"Pide un deseo" (Nick)

Rachel corrió hacia su casa con las lágrimas contenidas solo por el odio hacia Kate. Esperó un momento afuera de la casa para recuperar la compostura y entrar tranquila, sin que nadie la vea mal. Entró por su casa con la barbilla en alto y guardando sus sentimientos para ella misma. En esta casa, lo más importante era la educación y ser refinada, sobretodo, ser fuerte. Después de todo, el dinero que ella heredaría debía quedar en buenas manos. En manos de alguien culta (como Rachel), alguien inteligente (igualita a Rachel), una buena persona (Rachel, Rachel, Rachel), entre otros buenos atributos. De todas maneras, a Rachel lo único que le importaba ahora era el ridículo rumbo que su amistad con Nicholas había tomado. Subió las escaleras apretando los puños y frunciendo los labios. Solo faltaban 3 metros para llegar a su habitación y contarle todos sus sentimientos y penas, a su mayor confidente: sus cuatro paredes y su almohada.
— Rachel—dijo Helen, la ama de llaves, tocando el hombro de Rachel y esta se dio la vuelta a mirarle—, tienes tu clase de piano ¿acaso lo has olvidado?
— No Helen, ahora mismo iba a prepararme para ir—mintió—, dile a mi profesora que espere unos segundos.
— Bueno señorita Rachel.
Rachel, totalmente frustrada de su situación, se dirigió a su dormitorio y se miró al espejo.
<< ¿Por qué no le gusto a Nick?>> pensó ella mientras se miraba.
— No soy tan horrible—susurró, luego estiró un mechón de su cabello haciendo que su cabeza se inclinara levemente y se volteó para agarrar su carpeta con las partituras de piano. Se acercó de nuevo al espejo, dejó la carpeta a un lado y se empezó a peinar.
De hecho, Rachel no era nada horrible. Era hermosa. Tenía el cabello oscuro como la noche y los ojos verdes esmeralda. Unas pequeñas pecas cubrían sus rojos pómulos que se levantaban sin control cuando ella sonreía y su nariz tenía una curva que encajaba perfectamente con su rostro. Tenía una altura ideal para su edad y su educación, clase e inteligencia eran más que satisfactorias.
— Señorita Rachel—dijo Helen tocando la puerta.
— Dije que ya iba—irritada se acercó a la puerta y salió con su carpeta en manos, caminando con postura autoritaria.
Caminó hacia el piso de abajo bajando con rapidez las escaleras y se acercó al piano. Apenas se sentó, empezó a tocar la sonata que la profesora le había dado la clase anterior. Apretaba las teclas con la adquirida rabia de hace unos momentos y su profesora le puso una mano sobre su muñeca, Rachel se detuvo y miró a Audrey.
— Hija, ¿Qué sucede?—le soltó la muñeca y le sonrió dándole confianza a que hablara—. Ni me saludaste.
— ¡Es el ama de llaves! Ya sabes, Helen—Audrey asintió—. ¡no me deja tranquila!—hizo excusas para no llegar al verdadero problema. No podía confesar que tenía un amigo que no era del círculo de adinerados de los “amigos” de sus padres. No se avergonzaba de Nick para nada, pero quería proteger lo que aun les quedaba de amistad, si sus padres se enteraban de ella y Nick, seguro los separaban a los dos.
— ¿segura que es por eso? No sueles estar tan irritada por cosas así.
— Si yo no estoy segura, ¿Quién más lo va a estar?—alzó sus hombros y empezó a tocar la sonata de nuevo. Se perdió en la música y cerró sus ojos lentamente. Llevaba mucho tiempo esperando poder tocar esta canción porque cuando era pequeña su abuelo solía tocarla. Moonlight sonata le hacía sentir varios sentimientos a la vez, pero ahora…, todo se centraba en Nick. Ejecutó la sonata desde el comienzo, sin posar una sola vez los ojos en su profesora o la partitura. De pronto el sonido del teléfono interrumpió y se levantó rápidamente, casi corriendo, a atender el teléfono—. ¿Hola?
— ¿Rachel?—la voz de Stephen sonó extrañada de que ella atendiera el teléfono, pero ella no le dio mucha importancia.
— Sí, papá.
— Hoy tenemos una cena muy importante en casa de los Hoffman así que más vale que te prepares y estés lista para las seis y media.
— Bueno, estaré lista. Papá, ¡adivina qué!—Rachel escuchó los pitidos del teléfono y fingió seguir hablando con su papá. Solo en frente a Audrey—. ¡aprendí la sonata favorita del abuelo!—miró a su profesora unos segundos y siguió-: bueno papá, te dejo trabajar. Te quiero.
Posó el teléfono en su lugar y volvió con su profesora Audrey.
— Quiero que esta vez leas las partituras—Rachel levantó una ceja y asintió, volviendo a comenzar con la sonata.