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"Pide un deseo" (Solo mayores)
O W N :: Originales :: Originales :: One Shot's (originales)
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"Pide un deseo" (Solo mayores)
Hola!!
Soy jdth, peo me podeis llamar Jud. Os traigo varios one-shots, que no tienen nada que ver entre ellos. Os advierto de que todos los one-shots son muy, muy hot.
Novela: Pide un deseo (Cada historia tiene un titulo)
Autor: Varias autoras
Genero: Solo mayores (De veras, es muy fuerte)
Tipo: One-shot
Os dejo con la primera historia:
FELIZ CUMPLEAÑOS
Maris Landry cerró la puerta de casa de una patada después de guardar las llaves con brusquedad. Se despojó del arma reglamentaria con un suspiro y la colocó en la mesa, junto al bolso. A continuación hizo lo mismo con las esposas y luego con la placa. Por último, se desprendió del chaleco antibalas desabrochando las tiras de velero.
Feliz cumpleaños de mierda, se dijo.
Mientras se dirigía a su habitación, empezó a desnudarse dejando tirada la ropa que se iba quitando. Necesitaba una ducha, un whisky escocés, un helado de sabor Cherry García, ése de yogur, cerezas y chocolate, y una cama. Y en ese orden.
Una vez se hubo duchado y después de beberse el whisky, puro malta, se dijo que tras aquel día de trabajo se había ganado un ménage a trois con los dos hombres más leales que había en su vida, Ben y su colega Jerry: se tomaría entera la tarrina de litro, nada de conformarse con una cucharadita, ni de reservarlo para el postre. Esa noche iba a acabar relamiendo el bote hasta dejarlo limpio.
Justo en el momento en que se metía la primera y deliciosa cucharada en la boca, oyó el timbre. Más le valía a Angela, su hermana, no haberse plantado allí para celebrar su cumpleaños, pensó. Iba a cargársela. Cuando se dirigía hacia la entrada cubriéndose con la bata fina , sonó el teléfono Maris cogió el inalámbrico.
—¡Ya voy! —gritó a quien estuviera en la puerta mientras contestaba—: ¿Dígame?
—Felicidades, hermanita. ¿Qué tal es eso de llegar a los treinta y cinco ?
—Es una mierda— dijo mientras se ajustaba el deshabille—. ¿Estás en la puerta?
—Yo no, pero tu regalo de cumpleaños sí.
Su hermana estaba metida en el rollito sadomaso e insistía en que Maris se uniera a ella.
—¿Qué me has comprado? ¿Unos pantalones de cuero de motorista? ¿Un consolador gigante? Pienso devolverlo.
—¿Qué es lo que dijiste que querías este año?
Maris dedicó un momento a recordarlo: «Un veinteañero que se llame Nick.» Se asomó a la ventana, pero desde aquel ángulo sólo veía una cabeza rubia. ¡Mierda!, pensó.
—¿Me has mandado un tío?
Angela empezó a reírse.
—No es un tío cualquiera; te he mandado nada menos que a Nick.
Maris abrió la puerta. Allí mismo, en la entrada, había un dios de pelo rubio. Totalmente desnudo, salvo por el gran lazo rojo que le cubría sus partes.
—¡Qué fuerte!
—¡Felicidades! —chilló Ángela.
Maris vio que, detrás del «Tío Desnudo», el vecino de enfrente entreabría ligeramente la puerta. Cogió a Nick del brazo, lo metió en casa de un tirón y cerró de un portazo. Aunque en su trabajo de policía se enfrentaba a un montón de situaciones inauditas, nunca le había ocurrido nada parecido en su propia casa. En cuanto se deshiciera de aquel Nick en bolas, iba a devolvérsela a Ángela.
—¿Te gusta?
¿Cómo no iba a gustarle? Tenía un rostro angelical y un cuerpo de pecado. Era perfecto.
—Yo dije que quería uno joven, tonto y bien dotado. Y este no es joven —dijo mientras le levantaba la mano derecha—. Y veo que lleva un anillo de la academia militar de West Point, promoción del 94, lo que significa que tampoco es tonto.
—Es más joven que tú.
Maris levantó el sofisticado lazo. Gruesa y larga, la tenía firme como un buen soldado. Y cabía profetizar que aquel guerrero acabaría liberándose.
—¡Madre mía! —exclamó.
—Cumplir un requisito de tres no está nada mal—contestó Ángela entre risas.
Nick, el soldadito, sonrió.
Ella soltó el lazo y preguntó:
—¿No podrías dejar descansar el arma?
Nick se encogió de hombros.
—Le gustas.
Socorro, Maris se estaba excitando.
—¿De verdad te llamas Nick?
El le tendió la mano:
—Nicolás Bennett.
Maris no respondió al gesto
—¿Eres uno de sus…? ¿Cómo llama ella a sus ligues?
—Sus mascotas. No, no soy una de sus mascotas.
Angela aun al teléfono, soltó una carcajada
—El chico ha perdido una apuesta y me pertenece durante una noche; he pensado que te hacía más falta a ti que a mí.
A Maris no le hizo gracia el comentario.
—Vaya, te lo agradezco.
—No hay de qué, mona.
Maris agarró el inalámbrico con más fuerza. Su hermana se había pasado de la raya.
—A lo mejor, si me llamas el año que viene ya no estoy cabreada.
— Te veo en casa e mamá el sábado. Disfruta del regalo.
Maris colgó y se metió el teléfono en el bolsillo del déshabillé. Se puso derecha y, con su mejor cara de poli, se acercó a.Nick.
—Mi tarrina de helado Ben & Jerry está empezando a sentirse sólita, así que ya estás sacando ese trasero desnudo de mi casa.
Él cruzó los brazos sobre su enorme tórax
—No —respondió.
—No se ponga chulito conmigo, señor Polla Grande —amenazó Maris con los brazos en jarra—; soy policía de Los Ángeles: puedo echarte de una patada en el culo.
El arqueó una de sus rubias cejas.
—Y yo antes pertenecía a las Fuerzas Especiales. Así que... lo dudo mucho.
Que el musculoso cuerpazo de Nick se interpusiera entre ella y su arma dificultaba las cosas.
—Tú quieres que me quede.
Y era cierto. Aquel hombre era una fantasía sexual andante.
—Vale, ya has hecho acto de presencia. ¡Oh, qué sorpresa! Ahora, lárgate —le espetó, tratando de sonar convincente.
—Es que yo siempre saldo mis deudas.
—¿Qué es lo que apostaste? —no pudo evitar preguntarle.
El no respondió, por lo menos verbalmente, y decidió, en cambio, deshacer el lazo que lo cubría, hasta quedar completamente desnudo delante de ella.
Maris desvió la vista para evitar mirarle el paquete. Iba a parecer idiota si se quedaba paralizada; tenía que mantener el orgullo.
—Tápate eso, anda.
El se acercó, cogió a Maris en brazos con agilidad y se la colocó en el hombro.
—Vamos a jugar —propuso. Y empezó a subir las escaleras cargando con ella.
—A mí no me van estas cosas —protestó ella. Con todo, tenía que admitir, aun cuando en esos momentos fuera boca abajo, que esa forma de actuar tan troglodita resultaba bastante sexy.
—Ya lo veremos.
A pesar de lo incómodo que le resultaba que el hombro de Nick le fuera rebotando en el estómago hasta que llegaron arriba, la postura le permitió fijarse en su culo: alto y bien torneado. Tenía los glúteos de un Renoir. Sin duda, esto superaba con creces la pistola glock 28 que le había regalado su padre el año anterior.
Feliz cumpleaños, se felicitó por fin
Nick la lanzó a la cama. Ella se quedó allí quieta un instante y lo retó con sus ojos marrones. A él le gusto aquello. No iba a ser fácil domarla, pero sería divertido. Se inclinó sobre ella y le deslizó la mano entre las piernas hasta que le palpó el coño. Le introdujo los dedos en la hendidura húmeda; ella se mordió el labio inferior arqueó la espalda y, al hacerlo, se desaflojo el deshabite de seda roja, dejando al descubierto un pecho.
—¿Sigue queriendo que me largue, agente? -inquirió él.
Ella negó con la cabeza.
Nick esbozó una sonrisa mientras le hundía los dedos hasta el fondo y enseguida sintió cómo ella los apretaba con sus músculos.
—Ya me parecía.
Con la mano que tenía libre, le desabrochó el cinturón de la bata para acabar de quitársela. Sus pechos altos y turgentes encajaban a la perfección en el hueco de sus manos. Maris tenía un cuerpo fibroso que mantenía en forma para el combate, y era evidente que estaba excitada. Eso le gustaba a Nick, que le juntó los senos y se inclinó sobre ellos para lamer su piel blanca. Maris gimió mientras se abría más de piernas.
—Buena chica.
Nick sacó los dedos, se las separó aún más y se puso entre ellas de rodillas. Tenía que saborearla. Empezó dando lametazos largos para abarcar todo el coño con la lengua. Estaba empapada. A continuación, la sujetó por las caderas para que dejara de moverse y jugueteó chupando su clítoris duro. Se le empalmó aún más la polla al meterle la lengua tan adentro como pudo.
Cuando Nick notó en sus labios los flujos dulces que emanaban de Maris, no pudo aguantar más. Le levantó las piernas y se las colocó sobre los hombros; luego fue guiando su miembro lentamente con la intención de introducírselo. De todos modos, aunque todo el cuerpo le pedía que la penetrara y la hiciera suya, él sabía que Maris no estaba lista todavía y que, si se limitaba a echarle un polvo rápido, lo echaría todo a perder.
Ella estaba tan cerrada que, al principio, sólo consiguió meterle la punta de la polla en el coño empapado.
—Entra —le pidió Maris.
—Tranquila, nena, aún no estás abierta.
Fue penetrándola un poco más con cada empujón. Aquella resistencia lo atormentaba; quería dejarse llevar. El sudor resbalaba por todo su cuerpo. Busco con el pulgar el pliegue del clítorís, lo levantó y empezó a masajear. Ella reaccionó elevando sus caderas dejando así al miembro entrar más al fondo, y empezó a gemir Nick supo que no podía esperar más para correrse y la embistió con todo su vigor y con el pene a punto de estallar. Se movió impetuoso y a buen ritmo, mientras notaba en la verga cómo ella se contraía durante el orgasmo. La siguió penetrando cada vez con mas fuerza hasta que no pudo aguantar más y exploto dentro al tiempo que notaba la presión del coño extrayendo toda su leche. Nick soltó las piernas de Maris y se arrodilló hasta apoyar con cuidado la cabeza en su vientre. Aspiró: la piel le olía a jazmín y a sexo.
—¡Feliz cumpleaños, Maris!
Maris le acarició el pelo empapado en sudor.
—Eres de los que merece la pena conservar.
Nick se rió, dejando traslucir en su rostro que estaba de acuerdo con ella.
Soy jdth, peo me podeis llamar Jud. Os traigo varios one-shots, que no tienen nada que ver entre ellos. Os advierto de que todos los one-shots son muy, muy hot.
Novela: Pide un deseo (Cada historia tiene un titulo)
Autor: Varias autoras
Genero: Solo mayores (De veras, es muy fuerte)
Tipo: One-shot
Os dejo con la primera historia:
FELIZ CUMPLEAÑOS
Maris Landry cerró la puerta de casa de una patada después de guardar las llaves con brusquedad. Se despojó del arma reglamentaria con un suspiro y la colocó en la mesa, junto al bolso. A continuación hizo lo mismo con las esposas y luego con la placa. Por último, se desprendió del chaleco antibalas desabrochando las tiras de velero.
Feliz cumpleaños de mierda, se dijo.
Mientras se dirigía a su habitación, empezó a desnudarse dejando tirada la ropa que se iba quitando. Necesitaba una ducha, un whisky escocés, un helado de sabor Cherry García, ése de yogur, cerezas y chocolate, y una cama. Y en ese orden.
Una vez se hubo duchado y después de beberse el whisky, puro malta, se dijo que tras aquel día de trabajo se había ganado un ménage a trois con los dos hombres más leales que había en su vida, Ben y su colega Jerry: se tomaría entera la tarrina de litro, nada de conformarse con una cucharadita, ni de reservarlo para el postre. Esa noche iba a acabar relamiendo el bote hasta dejarlo limpio.
Justo en el momento en que se metía la primera y deliciosa cucharada en la boca, oyó el timbre. Más le valía a Angela, su hermana, no haberse plantado allí para celebrar su cumpleaños, pensó. Iba a cargársela. Cuando se dirigía hacia la entrada cubriéndose con la bata fina , sonó el teléfono Maris cogió el inalámbrico.
—¡Ya voy! —gritó a quien estuviera en la puerta mientras contestaba—: ¿Dígame?
—Felicidades, hermanita. ¿Qué tal es eso de llegar a los treinta y cinco ?
—Es una mierda— dijo mientras se ajustaba el deshabille—. ¿Estás en la puerta?
—Yo no, pero tu regalo de cumpleaños sí.
Su hermana estaba metida en el rollito sadomaso e insistía en que Maris se uniera a ella.
—¿Qué me has comprado? ¿Unos pantalones de cuero de motorista? ¿Un consolador gigante? Pienso devolverlo.
—¿Qué es lo que dijiste que querías este año?
Maris dedicó un momento a recordarlo: «Un veinteañero que se llame Nick.» Se asomó a la ventana, pero desde aquel ángulo sólo veía una cabeza rubia. ¡Mierda!, pensó.
—¿Me has mandado un tío?
Angela empezó a reírse.
—No es un tío cualquiera; te he mandado nada menos que a Nick.
Maris abrió la puerta. Allí mismo, en la entrada, había un dios de pelo rubio. Totalmente desnudo, salvo por el gran lazo rojo que le cubría sus partes.
—¡Qué fuerte!
—¡Felicidades! —chilló Ángela.
Maris vio que, detrás del «Tío Desnudo», el vecino de enfrente entreabría ligeramente la puerta. Cogió a Nick del brazo, lo metió en casa de un tirón y cerró de un portazo. Aunque en su trabajo de policía se enfrentaba a un montón de situaciones inauditas, nunca le había ocurrido nada parecido en su propia casa. En cuanto se deshiciera de aquel Nick en bolas, iba a devolvérsela a Ángela.
—¿Te gusta?
¿Cómo no iba a gustarle? Tenía un rostro angelical y un cuerpo de pecado. Era perfecto.
—Yo dije que quería uno joven, tonto y bien dotado. Y este no es joven —dijo mientras le levantaba la mano derecha—. Y veo que lleva un anillo de la academia militar de West Point, promoción del 94, lo que significa que tampoco es tonto.
—Es más joven que tú.
Maris levantó el sofisticado lazo. Gruesa y larga, la tenía firme como un buen soldado. Y cabía profetizar que aquel guerrero acabaría liberándose.
—¡Madre mía! —exclamó.
—Cumplir un requisito de tres no está nada mal—contestó Ángela entre risas.
Nick, el soldadito, sonrió.
Ella soltó el lazo y preguntó:
—¿No podrías dejar descansar el arma?
Nick se encogió de hombros.
—Le gustas.
Socorro, Maris se estaba excitando.
—¿De verdad te llamas Nick?
El le tendió la mano:
—Nicolás Bennett.
Maris no respondió al gesto
—¿Eres uno de sus…? ¿Cómo llama ella a sus ligues?
—Sus mascotas. No, no soy una de sus mascotas.
Angela aun al teléfono, soltó una carcajada
—El chico ha perdido una apuesta y me pertenece durante una noche; he pensado que te hacía más falta a ti que a mí.
A Maris no le hizo gracia el comentario.
—Vaya, te lo agradezco.
—No hay de qué, mona.
Maris agarró el inalámbrico con más fuerza. Su hermana se había pasado de la raya.
—A lo mejor, si me llamas el año que viene ya no estoy cabreada.
— Te veo en casa e mamá el sábado. Disfruta del regalo.
Maris colgó y se metió el teléfono en el bolsillo del déshabillé. Se puso derecha y, con su mejor cara de poli, se acercó a.Nick.
—Mi tarrina de helado Ben & Jerry está empezando a sentirse sólita, así que ya estás sacando ese trasero desnudo de mi casa.
Él cruzó los brazos sobre su enorme tórax
—No —respondió.
—No se ponga chulito conmigo, señor Polla Grande —amenazó Maris con los brazos en jarra—; soy policía de Los Ángeles: puedo echarte de una patada en el culo.
El arqueó una de sus rubias cejas.
—Y yo antes pertenecía a las Fuerzas Especiales. Así que... lo dudo mucho.
Que el musculoso cuerpazo de Nick se interpusiera entre ella y su arma dificultaba las cosas.
—Tú quieres que me quede.
Y era cierto. Aquel hombre era una fantasía sexual andante.
—Vale, ya has hecho acto de presencia. ¡Oh, qué sorpresa! Ahora, lárgate —le espetó, tratando de sonar convincente.
—Es que yo siempre saldo mis deudas.
—¿Qué es lo que apostaste? —no pudo evitar preguntarle.
El no respondió, por lo menos verbalmente, y decidió, en cambio, deshacer el lazo que lo cubría, hasta quedar completamente desnudo delante de ella.
Maris desvió la vista para evitar mirarle el paquete. Iba a parecer idiota si se quedaba paralizada; tenía que mantener el orgullo.
—Tápate eso, anda.
El se acercó, cogió a Maris en brazos con agilidad y se la colocó en el hombro.
—Vamos a jugar —propuso. Y empezó a subir las escaleras cargando con ella.
—A mí no me van estas cosas —protestó ella. Con todo, tenía que admitir, aun cuando en esos momentos fuera boca abajo, que esa forma de actuar tan troglodita resultaba bastante sexy.
—Ya lo veremos.
A pesar de lo incómodo que le resultaba que el hombro de Nick le fuera rebotando en el estómago hasta que llegaron arriba, la postura le permitió fijarse en su culo: alto y bien torneado. Tenía los glúteos de un Renoir. Sin duda, esto superaba con creces la pistola glock 28 que le había regalado su padre el año anterior.
Feliz cumpleaños, se felicitó por fin
Nick la lanzó a la cama. Ella se quedó allí quieta un instante y lo retó con sus ojos marrones. A él le gusto aquello. No iba a ser fácil domarla, pero sería divertido. Se inclinó sobre ella y le deslizó la mano entre las piernas hasta que le palpó el coño. Le introdujo los dedos en la hendidura húmeda; ella se mordió el labio inferior arqueó la espalda y, al hacerlo, se desaflojo el deshabite de seda roja, dejando al descubierto un pecho.
—¿Sigue queriendo que me largue, agente? -inquirió él.
Ella negó con la cabeza.
Nick esbozó una sonrisa mientras le hundía los dedos hasta el fondo y enseguida sintió cómo ella los apretaba con sus músculos.
—Ya me parecía.
Con la mano que tenía libre, le desabrochó el cinturón de la bata para acabar de quitársela. Sus pechos altos y turgentes encajaban a la perfección en el hueco de sus manos. Maris tenía un cuerpo fibroso que mantenía en forma para el combate, y era evidente que estaba excitada. Eso le gustaba a Nick, que le juntó los senos y se inclinó sobre ellos para lamer su piel blanca. Maris gimió mientras se abría más de piernas.
—Buena chica.
Nick sacó los dedos, se las separó aún más y se puso entre ellas de rodillas. Tenía que saborearla. Empezó dando lametazos largos para abarcar todo el coño con la lengua. Estaba empapada. A continuación, la sujetó por las caderas para que dejara de moverse y jugueteó chupando su clítoris duro. Se le empalmó aún más la polla al meterle la lengua tan adentro como pudo.
Cuando Nick notó en sus labios los flujos dulces que emanaban de Maris, no pudo aguantar más. Le levantó las piernas y se las colocó sobre los hombros; luego fue guiando su miembro lentamente con la intención de introducírselo. De todos modos, aunque todo el cuerpo le pedía que la penetrara y la hiciera suya, él sabía que Maris no estaba lista todavía y que, si se limitaba a echarle un polvo rápido, lo echaría todo a perder.
Ella estaba tan cerrada que, al principio, sólo consiguió meterle la punta de la polla en el coño empapado.
—Entra —le pidió Maris.
—Tranquila, nena, aún no estás abierta.
Fue penetrándola un poco más con cada empujón. Aquella resistencia lo atormentaba; quería dejarse llevar. El sudor resbalaba por todo su cuerpo. Busco con el pulgar el pliegue del clítorís, lo levantó y empezó a masajear. Ella reaccionó elevando sus caderas dejando así al miembro entrar más al fondo, y empezó a gemir Nick supo que no podía esperar más para correrse y la embistió con todo su vigor y con el pene a punto de estallar. Se movió impetuoso y a buen ritmo, mientras notaba en la verga cómo ella se contraía durante el orgasmo. La siguió penetrando cada vez con mas fuerza hasta que no pudo aguantar más y exploto dentro al tiempo que notaba la presión del coño extrayendo toda su leche. Nick soltó las piernas de Maris y se arrodilló hasta apoyar con cuidado la cabeza en su vientre. Aspiró: la piel le olía a jazmín y a sexo.
—¡Feliz cumpleaños, Maris!
Maris le acarició el pelo empapado en sudor.
—Eres de los que merece la pena conservar.
Nick se rió, dejando traslucir en su rostro que estaba de acuerdo con ella.
Invitado
Invitado
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
woow!!
sooi mui perver >.<
no estuboo geniaaal!!
me encantooo!!!
palabraa de jonathiqaaa!!!
sooi mui perver >.<
no estuboo geniaaal!!
me encantooo!!!
palabraa de jonathiqaaa!!!
heyIt's Egla Lovato Jonas
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
woow!!
sooi mui perver >.<
no estuboo geniaaal!!
me encantooo!!!
palabraa de jonathiqaaa!!!
sooi mui perver >.<
no estuboo geniaaal!!
me encantooo!!!
palabraa de jonathiqaaa!!!
heyIt's Egla Lovato Jonas
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
jonathiqiitha escribió:woow!!
sooi mui perver >.<
no estuboo geniaaal!!
me encantooo!!!
palabraa de jonathiqaaa!!!
¡¡Bienvenida!!
Me alegro de que te guste. Anima que a alguien le gusten las historias.
Tengo más one-shots, pero no publicaré hasta que haya más lectoras.
Espero poder publicar pronto
Invitado
Invitado
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
!!wola''
Jud adore ese Shot d'vdd dbess poner los demass
te suplico te suplico te suplico :lol:
xfa xfa ziip zip iio soii una mazz :D
ahorititha mismo me encargo dqee vengan mazz pero ....
GO JUD GO!!!
Creo qee no se nottha qee soii jeje xP
NEW CRAZY READER PERVERT
8) 8) ''
JUD UP UP UP PLEASEE I-LIKE-IT'!!!
!'danN <3
'dannii'†
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
Hay PERO POR DIOS! NO PARE DE REIRME...Y CREEME QUE CUANDO ME RÍO ES PORQE ESTOY NERVIOZA Y ZI ESTOY NERVIOZA ES PORQUE ALGO ME GUZTOOO
JUD TIENEZ QE SEGUIRLAAAA, DONDE EZTAN LOS DEMAZ SHOOOT's
VAMOS JUD! HAY PERO QUE PAQUETOTE EL DE NICHOLAS! QUIERO UN REGALO ASÍ PARA MI CUMPLEAÑOS :twisted: SI ME DAN UN REGALO ASÍ
QUIERO QUE TODOS LOS DÍAS SEA MI CUMPLEAÑOS!
JUD TIENEZ QE SEGUIRLAAAA, DONDE EZTAN LOS DEMAZ SHOOOT's
VAMOS JUD! HAY PERO QUE PAQUETOTE EL DE NICHOLAS! QUIERO UN REGALO ASÍ PARA MI CUMPLEAÑOS :twisted: SI ME DAN UN REGALO ASÍ
QUIERO QUE TODOS LOS DÍAS SEA MI CUMPLEAÑOS!
Invitado
Invitado
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
X DIOS Q SHOT... JAJAJA YO ESTOY IGUAL Q NINA ME RIOO Y ESTOY NERVIOSA...
QUE SUERTE K ESTOY SOLA SI NO ME ESCUCHAN Y ME TACHAND LOKA XD...
ME GUSTO...
QUE SUERTE K ESTOY SOLA SI NO ME ESCUCHAN Y ME TACHAND LOKA XD...
ME GUSTO...
Just Me! Melissa! :)
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
¡¡¡WOW!!!
Lamente d etodo corazon no haber publicado antes, pero he estado de vacaciones.
Cuando he entrado y he visto todos los comentarios he flipado.
De verdad chicas, estoy tan ilusionada y sorprendida de ver todos vuestros comentarios que aún no me lo creo de todo.
Y ahora el segundo one-shoot:
La gata con botas
Las encontré por casualidad. Hacía días, casi una semana, que había dejado la búsqueda por imposible, pero entonces di con ellas, la noche anterior a su cumpleaños; allí estaban, en el escaparate de una tienda de segunda mano: las botas. Altas hasta la rodilla, de cuero negro y con un tacón de al menos doce centímetros. Incluso a través del cristal, se veía que eran de piel blanda, de las que se ajustan como un guante, y suficientemente amplias como para que entraran mis musculosas pantorrillas. Me protegí del reflejo de la farola con una mano y me acerqué más para poder fijarme en las puntas: alargadas pero no demasiado afiladas. Impresionante: eran perfectas, justo lo que quería mi marido. Como había asumido que no las encontraría, ya le había comprado otro regalo de los caros por si acaso, pero ¿qué mas daba? Me había venido a ver un ángel en el último momento y no iba a mandarlo a paseo.
Al suspirar, mi aliento empañó el escaparate y me di cuenta de que tenía la nariz prácticamente pegada al cristal.
Me disponía a limpiar el vaho para seguir contemplando las botas, cuando, de repente, me invadió el nerviosismo al imaginar que alguien se me estaba adelantando y estaba a punto de hacerse con ellas o que al entrar, la dependienta iba a decirme: «Lo siento, son las de exposición.» En ese caso, tendría que arrodillarme y rogar, ofrecerle cualquier cosa a cambio. A lo mejor conseguía que me dejara usarlas por una noche.
La puerta no se abrió a la primera y de pronto me aterro la posibilidad, que aún no había barajado, de que la tienda estuviera ya cerrada, y me vi pataleando por la noche, flagelándome por haber dejado todo para el ultimo momento. Sin embargo, en lugar de tirar, hice un nuevo intento empujando y cuando la puerta se abrió me llené de un aroma a incienso y a pachulí, mezclado con el olor que emanaba del fondo de los bolsos envejecidos.
Al verme, la dependienta morena situada tras el mostrador movió ligeramente las comisuras de los labios para dedicarme una somera media sonrisa. Aunque era el tipo de chica con la que me habría puesto a charlar y a tontear en una situación normal –mona, casi masculina, divertida y con una bonita sonrisa- en esta ocasión yo iba a lo mío.
-Aquellas botas -salté mientras señalaba al escaparate—, ¿las venden?
La chica volvió a sonreír, esta vez sin ambages, y me mostró unos dientes blancos y perfectamente alineados.
—Aquí está todo en venta —contestó—; bueno, excepto yo.
Se calló un instante, como para repensar su respuesta y añadió:
—Bueno, por lo menos no habitualmente.
Algo hizo que se me encogiera el estómago.
—¡Menos mal! Me las llevo.
La dependienta dudó, se colocó uno de los rizos por detrás de la oreja y preguntó:
—¿No quiere saber cuánto cuestan, o el número, o algo?
Negué con la cabeza. Me daba igual. Si eran del 36, me tomaría unas aspirinas primero y luego me las embutiría en los pies durante un par de horas. Y si costaban cien dólares, tampoco me importaba. Las pagaría con tarjeta. Mi marido nunca volvería a cumplir los treinta.
La chica sacó las botas del escaparate y las depositó en el mostrador. Me resistí a acariciar aquel cuero.
—Veintidós dólares —me informó—, y son del número treinta y ocho.
Me entró la risa. Aquello sí que era bueno. ¡Increíble pero cierto! Quizás un pelín grandes —mi número es el treinta y siete y medio—, pero era más de lo que se podía pedir. Me entraron ganas de saltar por encima del mostrador y darle un abrazo a la dependienta, pero me observaba como si estuviera ante una lunática, de modo que me limité a darle mi tarjeta y las gracias.
—No hay de qué; yo encantada —insinuó pasando dos dedos lentamente por el alargado y finísimo tacón de una de las botas-; ¿o es otra persona la que va a quedarse encantada?
Me puse colorada. Mi actitud debía de haber resultado demasiado transparente; vamos, que podría haberme cobrado cien dólares de más y las habría comprado igual. Era obvio que me moría por hacerme con ellas.
Luego, sin mirarme, las envolvió lenta y cuidadosamente con papel protector y las metió en una bolsa
—Ya volverá para contarme qué tal ha ido todo ¿eh?
—¡Vale! —le prometí. La verdad es que, con aquella sonrisa, la chica era una monada.
Luego me fui a casa con mis botas nuevas para organizado todo.
Aquella noche no pegué ojo. Las había guardado al fondo del armario, al lado de nuestros juguetitos, y la sola idea de pensar que estaban allí, esperando me ponía nerviosa. Quería calzármelas ya, clavarle un tacón en el muslo a mi marido para despertarlo pero me contuve; sólo me quedé mirándolo mientras dormía fijándome en las patas de gallo que le habían aparecido aquel año y en el cabello canoso de las sienes, y me dediqué a pensar qué me pondría con las botas al día siguiente: el vestido abierto anudado a la cintura sin nada debajo, una camisa larga abotonada solo hasta la mitad, o única y exclusivamente las botas, un tanga negro y un collar plateado..
Al final, decidí que llevaría el vestido negro sin ropa interior. Me lo puse antes de que él llegara a casa y me lo ate flojo en la cintura; luego me puse las botas que se me ajustaban a los tobillos y pantorrillas. El cuero apretado llegaba justo a la altura de las rodillas. Casi no podía caminar con aquellos tacones, pero supuse que eso era lo de menos: con sorprenderlo en cuanto entrara en casa, bastaba. Me hice un moño muy sexy, de esos medio deshechos que llevan las bibliotecarias. Cuando hube acabado, me senté en la cama a esperar.
No tardé mucho en oír el ruido de las llaves en la puerta principal.
—¡Cariño! —me llamó.
Me levanté, me alisé la parte de atrás del vestido, me apoyé en la puerta y adopté una postura que confiaba en que fuera sensual, de las que pedían a gritos un «mírame» y no de las de que provocaban un «¿no son un poco altos esos tacones?».
—Estoy aquí —respondí.
El entró con la vista baja, concentrado en deshacerse el nudo de la corbata.
—¿Qué es lo que pasa con...?
Al levantar la cabeza, me vio.
—¡Feliz cumpleaños! —le dije enseguida.
Yo estaba inquieta, allí parada, sólo con aquellas botas y un vestido tan fino que se me transparentaban los pezones. ¿En qué estaría pensando? Seguramente él estaba de broma cuando sugirió que le comprara esas botas por su treinta cumpleaños. ¡Dios mío! Yo misma estaba también al borde de la treintena y ya se me había pasado la edad de llevar botas así de altas, más aún de ponerme en esa postura tan forzada.
—¡Madre mía! —exclamó.
Su voz sonaba ahogada, como si le hubieran dado un puñetazo en la garganta. Por alguna razón, aquella exclamación hizo que me sintiera algo mejor y que pensara que a lo mejor no había sido tan mala idea.
Luego me fijé en su mirada, más oscura que nunca, y me recorrió un escalofrío. Ésa era la reacción que esperaba.
Estuvo así, con los ojos clavados en mí, durante tanto tiempo que se me puso la carne de gallina desde los muslos hasta el coño. La mezcla entre los nervios y la excitación me hacía temblar hasta tal punto que temía que empezaran a castañetearme los dientes si él no hacía algo. Respiré, tragué saliva.
—¿A qué esperas para desenvolverme? —lo tenté sin poder evitar una sonrisa para disimular los nervios que delataba mi voz.
No pareció que él se diera cuenta o que le importara demasiado. Entonces se me aproximó, tanto que distinguí a la perfección las arruguitas que se le estaban formando junto a los ojos. Me pasó las manos, cálidas y fuertes, por la parte inferior de la espalda y tiró de mí para atraerme hacia sí. Luego fue bajando, recorriendo mis curvas hasta agarrarme el culo.
—¡Vaya! —soltó. Igual que hacía en el cine cuando fingía desperezarse para abrazarme.
Dejó allí las manos, jugueteó con los labios en mi oreja y me dio un mordisquito.
—¿Y si no me apetece quitarte el envoltorio? —me retó.
De nuevo, se me puso la carne de gallina, todo el cuerpo, incluso por dentro. Me apoyé en su tórax y su calidez me calmó la piel. Notaba la presión de su polla dura contra mí y aquello me puso a mil otra vez. Tragué saliva para recuperar el control. Había olvidado lo atractivo que podía volverse cuando estaba excitado.
—Bueno, si no me abres te quedas sin sorpresa —insistí.
Entonces me separó de él estirando los brazos y me sujetó allí quieta para observarme, como si yo fuera un cuadro que acabara de descubrir.
—¡Madre mía de mi vida! ¡Estás impresionante!
Esas botas...
Bajó la vista y seguí sus movimientos para saber qué estaba mirando, y efectivamente, se deleitaba en las botas, que realzaban mis pantorrillas, en el contraste entre el negro del cuero y la palidez de mi piel.
—¿De verdad te gustan?
Su respuesta consistió en arrodillarse delante de mí. Por un instante pensé en lo incómodo que estaría sobre el suelo de madera, y quise recordarle que ya no era tan joven, pero en ese momento él posó la boca en el borde superior de la bota, justo en el límite entre el cuero y mi piel. Y empezó a lamer: piel, mitad blanca, mitad negra. Y sentí el calor de su lengua y el cosquilleo de sus dientes sobre la pantorrilla. Volvió a ponérseme la carne de gallina y un escalofrío me ascendió por las piernas y la espalda, y los pezones se transparentaron erectos a través del fino tejido. Lo único que podía hacer era gemir.
Paso la mano por una bota, luego por la otra, y se fue deteniendo a cada palmo para acariciarla: en los tobillos, las espinillas, las pantorrillas. Aunque a mí nunca me han gustado especialmente los pies —encuentro que el pecho, la polla y la sonrisa resultan mucho mas interesantes—, cuando empezó a acariciarme por encima del cuero comprendí por qué a la gente le gustan tanto.
Luego, volvió a besarme la piel, ahora por encima de las botas, en el hueco interior de la rodilla Su mano ascendía por mi muslo con cada beso y, al llegar al coño, presionó un poco antes de introducirme los dedos.
—Estás empapada.
Subió hasta mi ombligo acariciándome con los labios y jugueteó con los dedos dentro de mí hasta que me estremecí.
—Pensaba que éste era mi regalo de cumpleaños
—Ya sabes —me disculpé, aunque entendía, por su forma de decirlo, que no le importaba que yo lo estuviera disfrutando tanto como él.
Se irguió retiró los dedos y en su lugar metió la polla, hinchada, más larga que de costumbre —o puede que fuera la postura— y yo gemí sorprendida y excitada mientras me la introducía. Empezó a embestirme, sin dejar de besarme en la mejilla, en la barbilla, en la nariz, en un sitio distinto a cada empujón. Con las botas puestas era casi tan alta como él, y no tenía que estar de puntillas para recibirlo: estaba a la altura justa para que él me balanceara, enganchada como estaba a él.
De repente se retiró y propuso que nos fuéramos a la cama.
—Es que así no puedo verte las botas.
Se desnudó rápidamente; estaba como un niño con zapatos nuevos, incapaz de bajar el ritmo. De un salto, se tumbó en la cama boca arriba, con las manos detrás de la cabeza. Casi me entra la risa: allí tendido, era todo polla, perfectamente erecta sobre su cuerpo y con aquella curvatura que tanto me gustaba.
Me agaché y empecé a quitármelas.
—No, no te las quites —me pidió—, déjatelas puestas.
—¿Y el edredón? Se va a manchar.
—¿Dirías por mi cara que en estos momentos me importa?
Lo miré, allí tumbado y desnudo, con la polla tiesa y esperándome, y decidí que a mí tampoco me importaba. Me subí a la cama, me senté a horcajadas sobre él y pegué las botas lo más cerca que pude de sus caderas para que le rozara el cuero en cada movimiento. Le cogí la polla con la mano y me agaché sobre él. Empezaban a dolerme los muslos, pero me daba igual, merecía la pena sentirlo dentro de mí.
Fui descendiendo despacio para introducirme el pene, poco a poco. Me encantaba ver cómo cerraba los ojos y abría la boca cada vez que yo descendía un poco más. Se mantuvo en silencio hasta que me agarré a sus hombros y empecé a subir y bajar clavada en su miembro; entonces empezó a gemir, echó la cabeza hacia atrás levemente y estiró los brazos para poder tocarme las botas a la altura de los tobillos. Sus caricias por encima del cuero me hicieron anhelarlo como si no estuviera dentro, aunque ya lo estaba.
—¿Cambiamos? —propuso al cabo de unos minutos.
Aunque los muslos me ardían por el esfuerzo de aguantar en esa postura, el resto del cuerpo también me ardía de excitación. Me recordé a mí misma que no era mi cumpleaños, sino el suyo.
—¿Quieres tú? —me cercioré.
El cerró los ojos y me embistió con las caderas unas cuantas veces, con vigor y muy rápido.
—Venga, cambiamos. Necesito un condón de todas formas...
Mientras se iba a coger uno de la cómoda, rodé sobre el colchón de modo que cuando estuvo de vuelta, se topó con un culo y unas botas. Ni siquiera se detuvo a ponerse el preservativo, me agarró de las nalgas y me clavó la verga otra vez.
—¡Dios! ¡Me vas a matar! —exclamó jadeante.
—Bueno, está todo pensado; ¿no ves que con la edad que tienes ya puedo beneficiarme de tu seguro de vida?
Tal y como yo esperaba, en lugar de contraatacar, su reacción consistió en follarme con más fuerza. Me erguí para encajar mejor sus embestidas. Me encanta esa postura, adoro sentir cómo le rebotaban los huevos contra mí, cómo me abraza, como lo hacía en ese momento, para alcanzar mis pezones y pellizcarlos.
—¡Zorra! —me susurró cuando pasaba del pecho al clítoris y empezaba a frotármelo.
—¡Mierda! —pude emitir, jadeante, con un hilito de voz. Luego respiré profundamente en mi delirio.
Tras unos instantes dejó de mover los dedos y se retiró. Yo gemí de nuevo, anhelante. Oí el sonido del envoltorio del condón y luego noté de nuevo su polla dentro de mí, distinta, pero tan dura, tan suya...
El me agarró las botas por los tobillos y los levantó. Por un momento me pareció que estábamos practicando una nueva posición de yoga—la del perro con botas—; luego, al recolocar las caderas, pude, yo también, empujar contra él, que en cada balanceo apretaba las botas con más fuerza.
—Vas a tener que apañarte tú sólita —me advirtió.
Aunque al principio no entendí lo que quería decir, enseguida caí en la cuenta de que se refería a que tenía las manos ocupadas, así que apoyé un hombro, con lo que elevé más las nalgas, y alargué el brazo.
Tenía el clítoris húmedo e hinchado: en cuanto empecé a acariciarlo, los escalofríos me atravesaron el cuerpo entero. Iba a correrme y el hecho de que fuera su cumpleaños me hizo sentir un poco culpable.
—¡Vamos, cielo! —me animó.
A él también le gustaba que yo me masturbara mientras él me follaba, pensé. Así que me froté con vicio, lo visualicé detrás de mí, moviéndose, agarrándome con fuerza de las botas. Me corrí antes que él, pero apenas importó porque su orgasmo fue largo e intenso: se estremeció dentro de mí, soltó las botas y me abrazó fuerte apoyándose en mi espalda, como si desfalleciera. Sentí los latidos de su corazón en mi piel, al ritmo del mío, al ritmo al que seguía palpitando mi clítoris.
—¡Dios! ¡Dios, Dios, Dios!
Me entró la risa y me moví un poquito para que se quitara de encima. En cuanto se apartó, me escabullí y me quité las botas. Él me observaba desde la cama, con la polla tiesa y el condón aún puesto.
—Creo que ni voy a preguntarte dónde las has conseguido —me dijo.
Me tumbé a su lado. Nuestros cuerpos no eran más que piel, sudor y fuego.
—He tenido que vender mi alma al diablo.
Se acurrucó en mi cuello.
—Mmmm, pues ha merecido la pena.
—Eso espero. ¡Feliz cumpleaños, cariño!
Se rió y, al hacerlo, se le formaron unas arruguitas en la comisura de los labios, nuevas, como pequeñas repeticiones de su sonrisa.
—Es verdad, es mi cumpleaños —dijo con un suspiro—. Esta mañana me sentía mayor.
—¿Y ahora?
—Ahora ya no tanto.
—Eso está bien.
—Además —siguió mientras me acariciaba el pelo y me besaba la barbilla—, me vas a alcanzar enseguida. El mes que viene cumples los mismos años que yo aunque no tengo ni idea de qué es lo que vas a pedir de regalo, no creo que pueda superar lo de las botas.
Rodé sobre mí misma para acercarme más a él para volver a notar sus latidos en mi espalda. Pensé en la dependienta, con el pelo oscuro y cortito, los ojos juguetones y la forma en que había sonreído mientras envolvía la caja.
—¡Uy!, no te preocupes; seguro que se me ocurre algo.
Lamente d etodo corazon no haber publicado antes, pero he estado de vacaciones.
Cuando he entrado y he visto todos los comentarios he flipado.
De verdad chicas, estoy tan ilusionada y sorprendida de ver todos vuestros comentarios que aún no me lo creo de todo.
Y ahora el segundo one-shoot:
La gata con botas
Las encontré por casualidad. Hacía días, casi una semana, que había dejado la búsqueda por imposible, pero entonces di con ellas, la noche anterior a su cumpleaños; allí estaban, en el escaparate de una tienda de segunda mano: las botas. Altas hasta la rodilla, de cuero negro y con un tacón de al menos doce centímetros. Incluso a través del cristal, se veía que eran de piel blanda, de las que se ajustan como un guante, y suficientemente amplias como para que entraran mis musculosas pantorrillas. Me protegí del reflejo de la farola con una mano y me acerqué más para poder fijarme en las puntas: alargadas pero no demasiado afiladas. Impresionante: eran perfectas, justo lo que quería mi marido. Como había asumido que no las encontraría, ya le había comprado otro regalo de los caros por si acaso, pero ¿qué mas daba? Me había venido a ver un ángel en el último momento y no iba a mandarlo a paseo.
Al suspirar, mi aliento empañó el escaparate y me di cuenta de que tenía la nariz prácticamente pegada al cristal.
Me disponía a limpiar el vaho para seguir contemplando las botas, cuando, de repente, me invadió el nerviosismo al imaginar que alguien se me estaba adelantando y estaba a punto de hacerse con ellas o que al entrar, la dependienta iba a decirme: «Lo siento, son las de exposición.» En ese caso, tendría que arrodillarme y rogar, ofrecerle cualquier cosa a cambio. A lo mejor conseguía que me dejara usarlas por una noche.
La puerta no se abrió a la primera y de pronto me aterro la posibilidad, que aún no había barajado, de que la tienda estuviera ya cerrada, y me vi pataleando por la noche, flagelándome por haber dejado todo para el ultimo momento. Sin embargo, en lugar de tirar, hice un nuevo intento empujando y cuando la puerta se abrió me llené de un aroma a incienso y a pachulí, mezclado con el olor que emanaba del fondo de los bolsos envejecidos.
Al verme, la dependienta morena situada tras el mostrador movió ligeramente las comisuras de los labios para dedicarme una somera media sonrisa. Aunque era el tipo de chica con la que me habría puesto a charlar y a tontear en una situación normal –mona, casi masculina, divertida y con una bonita sonrisa- en esta ocasión yo iba a lo mío.
-Aquellas botas -salté mientras señalaba al escaparate—, ¿las venden?
La chica volvió a sonreír, esta vez sin ambages, y me mostró unos dientes blancos y perfectamente alineados.
—Aquí está todo en venta —contestó—; bueno, excepto yo.
Se calló un instante, como para repensar su respuesta y añadió:
—Bueno, por lo menos no habitualmente.
Algo hizo que se me encogiera el estómago.
—¡Menos mal! Me las llevo.
La dependienta dudó, se colocó uno de los rizos por detrás de la oreja y preguntó:
—¿No quiere saber cuánto cuestan, o el número, o algo?
Negué con la cabeza. Me daba igual. Si eran del 36, me tomaría unas aspirinas primero y luego me las embutiría en los pies durante un par de horas. Y si costaban cien dólares, tampoco me importaba. Las pagaría con tarjeta. Mi marido nunca volvería a cumplir los treinta.
La chica sacó las botas del escaparate y las depositó en el mostrador. Me resistí a acariciar aquel cuero.
—Veintidós dólares —me informó—, y son del número treinta y ocho.
Me entró la risa. Aquello sí que era bueno. ¡Increíble pero cierto! Quizás un pelín grandes —mi número es el treinta y siete y medio—, pero era más de lo que se podía pedir. Me entraron ganas de saltar por encima del mostrador y darle un abrazo a la dependienta, pero me observaba como si estuviera ante una lunática, de modo que me limité a darle mi tarjeta y las gracias.
—No hay de qué; yo encantada —insinuó pasando dos dedos lentamente por el alargado y finísimo tacón de una de las botas-; ¿o es otra persona la que va a quedarse encantada?
Me puse colorada. Mi actitud debía de haber resultado demasiado transparente; vamos, que podría haberme cobrado cien dólares de más y las habría comprado igual. Era obvio que me moría por hacerme con ellas.
Luego, sin mirarme, las envolvió lenta y cuidadosamente con papel protector y las metió en una bolsa
—Ya volverá para contarme qué tal ha ido todo ¿eh?
—¡Vale! —le prometí. La verdad es que, con aquella sonrisa, la chica era una monada.
Luego me fui a casa con mis botas nuevas para organizado todo.
Aquella noche no pegué ojo. Las había guardado al fondo del armario, al lado de nuestros juguetitos, y la sola idea de pensar que estaban allí, esperando me ponía nerviosa. Quería calzármelas ya, clavarle un tacón en el muslo a mi marido para despertarlo pero me contuve; sólo me quedé mirándolo mientras dormía fijándome en las patas de gallo que le habían aparecido aquel año y en el cabello canoso de las sienes, y me dediqué a pensar qué me pondría con las botas al día siguiente: el vestido abierto anudado a la cintura sin nada debajo, una camisa larga abotonada solo hasta la mitad, o única y exclusivamente las botas, un tanga negro y un collar plateado..
Al final, decidí que llevaría el vestido negro sin ropa interior. Me lo puse antes de que él llegara a casa y me lo ate flojo en la cintura; luego me puse las botas que se me ajustaban a los tobillos y pantorrillas. El cuero apretado llegaba justo a la altura de las rodillas. Casi no podía caminar con aquellos tacones, pero supuse que eso era lo de menos: con sorprenderlo en cuanto entrara en casa, bastaba. Me hice un moño muy sexy, de esos medio deshechos que llevan las bibliotecarias. Cuando hube acabado, me senté en la cama a esperar.
No tardé mucho en oír el ruido de las llaves en la puerta principal.
—¡Cariño! —me llamó.
Me levanté, me alisé la parte de atrás del vestido, me apoyé en la puerta y adopté una postura que confiaba en que fuera sensual, de las que pedían a gritos un «mírame» y no de las de que provocaban un «¿no son un poco altos esos tacones?».
—Estoy aquí —respondí.
El entró con la vista baja, concentrado en deshacerse el nudo de la corbata.
—¿Qué es lo que pasa con...?
Al levantar la cabeza, me vio.
—¡Feliz cumpleaños! —le dije enseguida.
Yo estaba inquieta, allí parada, sólo con aquellas botas y un vestido tan fino que se me transparentaban los pezones. ¿En qué estaría pensando? Seguramente él estaba de broma cuando sugirió que le comprara esas botas por su treinta cumpleaños. ¡Dios mío! Yo misma estaba también al borde de la treintena y ya se me había pasado la edad de llevar botas así de altas, más aún de ponerme en esa postura tan forzada.
—¡Madre mía! —exclamó.
Su voz sonaba ahogada, como si le hubieran dado un puñetazo en la garganta. Por alguna razón, aquella exclamación hizo que me sintiera algo mejor y que pensara que a lo mejor no había sido tan mala idea.
Luego me fijé en su mirada, más oscura que nunca, y me recorrió un escalofrío. Ésa era la reacción que esperaba.
Estuvo así, con los ojos clavados en mí, durante tanto tiempo que se me puso la carne de gallina desde los muslos hasta el coño. La mezcla entre los nervios y la excitación me hacía temblar hasta tal punto que temía que empezaran a castañetearme los dientes si él no hacía algo. Respiré, tragué saliva.
—¿A qué esperas para desenvolverme? —lo tenté sin poder evitar una sonrisa para disimular los nervios que delataba mi voz.
No pareció que él se diera cuenta o que le importara demasiado. Entonces se me aproximó, tanto que distinguí a la perfección las arruguitas que se le estaban formando junto a los ojos. Me pasó las manos, cálidas y fuertes, por la parte inferior de la espalda y tiró de mí para atraerme hacia sí. Luego fue bajando, recorriendo mis curvas hasta agarrarme el culo.
—¡Vaya! —soltó. Igual que hacía en el cine cuando fingía desperezarse para abrazarme.
Dejó allí las manos, jugueteó con los labios en mi oreja y me dio un mordisquito.
—¿Y si no me apetece quitarte el envoltorio? —me retó.
De nuevo, se me puso la carne de gallina, todo el cuerpo, incluso por dentro. Me apoyé en su tórax y su calidez me calmó la piel. Notaba la presión de su polla dura contra mí y aquello me puso a mil otra vez. Tragué saliva para recuperar el control. Había olvidado lo atractivo que podía volverse cuando estaba excitado.
—Bueno, si no me abres te quedas sin sorpresa —insistí.
Entonces me separó de él estirando los brazos y me sujetó allí quieta para observarme, como si yo fuera un cuadro que acabara de descubrir.
—¡Madre mía de mi vida! ¡Estás impresionante!
Esas botas...
Bajó la vista y seguí sus movimientos para saber qué estaba mirando, y efectivamente, se deleitaba en las botas, que realzaban mis pantorrillas, en el contraste entre el negro del cuero y la palidez de mi piel.
—¿De verdad te gustan?
Su respuesta consistió en arrodillarse delante de mí. Por un instante pensé en lo incómodo que estaría sobre el suelo de madera, y quise recordarle que ya no era tan joven, pero en ese momento él posó la boca en el borde superior de la bota, justo en el límite entre el cuero y mi piel. Y empezó a lamer: piel, mitad blanca, mitad negra. Y sentí el calor de su lengua y el cosquilleo de sus dientes sobre la pantorrilla. Volvió a ponérseme la carne de gallina y un escalofrío me ascendió por las piernas y la espalda, y los pezones se transparentaron erectos a través del fino tejido. Lo único que podía hacer era gemir.
Paso la mano por una bota, luego por la otra, y se fue deteniendo a cada palmo para acariciarla: en los tobillos, las espinillas, las pantorrillas. Aunque a mí nunca me han gustado especialmente los pies —encuentro que el pecho, la polla y la sonrisa resultan mucho mas interesantes—, cuando empezó a acariciarme por encima del cuero comprendí por qué a la gente le gustan tanto.
Luego, volvió a besarme la piel, ahora por encima de las botas, en el hueco interior de la rodilla Su mano ascendía por mi muslo con cada beso y, al llegar al coño, presionó un poco antes de introducirme los dedos.
—Estás empapada.
Subió hasta mi ombligo acariciándome con los labios y jugueteó con los dedos dentro de mí hasta que me estremecí.
—Pensaba que éste era mi regalo de cumpleaños
—Ya sabes —me disculpé, aunque entendía, por su forma de decirlo, que no le importaba que yo lo estuviera disfrutando tanto como él.
Se irguió retiró los dedos y en su lugar metió la polla, hinchada, más larga que de costumbre —o puede que fuera la postura— y yo gemí sorprendida y excitada mientras me la introducía. Empezó a embestirme, sin dejar de besarme en la mejilla, en la barbilla, en la nariz, en un sitio distinto a cada empujón. Con las botas puestas era casi tan alta como él, y no tenía que estar de puntillas para recibirlo: estaba a la altura justa para que él me balanceara, enganchada como estaba a él.
De repente se retiró y propuso que nos fuéramos a la cama.
—Es que así no puedo verte las botas.
Se desnudó rápidamente; estaba como un niño con zapatos nuevos, incapaz de bajar el ritmo. De un salto, se tumbó en la cama boca arriba, con las manos detrás de la cabeza. Casi me entra la risa: allí tendido, era todo polla, perfectamente erecta sobre su cuerpo y con aquella curvatura que tanto me gustaba.
Me agaché y empecé a quitármelas.
—No, no te las quites —me pidió—, déjatelas puestas.
—¿Y el edredón? Se va a manchar.
—¿Dirías por mi cara que en estos momentos me importa?
Lo miré, allí tumbado y desnudo, con la polla tiesa y esperándome, y decidí que a mí tampoco me importaba. Me subí a la cama, me senté a horcajadas sobre él y pegué las botas lo más cerca que pude de sus caderas para que le rozara el cuero en cada movimiento. Le cogí la polla con la mano y me agaché sobre él. Empezaban a dolerme los muslos, pero me daba igual, merecía la pena sentirlo dentro de mí.
Fui descendiendo despacio para introducirme el pene, poco a poco. Me encantaba ver cómo cerraba los ojos y abría la boca cada vez que yo descendía un poco más. Se mantuvo en silencio hasta que me agarré a sus hombros y empecé a subir y bajar clavada en su miembro; entonces empezó a gemir, echó la cabeza hacia atrás levemente y estiró los brazos para poder tocarme las botas a la altura de los tobillos. Sus caricias por encima del cuero me hicieron anhelarlo como si no estuviera dentro, aunque ya lo estaba.
—¿Cambiamos? —propuso al cabo de unos minutos.
Aunque los muslos me ardían por el esfuerzo de aguantar en esa postura, el resto del cuerpo también me ardía de excitación. Me recordé a mí misma que no era mi cumpleaños, sino el suyo.
—¿Quieres tú? —me cercioré.
El cerró los ojos y me embistió con las caderas unas cuantas veces, con vigor y muy rápido.
—Venga, cambiamos. Necesito un condón de todas formas...
Mientras se iba a coger uno de la cómoda, rodé sobre el colchón de modo que cuando estuvo de vuelta, se topó con un culo y unas botas. Ni siquiera se detuvo a ponerse el preservativo, me agarró de las nalgas y me clavó la verga otra vez.
—¡Dios! ¡Me vas a matar! —exclamó jadeante.
—Bueno, está todo pensado; ¿no ves que con la edad que tienes ya puedo beneficiarme de tu seguro de vida?
Tal y como yo esperaba, en lugar de contraatacar, su reacción consistió en follarme con más fuerza. Me erguí para encajar mejor sus embestidas. Me encanta esa postura, adoro sentir cómo le rebotaban los huevos contra mí, cómo me abraza, como lo hacía en ese momento, para alcanzar mis pezones y pellizcarlos.
—¡Zorra! —me susurró cuando pasaba del pecho al clítoris y empezaba a frotármelo.
—¡Mierda! —pude emitir, jadeante, con un hilito de voz. Luego respiré profundamente en mi delirio.
Tras unos instantes dejó de mover los dedos y se retiró. Yo gemí de nuevo, anhelante. Oí el sonido del envoltorio del condón y luego noté de nuevo su polla dentro de mí, distinta, pero tan dura, tan suya...
El me agarró las botas por los tobillos y los levantó. Por un momento me pareció que estábamos practicando una nueva posición de yoga—la del perro con botas—; luego, al recolocar las caderas, pude, yo también, empujar contra él, que en cada balanceo apretaba las botas con más fuerza.
—Vas a tener que apañarte tú sólita —me advirtió.
Aunque al principio no entendí lo que quería decir, enseguida caí en la cuenta de que se refería a que tenía las manos ocupadas, así que apoyé un hombro, con lo que elevé más las nalgas, y alargué el brazo.
Tenía el clítoris húmedo e hinchado: en cuanto empecé a acariciarlo, los escalofríos me atravesaron el cuerpo entero. Iba a correrme y el hecho de que fuera su cumpleaños me hizo sentir un poco culpable.
—¡Vamos, cielo! —me animó.
A él también le gustaba que yo me masturbara mientras él me follaba, pensé. Así que me froté con vicio, lo visualicé detrás de mí, moviéndose, agarrándome con fuerza de las botas. Me corrí antes que él, pero apenas importó porque su orgasmo fue largo e intenso: se estremeció dentro de mí, soltó las botas y me abrazó fuerte apoyándose en mi espalda, como si desfalleciera. Sentí los latidos de su corazón en mi piel, al ritmo del mío, al ritmo al que seguía palpitando mi clítoris.
—¡Dios! ¡Dios, Dios, Dios!
Me entró la risa y me moví un poquito para que se quitara de encima. En cuanto se apartó, me escabullí y me quité las botas. Él me observaba desde la cama, con la polla tiesa y el condón aún puesto.
—Creo que ni voy a preguntarte dónde las has conseguido —me dijo.
Me tumbé a su lado. Nuestros cuerpos no eran más que piel, sudor y fuego.
—He tenido que vender mi alma al diablo.
Se acurrucó en mi cuello.
—Mmmm, pues ha merecido la pena.
—Eso espero. ¡Feliz cumpleaños, cariño!
Se rió y, al hacerlo, se le formaron unas arruguitas en la comisura de los labios, nuevas, como pequeñas repeticiones de su sonrisa.
—Es verdad, es mi cumpleaños —dijo con un suspiro—. Esta mañana me sentía mayor.
—¿Y ahora?
—Ahora ya no tanto.
—Eso está bien.
—Además —siguió mientras me acariciaba el pelo y me besaba la barbilla—, me vas a alcanzar enseguida. El mes que viene cumples los mismos años que yo aunque no tengo ni idea de qué es lo que vas a pedir de regalo, no creo que pueda superar lo de las botas.
Rodé sobre mí misma para acercarme más a él para volver a notar sus latidos en mi espalda. Pensé en la dependienta, con el pelo oscuro y cortito, los ojos juguetones y la forma en que había sonreído mientras envolvía la caja.
—¡Uy!, no te preocupes; seguro que se me ocurre algo.
Invitado
Invitado
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
guauuuu!!!! me poneee toaa!!! jjejjeej xD sigue mass me encanta!!!! esta super tu historiaa se te da muy bien escribirr!!! :D me encanta!!!! quiero mas!! :D
blackandwhite
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
Que HOOOOOT ..!!
Ojalaaá los sigaaas proontooo...!!
Ojalaaá los sigaaas proontooo...!!
SaarahMaalikStyles{#}
Re: "Pide un deseo" (Solo mayores)
Hay somos muy PERVERS!!! Pero tú has de seguirlaaaa, eh? Me encanta:twisted:
Neves
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