrari.

—¡Uooooooooo! —grito, emocionada.

Harry se monta y se pone el cinturón.

—Bien, Jud —me dice—. Todo tuyo.

Dicho y hecho. Arranco el motor y pongo la radio. En seguida, la música de Maroon 5 llena el interior del vehículo y, antes de que él toque el volumen, lo miro y murmuro:

—Ni se te ocurra bajarlo.

Pone los ojos en blanco, pero sonríe. Está de buen humor. Salimos del parking y me siento como si fuera una guerrera amazónica con aquel impresionante coche entre mis manos. Sé dónde está el hotel Villa Magna, pero antes decido darme una vueltecita por la M-30. Harry no habla, simplemente me observa y aguanta estoicamente el volumen de la radio y mis cánticos. Media hora después, cuando me doy por satisfecha, aminoro la marcha y salgo de la M-30 para dirigirme al hotel Villa Magna.

—¿Contenta por el paseo?

—Mucho —respondo, emocionada por haber conducido semejante coche.

Sus manos me cosquillean las piernas y noto que se paran sobre mi monte de Venus. Hace circulitos sobre él y me humedezco al instante. Escandalizada, quiero cerrar las piernas.

—Espero que dentro de media hora estés todavía más contenta —me dice.

Eso me hace reír mientras noto sus manos juguetonas apretando mi sexo a través del vaquero. Eso me pone más y más, y, cuando llegamos a la puerta del Villa Magna y nos bajamos del coche, me agarra de la mano, me quita las llaves y se las entrega al portero. Después tira de mí hasta llegar a los ascensores. Una vez en su interior, el ascensorista no necesita preguntarnos nada: sabe perfectamente dónde nos tiene que llevar. Al llegar a la última planta, se abren las puertas del ascensor y leo: «Suite Royal».

Al entrar, respiro el lujo y el glamur en estado puro. Muebles color café, jardín japonés… Entonces me doy cuenta de que hay dos puertas en la suite. Las abro y descubro dos fantásticas habitaciones con enormes camas king size.

—¿Por qué utilizas una suite doble?

Harry se acerca a mí y se apoya en la pared.

—Porque en una habitación juego y en la otra duermo —murmura.

De pronto, unos golpes en la puerta llaman mi atención y entra un hombre de mediana edad. Harry lo mira y dice:

—Tráiganos fresas, chocolate y un buen champán francés. Lo dejo a su elección.

El hombre asiente y se marcha. Yo todavía estoy en estado de shock mientras observo el placer de lo exclusivo. Nos alejamos unos metros de la puerta y caminamos por la habitación. Yo me dirijo directamente a una terraza. Abro las puertas y salgo.

Pronto siento a Harry detrás de mí. Me coge por la cintura y me aprieta contra él. Después baja su cabeza y siento sus labios repartir cientos de dulces besos por mi cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar. Noto sus manos por debajo de mi camiseta y cómo éstas se agarran con fuerza a mis pechos. Los masajea y comienzo a vibrar. Ha sido entrar en la habitación y ya siento que me quiere poseer. Lo apremia la prisa. Lo apremia hacerlo ya.

—Harry, ¿puedo preguntarte algo?

—Sí.

A cada segundo que pasa me siento más húmeda por las cosas que me hace sentir.

—¿Por qué vas tan de prisa?

Me mira… me mira… me mira y, finalmente, dice:
—Porque no quiero perderme nada y menos aún tratándose de ti. —Un jadeo sale por mi boca y ahora es él quien pregunta—: ¿Llevas el vibrador en el bolso?

Al recordarlo maldigo en silencio.

—No —respondo.

Él no contesta y, sin que yo me mueva, noto que me desabrocha el botón del vaquero y me baja la cremallera. Introduce su mano bajo mis bragas, traspasa mi húmeda hendidura, posa un dedo sobre mi clítoris y comienza a moverlo. Lo estimula.

—Dije que siempre lo llevaras encima, ¿lo recuerdas?

—Sí.

—¡Ah, pequeña…! Debes recordar los consejos que te doy si quieres que podamos disfrutar plenamente del sexo.

Asiento, totalmente subyugada, cuando su dedo se para y lo saca lentamente de debajo de mis bragas. Quiero
pedirle que continúe. En cambio, me acerca el dedo a la boca.

—Quiero que sepas cómo sabes. Quiero que entiendas por qué estoy loco por volver a devorarte.

Sin necesidad de nada más, muevo el cuello y meto su dedo en mi boca. El sabor de mi sexo es salado.

—Hoy, señorita Flores —vuelve a murmurar en mi oído—, pagarás por no haber traído el vibrador y haber frustrado uno de mis juegos.

—Lo siento y…

—No. No lo sientas, pequeña —murmura—. Jugaremos a otra cosa. ¿Te atreves?

—Sí… —suspiro, más excitada a cada instante que pasa.

—¿Estás segura?

—Sí…

—¿Sin límites?

—Sado no.

Lo oigo sonreír, cuando vuelven a escucharse unos golpes en la puerta. Harry se aparta de mí y, al volverme, veo que un camarero nos trae una preciosa mesa de cristal y plata con lo que había pedido. Harry descorcha el champán, sirve dos copas y, acercándome una, brinda conmigo.

—Brindemos por lo bien que lo vamos a pasar jugando, señorita Flores.

Lo miro. Me mira.

Siento cómo mi cuerpo reacciona ante la palabra «juego». Si viera esa mirada suya en Facebook no dudaría en darle al «Me gusta». Al final sonrío, choco mi copa contra la suya y asiento con toda la seguridad que puedo.

—Brindo por ello, señor Styles.



Capítulo 11


Entre risas, insinuaciones y tocamientos nos bebemos casi toda la botella de champán mientras estamos en la bonita y enorme terraza de la suite. Madrid está a mis pies y me encanta mirar a mi alrededor. Todavía le doy vueltas a la proposición que me hizo en el restaurante.

¿Debería aceptarla o rechazarla por lo que significa?

Me encuentro algo achispada. No estoy acostumbrada a beber y menos aún champán. Harry habla con alguien por el móvil y lo observo. Vestido con esos vaqueros de cintura baja y la camiseta negra me pone a cien. Es fuerte y atlético. El típico hombre de ojos claros y pelo corto que, si lo ves, no puedes evitar mirarlo. Me sorprendo al ver que no lleva ningún tatuaje. Hoy casi todos los hombres de su edad tienen uno. Aunque casi que me alegro, porque, con lo que me gustan a mí los tatuajes, se lo estaría chupando todo el día.

Recorro con lascivia su cuerpo. Me detengo en la parte superior de sus vaqueros y entonces me doy cuenta de que tiene desabrochado el primer botón. Me pone. Me excita. Me incita. Me provoca. Instantes después, suelta el móvil y se dirige hacia la cubitera. Me mira y sonríe. Calor. Tengo mucho calor. Sirve unas últimas copas y deja la botella vacía boca abajo. Se acerca a mí, me entrega mi copa y murmura besándome la frente:

—Pasemos al dormitorio.

Los nervios de nuevo se apoderan de mí y siento que mi sexo se contrae. Voy a ponerme los tacones pero él dice que no, así que le hago caso.

Ha llegado el momento que llevo deseando, anhelando e imaginando desde que lo vi esperándome en la puerta de mi casa con el Ferrari.

Cuando entramos en uno de los preciosos y espaciosos dormitorios, clavo mis
ojos en la enorme cama. Una king size. Harry se mueve por la habitación y, de repente, una sensual música nos envuelve. Se sienta y apoya una mano en la cama. Con la otra sujeta la copa y le da un trago.

—¿Estás preparada para jugar, pequeña?

Mis partes bajas se contraen por la anticipación y siento cómo me humedezco. Viéndolo así, tan sexy, tan varonil… Estoy dispuesta para todo lo que él quiera y consigo responder:

—Sí.

Lo veo asentir.

Se levanta. Abre un cajón.

Saca dos pañuelos de seda negros, una cámara de vídeo y unos guantes. Eso me sorprende y me asusta al mismo tiempo. Pero, incapaz de moverme, me quedo parada a la espera de que se acerque a mí. Lo hace. Pasa su lengua con provocación por mi boca y me aprieta el trasero con su mano.

—Tienes un culito precioso. Estoy deseando poseerlo.

Asustada, doy un paso atrás.

¡Nunca he practicado sexo anal!

Harry entiende mi callada respuesta. Da un paso hacia mí. Me agarra de nuevo del trasero y mientras vuelve a apretarme contra él murmura, excitándome:

—Tranquila, pequeña. Hoy no penetraré tu bonito trasero. Me excita saber que seré el primero, pero quiero hacerte disfrutar y, cuando lo hagamos, será poco a poco y estimulándote para que sientas placer, no dolor. Confía en mí.
Trago el nudo de emociones que tengo atascadas en mi garganta con la intención de decir algo.

—Hoy jugaremos con los sentidos —prosigue—. Pondré esta cámara sobre aquel mueble para grabarlo todo. Así luego podremos ver juntos lo ocurrido, ¿te parece?

—No me gustan las grabaciones… —consigo decir.

Esboza una cautivadora sonrisa. Los ojos le brillan y me mira desde su altura.

—Tranquila, Jud. El primer interesado en que no se vea por ahí nada de lo que tú y yo hacemos soy yo, ¿no crees?

Lo pienso durante unos instantes y llego a la conclusión de que tiene razón.

Él es el rico y poderoso. Quien tiene más que perder de los dos. Acepto y él deja la cámara sobre el mueble que había dicho y veo que pulsa un botón. Se acerca de
nuevo hacia mí.

—Te taparé los ojos con este pañuelo. ¡Tócalo!

Lo obedezco sin rechistar y siento la suavidad de la tela. Seda.

—Lo que vas a sentir cuando te tenga desnuda en la cama es la misma suavidad que has sentido al tocar el pañuelo.

Escuchar eso me activa de nuevo. Asiento.

—Me encantan tus ojos —murmuro, sin poder contenerme—. Tu mirada.

Harry me mira unos segundos y, sin hacer referencia a lo que acabo de decir, prosigue:

—Además de taparte los ojos, como sé que te fías de mí, te ataré las manos y las sujetaré al cabecero para que no puedas tocarme. —Cuando voy a protestar me pone un dedo en la boca y añade—: Es su castigo, señorita Flores, por haber olvidado el vibrador.

Eso me hace sonreír y miro los guantes con curiosidad. Se los pone y me toca los brazos. La suavidad que siento me encanta. No noto sus dedos. Sólo noto la suavidad que aquellos guantes me proporcionan.

Sin hablar, se sienta sobre la cama y me mira. Rápidamente entiendo lo que quiere y lo hago. Me desnudo. Me quito el vaquero y la camiseta. Repito la misma operación que el día anterior. Me acerco a él vestida con el sujetador y las bragas y siento cómo de nuevo apoya su frente en mi estómago y posa su boca sobre mis bragas. La sensación atiza mi clítoris y lo siento vibrar. Se quita los guantes y los deja sobre la cama. Me agarra la cintura con sus fuertes manos y me sienta a horcajadas sobre él. Me mira y susurra mientras siento su duro pene entre mis muslos y su aliento sobre mis pechos:

—¿Estás preparada para jugar a lo que yo quiero?

—Sí —respondo aguijoneada por el deseo.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿Para lo que sea? —murmura acercándose a mi boca.

Poso mis manos en su corto cabello y le masajeo la cabeza.

—A todo excepto a…

—Sado —puntualiza, y yo sonrío.

Me desabrocha el sujetador y mis turgentes pechos quedan libres ante él. Con
avidez, se los lleva a la boca. Primero uno y después otro. Me endurece los pezones con su lengua y sus dedos y eso me impulsa a gemir.

—Ofréceme tus pechos —pide con voz ronca.

Sentada a horcajadas sobre él, me los agarro con las manos y los acerco a su boca. Cuando va a chuparlos se los alejo y él me da un azote en el trasero. Ambos nos miramos y las chispas que hay entre los dos parece que vayan a provocar un cortocircuito. Harry me da otro azote. Pica. Y, no dispuesta a recibir un tercero, le acerco mis pechos a la boca y los toma. Los mordisquea y los succiona mientras yo se los entrego.

Miro hacia la cámara.

Me parece increíble que yo esté haciendo eso, pero ni puedo ni quiero parar. Esa sensación me gusta. Harry y su arrolladora personalidad pueden conmigo y en un momento así estoy dispuesta a hacer todo lo que él me pida.

De pronto, siento sus dedos hurgar por debajo de mis bragas y eso todavía me calienta más.

—Ponte de pie —me ordena.

Le hago caso y veo que él se escurre y se sienta en el suelo entre mis piernas. Lentamente me quita las bragas y, cuando me las saca por los pies, me los separa, posa sus manos en mis caderas y me hace flexionar las rodillas. Mi sexo. Mi chorreante vagina. Mi clítoris y toda yo quedo expuesta ante él.

Su exigente boca sonríe y me incita con la mirada para que pose mi vagina en su boca. Lo hago y exploto y jadeo nada más notar su contacto. Harry me agarra por las caderas y me hace apretar mi vagina contra su boca. Me siento extraña. Perversa en aquella postura.

Harry está sentado en el suelo y yo me encuentro sobre él, moviendo mi sexo sobre su boca. Me gusta. Me enloquece. Me fustiga. Noto cómo el orgasmo crece en mí mientras me agarra por la parte superior de mis muslos y me devora con devoción. Su lengua entra y sale de mí para luego rodear mi clítoris y conseguir que jadee mientras me lo mordisquea con los dientes. Mil sensaciones toman mi cuerpo y me dejo hacer. Soy suya. Mi cuerpo es suyo. Me lo hace saber con su posesión. Y cuando coge mi clítoris con cuidado entre sus dientes y noto que tira de él grito y enloquezco.

El calor de mi vagina se extiende por todo mi cuerpo. Entonces, siento que ese ardor queda localizado en mi cara y creo que me voy a correr.

—Túmbate sobre la cama, Jud —me dice, parándose.

Con la respiración entrecortada lo hago. Quiero que continúe.

—Ponte más arriba… más. Abre las piernas para que yo pueda ver lo que deseo. —Hago caso y jadea enloquecido
—. Así, pequeña… así… enséñamelo todo.

Se quita la camiseta negra y la tira en un lateral de la cama. Sus bíceps son impresionantes. Después los pantalones y, mientras abro las piernas y veo cómo observa la humedad que le enseño, me fijo en que los guantes están a mi lado junto a una caja abierta de preservativos. Con seguridad, coge uno de los pañuelos de seda y se sienta a horcajadas sobre mí.

—Dame tus manos.

Se las doy.

Las une y las ata por las muñecas.

Me besa y después me estira las manos atadas por encima de la cabeza y ata el pañuelo a una varilla del cabezal.
Respiro con dificultad. Es la primera vez que me dejo atar las manos y estoy nerviosa y excitada. Cuando ve que me tiene bien sujeta acerca su cara a la mía y me besa primero un ojo y después el otro. Instantes después, pone ante mí el otro pañuelo oscuro y me lo ata en la cabeza. No veo nada. Sólo oigo la música swing e imagino lo que sucede.

Desnuda y expuesta totalmente a él, siento su boca en mi barbilla. La besa. Quiero moverme pero no puedo. Las ataduras me impiden hacerlo. Su boca baja por mis pechos. Se entretiene en mis pezones hasta endurecerlos de nuevo y después utiliza sus dedos para excitarlos. Su recorrido sigue bajando hasta llegar a mi ombligo y mi respiración vuelve a acelerarse. Noto cómo su boca llega hasta mi vagina, la besa y me abre más las piernas. Sus dedos juegan en mi hendidura y siento que resbalan por mi humedad. Su boca vuelve a posarse en mí. Me chupa.
Me succiona y yo jadeo mientras me abro de piernas totalmente para que tome todo lo que quiera de mí.

—Me encanta cómo sabes… —lo oigo decir tras saquear durante unos pequeños segundos mi hinchado clítoris.

Tras decir aquello siento su respiración entre mis muslos hasta que un reguero de dulces besos comienza a bajar hacia mis tobillos. La cama se mueve. Lo oigo alejarse y escucho de repente que la música suena más alta. Respiro más agitada. Deseo que siga, pero me asusta el hecho de no saber qué ocurrirá. Instantes después, siento que la cama se mueve y, por los movimientos, percibo que se está poniendo los guantes. Acierto. Sus manos enfundadas en los guantes comienzan a recorrer despacio mis piernas.

Jadeo… jadeo… jadeo…

¡Sólo puedo jadear!

Cuando me dobla las piernas y me separa las rodillas… ¡Oh, Dios! Su boca, de nuevo exigente, se posa en mi sexo en busca de mi hinchado clítoris. Lo mordisquea y yo grito. Lo estimula con la lengua y yo jadeo. Siento que de nuevo lo coge entre sus dientes pero esta vez no tira de él. Esta vez, apresado entre sus dientes, le da toquecitos con la lengua y vuelvo a gritar. La presión que sus manos ejercen sobre mí, acompañada de los movimientos de su boca, me vuelve loca.
Jadeo… jadeo… jadeo e intento cerrar las piernas.

No me lo permite.

Sus dientes ahora me mordisquean uno de mis labios internos y yo creo morir. Me arqueo, gimo enloquecida y abro más las piernas. Su juego me gusta y me excita. Deseo más y él me lo da. De pronto, siento que en mi vagina introduce algo. Es suave, frío y duro. Lo introduce con cuidado, lo rota y lo saca y vuelve a repetir la operación.
Me siento enloquecer de placer y mis caderas se levantan en busca de más. Su boca vuelve a mi vagina mientras mete una y otra vez aquello dentro de mí.

Durante unos minutos, mi cuerpo es su cuerpo. Soy su esclava sexual. Deseo que no pare y, cuando saca de mi interior lo que me ha metido y su boca vuelve a posarse en busca de mi hinchado clítoris, grito de satisfacción al notar que tira de él. Me gusta. Su mano enfundada y suave pasea ahora por mi trasero. Me coge de las nalgas y me aprieta contra su boca. Voy a explotar, mientras uno de sus dedos juega en mi orificio anal. Hace circulitos sobre él y yo pido más.

El objeto que antes me volvió loca se pasea sobre el orificio de mi ano. Me excita pero no lo mete. Sólo lo pasea, como si quisiera indicarme que algún día ya no se limitará sólo a pasearlo por allí. De pronto, un orgasmo toma todo mi cuerpo y me convulsiono por la satisfacción, mientras siento que él me suelta las piernas.

—Me encanta tu sabor, pequeña —repite mientras aprieto mis muslos y oigo cómo rasga el preservativo.

Avivada por el deseo más increíble que nunca pudiera imaginar, toda yo ardo. Me quemo. Noto que la cama se hunde y siento su poderoso y musculoso cuerpo a cuatro patas sobre el mío.

—Abre las piernas para mí.

Su voz ordenándome aquello en aquel momento es música celestial para mis oídos. Su cuerpo encaja con el mío. Siento su pene duro contra mi húmeda vagina.

—Pídeme lo que quieras —me dice.

¡Dios! ¡¡¡Qué frase!!! Me pirra cuando la dice.

Mi impaciencia me hace moverme en la cama. No respondo y él exige:

—Pídeme lo que quieras. Habla o no continuaré.

Parapetada tras el pañuelo, respiro con dificultad.

—¡Penétrame! —consigo decir ante su orden.

Lo oigo sonreír. Noto sus manos sobre mi vagina. ¡Calor! Me toca y me abre los labios vaginales para introducir la totalidad de su pene en mi interior. Me arqueo. No se mueve, pero siento el latido de su corazón dentro de mí cuando me susurra al oído:

—¿Te gusta así?

Asiento. No puedo hablar. Tengo la boca tan seca que casi no puedo articular palabras.

—¿Te has corrido con lo ocurrido anteriormente?

—Sí.

—¿Has sentido placer?

—Sí…

Lo oigo resoplar y me da un azotito en la nalga.

—Perfecto, pequeña… Ahora me toca a mí.

Contengo un gemido mientras siento que mi cuerpo vuelve a arder. Me pellizca suavemente los pezones.

—Estas húmeda y dispuesta… Me encanta.

Siento que la cama se mueve de nuevo. Y sin sacar su pene de mi interior se pone de rodillas sobre la cama. Me sujeta las caderas con las manos y comienza un bombeo infernal. Dentro… fuera… dentro… fuera.

Fuerte… fuerte…

Me da la sensación de que me va a partir en dos, pero por el placer.

—¿Te gusta que te folle así? —me pregunta entre susurros.

—Sí… sí…

Dentro… fuera… dentro… fuera.

Mi cuerpo vuelve a ser suyo. No quiero que pare.

Oigo sus gruñidos, su respiración entrecortada a escasos metros de mí. Su fuerza me puede y, a pesar de que sus manos, ahora sin guantes, me aprietan las caderas, no me quejo y abro mis piernas para él. Me corro. Sin poder ver la escena, me la imagino y eso me vuelve más loca todavía. Soy como una muñeca entre sus manos y paladeo la plenitud de su posesión. Entonces se inclina sobre mí y, tras una salvaje embestida final, oigo su gruñido de satisfacción.

Instantes después y aún con las respiraciones entrecortadas, me da un beso fuerte y posesivo. Cuando se separa de mí, me desata las manos. Después las coge con mimo y me besa las muñecas. Me retira el pañuelo de los ojos y nos miramos.

—¿Todo bien, pequeña?

Ensimismada y algo dolorida por la penetración tan profunda, asiento.

—Sí.
Me doy cuenta que yo sólo digo sí… sí… sí… pero es que no puedo decir otra cosa excepto «¡sí!».

Él sonríe. Se levanta de la cama. Se quita el preservativo y se marcha hacia el baño.

—Me alegra saberlo.

Su rara frialdad en un momento como aquél me desconcierta. Lo veo desaparecer y miro la habitación. Mis ojos se paran en la cámara de vídeo. Me muero por ver lo grabado. Encojo las piernas y me levanto. Camino desnuda hacia el baño. Escucho la ducha.

¡Quiero ducharme!

Harry me ve entrar en el baño. Está junto a un neceser y, al verme reflejada en el espejo, se molesta y lo cierra.

—¿Qué haces aquí?

Su voz me paraliza. ¿Qué le pasa?

—Tengo calor y quería ducharme.

Con el ceño fruncido responde:

—¿Te he pedido que te duches conmigo?

Lo miro extrañada. Pero ¿qué le ocurre?

Sin contestarle y enfadada, me doy la vuelta. ¡Que le den! Pero entonces siento su mano húmeda sujetando la mía.
Me suelto y gruño:

—¿Sabes? Odio cuando te pones tan borde. Ya sé que lo nuestro es sólo sexo, pero no entiendo que estés bien conmigo y, de pronto, en una fracción de segundo, todo cambie y te vuelvas un insensible. Pero, bueno, ¿por qué me tienes que hablar así?

Harry me mira. Veo que cierra los ojos y finalmente me acerca a él. Me dejo abrazar.

—Lo siento, Jud… Tienes razón. Disculpa mi tono de voz.

Estoy enfadada. Intento soltarme pero él no me deja. Me coge en volandas, me lleva hasta el interior de la enorme ducha, me suelta y dice mientras el agua nos moja:

—Date la vuelta.

Veo sus intenciones y me niego, furiosa.

—¡No!

Él sonríe. Tuerce la cabeza y murmura cogiéndome de nuevo entre sus brazos:

—De acuerdo.

Al estar en volandas sobre él siento su pene duro contra mis piernas. Lo miro y él acerca su boca hasta la mía.
Rápidamente me echo hacia atrás.

—¿Qué haces?

—La cobra.

—¿La cobra? —repite, sorprendido.

Su cara de desconcierto me hace gracia. Mi mala leche se disipa.

—En España se llama «hacer la cobra» cuando alguien te va a besar y te retiras —le aclaro.

Eso le hace reír y su risa de nuevo puede conmigo. Inconscientemente rodeo su cintura con mis piernas.

—Si te beso, ¿me harás la cobra de nuevo? —me pregunta, sin acercarse a mí.

Pongo cara de pensar, pero cuando siento su duro pene murmuro:

—No… si me follas.

¡Dios! ¿Qué he dicho?

¿He dicho follar? Si mi padre me escuchara, me lavaría la boca con jabón durante un mes entero.
Según suelto la frase toda yo me siento mediocre, pero ese sentimiento me lo quita de un plumazo Harry cuando lo veo sonreír y, con una mano, coge su pene y lo pasea por mi vagina. Perversa. En ese momento me siento perversa. Mala. Malota. Me apoya contra la pared y yo me sujeto a una barra de metal.

—¿Qué me has pedido, pequeña?

Mi pecho sube y baja de lo excitada que estoy con ver su mirada y repito:

—¡Fóllame!

Mis palabras le gustan. Lo atizan. Lo veo en su mirada.

Le gusta utilizar ese término y le pone más duro. Más bestia.

Sin preservativo y sin precauciones, bajo el chorro de la ducha siento cómo mi carne se abre al introducir su maravilloso y mojado pene en mí. ¡Sí! Es la primera vez que su piel y mi piel se restriegan sin preservativo y es maravilloso. Alucinante.

Mi perversión aumenta. Y cuando siento que sus testículos se restriegan contra mí, me agarro a sus hombros con la intención de marcar el movimiento. Pero Harry, como siempre, no me deja. Pone sus manos en mis nalgas, las agarra con fuerza y, tras darme un leve azote que hace que lo mire a los ojos, me mueve en busca de nuestro placer.

El sonido de nuestros cuerpos al chocar unido al del agua me consume. Cierro los ojos y me dejo llevar mientras nuestros jadeos retumban en el precioso baño.

—Mírame —exige—. Si te gustan mis ojos, mírame.

Abro los ojos y los clavo en él.

Veo su mandíbula en tensión, pero su azulada mirada es la que me hechiza. El esfuerzo que siento en su rostro y su boca entreabierta me excita más. Entonces cambia el ritmo de las embestidas y yo grito y echo la cabeza para atrás.

—Mírame. Mírame siempre —vuelve a exigir.

Con los ojos vidriosos por el momento, me agarro con fuerza a sus hombros y lo miro. Me dejo manejar mientras su mirada me habla. Me pide a gritos que me corra. Me exige que se lo haga ver y, cuando no puedo más, le clavo las uñas en los hombros y un grito agónico pero lleno de placer sale de mi boca.
—Sí… así… córrete para mí.

Mi vagina se contrae y mis espasmos internos consiguen lo que quiero. Darle placer. Lo veo en sus ojos. Lo disfruta. Tras una embestida brutal, saca su pene de mi interior y lo oigo soltar el aire entre los dientes, mientras me muerde en el hombro por el esfuerzo hecho.
El agua recorre nuestros cuerpos mientras jadeamos por lo ocurrido. Lo nuestro
es sexo en estado puro. Y reconozco que me gusta tanto como a él. Harry abre un poco más el agua fría. Eso me hace gritar y, como dos tontos, comenzamos a jugar bajo la ducha del hotel.



Capítulo 12

Una hora después, los dos tumbados sobre la cama, degustamos las fresas. Para mi sorpresa, junto a las fresas y el champán, que ya ha sido reemplazado por otra botella llena, hay un cuenco de suave chocolate caliente. Mojar la fresa en ese chocolate y meterlo en la boca me hace gesticular una y otra vez.

¡Vaya maravilla!

Mis caras divierten a Harry, que no para de sonreír. Lo noto tranquilo y distendido y me tranquiliza ver que disfruta del momento. Le encanta encargarse de limpiar con su boca las motitas de fresa y chocolate que quedan en mis labios y se lo agradezco. Ese contacto suave se asemeja a un dulce beso. Algo que Harry nunca me ha dado. Sus besos son siempre salvajes y posesivos.

Un ruido llama mi atención. Su portátil está encendido y le indica que acaba de recibir un mensaje.
—¿Siempre lo tienes encendido? —pregunto.
Harry mira el portátil y asiente.
—Sí. Siempre. Necesito estar al corriente de los temas de la empresa en todo momento.
Se levanta, mira el correo y, en cuanto lo hace, regresa a la cama junto a mí. Yo me meto una nueva fresa en la boca. Están de muerte.
—Por lo que veo, te encanta el chocolate.
—Sí. ¿A ti no?
Se encoge de hombros y no responde. Yo vuelvo al ataque.
—¿No te gusta lo dulce?
—Si es como tú, sí.
Ambos reímos.
—¿En tu casa no tienes cosas dulces? —insisto.
—No.
—¿Por qué?
—Porque el dulce no me vuelve loco.
—¿Vives solo en Alemania?
No responde.
Pero por su gesto me doy cuenta de que no le ha gustado la pregunta.
Quiero saber de él, si tiene perro o gato, cualquier cosa, pero no me deja conocerlo. Es comenzar a hablar de él y se cierra por completo. Inquieta, miro a mi alrededor y mis ojos se encuentran con la cámara de vídeo.
—¿Sigue grabando?
—Sí.
—¿Se puede saber qué estamos haciendo ahora que sea interesante de grabar?
—Verte comer las fresas con chocolate, ¿te parece poco?
Ambos nos reímos de nuevo.
—¿Se puede ver lo que ha grabado antes?
Harry asiente.
—Sí. Sólo hay que enchufar la cámara al televisor.
Nunca me he grabado mientras practico sexo y verme me provoca una cierta curiosidad.
—¿Te apetece que lo veamos? —propongo.
Harry da un trago a su copa y levanta una ceja.
—¿Quieres?
—Sí.

Harry se levanta con decisión.

Saca un cable de su maletín, lo enchufa a la cámara y a la tele y, con un pequeño mando a distancia entre las manos, dice sentándose en la cama para sujetarme contra él:
—¿Preparada?
—Claro.
Pulsa el botón e instantes después me veo en la pantalla de la televisión. Eso me hace gracia. Mi voz suena extraña, incluso la de él. Mojo otra fresa en el chocolate y observo las imágenes. Harry me hace tocar los pañuelos y nos reímos. Después me sonrojo al ver la siguiente imagen. Harry en el suelo y yo con mi sexo sobre su boca totalmente extasiada.
—¡Dios, qué vergüenza!
Harry sonríe. Me besa en el cuello.
—¿Por qué, preciosa? ¿Acaso no disfrutaste el momento?
—Sí… claro que sí. Es sólo que…
Pero no puedo continuar.

Las imágenes siguientes de Harry atándome al cabecero de la cama me dejan sin palabras. Lo veo taparme los ojos con el otro pañuelo y, después, cómo baja por mi cuerpo entreteniéndose en mis pezones y mi ombligo. Eso me estimula de nuevo. Harry sigue bajando parándose en mi sexo. Se deleita y yo veo cómo me entrego. Prosigue su bajada y, regándome de dulces besos, llega hasta mis tobillos.

Extasiada por las imágenes, sonrío.

No puedo dejar de mirar la televisión cuando veo en la pantalla que él se levanta. Yo sigo tumbada en la cama, atada y con los ojos vendados, y él se dirige hacia el equipo de música y sube el volumen. Instantes después, la puerta de la habitación se abre. Pestañeo.

Entra una mujer rubia de pelo corto y se dirige directamente hacia la cama donde yo sigo maniatada. Casi no respiro. Harry la sigue. La mujer está vestida con una especie de camisón negro. Harry le chupa un pezón y ésta le entrega algo metálico que lleva en las manos. Después, coge los guantes que hay sobre la cama y se los pone.

—¿Qué…? —intento balbucear. Me falta el aire.

Harry no me deja hablar.

Pone un dedo en mis labios y me obliga a mirar la televisión. Totalmente bloqueada, observo cómo la mujer, tras ponerse los guantes, se sube a la cama mientras Harry nos observa de pie. La mujer me abre las piernas y posa su boca sobre mi vagina. Estoy a punto de explotar de indignación.

¿Qué me está haciendo?

No puedo hablar. Sólo puedo mirar cómo me retuerzo en la cama y gimo mientras aquella desconocida juega con mi cuerpo y yo se lo permito. Una y otra vez abro mis piernas y arqueo mi espalda invitándola a proseguir y ella lo hace. Harry disfruta. Instantes después, él le entrega lo que lleva en las manos y veo que lo que sentí como duro, frío y suave dentro de mí era un consolador metálico. La mujer se lo mete en la boca. Lo chupa y después me lo mete en la vagina. Yo jadeo. Me gusta y ella lo vuelve a meter y a sacar con delicadeza mientras su dedo enguantado pasea por el agujero de mi ano.

Pasado un rato, Harry le pide el consolador sin decir una palabra y ella se lo entrega. Harry le señala de nuevo mi vagina mientras se toca su duro pene. Ella obedece y vuelve a plantar primero sus manos y después su ardiente boca sobre mí. Yo estoy enloquecida. Abro mis piernas y me elevo en su busca mientras ella, con sus manos enguantadas, me agarra de los muslos y me devora con auténtica devoción.

Instantes después, Harry le toca el hombro. Ella se levanta. Se quita los guantes y los deja de nuevo sobre la cama. Harry la besa en la boca y, antes de que se marche, dice:

—Me encanta cómo sabes.

Sigo en estado de shock por lo que veo, mientras observo cómo Harry se mete entre mis piernas y, tras cruzar unas palabras conmigo, se pone un preservativo y me besa. Me hace abrir las piernas y veo cómo me penetra y yo me arqueo. Me hace suya sin parar y yo grito de placer.

Cuando no puedo mirar más, lo observo con la respiración entrecortada. Estoy furiosa, excitada, enfadada y con ganas de matarlo. No sé qué pensar. No sé qué decir hasta que pregunto:
—¿Por qué has permitido eso?
—¿El qué, Jud?
Me levanto de la cama.
—¡Una mujer! —grito—. Una desconocida… ella… ella…
—Dijiste que estabas dispuesta a todo menos a sado, ¿lo recuerdas?
A cada instante me siento más desconcertada. Lo miro y gruño.
—Pero… pero a todo entre tú y yo… no entre…
—A todo, excepto a sado. Es… a todo, pequeña.
—Yo nunca te dije que quería tener sexo con una mujer.
Harry me mira, se recuesta en la cama y responde en actitud chulesca:
—Lo sé…
—¿Entonces?
—Yo nunca dije que no quisiera que tuvieras sexo con una mujer. Es más. Ha sido algo placentero y que espero repetir. Sólo hemos jugado un poco, pequeña. No sé por qué te pones así —insiste.
—¿Jugar? ¿A eso lo llamas tú jugar? Para mí, jugar es hacerlo entre tú y yo aunque sea con aparatitos de esos que te gustan pero… ¿Has dicho repetir?
—Sí.
—Pues será con otra, chato, porque conmigo ¡lo llevas claro! ¡Dios! La has besado a ella y luego a mí. ¡Qué asco!
Harry no se mueve. Su actitud ha cambiado y la seriedad ha vuelto a él.
—Jud… mis juegos son así. Creí imaginar que ya lo sabías. Las veces que hemos salido juntos te he dejado ver qué es lo que a mí me gusta. En la oficina, cuando vimos a tu jefa y a tu compañero te di la primera pista. En el Moroccio, la noche que te invité a cenar, te di la segunda. En tu casa, cuando te enseñé a utilizar los vibradores te di la tercera. Te considero una mujer inteligente y…
—Pero… eso es depravado. El sexo es un juego entre dos. Y lo que tú haces…
—Lo que yo hago es sexo. Y mi manera de ver el sexo no es depravada —dice levantando la voz—. Por supuesto que es un juego entre dos. Siempre lo he tenido claro y por eso te pregunté si estabas dispuesta a todo. ¿Acaso no te lo pregunté?

Me mira a la espera de una respuesta. Contesto que sí con la cabeza.
—Tú dijiste que sí. Recuérdalo. El sexo convencional me aburre, ¿a ti no? —No respondo. No me da la gana—. El sexo es un juego, Jud. Un juego que admite morbo, sensaciones y todo lo que quieras incluir. Me gusta darte placer. Tu placer es mi deleite y cuando te veo atizada de deseo me vuelvo loco. Y escucharte decir que lo que hago es depravado me enfada. Me molesta mucho. Tus convencionalismos de niña y tu falta de buen sexo es lo que hace que…
—¿Mi falta de buen sexo? —grito exacerbada mientras me quito el albornoz—. Para tu información, el sexo que he tenido todos estos años ha sido ¡magnífico! Los hombres con los que he estado me han hecho disfrutar tanto o más que tú.
—Permíteme que lo dude —ríe con frialdad.
—¡Serás creído!
Aprieto los puños deseosa de soltarle un guantazo.
—Vamos a ver, Jud. No dudo que tus experiencias con otros hombres no hayan sido satisfactorias. Sólo digo que nunca serán como las vividas conmigo. Pero ¡joder! Si hasta cuando has dicho «¡Fóllame!» te has puesto roja.
—Decir eso es vulgar. Grotesco.
—No, pequeña. No es nada de eso. Simplemente habló el morbo por ti. El morbo hace que los humanos nos comportemos como seres desinhibidos en ciertas ocasiones. El morbo es lo que hace que quieras ver cómo otra mujer y otro hombre devoran el cuerpo de tu mujer mientras miras o participas. Tú, en la ducha, te has dejado llevar por el morbo. Has dicho lo que querías. Has pedido que te follara porque lo que deseabas era eso.
—No quiero escucharte.
—Te guste o no, eres como la gran mayoría de la humanidad. El problema es que esa humanidad se divide entre los que no nos resignamos a los convencionalismos y gozamos del sexo con normalidad y sin tabú, y los que ven el sexo como un pecado. Para muchos la palabra «sexo» es ¡tabú! ¡Peligro! Para mí la palabra «sexo» es ¡diversión! ¡Gozo! ¡Excitación! Y lo que más me joroba de tus palabras es que sé que lo vivido te ha gustado. Has disfrutado con el vibrador, con la mujer que ha estado entre tus piernas, incluso con haber dicho la palabra «follar». Tu problema es que lo niegas. Te mientes a ti misma.

Exacerbada e indignada, no le contesto. Tiene razón, pero no pienso admitirlo. Antes muerta.

Sin mirarlo, me pongo las bragas y el sujetador. Quiero desaparecer de allí. De aquella suite. De aquel hotel y de la vida de él. Harry me observa, sin moverse, desde la cama como un dios todopoderoso. Busco mis vaqueros y mi camiseta y, cuando estoy totalmente vestida, me quedo parada en el centro de la habitación.

—Nada de lo vivido se puede cambiar. Pero a partir de este momento, usted vuelve a ser el señor Styles y yo la señorita Flores. Por favor, quiero recuperar mi vida normal y para ello usted debe desaparecer de mi entorno.

Dicho esto, me doy la vuelta y me voy. Necesito esfumarme de allí y olvidar lo ocurrido.



Capítulo 13

El domingo estoy agotada.

Quiero olvidarme de Harry pero todavía me duelen los músculos de mi vagina por sus gloriosas embestidas y eso me recuerda continuamente lo ocurrido el día anterior. Me parece horrible. Aún no he asumido que una mujer jugara con mi sexo ante él.

A las once y cuarto me levanto de la cama y lo primero que hago es hablar con mi padre. Lo hago todos los domingos por la mañana. Además, hoy es la final de la Eurocopa de fútbol y me imagino que estará como loco. Si a alguien le gusta el deporte, ése es mi padre. El teléfono da dos pitidos y oigo:
—Hola, morenita.
—Hola, papá.
Tras hablar durante diez minutos sobre Curro y la Eurocopa, mi padre cambia el tema de conversación.
—¿Estás bien, mi vida? Te noto apagada.
—Estoy bien, papá. Es sólo que estoy cansada.
—Morenita —intenta alegrarme—, te quedan dos semanas para coger las vacaciones, ¿verdad?
Tiene razón. Mis vacaciones comienzan el 15 de julio y el hecho de recordarlo me hace alegrarme.
—Exacto, papá. Pero es que las veo tan cerca que no puedo evitar impacientarme.

Lo oigo sonreír. Eso me hace feliz. Papá lo pasó mal cuando mamá murió hace dos años y sentir que está bien me reconforta.

—¿Vas a venir unos días a casa? Ya sabes que aquí en el pueblo hace calor, pero puse la piscina para que vosotras la disfrutéis cuando vengáis.
—Por supuesto, papá. Eso no lo dudes.
—Ah… el otro día el Lucena, el Bicharrón y yo fuimos a hacer la inscripción para lo de Puerto Real. Los vas a machacar.

Al pensar en ello, me animo. A mi padre y a sus dos amigos del alma les encanta que todos los años vayamos a ese evento y ni quiero, ni puedo negárselo. Es algo que hacemos desde que era una niña. Se pasan todo el año hablando de ello y, en cuanto me ven llegar a Jerez en verano, la adrenalina les sube por las venas.

—Perfecto, papá. Allí estaremos.
—Por cierto, ayer hablé con tu hermana.
—¡¿Y?!
—No sé, hija. La noté muy desanimada. ¿Tú sabes qué le pasa?
Con fingido disimulo respondo:
—Que yo sepa nada, papá. Ya sabes cómo es de histérica para todo —e intentando desviar el tema de conversación digo—: ¿Adónde vas a ver hoy el partido?
—En casa. ¿Y tú?
—He quedado con Azu y unos amigos en un bar. —Sonrío al pensarlo.
—¿Algún amigo especial, morenita?
—No, papá. Ninguno.
—Ojú, hija, me alegra saberlo. Porque otro novio como ese que tuviste con un pendiente en la nariz y otro en la ceja me repugnaría.
—Papáaaaaaaaaaaa… —digo, mientras me río a carcajadas.

Recordar cómo miraba a Lolo, un ex, cuando lo conoció todavía me resulta divertido. Mi padre es muy tradicional para muchas cosas y más para los novios. Consigo cambiar de tema y finalmente regresamos al fútbol.

—Pues yo, hija, he organizado una barbacoa en el patio trasero. Como imaginarás, vendrán los amigos de siempre y nos hincharemos a gritar. Por cierto, hace un par de días el Bicharrón me dijo que Fernando llegará dentro de poco a Jerez. ¡Ah!, y creo que hoy está por los Madriles y te visitará.

¡Ya empezamos con Fernando!

Mi padre y el Bicharrón llevan toda la vida intentando que Fernando y yo
seamos novios formales. Fernando me desvirgó cuando yo tenía dieciocho años. Fue mi primera relación con un hombre y, siempre que lo recuerdo, me hace sonreír. Qué nerviosa estaba y qué atento fue él. Es dulce y pausado en la cama y, aunque con él lo paso bien, he estado con otros hombres que me han hecho vibrar más.

Tras hablar un rato sobre Fernando, su maravilloso trabajo de policía en Valencia y lo excelente chico que es, cambio de tema y regreso al fútbol. Mi padre se emociona con ese tema y yo disfruto. Imaginar a mi padre y a los amigos de toda la vida cantando divertidos eso de «Yo soy… español… español… español» me encanta.

Cinco minutos después, me despido de él y cuelgo el teléfono. Miro a Curro, que está tumbado en el suelo, y lo
subo al sofá. Respira con dificultad y eso me encoge el corazón. Hace dos meses, el veterinario me dijo que su vida se estaba apagando y que, cada día que pasa, va a más. Está viejito y, a pesar de la medicación, poco más se puede hacer por él salvo mimarlo y quererlo mucho.

Suena mi móvil. Un mensaje. ¡Fernando!

«Estoy en Madrid. ¿Paso a buscarte y vemos el partido juntos?»

Le mando un «¡De acuerdo!» y me tiro en el sillón. Sobre las dos y media de la tarde decido calentarme en el microondas un vasito de arroz blanco y unas salchichas.

No me apetece cocinar. No estoy de humor. Después de comer, me tumbo en el sillón y en seguida viene a visitarme Morfeo, hasta que el sonido de mi móvil me despierta. Mi hermana.
—Hola, cuchufleta, ¿qué haces?
Me desperezo y contesto:
—Durmiendo, hasta que tú me has despertado.
—¿Saliste ayer de juerga?
Al pensar en el día anterior, asiento.
—Sí. Se puede decir que sí.
—¿Con quién?
—Con alguien que tú no conoces.
—¿Algo serio? —curiosea.
Al escuchar aquello sonrío.
—No. Nada importante —respondo, moviendo la cabeza.

Durante media hora me tiene al teléfono. Qué pesadita es Raquel. No pasan dos días sin que hablemos. Yo soy más despegada. Menos mal que ella siempre hace por verme, porque si fuera por mí, ya la habría perdido como hermana.

Como siempre, su conversación se centra en su desastrosa vida marital. Cuando por fin cuelgo Curro sigue en el sillón. No se ha movido. Me acerco a él y veo que sus ojos me miran. Le beso la cabecita y me entran ganas de llorar. Pero, tras tragarme las lágrimas, le digo cosas cariñosas y después me levanto a por una Coca-Cola. La necesito.

Cuando regreso al salón cojo el portátil, lo enciendo y me conecto a Facebook. En seguida coincido con alguno de mis amigos virtuales y nos echamos unas risas. El correo me parpadea y decido mirarlo. Quince mensajes. Varios son de amigas y amigos proponiéndome viajes para el verano finalmente; veo una dirección que me deja atónita. Es Harry.

¿Cómo ha encontrado mi correo privado?

De: Harry Styles
Fecha: 1 de julio de 2012 04.23
Para: Judith Flores
Asunto: Confirmación de proposición

Querida señorita Flores:

Siento mucho si le desagradó mi compañía hace unas horas y todo lo que ello implica. Pero debemos ser profesionales, así que recuerde, necesito una respuesta en referencia a la proposición que le hice.
Atentamente,
Harry Styles


Boquiabierta, vuelvo a leer el mensaje. ¡Tendrá morro este tío…! Estoy por dar al «Delete» y borrar definitivamente el mensaje. Pero mi impulsividad me hace responder:

De: Judith Flores
Fecha: 1 de julio de 2012 16.30
Para: Harry Styles
Asunto: Re: Confirmación de proposición

Querido señor Styles:

Como usted dice, seamos profesionales. Mi respuesta a su proposición es NO.

Atentamente,
Judith Flores


Envío el mensaje y un extraño regocijo se apodera de mí.

¡Olé por mí!

Pero dos segundos después, ese regocijo desaparece para dar paso a un dolor de estómago cuando veo que su respuesta llega de inmediato.

De: Harry Styles
Fecha: 1 de julio de 2012 16.31
Para: Judith Flores
Asunto: Sea profesional y piense en ello.

Querida señorita Flores:

En ocasiones, las precipitaciones no son buenas. Piénselo. Mi oferta seguirá en pie hasta el martes. Espero que disfrute del domingo y su selección gane la Eurocopa.

Atentamente,
Harry Styles


Miro la pantalla, bloqueada.

¿Por qué no puede aceptar mi respuesta?

Estoy tentada de escribirle un e-mail poniéndolo a caer de un burro, pero me niego. Dar más explicaciones a alguien para quien soy sólo sexo no merece la pena. Enfadada, cierro el portátil y decido poner una lavadora. Al sacar la ropa sucia del cesto me encuentro con las bragas rotas que Harry me arrancó. Cierro los ojos y suspiro. Recordar lo que hicimos en mi habitación me pone cardíaca.

Abro los ojos, me levanto y camino hacia mi dormitorio. Rodeo la cama y abro el cajón. Ante mí se encuentran los regalos que él me hizo: los vibradores. Los miro durante unos segundos y cierro el cajón con fuerza. Regreso hasta la lavadora. La abro y comienzo a meter la ropa. Echo el detergente, el suavizante y la programo.

La lavadora comienza a funcionar y diez minutos después sigo mirando cómo el tambor de la ropa da vueltas tan rápidamente como mi cabeza. Mi respiración se acelera y grito de frustración:

—Te odio, Harry Styles.

Mis pies se dan la vuelta y me dirijo de nuevo hasta mi habitación. Vuelvo a abrir el cajón y me quedo mirando el vibrador con mando a distancia que él usó conmigo.

Mi entrepierna me pide a gritos jugar.

¡Me niego!

Hasta yo misma utilizo la palabra «jugar». Finalmente e incapaz de quitarme a Harry de la cabeza y menos de mi entrepierna, me deshago de los pantalones, las bragas y me siento en la cama con el vibrador en la mano.

Toco la ruleta, lo pongo al 1 y la vibración comienza. Después al 2, al 3, al 4 y el máximo es el 5. Muevo el vibrador en mi mano mientras mi vagina y, en especial, mi clítoris gritan porque sea allí donde lo mueva. Me tumbo en la cama. Apago el vibrador y lo paseo por mis labios vaginales. Me sorprendo de lo húmeda que estoy. ¡Harry!
El pequeño vibrador se resbala por mis labios. Estoy húmeda y abierta. Lista para recibirlo. Lo pongo al 1. La vibración comienza y cierro los ojos. Subo la potencia al 2. Con mis dedos me abro los labios vaginales y dejo que me masajee la zona que está junto al clítoris. Un calor irresistible se apodera de mí y comienzo a jadear. Retiro el vibrador y junto las rodillas. Fuego. Pero quiero más.

¡Harry!

Separo de nuevo las piernas. Enciendo el vibrador al 3 y lo pongo sobre la zona donde el placer quería explotar. Pienso en Harry. En sus ojos. En su boca. En cómo me toca. Vuelvo a cerrar los ojos y pienso en el vídeo que vi. Me excita recordar su cara, su gesto, mientras aquella mujer me poseía. Volver a pensar en lo que sentí la tarde anterior me acelera la respiración. Aquello ha sido lo más morboso que me ha ocurrido en la vida. Yo, abierta de piernas en una cama, mientras una desconocida tomaba de mí lo que quería, yo se lo ofrecía y él miraba. ¡Harry!
Estoy caliente. Muy caliente. Pongo el vibrador al 4. El calor se hace insoportable. El ansia viva por correrme comienza a aflorar en mi interior. El ardor me sube a la cara mientras siento que voy a explotar y mi cabeza imagina todo tipo de juegos con él.

¡Harry!

Me arqueo en la cama. El clímax me llega mientras oigo mis propios ronroneos. Combustión. Jadeo aliviada y me convulsiono sobre la cama. Abro los ojos, mientras el acaloramiento se apodera de mí, y siento cómo el pequeño vibrador empapa mis dedos. Cierro las piernas con fuerza y me dejo llevar por el momento. Mientras, siento miles de sensaciones nuevas y todas maravillosas. Calor. Excitación. Fervor. Entusiasmo. Sólo falta

¡Harry!

Cinco minutos después y con la respiración normalizada, me siento en la cama. Miro con curiosidad aquel aparatito y sonrío. Aunque nunca se lo diré, he pensado en él.

En ¡Harry!

A las siete y media, Fernando llega a mi casa. Como siempre está feliz y sonriente. Me da un piquito en los labios y yo me dejo. Es un amor. A las ocho llegamos al bareto donde he quedado con mis amigos para ver la final España-Italia. Tenemos que ganar. La juerga nos rodea y comienzo a cantar y a divertirme como una loca con mi bandera de la selección española colgada a mi cuello y los colores rojo-amarillo-rojo pintados en mi cara.

Aparece Nacho, un amigo tatuador. Es mi confidente. Tenemos una amistad muy especial y nos lo contamos todo. Cuando ve a Fernando se ríe. Sabe la relación que tengo con él y le hace gracia. No entiende cómo éste sigue detrás de mí tras todos los desplantes que le hago.
A las nueve menos cuarto, el partido da comienzo. Estamos nerviosos. Nos jugamos el Mundial. ¡Vamos España!
¡¡¡No hay dos sin tres!!!

En el minuto 14, Silva mete un golazo que nos hace saltar de emoción. Fernando me abraza y yo lo abrazo. Estamos felices. El ataque de Italia se endurece pero Jordi Alba, en el minuto 41, mete otro golazo que nos hace volver a gritar como descosidos. Fernando me besa en el cuello y yo, feliz, se lo permito. Llega el descanso y Fernando ya me tiene sujeta por la cintura. El segundo tiempo comienza y yo grito que saquen a Torres.

¡Que saquen al Niño!

Y cuando veo que calienta y que el entrenador Del Bosque le dice que salga, grito, aplaudo y salto encantada. Fernando aprovecha la situación y me sienta entre sus piernas. Yo me dejo. Pero mi gozo se completa cuando en el minuto 84, Torres, ¡mi Torres!, mete el tercer gol.

¡Bien! ¡Bien…!

Fernando, al verme tan entregada a la causa, me aúpa entre sus brazos y, de la felicidad, me planta un besazo de campeonato. Después me suelta y, cuando, en el minuto 88, Mata mete un golazo tras un pedazo de pase de mi Torres, creo morir, pero ¡de gusto! Y esta vez soy yo la que se lanza a sus brazos y lo besa con furia española.

Cuando el partido termina, mis amigos y yo lo celebramos a lo grande. Fernando no se separa y, en un momento de calentón, nos metemos en el baño de caballeros. Durante unos minutos dejo que me bese y que me toque. Lo necesito. Sus manos recorren mi cuerpo y ¡Dios! ¡No me puedo quitar a mi jefe de la cabeza! De pronto, Fernando no existe. Sólo ¡Harry!

Necesito que sea posesivo y desafiante, pero Fernando es de todo menos eso. Al final, consigo sacarlo del baño sin haber culminado. Está cabreado, pero ni siquiera así me pone. Cuando me invita a ir a su hotel y me niego, se marcha y, sinceramente, yo me quedo la mar de feliz. Cuando llego a mi casa sobre las tres de la mañana y me meto en la cama sonrío al pensar que somos ¡campeones!

Me niego a pensar en nada más.

Eli Maria
Eli Maria


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Pídeme lo que Quieras. (adaptada) Harry Styles. - Página 2 Empty Pídeme lo que Quieras. (adaptada) Harry Styles.

Mensaje por Eli Maria Mar 16 Jul 2013, 11:59 am

14
A las siete y media de la mañana del lunes estoy en pie. Curro está tranquilo. Le doy su medicación y desayuno. Luego me meto en la ducha. Diez minutos después salgo, me visto y me maquillo.
A las ocho y media entro en la oficina. En el ascensor coincido con Miguel y nos felicitamos por haber ganado la Eurocopa. Estamos emocionados. Bromeamos sobre nuestro fin de semana y, como siempre, terminamos a carcajadas. Subimos a la cafetería y allí gritamos con otros compañeros: «¡No hay dos sin tres!».
Finalmente, nos sentamos a una mesa a desayunar con nuestro café. Diez minutos después, la magdalena se me cae de las manos al ver a Harry entrar con mi jefa y dos jefes más.
Está impresionante con su traje oscuro y su camisa clara. Por su gesto serio habla de trabajo pero, cuando llegan a la barra y piden los cafés, me ve. Yo sigo hablando, disfrutando de la compañía de mis compañeros, aunque con el rabillo del ojo veo que ellos se sientan en una mesa alejada de la nuestra. Harry se sienta en la silla que queda frente a mí. Me mira y entonces yo también lo miro. Nuestros ojos se encuentran durante una fracción de segundo y, como era de esperar, mi cuerpo reacciona.
—Vaya. Ya han llegado los jefes —dice Miguel—. Por cierto, me han dicho que el otro día te quedaste con el nuevo jefazo atrapada en el ascensor.
—Sí. Con él y con algunas personas más —respondo con desgana. Pero dispuesta a saber más del jefazo, le pregunto—: Oye, tú que eras el secretario de su padre, ¿de qué murió?
Miguel mira con curiosidad hacia la mesa del fondo.
—La verdad es que era un hombre extraño y poco hablador. Murió de un ataque
al corazón. —Y al ver a mi jefa reír, susurra—: Por lo que veo el nuevo jefazo le gusta a nuestra jefa. Sólo hay que ver cómo se ríe y se toca el pelo.
Sin poder evitarlo, miro hacia su mesa y, de nuevo, mis ojos se cruzan con la mirada fría y gélida de Harry.
—¿El señor Styles tenía más hijos?
—Sí. Pero sólo Iceman vive.
—¡¿Iceman?!
Miguel se ríe y, acercándose, cuchichea:
—Harry Styles es ¡Iceman! El hombre de hielo. ¿No has visto la cara de mala leche continua que tiene? —Eso me hace reír y Miguel añade—: Por lo que me ha dicho la jefa, es duro de pelar. Peor que su padre.
No me sorprende lo que me comenta. Se dice que la cara es el espejo del alma y la cara de Harry es de tormento continuo. Pero el nombrecito me hace gracia. Aun así, replico:
—¿Por qué dices que él es el único hijo que vive?
—Tenía una hermana, pero murió hace un par de años.
—¿Qué le pasó?
—No sé, Judith… El señor Styles nunca habló de ello. Sólo sé que murió porque un día me dijo que se tenía que marchar a Alemania al entierro de su hija.
Saber eso me apena. Dos muertes en tan poco espacio de tiempo tiene que ser muy doloroso.
—El señor Styles estaba separado de su mujer —continúa Miguel—. Iceman y él no tenían buena relación; por eso él nunca venía por España.
Saber aquellos datos de él me inquieta. Quiero saber más, así que pregunto:
—¿Y por qué no tenían buena relación?
—No lo sé, preciosa —responde Miguel mientras pone un mechón de pelo tras mi oreja—. El señor Styles era bastante hermético con su vida privada. Por cierto, ¿cuándo vas a querer tomar una copa conmigo?
Escuchar aquello me hace sonreír. Apoyo los codos sobre la mesa y, al dejar caer mi cara en mis manos, respondo, mirándolo:
—Creo que nunca. No me gusta mezclar el trabajo con el placer.
Mi contestación cargada de una ironía que él no entiende me hace gracia. Miguel se acerca un poco más a mí y murmura:
—Cuando hablas de placer, ¿a qué clase de placer te refieres?
Sin moverme un ápice respondo:
—Vamos a ver, guaperas. Eres el caramelito que todas las de la oficina se quieren comer y yo soy una mujer muy celosa y no comparto. Por lo tanto… búscate a otra porque conmigo lo llevas crudo.
—Mmmm… ¡Me gusta lo difícil!
Eso me hace soltar una carcajada y Miguel me sigue. De pronto, veo que Harry se levanta y sale de la cafetería y respiro. No tenerlo cerca es un alivio para mí. Diez minutos después, mi compañero y yo regresamos a nuestros puestos.
Cuando llego a mi mesa veo que la puerta del despacho del jefazo está abierta. Maldigo. No quiero verlo. Me siento y de pronto el móvil pita y leo: «¿Ligando en horas de trabajo?».
Eso me incomoda, pero termino por sonreír.
En el fondo, el humor de Harry me hace gracia. No pienso responder aunque, como siempre que me pongo nerviosa, me rasco el cuello. Mi móvil vuelve a pitar y leo: «No te rasques o el sarpullido irá a peor».
Me observa. Miro hacia el despacho y lo veo sentado en la que fue la mesa de su padre. Se siente poderoso. Me está provocando, pero no pienso caer en su juego. Achino los ojos enfadada. Con la mirada, le digo de todo menos bonito y, sorprendentemente, curva sus labios mientras aguanta una sonrisa.
De pronto aparece mi jefa y dice, interponiéndose en nuestro campo de visión:
—Judith, si alguien me llama, pásame la llamada al despacho del señor Styles.
Sin abrir la boca, asiento. Mi jefa, contoneando sus caderas, entra en el despacho de Harry y cierra la puerta. Comienzo a trabajar y, a media mañana, la puerta del despacho se abre. Veo salir a mi jefa con una carpeta en las manos.
—Judith —me dice—. Me voy a ausentar de la oficina una hora. Si el señor Styles necesita lo que sea, soluciónaselo. —Luego se vuelve hacia Miguel y añade—: Acompáñame.
Mi compañero sonríe y yo también. ¡Vaya dos!
¡Ay!, si ellos supieran lo que yo sé…
Cuando desaparecen del despacho, el teléfono interno suena. Maldigo al saber que es él. Al final lo cojo.
—Señorita Flores, ¿puede pasar a mi despacho, por favor?
Estoy tentada de decir que no. Pero eso no sería profesional y yo, ante todo, soy una profesional.
—En seguida, señor Styles.
Me levanto, entro en el despacho y pregunto:
—¿Qué desea, señor Styles?
Veo que apoya la cabeza en el alto asiento de cuero negro.
—Cierre la puerta, por favor —responde, mirándome.
Resoplo y siento que mi piel comienza a arder. Mi maldito cuello me va a delatar y eso me incomoda. Pero le hago caso y cierro la puerta.
—Enhorabuena. Ganasteis la Eurocopa.
—Gracias, señor.
El silencio entre nosotros se hace insoportable.
—¿Lo pasaste bien anoche? —añade.
No respondo.
—¿Quién era el tipo al que besaste y con el que estuviste diecisiete minutos en el baño de hombres? —me pregunta.
Boquiabierta, me lo quedo mirando.
—Te he preguntado —insiste—. ¿Quién es?
Colérica por lo que escucho, deseo lanzarle el bolígrafo que llevo en la mano y clavárselo en el cráneo, pero lo aprieto y respondo, mientras contengo mis impulsos asesinos:
—Eso no le incumbe, señor Styles.
Increíble. ¿Me ha estado espiando? Me siento molesta.
—¿Qué hay entre tú y el ligue de tu jefa? —prosigue.
¡Hasta aquí hemos llegado! Pestañeo y respondo:
—Mire, señor Styles, no quiero ser desagradable pero nada de lo que me pregunta es de su incumbencia. Por lo tanto, si no quiere nada más, volveré a mi puesto de trabajo.
Enfadada y sin darle tiempo a decir nada más, salgo del despacho y cierro la puerta con ímpetu. ¿Quién se ha creído ése que es? Nada más sentarme en mi silla, el teléfono interno vuelve a sonar. Maldigo pero lo cojo.
—Señorita Flores, venga a mi despacho. ¡Ya!
Su voz suena enfurecida, pero yo también lo estoy. Cuelgo el teléfono y, enfadada, entro de nuevo dispuesta a mandarlo a la mierda.
—Tráigame un café, solo.
Salgo del despacho. Voy a la cafetería y, cuando regreso, se lo pongo encima de la mesa.
—No tomo azúcar. Tráigame sacarina.
Repito el camino, acordándome de todos sus antepasados y, cuando regreso con la puñetera sacarina, se la entrego.
—Eche medio sobrecito en el café y remuévalo.
¿Cómo? ¿Que le remueva el puñetero café?
Aquel trato me indigna. No para de mirarme y la superioridad que muestra en su gesto me reconcome las tripas. ¡Será idiota, el alemán! Deseo tirarle el café a la cara, deseo mandarlo a freír espárragos, pero al final hago lo que me pide sin rechistar. Cuando termino, dejo el café frente a él y me doy la vuelta para salir del despacho.
—No salga del despacho, señorita Flores.
Oigo que se levanta. Me doy la vuelta para mirarlo.
Su ceño está fruncido. El mío también. Está enfadado. Yo también.
Rodea la mesa. Se sienta ante ella con los brazos cruzados y las piernas abiertas. Su actitud es intimidatoria. Nuestra distancia se ha acortado. Eso me pone nerviosa.
—Jud…
—Para usted soy la señorita Flores, si no le importa.
Me mira con su típica cara de mala leche y siento que el aire se puede cortar con un cuchillo. ¡Menuda tensión!
—Señorita Flores, acérquese.
—No.
—Acérquese.
—¿Qué quiere? —exijo.
Sin cambiar su duro gesto, murmura entre dientes:
—Acérquese, por favor.
Resoplo para que vea mi estado de ánimo y doy un paso adelante.
Su dura mirada exige que me acerque más pero no me dejo amedrentar.
—Señor Styles, no me voy a acercar más. Despídame si eso le hace seguir sintiéndose el Rey del Universo. Pero no pienso acercarme más a usted. Y, como se pase un pelo, lo denuncio por acoso.
Se incorpora de la mesa. Da dos pasos hacia mí y yo doy un paso hacia atrás. Lo oigo resoplar. Me coge del brazo, tira de mí y abre las puertas del archivo. Me mete y, una vez en la intimidad que nos da ese lugar, me coge con sus manos la cabeza, me acerca a él y me besa con posesión.
Esta vez no se detiene a rozar su lengua contra mi labio superior. No me pide permiso. Sólo me atrae hacia él y me besa. Me empuja contra los archivos y, cuando siente que mi cuerpo no puede retroceder, abandona mis labios.
—Apenas he podido dormir pensando en ti y en lo que hacías con el tipo de anoche.
Obnubilada por lo que dice, respondo con un hilo de voz:
—No hice nada.
Harry aprieta sus caderas contra mí y siento su erección.
—Te agarraba por la cintura. Paseaba su mirada por tu cuerpo. Dejaste que te besara y entraste con él al baño de hombres. ¿Cómo puedes decir que no hiciste nada?
Enloquecida por lo que me está haciendo sentir con sus palabras y con su cercanía respondo:
—Con mi vida y con mi cuerpo hago lo que quiero, señor Styles.
Le doy un tremendo empujón y lo separo de mí.
—Yo no soy una muñequita de esas a las que supongo que está acostumbrado a dar órdenes. No vuelva a tocarme o…
—¿¡O!? —pregunta con voz ronca.
—O soy capaz de cualquier cosa —contesto.
Su mandíbula está tensa y, acercándose de nuevo a mí, susurra:
—Jud, me deseas tanto como yo a ti. No lo niegues —no respondo. No puedo. Su cercanía me provoca mil sensaciones.
Mis ojos chispean. No sé si es indignación, morbo o qué. El caso es que chispean mientras aquel gigante con su cara de mala leche se cierne sobre mí.
—No estoy dispuesta a…
—¿Al sado? Eso ya lo sé, pequeña.
Su respuesta me pilla tan de sorpresa que no sé qué responder. Su mirada me bloquea.
—¿Te está entrando el nervio?
Vuelve a desconcertarme, ¿cómo puede recordar aquello que le expliqué en el ascensor? Me toco el cuello. Voy a soltarle alguna de mis frescas, cuando veo que hace una mueca.
—No te rasques, Jud.
Sin darme tiempo a moverme, se agacha y me sopla en el cuello. Cierro los ojos. Mi indignación baja de intensidad. Él se ha propuesto que sea así y lo ha conseguido.
—Siento haberte puesto nerviosa —musita de repente en mi oído—. Perdóname, pequeña.
Su poder es inmenso y ya me tiene donde quiere. ¡Soy una blanda!
Me besa. Esta vez con desesperación. Me sabotea y yo me dejo.
El hilo de mis pensamientos se bloquea y sólo pienso en besarlo y dejar que me bese.
¿Qué me ocurre?
Quiero reprimirme, pero no puedo. Nunca he sido un juguete para ningún hombre, pero él consigue controlarme. Lo deseo tanto como necesito el aire para respirar y eso me asusta. Me quema la vagina, la piel y siento que mis bragas se humedecen y que lo único que deseo es que me desnude y me posea.
Clavo mis ojos en él. Su cara seria y de perdonavidas me encanta. Me vuelve loca. Es tan sexy y devastador que soy incapaz de negarme a nada de lo que me exija. Por primera vez en mi vida me siento así y creo que no puedo hacer nada por evitarlo. Me desabrocha el pantalón. Su mano se mete con rapidez dentro de mis bragas.
—Estás húmeda para mí —me susurra.
¿Qué va a hacer? ¿Me va a desnudar en el archivo?
Pero no. Mete más la mano y siento que uno de sus dedos se introduce en mi interior y, segundos después, otro más. Me agarra por el pelo, tira de él y subo la cabeza. Me besa de nuevo con impaciencia, mientras me hace abrir las piernas con su pierna y sus dedos entran y salen una y otra vez de mí. Con su boca sobre la mía, reprimo mis gemidos y sé que el clímax está cerca.
—Córrete para mí, Jud.
Mi cuerpo vuelve a reaccionar a sus palabras.
El placer que me está dando me hace querer más. El brillo sensual de su mirada me vuelve loca y me hace desear que me desnude, me tire en el suelo y sea su pene el que juegue en mi interior. Me muerdo el labio. Si no lo hago, gritaré y toda la oficina vendrá para ver qué pasa.
—Vamos, Jud, déjate llevar.
Tenso la espalda y arqueo mis piernas mientras me dejo avasallar con gusto por él. Quiero sus dedos más dentro de mí y, cuando creo que voy a explotar, lo beso para ahogar de nuevo mi gemido en su boca, mientras siento que mis músculos se contraen una y otra vez sobre sus caricias y percibo aún más la humedad en mi entrepierna. Poco a poco él se detiene y, cuando saca sus dedos de mi interior, quiero protestar. Él se da cuenta. Vuelve a tomar mi cabeza entre sus manos.
—Me debes un orgasmo, pequeña —murmura.
No puedo responder.
Sólo puedo abrir la boca y entrelazar su lengua con la mía. Disfruto de su sabor excitante y peligroso, olvidándome de nuevo de todo lo que hay a nuestro alrededor y de mi enfado. No quiero pensar que me utiliza como a un juguete. No quiero pensar que es mi jefe. Simplemente no quiero pensar.
Dos minutos después y con las respiraciones más acompasadas, deja de presionarme contra los archivadores y yo vuelvo a tomar el control sobre mi cuerpo. Maldigo.
¿Qué he vuelto a hacer? ¿Cómo puedo ser tan idiota cada vez que lo veo?
Él parece darse cuenta de lo que pienso y me dedica una de sus habituales miradas gélidas.
—¿Has vuelto a pensar en mi proposición? —me pregunta.
Intento mirarlo. Me enfrento a Iceman y siento que pierdo toda compostura.
—Ayer ya te respondí y te dije que no aceptaba.
Aprieta los labios y yo resoplo.
Lo miro sorprendida.
—¿Por qué eres tan cabezona? —añade—. Lo que te propongo te reportaría unos beneficios monetarios.
—¿Sólo monetarios?
Harry deja de sonreír ante mi pregunta.
—Todo depende de lo que quieras. Tú decides, Jud. De momento necesito una secretaria. El sexo surgirá, si tiene que surgir.
—¿Y si me niego a que vuelva a surgir? —replico, intentando creerme mi propia mentira.
Harry me mira. Baja sus manos hasta mi pantalón y lo abrocha.
—Aceptaré tu negativa —añade con tranquilidad—. Otra accederá.
¡Será imbécil, creído y chulo…!
Y entonces sale del archivador y me deja sola. Durante unos segundos cierro los ojos y me regaño a mí misma. ¿Por qué soy tan facilona cuando estoy con él? Finalmente, me coloco la camisa y el pelo y lo sigo. Él ya está sentado ante su mesa y mira con el ceño fruncido la pantalla del ordenador. Me dirijo con calma hacia la puerta, dispuesta a salir.
—Te dije que te daba hasta el martes para la respuesta y así será —me dice antes de que abandone su despacho—. Ahora puedes regresar a tu puesto de trabajo. Si vuelvo a necesitarte… te llamaré.
Me pongo roja como un tomate.
Salgo del despacho. Cierro la puerta, me apoyo en ella y miro a mi alrededor durante unos segundos. Todos fuera de mi despacho están trabajando. Parece que nadie se ha dado cuenta de lo que acaba de suceder. Cojo mi bolso y me voy al baño. Necesito lavarme. Siento mi vagina empapada y eso me incomoda.
Veinte minutos después vuelvo a mi mesa y veo que Miguel y mi jefa han regresado. Harry y yo no volvemos a hablar ni a mirarnos. A las dos, la puerta del despacho se abre y salen juntos. No me mira. Sólo mi jefa vuelve la cara hacia mí.
—Nos vamos a comer, Judith —me informa.
Asiento y respiro aliviada. Veo a Miguel recoger sus cosas cuando mi teléfono suena. Es mi hermana.
—Jud… tienes que venir a casa. ¡Ya!
Al escuchar aquello cierro los ojos y me siento. Las piernas me tiemblan. No hace falta que siga hablando. Sé lo que pasa.
Cuando cuelgo el teléfono, reprimo el llanto y me trago las lágrimas. No quiero llorar en la oficina. Soy una tía dura y los numeritos no van conmigo. Busco a Miguel y lo encuentro hablando con Eva. Parece que están ligando. Me acerco a él y le informo de que me ha surgido un problema urgente y que aquella tarde no
regresaré a trabajar. Él asiente sin prestarme mucha atención y regreso a mi mesa. Vuelvo a sentarme. Bebo agua de la botellita y, finalmente, recojo mis cosas.
Las manos me tiemblan y las mejillas me arden. Necesito llorar. Hago un esfuerzo por apagar mi ordenador, contengo mi pena y voy hacia el ascensor. Cuando salgo de él, corro hacia el parking y entonces me permito llorar. Antes no.
Cuando llego a casa mi hermana está con los ojos encharcados por las lágrimas. Curro respira con mucha dificultad y, sin perder un segundo, llamo a mi veterinario. El veterinario, que me conoce desde hace años, me indica que me espera en la clínica.
A las cuatro y media de la tarde, tras una inyección que el veterinario le pone para facilitarle el viaje, Curro me deja. Me deja para siempre, con el corazón destrozado y con la sensación de una pérdida irreparable. Me agacho sobre la mesa donde su cuerpo sin vida descansa. Lo beso, acaricio su peluda cabeza por última vez y cientos de lágrimas me nublan por completo la vista.
—Adiós, cariño —murmuro.




15
A las siete de la tarde me encuentro sentada en el sofá de la casa de mi hermana.
Mi móvil suena. Mis amigos quieren que vaya a la Cibeles a celebrar el triunfo de la Eurocopa. Pero no estoy para fiestas. Apago el móvil. No quiero saber nada de nadie. Estoy triste, muy triste. Mi gran compañero, ese al que le contaba todas mis penas y mis alegrías me ha abandonado.
Lloro… lloro y lloro.
Mi hermana me abraza pero, inexplicablemente, siento que necesito el abrazo de cierto impertinente. ¿Por qué?
Hemos dejado a mi sobrina en casa de una vecina. No queremos que nos vea así. Bastante difícil ha sido explicarle que Curro se ha ido al cielo de los gatos como para que nos vea llorar como dos magdalenas. Llega mi cuñado Jesús y se nos une en el duelo. Los tres lloramos. Y cuando llamo a mi padre por teléfono para decírselo, ya somos cuatro. ¡Qué triste es todo!
A las nueve de la noche enciendo el móvil y recibo la llamada de Fernando. Mi hermana lo ha llamado y él se ofrece a venir a Madrid para consolarme. Me niego y, tras hablar con él unos pocos minutos, cuelgo y vuelvo a apagar el móvil. Después de cenar algo, decido regresar a mi casa. Necesito enfrentarme a ella y a su soledad.
Pero cuando entro, una extraña emoción se apodera de mí. Me da la sensación de que en cualquier momento Curro, mi Currito, aparecerá por alguno de los rincones y me ronroneará entre las piernas. En cuanto cierro la puerta de la calle, me apoyo contra ella. Mis ojos se llenan de lágrimas y me niego a controlarlas.
Lloro, lloro y lloro, y esta vez en soledad, que sienta mejor.
Con los ojos hinchados y sin poder detenerme, me dirijo hasta la cocina. Observo
el cuenco de la comida de Curro y me agacho a cogerlo. Abro la basura y tiro la comida que hay en él. Lo meto en el fregadero y lo lavo. Después de secarlo, lo miro y no sé qué hacer con él. Lo dejo sobre la encimera. Después cojo la bolsita de pienso y las medicinas. Lo reúno todo y vuelvo a llorar como una tonta.
Dos segundos después oigo que la puerta de la calle se abre. Es mi hermana. Se acerca a mí y me abraza.
—Sabía que estarías así, cuchufleta. Vamos, por favor, deja de llorar.
Intento decir que no puedo. Que no quiero. Que me niego a creer que Curro ya no regresará, pero el llanto me impide hacerlo. Media hora más tarde, la convenzo para que se marche de mi casa. Escondo sus llaves para que no se las lleve y no vuelva a molestarme. Necesito estar sola.
Cuando voy al baño para lavarme la cara, veo el arenero de Curro y de nuevo el llanto hace acto de presencia. Me siento en el retrete dispuesta a llorar durante horas, cuando oigo unos golpes en la puerta. Convencida de que es mi hermana que se ha dado cuenta de que no lleva las llaves, abro y aparece el señor Styles con cara de pocos amigos.
¿Qué hace ahí?
Me mira sorprendido. Su expresión cambia por completo y, sin moverse, pregunta:
—¿Qué te ocurre, Jud?
No puedo responder. Mi gesto se contrae y vuelvo a llorar.
Se queda paralizado y entonces yo me acerco a él, a su pecho, y me abraza. Necesito ese abrazo. Oigo que la puerta se cierra y lloro con más pena.
No sé durante cuánto tiempo estamos así hasta que de pronto soy consciente de que tiene la camisa empapada de lágrimas. Finalmente me separo de él.
Curro, mi gato, ha muerto —logro murmurar.
Es la primera vez que digo aquella terrible y horrible palabra. ¡La odio!
Mi cara vuelve a contraerse y comienzo a llorar. Esta vez siento que él tira de mí y se sienta en el sofá. Me sienta a su lado. Intento hablar, pero el hipo por mi tristeza no me lo permite. Sólo consigo articular palabras entrecortadas, mientras mi cuerpo se contrae involuntariamente y veo que él está totalmente desconcertado. No sabe qué hacer. Finalmente se levanta del sillón, coge un vaso y lo llena de agua. Me lo trae y me obliga a beber. Cinco minutos después me siento algo más tranquila.
—Lo siento, Jud. Lo siento muchísimo.
Asiento como puedo, mientras aprieto mis labios y trago el nudo de emociones que, de nuevo, pugna por salir de mi interior. Abrazada a él apoyo mi cabeza sobre su pecho y siento que mis lágrimas salen de nuevo descontroladas. Esta vez no tengo hipo y el simple hecho de sentir cómo su mano me acaricia el pelo y el brazo me reconforta.
Sobre las doce de la noche, la pena me sigue dominando, pero ya soy capaz de controlar mi cuerpo y mis palabras, de modo que me incorporo para mirarlo.
—Gracias —digo.
Siento que se conmueve, sus ojos lo revelan. Acerca su frente a la mía y me susurra:.
—Jud… Jud… ¿Por qué no me lo dijiste? Te hubiera acompañado y…
—No he estado sola. Mi hermana ha estado conmigo en todo momento.
Harry mueve su cabeza, comprensivo, y me pasa sus dedos pulgares por debajo de los ojos para retirar unas lágrimas.
—Deberías descansar. Estás agotada y tu mente necesita relajarse.
Asiento. Pero entonces me doy cuenta de que su gesto se contrae.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto.
Sorprendido por aquella pregunta, me mira.
—Sí. Sólo me duele un poco la cabeza.
—Si quieres, tengo aspirinas en el botiquín.
Veo que sonríe. Entonces me da un beso en la cabeza.
—No te preocupes. Se pasará.
Necesito dormir, pero no quiero que se vaya, de modo que le sujeto la camisa para intentar impedírselo.
—Me gustaría que te quedaras conmigo, aunque sé que no puede ser.
—¿Por qué no puede ser?
—No quiero sexo —murmuro, con una aplastante sinceridad.
Harry levanta su mano y me toca el óvalo de la cara con una ternura que, hasta el momento, nunca había utilizado conmigo.
—Me quedaré contigo y no intentaré nada hasta que tú me lo pidas.
Eso me sorprende.
Se levanta y me tiende la mano. Yo se la cojo y me lleva hasta mi habitación. Asombrada, observo cómo se quita los zapatos. Yo hago lo mismo. Después se quita el pantalón. Lo imito. Deja la camisa sobre una silla y se queda vestido sólo con unos bóxers negros. ¡Sexy! Abre mi cama y se mete en ella. Consecuente con lo que le he pedido, me quito la camisa, después el sujetador y saco de debajo de mi almohada mi camiseta de tirantes y el culotte de dormir. Es del Demonio de Tasmania. Veo que sonríe y yo pongo los ojos en blanco.
Tras ponerme el pijama abro una pequeña cajita redonda, saco una pastillita y me la tomo.
—¿Qué es eso?
—Mi anticonceptivo —aclaro.
Instantes después me tumbo junto a él, que pasa su brazo bajo mi cuello. Me acerca hasta él y me besa en la punta de la nariz.
—Duerme, Jud… duerme y descansa.
Su cercanía y su voz me relajan y, abrazados, siento que me quedo profundamente dormida.




16
Suena el despertador. Lo miro: las siete y media.
Alargo la mano y lo apago. Me desperezo en la cama y mi mente se despierta rápidamente. Miro a mi derecha y veo que Harry no está. Mi mente vuelve a ser consciente de lo ocurrido y me siento en la cama cuando oigo una voz:
—Buenos días.
Miro hacia la puerta y allí está él, vestido. Miro su ropa y me sorprendo al ver que el traje que lleva y la camisa no son los que traía el día anterior. Él se da cuenta y responde:
—Tomás me lo ha traído hace una hora.
—¿Qué tal tu cabeza? ¿Se fue el dolor? —pregunto.
—Sí, Jud. Gracias por preguntar.
Le respondo con una triste sonrisa. Me levanto de la cama sin ser consciente del horrible espectáculo que ofrezco, despeluchada, legañosa y con mi pijama del Demonio de Tasmania. Paso por su lado y, al hacerlo, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla mientras murmuro un aún soñoliento «buenos días».
Voy a la cocina dispuesta a darle la medicación a Curro, cuando veo todas sus cosas sobre la encimera. Me paro en seco y siento a Harry detrás de mí. No me deja pensar. Me coge por la cintura y me da la vuelta.
—¡A la ducha! —me ordena.
Cuando salgo de ella y entro en la habitación para vestirme, Harry no está allí. Así que me apresuro a sacar un sujetador y unas bragas de mi cajón y me los pongo. Después abro el armario y me visto. En cuanto estoy vestida y presentable, salgo al salón y lo veo leyendo un periódico.
—Tienes café recién hecho —dice mientras me mira—. Desayuna.
Veo que dobla el periódico, se levanta, se acerca a mí y me besa en la cabeza.
—Hoy me acompañarás a Guadalajara. Tengo que visitar las oficinas de allí. No te preocupes por nada. En la oficina ya están avisados.
Le digo que sí con la cabeza, sin ganas de hablar ni de protestar. Me tomo el café y, cuando dejo la taza en el fregadero, siento que Harry se acerca de nuevo por detrás, aunque esta vez no me toca.
—¿Estás mejor? —me pregunta.
Muevo mi cabeza en señal afirmativa, sin mirarlo. Tengo ganas de llorar de nuevo pero respiro y lo evito. Estoy segura de que Curro se enfadará si sigo comportándome como una blandengue. Con la mejor de mis sonrisas me doy la vuelta y me retiro el pelo que me cae sobre los ojos.
—Cuando quieras, podemos marcharnos.
Él asiente. No me toca.
No se acerca a mí más de lo estrictamente necesario. Bajamos al portal y allí está Tomás esperándonos con el coche. Nos montamos y comienza el viaje. Durante la hora que dura el trayecto, Harry y yo miramos varios papeles. Yo soy la encargada de llevar al día las delegaciones de la empresa Müller, de modo que conozco casi en primera persona a todos los jefes. Harry me explica que quiere saber de primera mano absolutamente todo de cada delegación: productividad, cantidad de gente que trabaja en las fábricas y rendimiento de las mismas. Eso me pone nerviosa. Con el paro que hay ahora, tengo miedo de que empiece a despedir a gente sin ton ni son. Pero en seguida me aclara que ése no es su propósito, sino lo contrario: intentar que sus productos sean más competitivos y abrir el campo de expansión.
A las diez y media llegamos a Guadalajara. No me extraño cuando me doy cuenta de que Enrique Matías no se sorprende de verme allí. Nos saluda con afabilidad y entramos todos juntos en su despacho. Durante tres horas, Harry y él hablan de productividad, de carencias de la empresa y de un sinfín de cosas más. Yo, sentada en un discreto segundo plano, tomo nota de todo y a la una y media, cuando salimos de allí, me voy feliz de ver que se han entendido.
Recibo un mensaje de Fernando. Le respondo que estoy bien, pero maldigo en mi interior. Recibir sus mensajes y estar con Harry me hace sentir mal. Pero ¿por qué? Yo no tengo nada serio con ninguno de los dos.
De regreso a Madrid, Harry me propone parar y comer en algún pueblo. Me muestro encantada y le digo que me parece bien. Tomás para en Azuqueca de Henares y degustamos un delicioso cordero. Durante la comida, él recibe varios
mensajes. Los lee con el ceño fruncido y no contesta. A las cuatro proseguimos el viaje y cuando llegamos al hotel Villa Magna me pongo tensa. Harry lo nota y me coge la mano.
—Tranquila. Sólo quiero cambiarme de ropa para pasar la tarde contigo. ¿Tienes algún plan?
Mi mente piensa con celeridad y, finalmente, le digo que sí, que tengo un plan. Pero no le doy tiempo a que pueda presuponer nada.
—Tengo algo que hacer a las seis y media de la tarde —le informo—. Si no tienes nada mejor, quizá te gustaría acompañarme. Así puedo enseñarte mi segundo trabajo.
Eso lo sorprende.
—¿Tienes un segundo trabajo?
Asiento divertida.
—Sí, se puede llamar así, aunque este año es el último. Pero no pienso decirte de qué se trata si no me acompañas.
Lo veo sonreír mientras baja del coche. Yo lo sigo.
Llegamos al ascensor del hotel Villa Magna y el ascensorista nos saluda y nos lleva directamente hasta el ático. En cuanto entramos en su espaciosa y bonita habitación, Harry deja su maletín con el portátil sobre la mesa y se mete en la habitación que no utilizamos el día que estuve allí jugando. Suena su móvil. Un mensaje. No puedo evitar mirar la pantalla iluminada y leo el nombre de «Betta». ¿Quién será? Dos segundos después, vuelve a sonar y en la pantalla leo «Marta». Vaya, sí que está solicitado.
Estoy inquieta. La última vez que estuve allí ocurrió algo que todavía me avergüenza. Paseo mis manos por el bonito sofá color café y miro el jardín japonés, mientras intento que mi respiración no se acelere. Si Harry sale desnudo de la habitación y me invita a jugar con él, no sé si voy a ser capaz de decirle que no.
—Cuando quieras nos podemos marchar —oigo una voz tras de mí.
Sorprendida, me vuelvo y lo veo vestido con unos vaqueros y una camiseta granate. Está guapísimo. Elegante, como siempre. Y lo mejor, está cumpliendo a rajatabla lo que me ha prometido de no tocarme. Sin embargo, siento que una extraña decepción crece en mí al no verme arrastrada al mar de lujuria donde me suele llevar.
¿Me estaré volviendo loca?
Diez minutos después, nos encontramos en el coche de Tomás en dirección a mi casa.
Cuando entro en ella echo de menos la presencia de Curro. Harry se da cuenta y me besa en la cabeza.
—Vamos, son las seis. Date prisa o llegarás tarde.
Eso me reactiva.
Entro en mi habitación. Me pongo unos vaqueros. Unas zapatillas de deporte y una camiseta azul. Me recojo el pelo en una coleta alta y salgo rápidamente de allí. Sin necesidad de mirarlo, sé que me está observando. La temperatura de mi piel sube cuando estoy cerca de él. Cojo la cámara de fotos y una mochila pequeña.
—Vamos —le digo.
Guío a Tomás entre el tráfico de Madrid y en pocos minutos llegamos hasta la puerta de un colegio. Harry, sorprendido, baja del coche y mira a su alrededor. No parece haber nadie. Yo sonrío. Lo cojo de la mano con decisión y tiro de él. Entramos en el colegio y el desconcierto de su cara crece. Me hace gracia verlo así. Me gusta verlo desconcertado y tomo nota de ello.
Segundos después, abro una puerta donde pone «Gimnasio» y un bullicio tremendo nos engulle. En seguida, docenas de niñas de edades comprendidas entre los siete y los doce años corren hacia mí gritando.
—¡Entrenadora! ¡Entrenadora!
Harry me mira, estupefacto.
—¿Entrenadora?
Yo sonrío y me encojo de hombros.
—Soy la entrenadora de fútbol femenino del colegio de mi sobrina —respondo antes de que las pequeñas lleguen hasta donde estamos nosotros.
Harry abre la boca, por la sorpresa, y luego sonríe. Pero ya no puedo hablar con él. Las pequeñas han llegado hasta mí y se cuelgan de mis brazos y mis piernas. Bromeo con ellas hasta que sus madres me las quitan de encima.
—¿Quién es ese tiarrón? —oigo que me dice mi hermana.
—Un amigo.
—¡Vaya, cuchufleta, vaya amigo! —murmura y yo sonrío.
Las mamás de las pequeñas se revolucionan ante la presencia de Harry. Es normal. Harry desprende sensualidad y yo lo sé. Tras saludar a todo el mundo, mi hermana
no para de pedirme que le presente a Harry y al final claudico. ¡Anda que no se pone pesadita! Finalmente, agarrada a su brazo, me acerco hasta donde él se encuentra sentado.
—Raquel, te presento a Harry. —Él se levanta para saludarla—. Harry, ella es mi hermana y el monito que está sentado en mi pie derecho es mi sobrina Luz. —Se dan dos besos.
—¿Por qué eres tan alto? —pregunta mi sobrina.
Harry la mira y responde:
—Porque comí mucho cuando era pequeño.
Mi hermana y yo sonreímos.
—¿Por qué hablas tan raro? —vuelve a preguntar Luz—. ¿Te pasa algo en la boca?
Yo voy a responder, pero entonces él se agacha hacia mi sobrina.
—Es que soy alemán y, aunque sé hablar español, no puedo disimular mi acento.
La pequeña me mira, divertida. Pero yo maldigo para mis adentros esperando su respuesta sin poder detenerla.
—Vaya paliza que os dieron los italianos el otro día. Os mandaron para casita.
Mi hermana se lleva a la niña, avergonzada, y Harry se acerca a mí.
—No se puede negar que es tu sobrina —susurra en mi oído—. Es tan clarita como tú a la hora de decir las cosas.
Ambos reímos y las pequeñas corren de nuevo hacia mí. Aquello no es un entrenamiento, es la fiesta de verano que las mamás han montado para acabar el curso. Durante hora y media hablo con ellas, abrazo a las niñas para despedirme y me hago cientos de fotos con ellas. Harry se mantiene sentado en las gradas en un segundo plano y, por su gesto, parece disfrutar del espectáculo.
Las niñas me entregan un paquetito, lo abro y de él saco un balón de fútbol hecho de chuches de colores. Aplaudo tanto como ellas, ¡me encantan las chuches! Mi sobrina me mira y me señala a su amiga Alicia. Han hecho las paces y yo levanto el pulgar y le guiño el ojo. ¡Olé, mi niña! Pasados unos minutos y después de besar a todas las mamás y a mis pequeñas futbolistas, todas abandonan el gimnasio. Mi hermana y mi sobrina entre ellas.
Feliz por la despedida que me han brindado, me vuelvo hacia Harry y lleno dos vasos de plástico con un poco de Coca-Cola algo calentorra mientras me acerco a él.
—¿Sorprendido? —le pregunto, ofreciéndole uno de los vasos.
Harry lo acepta y le da un trago.
—Sí. Eres sorprendente.
—Vale, vale, no sigas, que me lo voy a creer.
Ambos nos reímos y nos miramos.
Ninguno dice nada y el silencio nos envuelve. Finalmente cojo fuerzas y digo con sinceridad:
—Harry, mi vida es lo que ves: normalidad.
—Lo sé… lo sé y eso me preocupa.
—¿Te preocupa? ¿Te preocupa que mi vida sea normal?
Su mirada me traspasa.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque mi vida no es precisamente normal.
Mi cara debe de ser un poema. No lo entiendo, pero antes de que le pida explicaciones, él continúa hablando:
—Jud, tu vida exige relación y compromiso. Unas palabras que para mí quedaron obsoletas hace años. Muchos años. —Me toca con su mano el óvalo de la cara y prosigue—: Me gustas, me atraes, pero no te quiero engañar. Lo que me atrae es el sexo entre nosotros. Me gusta poseerte, meterme entre tus piernas y ver tu cara cuando te corres. Pero me temo que muchos de mis juegos no van a gustarte. Y no hablo de sado, hablo sólo de sexo. Simplemente sexo.
Su mirada se oscurece. Me desconcierta pero no quiero renunciar a seguir jugando.
—Soy una mujer normal, sin grandes pretensiones, que trabaja para tu empresa. Tengo un padre, una hermana y una sobrina a los que adoro y, hasta ayer, un gato que era mi mejor amigo. Soy entrenadora de fútbol de un equipo de niñas y no cobro un duro por ello, pero lo hago porque me hace feliz. Tengo amigos y amigas con los que disfrutar de partidos, de vacaciones, de ir al cine o de salir a cenar. Ahora te preguntarás por qué te cuento todo esto, ¿verdad? —Harry mueve la cabeza afirmativamente—. No soy despampanante, no me gusta vestir provocativa y ni siquiera lo intento. Mis relaciones con los hombres han sido normales, nada del otro mundo. Ya sabes, chica conoce chico, se gustan y se acuestan. Pero nunca nadie ha conseguido sacar de mí la parte que tú en pocos días has sacado. Nunca
pensé que el morbo me pudiera volver loca. Nunca pensé que yo pudiera estar haciendo lo que estoy haciendo contigo. Me impones y me sometes de tal manera que no puedo decir que no. Y no puedo decir que no porque mi cuerpo y toda yo quiere hacer lo que tú quieras. Odio que me den órdenes, y más aún en el plano sexual. Pero a ti, inexplicablemente, te lo permito. En la vida me hubiera imaginado que yo permitiría que un desconocido como tú eres para mí, que no sabe casi ni cómo me llamo, ni mi edad, ni nada de mi vida, me exigiera sexo con sólo mirarme y yo se lo permitiría. Todavía me cuesta comprender lo que ocurrió el otro día en la habitación de tu hotel y…
—Jud…
—No, déjame terminar —le exijo y coloco mi mano en su boca—. Lo que ocurrió el otro día en tu habitación, me guste o no reconocerlo, me encantó. Reconozco que cuando vi las imágenes me enfadé. Pero cuando he vuelto a pensar en ello, en aquel momento, me he excitado y mucho. Incluso el domingo utilicé el vibrador pensando en ti y tuve un orgasmo maravilloso al imaginar lo que ocurrió con aquella mujer en tu habitación. —Harry sonríe—. Pero no me van las mujeres. No… no me van y, si quieres volver a jugar conmigo en ese plano, te exijo que antes me consultes. Como te he dicho al principio de esta conversación, no soy una especialista en sexo, pero lo vivido contigo me gusta, me pone, me incita y estoy dispuesta a repetir.
—¿Incluso sin compromiso por mi parte?
Deseo decir que no, que lo quiero sólo para mí. Pero eso significaría perderlo y eso sí que no lo quiero.
—Incluso sin eso.
Harry mueve su cabeza, comprensivo.
—Y, por favor… te libero de no tener que tocarme. Bésame y dime algo porque me voy a morir de la vergüenza por la cantidad de cosas locas que te acabo de decir.
—Me estás excitando, pequeña —murmura.
Saco de mi mochila un abanico y le sonrío, avergonzada.
—Pues ni te imaginas cómo estoy yo sólo de decírtelo.
Harry me devuelve la sonrisa y se retira el pelo de cara.
—Tu nombre completo es Judith Flores García. Tienes veinticinco años, un padre, una hermana y una sobrina. Por lo que he visto no tienes novio, pero sí hombres que te desean. Sé dónde vives y dónde trabajas. Tus teléfonos. Sé que
conduces muy bien un Ferrari, que te gusta cantar, y que no te da vergüenza hacerlo delante de mí, y hoy he sabido que eres entrenadora de fútbol. Te gustan las fresas, el chocolate, la Coca-Cola, las chuches y el fútbol y, si te pones nerviosa, te salen ronchas en el cuello y te puede dar ¡el nervio! —Sonrío—. Por la manera en que tratabas a tu mascota sé que amas a los animales y que eres amiga de tus amigos. Eres curiosa y cabezona, a veces en exceso, y eso me saca de mis casillas, pero también eres la mujer más sexy y desconcertante con la que me he encontrado en la vida y reconozco que eso me gusta. De momento, eso es lo que sé de ti y me vale. ¡Ah! Y a partir de ahora prometo consultar contigo todo lo referente al sexo y nuestros juegos. Y ahora que me has liberado de mi promesa, te besaré y te tocaré.
—¡Bien! —afirmo levantando los brazos.
—Y una vez solucionado ese tema necesito que aceptes la proposición que te hice para conocerte mejor y para que me acompañes durante el tiempo que esté en España —añade—. Esta semana viajaremos a Barcelona. Tengo dos importantes reuniones el jueves y el viernes. El fin de semana lo dedicaremos, si tú quieres, al sexo. ¿Te parece?
—Tu nombre es Harry Styles —respondo, sin importarme su frialdad—. Eres alemán y tu padre…
Pero él tuerce el gesto e interrumpe mi discurso.
—Como favor personal, te pediría que nunca menciones a mi padre. Ahora puedes continuar.
Esa orden me deja cortada, pero sigo:
—Eres un mandón patológico y no sé nada más de ti, excepto que te gusta el morbo y jugar con el sexo. Aun así, me gustaría conocerte un poco más.
Siento su mirada penetrarme. Me traspasa y sé que tiene una lucha interna por abrirse a mí o continuar como estamos. Entonces se levanta y tira de mí. Me besa y yo le correspondo. ¡Dios, cuánto lo echaba de menos! Pocos segundos después, separa su boca de la mía.
—Mi madre es española, por eso hablo tan bien el español. Duermo poco desde hace años. Tengo treinta y un años. No estoy casado ni comprometido. De momento, poco más te puedo decir.
Emocionada por aquella pequeñísima confidencia, sonrío y, feliz como si me hubiera tocado la Bonoloto, añado haciéndolo reír:
—Señor Styles, acepto su proposición. Ya tiene acompañante.
Eli Maria
Eli Maria


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