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"De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 7.
Los conflictos.Joseph estaba furioso cuando aterrizó en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, sin paciencia para esperar el equipaje, dejó esa labor en manos de uno de los escoltas que lo esperaba a la salida de pasajeros. Y su ánimo no mejoró al ver a Miguel hacerle un gesto negativo con la cabeza.
—Hola Joseph, no sé qué pasa con _________, pero está en su casa y dijo que no vendría a recibirte —le soltó preocupado.
—Mierda.
—No sé que pudo haber pasado.
—Llévame allá enseguida.
Con que esas tenemos, pensó. Si ella creía que podía jugar con él, estaba muy equivocada. A lo mejor en una semana habían cambiado sus sentimientos, y mientras él se moría de amor como un soberano imbécil, ella pensaba en olvidarlo.
La punzada que sintió en el pecho le hizo rechazar esa suposición enseguida.
Al llegar a su casa casi brinca del auto. Tocó el timbre y ella le abrió enseguida.
—Ve por tu abrigo —le espetó enseguida, con mirada furibunda.
—No —le contestó ella beligerante.
—Me niego a tener está conversación aquí —se acercó más a ella. ¡Dios santo! Su olor lo aturdía. Se debatió entre zarandearla o abrazarla y besarla como loco.
—Pues aquí será —le contestó ella en el mismo tono. Era testaruda, no cabían dudas—. No pienso ir a ningún lado.
Joseph, que ya había aprendido a conocer sus gestos, la miró fijamente unos segundos y le dijo:
—Como quieras —se cerró sobre ella, la alzó del suelo y se la echó al hombro. En tres zancadas ya estaba dentro del auto.
—¡Eres un bruto! —explotó enseguida y añadió—: ¡Un neardental!
—No estoy muy contento que digamos —la miró furioso, el color de sus ojos se había oscurecido y en tono irónico continuó—: Perdona mis modales.
—Suéltame.
Él no le hizo caso.
—¡Miguel, sal del auto! Tengo un asunto que arreglar con _________.
Miguel bajó aterrado del vehículo. Joseph sabía que su comportamiento le era ajeno.
—¿Por qué no me esperaste en el aeropuerto? —le gritó furioso. Se sostuvieron la mirada como los dos contrincantes de un duelo. Tenía tantas cosas que reprocharle que la pregunta del aeropuerto le pareció una estupidez. No había contestado sus llamadas, no le había dicho que lo amaba, no la sentía suya a pesar de lo ocurrido entre ellos.
—No tengo que ir siempre que tú quieras —le contestó con un resoplido iracundo y con la vista puesta en la calle.
Joseph se percató por el tono de voz, que _________, apenas aguantaba las ganas de llorar y se regodeo satisfecho.
Con la mano en la barbilla la obligó a mirarlo y acercó su rostro hasta que quedó a milímetros del de ella. Su corazón se agitó al encontrar los ojos de _________. El la tomó de ambos brazos y le señaló:
—¡Estás equivocada! ¡Tienes que ir siempre! —decía con timbre alterado que le daba un tono aún más ronco a su voz—. ¡Debes estar conmigo siempre! ¡Cada minuto de las veinticuatro horas, si es necesario! —La miraba con ojos relampagueantes—. ¡Pero qué diablos estoy diciendo! —La soltó enseguida.
Se sintió estúpido ante una mujer por primera vez en su vida. ¿Qué hacía reclamando el amor de una mujer que parecía no tener los mismos sentimientos que él? Y sin embargo, no deseaba estar en otro lugar. Su olor, su cabello, todo lo idiotizaba y eso lo sulfuraba más.
—Pero yo no puedo decir lo mismo ¿verdad? —le contestó, algo apaciguada al ver la expresión de sus ojos.
—¿Qué quieres decir? —la miró extrañado.
—Sabes muy bien qué quiero decir —respondió dolida—. Mientras yo estoy a tu entera disposición cada minuto de las veinticuatro horas del día, tú sales en revistas con mujeres hermosas y elegantes —le lanzó las palabras con los puños apretados y con tono de voz frío e impasible.
Joseph observó su actitud digna e indiferente y se sulfuró aún más, pero un destello que le oscurecía la mirada le hizo saber que ella también estaba rabiosa.
—¿Lo dices por eso? —le respondió extrañado. Casi se le ríe en la cara, pero no quería tentar más su suerte—. ¿Estás celosa por una foto que ni recuerdo cuando la tomaron?
—¿Así de concentrado estabas en esa mujer? —La mirada de ojos aguados que le lanzó su _________ era una advertencia. Ella le haría pagar cada una de sus lágrimas.
—¡Por Dios! ¡Ni siquiera sé quién es esa mujer! Salimos al mismo tiempo, pero no somos pareja.
—¿Cómo puedo saber si me dices la verdad? —susurró, aún dolida, ya sin dignidad y llorándole en la cara.
—Yo no miento, _________. Acúsame de lo que quieras, menos de mentirte —le contestó dolido y atestiguó con su mirada, sus palabras.
—No me gusta la manera en que me siento Joseph —replicó ella al tiempo que negaba con la cabeza—. No me siento una buena persona en este momento.
Joseph podía adivinar que pasaba por la cabeza de ella. Estaba seguro de que ella deseaba lastimar, gruñir y arañar. Era celosa, posesiva, pero no tanto como él.
—Esto es tan difícil. Somos tan distintos, es mejor que no sigamos con esto —señaló, atormentada y triste—. Acabemos de una vez, Joseph.
—¡_________, te amo! —dijo de pronto y con intensidad. Hubiera querido hacerlo en otras circunstancias, pero no podía aguantar más—. Eres la única en mi vida, ¡mi amor! —la abrazaba como poseído—. ¡No puedes dejarme! ¡No te lo permitiré!
Acusó la expresión atónita de _________.
Joseph la abrazaba angustiado y eufórico a la vez. Por fin le había dicho que la amaba. ¿Pero, y si no le correspondía? ¿Si para ella era solo un capricho? No podría soportarlo, esta mujer se le había metido en el alma.
—Yo también te amo, hombre imposible.
_________ suspiró y abrió sus labios a él, en un gesto de rendición que hizo que Joseph tomara su boca. Las manos de _________ se elevaron hasta la nuca de él y le prodigaron caricias que atizaron sus deseos. Devoró sus labios, e irrumpió en su boca como deseaba hacerlo desde que le abrió la puerta de su casa. Asustados por la dimensión de locura que estaban tomando sus sentimientos, unieron sus lenguas con desesperación, mordisqueándose los labios una y otra vez, querían imprimir en sus bocas el sabor del otro. Desaparecieron las dudas, los celos, solo eran hombre y mujer, como debía ser.
—Mi amor debemos parar, no quiero dar un espectáculo en frente de tu casa.
_________ soltó la carcajada, pegó su rostro al pecho de él y le contestó:
—Mira lo que me haces.
Percibió el movimiento de sus labios en su piel. Lo recorrió un escalofrío, con ojos brillantes y mientras le acariciaba el contorno de su cara _________ continuó:
—Vamos a tu apartamento. Quiero sentirte, mi amor.
Joseph tomó el rostro de _________ en sus manos y la besó con todo el poderío del que se sabe dueño. Le comió la boca, la aferró a su cuerpo sin quererla soltar.
—¿Qué me haces? —instó él jadeante—. ¿Por qué contigo pierdo los papeles de esta manera? ¿Por qué? ¿Por qué?
Le abrió la blusa y recorrió con el pulgar la curva del seno hasta toparse con la erguida punta, lo que produjo un gemido en ella. Posó la cabeza entre los pechos y con la boca tomó posesión de uno de sus pezones. Ansioso, le acariciaba las piernas por debajo de la falda.
—Mi amor, por favor —rogó ella agitada.
Se separó renuente. Esperó a que ella se compusiera la blusa.
—¡Miguel! —Bajó el vidrio tintado del auto y llamó al joven que estaba sentado en una verja. Se acercó enseguida y continuó—: Llévanos volando al apartamento.
Nunca supieron cómo llegaron hasta allí. Joseph le acariciaba
las rodillas, y ella lo retiraba. Trató de calmarse, tampoco quería dar un espectáculo ante el jefe de seguridad. Se contuvo de besarla y acariciarla.
Se bajó del vehículo sin pronunciar palabra. Abrió la puerta del lado de _________ para ayudarla a bajar. Subieron al ascensor en silencio. No quería acercarse a ella en ese momento o la tomaría enseguida. Con impaciencia observaba los diferentes botones que se iluminaban a medida que el elevador ascendía.
Al llegar al apartamento, Joseph la arrinconó contra la primera pared que encontró.
—¡Te necesito ahora! —le susurró de forma ronca y brusca en el tono que siempre utilizaba cuando lo invadía la pasión, y mientras, la besaba de forma salvaje.
La ayudó a quitarse el suéter, le subió la falda a la cintura en segundos y le quitó las bragas sin dejar de besarla. Joseph le aferró con las manos las nalgas que estaban pegadas a la pared. Las acarició y las estrujó a su antojo. Ella respondió con avidez a sus caricias repletas de delirio y desesperación.
—Joseph…
Solo ella tenía el poderío de encenderlo de forma fulminante con solo pronunciar su nombre.
—¿Qué pasa?
—Te quiero dentro de mí.
Lo único que él hizo fue soltarse el cinturón, bajarse la cremallera y liberar la erección que lo estaba matando. _________ le agarró el pene con ansiedad, a lo que él gimió con destemplanza. La penetró sin miramientos ni contemplaciones, rogándole a Dios que estuviera lista para recibirlo.
Lo estaba.
Ni le pasó por la mente usar protección.
—Eres tan deliciosa, me estás matando —le decía en susurros ahogados, mientras la embestía fuertemente. Ella le respondía con besos en el cuello, en la quijada y caricias en la espalda hasta que llevó las manos a su trasero, lo que produjo un aumento en las embestidas. Quería atravesarla, calmar el miedo visceral que sentía de poder perderla.
La agarró por el cabello y le volvió a devorar la boca. Fue bajando por el cuello, con besos intensos, feroces. Era una posición incómoda. Joseph con los zapatos puestos y los pantalones a la altura de las rodillas, actuaba con una pasión impaciente, totalmente perdido
en la sensación de estar dentro de ella.
—Eres como un bizcochuelo de miel, podría devorarte entera —le susurraba pegado a su piel.
_________ apenas se podía mover, él estaba tan encima de ella que creyó que la iba a aplastar. Ella quería imprimir en sus caricias la magnitud de sus sentimientos, nada le importaba más.
Joseph no le dio tregua, y entre jadeos y gemidos agónicos, le abrió más las piernas y con un par de embestidas más, la hizo llegar al orgasmo casi enseguida.
Al momento él capituló llegando a un orgasmo con embestidas brutales, que creyó que la iban a partir en dos. Su gemido dio fe de lo que estaba sintiendo y _________ se regodeó satisfecha. Le había dado placer y se felicitó por ello, su feminidad estaba exultante.
—Perdóname —dijo apenado—, por mi falta de control.
—No tengo nada que perdonarte. No lo hubiera querido de otra forma —le respondió ella extasiada.
—_________, _________, te amo —la abrazaba quitándole la respiración, mientras la llevaba a la habitación—. Te amo tantísimo —dijo vulnerable.
Ella nunca lo había visto así. Trató de aplacarlo con palabras de amor y suaves caricias.
—Te amo más allá de todo, Joseph.
Le tomó la cara con las manos y lo besó.
Volvieron a amarse, ya un poco más calmados.
Más tarde asaltaron la cocina y, después de comer, tomaron un baño en la tina. Jugaban en el agua, con las manos entrelazadas.
—Cuando vi esa revista quise morirme —expresó mirándolo fijamente.
—No sé qué decir. Sabes que soy conocido para la prensa. Me retratan en cualquier ocasión.
—No quiero que vuelva a pasar.
—No pasará, te lo prometo. Las únicas fotos que saldrán de ahora en adelante serán las de los dos —concluyó enfático.
—No usamos protección, es la segunda vez que nos pasa —dijo ella impasible.
—Desearía tener un hijo contigo. —La voz oscura en que pronunció su deseo, le erizó la piel de los brazos y las piernas.
—A mí me gusta la idea.
Suspiró satisfecha. No necesitaron más palabras, ambos sabían que se pertenecían.
Salieron de la tina, se secaron mutuamente y volvieron a la cama.
—Tienes la piel suave, sensible —indicó Joseph observando algunas marcas que le había dejado en su primer encuentro, tan pronto habían llegado al apartamento.
Empezó a besarle la columna y, con una lluvia de besos, bajó hasta sus nalgas, que acarició, besó y mordisqueó a su antojo. Luego le dio la vuelta y empezó a acariciar sus pezones. Con besos suaves llegó hasta su ombligo, que chupó con igual dedicación.
—¿Sabías que eres una trampa de miel? Lista para atrapar a tu oso.
_________ soltó la carcajada.
—Solo a ti se te ocurre decir algo así.
—No eres solo tú la de los datos curiosos.
—Ya veo, pero creo que tendrás que hacer mucha investigación sobre el terreno, tendrás que estudiarlo y trabajarlo —lo miraba sonriente.
—Es cierto, en este momento voy a trabajarlo —y acercó la boca a su centro—. Eres pura miel, la más fina, la más exquisita y delicada, solo para mi disfrute.
Empezó a lamerla y a besarla como si de verdad fuera de miel. _________ jadeaba. Lo tomó del cabello pegando aún más su cara a ella. Friccionaba todo su sexo en su cara, en su nariz, en su boca, como una desvergonzada. Quería marcarlo como suyo, dejarle impreso su aroma para que ninguna mujer se atreviera a acercarse.
Esos sentimientos le desataron un intenso orgasmo.
Joseph la penetró enseguida, acomodó la pelvis y se hundió más en ella. Atesoró el momento de la unión con mirada ávida. Hizo lentas las embestidas sin dejar de mirar el punto de unión entre los dos. Ella se debatía desesperada.
—Más fuerte, mi amor —le susurró, con los dientes apretados mientras le acariciaba el pecho.
—¿Cómo? No te oigo —le contestó con mirada oscura y sin aumentar las embestidas.
—Por favor…
—Por favor ¿Qué?
Ella no le contestó. Llevó las manos a su trasero y enterró los dedos en él. Joseph se tensó, las embestidas, la respuesta de ella y su propia necesidad, le decían que se acercaba la liberación.
—Quiero que nos corramos al tiempo.
Ambos se acercaron al filo del abismo, y con la confianza que da el amor y el ser uno solo, se lanzaron al vacio. Joseph gruñó perdido en las contracciones de la vagina de su _________. Era como una fiebre que lo consumía. Le encantaba sentirla desmoronarse en medio de susurros y temblores. Él llegó a un orgasmo intenso y desesperado. Su corazón galopaba de dicha por saberla suya, de amor por todo lo que le brindaba y de desenfreno porque intuía que con ella siempre sería así. Nunca antes se había sentido poseído de esta manera por una mujer.
Lo tenía en sus manos.
Ella haría de él lo que quisiera y eso lo angustiaba.
La necesitaba hasta para respirar.
Estaba aterrado.
Su nombre de combate era Pablo, y luego de tres años como guerrillero urbano y de su formación en logística y guerra de guerrillas, era el encargado de reunir todos los datos de Joseph . Después de una reunión con la cúpula del movimiento en el sur del país, llegó con bríos para empezar a coordinar la Operación-Esmeralda como habían decidido llamar al secuestro del industrial. Era un hombre alto y delgado de cabello rizado y desordenado con una ligera cojera producto de un accidente de auto.
—¿Cuánto tiempo tendré para reunir la información?
—Dos meses —contestó Martin Huertas.
—Necesito dinero, infiltrar gente.
—Calcula los costos.
—Bien. ¿Con cuántos hombres cuento?
—Los que sean necesarios.
Las cosas estaban difíciles en la capital. La guerrilla urbana había sido duramente golpeada en los años anteriores y muchos de sus compañeros estaban muertos, o habían caído presos o peor, los
muy cobardes se habían desmovilizado. Tomó otro trago de aguardiente, la botella iba por más de la mitad.
Estaban reunidos en un bar de mala muerte en el centro de la ciudad. Una prostituta se les acercó, pero ellos la espantaron enseguida. El lugar era ruinoso olía a cigarrillo, orines y cerveza. Pero la noche era su aliada.
—Javier Cortés nos dará alguna información pero no me fio del tipo. Debemos hacerle creer que todo lo que hace nos ayuda, pero la verdadera información será la que reunamos nosotros.
—Está bien, quiero a los mejores.
—¿Sabes el origen de la palabra Okay? —le preguntó _________ a Joseph mientras entraban a desayunar a un restaurante de la calle noventa y tres.
Había ido a recogerla temprano a su casa. Aún le molestaba no poder pasar la noche completa con ella, pero pronto solucionaría el impase.
—No amor, no sé —le decía mientras la miraba tomar un jugo de naranja.
—Imagínate que en la guerra civil americana, cuando regresaban las tropas a los cuarteles sin ninguna baja, colocaban en una pizarra cero Kills, es decir, cero muertes. De ahí proviene la expresión para indicar que todo está bien.
Joseph se tensó ante la mirada de un par de hombres a _________ y la manera en que se les iban los ojos a su rostro y a sus pechos. Si esas miradas fueran para otra mujer Joseph ni siquiera se habría molestado, jamás reparaba en las miradas de otros hombres a sus conquistas. Pero con ella era diferente, no deseaba que la miraran y de esa forma tan codiciosa. La quería para él, era el único que la podía contemplar. Se le agrió el genio ante sus rudos pensamientos.
—¿Qué te pasa? —le preguntó _________ mientras acari-ciaba el contorno de su cara.
—Nada—. Tomó su mano y la llenó de besos.
Sus caricias lo calmaban. Allí sentado frente a ella, se preguntaba qué poder esgrimía esa mujer sobre él. Lo enervaba y lo calmaba, todo al mismo tiempo. Solo ella era capaz de llevarlo de un extremo a otro. Con su vasta experiencia se percató de que ella era la que sostenía el mango de la sartén en la relación y eso lo mortificaba. Quería revelarse, lo molestaba no tener el control absoluto de sus sentimientos, pero una simple mirada a esos ojos, y su alma se bañaba de luz, de paz. Decidió dejarlo estar no estaba de ánimos para
pelear contra la corriente, quería sumergirse en ella.
—¿Cuántos datos tienes recolectados? —preguntó curioso, volviendo al anterior tema de conversación.
—Centenares —respondió ella, mientras el mesero les colocaba el desayuno en la mesa, tostadas francesas, huevos benedictinos para ella, revueltos para él, té en leche para ella, café solo para él.
—Yo también tengo bastantes datos recolectados sobre ti. Algún día te haré un libro.
_________ lo miró como a un Dios.
—Gracias, amor. Es lo más bello que alguien podría hacer por mí —se acercó y lo besó emocionada.
—Dudo que pienses igual cuando lo leas —señaló él, burlándose de ella.
—¿A qué te refieres? —dejó la tostada a medio camino de la boca.
—Por ejemplo, que roncas cuando duermes bocabajo.
—Eso es mentira —le dijo ella segura.
—Dime la primera persona que reconozca que ronca. —Joseph reía. Era una mentira, pero quería provocarla. Le encantaba verla mortificada—. Además, cuando te quieres salir con la tuya tienes un gesto especial, aprietas la mandíbula y levantas una ceja.
No sigas. Si no, no me hará ilusión —dijo falsamente dolida.
—Mi amor, no te pongas así, es broma —la miró preocupado—. Verás que te sorprenderá —le acarició la palma de la mano con el pulgar. Luego le preguntó:
—¿Qué más hacemos hoy?
Quería complacerla, consentirla, iba a estar unos días fuera del país.
—Vamos al mercado de las pulgas de Usaquén.
— Allá iremos, mi amor.
Tomados de la mano salieron del restaurante. Estaban vestidos informalmente con jeans, chaquetas de cuero, gafas oscuras. Caminaron un rato. Los guardaespaldas los seguían a distancia prudente. Joseph observó a una pareja que tomaba fotografías. Había un pequeño niño con ellos, la cara del hombre se le hizo conocida, pero lo descartó de sus pensamientos en el momento en que _________ lo acercó a ella para besarlo.
Pasearon por todo el mercado de las pulgas, curioseando en los diferentes puestos. Era un mercado pintoresco. Podía encontrarse desde ropa vieja y muebles antiguos, hasta lámparas modernas y
portarretratos en diferentes materiales.
_________ le compró un portarretratos en madera gruesa de color oscuro.
—Vamos a tomarnos una foto y lo colocaremos en la habitación —le dijo emocionada.
—Está bien —contestó él con ternura.
Almorzaron en uno de los restaurantes de la zona y luego, con ella abrazada a su cintura, se dirigieron al apartamento. Joseph estaba nervioso, tenía algo para ella. _________ colocó la fotografía en el portarretratos y la puso en la mesa de noche.
Joseph no sabía por dónde empezar, apenas llevaban cuatro semanas juntos. Estaba nervioso como un demonio y le sudaban las manos. La tomó de la muñeca y la sentó en sus rodillas. Sus ojos vagaron por sus labios que estaban más llenos que de costumbre y de un rojo encendido por los besos que habían compartido minutos atrás. Deslizó la mano por su mejilla “Nunca he acariciado una piel tan suave”. Estaba levemente sonrosada y con la nariz enrojecida debido al sol y al frío que bajaba de las montañas y que quemaba más que cualquier sol caribeño.
Por fin se decidió a entregarle el anillo que llevaba dando vueltas en su bolsillo hacía dos semanas.
—Tengo algo para ti —le dijo emocionado—. En cuanto lo vi supe que debía ser tuyo —le entregó el anillo y le expresó—: Estoy profundamente enamorado de ti.
Ante el pasmo de _________ continuó:
—¿Quieres ser mi esposa?
_________ abrió los ojos sorprendida y se le llenaron los ojos de lágrimas. Tomó el hermoso anillo de oro blanco con un diamante de tres quilates, lo miraba anonadada.
—Nunca había tenido algo tan valioso —le dijo ya con las lágrimas rodándole por las mejillas.
—Es una de las muchas joyas que tendrás —contestó él sonriendo mientras llevaba un pulgar a sus mejillas para borrar el rastro de las lagrimas que surcaban su rostro.
—No me refería al anillo, Joseph —lo miró y con aire solemne continuó—. Me refiero a tu amor. Aunque el anillo es precioso, es tu amor el que me llena. Nunca lo olvides.
El corazón de Joseph dio un salto de júbilo. Ella lo abrazó, lo besó y le refregó la barbilla azulada con la nariz.
—Le agradezco a Dios todos los días tu presencia en mi vida —
le decía con mirada enamorada.
A Joseph se le secó la garganta, ninguna mujer lo había mirado así jamás. La necesitaba como no había necesitado a nadie más. Ella era su faro en medio de la tormenta. Era su asidero en el mundo cínico y déspota en el que se desenvolvía, necesitaba su candor, su ternura y su pasión. Ella no tenía idea del cúmulo de sentimientos que despertaba en él. Veneraba de igual manera su cara inocente, su cuerpo de infarto y su alma transparente.
—¿Por qué quieres casarte conmigo Joseph?
—Por qué te amo más allá de la razón. Porque no puedo vivir sin ti. Porque calientas mi alma de una forma que no creí que existiera. _________, sé que soy una persona difícil y a veces siento que no te merezco. Por favor, mi amor, por favor.
Joseph se frenó antes de decir lo que de verdad pensaba. “Serás mía, llevarás mi nombre”. “Me pertenecerás siempre”. “Me darás hijos”. Se regodeaba ante la sensación de que un simple papel o una ceremonia le dieran ese poder. Aún no entendía por qué ella despertaba al salvaje que había permanecido en su interior durante toda la vida hasta ahora. No quería que nadie la mirara, solo él. En ese momento se contenía de llevarla a la cama y amarla como Dios manda, marcarla con sus caricias. En vez de eso estaba ahí, pendiente de su respuesta.
Le acariciaba el cabello y el rostro mientras ella le sonreía con los ojos aguados.
—Te amo y será un gran honor para mí ser tu esposa. Me has hecho muy feliz.
—Oh, _________, no sabes lo que significa para mí todo esto que estamos viviendo—. Le murmuraba mientras la abrazaba con necesidad.
_________ miraba los hermosos ojos verdes de Joseph que brillaban de emoción.
—Tienes mi corazón, con tu nombre y tu rostro grabados en él. Y así será siempre.
—Nos casaremos tan pronto lleguen mis padres de Europa. Te llevaré a Barranquilla a conocer a toda mi familia.
Joseph le hablaba mucho de su familia, de su casa, de nana Rosa y de los diablillos de sus sobrinos, a quienes adoraba.
—Está bien, lo que quieras —le contestó ella embelesada con su anillo.
—Mayor Martínez, tengo algo importante que decirle —le dijo un
joven teniente de la policía de la central de inteligencia al oficial superior que estaba sentado detrás de un escritorio.
—Hable, joven —le espetó el Mayor mientras firmaba unos papeles para la autorización de operaciones. Estaban en la central de inteligencia de la policía nacional, en un lugar resguardado de la capital. Pocos tenían acceso al bunker. Las diferentes oficinas contaban con tecnología de punta para cualquier tipo de investigación. Los profesionales, muchos de ellos preparados en el exterior, realizaban un trabajo de inteligencia concienzudo y efectivo. —Según mis fuentes, la guerrilla está planeando el secuestro de un pez gordo aquí en la capital.
—¿Cómo se llama?
El joven negó con la cabeza.
—Solo sé que para despistar a inteligencia, están siguiendo a un montón de gente.
El mayor lo miró fijamente, exhortándolo a que continuara.
—Han empezado a llegar algunos mandos medios de la selva.
—¿La fuente es confiable?
—Sí, claro que sí, pero hasta el momento los rumores y las conversaciones oídas a terceros no nos suministran ningún nombre.
—Cite a reunión a última hora de la tarde. No nos podemos dar el lujo de que vaya a haber algún secuestro masivo, o algún atentado.
—No, mis fuentes me dicen que es solo una persona. —El joven continuó—: alguien lo ofreció a la guerrilla. El hecho se perpetrará antes de que finalice el mes.
—No si los atrapamos antes.
Despachó al joven oficial y levantó el teléfono para comunicar la noticia al general.
Al sábado siguiente Joseph y _________ tuvieron una discusión por culpa de la visita de ella a la fundación.
Como Joseph estaba encerrado en su estudio trabajando, _________ le pidió a Miguel que la llevara al refugio de niños. Llevaba algunos cuentos, colores y una bolsa de dulces.
El gesto de Miguel evidenciaba su desagrado al pisar el humilde barrio.
—Miguel, si quieres puedes entrar a la salita y esperarme allí. Hoy solo estaré dos horas —le dijo ella totalmente inocente, de los pensamientos del joven.
—No creo que lo haga —contestó Miguel y su mirada recorrió
todo el lugar.
—No te preocupes. Sé lo que estás pensando, pero me conocen y no pasará nada.
—Yo no estaría tan seguro —dijo Miguel dubitativo.
_________ entró y los chiquillos armaron la algarabía de siempre.
Decidió hacer una ronda de juegos con ellos.
“El puente está quebrado, con qué lo curaremos, con cáscaras de huevo, burritos al potrero, que pase el rey, que ha de pasar, que alguno de sus hijos se ha de quedar.”
Después jugaron a la rueda, rueda, y más tarde los sentó para leerles la historia de ese día. Ayudó a repartir la merienda de la tarde que consistía en un jugo de mango y un pequeño sándwich de jamón y queso que les regalaba una ONG. Recogió los diferentes escritos y les prometió que para el otro fin de semana le daría su opinión a cada uno de ellos. Así como también les dijo que les traería algunos rompecabezas, para armar.
Al llegar al apartamento los recibió Joseph sonriente:
—¿Cómo te fue, amor? —Se acercó a besarla.
—Bien, muy bien.
_________ se percató del gesto que compartieron ambos hombres, pero no les prestó atención.
—Amor, ¿aún queda postre napoleón del que me hiciste ayer?
—Sí, claro, les traeré un poco —y salió para la cocina con la tranquilidad del que ha hecho una buena obra.
Al volver cinco minutos después, Joseph la observó en silencio, con una expresión de dureza que borró la sonrisa de ella y las ganas de bromear y contarle su jornada con los chiquillos.
Miguel ya se había retirado.
—¿Qué pasa? ¿Dónde está Miguel?
—¿Por qué no me dijiste a dónde ibas? —le espetó furioso.
—Porque no preguntaste. Y además pensé que ya sabías que todos los sábados voy a la fundación —le contestó confundida.
—No puedes volver a ir allá —le señaló terminante.
—¿Por qué? —preguntó ella, ya con el gesto de obstinación que Joseph había aprendido a conocer.
—Porque es peligroso. No quiero que te pase nada.
—No es peligroso para mí, me conocen y…
Joseph la interrumpió.
—Me importa un bledo que te conozca hasta el último habitante de ese barrio. ¡No vas a volver y ya está!
—Tú no puedes darme órdenes porque sí. Si quiero ir, pues voy —contestó furiosa.
—¿Y qué carajos pasa conmigo? Si algo te llegara a pasar…
_________ se percató de la mirada llena de temor que pobló su semblante. Se acercó, se puso en punta de pies y le dio un breve beso en la boca. El no se lo devolvió. La mirada tormentosa de Joseph, le dijo que no cedería un ápice. Pues ella tampoco. Se separó de él. Joseph la aferró de ambos brazos y aplicó presión con los dedos en la carne.
—Puedes hacerlo en otro lugar.
—Esos niños me necesitan. Les doy mi tiempo porque han sufrido mucho. ¿Crees que los voy a dejar por un capricho tuyo?
—¡Debes hacerlo! Pronto serás mi esposa, tu seguridad es más importante que cualquier otra cosa. —Joseph se calmaba y se enfurecía de nuevo. Aflojaba el amarre y luego presionaba otra vez—. ¡Es que no te das cuenta! Al pasar a formar parte de mi familia pasas a ser blanco de la gente que tiene cubierto en sangre este país —explotó él, al tiempo que la soltaba y caminaba de lado a lado de la habitación.
—Por pasar a ser parte de tu familia no puedo renunciar a mis responsabilidades —lo miró dolida—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué me dedique a recorrer las boutiques gastando tu dinero? ¿Qué me llene de cosas lujosas?
—¿Por qué no? —le contestó arrogante—. Como mi mujer puedes hacerlo.
—A mí esas cosas me importan una mierda —lo miró enfurecida—. Si eso es lo que buscas, estás con la mujer equivocada.
Tomó los dibujos y relatos de una carpeta, los había observado en el auto. De pronto se los pasó a Joseph, que, algo renuente, los recibió.
—¿Crees que puedo darle la espalda a un hermoso niño de siete años? —_________ lo miraba decepcionada—. Un niño que vio morir a su padre y a otros hombres del caserío en el que vivían, atacados a machetazos, y cuyo hermano mayor no habla desde ese día.
—Lo siento —dijo él.
—¿Crees que voy a dejar de ir? Cuando esta pequeña de nueve años —señaló a la niña de la foto—, vio cómo quemaban la casa de al lado con la gente dentro, y les dieron cinco minutos para perderse por el camino, alejándose de todo lo que era importante para ella.
—¿Qué quieres que haga?
—No te estoy pidiendo nada, simplemente no voy a dejar que el hecho de estar contigo me impida ejercer mi responsabilidad social.
Dios santo, si la perdiera, ya nada tendría sentido para él.
Ella no entendía que por involucrarse con él ya no podía seguir con su vida de antes. Que debía tener un esquema de seguridad. Que ella era ahora objetivo de delincuentes, guerrilleros o paramilitares; en fin, de todo aquel que pudiera sacarle tajada a él y a su familia.
—¡¿Y tu responsabilidad para conmigo, qué?! —espetó él de pronto. Quería ser lo primero en la lista para ella. Lo volvía loco pensar que para ella hubiera algo más importante que él.
—Tú eres mi vida, Joseph. Eso no lo pongas en discusión. No tienes que pelearte con mis deberes.
—Te oigo y no parece que yo fuera lo más importante.
—Me gusta lo que hago. Necesito que ames esa parte de mí, lo necesito de veras Joseph —lo miró seriamente.
Joseph sabía que si no cedía corría el riesgo de perderla, quizás no hoy, pero sí más adelante. Se tragó su indignación al darse cuenta del poder que con sus acciones ejercía sobre él, pero también tenía que ser sincero consigo mismo. Todas esas contradicciones era lo que amaba de ella, porque era distinta, porque no se moría por su dinero ni por su poder. Lo amaba por el hombre que era en conjunto y él necesitaba ese amor.
Lo necesitaba con desesperación.
—Está bien, tú sabrás lo que es mejor —ella iba a decirle algo, pero él la silenció, colocó un dedo en sus labios decidiendo finalmente—. Pero tendrás un esquema de seguridad cuando vuelvas para allá, y eso no es negociable—. Tendría que hablar con Miguel, destinarle un par de escoltas, tal vez se había demorado en hacerlo, si algo le llegara a ocurrir… Por más que en ese momento ella había accedido para contentarlo, la conocía y sabía que el que aceptara algo de seguridad sería un dolor de cabeza.
—Me conformo —se acercó a él— . Y ahora… ¿quieres postre o tienes en mente otra cosa? —lo miró anhelante.
—Quiero el postre y otras cosas —la miró, sonrió y acercó su boca al oído de ella y le susurró con voz ronca y sensual—. Es más, creo que tomaré el postre mezclándolo con algo de miel.
_________ se estremeció ante el sonido de su voz. Le sonrió y alzó la cabeza para recibir su beso.
Martín Huertas se citó con Reinaldo Acero alias “Pablo” en un centro comercial al occidente de la ciudad.
—hermano.
—tú —contestó Martín, mientras subían la escalera eléctrica del centro comercial que desembocaba en una plazoleta de comidas.
Se dirigieron con andar pausado a una de las mesas. Era sábado, día familiar. Había parejas y niños por todas partes. Martín había escogido ese sitio por la cantidad de gente que pululaba alrededor, las promociones de sus almacenes y la música estruendosa de un concurso para chiquillos que organizaba el centro comercial. Eran totalmente ignorados. Al observarlos nadie diría que pertenecían al grupo terrorista más sangriento del país. Minutos después, se acercaron a un puesto de hamburguesas y pidieron dos combos. Se instalaron en una de las mesas minutos después con el par de bandejas.
—¿Cómo va todo? —inquirió Martín.
—Javier piensa que tiene todo en sus manos, pero ya tenemos fichado el objetivo.
—Bien.
Martín le dio un mordisco a la hamburguesa y bebió del vaso de refresco.
—Aunque me pregunto, ¿no sería mejor darle al donde más le duela?
—Explícate —se limpió Martín con una servilleta.
—Podríamos secuestrar a la mujercita. Se ve que está encoñado.
—No seas estúpido, eso se pasa, y nos encartaríamos con la mercancía.
—Me preocupa el tal Javier.
—No es problema. Si algo falla, pues lo silenciamos y listo.
—Esperemos que no meta la pata.
—Lo necesitamos.
—Sí, tan pronto bajen la guardia, estará en nuestras manos.
—¿Ya escogiste la gente para el trabajo?
—Claro —le contestó Reinaldo enseguida—. Tengo todo listo.
—Bien.
—El único problema es la salida de la ciudad.
—Ya cruzaremos el río cuando lleguemos a él.
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Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 8.
La unión.El sábado siguiente contra todo pronóstico, Joseph la acompañó a la fundación. _________ no lo podía creer. Le había dado dinero para comprar regalos para todos los niños. El despliegue de seguridad fue apabullante. La gente del barrio se apostó a la salida del lugar como si hubiera llegado una estrella de cine. Los chiquillos los rodearon y brincaron alrededor de él, felices por su compañía. _________ estaba tan contenta de tenerlo en el lugar que casi brincaba con los niños. Minutos después, hizo las presentaciones y acomodó los paquetes encima de una mesa. Varios niños se acercaron y acariciaron los envoltorios. Una de las voluntarias los reprendía. _________ quería repartirlos después de la lectura de cuentos, pero las caritas ansiosas, la hicieron desistir de sus propósitos y los compartió enseguida.
María Teresa se acercó a ella en un momento en que Joseph ayudaba a un par de chiquillos a armar unos helicópteros y exclamó:
—¡Es muy guapo tu hombre!
—Sí.
—Se te nota el amor.
Ella soltó la carcajada y se acercó a él, feliz. Después de los juegos se sentaron a escuchar a _________.
Joseph la observaba mientras leía el cuento al grupo. Con una dulce voz les relataba la historia de un sirviente llamado Juan. Los mantenía embelesados.
“Juan sirvió durante siete años a su amo, y cuando cumplió el tiempo de su trabajo le dijo:
—Mi amo, ya he cumplido y quiero volver a casa a ver a mi madre. ¿Me da el sueldo?”
No podía dejar de mirarla. Con un sencillo jean y un buzo color
negro, zapatillas de cuero color gris y una mochila indígena de varios colores que descansaba a su lado, parecía apenas recién salida de la adolescencia.
—Así es siempre —le dijo María Teresa—. No entiendo qué les hace. Los hipnotiza, creo que podría estar contando la historia más cutre del mundo y la mirarían igual.
“—Esto de montar a caballo es una broma pesada; sobre todo un animal como este, que al menor descuido te tira y estás a un tris de romperte la cabeza.”
Se oyeron las risas de los niños.
Lo subyugaba el sonido de su voz, el movimiento de sus manos. Era la primera vez que la veía en una actividad diferente a todo lo que compartía con ella. Lo invadió un deseo arrollador que, mezclado con el orgullo, le alteró el pulso. “Es mía” caviló posesivo al observar las miradas de los chiquillos y la sonrisa que ella les brindaba. “Es mía”. No quería pensar que sería de su vida donde algo le llegara a pasar. El humilde barrio al que habían ido podría ser un problema a la larga, pero tenía la certeza de que _________ se rehusaría a dejar el sitio.
Se despidieron una hora más tarde. Los chiquillos abrazaban a _________ y Joseph se sintió un cretino por tener celos de las sonrisas, los besos y las caricias a los cachetes o a la cabeza a uno u otro chico.
Hicieron el trayecto al apartamento en silencio. _________ se recostó en su hombro todo el recorrido.
Alquilaron una casa pequeña al occidente de la ciudad en un barrio de clase trabajadora llamado Fontibón. Hasta apenas dos meses atrás había vivido allí una familia compuesta por cinco personas.
Martín Huertas y Reinaldo Acero se instalaron enseguida, al otro día llegaron un par de mujeres guerrilleras que se harían pasar por sus respectivas esposas. En el barrio serían dos parejas de esposos trabajadores de alguno de los cultivos de flores de las afueras de la ciudad. Lo que les había llamado la atención de la vivienda era el pequeño sótano al que se llegaba por una puerta de la cocina. Ahí podrían tener la mercancía sin problema mientras la sacaban de la ciudad.
En el garaje ya estaba el camión que habían comprado días atrás en la plaza de mercado del siete de agosto al dueño de un local de verduras y frutas. En quince días llegarían algunos mandos de la selva, no serían más de cuatro, los harían pasar por hermanos que venían a trabajar. El resto estaría en otro lugar. Se integraron a la
comunidad en pocos días y sin despertar sospechas. Salían en la madrugada y llegaban en la tarde. En la noche se dedicaban a adaptar el camión con el que sacarían al industrial de la ciudad.
Sonó el timbre. Una mujer se asomó por la ventana.
—Hola mi amor, ya bajo a abrirle —dijo Zaida Martínez a Martín Huertas cuando llegó a la casa.
—Es que dejé las llaves, mi vida.
—No importa, ya bajo.
Era una mujer acuerpada y trigueña, con el cabello ondulado y fríos ojos negros. Vestía con jean y camiseta, tenía varios escapularios al cuello y pulseras de hilo en las muñecas.
Hablaban en tono alto para que los vecinos los escucharan.
El hombre entró con una maleta, que contenía parte del armamento que se utilizaría en el secuestro. Una ametralladora, dos fusiles AK-47, un fusil M-15, un par de pistolas y varias granadas de mano.
Al rato llamó Reinaldo.
—Sí.
—Ok.
Desconectó sin despedirse.
—¿Qué pasó? — preguntó Zaida.
—Buenas noticias. Ya conseguimos infiltrar a uno de los nuestros en la celaduría del edificio. El tipo enfermó y estará ausente dos semanas. El nuevo vigilante pasó las pruebas sin problema, así que a trabajar.
—Bien.
Reinaldo Acero entró en la iglesia de Lourdes en el barrio Chapinero de la capital. Estaba casi vacía, con tres o cuatro feligreses en diferentes lugares. Unos pasos retumbaron en el lugar. Esperó. Un hombre joven se acercó.
—¿Lo tiene?
—Sí —contestó el aludido.
Reinaldo lo miró: era un hombre bajo, moreno, muy, muy joven, de pelo lacio y mechón en la frente, poco dado a las palabras y a las sonrisas. Cada día son más jóvenes, caviló para sí.
Este golpe era su obsesión. Cada detalle le quitaba el sueño, necesitaba de la precisión, lo que lo hacía ser un déspota en el trato con los demás. Joseph representaba todo lo que odiaba de esta maldita sociedad. Pronto tendría su merecido, así como su maldito grupo económico.
El joven le entregó un paquete pequeño; era un sobre de manila algo abultado y se alejó sin despedirse. Se levantó del asiento sintiendo el dolor en su pierna y salió del lugar sin mirar a nadie.
Joseph estaba estresado.
De las siguientes reuniones dependía el éxito de sus tres meses de gestión. Lo de la mina de carbón era un hecho, pero había algunas cláusulas que discutir y, a su saber, eran las más importantes.
En siete días vendrían a Bogotá varios extranjeros: dos norteamericanos y un mexicano. Los norteamericanos pertenecían al banco estadounidense que avalaría el proyecto, y el financista mexicano sería otro de los socios capitalistas.
Su padre llegaría en doce días y Joseph quería tener todo a punto.
Y _________ no llegaba…
No sabía qué la había demorado.
Decidió leer un libro, pero recibió una llamada de su asistente y se pasó el tiempo dándole instrucciones.
Sintió abrirse la puerta del ascensor y se puso de pie de un salto al percibir los pasos de su amada, seguidos por su hermosa presencia que aún le oprimía el corazón.
—¿Dónde estabas? —le preguntó afanado. —¿Por qué demoraste tanto?
—Disculpa, amor. Me entretuve con Carolina, tomamos un capuchino y se me pasó el tiempo —se acercó a él, le echó los brazos al cuello y lo besó.
—¿La misma Carolina de Cartagena? —inquirió curioso. La abrazó, estaba helada, le tomó las manos y las masajeó, sopló sus palmas para hacerla entrar en calor.
—Sí, la misma —contestó tranquila. Se sentó en una silla y empezó a quitarse las botas. Joseph enseguida acudió en su ayuda. Empezó a masajearle los pies.
—¿Ya la perdonaste?
—Pues claro, me hizo un gran favor, ¿no te parece? —le respondió, y estiró los dedos de los pies sonriéndole.
—Hace un frío atroz y no ha parado de llover —le dijo él, acariciándole las piernas—. Debes cuidarte más, estas helada, no quiero que te enfermes.
—No me enfermaré. No te imaginas el sacrificio que será salir
después con este frío.
—Pues no salgas —le contestó Joseph.
_________ se mordió un labio y lo pensó.
—No puedo, amor, lo sabes bien —lo miró apenada.
—No tolero más esto —se levantó de golpe—. Ponte las botas. Vamos a hablar con tus padres ya.
—¿Y de qué vas a hablar con ellos, si se puede saber? —lo miraba inquisitiva.
—No es nada que te pueda molestar —le sonrió— . O al menos eso creo.
—Explícate —insistía ella mientras se colocaba las botas.
—Casémonos mañana por lo civil —la miró pendiente de su reacción y, antes de que replicara, continuó—: Mis padres llegan en doce días. Entonces organizaremos la boda por la iglesia, pero por lo menos ya estaremos casados por lo civil y no nos separaremos más —le decía al tiempo que salía del vestier con un abrigo y una bufanda.
_________ con gesto descomedido de ojos abiertos como platos y boca separada, se quedó mirándolo turbada. Corrió hacía él y lo abrazó. La boca de ella buscó la de él y entre labios y respiraciones agitadas le susurraba: —Sí, sí, amor de mi vida. Sí, quiero.
—¿Estás de acuerdo? —preguntó, como si ella no le hubiera respondido segundos atrás.
—Me parece perfecto —lo siguió hasta la puerta del ascensor—. ¿Y si no les gusto?
—¿A quién? —levantó una ceja incrédulo por pensar que a alguien no le fuera a gustar la mujer que le había robado el corazón.
—A tus padres —interpuso ella, con voz contrita e insegura.
—A ellos les encantarás, tenlo por seguro.
Mariela y Luis Eduardo quedaron pasmados. No sabían qué decir. Ya estaban al corriente de la proposición de matrimonio, pero esto…
—_________, ¿me estás ocultando algo? —preguntó el bueno de Luis Eduardo, y sin rodeos continuó: —¿Tendrá nombre en unos meses este afán de ahora?
Joseph se sonrojó, comprendía la preocupación de los padres de _________, a veces se arrepentía de lo impetuoso de sus acciones, pero en esto no, nunca había estado tan seguro de algo en toda su vida. Los padres de _________ eran unas buenas personas, y entendía las aprensiones del padre, pero necesitaba a su _________ casi como al aire para respirar, era la única mujer que había tocado su alma y la había
estrujado al derecho y al revés, y lo único que deseaba era hacerla feliz.
—No, papá —le contestó ella. Faltaban algunos días para su período—. Solo queremos estar juntos y deseamos su bendición.
—Hija, te agradezco el gesto. Sé que ya eres mayor de edad y no necesitas de nuestro permiso para vivir tu vida. —Luis Eduardo miró a su esposa, y ésta enseguida dijo:
—Es un gran paso, van a iniciar una nueva vida juntos. Espero que el amor les sobre y les baste para todo lo que tendrán que vivir en su vida matrimonial.
—Gracias mamá.
Mariela los observó emocionada y aprensiva a la vez.
—Mi esposo y yo les deseamos toda la felicidad del mundo.
Se levantó, abrazó a su hija y a su yerno. Luis Eduardo hizo lo mismo, y después se dirigió al sitio donde guardaba el licor.
—Mariela, trae unas copas —le señaló a su mujer—. Abriré la champaña, parece que llegó la hora de celebrar.
Brindaron con champaña, charlaron un rato más y después Joseph se despidió. Ya en la puerta, agarró a _________ por la cintura y, hablándole al oído, le dijo—: ¿No puedes dejar una ventana abierta? Me colaré sin hacer ruido —a _________ se le pararon los pelos de la nuca ante la sensualidad de su voz. Lo adoraba.
—¿Estás hablando en serio?
Joseph rió.
—Es broma, amor. Tengo muchas cosas que planear. Mañana te llamo temprano.
Le dio un profundo beso y se fue.
Joseph casi no durmió en la noche, preparando todo para el día siguiente. Miguel llegó a las seis de la mañana y ya Joseph estaba listo para empezar su día.
—Anoche llamé a Efraín Guerra —era el notario de la familia en Bogotá—; debes llevarle estos papeles.
Los papás de _________ le habían entregado una serie de documentos la noche anterior.
—¿No es algo sorpresivo? ¿Qué dirán tus padres?
—Ya estoy grandecito como para pedir permiso. Envías a Fernando que recoja a _________ y que la lleve a esta dirección —le pasó la dirección de un elegante salón de modas al norte de la capital—. Quiero que escoja su vestido, no importa el precio. Después le dices que la lleve al salón de belleza que ella elija. Aquí tienes mi tarjeta. Lo
que ella quiera, ¿ok?
—Sí, claro. Se hará lo que tú digas. Me alegró por ti, es una buena mujer, y muy hermosa además—. Se dirigió a la puerta y con gesto burlón le espeto: —Te tiene comiendo de su mano.
Joseph simplemente sonrió.
Fernando recogió a _________ a las ocho. La llevó a la boutique donde ella escogió un sencillo vestido color beige ante la mirada impávida de las vendedoras, que le mostraron todo tipo de creaciones. Como la boda se realizaría al medio día, el vestido era a la rodilla, sin breteles en una seda fría, ajustado a la cintura, con una delicada chaqueta corta del mismo material, medias tranparentes y zapatos de tacón alto de color beige.
_________ no se acostumbraba, a gastar el dinero de esa forma, pero no escatimó ese día porque era el más importante de su vida y quería estar deslumbrante para él.
Luego fue al salón de belleza donde se realizó un baño de novia que la relajó y le dejó la piel más suave aún. Se despuntó el cabello después de un masaje y se lo cepillaron liso. El maquillaje era suave y elegante a tono con el vestido, la hora y la ocasión. Se vistió enseguida.
Se dirigió a la notaría donde estaban todos reunidos. Miguel, y una tía suya, hermana de su madre, serían los padrinos.
Estaba muy nerviosa. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si todo era un sueño y de pronto se despertaba en Cartagena? No quería ni pensarlo.
Su padre la recibió en la puerta de la notaría con expresión orgullosa y emocionada, entraron del brazo al recinto.
—Ojalá pueda llevarte pronto así a la iglesia —y le dio una palmadita en la mano para tranquilizarla.
El salón de la notaría donde se iba a celebrar el matrimonio, estaba arreglado para la ocasión. _________ se dio cuenta de que todo había sido obra de Joseph. Estaba adornado con rosas blancas, lirios y astromelias. Su madre le entregó el ramo de lirios, narcisos y rosas blancas.
Joseph ya estaba allí. Quedó sin respiración al verla. La amaba de forma desesperada, la necesitaba para sentirse vivo. Será mía ante Dios y ante los hombres, sonrió con orgullo, y su mirada verde, dominante y concentrada hablaba por su corazón.
No dejó de mirarla hasta que llegó a él. Ella era la mujer que encarnaba un sinfín de sentimientos contradictorios: el profundo amor,
la pasión, la vulnerabilidad y la ambición por poseerla.
La ceremonia fue corta pero intensa para los contrayentes. Intercambiaron los votos matrimoniales y, en un santiamén, _________ Escandón pasó a ser _________ Escandón de . Firmaron emocionados.
Los invitados aplaudieron emocionados.
Salieron como marido y mujer a celebrar en una pequeña trattoria italiana cuyo dueño era un italiano amigo de Joseph. Les había separado un saloncito privado donde podrían disfrutar del festejo sin curiosos alrededor.
—Joseph, qué alegría verte —se acercó un pequeño hombre de unos cuarenta años, calvo y de bigote, algo rollizo y de mirada bonachona.
—Vittorio, amigo, hacía tiempo que no nos veíamos.
—Pero qué tenemos aquí… —miraba a _________ con curiosidad.
—Te presento a mi esposa —dijo Joseph solemne, mirándola con orgullo.
—Bienvenida, signora, es un placer. Es usted muy hermosa. Los felicito.
Los guió hasta la puerta del salón. Adentro había una larga mesa adornada con jarrones de flores como centros de mesa y manteles de lino blanco. Era una mesa especialmente preparada para la ocasión. Allí se acomodaron, junto con los papás de _________ que estaban felices por su hija, Miguel y la tía Raquel, que estaba sorprendida del magnífico hombre que se había llevado el corazón de su sobrina.
Almorzaron en medio de suculentos platos italianos y bebieron el mejor vino de la casa. Joseph estaba feliz, brindó junto con su suegro con la botella de más fina champaña del lugar. Vittorio se acercaba cada tanto para bromear con ellos. Finalmente hizo un brindis deseándoles toda la dicha conyugal.
Se despidieron rato después.
Joseph tenía una pequeña sorpresa para su flamante esposa. Como no podía salir de viaje de luna de miel, se tomaría dos días de vacaciones. Deseaba llevarla a una cabaña que tenía en la playa, cerca del parque Tayrona en la bahía de Santa Martha.
Volaron en la avioneta de la empresa. Llegaron a la cabaña al anochecer.
Joseph sabía que la casa era pequeña y sencilla comparada con lo que _________ había conocido de él hasta ahora.
—Es preciosa.
De las manos de su marido, la recorrió de arriba abajo.
Estaba construida en madera, con un techo de paja. En el hall había una escalera que daba al segundo piso, donde había un balcón con una bella hamaca blanca. Luego recorrió la sala, cómoda y con grandes ventanales que daban al mar, el comedor en madera lisa y la cocina integrada al ambiente. Se subía tres escalones en madera que llevaban a las dos habitaciones que poseía la cabaña. La habitación principal tenía un techo alto y una cama grande con un pequeño armario para la ropa, una mesa y un espejo. El olor a mar recorría el ambiente. Oyeron a lo lejos las olas susurrantes, las ráfagas de viento que se movían silbantes entre las hojas de las palmeras.
—Me encanta —le decía feliz, yendo por todos lados y curioseando el baño y el paisaje por la ventana.
—Sabía que te gustaría —la abrazó por detrás—. Te amo. ¿Sabías que cuando te conocí soñé con traerte a este lugar?
—No te creo —le dijo ella pegándose más a él—. ¿Por qué lo dices?
—Porque estamos completamente solos. Porque podremos hacer el amor en la playa. Todo este tiempo he soñado con hacerte el amor en la arena del mar, con las olas lamiendo nuestros pies.
—Vaya, sí que has tenido tus fantasías —le dijo en broma y se volvió hacía él.
—Todo el tiempo.
La miró, y lo que vio lo emocionó. Podía leer en sus ojos.
—No te he hecho mis promesas. Éste es el momento —dijo echándole los brazos al cuello.
Él la miraba. Se le había enredado el pelo, algunos mechones estaban pegados a su cuello, estaba sonrosada y sudada por el cambio de clima. Lucía absolutamente adorable, lanzó una mirada a sus hombros que estaban reclamando sus besos. Joseph observaba atentamente su boca y volvió la mirada a sus ojos. La pegó más a él.
—Joseph Jonas, prometo hacerte feliz y despertar a tu lado todos los días de nuestra vida. Darte los hijos que Dios tenga a bien mandarnos. Serte fiel y leal. Ser tu solaz cuando vuelvas a casa de luchar contra el mundo. Amarte y adorarte porque eres mi vida.
Joseph le susurró con voz entrecortada:
—Te amo, _________ Escandón, y prometo amarte y respetarte todos los días de mi vida, y que nunca te arrepientas de haberme entregado tu corazón.
Y ahí, en medio de la noche, con la luna y el mar como testigos,
entrelazaron sus almas con hilos de promesas y sentimientos.
—La mercancía voló.
—¿Cómo así que voló? —espetó Reinaldo, alias “Pablo” al hombre que lo miraba con temor.
—Él salió al medio día de la casa y se casó en la notaria con la mujercita.
—¿Y?
—Estuvieron en un restaurante, luego salieron y se dirigieron a una pista pequeña en el norte. Tomaron una avioneta pero no pude averiguar hacía donde...
Pablo se abalanzó sobre el mensajero y le propinó una trompada en la mandíbula y otra en el estómago que lo tiró al suelo. El muchacho lo miraba aterrado.
—Déjalo hablar —profirió Martín que observaba indiferente la escena.
—¿Qué mierda es eso de que no pudiste averiguar?
—Nadie dice nada. Traté de hablar con una recepcionista pero no soltó prenda.
—¡Hay que hacer hablar a alguien! —Pablo pensaba que la oportunidad de secuestrar a Joseph en otro entorno simplificaría las cosas—. ¡Pedazo de mierda no fuiste capaz de camelear a una simple mujer!
—Yo me haré cargo —sentenció Martín.
A Marín Huertas no le agradaba mucho trabajar con “Pablo”. Era demasiado volátil, una persona así podría arruinar las cosas. Pero ya era tarde para quejarse con alguien. El tiempo corría en contra de ellos y aún no habían fijado la fecha del secuestro. Averiguaría a donde había ido mañana a primera hora, si no con la recepcionista con alguna otra, se le daban bien las mujeres. Observó a Zaida, hasta ya se había acostado con ella. Sí, mañana sería un día ajetreado.
Martin Huertas observaba con unos prismáticos el pequeño aeropuerto del que había despegado la avioneta el día anterior. Estaba en un automóvil a varios metros de distancia. Su objetivo, la recepcionista estaba sentada detrás de un escritorio. Escrutó el resto del lugar, desde las oficinas hasta la pista. Había observado dos aterrizajes, pero ninguno había dejado pasajeros en el lugar. Habían guardado las avionetas. Decidió irse por los mecánicos, era menos desgastante. Ellos salían en ese momento y se dirigían a una caseta de comida. No tendría una mejor oportunidad que esa.
Miguel Robles cerró el diario de la mañana. Los rayos del sol
irrumpían por la ventana e iluminaban la mesa de comedor, estaba en su apartamento. Desayunaba café en leche, huevos con jamón y un plato de fresas. Su instinto le decía que algo andaba mal, pero no podría asegurar qué. Primero: había sido la llamada de su amigo de inteligencia de la policía que le comentó de un posible secuestro que estaba fraguando la guerrilla en la ciudad. Eso no era nada nuevo, con esos cabrones siempre debían ir con cuidado. Lo segundo era el cambio de vigilante en el edificio donde vivía su jefe. Nadie le había notificado. Había investigado al hombre sin encontrar nada fuera de lo común, pero algo en su mirada no le inspiraba confianza. Y en tercer lugar estaba la ida de Joseph a Santa Martha sin escoltas. El creía que estaba sin escoltas, pero Miguel era zorro en su trabajo y había mandado a unos cuantos detrás de él, luego estaría protegido sin que se percatara. ¿Entonces por qué tenía esa sensación de sentirse acechado, vigilado?
Rato más tarde cavilaba sobre la llamada de su amigo oficial. Debería redoblar la seguridad, traer más gente de Barranquilla, pero probablemente a Amparo, la hermana de Joseph, no le haría mucha gracia. La seguridad de los extranjeros no sería problema pero no quería descuidar a Joseph.
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Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 9.
La convivencia.Joseph despertó solo en la cama. Con una sonrisa en los labios recordó la noche anterior. Se habían amado hasta la madrugada.
Se levantó, se colocó una pantaloneta y se dirigió a la parte de abajo. La descubrió en la playa sentada en un tronco, llevaba puesto el vestido de baño, observaba el mar. Se acercó lentamente, sin quitarle la mirada, y una dicha plena lo invadió. Era su mujer, su amor. Y con un fuerte sentimiento de posesión llegó hasta ella.
_________ sonrió y volteó a mirarlo.
—Buenos días, marido mío —le ofreció la mano para que se sentara al lado de ella.
—Buenos días. ¿Huyendo de mi lado tan pronto? —se acomodó al lado de ella. Tenía la boca voluptuosa, hinchada por sus besos.
Ella rió:
—No, estabas profundamente dormido y yo no podía aguantarme. Quería ver el amanecer. Es hermoso.
—Sí, todo lo que estoy viendo es hermoso.
—Es un momento perfecto.
—Sí, totalmente de acuerdo —le acarició el cuello, justo en el sitio donde le había hecho un chupetón. Tenía la piel tan delicada…
—Vamos por un chapuzón.
—El que llegue último hace el desayuno.
—Es una apuesta.
_________ salió corriendo. Él la dejó ganar. Prefería un buen vistazo a su trasero corriendo por la playa. Estaba dispuesto a preparar diez desayunos con tal de observarla. No entendía esa urgencia por fundirse en ella.
La noche anterior le había susurrado cosas que nunca le había dicho a ninguna mujer.
—Eres pura miel —le había dicho mientras bajaba por su vientre y se apoderaba de su centro—. Estás tan húmeda y al rojo vivo. Y enterraba su boca en ella saboreándola hasta la locura, hasta que sus gritos llenaban la habitación.
Vivía solo para oír sus gritos de placer.
—Me tienes loco —le susurraba y volvía a la carga embistiéndola—. Estoy loco por ti, te amo. Siéntelo amor mío, siéntelo en la forma en que te beso, no puedo apartar mis manos de tu cuerpo… ¿Te das cuenta? Muero de amor por ti. Y cuando estoy en tu interior, no tienes idea. Dios, es tan delicioso.
Y con esas palabras llegaron juntos al orgasmo, mientras él continuaba susurrándole sus letanías de amor.
Allí en la playa, mientras la observaba correr hacia el mar, sentía un estrujón en el corazón. Se habían mirado todo el tiempo, cuando habían hecho el amor la noche anterior.
Caminó a paso rápido hasta alcanzarla, la abrazó y la tumbó en el agua, besándole el cuello, sobándole los pechos, pero ella estaba resbaladiza como un pez y se liberó de su abrazo y corrió fuera del agua.
—Ajá, con que esas tenemos. No sabes lo que acabas de hacer —corrió detrás de ella para darle alcance.
—No será tan fácil —retrucó ella tomando impulso otra vez. Reía a carcajadas. Su marido cogió un puñado de arena.
—Oh no, eso es jugar sucio —le decía mientras él la alcanzaba y le refregaba la arena en los pechos y en la espalda. Ya tenía la respiración agitada y no era precisamente por la carrera. Empezó a refregarse en ella—. ¿Te rindes? —le preguntó con voz agitada.
—Nunca —se soltó como pudo, agarró un puñado de arena, y se
la mandó con fuerza, cayéndole en el cuello y el pecho.
Él la asió del brazo otra vez y la pegó a su cuerpo. Se miraron jadeantes antes de terminar los dos en la arena.
Joseph ya no estaba jugando.
Rato después, jadeantes y sucios de arena, se juagaron en una pequeña ducha que había a un lado de la cabaña.
—Tengo arena donde no te imaginas —dijo _________.
—Sí, lo sentí —dijo sonriéndole—. No te preocupes, te haré una limpieza exhaustiva.
_________ soltó la carcajada. Era inmensamente feliz. No cambiaría esos momentos por nada en su vida.
Momentos más tarde, _________ iba por la cocina de un lado para otro, preparaba el desayuno: ensalada de frutas, café solo, arepas con queso y huevos revueltos. Joseph la miraba extasiado.
—¿Qué miras? —le preguntó curiosa.
—A ti. —Le encantaban sus movimientos, la manera en que fruncía el ceño cuando realizaba alguna labor—. Se supone que era yo el que tenía que preparar el desayuno.
—No, es nuestro primer desayuno como marido y mujer —lo miró con una risa picara—. Debo atender a mi maridito —dijo cambiando el tono de voz— . Es lo que hace una buena esposa.
—¿Quién lo dice?
—Mi abuela.
—Sabia mujer.
—¿Tienes hambre? Ya casi está listo.
—Sí, tengo hambre, pero no de comida —la miró intensamente y, poco a poco, se acercó a ella.
_________ se sonrojó.
La abrazó por detrás y empezó a acariciarle los pezones. Se perdía en la tersura de su piel, en las sensaciones que recogía y prodigaba, en el aroma enloquecedor de su cuerpo.
—Tus pezones —le susurraba al oído—, ya están duros. Solo por mirarte, me di cuenta. Esa blusa muestra mucho.
—Cariño, debes comer algo —decía ella, ya poco convencida al sentir los labios de Joseph en la nuca y los hombros. La envolvió con sus brazos, recorrió con sus manos, la espalda, las nalgas, los muslos.
—Es lo que me dispongo a hacer enseguida —le decía—. Abre las piernas, amor.
Le masajeó los glúteos, exploró cada centímetro de ellos con su tacto. Alabó sus curvas, su tersura y su opulencia. Dibujó un camino
de besos en la espalda, le prodigó caricias como vuelos de mariposa a lo largo de la columna, le mordió los hombros, sabía que era una de sus caricias favoritas. Ella se arqueó y trató de ponerse frente a él, no la dejó darse vuelta.
—Quédate así —imploró descontrolado sin dejar de besarla.
Lo enfebrecía, lo enardecía, lo trastocaba. La dobló y colocó boca abajo sobre la mesa de la cocina. Se acomodó entre sus piernas como pudo y la embistió por detrás. Abrumado por lo que sentía, oía a lo lejos el tintinear de los cubiertos sobre la loza, el rugido de las olas al rozar la playa y las respiraciones bruscas de los dos.
Le acariciaba los pezones duros como piedras. Bajó su mano para tocarle el punto que la hacía gemir de forma especial. Era un gemido único, solamente para él.
Sí, pensaba fieramente, sus gemidos son míos. Sus besos, su espléndido cuerpo… Nadie ha oído sus gemidos jamás, nadie sabe cómo es la expresión de mi mujer al llegar al orgasmo. Era de él, solo de él, y así sería por siempre, pensaba, mientras el orgasmo de ella se sintonizaba con el suyo propio. Deseaba hacerla gozar hasta que no pudiera sostenerse en pie. Deseaba empacharla de orgasmos. Deseaba marcarla con su miembro, con su simiente, con su corazón. Nunca había estado tan caliente por una mujer en toda su vida, tan saturado de energía sexual. No quería salir de ella jamás.
Desde que estaban casados, y en un acuerdo tácito, ni se molestaba en usar protección.
—Están en Santa Martha —habló Martín a Reinaldo desde el celular.
Había sido fácil sacarles información a los hombres ante un pan con salchichón y una gaseosa. Se acercó a ellos con el pretexto de conseguir algún trabajo, en servicios varios. Los hombres le dieron información sobre quién era el que contrataba. A los pocos minutos hablaban de los clientes que abordaban las avionetas y obtuvo la información que deseaba cuando uno de los hombres habló de los ojos de la mujer que acompañaba al hombre que había tomado vuelo el día anterior. Llamó por teléfono a Reinaldo.
—Hablaré con la gente que tenemos allí.
—Debe tener una casa en el lugar.
—Ok.
Ansioso, llegó a la casa de Fontibón. Se simplificarían las cosas, donde pudieran hacerlo en otra ciudad.
—¿Qué pasó? —preguntó mientras observaba a Reinaldo y a
las mujeres tomando café en la cocina.
—No han podido ubicarlo.
—¡Mierda!
—Es mejor esperar a que vuelvan —acotó Zaida—. En esto no se puede improvisar.
—Era una buena oportunidad —contestó Martín mientras se servía un vaso de agua—. Aquí nos respiran en la nuca.
Reinaldo observaba la taza de café que se había acabado de tomar.
—Zaida tiene razón, el plan aquí ya está adelantado. Esperaremos a que vuelvan, que se eche todos los polvos posibles. Le van a hacer falta.
Pasaron el resto del día tumbados en la arena en sendas toallas playeras. El sol brillaba sobre sus cabezas. Estaban en el paraíso, con arena blanca y mar azul. Divisaban una islita como a un kilometro. Las palmeras les daban algo de sombra.
—Amor mío, ¿sabías que contamos con la mayor reserva marina de la biósfera en el planeta?
—Sí, amor, sí lo sabía —le contesto él con sus manos entre las suyas.
—Colombia es un país tan rico, tan diverso, y no solo en recursos naturales —dijo mirando hacia el mar—. Su gente también es un activo muy grande.
—Tienes razón. El colombiano tiene una capacidad de trabajo muy grande. Dímelo a mí que he trabajado con gente de todo el mundo.
—No entiendo qué nos pasó. No entiendo el porqué de esta guerra tan absurda.
—A veces cuando no se pueden suplir las necesidades básicas de la vida, aparecen esos grupos como reemplazo de un gobierno ausente.
—Sí, lo sé. Pero así se acaben esos grupos al margen de la ley, será mucho el trabajo que tendrá el estado para encausar a la gente víctima de la violencia.
—Sí, se necesitará de grandes recursos económicos para que no se vuelva a repetir la historia.
—Un vuelco en la educación, en el manejo de los valores —lo miró seriamente—. Tu responsabilidad es mayor.
—Lo sé —sonrió él.
—Porque tienes los recursos y tienes en tus manos el dinero
para hacer un país mejor.
_________ tenía razón, pensaba Joseph volviendo su mirada al mar. Se podía hacer algo, pero los cambios no solo debían provenir de la gente víctima de la violencia, sino que la misma clase dirigente tenía que ayudar, dejando de ser tan egoísta con el menos favorecido. Pero era difícil, una utopía. No todos tenían una _________ al lado para despertar la conciencia social. Había gente que pasaba por la vida sin imaginar la tragedia de una familia para conseguir el sustento diario.
—_________, siempre habrá clases sociales, siempre habrá el que tiene mucho y el que no tiene nada. Ha sido así siempre desde el inicio de los tiempos.
—Lo sé, pero podemos hacer que nuestra gente tenga lo mínimo para sobrevivir. Una pobreza más digna —le acariciaba el pecho—. Si todos ponemos nuestro grano de arena, las cosas pueden ser mejor.
Joseph lo dudaba.
—Eres una ingenua y una romántica soñadora, mi amor, y es otra de las cosas que adoro de ti —se quedó pensativo unos momentos, acariciaba distraídamente un mechón de su cabello. Luego añadió—: Siento no tener sentimientos más nobles, o no poder ser el dechado de virtudes y generosidad que te mereces.
—No digas bobadas —contestó con una sonrisa en sus labios—, para ser un gran empresario no sabes venderte nada bien. Tienes muchas virtudes y sé que no eres indiferente al dolor ajeno.
—¿Sabías que tu piel brilla de un modo especial cuando estás en el mar cerca de los corales?
_________ bufó incrédula.
—¿Qué te gusta de mí? —le preguntó curioso.
_________ soltó un suspiro y, mirándolo fijamente a los ojos, le dijo:
—Amo el hombre que eres. Eres íntegro, eres honrado y trabajador. Así vivas pateando traseros todo el día —él rió por lo bajo—. Eres un hombre muy hermoso. Me encanta cómo me besas, como si de verdad mi boca destilara miel y no pudieras vivir sin ella; y la manera en que recorres mi cuerpo con tus manos, como aprendiéndote cada rincón de mi piel. Amo cuando estás dentro de mí y cuando me llenas con tu semilla. Sé que podríamos estar haciendo un hijo y es cuando te siento totalmente mío.
Joseph quedó mudo. No esperaba una declaración de sentimientos así.
—Te amo, Joseph. Desde el momento en que te vi en aquel restaurante, supe que mi vida no volvería a ser la misma, y por eso
estaba muerta de miedo.
—Lo sé —contestó, recordó ese día, lo ansioso que estaba por verla llegar. Para él también había sido amor a primera vista.
—Encontré al amor de mi vida en la ciudad amurallada de Cartagena —suspiró ella perdiéndose en el verde de sus ojos.
—Yo te encontré a ti —sonrió sarcástico—. Tú ni siquiera estabas buscando. Eres mi otra mitad —concluyó solemne y sin dejar de mirarla.
—Quiero un hijo con tus ojos —le dijo ella acariciándole la mejilla.
—Te voy a dar gusto enseguida.
—Oye —reía ella—, no lo dije por eso.
—Tus deseos son órdenes para mí —replicó y cayó encima de ella.
—Me vas a matar, no creo que logre volver a Bogotá —dijo mientras le besaba el cuello y los hombros.
—Será la más dulce de las muertes. No te preocupes, será una pequeña muerte —le decía ya cambiando el tono de sus caricias.
_________ no podía de la risa.
—Eres un retorcido —concluyó.
—No tienes idea.
Volvieron a Bogotá un día después. Sabía que su mujer estaba algo aprensiva del lugar en el que de ahora en adelante viviría.
—Todo es tuyo mi amor, lo que desees, solo tienes que pedírmelo.
—Te deseo a ti.
—Eres fácil de complacer.
Joseph no se sorprendió al ver que a ella no le costó mucho trabajo ganarse el favor del par de empleadas. Tránsito y Consuelo, habían sido agradables con ella. Se habían sorprendido bastante con la noticia del casamiento del señor Joseph, pero lo disimularon enseguida.
De modo sosegado y silencioso crearon hábitos que a él, hombre de índole poco repetitiva, lo tenían cautivado.
Nunca había vivido con una mujer, pero en menos de una semana _________ se había hecho indispensable en su vida, en sus amaneceres cargados de besos y arrumacos, en las noches llenas de pasión y regocijo, en el dormir abrazados, en el espacio que ocupaba su ropa en el vestidor. Nunca había sido tan feliz. _________ se apoderaba de su mente en el momento menos pensado. Si estaba en una reunión
se distraía pensando en ella y en la manera en que se habían amado la noche anterior o en cómo lo sorprendía con detalles pequeños como una bufanda tejida por ella misma. Mientras pudiera observar sus ojos cada mañana sabía que podría contra el mundo.
Joseph llegaba de trabajar y normalmente la encontraba en la cocina preparando algún plato para él o en el computador trabajando en su tesis. Ella soltaba lo que estuviera haciendo y corría a sus brazos. Él se aproximaba a ella, mientras la miraba con fijeza.
—Hola, mi amor ¿Por qué me miras así?
—Eres tan hermosa. Te pensé todo el día.
—También yo. —le decía mientras le apretaba la cintura y evidenciaba el frío del exterior en su ropa—. Estás helado.
—Tú me calentarás.
Los días previos a la reunión con los extranjeros estuvieron plagados de una sucesión de problemas y la solución de pequeñas crisis, cómo el cambio de unas cuantas cláusulas del contrato por parte de los negociadores extranjeros. Sostuvo reuniones tardías, con los abogados para allanar el camino de la negociación. Se plantearon algunos nuevos números, por parte del consorcio que demorarían unos días la firma del documento. Otro de los problemas fue la posible cancelación de un contrato a nivel nacional de su empresa de recursos humanos con una importante hidroeléctrica del país. Álvaro Tres palacios llevaba varios días en Medellín para tratar de calmar las aguas. Esa fue una de las razones de su ausencia el día del matrimonio de Joseph.
La llamada de su hermana recriminándole el no haber sido invitada a la boda lo perturbo aún más.
—¿Cómo te enteraste? —quiso saber él.
—Llamé al apartamento y Consuelo me lo comentó. Es el colmo que no me hayas tenido en cuenta, Joseph… ¿ O es que tu esposa no quiere saber nada de nosotros?
—Cuidado, Amparo. Mi esposa no tuvo nada que ver, está tan ansiosa por conocerlos como tú. Simplemente queríamos esperar a que papá y mamá llegaran del viaje e ir a Barranquilla, para arreglar la boda por la iglesia.
—¿Por qué no esperaste, entonces? ¿Por qué todo este afán?
—Porque no puedo vivir sin ella.
—Nunca te había oído expresarte de esa manera.
—Tienes razón, nunca, hasta hoy.
Joseph estaba preparado para la reunión con los extranjeros.
_________ se llevó un gran disgusto cuando él sugirió una cena en el apartamento, sin avisarle con tiempo.
—No te preocupes, amor, el servicio te ayudará en lo que tú quieras.
—Lo dudo. El servicio me perderá el poco respeto que me tiene debido a mi ignorancia. Está bien una comida para nosotros, para tu gente, me encanta preparar tu postre pero… ¿Cómo puedes hacerme esto, Joseph? —iba nerviosa detrás de él, mientras se arreglaba para salir.
—_________, debes acostumbrarte a que cenas como esta harán parte de nuestra vida —se acercó, le dio un beso en la frente, luego en la boca—. Eres una mujer inteligente, por Dios, sé que nada puede quedarte grande. Solo sorpréndeme —dijo, y luego salió por esa puerta sin importar el estado de inquietud en que dejaba a su esposa.
Bien, pensó para sí. Estaba asustada pero no lo iba a demostrar.
¿Qué hacer?, se dijo. Antes que nada son extranjeros, entonces habrá que preparar una comida típica del país
—A ver, a ver, a ver —decía mientras tomaba asiento frente a su ordenador y buscaba un plato especial.
Al cabo de dos horas logró organizar el menú.
Se lo leyó a las empleadas de cocina:
—Entradas: Empanaditas de carne con ají y cocas de plátano verde, rellenos de camarones en salsa al ajillo. Plato fuerte: Rollitos de robalo relleno de plátano amarillo en espejo de tamarindo, lomo de res en tiras delgadas bañadas en salsa. Ensalada de lechuga, romana y morada, manzana, pera, uchuvas, con vinagreta de yogurt y papas gratinadas con queso parmesano. Postre: Napoleón o helado de feijoa en una cama de ponqué negro.
Transito, la encargada de la cocina, solo puso objeción a los rollitos de pescado.
—Transito —le dijo de forma amable—, ¿necesitaras ayuda? ¿Contrato a un chef?
—No, señora, cómo se le ocurre, sabré arreglármelas muy bien.
—Ok. Consuelo, quisiera revisar la vajilla y el cristal. No quiero que falte nada. Yo misma voy a seleccionar los vinos y a escoger los diferentes licores.
Decidió dejar tranquilo a Joseph. Estaba tan preocupado por la marcha de sus negocios que lo menos que podía hacer ella era apoyarlo en esto.
Por la tarde, Carolina pasó a saludarla.
—Estoy sorprendida. Nos dejamos de ver solo unos días y qué encuentro —la miraba entre incrédula y envidiosa.
—Sí, Caro, estoy feliz. Aunque también algo nerviosa. Esta noche es la cena con unos socios de Joseph. Será mi debut en sociedad, por así decirlo.
—¿Y cuántas personas vienen al evento?
—Seremos siete personas.
En ese momento sonó el teléfono.
—Sí, Miguel, la mitad de los escoltas para el hotel —dijo _________—. Sí claro, los espero.
—¿Qué fue eso? —preguntó Caro —¿Ahora eres jefe de seguridad?
—Oh, no es nada. Es que ellos necesitan protección y no pudimos conseguir más escoltas, entonces llevamos dos días utilizando algunos escoltas de su padre, pero ahora toca utilizar algunos de Joseph.
—Ah, ya —contestó ella distraída.
_________ le pidió concejo sobre la ropa a utilizar esa noche, estuvo un rato más y luego se marchó.
Javier conocía a Carolina, la mujer estaba asustada. Ella sospechaba de él, pero no le importaba. Sabía que Carolina haría cualquier cosa por complacerlo. A veces, cuando un atisbo de cordura inundaba su pensamiento se decía que las cosas hubieran sido diferentes si hubiera aceptado el amor de Caro, pero nadie manda en los sentimientos de la gente. Amaba a _________ y le enfermaba su relación con ese tipo. Cuando Carolina le contó de la boda, quiso morirse, quiso matarla y con mayor ímpetu, afinó su venganza.
Sin perder un segundo, Javier contactó a Reinaldo para reunirse con él en el mismo sitio de siempre. Se reunieron al día siguiente a primera hora.
—¿hermano? ¿Qué noticias me trae? —le preguntó el hombre.
Javier procedió a explicarle todo lo que le había contado Carolina. El hombre escuchaba con atención.
—Bien, no haga nada más —le dijo Reinaldo—, desde este momento nosotros nos encargaremos.
—Quiero que le dé un mensaje cuando lo tenga en sus manos.
Javier se refocilaba, por fin se haría justicia.
—¿Qué será? —preguntó curioso.
—Que esto es cortesía de _________ y Javier.
—O es un encoñado vengativo o un bruto. ¿No se da cuenta de que si esto sale mal puede ir a la cárcel?
—No me importa —señaló el muchacho, teniendo fe en que Joseph no saldría vivo de esta.
—Como quiera —señaló el hombre mirándolo con reprobación—. Tendrá su dinero más adelante.
Se levantó de la mesa sin pagar nuevamente. Javier lo aferró del brazo y añadió:
—No quiero que a ella le pase nada.
—Eso no puedo garantizarlo.
—Pues hágalo o los sapeo.
El tipo soltó una risa malévola y se desasió de forma brusca.
—Lo dicho, usted es un estúpido.
—Prométamelo —insistía Javier.
—Está bien.
El hombre salió del lugar como una exhalación. Esta vez, al tinto había adicionado unas empanadas.
La suerte estaba echada.
Cuando Joseph llegó al apartamento se sorprendió. Todo estaba perfecto. Su mujer estaba hermosa con un elegante vestido negro, medias de seda y tacones altos.
—Estás hermosa. Dios, quisiera demostrártelo como mereces, pero me temo que no tenemos tiempo —dijo al tiempo que la besaba y entraba al baño por una ducha rápida. La ropa de él estaba arreglada encima de la cama.
El primero en llegar fue Álvaro, que quedó pasmado cuando Joseph le presentó a su esposa.
—Es un verdadero placer conocerte al fin —dijo Álvaro, que le destinó un escrutinio entre azorado y curioso.
—Lo mismo digo, siéntate por favor.
Mientras _________ se acercaba a uno de los empleados, que la inquirió en ese momento, Alvaro le dijo a Joseph:
—Vaya sorpresa te tenías guardada —sonreía— tienes la cara del gato ante un tazón de leche.
—Sí, tienes razón —contestó Joseph mientras obser-vaba a su mujer ir de un lado para otro, el corazón se le encogía al verla.
—Es muy hermosa y tan joven —lo miró su amigo curioso—. ¿Cómo crees que lo tomaran tus padres?
—Cómo lo has tomado tú.
—Esta vez, estás atrapado.
—¿Desean tomar algo? —les preguntó _________ mientras llamaba al mesero que los siempre contrataban para esas ocasiones.
—Un whisky en las rocas.
—Lo mismo para mí.
En pocos minutos llegaron el resto de los invitados.
Steve Bonner, un hombre de aproximadamente cuarenta años, rubio, ojos azules, algo pasado de peso, y su amigo Peter O ´Brian, algo más joven, de ojos azules y cabello castaño, miraban a _________ con franca admiración. En cambio, Fernando Rivera, que conocía el temperamento latino, no se arriesgaba sino a mirar más de lo necesario; esto era, cuando ella se dirigía a él.
La cena transcurrió de forma tranquila. Hablaron de diferentes tópicos. Joseph estaba gratamente sorprendido, y no solo por la cena sino por la forma en que _________ manejaba el hilo de la conversación, sin dejar por fuera a nadie. Era una verdadera maestra integrando gente. Álvaro la miraba sorprendido.
—Señora, deliciosa la cena —la alabó Steve— . El filete de róbalo estaba exquisito.
—Muchas gracias, pero llámeme _________, por favor —le contestó ella amable.
—Sí, todo delicioso —la ensalzaron los demás, con lo cual ella sonrió satisfecha.
Después de la cena, pasaron a la sala para degustar un delicioso café. Ella los dejó solos unos momentos.
—Estoy sorprendido —comentó Álvaro—. Ya veo lo que viste en ella. Es muy especial. Te felicito de corazón.
—Gracias, hermano soy muy feliz —contestó él con sonrisa de enamorado.
Hablaron de negocios hasta que llegó _________.
—No hablemos más de negocios delante de una mujer tan hermosa —señaló Peter. Joseph frunció el seño. Álvaro le lanzó una mirada de advertencia.
—Oh no, por mí no hay problema, todo lo que tenga que ver con el progreso de mi país me interesa —le señaló _________, invitándolos a continuar.
—Como les decía —Joseph continuó—: La situación ha cambiado mucho, ahora hay mucho capital extranjero que desea entrar a nuestro país. Sabrán que me acerqué a ustedes por las grandes inversiones que han hecho en países de América Latina.
—Sí, todo eso está muy bien —contestó Steve—, pero la sombra del narcotráfico aún les pesa.
—El narcotráfico ha sido la plaga más grande que hemos debido sufrir en Colombia —contestó Álvaro—. Y la hemos combatido con ímpetu.
—Eso es algo que no nos compete discutir en este momento —volvió a la carga Joseph—. Tenemos un gobierno sólido que apoya todo lo que sea inversión y bienestar en el país.
—Sí, eso no lo dudo. Su presidente ha hecho una excelente labor —dijo Fernando Rivera, que hasta el momento se había mantenido en silencio—. Por eso estamos aquí. El camino es duro, los conflictos internos de este país no se solucionaran de un día para otro, pero van por buena vía.
— Sí, la inversión crece día a día —respondió Álvaro.
—Para nuestro país es importante la lucha que ustedes han librado, y estamos satisfechos de algunos resultados —volvió a la carga Peter—. Pero todavía falta.
Joseph sabía que ellos se pegarían del narcoterrorismo para sacar ventajas económicas en la negociación. Él no era ningún imbécil y estaba más que preparado para sortear las diferentes situaciones.
—¿Cuándo dejará su país de producir y exportar coca? —le preguntó Steve mirándolo impasible a la espera de la respuesta. Pero no fue él quien contestó.
La respuesta vino de la persona que menos esperaban.
—Cuando ustedes dejen de consumirla —interpuso _________ sin poder aguantar más—. Cuando sus políticas para evitar el consumo sean efectivas. Cuando la gente esté educada y convencida de los perjuicios que trae la droga, tanto su producción aquí como su consumo allá.
Todos se quedaron en silencio, sorprendidos por su declaración. Pero, cosa extraña, Steve la miró con respeto y luego le sonrió.
—Me place que sea defensora de su país.
—Somos muchos los defensores de nuestro país —los invitó a decir algo, pero ellos deseaban escucharla—. Y créame de corazón lo que le voy a decir —captó de soslayo la expresión de su esposo y tomó su mano en un gesto que le indicaba que confiara en ella—. Todos los colombianos hemos pagado caro la ambición de unos pocos seres inescrupulosos que desearon enriquecerse de forma tan vil. El narcotráfico, para nuestro país, no ha sido solo la siembra de coca y su perjuicio al medio ambiente. Es la sangre de inocentes, fue el auge
de la guerrilla y los paramilitares en años pasados, pero gracias a Dios la guerrilla ya está más controlada y algunos paramilitares están a buen recaudo en su país. Es la cantidad de desplazados que pueblan nuestros caminos, la cantidad de soldados y campesinos lisiados por minas antipersonales.
La miraban concentrados en cada una de sus palabras.
Álvaro reía y susurró para sí. “Menuda mujer se ganó Joseph”.
—Le pido, por favor, que no generalice sobre los colombianos. Tenga en cuenta que es más la gente de bien en este bello país. Y le aseguro que mi marido es un digno exponente de lo mejor que tiene nuestro país. Si usted hace negocios con él, no se arrepentirá.
Joseph la miraba embobado. Su mujer no tenía ninguna necesidad de defenderlo, pero ahí estaba ella.
Nunca la amó tanto como en ese momento.
—Vaya, Joseph —le dijo Fernando—. No lleves a tu esposa a las juntas, por favor, o terminaremos dándole todo lo que nos pida.
—Sí, es cierto —la miró con adoración, en tanto acariciaba su mejilla.
Charlaron de otros tópicos, se tomaron dos whiskys más y se despidieron pasadas la medianoche.
Álvaro los acompañó un rato más. Rato después, _________ los dejó solos.
—En un rato estaré contigo, mi amor —expresó con tono de voz cariñoso—. Gracias por todo, fue perfecto.
—De nada, sabes que haría cualquier cosa por ti —añadió, le dio un breve beso en los labios y cerró la puerta del estudio tras ella.
Álvaro silbó por lo bajo.
—Hermano, tu mujer es especial. ¿Dónde la encontraste?
—La conocí en Cartagena, en el Hay Festival.
—Tus padres se sorprenderán.
—Sí, lo sé. No podrán creer que me haya casado con una mujer de distinta condición social. Pero ya la has visto. ¿Quién podía resistirse? Tenlo por seguro que yo no.
—Te entiendo. Deberás darles tiempo, aunque si ella riega su magia así como está noche, los tendrá comiendo de la palma de su mano en un abrir y cerrar de ojos.
Y diciendo esto se levantó dispuesto a despedirse.
—Steve, Peter y Fernando estarán en la ciudad cinco días más. Tenemos almuerzos programados con el Ministro de Minas y con un delegado del presidente. Haremos esos almuerzos en el Gun Club.
—Todo saldrá bien. Cuando lleguen tus padres ya los tendrás en el bolsillo.
—Dios te oiga.
—Si no, lleva a _________ —dijo su amigo golpeándole el brazo y bromeando.
—Ni lo sueñes. Ese tesoro es todo mío.
—Vaya veta protectora —afirmó sorprendido— . Quién lo diría.
—Ni te lo imaginas, no te burles, te llegará en el momento menos pensado.
—No lo creo —espetó algo molesto—. Respecto a la seguridad, hay que redoblarla.
—Hablaremos de eso en la mañana.
Se despidieron. Joseph tenía la sonrisa pintada en los labios cuando llegó ante su esposa, la respiración de ella le indicó que se había quedado dormida. Se desvistió con celeridad y en silencio. Se acostó al lado de ella, y con el codo apoyado en la almohada, y gracias a la luz de la luna, la observó largo rato. Su esposa no tenía idea de la colección de sentimientos que despertaba en él. Los celos, el anhelo, la ternura. Deseaba acariciarla, pero sabía que cuando empezaba no terminaba ahí, así que mejor sería dejarla descansar esa noche.
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 10.
El secuestro.—¿Ya te vas? —murmuró _________ a su marido, en medio de los efluvios del sueño.
Joseph se sentó en la cama para colocarse las medias. Eran las cinco y treinta de la mañana. Iba a jugar tenis en el club con Fernando, el inversionista mexicano. Lo recogería en el hotel. Quería dejarla descansar, había tratado de no hacer ruido, pero por lo visto sus movimientos habían sido pesados.
—Sigue durmiendo amor, voy a jugar tenis —le contestó Joseph algo afanado.
_________ se sentó de rodillas en la cama. Estaba desnuda, pegó su cuerpo al de su marido, colocó las manos en el pecho y lo acarició de arriba abajo de forma suave, lo besó en el lóbulo de la oreja y le murmuró: —No te vayas, hace frío.
—Son negocios, amor. Y también quiero hacer ejercicio.
—Yo te prometo ejercicio —sonrió contra su espalda—. No quemarás tantas calorías como en el tenis, pero te doy mi palabra de que disfrutarás más.
Joseph cerró los ojos sonriendo. Estuvo tentado. Se había excitado al sentir el cuerpo tibio pegado a él y el aliento en su oreja. Nunca tenía suficiente de ella, era como un ciclo interminable de necesidad y complacencia que solo ella le ofrecía. Una mirada, una caricia y después la pasión y cada encuentro mejor que el anterior y lo luego todo volvía a empezar. Se levantó renuente. Tenía obligaciones que cumplir.
—Cuando vuelva, te compensaré, amor mío.
—No. Dame dos minutos y te acompaño.
—¿Segura que deseas salir con este frío?
—Sí.
Saltó de la cama enseguida, entró al vestier, hurgó entre la ropa y salió con un pantalón y un buzo de lana grueso.
Al pasar, Joseph le dio un suave beso en la boca, le palmeó y acarició la curva de las nalgas. _________ hizo trampa y lo acerco más a ella, le acarició la entrepierna con intención.
—Mi amor, tengo afán —se quejó él débilmente, ya excitado otra vez.
Ella le soltó.
—Está bien, minuto y medio.
Entró en la ducha y segundos después se vistió con rapidez.
—Te demoraste más del minuto y medio.
—Míralo como algo positivo, tendrás tu propia asistente, te pasaré agua, te limpiaré la frente, te vitorearé los triunfos y pondré nervioso a tu oponente.
—¿Y cómo piensas ponerlo nervioso?
—Algo se me ocurrirá.
Joseph la observaba, colocarse el par de tenis. La notaba algo pálida, y estaba seguro que el día anterior se había indispuesto en el baño por culpa de una sorpresiva náusea. Deseaba tanto hacerle un
hijo, siempre era su último pensamiento en el momento de la culminación. Esto era de barbaros, de cavernícolas. No quería profundizar mucho en sus sentimientos, lo dejaría pasar. _________ lo aceptaba tal y como era, con sus exabruptos, con su posesividad, era mansa en el amor y lo hacía inmensamente feliz.
Sonrió ilusionado.
Le preguntaría esa noche, después de que conociera a sus padres.
—Mis padres llegan hoy.
—Sí, estoy algo nerviosa. Todo está organizado. —dijo ella cuando terminó de amarrarse uno de los cordones del zapato.
—No quiero que te afanes por nada. Todo saldrá bien.
—¿Me lo prometes?
—Te prometo lo que quieras.
Salieron abrazados. Al abrirse las puertas del ascensor, los guardaespaldas los esperaban a lado y lado para custodiarlos hasta la parte trasera de la camioneta. Era el vehículo que estaba sin blindar, pues los blindados estaban con los extranjeros. Por su mente se filtró un atisbo de preocupación al llevar a _________ en un auto sin todas las medidas de seguridad y se arrepintió de haberla traído. Conducía Oscar, uno de sus escoltas, y a su lado estaba Sergio Díaz, el jefe del grupo y capitán retirado del ejército. Detrás de ellos los seguía una camioneta con otros dos custodios. Se acomodaron detrás del acompañante. Los demás ocuparon sus lugares.
Aún estaba oscuro cuando salieron del edifico. A tres cuadras del lugar, y bajando por la carrera quinta, un camión pequeño, que les seguía disimuladamente, se atravesó detrás del automóvil, apartándolos del campo de visión del segundo auto.
—Esto no se ve nada bien —dijo Sergio, llamando por radio a los escoltas de la camioneta. El otro escolta desenfundó su arma enseguida.
—¡Verifiquen qué pasa! —exclamó Sergio, en tensión.
—Nada, capitán —le contestó Carlos —. Es un pequeño camión, pero parece que ya nos está dando vía.
—Bien, estén atentos a reaccionar en caso de necesidad —dijo Sergio—. Esto no es normal, me da mala...
Y antes de que pudiera concluir la frase, otro camión algo más grande, viró, y frenó en seco frente a ellos, cerrándoles el paso.
—Oscar, sácanos de aquí enseguida así tengamos que devolvernos o por entre las aceras, no me importa. —manifestó
Joseph con semblante agobiado y nervioso por la seguridad de su mujer.
Se oyeron varios disparos de parte de los escoltas de Joseph que fueron silenciados por ráfagas de metralleta.
—¡Es un secuestro! —bramó Sergio el capitán. Al ver que la puerta trasera del camión se abría y salían cuatro hombres armados que se dirigían con paso resuelto hasta la camioneta. Uno de los asaltantes portaba una metralleta, los otros dos miniuzis con silenciador capaces de disparar tiro a tiro o por ráfagas.
—¡Hagan algo! ¡Maldita sea! —espetó Joseph mientras aferraba a _________ y la llevaba hacia el piso del auto—. Mi amor, por favor, agáchate ¡Sergio!, dame un revolver de los que hay en la guantera.
En cuestión de segundos, ocho hombres rodearon la camioneta. A Joseph todo le parecía que sucedía en cámara lenta. Entrevió que Oscar trató de dar la vuelta en su eje para saltar sobre un andén pero fue infructuoso. Le habían bloqueado la salida y, además le habían disparado al adivinar lo que pensaba hacer, hiriéndolo en el hombro.
Al capitán que iba al lado del chofer lo acribillaron con saña. Joseph se dio cuenta de que el uso del arma era inútil y la tiró debajo del asiento. Lo único que le importaba era la seguridad de su mujer. El pánico por lo que le pudiera ocurrir a _________ le nubló el juicio por un segundo. Se recuperó enseguida.
—¿¡Que carajos quieren!? —gritó furioso mientras dos hombres se acercaban a la parte trasera de la camioneta. Los hombres permanecieron callados, abrieron la puerta y lo agarraron para sacarlo a empujones. Mientras trataba de oponer resistencia les espetó: —¡Díganlo!
Pero el hombre no le contestó.
—¡No me toque, hijo de puta!
Un puño en la mandíbula fue la respuesta del captor.
—No oponga resistencia, hombre, y todo acabará ense-guida. ¡Bájese!
Otro par de hombres abrió la puerta del lado donde estaba _________. Joseph se desquició al ver las manos del tipo aferrar los brazos de _________ y apuntarle con una pistola en la sien. Se percató de que el miedo estaba a punto de vencerla, le temblaba todo el cuerpo. Él imaginó que nunca había estado tan expuesta a un peligro como en ese momento. !Dios! Tanto que la había atacado por ir al refugio de niños desplazados, por puro y físico terror a que le pasara algo, y mira dónde venían a ocurrir las cosas.
—He dicho que se baje, hijo de puta o me cargo a su mujer.
Qué sería de _________ ahora, pensó consternado. La miraba aterrado. Ella estaba pálida, solo murmuraba asustada.
—¡Tranquilo, hombre! —le gritó Joseph al darse cuenta de que el hombre estaba nervioso y podía dispararles en cualquier momento—. Llévenme a mí, a ella no le hagan daño.
Lo arrastró a una camioneta que estaba detrás del camión.
Se monta al carro y se tira al suelo —le dijo—. ¡Rápido!
Joseph se dedicó unos segundos para regalarle a su mujer una mirada de amor y de angustia que ella le correspondió con un llanto desgarrador.
—No, por favor, déjennos en paz —le murmuraba _________ al hombre que aún no había aflojado el amarre.
Los delincuentes habían acribillado a los otros guardaespaldas. No pudieron hacer nada. Los superaban en número. Eran ocho guerrilleros vestidos de paisanos los que actuaron, y otros cinco que prestaban seguridad mientras efectuaban el plagio.
A Joseph lo acomodaron en el piso de la camioneta y le pusieron una capucha mientras los diferentes automóviles empezaban la marcha. En dos minutos había ocurrido todo.
Al ser tan temprano, las calles estaban vacías. Rodaron a toda velocidad hasta llegar a la avenida Boyacá. Joseph escuchaba con atención las llamadas que hacía el hombre que tenía a su lado y más que todo eran instrucciones para llevarlos a su destino por las calles menos concurridas. El desconcierto de Joseph crecía a pasos agigantados, empezó a sentir que se ahogaba. Aspiró fuerte e intentó tranquilizarse. Los hombres tomaron una avenida y en poco tiempo llegaron a lo que parecía su destino.
—Llegamos —soltó uno de ellos.
Joseph dedujo que el viaje había durado alrededor de quince minutos.
Entraron en el lugar y lo bajaron de la camioneta enseguida. Joseph se sentía como en un sueño. Le indicaron por dónde podía moverse, trastabilló en un par de escalones y siguió por lo que pensó él era una especie de corredor. Lo hicieron entrar en un cuarto, lo amarraron de pies y manos a una silla. No tenía la menor idea de donde se encontraba. Por algunos ruidos que había escuchado, sabía que la casa quedaba a un par cuadras de una avenida transitada, porque por la parte de atrás le llegaban ruidos de transporte público.
¡_________, mi amor que será de ti!, pensaba Joseph angustiado.
Mis padres, mis sobrinitos, mi hermana, todos ellos van a sufrir.
¡Dios mío! ¡Ayúdame por favor!
Era tanta la angustia que se obligó a controlarse enseguida.
—Señor , somos integrantes de las milicias urbanas de la guerrilla. Desde este momento está en nuestro poder.
—Lo que tengan que hacer háganlo enseguida.
—No queremos matarlo. Está en nuestras manos para lograr un acuerdo económico con su familia.
—Me secuestraron, querrán decir. Pero en nada les estarán pisando los talones —les espetó furioso.
—Señor —le dijo nuevamente una voz algo cultivada—. En este momento, nosotros tenemos todas las prerrogativas. Agradezco nos colabore.
—Sí amigo, así que calladito estará mucho mejor —le espetó otra voz.
A Joseph lo atormentaba no poder ver sus rostros. Se enfureció aún más. A su oído llegaron los susurros de un par de mujeres. El guerrillero las calló enseguida.
—Solo los cobardes tapan el rostro a sus víctimas —les respondió él.
—Lo hacemos más por su seguridad que por la nuestra—. La voz se acercó. Un aliento pestilente le provocó a Joseph nauseas —Quiero advertirle una cosa, nuestras armas tienen silenciador, si nos dificulta la convivencia, lo cuajó a tiros y lo desaparezco.
—¿Mi mujer, donde está mi mujer?
—Ella no nos interesa, señor , cumplió su objetivo, debe estar con los suyos.
—¿!Qué objetivo!?
—¡Vamos! —lo levantaron y, a rastras, lo llevaron por unos escalones a lo que parecía un sótano, lo sentaron en una silla plástica igual a la anterior, lo amarraron nuevamente y salieron dejándolo en soledad.
_________ estaba aún en el lugar donde había ocurrido todo. Como entre un sueño observaba a los diferentes policías que llegaron a auxiliarlos. Lo ocurrido solo le confirmaba el dicho de que “la vida puede cambiar en segundos” Sí, era certero. Contenidas en sus retinas estaban las últimas imágenes de Joseph, la última mirada esmeralda llena de amor y desconcierto. La policía había tardado más de cinco minutos en llegar, un regalo para los secuestradores que ya se encontrarían lejos del lugar. _________ trataba de dar un relato
coherente de los hechos pero cuando en un momento dado recordó la forma en que los habían sacado del auto, la banda de acero que protegía sus emociones se abrió, dando paso a la angustia y al pavor, que se desató en un llanto histérico y convulso.
Entre lágrimas se percató de la ambulancia que llevaba a Oscar al hospital, de los cuerpos de los escoltas sin vida y del joven policía que trataba de calmarla. Todo era caos y desorden. Los curiosos, el ruido, el olor a humo de carro y a gasolina, la obligaron a ir bajó un árbol y vomitar lo que no tenía en el estómago.
Miguel apareció casi al mismo tiempo que las autoridades. Pálido como un muerto, se acercó a ella:
—_________, lo siento…
Ella se imaginó lo peor, al ver la expresión del hombre, y le dio la espalda tapándose los oídos.
—Oh no, Dios mío…
El la aferró del brazo en el mismo lugar que los secuestradores la habían sujetado. Le dolió, seguro mañana tendría morados.
—Tranquila, no sabemos nada aún.
_________ se llevó una mano a la boca para sofocar el grito que sintió venir.
Finalmente se sentó en el piso, sin dejar de llorar.
Con el rostro totalmente desencajado, lo miró aterrada. La expresión que Miguel le devolvía atestiguaba la angustia que él también estaba viviendo. Los ojos de él iban de ella, al cadáver de Sergio, y luego al otro auto, donde los cuerpos de los escoltas esperaban a las autoridades forenses. _________ podía adivinar todo lo que pasaba por la mente de él.
—Eran demasiados, nadie podría haber hecho nada.
—Fue una masacre, —murmuró Miguel aterrado— ¿Te lastimaron?
—No, yo estoy bien.
Se levantó de un salto y, cogiendo a Miguel por las solapas, gritó desesperada:
—¡Búsquenlo, por favor! ¡Encuéntrenlo! Oh Dios, oh Dios.
Miguel la miraba impotente y sin saber qué hacer para calmarla. En ese momento uno de los agentes se acercó con una botella de agua. _________ lo rechazó.
—Cálmate, _________, por favor. Por el bien de todos debes calmarte. Necesitamos que recuerdes cada detalle, es importante.
Álvaro llegó al lugar casi veinte minutos después. La noticia ya
estaba en todos los medios de comunicación. Empezó a hacer algunas llamadas y, en menos de quince minutos, había gente de la fiscalía, el Das y el ejército. Al fin y al cabo, no era cualquier parroquiano el que había desaparecido.
La ciudad estaba rodeada de retenes. Tan pronto las autoridades se enteraron del siniestro, desplazaron a sus hombres a todas las salidas que tenía la capital.
_________ tomó del brazo a Álvaro, que se había adueñado de la situación.
—Pero lo pueden matar, oh, Dios. Le dije que no fuera, que nos quedáramos en la casa —les decía totalmente sobresaltada.
—Eso no los habría detenido. Debemos esperar, saber qué grupo lo tiene. Aunque por lo que nos dijeron algunos curiosos, parece que es la guerrilla.
—¡Sus padres! —_________ se levantó nuevamente angustiada—. Llegan hoy.
—Estarán aquí en tres horas. Paul sabrá qué hacer. Debemos tener fe en que todo se solucionará —repuso Miguel.
Llegaron a la casa minutos después. _________ abrazó al par de empleadas, que estaban angustiadas por lo ocurrido. Trató de serenarse, pero fue imposible. No deseaba imaginar lo que estaría sintiendo su Joseph en manos de esos hombres. De pronto recordó que no había llamado a sus padres.
—¿Puedo llamar a mis padres? —le preguntó a Álvaro con la cara totalmente pálida y desencajada.
—Claro que sí, más que nunca necesitas el apoyo de tu familia.
—Gracias.
Joseph oía retazos de conversaciones que le llegaban por detrás de la puerta.
—Socio, no pasaron veinte minutos y ya estaba plagada la ciudad de tombos de toda clase.
—No podremos sacarlo de la ciudad en esas circun-stancias— le espetó el hombre de voz cultivada.
—Debemos tenerlo aquí por lo menos hasta que baje la alerta.
—No hay problema, este sitio esta frío para los tombos, podremos estar tranquilos.
—No hay que bajar la guardia. A la primera nos marchamos.
—Bien.
Pasaron horas hasta que volvieron a abrir la puerta.
Alguien entró.
—Le voy a quitar la capucha —el hombre procedió a retirarle la capucha. Joseph tardó en acostumbrarse a la oscuridad.
—Voy a prender la luz, le traje algo para que coma.
—Quiero ir al baño —le espetó Joseph sin interés por la comida.
—¡Socio!, ¡socio! —llamaba el hombre que estaba encapuchado. Al momento llegó otro hombre con capucha.
—Hay que desatarlo, quiere ir al baño.
—Ok. Tranquilito mi amigo —decía mientras lo apuntaba con un calibre treinta y ocho.
El otro hombre lo desató y lo llevó a un minúsculo baño que había allí mismo en el sótano. Por lo visto era un sitio preparado para que alguien viviera un tiempo. El lugar era sombrío, sin ventanas y con un triste bombillo en el techo. Tenía un camastro de metal y un colchón sin sábana, cubierto con una cobija vieja que Joseph no supo si era blanca o gris de lo percudida de mugre. Le entregaron una sudadera azul oscura cuando salió del baño, se desvistió delante de los hombres. Hacía un frio atroz. El calorcillo de la prenda fue bienvenido.
Joseph no sabía qué pensar, se percató que era el primer día de un futuro incierto, tenía la certeza de que si se lo llevaban para la selva sería mucho tiempo el que estaría en manos de la guerrilla. No se hacía ilusiones de un pronto rescate. Mientras estuviera en la ciudad sería posible alguna acción de las fuerzas armadas, pero si los guerrilleros tenían éxito en sacarlo de aquí poco se podría hacer...
Una honda pena lo embargó.
—Lo peor de todo es no saber que nos deparará el futuro cercano —pensaba él atormentado—. ¿Cómo estaría _________? Mi amor ¿Tendría el coraje para aguantar la dura prueba que Dios le había puesto a su amor?
Paul y Denisse de entraron en el apartamento con rostros pálidos y desencajados, en medio de media docena de maletas Louis Viutton. _________ se percató de la mirada de curiosidad a ella y a sus padres, que habían llegado algo más temprano.
Álvaro se ocupó de hacer las presentaciones.
—Paul, te presento a _________, la esposa de Joseph.
—¡Esposa! ¿Qué diablos significa esto? —espetó confundido.
—Mucho gusto, señor, soy _________ Escandón. Joseph y yo nos casamos hace más de una semana. El almuerzo de hoy era para conocerlos y darles la noticia —dijo _________ adueñándose de la
situación enseguida.
—Señora, mucho gusto —le dio la mano a una confundida Denisse que la miraba con curiosidad—. Les presento a mis padres. —Los padres de _________ respondieron el saludo, observando preocupados a los papás de Joseph.
—Mucho gusto.
—Mucho gusto.
—¿Por qué nos estamos enterando de esto ahora?— quiso saber Paul.
—¡Dios mío! Y en estas circunstancias —concluyó Denisse, que la miraba de arriba abajo.
—Ha sido todo repentino. Joseph y yo nos conocimos en Cartagena hace casi dos meses —lo miró fijamente y luego de una pausa añadió—: estamos enamorados.
¡Dios mío! ¿Por qué tenía que pasar por esto sola?, pensaba _________ afligida. La noticia del secuestro los había destrozado, pero la noticia del matrimonio, tenía el presentimiento de que no les había caído nada bien. Decidió pensar que era por los nervios y la impotencia por todo lo que estaban viviendo en ese momento.
Paul miró a Álvaro significativamente.
—Quiero que entiendan que mi prioridad es saber de mi hijo. Si me disculpan —miró nuevamente a Álvaro—, vamos al estudio.
El par de hombres salieron dejando a _________ y sus padres en compañía de Amelia, que los miraba consternada y apenada por la actitud de su esposo.
—Discúlpenlo —se secó las lagrimas de su mejilla—. Está muy angustiado. Ven, hija, siéntate aquí, que quiero saber de ti.
Los padres de _________ se tranquilizaron al ver la actitud amable de Denisse.
En el estudio, Paul miraba a Álvaro furioso.
—¿Qué diablos hizo esa mujer para agarrar a mi hijo? —espetó Paul tan pronto cerró la puerta del estudio, miraba a Álvaro como si este tuviera la culpa.
—Se enamoró, no puedes culparlo —le dijo Álvaro señalando lo evidente.
Notaba a Paul, angustiado, impotente ante lo que estaba viviendo. Para un hombre de su determinación, que no tiene pelos en la lengua para cantarle la tabla al que sea y sin remilgos, lo que a veces lo hace rudo en el trato, pensó Álvaro que lo conocía muy bien, debía ser muy duro no tener el control absoluto de las cosas. Tenía el
imperio casi mágico de atender varías cosas a la vez, sin equivocarse en ninguna.
—¿Quién es esa mujer? ¿Quiénes son sus padres? Me imagino que por lo menos la mandó a investigar —sus ojos interrogantes fueron de él, al escritorio saturado de documentos. Álvaro sabía que dentro de un momento se apersonaría de la firma de los papeles que reposaban encima del escritorio. Era una costumbre arraigada.
—No, Paul, lo siento, pero Miguel me dijo que no lo había hecho.
—¿Firmó capitulaciones? —y, con un lapicero, corrigió una carta y la colocó en la bandeja de papeles del lado izquierdo.
—No, Paul lo siento.
—Pero ¿que le pasó a mi hijo? Apenas lo reconozco —se lamentó. De pronto levantó la vista con furia hacia Álvaro—. ¿Dónde estabas tú? Si puede saberse.
—_________ es una buena mujer, es especial. Yo estaba en Medellín. Cuando me enteré, ya se había casado—. Además, Álvaro pensaba, que su opinión sería irrelevante. Joseph siempre había hecho lo que le había dado la gana.
—Que especial ni que ocho cuartos —le habló con rudeza mientras soltaba el lapicero y se refregaba los ojos con los pulgares—. Quiero hablar con Miguel.
—Está encargado de la seguridad de los extranjeros —lo miró preocupado.
—Es la guerrilla, estoy seguro. —El tono de Paul evidenciaba desesperación por la suerte de su hijo—. ¿Qué dicen las autoridades?
—Se ha hecho un peinado de las zonas donde fuentes de inteligencia saben que se resguardan esos cabrones, pero no han hallado nada aún.
—Comunícame con el comandante de las fuerzas armadas.
—Sí, enseguida, él desea hablar contigo también.
Álvaro marcó el número en su celular, lo saludó brevemente y le pasó la llamada a Paul.
Paul habló largo rato con el General, colgó el celular y se lo devolvió a Álvaro.
—Ya es un hecho, lo tiene la guerrilla, ya se adjudicaron el secuestro. Si no lo rescatan en las próximas horas… —Se sentó abatido en una de las sillas del estudio—. ¡Dios mío! Cómo se lo digo a Denisse.
Ambos sabían sin necesidad de palabras que, si Joseph salía de
la ciudad, no lo volverían a ver en mucho tiempo, si es que alguna vez lo volvían a ver. El poco de gente que llevaba en manos de la guerrilla por más de diez años lo atestiguaba.
—Lo siento mucho, Paul, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
—Lo sé, y ahora lo que quiero es que investigues a esa mujer que está en la sala con cara de yo no fui.
—Está bien, lo que tú digas.
Salieron nuevamente a la sala. El ambiente no podía estar más lúgubre.
Se sentó al lado de Denisse.
—Tengo noticias.
Todos los miraron con expectación.
—Lo siento —dijo mientras tomaba a su mujer de las manos—. Lo tiene la guerrilla. Se atribuyeron el hecho hace unos minutos.
—¡Oh, Dios mío! —Amelia rompió a llorar.
—Búsquenlo, por favor —decía _________ llorando desconsolada—. No lo puedo creer. —Luis Eduardo la abrazaba—. Apenas esta mañana estaba aquí conmigo.
—Debemos tener cabeza fría para lo que viene —concluyó Paul.
—Las autoridades lo están buscando, me imagino —dijo Mariela.
Álvaro no la conocía, pero percibía que estaba ante una mujer de talante fuerte, con su mirada le transmitió la fuerza que sabía su hija necesitaría de ahí en adelante.
—Tienen invadida la ciudad, y retenes en todas las salidas. No podemos hacer más sino esperar —contestó Álvaro.
La noticia del secuestro estaba en los noticieros de la noche. Álvaro habló con Amparo que llegaría con su esposo al día siguiente, para acompañar a sus padres.
Los teléfonos no dejaban de sonar. Pero a ellos solo les interesaba una llamada, la de las fuerzas armadas con noticias de que habían liberado a Joseph o, en su caso, la de las exigencias de la guerrilla.
Joseph tampoco pudo dormir. A la angustia del secuestro se le sumó el colchón lleno de nudos y los pasos que sentía en toda la casa. A veces oía voces, pero éstas se acallaban enseguida. Llegaba hasta él el ruido de un televisor, pero no entendía nada.
—Compañero, debemos sacarlo por la vía a los llanos —decía una de los captores.
—No —contestó rotundo otro—, hay que esperar a que se calme la marea. Será por Sumapaz.
—El camión ya está preparado —decía otro.
—No importa, esperaremos. Estamos más seguros aquí que en cualquier parte.
El camión en que pensaban llevarlo tenía un compar-timento falso donde cabía una persona bien estirada. El plan era llevarlo a las montañas de Sumapaz y ahí lo entregarían a los compañeros del frente; de ahí en adelante, ellos lo llevarían para uno de los campamentos en la selva.
Al día siguiente le ofrecieron un café con leche y un pan blandito.
—Quiero agua, por favor.
—Está bien —le alcanzaron un vaso de plástico con agua fría.
Lo desamarraron para llevarlo al baño. Siempre eran dos y con un arma apuntándole a la cabeza. Hizo sus necesidades y se aseó un poco. Se dijo que tenía que comer lo que le ofrecieran. Quería estar fuerte por si se presentaba la oportunidad de escapar. Se percató de que estaba cerca del aeropuerto por el zumbido de los aviones al despegar y al aterrizar. Se oían ladridos en la distancia seguro el perro de algún vecino. Le ordenaron acostarse en el camastro nuevamente.
En su apartamento, Javier se regodeaba con la noticia. Ya estaba en todos los noticieros de las principales cadenas del país. Deseó de corazón que Joseph no saliera nunca del cautiverio, que se pudriera junto con la vegetación de la selva. Compró una botella de aguardiente y después de tres tragos se le coló en el pensamiento la imagen de _________ y lo que estaría sufriendo en ese preciso momento. Se lo merecía por faltona. Por separarse de su lado. Por dejar que ese hombre recorriera con sus manos lo que le debió haber pertenecido a él.
Carolina llegó rato después.
—¿Espero que tú no tengas nada que ver con esto? —le dijo asustada.
—A ti qué te importa.
—Me importa porque puedes ir a la cárcel. ¿Qué has hecho, Javier?
—Se lo tenía bien merecido, por quitarme a _________.
—En primer lugar, ella nunca fue tuya.
—¡Tú qué sabes! —explotó él.
—Nunca te amó, nunca te miró como mira a ese hombre.
Javier con ira le atravesó la cara de una bofetada. A él nadie lo
cuestionaba.
—¡Que estúpida soy! —le decía llorando.
—¿Hasta ahora te das cuenta? Tú solo me interesabas para follarte y para sacarle información a _________ —la miraba con furia—. No le llegas a _________ ni a la punta de los pies.
—No seas cruel, Javier, yo te amo —lo agarraba de las solapas de su chaqueta, trataba en vano de acariciarle el rostro, pero Javier con sus lapidarias palabras la alejó de un empellón.
—Pues yo no. Y ya no te necesito, así que lárgate —le abrió la puerta para que saliera. Deseaba estar solo. Seguir deleitándose con lo ocurrido, regocijarse en la sensación de que por fin, algo le había salido bien en la vida.
—¡Oh, Dios mío! Qué va a ser de ese hombre ahora.
—Ojalá se pudra en la selva. Y cuidadito si le vas con el cuento a alguien, porque estás muerta.
Carolina salió con el alma destrozada y envuelta en llanto.
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
¡HOLA!
COMENTEN MUCHO MIENTRAS NO ESTOY ¿SI? PLS. PROMETO SUBIR PRONTO<33
X
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
OH DIOS MIO SOLO ESPERO QUE TODO ESTA BIEN!
y que por favor no la culpen a ella :(
SÍGUELA! :love:
y que por favor no la culpen a ella :(
SÍGUELA! :love:
fernanda
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Nueva lectora!!! Porfavor síguela, esta muy buena!!
alesjonas
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
waaa siguela pronto recien me he actualizado :lloro:
no puedo creer por todo lo que han pasado
plizz no me dejes con la intriga siguelaa
no puedo creer por todo lo que han pasado
plizz no me dejes con la intriga siguelaa
Samantha
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