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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
"De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 1 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
"De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Nombre: "De vuelta a tu amor"
Autor: Aree :)
Adaptación: Sí, de Isabel Acuña C.
Género: Drama, Hot & Romance
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: Es un libro so... no sé, pero aquí no está.
Autor: Aree :)
Adaptación: Sí, de Isabel Acuña C.
Género: Drama, Hot & Romance
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: Es un libro so... no sé, pero aquí no está.
Sinopsis.
______ Escandón y Joseph Jonas no podían ser de mundos más distintos. Ella, estudiante de último año de Literatura, y él, un poderoso industrial de una de las familias más ricas del norte del país. Ambos se conocen en el marco del Hay Festival, en Cartagena de Indias. Joseph es un hombre enigmático, atractivo y dominante que se siente atraído por ______ de forma inmediata y empieza la conquista. ______ es una joven inexperta e inocente, que inicia su relación con el joven industrial en medio de una nube de desconfianza. Mientras ellos viven un romance apasionado, la guerrilla planifica el secuestro de Joseph. Por venganza, ______ es implicada en el secuestro y desde ese instante todo se vuelve un caos que poco a poco separa a la pareja. Es una historia que entrelazará sentimientos insospechados, equívocos, oscuras intenciones, conflictos sin resolver, erotismo y el poder del amor y del perdón.
-
Hola. ¿Como están? Bueno pues aquí mi primera adaptación con un Jonas asdfghjk espero les guste este libro, es muuuuuuuy bueno & nada, espero comentarios para ver si quieren en primer capítulo.
¿La sigo?
x
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
waaa primeraa lectora se ve super interezante y todabia con mi Jonas favorito :enamorado: siii porfa pon el primer capitulo estare eperandoo :ilusion:
Samantha
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Samantha escribió:waaa primeraa lectora se ve super interezante y todabia con mi Jonas favorito :enamorado: siii porfa pon el primer capitulo estare eperandoo :ilusion:
Hola :)
Muchísimas gracias por pasar, ya mismo subo el primer capítulo, espero te guste<3
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Ola yo qaqui de nuevo espero subas pronto me envcanto la sipnosis bay
||Hazzy||
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 1.
El regreso.
10 de Octubre de 2010.
—Hola, _______ —le habló su madre con voz afanada—. ¿Tienes internet cerca? Prende la computadora.
—No mamá, voy por el campus a una clase. ¿Qué pasó? —le contestó mientras miraba ansiosa su reloj. En Nueva York eran las once de la mañana, no estaba para emisoras ni para noticias. Iba con algo de retraso a clases.
—Lo soltaron, hija.
_______ casi suelta el celular. Trató de hablar pero fue imposible, tragó en vano varias veces pero parecía que un nudo se había instalado en su garganta y no pensaba ir a ningún otro lugar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y el alma. “Dios bendito, Dios bendito” recitó en su mente, con los ojos cerrados mientras trataba de calmarse.
Estaba en medio del campus. Era el inicio de la estación que muda la vida y renueva los colores, los olores. Así lo atestiguaban los árboles de diferentes matices que iban del amarillo al rojo, y también el crujido de las hojas en la grama. A pesar del frío, el cielo estaba despejado y algunos rayos de sol se colaban por entre el ramal, y hacían brillar aún más el hermoso paisaje.
“Gracias Dios, gracias Dios”, repetían sus pensamientos en una letanía sin final. A la alegría por su liberación se sumaba una honda tristeza, que aún hoy, después de más de dos años, le tenía el corazón en un puño y la vida en suspenso.
—Responde, di algo. ¿Estás bien?
Silencio.
— No debí haberte dado la noticia de sopetón. Tú padre me va a matar.
—No te preocupes por mi —abrió los ojos y por un momento todo dio vueltas—. ¿Cómo se encuentra?
—En apariencia bien. Lo entrevistaron y hoy mismo vuelve a su ciudad.
—Me alegro, ahora tengo que colgar —le dijo en un susurro entrecortado—. Te llamaré esta noche.
Sin perder tiempo se dirigió a la cafetería más cercana del campus de la Universidad de Columbia. En el camino tropezó con algunas personas que no alcanzó a ver, sus ojos anegados de lágrimas le nublaban la visión. Entró en el lugar y con rapidez pasmosa se abrió paso entre la gente, ubicándose en la primera mesa con que se tropezó. Pidió un café y con manos temblorosas abrió el ordenador y lo conectó a Internet mientras se quitaba la chaqueta. Balanceaba el pie sin descanso a la espera de la dichosa señal. ¡Por fin! exclamó cuando apareció el buscador e indagó afanosamente noticias de Colombia.
“Mi amor, ¿qué te hicieron?”, susurraba con el estómago encogido y un latido fuerte en su pecho ante la imagen que se desplegaba en la pantalla del portátil. Empezó a sudar frío al observar los desolados rasgos de su cara y el tono translúcido en su piel, mientras contestaba las preguntas de una periodista. Se angustió aún más, al verlo tan delgado, con el cabello largo y expresión de animal acorralado en sus enigmáticos ojos verdes.
Repitió el vídeo de la noticia una y otra vez, como si pudiera evidenciar algo más de lo que la filmación le mostraba. Perdida ya el alma en la incertidumbre y con el corazón derretido, delineó con el dedo la imagen que le devolvía el computador.
Cerró el ordenador sin saber si habían sido minutos u horas los que pasó con la mirada fija en la pantalla. Por fin se dirigió a clase, había dejado el café intacto sobre la mesa.
—¿Y ahora qué? —se preguntó, mientras atravesaba la puerta de la facultad. La cátedra de hoy era sobre personajes de la literatura infantil, merecía toda su atención. Pero no pudo concentrarse, la situación la superaba. “Tienes los ojos más asombrosos que he visto en mi vida”. La frase irrumpió en su mente sin pedir permiso, como le sucedía algunas noches, cuando las defensas estaban bajas y la invadían los recuerdos. No, no se permitiría una emoción así. Estaba segura de que todo estaría bien, de que él volvería a su vida de
millonario repleta de modelos y mujeres hermosas, sin tener siquiera un pensamiento de caridad hacia ella.
El problema vendría más adelante. Sabía que el reencuentro era cuestión de días, tal vez meses. Pero que volvería a verlo, lo haría… Así fuera para deshacer aquello que en primer lugar nunca debió haber sido iniciado. Trató de serenarse, pero parecía algo imposible de lograr después de la noticia.
Resignada a tener que pedir apuntes más tarde, salió de clase. Camino a la biblioteca, un hombre de ascendencia latina la llamó:
—_______.
—Hola, Raúl.
La verdad era que no quería hablar con nadie. Lo único que deseaba en aquel momento era que la dejaran en paz.
—¿Puedo acompañarte? —_______ no dijo nada y él caminó al lado de ella—. ¿Qué te pasa? —le preguntó, algo preocupado—. Estás pálida y con una mirada… ¿Recibiste malas noticias de Colombia?
—No, no. Más bien son buenas noticias. No me pasa nada —contestó, y lo miró con cariño. Raúl era un becario, un muchacho atractivo, alto, de cabello negro y largo recogido en una coleta.
—¿Si son buenas noticias por qué estás como si te fueran a dar una paliza?
—No estoy así. Son tonterías tuyas —le soltó impaciente por librarse de él. Lo único que quería era enterrarse en un hueco y no salir jamás de allí.
—Está bien. Te conozco y sé que deseas estar sola. Te dejo, adiós. —se despidió agitando su mano.
—Raúl, espera.
El chico frenó en medio del pasillo.
—Discúlpame. No es nada personal, mañana estaré mejor ¿Me perdonas? —lo miró con sus ojos azul aguamarina plagados de incertidumbre.
—Solo si mañana a la noche vienes conmigo donde Joe`s a comer pizza —la convidó ansioso.
—Está bien, acepto —dijo mientras se alejaba—. Adiós, Raúl.
-
—Mamá, de verdad, estoy bien.
Trataba de consolar a su madre que aún lloraba y le daba
gracias a Dios por tenerlo de vuelta después de dos años de secuestro.
Estaba recluido en una clínica del norte de la ciudad, atendido con todos los lujos a los que estaba acostumbrado.
Se les acercó un hombre de edad.
—Deja en paz al chico, Denise —dijo.
Observó a su padre que era la versión más vieja de él.
Estaba en la cama con una bolsa de suero y conectado a un aparato que leía las funciones de su organismo. Menos mal que no podía leer la amargura y la rabia que habitaban en su alma, y que solo ahora estaban aflojando.
Joseph Jonas, no acababa de comprender lo que había pasado.
Esa mañana se había levantado en la madrugada después de soñar con alcatraces; él volaba al lado de ellas hasta llegar al jardín de la casa de sus padres.
Se acercaba su cumpleaños número treinta y cuatro y estaba más nostálgico que de costumbre. Le pasaron una taza de café negro con panela.
—Tenga hombre, que se enfría —le recibió el pocillo a su captor, un guerrillero de no más de veinticinco años, era trigueño y bajito, pelo liso, largo y la barba rala. Se llamaba Carlos y era la mano derecha del comandante guerrillero del séptimo frente de uno de los grupos al margen de la ley, más sanguinarios del país.
—Nos pondremos en camino, parece que hay movimiento —no le dijo más, y se alejó por el lodo con sus botas pantaneras. Era plena selva, con arboles inmensos, lluvias eternas, fango resbaladizo y animales que ni sabía que existían. Había tenido paludismo hacía seis meses y ahora lo aquejaba la leishmaniosis. La mañana estaba nublada y el índice de humedad saturaba el ambiente, la camiseta que llevaba lo atestiguaba y se percató de que ese día tampoco se secaría la ropa que había lavado en la orilla del rio la tarde anterior. Compartía sus dos años de cautiverio con un político importante de la región del Huila. Un hombre de cuarenta y cinco años, aficionado al ajedrez
—Buenas, Joseph. Hoy es la revancha —le soltó el hombre con ánimo festivo.
En ese preciso momento todo se desmadró en el campamento. Había apenas cuarenta guerrilleros cuidándolos cuando entraron los hombres del grupo élite del ejército. Eran como cien, con las caras pintadas de verde y los cascos compuestos de hojas. Inmovilizaron a todos los guerrilleros, se acercó un hombre joven, armado hasta los
dientes.
—Tranquilos, somos del Ejército Nacional. Desde este momento están libres.
Libre, libres, libres —las palabras le retumbaban en el oído—. La pesadilla había terminado, una pesadilla de dos años de duración. Como alelado, se acercó al hombre y lo abrazó. Algo aturdido, observó el sitio en el que había estado confinado durante meses; los diferentes cambuches donde pernoctaban él y el otro secuestrado, las tiendas y ranchos donde dormían sus captores, el fogón de leña donde cocinaban los alimentos día a día. Percibió el olor a madera podrida y a selva. En ese momento quiso tener una antorcha y prenderle fuego a ese espacio cruel y violento de su vida.
Respiró profundo.
Un soldado con mirada de pesar le quitó el candado con la cadena que tenía anudada al cuello y después, como en un sueño, empezó un recorrido de cuatro kilómetros de trocha. Joseph se percató de que habían sido separados de los guerrilleros capturados. A modo de despedida, y sin mirarlos siquiera, levantó el dedo medio por encima de su cabeza.
Seguían una cuadrilla de soldados especializados en detectar minas antipersonales. Los guerrilleros tenían la costumbre de sembrar de minas los alrededores de cualquier campamento para evitar fugas, deserciones o incursiones del ejército como la que acababa de tener lugar. Pero Joseph sabía que no iban a encontrarlas. Este frente era perezoso y descuidado. Los había estudiado, esperando su oportunidad de escapar, pero la operación le evitó el escape.
Caminaron hasta un claro en medio de la selva donde los esperaba un helicóptero para llevarlos hacia la libertad.
Llegaron sobre el medio día. Atendió a los medios de comunicación, durante una media hora. Por la tarde Joseph voló directo. Su salud aún lo permitía.
Lo internaron en una clínica al norte de la ciudad, para que lo atendiera su médico de confianza, el Dr. Ricardo. Si los resultados de los exámenes salían bien, al día siguiente le darían de alta y podría volver a su hogar.
Estaba ansioso por recomenzar su vida en el punto en que la había dejado. El problema era que no estaba seguro de cuál era aquel punto, porque un golpe en la cabeza al momento del secuestro había borrado sus recuerdos y no los ubicaba hasta unos tres meses antes del hecho. En la selva poco pudo hacer, trataba de sobrevivir día a día.
Pero ahora el galeno podría hacerle un estudio profundo. Sus padres le habían insistido que viajara a Suiza para un mejor diagnostico y tratamiento, pero él creía en los profesionales de su región.
Se había dado una larga ducha, trataba de desprenderse el hedor a selva, a animal cautivo. Después intentó dormir. Le costó trabajo. Dos años sin pegar los ojos en una cama decente pasaban factura a su cuerpo. Observó la habitación, con dos sillones, un sofá, un televisor pantalla plana y un ramo de flores en una mesa esquinera. Lujos que le habían sido vetados durante casi dos años. Sonrió irónico al tomar el control del televisor y hacer un recorrido por los diferentes canales.
Entró una enfermera en la habitación y al ver que no lograba conciliar el sueño, por orden del médico, le suministró un sedante suave y pronto volvió el sueño de siempre.
Está en una casa en la playa. En un tronco a la orilla del mar hay una mujer sentada.
Puede observar su espalda blanca como el nácar y su largo cabello negro y liso. Él se acerca poco a poco para acariciarla. Lo que más le impacta del sueño son sus sentimientos hacia ella. Son sentimientos de dicha, de posesión, de ternura. Nunca se ha sentido así en su vida. “Mírame” le dice su mente, “mírame, por favor” y en el momento en que el rostro de la mujer voltea despacio, logra captar su boca voluptuosa y se despierta enseguida.
Sudando, Joseph le preguntó a la noche:
—¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Por qué te escondes de mí?
En ese momento entró una enfermera y le dijo:
—¿Se siente bien Señor Jonas?
La joven se acercó, le tomó el pulso y, antes de ponerle un termómetro en la boca, Joseph respondió:
—Fue solo un sueño.
Al día siguiente llegaron sus padres, su hermana Amparo, casada con un libanés llamado Omar Nassir, dueño de una empresa de empaque de Atún en la zona franca de la ciudad, en la que Joseph tenía una participación. Tenían dos hijos, de ocho y diez años, que entraron como una tromba en la habitación de su tío.
—Niños, dejen a Joseph en paz —les llamó la atención la abuela.
A los chicos no les importó y se botaron a abrazar a su tío. Fueron quizás las únicas lágrimas que se permitió en dos años de vida. Denise lo abrazaba y besaba llorando.
—Gracias a Dios, Joseph, —lo acariciaba sin poder creerlo— . No sabes las oraciones y la doblada de rodilla todo este tiempo —le decía llorosa.
—Gracias Mamá —contestó emocionado.
Al medio día le dieron de alta y algo más tarde salieron de la clínica. Esquivaron la nube de periodistas que estaban apostados en las puertas del lugar. Sus padres insistieron en llevarlo a su casa. No lo dejarían solo en su apartamento.
Los ojos de Joseph recorrieron las diferentes calles. Por entre los vidrios polarizados de la camioneta observaba los cambios en su ciudad, los modernos edificios y urbanizaciones, el nuevo centro comercial. La pequeña urbe guardaba un lejano parecido con Miami.
Al llegar a la casa de sus padres una honda emoción lo embargó. Los recibió el muchacho encargado de la vigilancia, de regar el jardín, y cuidar los perros. Era una de las casas más lindas y lujosas de la ciudad, de paredes altas y blancas, portada de varias revistas de decoración. Totalmente modernizada, con una amplia piscina rodeada de palmeras. Estaba ubicada a las afueras. A lo lejos se observaba el mar Caribe.
Joseph respiró el aire salobre con fruición.
—Bienvenido Señor Jonas —lo saludó Miguel, feliz.
Al momento salió una mujer, con el pelo entrecano y uniforme de empleada del servicio.
A Joseph se le iluminó la cara.
—¡Nana! —gritó cuando la buena mujer voló a sus brazos sin ceremonias y sin importar que él fuera el patrón. Al fin y al cabo le había cambiado los pañales, limpiado las rodillas y sonado los mocos durante toda su niñez.
—Mi niño, mi niño… Los ángeles me hicieron el milagro de de traerte con bien — le decía la negra emocionada—. Te preparé toda tu comida favorita,
—Se me hace la boca agua, Nana vamos a la casa —entró abrazado a ella, saludó al resto del servicio y se sentó en la sala.
—Mamá, cambiaste la decoración —miraba sorprendido a un lado y a otro.
—Es la última moda, hijo. Minimalista —le dijo ella orgullosa del entorno, y procedió a explicarle el nuevo estilo de decoración que imperaba en ese momento.
Pero de pronto cambió la expresión y las lágrimas inundaron sus ojos.
—Pero a ti qué carajos te va a importar eso.
La abrazó y ella lloró en sus brazos. Desconcertado y ansioso, no sabía qué hacer para calmarla.
—Tranquila, mamá, tranquila.
Tomó su cara entre las manos y le dio un beso en la frente.
La observó con detenimiento. Los años de secuestro habían hecho mella en su semblante. Ahora algo apagado, pero nada podía mermar la elegancia de esta mujer, pensó Joseph al estudiar sorprendido su cabello corto teñido de rubio, los ojos del mismo color que los suyos y su buena figura. También notaba que la relación entre sus padres estaba algo tensa, pero lo achacó a su ausencia.
Joseph lucía ajeno a todo lo que lo rodeaba. El paso de la miseria en la que había vivido a la opulencia, trastocaba aún más sus emociones. Su familia tenía todo lo que el dinero podía comprar. Una infinidad de negocios en la ciudad y en el país los habían enriquecido por generaciones. Se sabía dueño de empresas y destinos, en esa ciudad pujante y acogedora con uno de los puertos más importantes del país. “El mejor vividero del mundo”, como afirmaban sus coterráneos y la gente que se iba de otras partes del país a vivir en ella.
Sabía cómo superar cualquier obstáculo que pudiera presentarse en su camino, era un digno representante de su estirpe. Dominante, artero y sagaz, había triplicado la fortuna de la familia en el tiempo en que había manejado sus negocios.
“Sí”, sonrió irónico, “cualquier obstáculo, menos el que lo había refundido dos putos años en esa maldita selva”, caviló frente a uno de los ventanales mientras observaba el mar.
Joseph deseaba de forma vehemente, recuperar sus recuerdos de los meses anteriores al secuestro, pero los médicos fueron contundentes. Tenía que tomarse las cosas con calma o podía desencadenar un shock profundo. Era por el bien de su recuperación.
Almorzaron en relativa calma. Joseph sonreía con las ocurrencias de Nana Rosa que supervisó en todo momento, la delicia de manjares que había preparado en su honor y que sabía eran sus platos preferidos. Arroz con coco, filete de róbalo en salsa de camarones, patacones crujientes y Napoleón, su postre favorito.
De nada valió que su madre y su padre le advirtieran que pusiera cuidado en comer en pequeñas cantidades. Joseph los observaba con cariño y comía uno que otro bocado, de esa manera los engañaba y no saturaba su estómago.
Descansó un rato y luego recibió la procesión de familiares cercanos, amigos y políticos, que se acercaron a saludarlo y a preguntar por la toma del campamento guerrillero por parte de las fuerzas armadas, que ya era noticia en todos los noticieros del país, y por todos los detalles morbosos inherentes a su secuestro. Los complació en la medida de lo posible, pero había cosas que siempre quedarían entre la selva y él.
—Amigo, qué alegría… - Álvaro, su amigo del alma, lo saludó con un abrazo. Era abogado de la Universidad Bogotá y el encargado de todos los tejemanejes legales de sus negocios. Tenía a su cargo un colectivo de abogados compuesto por los hombres más preparados de su generación. Era de la misma edad que Joseph y se conocían desde niños. Era un hombre atractivo: rubio, de ojos cafés y buena estatura.
—No tienes idea —Joseph le señaló una terraza apartada de todo el mundo y lo invitó a sentarse.
—Sabía que volverías. Solo mandaron una prueba de supervivencia, pero sabía que estabas bien. —De pronto exclamó furioso—: ¡Dos años negociando con esos hijos de putas!, no era un caso político. No entiendo qué pudo haber pasado, nunca se ponían de acuerdo en la cifra.
—Yo sí.
Lo dijo con la seguridad del que lo ha pensado durante mucho tiempo y continuó:
—Entre más tiempo pasara, más podrían subir la demanda de dinero, jugando con los sentimientos de mi familia.
Joseph tenía la mandíbula cada vez más tensa. Álvaro intentó aplacarlo enseguida:
—Lo importante es que ya estás en casa y lo mejor es que no hubo que pagar rescate.
—Le debo mi vida al Ejercito —concluyó pensativo—. Solo quiero seguir con mis negocios y retomar mi vida en el punto en que la dejé. Pero no recuerdo nada de lo que sucedió tres meses antes del secuestro.
Joseph no entendió en ese momento por qué Álvaro se tensaba y trataba por todos los medios de cambiar de tema.
—Debes darle tiempo al tiempo, hermano. Cada día trae su propio afán.
—Es cierto —dijo mientras aceptaba un vaso de whisky que le ofrecía una de las sirvientas.
—La fiesta está en su apogeo, hermano.
Joseph miraba a la gente mientras pensaba que sería bueno para todo el mundo retirarse antes de que empezara una parranda, que podría durar hasta el otro día. No estaba de ánimo para eso. Sabía que la gente estaba sorprendida de verlo tan bien físicamente, pero nadie percibía que las secuelas emocionales estaban ahí.
En esas los interrumpió una bella mujer con todo el garbo y la elegancia de la mujer Caribe. Había sido candidata al reinado de belleza por el departamento del Atlántico, y también había sido reina del carnaval. Era el paradigma del buen gusto: con un vestido de Olán blanco arriba de las rodillas que dejaba ver unas hermosas y largas piernas, cabello espeso, oscuro y largo, corte a la moda, accesorios de marca.
—Mi amor —se lanzó a los brazos de Joseph emocionada. Álvaro la observaba impasible.
—Paula, qué alegría verte.
Lo abrazó y le dio un beso en la boca que le disparó unas ansias que en el secuestro se había negado a admitir. La mujer sonrió encantada. Joseph intuía que era el sueño de ella y el de toda la familia que los dos se casaran. Pero él no la amaba. La estimaba, le tenía cariño, pero no más. No se casaría porque sí, aunque su madre le hiciera la encerrona. Se liberó de su abrazo al tiempo que la observaba admirado.
—Estás muy bella Paula y me alegra mucho verte —le dijo encantado de verdad, y la miró de arriba abajo con ganas.
—Lo mismo digo, mi amor. Mañana estás invitado a comer a mi casa con tus padres. Por favor no faltes —dijo y se alejó con un contoneo de caderas calculado.
—Cuidado. Se ve que la falta de mujer te puede llevar a dar un paso en falso —le decía Álvaro burlón.
—Sí, tengo ganas de una mujer —dijo Joseph exasperado—. Pero no te preocupes. Si me insinuó a Paula, mañana estará comprando el ajuar de novia.
—Tienes razón. En cuanto a lo de tu falta de mujer, podría llamar a alguien —le dijo Álvaro con mirada expectante.
—Tranquilo, amigo. No creo haber olvidado cómo se hace —le contestó riendo.
A una insinuación de Álvaro de que Joseph debía descansar, los invitados poco a poco se marcharon para sus casas.
—Qué diplomático, siempre —le dijo Joseph al ver que a los últimos los despachaba sin contemplaciones de ningún tipo. —Ven, vamos a la piscina. Quiero tomarme unos whiskies.
Sus padres se despidieron cariñosamente y se quedó solo con su amigo. La casa estaba por fin en calma, una calma tan distinta del silencio tenso de la selva. El reflejo de la luna bailaba sobre el agua transparente de la piscina, el olor del mar lo sosegaba. Las palabras de Álvaro lo sacaron de su ensueño.
—No quiero imaginarme lo duro que fue, Joseph. Y lo difícil que será superarlo.
—No te lo imaginas, mi hermano. Todavía tengo la sensación de que es un sueño y de que voy a despertar tirado en mi cambuche.
—Poco a poco te acostumbrarás nuevamente y retomarás tus negocios.
—Bien, ahora sí. Cuéntame acerca de la mujer que me envió un mensaje por radio diciendo que me extrañaba. ¿Me confundió con otra persona?
Álvaro se atragantó con el whisky. Tosió ruidosamente. No esperaba que Joseph tocara el tema tan rápido. Se salió por la tangente.
—Sí, se confundió por el nombre. Era el de otra persona que conocía.
—Vaya, qué raro. En la primera prueba de supervivencia les dejé claro que no quería mensajes por radio. No quería darles ese poder a esos hijos de puta —exclamó Joseph furioso.
—Esos mensajes por radio a los secuestrados son su único vínculo con el mundo real —Revolvió el vaso con los cubos de hielo—. Ya sabes, gente tantos años en poder de esos grupos. Es una labor importante.
—Con el tiempo me arrepentí —no se había permitido los primeros meses de secuestro, pensamientos familiares de celebraciones, cumpleaños y esas cosas, se hubiera enloquecido, esos recuerdos se colaron con el tiempo y teñidos de nostalgias.
Joseph no podía imaginar cómo sería la vida de los soldados, policías y políticos que llevaban casi una década en poder del grupo guerrillero.
—Lo importante es que sobrellevaste muy bien tu cautiverio. Estamos orgullosos de ti.
—Qué va, hermano, no hay de qué sentirse orgulloso —le dijo burlón—. Orgulloso si hubiera logrado escapar yo mismo. Créeme, lo intenté, y lo único que gané fue una cadena al cuello de este grueso —pegó el dedo índice con el pulgar.
—¡Son unos hijos de puta!
—Y un candado de esté tamaño —señaló la mitad de su mano.
—No jodas —lo miraba Álvaro con conmiseración—. ¿Cuántas veces lo intentaste?
—Tres. Pero en mi mente siempre estaba la idea, solo era esperar el momento justo.
—La operación de tu rescate fue impecable —le dijo Álvaro—. Igual que la operación Jaque.
—Sí, gracias a Dios.
—Y sin disparar un solo tiro.
—Cuando esa gente se enteró, hermano, yo creo que deseaban pegarnos un tiro.
—Me imagino que tomaron represalias. Porque Ingrid, en su alocución por televisión, lo primero que hizo fue pedirle al grupo guerrillero que respetara las vidas de todos los secuestrados.
—Cuando ocurrió eso, lo primero que nos quitaron fueron los radios. Después desmejoraron más la comida —le sonrió irónico—. Y nos encadenaron todo el tiempo.
—¿Cómo no te volviste loco?
—Con una fuerza de voluntad muy grande. El deseo de sobrevivir y la cualidad que tenemos todos los seres humanos de adaptarnos a cualquier circunstancia.
—Sí, es cierto —le respondió Álvaro.
Se quedaron en silencio, cada uno con sus pensamientos, con la camaradería que da la amistad de muchos años, donde no es importante llenar los silencios con palabras inoficiosas.
Joseph suspiró al mirar el cielo y las pocas estrellas en él. Daba gracias a Dios como nunca en la vida. Había regresado. Eso era lo más importante.
Ahora lo único que debía hacer era abrir esa puerta que se había cerrado y borrado tres meses de su existencia, para poder entender que le había pasado y porqué había tenido que vivir ese infierno.
Nueva York
No se sentía cómoda en su piel.
Hacía cinco días que había recibido la noticia. Pensó que cuando la recibiera volvería a respirar, pero no. Debía ser sincera con ella misma. Lo que esperaba era que él la recordara y fuera a buscarla, que la encontrara y con su sola presencia le ayudara a olvidar todo lo ocurrido. Pero al paso de los días se dijo que no iría tras ella.
La había olvidado.
Como a un objeto viejo en el fondo del closet. Y el resentimiento y todo lo que había truncado su relación estrujaban su corazón como tenazas calientes. No, no podía ser injusta con él. Había perdido la memoria, ni siquiera sabía que ella existía. Él no había tenido la culpa de nada, ambos eran víctimas inocentes de una situación que amputó su relación en el momento de más dicha.
No puedo seguir así, se dijo.
Había faltado a varias de las clases y alegó un resfriado cuando Raúl la llamó. Se levantó de la cama y cepilló su larga cabellera negra. Recordó sus palabras: “Deja que sienta tu cabellera en mi pecho”. Dejó el cepillo en la cómoda y se dedicó a arreglar el apartamento hasta dejarlo impecable, como si así pudiera calmar la agitación que vivía en su interior después de recibir la noticia.
Observó otra vez su imagen en el espejo, sus ojos antes risueños y chispeantes habían perdido la luminosidad. Había perdido todo rastro de la joven que había sido. Las facciones estaban más cinceladas, y resaltaban la voluptuosidad de su boca. La mirada que le devolvió el espejo fue una mirada dura. Volvió a cepillar su cabello con manos temblorosas. Él adoraba su cabello. Quería ahuyentar tantos recuerdos antes de caer en la desgana, pero era imposible, las memorias se colaban porque sí.
Debería dejar la puerta abierta, pensó para sí. Y que pasaran todos de una vez para echarlos de su corazón y de su mente, y así poder seguir con su vida.
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Hola, bueno aquí ya el primer capítulo, que espero les guste. Les subiré seguido, no se preocupen, cuando no pueda ya avisaré.
Espero lectoras y comentarios, Un beso<3
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
magic directioner forever escribió:Ola yo qaqui de nuevo espero subas pronto me envcanto la sipnosis bay
Hola, muchísimas gracias por pasarte a leer<3
Acabo de subir el capítulo lol. Espero te guste, un Beso.
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
waaa se olvido justo de ellaaa buuuu pobrecita
siguela porfavor quiro saber que pasaa :corre:
siguela porfavor quiro saber que pasaa :corre:
Samantha
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Samantha escribió:waaa se olvido justo de ellaaa buuuu pobrecita
siguela porfavor quiro saber que pasaa :corre:
Hola Samantha, Buuuu lo sé, hoy mismo la sigo, muchísimas gracias por leer & comentar<3
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 2.
El comienzo, conociéndose.
Cartagena de Indias
Dos años y medio atrás
Dos años y medio atrás
Era virgen.
Había decidido dejar de serlo esa noche.
Tenía veintidós años y salía con Javier desde hacía tres meses. Él la presionaba para llevársela a la cama, pero no era por eso que había tomado la decisión; presentía que se estaba perdiendo de algo importante en su vida. Quería a Javier y le daría la sorpresa.
Estudiaba el último año de Literatura en la Universidad Columbia.
Había ahorrado y planificado el pequeño viaje con meses de antelación. Con Javier y una amiga decidieron viajar a Cartagena para asistir al “Hay Festival”. Habían alquilado un apartamento en Boca grande por seis días. Dejó de prestarle atención a la charla, su mente estaba en todo lo que tenía planeado para esa noche.
Observó por entre la gente. No vio ni a Javier ni a Carolina. En vista de su distracción, renunció a quedarse en el salón de conferencias.
Pensó que tendría tiempo de hacer algunas compras para la cena, antes de la otra charla sobre autores Latinoamericanos. No quería perdérsela. Salió sin demora hacia el supermercado.
Dejó las compras en el apartamento y volvió de nuevo al centro de convenciones, la charla duró dos horas. Al salir, decidió dar un paseo por la ciudad amurallada. ¿Dónde estaría Javier? Se sentó en la terraza del hotel Santa Clara. Era un pequeño lujo que deseaba darse desde que había llegado a la ciudad.
A Carolina no le faltaría compañía esa noche.
Prepararía la cena: espaguetis vegetarianos, una botella de vino, pan de ajo. Comerían primero. Luego iría a su habitación, estaba indecisa sobre el baby doll transparente, sabía que lo dejaría con la boca abierta, pero no estaba segura de hacerlo. Carolina que era más desinhibida lo haría sin pensarlo dos veces, podría intentarlo.
Ordenó a uno de los
camareros que pululaban por allí una bebida helada.
La había observado toda la tarde.
Le atraía cantidades.
En la charla sobre autores Latinoamericanos en el Centro de Convenciones se preguntaba qué era lo que le llamaba la atención de esa mujer. Había mujeres más acordes con su personalidad. Pero no, se sentía atraído hacia una muchachita que parecía recién salida del colegio.
Aunque era preciosa…
Lo primero en lo que se fijó fue en su cabello, largo y liso, de color negro. Estaba de espaldas y, curioso por verle la cara, se sentó en diagonal a ella para observar su perfil, pero lo que lo dejó sembrado en su sitio fue que al voltear ella a corresponder el saludo de alguien, se encontró con los ojos y la boca más hermosa que había visto en su vida.
Tan pronto terminó la charla, sus pasos lo llevaron detrás de ella por un recorrido que desembocó en el hotel Santa Clara.
¿Qué hacía un empresario del calibre de Joseph Jonas en el Hay Festival?
Los periodistas de la prensa rosa dirían que estaba tras una escritora o artista de las que concurren al dichoso festival. Los más mercantilistas, seguro, pensarían que el verdadero motivo para estar en el evento más importante de la literatura en Latinoamérica era entrar al negocio de las editoriales.
Lo que nadie adivinaba era que Joseph estaba allí por pura coincidencia. Había estado reunido el día anterior con un grupo de extranjeros interesados en invertir en el país. Le gustaba la lectura y aprovechó el marco del festival para ponerse al día. Le encantaba asistir a las charlas de los diferentes autores, tenía libros en cantidad, podía disertar desde los últimos nobel de literatura hasta el último betseller de Stephen King, pasando por los clásicos de siempre. Esa tarde volvería a la capital.
La mujer que atrapó su atención se había sentado en la cafetería al aire libre, pidió una bebida helada y se perdió en la lectura de un libro.
Estaba embrujado por el color de su piel y sus extraordinarios ojos azules aguamarina, como el color de las playas de Barú, ahora cubiertos por unas pequeñas gafas de lectura. No era muy alta, pero era bien proporcionada de pechos abundantes. Sus piernas estaban ocultas por un vestido blanco casi hasta el tobillo, de espalda
destapada. Unas sandalias y un bolso rustico de esos tejidos por los indígenas, completaban su atuendo. Vio cómo observó su reloj con mueca de fastidio, era un artículo de plástico azul oscuro, de manilla gruesa y que le bailaba en la muñeca. No tenía anillos, solo un par de pulseras de hilo, de las que hacen los hippies y venden sobre una tela en el suelo de cualquier esquina. Cerró el libro, le gustó la blancura de sus manos de largos dedos y uñas cortas y limpias. Se levantó, se olvidó las gafas y tropezó con él.
—Perdón —soltó ella con una voz que le paró los pelos de la nuca a Joseph.
—Tranquila, déjeme ayudarle —la sostuvo mientras volvía a colocar el bolso en su puesto. Seguía con las gafas puestas y Joseph no pudo evitar una sonrisa.
—Perdón que me entrometa, pero ¿no caminará mejor sin esas gafas? —le preguntó mirándola divertido.
Con manos temblorosas, ______ retiró sus gafas del rostro. Todo rastro de risa burlona murió en los labios de Joseph, para ser reemplazada por una mirada ávida.
—Disculpe —la observó salir del hotel.
El caminó detrás de ella.
—Cene conmigo esta noche —le dijo rotundo.
—No creo, nos conocemos —le contestó ella con el rostro en llamas.
— ¿Por qué? Permítame presentarme. Soy…
—Sé muy bien quién es usted. Me pregunto cuáles serán sus motivos para asistir al festival. Éste no es su entorno.
—¿Por qué lo dice? —contestó furioso—. No me conoce, por Dios —insistía ya resignado a no cenar con esta mujer que lo impactó, porque esa era la palabra adecuada para describir lo que sentía. ¿Hacía cuánto una mujer no lo impactaba?
Años.
Se dio cuenta de que ella lo miraba con curiosidad.
Ya más calmado le preguntó:
—¿Puedo saber su nombre?
—No, creo que no —le contestó ella mientras lo miraba con cautela—. Usted y yo no tenemos nada en común.
Frunció el ceño con impaciencia mientras trataba de seguir presurosa su camino.
—Por lo menos tome un café conmigo.
—No me gusta el café —lo miró seriamente— . Y tampoco usted.
—¿Por qué? —abrió los ojos sorprendido—. Si se puede saber —le preguntó intrigado y fastidiado por su indiferencia.
Ninguna mujer lo había rechazado en años. No le gustaba la sensación.
—Mire, no deseo ahondar en el tema —miró a un lado de la plaza—. ¿Ve esa mujer? Es una modelo famosa. Estoy segura de que con ella sus atenciones serán bien recibidas.
Y sin más siguió su camino.
—Espere. Esta noche voy al restaurante Donde Olano. Si desea ir será bienvenida. Nos vemos —y se fue dándole la espalda.
______ lo miró alejarse por una de las callecitas rodeadas de balcones primorosos, desde los que se desprendían materas llenas de buganvilias, campañillas y enredaderas de todos los colores, y siguió su camino intrigada. No le gustaba la reacción que había tenido hacia él. Se le había acelerado la respiración y secado la boca al oír su voz.
Nunca había reaccionado así ante ningún hombre. A todos los veía como sus iguales, pero a este no. Tenía el presentimiento de que no podría controlarlo como a los hombres que acostumbraba tratar. La manera de mirarla. ¿Qué clase de mirada era? Se preguntó a sí misma. Era una mirada ávida y claramente depredadora; nunca la habían mirado así. Era un hombre muy guapo, de ojos verdes. Tenía una hermosa boca. ¿Cómo sería besando?
Se espantó las ideas. Tenía planes y no los iba a dejar de pronto solo porque este hombre manifestara interés en ella.
Entró al apartamento. La cerradura estaba sin llave. Seguro Javier ya estaba en casa pensó mientras devolvía las llaves a su bolso.
Decidió no hacer ruido. Dejó algunos paquetes con compras de última hora en la cocina y se dirigió al cuarto de su novio. Percibió algunos ruidos. Con los ojos cerrados, y muy quieta en el corredor, escuchó.
Gemidos.
Las manos le temblaban. Con el corazón en un puño abrió la puerta. ______ abrió los ojos asustada. Carolina le hacía el amor a Javier acaballada encima de él.
—Viste por qué tienes que estar conmigo y no con esa mojigata —le decía la chica, ignorante de la presencia de ______ mientras lo besaba y lo acariciaba. Él, a su vez, le acariciaba los pezones y llevaba las manos a su trasero.
— Sí, tienes razón, Caro —le dijo en tono áspero y lujurioso.
—¡Hijos de puta! —exclamó ______ furiosa.
Brincaron de la cama enseguida. Carolina se tapó con una sabana. Javier se tapó con una toalla que había cerca y trató de decir algo:
—______, yo…
Pero solo podía mirarla apenado.
—Cállate, hijo de perra. Y tú —señaló con un dedo a la que consideró su amiga hasta ese momento —eres una zorra.
Sin más se dirigió a su habitación. Lloró de indignación y de pena por el engaño. Se dio cuenta en ese momento de que estaba frente a un par de falsos. Se restregaba las lágrimas, furiosa.
Un momento después sintió golpes en la puerta del cuarto.
—_______ No sé qué decir, perdóname —le decía Javier con la voz pegada a la puerta.
—Vete, sigue haciendo el amor con esa pu.ta—miraba furiosa la puerta—. ¿No que está muy buena?
No podría seguir con ellos en el apartamento y se negaba a irse de la ciudad por esa mala jugada.
Dios, cómo había podido equivocarse tanto.
Ella lo quería, deseaba que su relación funcionara, pero por lo visto todo era una mentira. Por primera vez en su vida tenía roto el corazón.
¿Y ahora qué voy a hacer? Recordó la voz de Joseph.
“Voy Donde Olano, será bienvenida”. No, sería ridículo aparecerme en ese lugar. Y con los ojos hinchados de llorar, además.
¿Por qué no? No le debía explicaciones a nadie.
Sí, si le debía explicaciones a alguien: a ella misma.
Mientras se daba una larga ducha pensaba que ojalá las penas y el desengaño salieran por el sifón, así como lo hacían el jabón y el champú.
Durmió mal.
Al otro día se levantó temprano. Quería salir de ahí antes de encontrarse con ese par. “Como si yo fuera la culpable” , pensó indignada. Abrió la puerta dispuesta a enfrentarse con el primero que encontrara y se dirigió a la cocina por un vaso de jugo, tenía sed, el llanto de la noche anterior se la había provocado.
No había nadie. Se fue a su conferencia.
Percibió la presencia de Joseph unas filas más allá, y también sintió que no le había quitado la vista de encima en lo que duró la
charla. Al terminar se acercó a ella:
—Buenos días —la saludó formal.
Lo había rechazado.
Era la primera vez que una mujer lo rechazaba. La noche anterior casi no había podido dormir pensando en ello. No recordaba haber sido rechazado alguna vez, pero la mujer que tenía enfrente lo miraba con total indiferencia. Había aplazado su viaje un par de días con la loca esperanza de que ella acudiera a la cena.
Lo había dejado plantado.
Y eso había afilado su vena depredadora. En la mañana ya tenía un informe de donde vivía, y de la charla en la que ella estaba en ese momento.
Se dirigió sin falta al lugar.
La observó venir hacia él. Es muy hermosa, pensó mientras se le acercaba. Joseph Jonas era conocido por su tenacidad, vivía para los desafíos, entre más difíciles, más atrayentes. No conocía el miedo o los límites. La manera en que había crecido su grupo económico lo atestiguaba.
—Buenos días —contestó ella dirigiéndose hacia la salida.
—Tenía la esperanza de encontrarla aquí, ya que no pudo ir al restaurante anoche.
—Yo le dije no iba a ir —lo miró sorprendida—. Discúlpeme si lo hice esperar en vano —lo último lo dijo con total sarcasmo.
—Disculpada —le contestó él en el mismo tono.
—Pero me imagino que la soledad no le duró mucho.
—¿Qué quiere decir?
—Lo que oyó. —le contestó meditabunda.
—Si no va una, ¿entonces otra estará bien? —preguntó él más ofendido a cada minuto que pasaba al lado de ella.
—Sí, eso mismo.
—No me conoce, no puede afirmarlo. — “Qué rayos le pasaba a esta mujer” pensó molesto por las sensaciones que bullían en su interior ante la presencia de ella. No tenía muy buena opinión de él, pensó extrañado. Las mujeres lo adoraban, lo adulaban, se desvivían por sus atenciones, pero con ella…
—Lo menos que espero es una disculpa.
—¿Perdón? —contestó ella, y levantó la una ceja con un gesto altanero.
Ese gesto, en vez de ofenderlo más, le cambió el humor enseguida. Esta mujer tenía ojos matadores, eran capaces de hacer
arrodillar a cualquiera.
—Cuando alguien atenta contra el honor y el buen nombre de una persona, lo mínimo es pedir una disculpa —le soltó él aparentemente ofendido.
______ soltó la carcajada. Joseph quedó pasmado, adoró su risa, cautivadora, amable y musical. Había leído en alguna parte que una simple sonrisa era capaz de desatar pasiones, pero no lo había creído hasta ese momento.
—Entonces debe vivir exigiendo disculpas a todas esas revistas que publican cosas de usted.
—Sí, eso mismo —la miró pensativo, su tono de voz lo envolvía—. Cene conmigo esta noche y quedará disculpada.
Le molestó el timbre de ruego que acompañaron sus palabras.
—Lo veremos —y se dirigió a la salida caminando veloz.
— En el mismo sitio que le nombré ayer.
—Lo pensaré.
Lo pensó toda la tarde. Al llegar al apartamento y encontrarlo solo, volvió a pensarlo.
¿Por qué no? No iba a tener los mismos remilgos del día anterior. Sí, eso es lo que iba a hacer. Sin perder tiempo y después de una larga ducha, se arregló con un vestido blanco de flores amarillas y hojas verdes amarrado al cuello y espalda destapada, hasta los tobillos. Se colocó unas sandalias blancas de tiras y tacón, unos aretes de perla que había comprado en la playa, una pulsera de nácar que compró en la plazuela de Santo Domingo a un grupo de hippies que tenían un puesto de artesanías en el sector, se cepilló el cabello y salió a la sala, más beligerante de lo que en realidad se sentía.
Sabía que alguno de ellos estaría allí.
—¿A dónde vas? —le preguntó Javier. Estaba sentado en una de las sillas de mimbre del recibidor, esperando que ella abriera la puerta. Tenía el gesto totalmente descompuesto.
—No te importa —le contestó ______ ofuscada—. De ahora en adelante no te debe importar nada de lo que haga.
Lo miró furiosa y con lágrimas en los ojos.
—Claro que sí, no puedes salir sola. Te puede pasar algo.
—No necesito que me cuides —se limpió las lagrimas.
—Mi amor, no hagas una locura —le decía él consternado—. Perdóname, por favor, no sé que me pasó.
—Oh, yo sí sé. No pudiste tenerla quieta dentro de los pantalones —le espetó furiosa.
—______, yo…— trató de acercarse a ella, pero ella fue más rápida.
—Adiós —y salió del apartamento dando un portazo para aceptar la invitación, pensando que quizá hoy la dejarían plantada a ella. Ya iba medio arrepentida, y al llegar a la puerta del recinto se dijo que si estaba acompañado, o si no estaba sentado en una de las mesas, se iría por las mismas y no habría pasado nada. Al entrar en el restaurante, observó nerviosa el lugar, lo divisó al momento. Él se levantó enseguida del puesto y le hizo una seña al mesero y al par de escoltas que estaban en una de las mesas laterales para que no entorpecieran el encuentro. La recibió con una sonrisa. Ella se acercó a la mesa. Joseph la observaba sin pudor, desde su cabello hasta la punta de los pies. Fue una mirada de descaro que la hizo sentir mujer por primera vez en su vida. Estaba vulnerable.
—Buenas noches —le dijo con su voz ronca y sensual, tomó su mano y se la besó.
______ no pudo evitar sentir un escalofrío y, abochornada, lo saludó:
—Buenas noches. No sabía si lo encontraría.
—Estás muy hermosa. Yo estuve rogándoles a los Dioses porque vinieras. Parece que me han concedido el deseo —la miró satisfecho.
—Gracias —no sabía qué más decir. Recordó que él no sabía su nombre y se presentó—: Soy ______ Escandón.
— Hermoso nombre ¿Qué deseas tomar? —le preguntó acucioso.
—Un vino blanco está bien —le contestó mientras observaba el restaurante—. Es un sitio hermoso.
A un gesto de sus dedos se acercó un solicito mesero, Joseph pidió una botella del mejor vino blanco que había en el lugar.
—Sí, me gusta la comida. Es cocina francesa y creolle—. Le dijo mientras la contemplaba.
______ observaba el pequeño el restaurante. Era acogedor, con sus arcos, sus cuadros y su pequeño espacio, respiraba estilo, era uno de esos sitios donde hay que hacer reserva para poder disfrutarlo.
—No conozco mucho de esta comida. Siempre es bueno aprender.
—¿Qué te hizo aceptar mi invitación? —le preguntó, sin apartar la mirada de sus ojos.
—Ayer en la tarde encontré a mi novio en la cama con mi mejor
amiga —le contestó recordando la bochornosa escena.
Joseph se atragantó con el vino. Tosió dos veces; ya recuperado se obligó a contestar:
—Lo siento mucho. Debió haber sido un golpe duro para ti —dijo molesto.
—Sí, es triste —suspiró con el corazón oprimido—. Pero el haberlos encontrado me evitó hacer algo de lo cual me habría arrepentido más adelante.
Se percató de que Joseph la miraba cada vez más sorprendido. Alzó la ceja y no pudo evitar preguntar:
—¿Qué sería ese algo?
—Me temo que no podré contestar a eso —le señaló con una risa matadora. Pasmada por la profundidad de su mirada verde, desvió otra vez sus ojos hacía el lugar. Estaba repleto de mujeres hermosas, en varias mesas había extranjeros y un grupo de jóvenes reía en una esquina del local. Los meseros pululaban llevando y trayendo platos y vinos.
—No hay mal que por bien no venga —le devolvió la sonrisa de dientes blancos y labios carnosos.
—Sí, estoy de acuerdo —se terminó el vino y bajó la mirada hacía su copa, pensativa.
Al volver a levantarla, observó a través de la mesa, sus movimientos suaves y elásticos, sus manos bronceadas. Eran manos hermosas, fuertes, y de pronto sintió un escalofrío al pensar cómo sería ser acariciada por unas manos así. Y estaba tan guapo, vestía una camisa blanca de algodón con un pantalón color beige de lino puro, mocasines casi del mismo color del pantalón.
—¿Ordenamos? —preguntó él en un tono de voz que evidenciaba alguna molestia, notó ella.
—Ok —contestó ella, preocupada y arrepentida de haberle contado lo que pasó con Javier.
______ ordenó un filete de pargo en salsa de mariscos, y Joseph una Langosta. Como entrada mariscos gratinados, y de postre, bananos flambeados para él y postre de café colombiano para ella.
—¿Dónde te hospedas? —le preguntó, aunque ya lo sabía.
—En un apartamento en Bocagrande con mi ex novio y mi ex amiga —lo señaló en un tono de voz resignada—. ¿Dónde te hospedas tú? —decidió tutearlo.
—Yo tengo casa aquí en la zona amurallada.
—Cierto, lo olvidé —lo miró burlona.
—¿Olvidaste qué?
—Que no eres un hombre común y corriente. Debo recordarlo—. Esto último lo dijo más para sí misma.
—Soy un hombre común y corriente —le refutó tratando de convencerla.
—No, no eres común y corriente. Te gusta la literatura y a mí me gusta eso —le sonrió de forma pícara.
______ sabía que lo había sorprendido, soltó la carcajada.
—Tú eres especial. Te lo digo en serio —se quedó pensativo sin dejar de observar sus labios.
—¿Dónde vives? —indagó—. Por tu acento pareces del interior. ¿Bogotá tal vez?
—Sí, soy bogotana. Estudio Literatura en La Javeriana. Último año —tomó otro sorbo de vino —. Tú, por lo que sé, vives en Barranquilla.
—Sí, vivo allí, pero también viajo mucho a Bogotá, la mitad del tiempo en una parte y la mitad en otra.
—Debe ser emocionante. Debes conocer muchos lugares.
—Algunos —dijo despreocupado. Y ______ se percató de que no deseaba sonar petulante, ni creído.
A medida que avanzaba la cena la embargó una sensación de tranquilidad y confianza. Le gustaba el tono de su voz y la cautivaban sus movimientos. Reparó nuevamente en su boca, en su mandíbula de ángulos rectos.
Era consciente de que no debería confiar en él. Era un desconocido, pero no podía evitarlo.
—¿Qué estás leyendo en este momento? —le preguntó ella.
______ era una mujer que ocultaba sus verdaderos sentimientos tras una coraza de desenfado e indiferencia. Estaba impresionada con Joseph. Y no solo por el hombre que era.
Le parecía el hombre más apuesto que había conocido.
Le gustaba el color de sus ojos, que le recordaba el color del prado del jardín de su madre, cuando las gotas de rocío del amanecer lo bañaban. No debió aceptar la invitación. Sus sentimientos estaban hechos un lio. Por un lado su desengaño, y por otro una inevitable atracción hacia un hombre tan distinto a ella. Sentía un nudo en el vientre y la garganta seca, que mojaba con vino para poder pasar los pocos bocados que se permitió.
—Memorias de Adriano, de Yourcenar —apuntó él.
—Buen libro —lo mira pensativa—. La soledad del hombre en el
poder.
—No solo es eso y lo sabes bien —le contestó él con petulancia.
—Sí, lo sé. Para mí es un compendio de los valores que deben regir la vida de una persona o de una nación.
—Hay que tener en cuenta el momento en que fue publicado —continuó él—. Aunque el libro llevara más de veinte años cocinándose, casó perfectamente con los ideales de la posguerra.
—Sí, es cierto —lo miró con algo de reserva— . Debes dedicarle bastante tiempo a la literatura —era una afirmación.
—No tienes idea —le hizo señas al mesero, sus escoltas se encargaron de la cuenta—. Te invito a dar una vuelta en coche por la ciudad.
—Muchas gracias —le contestó ella educada, algo más relajada por la conversación y el vino.
______ pensaba en lo que haría al llegar al apartamento. Se sintió mal. No podía juzgar duramente a Javier; si ella estaba en estos momentos hipnotizada por este hombre que tenía al lado. “Pero si no hubiera sido por lo que pasó, tu no estarías aquí para empezar”, pensó retomando su desengaño.
Nunca había sido tan consciente de la presencia de un hombre. La invadía una desazón que no sabía nombrar. Deseaba irse y, a la vez, acercarse más. Le gustaba el aroma de su piel. Pero también sentía miedo, percibía en él una esencia fuerte con una mezcla de sensualidad y no podía entender que se hubiera fijado en ella. ¿Qué quería?
Joseph alabó mentalmente todos sus encantos, su delicada piel con poco maquillaje, no había podido apartar sus ojos de ella durante toda la comida, admiró sorprendido, la manera en que bajaba los parpados. Era muy joven, ¿Qué carajos hacía él con casi una niña sentada a su mesa? El hastío, dedujo él, cuando se levantó para invitarla a pasear en coche.
Salieron del restaurante. Él colocó una mano en la espalda de ella. Le gustó que a ella se le pusiera la piel de gallina. Sonrió satisfecho. En ese momento ella hizo un giro y su aroma le estalló en la cara. No era el aroma de perfumes ni nada parecido. Era el aroma de su piel, dulce y especiado, que lo envolvió poniéndolo de un talante diferente. Entornó los parpados y, despacio, se acercó más a ella. Quería olfatearla.
Subieron al coche tirado por un caballo. Era bastante confortable. Se acomodaron uno al lado del otro. Joseph no quería romper el hechizo, quería envolverse en ella, probar sus labios, pero ella hablaba de temas a los que solo contestaba sí o no.
Mientras el coche rodaba por las callejuelas reflexionaba porque la ciudad era declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, era una ciudad mágica, bella, de grandes contrastes, que iban desde sus calles empedradas, por donde paseaban en ese momento, sus murallas de la época colonial y sus casas antiguas con hermosos balcones llenos de flores que encerraban siglos de historia, hasta el sector moderno de la ciudad, con todas las edificaciones y comodidades de la vida moderna. Era uno de los principales puntos turísticos de la región y también destino turístico de clase mundial.
—Es una ciudad mágica —pronunció ______ solemne.
—Sí, el realismo mágico García Marquiano está presente en cada esquina —le contestó él.
Ella sonrió.
Estuvieron unos momentos en silencio, sin sentirse incómodos el uno con el otro.
Mientras iban en el coche, él le iba contando algunas anécdotas de la ciudad, historias que la hacían reír. Lo hacía en un tono suave y pausado que no podía disimular lo oscuro e insinuante de su voz.
Joseph aparcó frente al apartamento de ______. Él percibió que ella no se había dado cuenta de las dos camionetas con vidrios blindados, una adelante y la otra atrás, que los acompañaron durante todo el recorrido.
—¿Habrá algún problema allá arriba? —dijo preocupado indicando las ventanas del edificio.
—No creo —le contestó ella.
—¿Qué planes tienes para mañana? —preguntó Joseph aparentemente tranquilo.
—En la mañana, tengo unas charlas, pero la tarde la tengo libre.
—Te espero mañana a las dos en Los Pegasos. Trae traje de baño.
—¿Adónde iremos?
—Es una sorpresa.
—Allí estaré. Gracias por todo. A pesar del momento que estoy pasando, me divertí mucho —le dio la mano y se acercó a darle un beso en la mejilla.
Joseph no desaprovechó la oportunidad. Volteó la cara y le rozó la boca suavemente.
Ella se separó enseguida, sonrojada.
—Adiós —dijo mientras salía veloz del coche.
Entró al edificio como alma que lleva el diablo.
Joseph quedó sorprendido por su reacción. Quería volver a verla. Necesitaba hacerlo. Se sorprendió de la ansiedad que lo embargó en ese momento. Qué piel tan suave…
Hubiera querido profundizar el beso, pero ella lo evitó. No quería pensar que estuviera enamorada del imbécil del novio. Además, no le gustó que pasara la noche ahí. Nunca había conocido una mujer como ella, que le volteara sus esquemas así como así. Estaba molesto por ser plato de segunda mesa, mejor dicho el hombre de rebote. Ni de coñas que lo iba a hacer.
Alzó su mirada nuevamente al edificio, y trató de adivinar donde estaba la ventana de su habitación.
En diez minutos de conversación se había dado cuenta de que a ella no la impresionaba su riqueza. Había ido a la cena por una pelea con su novio nada más. Podría ser él o cualquier otro. No tenía nada de especial para esta mujer. Eso lo cabreaba como nunca.
Jamás se había sentido tan ignorado.
Las mujeres se le tiraban no tenía que perseguir a ninguna. Pero con esta… Había deseado terminar la cena que sintió atragantada y, haberla escoltado hasta su casa o haberla enviado con alguno de sus escoltas, pero a medida que transcurrió la comida se sintió como envuelto en una nube, su aroma, sus gestos y sus rasgos lo hechizaron.
¿Qué sentiría al estrecharla entre sus brazos?
Mañana la tendría en su casa.
Esa mujer será mía, se repitió con laudo.
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Hola, segundo capítulo listo. Como ven, los capítulos siempre serán largos, al principio es medio aburrido, lo sé, solo esperen sakhfkldsjfk.
Espero les guste<3
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Tienes que seguirlaa! Aver... entonces estan recordando como se conocieron y todo. No quiero ver el secuestro y falta mucho para saber por que no querian decirle a Joe que hizo ella? Continuaa! (: Gracias
Kati♥Lovejb
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Hola soy nueva y fiel lectora! W! Me encanto la nove! Tienes que seguirla ya! Soy Paola y soy de Mexico aqi tendras a tu fiel lectora siempre y me encanto :3 maldito javier hija de perra, y esa zorra de carolina siguela :3
Pao Jonatica Forever :3
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
KatiLovejb escribió:Tienes que seguirlaa! Aver... entonces estan recordando como se conocieron y todo. No quiero ver el secuestro y falta mucho para saber por que no querian decirle a Joe que hizo ella? Continuaa! (: Gracias
Hola. Sii eso osea el primer capítulo es el presente, después se enfoca hacia el pasado, como se conocieron, su relación, etc. Si falta poco para el secuestro y como lo vivió cada uno de ellos & el porque no le quieren contar a Joe sobre la rayis :( espero verte seguido por acá<3
Ya mismo dejo capítulo.
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Pao Jonatica Forever :3 escribió:Hola soy nueva y fiel lectora! W! Me encanto la nove! Tienes que seguirla ya! Soy Paola y soy de Mexico aqi tendras a tu fiel lectora siempre y me encanto :3 maldito javier hija de perra, y esa zorra de carolina siguela :3
Hola ¡Bienvenida! Paola, Soy Aree(: & también soy de méxico asdfghjklñ *chocalas*
Muchísimas gracias por lee & pasar a comentar, espero verte seguido por acá<3
Ya mismo dejo capítulo nuevo.
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lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Capítulo 3.
La conquista.
______ no fue a ninguna charla esa mañana. Solo vio de lejos a Ángela Becerra rodeada de varias personas. En otras circunstancias se habría acercado, pero en esos momentos, sus pensamientos estaban en otra parte. Después de pelear duramente con Javier, que la esperó levantado, se había ido a dormir.
Carolina no le había dado la cara.
Todavía.
Lo que más deseaba en ese momento era que se marcharan del apartamento, pero ninguno de los dos tenía dinero para ir a otro lugar.
Eso significaba dos días más soportando a ese par de cretinos.
Estaba furiosa.
Utilizó su tarjeta de crédito —solo la usaba en situaciones de emergencia— para agenciarse un vestido de baño nuevo. Era un hermoso bikini azul aguamarina, con el pantalón en un solo tono y el sujetador con motivos de colores alegres. Además venía con un pareo debajo de la rodilla. Las sandalias que tenía le servirían.
Iba embelesada pensando en el casi beso que recibió de Joseph la noche anterior ¿Por qué lo habría hecho? ¿Habría sido intencional? O ¿fue un ligero accidente al girar ella la cara?
Javier la seguía a pocos pasos, la notó distraída, feliz.
"______ ¿qué estás haciendo?", se preguntó, y deseó poder retroceder en el tiempo para evitar cualquier contacto con Carolina. El día que ______ los encontró, no había sido la primera vez que habían estado juntos, eran amantes hacía un año. Había sido un verdadero estúpido. Estaba tan hermosa con ese pareo y su cabello suelto y brillante. Su atención se desvió hacia el yate lujoso que estaba en el muelle y que parecía ser el lugar al que se dirigía. Se dio cuenta de que tenía apretados los dientes por los corrientazos en la mejilla. Se desmoralizó al ver a un hombre joven y alto salir a recibirla. “No, ______, no lo hagas, por favor”. “Eres mía, mía…Vuelve, por favor”, rogó entre dientes mientras ella desaparecía de su vista. Esto no se iba a quedar así, con el ánimo descompuesto se alejó por la ciudad amurallada. ______ le pertenecía y no iba a dejar que otro la tuviera.
En el puerto había un hermoso yate anclado, junto con dos embarcaciones más. El lugar bullía de actividad por la cantidad de turistas nacionales y extranjeros que hacían tours por las islas vecinas. Un vendedor ambulante se acercó a ofrecerle unas gafas y una negra con un platón de dulces le ofreció una cocada. El olor de la golosina le abrió el apetitito, la compró y la guardó en el bolso. Al acercarse más al muelle, un hombre joven la abordó.
—¿La Señorita ______? —preguntó el muchacho, acuerpado y de gafas oscuras con porte claramente militar.
—Sí, soy yo —contestó extrañada.
—El señor Joseph la está esperando. Sígame por favor.
—¿Por qué no salió él mismo a recibirme?
—Periodistas. Pero es más por usted, señorita.
Subió al yate con un nudo en el estómago y la premonición de que las cosas no volverían a ser como antes. Avistó a Joseph enseguida. Estaba muy guapo con sus bermudas, la camiseta pegada al cuerpo, chanclas y gafas que retiró al acercarse a saludarla. ______ se sonrojó ante la mirada de él. Se daba cuenta de que deseaba quitarle el pareo para observarla a sus anchas.
—Hola —dijo con una sonrisa y ojos chispeantes—. Bienvenida.
La saludó con un suave beso en la mejilla. ______ respondió al beso tímida. El contacto aunque leve, la había afectado como una descarga eléctrica.
—Es un yate hermoso —dijo al tiempo que observó todo alrededor y trataba de calmarse—. ¿A dónde vamos?
La superficie del yate estaba rodeada por sillas plásticas. Por medio de una pequeña escalera se llegaba a una salita con un sofá ancho, un bar y un mesón.
—Vamos a Islas del Rosario. Mejor dicho, a una islita particular. Almorzaremos allá.
—Me parece perfecto.
En ese momento el yate abandonó el puerto.
Bordearon la bahía observando el paisaje.
—Es tan hermoso. Podría vivir aquí para siempre —le dijo ella soñadora.
—Sí, tienes razón.
—Dicen que el océano Atlántico es más salado que el Pacífico —expresó ella, pero al mirarlo se calló enseguida, avasallada por el imperio de su mirada.
—Discúlpame —añadió él contrito—. Ya había oído ese dato en alguna parte —le aseguró él.
—¿A qué crees que se deba? —preguntó ella.
—Parece que es debido a la rotación de la tierra y a la atracción de la luna. Es más denso, pero no estoy seguro. ¿Deseas tomar algo?
—Sí, lo que sea está bien, gracias.
—Muy bien —entró en el yate y volvió minutos después con refresco y una cerveza Águila para él.
—¿Qué planeas hacer cuando te gradúes?
—Deseo hacer una especialización en literatura infantil.
—¿Piensas escribir historias para niños o enseñar en alguna parte?
—Si pudiera, haría ambas cosas.
Tomó un sorbo de la bebida y se pasó la punta de la lengua sobre la parte superior del labio.
Se sonrojó ante la avidez con que la miró.
—Explícate —le susurró con voz densa.
—Tengo una beca en perspectiva. Mi tesis será el camino para lograrlo.
Él la escuchaba con atención.
—Nuestra cultura es muy rica en mitos, leyendas, pero nuestra educación siempre ha ido en contravía de lo autóctono. Lo que yo me propongo hacer es rescatar todas esas leyendas, y luego plasmarlas en cuentos infantiles para que puedan llegar a los niños de educación primaria de todas las regiones del país. Además, estoy recopilando una serie de datos curiosos de Colombia y de otras partes del mundo para hacer un libro.
—Muy loable de tu parte. Como textos de estudio, me imagino —concluyó admirado.
—Sí, es lo que deseo. Los verdaderos cambios en este país se lograrán el día en que la educación sea igual de importante que un desayuno —lo miró, exhaló un suspiro y continuó—: Los fines de semana realizo talleres de lectura para una fundación de niños desplazados, en Ciudad Bolívar.
______ observaba con embeleso cómo el cabello negro de él brillaba al sol. Lo tenía corto, pero se le hacía remolinos en algunas partes. Tenía un perfil regio y la boca era carnosa y bien delineada.
—No solo la educación ayudaría. ¿No es algo peligroso ese sitio al que vas?
—Sé que se necesita más que educación para solucionar los problemas de este país, pero me gusta pensar que aporto mi grano de arena —le contestó ella, sin querer profundizar en sus argumentos. No se pondrían de acuerdo debido a su diferencia de clase social—. En cuanto a la seguridad, sí, es peligroso. Pero la gente me conoce y me respeta por lo que hago.
Dejaron de lado ese tema.
Hablaron un poco de sus gustos musicales antes de volver a los libros. Pronto divisaron la pequeña isla. Con su playa y su muelle, la casa que se evidenciaba a lo lejos era preciosa. Salieron a recibirlos un par de hombres jóvenes y dos mujeres.
—Que alegría verlo por aquí, Sr. Jonas —le dijo una de las
mujeres de hermosa sonrisa.
—Gracias Ana, a mí también me alegra. Les presento a mi invitada, la señorita ______ Escandón.
—Bienvenida, señorita. Esta es su casa.
—Muchas gracias —les contestó ella, algo tímida.
Los sirvientes la miraban extrañados. A lo mejor las mujeres que acostumbraba a traer su jefe no podían ser más diferentes que ella, que derrochaba sencillez, por cada uno de sus poros.
—Rosa, vamos a estar en la playa. Llévanos algo de beber, por favor.
—Sí señor.
—Es una casa hermosa —le dijo ______ mientras apreciaba el entorno.
—Vamos, te la mostraré.
Era una casa no muy grande, de cinco habitaciones. La sala era amplia con muebles de ratán tapizados en telas de flores, de techos altos y abanicos grandes girando. Un comedor en madera rustica, adornado con plantas. Por un hall se iba a la cocina y por otro a las habitaciones. En la sala había una puerta corrediza que daba a una moderna piscina con caída de agua como las de ahora, dos juegos de mesas con sus sillas, en una esquina, todo perfecto y bien cuidado, las paredes blancas.
—Te felicito, es una gran casa —le dijo ella no queriéndose sentir más impresionada de lo que ya se sentía.
—Gracias.
Salieron a la playa. Ya estaban los cocos locos esperándolos. Se sentaron en unas tumbonas, dispuestos a disfrutar de la tarde.
La playa los llamaba con sus aguas cristalinas azul claro.
—Del mismo color de tus ojos, —le dijo él sin quitarle la mirada de encima—. Vamos a darnos un chapuzón —se levantó y se quitó la camiseta.
______ quedó absorta al observar su pecho lleno de músculos y tendones, con un suave vello negro. Quiso decirle que sus ojos también eran muy bellos, pero no se atrevió. Nunca le había echado un piropo a un hombre y no iba a empezar ahora, con un hombre que claramente no los necesitaba. Tenía ganas de acariciarlo, no creía que recuperara el aliento nuevamente. Tímida, ______ se retiró su pareo, y lo colocó en la tumbona, se dirigió a la playa sin mirarlo.
Estaba feliz y asustada al mismo tiempo por el cúmulo de sensaciones en su interior.
Joseph le gustaba. Le gustaba su don de
mando, sus movimientos, la forma en que la miraba cuando creía que ella no se daba cuenta.
Joseph estaba más que sorprendido. Era escultural. Sus piernas largas, esbeltas. Y su cintura de avispa, imaginó sus manos rodeándola, y bajando por sus nalgas redondas y llenas. No pudo evitar una oleada de lujuria que trató de controlar como fuera. Si ella supiera lo que él pensaba seguro saldría corriendo. La miraba preguntándose cómo podía tener esa boca. Era tanto su deseo de besarla, de probar la suavidad de sus labios.
Ya sabía que estaba ante una mujer diferente de todas las que había conocido. Esta no era una mujer que conquistaría con joyas o trapos finos. Ya sabía que la riqueza no la impresionaba. Más la impresionaba el carácter de las personas y lo que hacían por los demás. Bueno, él hacía caridad, pero le dejaba esa labor a terceros. No se ensuciaba las manos en el asunto. Ella era distinta. Estaba seguro de que sería capaz de construir una casa con sus propias manos si era en favor de algún desposeído, tenía esa certeza. Recordó el brillo de sus ojos y la pasión con la que hablaba de todos sus proyectos; eso para un cínico como él era como una bocanada de aire fresco. Estaba acostumbrado a ese mismo brillo en los ojos de las mujeres pero ante una joya o un reloj costoso.
Se acercaron a la playa de arenas blancas y formación coralina, con oleaje imperceptible y su mar de varios tonos de azules y verdes.
—El agua es transparente —le dijo sorprendida.
—Sí, podemos hacer snorkel. Voy por unas caretas —dijo Joseph yendo hacia la casa.
Al volver se detuvo un momento en la playa para observar cómo las luces y el centelleo de los corales provocaban en la piel de ______ un brillo luminoso. Jamás había visto algo tan hermoso. El corazón le brincó en el pecho, y una dicha inmensa lo embargó.
—¿Sabes nadar? —le dijo en un tono de voz más ronco que de costumbre.
—Claro —le contestó y tomó la careta que Joseph le ofrecía, mientras le sonreía de forma devastadora.
A él casi se le doblan las rodillas.
Las miles de lucecitas le daban un aspecto mágico y majestuoso al océano. Hicieron snorkel en buena parte de la isla, observaron los peces de colores, la forma y el color de los corales. Al salir del agua, en una mesa improvisada, los esperaba un suculento almuerzo tardío.
Estaban felices, disfrutaban la alegría de descubrirse. Comieron
langosta, mariscos y unos patacones delgados y crujientes que acompañaron con cerveza helada. Vieron el atardecer en medio de charlas y confidencias con música Vallenata de fondo.
—Creo que debemos irnos —le dijo ella de pronto, al ver que se hacía noche.
—¿Por qué no nos quedamos? —le preguntó él contundente y ansiando su respuesta.
Ella abrió los ojos de verdad sorprendida:
—No —dijo—. No puedo.
—¿No puedes o no quieres? —le retrucó él.
—Quiero y no puedo —le contestó ella—. Créeme, si siempre hiciera lo que quisiera no sé qué sería de mi vida en este momento.
—A veces te puedes dejar llevar por algún impulso —le expresó él sabiendo que no iba a cambiar de idea.
Nunca le había rogado a una mujer. No iba a empezar ahora.
—Gracias, pero no.
¿Por qué lo rechazas?, se preguntó a sí misma. Por puro y físico miedo, se contestó con honestidad. Una relación con él sería bastante complicada. Tenía la impresión de que ese hombre era capaz de absorber todo de una mujer, de que no se andaría con miramientos al ir detrás de ella. Lo sabía, sería una conquista contundente, todo o nada. Y se veía que no le gustaba perder, podría salir profundamente lastimada. Además, todavía estaba el tema de Javier y Carolina. Aunque algo mitigada la pena, su orgullo aún estaba herido.
—Bien, vamos entonces.
—Gracias por todo. Me divertí mucho.
En el viaje de vuelta, ______ se acomodó en la barandilla, deseaba observar el golpeteo del mar contra las paredes del yate. Joseph se le acercó por detrás y, con su mano izquierda, presionó su vientre en un gesto que ella no rechazó pero que le alteró los latidos y le aceleró la respiración. No quería que él lo descubriera. Se mordió el labio, ruborizada y, sin aguantar las ganas, colocó su mano encima de la de él.
Joseph no pudo evitar pensar cómo sería esa mano acariciando su cuerpo. ¿Cómo se sentiría? ______… pronunció su nombre solemne. ¿Sabría ella el significado de su nombre? Demás que sí. Poco a poco le dio la vuelta y le susurró en su oído:
—Quiero saber si le haces justicia a tu nombre —y con lentitud deliberada bajó sus labios, pero ella en un gesto reflejo le cicateó la boca y eso despertó un anheló en él que no pudo soslayar. Le fijó la
mandíbula con sus dedos y con la otra mano apresó la cintura y la besó.
Fue un beso largo y profundo. Con el ánimo desbocado introdujo su lengua y recorrió los rincones de su boca, explorando y adueñándose de todo lo que descubría e incapaz de disminuir el arrebato que lo subyugaba. Fue como empaparse del agua de la playa en la que habían estado en la tarde: agradable, tibia, tropical. Sus sabias embestidas no le daban tregua. Joseph deseaba morder, saborear, quedarse en su boca para siempre.
“¡Qué suave es!” pensaba en medio del frenesí
“Si, es la boca más dulce que he besado”. Se perdió totalmente en ese beso. Su sabor e intensidad lo tenía en llamas. Apenas podía respirar. Por primera vez en muchos años, sentía las rodillas débiles ante una mujer.
Cuando finalizó el beso, le sonrió.
—Sí, ______, le haces justicia a tu nombre. Eres pura miel, suave y dulce. Podría besarte toda la noche.
Ella suspiró, se dio cuenta que deseaba ser besada otra vez. Le miraba la boca con insistencia. Él no la defraudó. Le sujetó la nuca, la pegó a él y la besó. Sin técnicas y misterios la chupó con ganas, aferrándola en sus brazos, consiente de cada una de sus reacciones, de cada pulso, cada jadeo y cada respiración.
Era una delicia y sabía que tenerla en su cama era cuestión de días. Porque la tendría o dejaría de ser él.
La soltó renuente y, obligándose a calmarse, la acarició con ternura. La tomó del cabello con suavidad, agasajándolo con los dedos de arriba abajo. La miró en silencio, tenía la boca entreabierta por donde escapaba su respiración.
— Eres adorable.
— A veces —contestó insegura.
Él detectó vulnerabilidad en su mirada. Nunca podría jugar con ella. Era diferente a las otras mujeres y se sintió como un cretino por sus tórridos pensamientos y sus bajas pasiones.
—No lo creo. ¿Lo dices para que salga corriendo? —le dijo en broma.
—Es tu última oportunidad. Podrías enamorarte.
—Soy un hombre de riesgos —le contestó. El nunca se había enamorado. Había tenido caprichos, le gustaban las mujeres, las apreciaba, las disfrutaba, pero nada más.
—Ya lo creo que sí —estuvo de acuerdo ella.
Al llegar al muelle, ______ se dispuso a despedirse. Pero él, la
apresó de la mano, le dijo:
—______, no quisiera importunarte, pero no me gusta la idea de que vuelvas al apartamento con ese cretino. Te propongo algo.
—Dime —lo miró con cautela.
—Te ofrezco alojamiento en mi casa, no quiero verte pasar un mal rato.
No era solo eso, pensó furioso. La verdad era que no la quería al lado de ese hombre, no la quería perder y que, de pronto, a ella le diera por perdonarlo. Las mujeres eran así.
—No sé, te soy sincera, no quiero verme presionada por el hecho de estar en tu casa —le retrucó ella.
—Ni más faltaba, tienes mi palabra. No pasará nada que tu no quieras que pase —le dijo molesto.
Cualquier otra mujer habría saltado en un pie, pero ______ era ______, pensó Joseph irónico. Pero algo si tenía claro, no la quería cerca del tipo que la había hecho sufrir.
—Si es así, acepto —le dijo solemne.
—Déjame acompañarte a ir a buscar tus cosas —le dijo él, solícito.
—No creo que sea necesario.
—Ya lo creo que sí —insistía él.
—No cambiarás de opinión, por lo que veo —replicó ella.
—Exactamente.
—Ok, vamos.
Al llegar al apartamento, ______ le insistió de nuevo para que la esperara en la camioneta, pero fue en vano.
Entraron en la sala, donde un Javier, bastante pasado de tragos, los observaba furioso.
Carolina se levantó enseguida.
—Pero ______… —la miró preocupada y apenada a la vez —¿Qué haces?
—Vengo por mis cosas —le imprimió un tono molesto a su voz—. Pueden quedarse aquí los días que haga falta.
Javier y Carolina no la miraban a ella. Joseph se percató de la mirada de inquina del ex novio y la expresión algo pasmada de la chica. Con gesto posesivo, enfrentó junto a ella al par de cretinos que le habían hecho pasar tan mal rato.
Javier señaló furioso a Joseph:
—¿Tú eres el cabrón que se va a aprovechar de ella?
—No tienes que contestar —añadió ______. Pero Joseph la hizo callar con un gesto.
—No te preocupes, ve por tus cosas —le habló firme.
______ no quería ir, pero el tono perentorio de su voz hizo que ella se fuera a su cuarto a hacer la maleta.
Javier no le quitaba la vista a Joseph.
—Ella no es cualquier mujer —dijo.
—Ya lo sé —le contestó Joseph por decir algo.
Observaba al par de chicos, casi de la misma edad que ______. El hombre delgado y no muy alto, de tez blanca, pelo largo y gafas redondas. La chica, buen cuerpo, interesante. Nada más. No entendía qué le había pasado a ese joven para preferir a esa chica en vez de la hermosa mujer que estaba en el cuarto. Gracias Dios, se dijo a sí mismo. De otra forma estaba seguro que no hubiera tenido la oportunidad.
—A ella no la puedes desechar como un trapo como haces con las demás.
—Chico, no creo que tengas suficiente autoridad moral para opinar sobre el tema —contestó Joseph, y su mirada recorrió a la joven con curiosidad. Ésta enrojeció enseguida.
—Era mi novia.
Javier lo miraba de la misma forma en que lo miraba mucha otra gente. Con resentimiento por ser él quien era.
No le importó.
—Amigo, bien dicho. Era. Porque no la vas a volver a tener. Eso te lo aseguro.
—Ya veremos —le contestó el joven con un brillo de furia en sus ojos.
Joseph calaba a las personas a los pocos minutos de conocerlas, era una ventaja que había desarrollado a lo largo de su carrera. Y Javier no le gustó, no solo porque fuera el ex novio de ______. Había algo más en él. Estaba seguro de que el tipo era un pusilánime.
______ regresó a la sala con una maleta mal cerrada.
—Estoy lista —dijo algo agitada. Se notaba que había guardado sus cosas en tiempo record, seguro preocupada por la confrontación en la sala.
—Vamos entonces.
Joseph tomó la maleta y, con una mano apoyada en su espalda, la llevó hasta la puerta.
—Te arrepentirás —fue la despedida de Javier.
—No lo creo —le contestó ella, más valiente de lo que en realidad se sentía.
Entonces Joseph se inclinó sobre el oído de ella y le susurró:
—No, no te arrepentirás.
Llegaron a la casa de Joseph en una callejuela de la ciudad amurallada, cerca de las casas de grandes personajes del mundo literario, de la música y de otros empresarios como él.
—Te enseñaré todo —la tomó de la mano y la llevó a recorrer la estancia.
______ sabía que era un sector de élite, donde solo los muy ricos tenían sus viviendas de recreo, y los turistas de clase media como ella, la recorrían empapándose de su historia.
Joseph le contó que la casa tenía más de doscientos años de antigüedad y había sido restaurada hasta el más mínimo detalle, gozaba de una vista privilegiada gracias a su ubicación esquinera. Le notaba el cariño por el lugar. ______ se acercó a uno de los ventanales de la parte frontal, observó la terraza con jacuzzi. Se podía apreciar el mar. Había un juego de tumbonas y una mesa en metal, todo rodeado por la exuberante vegetación.
Se dirigieron hacia los dos patios interiores con palmeras alrededor de la hermosa piscina moderna, que ocupaba un espacio holgado en el primer piso, el comedor era amplio y tenía una cocina que haría las delicias de un chef.
La llevó a la habitación de huéspedes cuya ventana daba a la calle y desde donde se vislumbraba a pocos metros el mar. Estaba decorada en tonos pastel. Además del escritorio, un tocador y un baño amplio, se destacaba una gran cama con doseles.
—Muchas gracias, Joseph, todo es muy hermoso —le sonreía la joven con el miedo pintado en la cara.
—Te dejaré sola para que descanses.
Ella, evidentemente, se relajó.
—Hasta mañana —se despidió dándole un beso en la frente.
Estaba asustada. Tanta riqueza la hacía sentir incómoda, no era su ambiente. Ella era una típica chica de clase media que si venía a Cartagena de vacaciones con sus padres, se hospedaba en los hoteles de la avenida San Martín, en plan turista, con todo incluido. Jamás se imaginó esto.
Pero su principal preocupación era Joseph. Cada minuto que pasaba a su lado la turbaba más.
Hubiera querido que se despidiera de ella con un beso, como el del yate. Eso no le había pasado nunca, ni siquiera cuando se había sentido enamorada de Javier. Los besos de Javier no le despertaron nunca los latidos, ni le formaron ese nudo en el vientre, que si se le formaba con los besos de Joseph y que aún no había aflojado. Deseaba ser besada y algo más. Pero no se atrevía a pensar el más. Se acercó al espejo, este le devolvió una imagen de ojos brillantes que no se conocía, tenía los labios turgentes rojos cereza, se notaba a leguas que había sido besada. Se llevó una mano a sus labios y sonrió nerviosa. Pobre Joseph, venir a tropezarse con la mas mojigata de las mojigatas.
Era de risa.
Él la miraba con deseo y a ella no le era indiferente. No se le había pasado por alto la frase: “No sucederá nada que tú no quieras que suceda”. Era una respuesta trampa.
Estaba segura de que él haría todo lo posible por atraerla a su cama y ése era el cenit de su miedo.
Miguel Robles levantó la vista sorprendido cuando vio entrar a su jefe en la sala de billar de la casa. Era el empleado más cercano a Joseph, era su jefe de seguridad. Pero además eran amigos. Con él podía relajarse.
—Pensé que no te vería hasta mañana —le dijo burlón.
—Pensaste mal.
Todavía estaba algo molesto por tener a ______ en su casa y no poder meterse en la cama con ella. ______ le tenía miedo. Joseph podía leer en su rostro como en uno de sus libros.
Cogió unos de los palos de billar. Miguel interrumpió el juego y organizó todo para volver a empezar.
—O se hace la difícil o no está interesada —le dijo, y lo miró con cautela.
—No sé, hermano. Quisiera saber qué pasa por su cabeza.
Eran pocas las personas que podían tratar a Joseph con tal familiaridad. Hacía tres años ya que estaban juntos. Miguel era oficial retirado del ejército y preparado en seguridad personal en una academia americana y era de una de las pocas personas en las que Joseph podía confiar plenamente.
—Debes tener paciencia —siguió Miguel—. Vi cómo miraba todo impresionada, y te puedo asegurar que no era la mirada calculadora de las otras mujeres que normalmente te rodean. Parecía algo asustada.
—Sí, yo también me di cuenta. —Se acercó a la pared de donde
cogió un taco. Tomó una de las tizas y pintó la punta.
Empezaron a jugar. Joseph se sirvió un whisky. Miguel rechazó la invitación con un gesto. La invitación a beber fue un gesto mecánico por parte de Joseph, sabía que Miguel no bebía mientras trabajaba.
—Es un poco diferente del modelo de mujer al que estás acostumbrado —le señaló curioso.
—Si, ¿verdad? No sé, algo en ella me llama poderosamente la atención.
—No parece tener mucha experiencia.
—Oye, Miguel. Quiero que investigues al tipo del apartamento y a esa amiga suya —. Se quedó quieto un rato mirando fijamente una bola para planear la jugada—. También investígala a ella. Quiero saberlo todo sobre ella.
—Está bien, pero tendré que viajar a Bogotá para organizar todo.
—Lo que sea necesario. Cuenta con ello.
Joseph se fue a dormir dos horas más tarde. Durmió incómodo y mal. Tuvo un sueño rarísimo. ______ estaba cerca de él, pero él no podía alcanzarla. Entre más se acercaba, más lejos de su alcance se ponía ella. Se despertó sudando por la sensación de impotencia que lo embargó. Decidió ducharse y volver a la cama.
Un poco más tranquilo, se durmió.
-
Hola, muchísimas gracias a las personitas que leen esta novela<3 So sweet. :love: Me fue imposible subirles antes :c pido disculpas en fin... espero disfruten este capítulo, ya pronto todo tendrá sentido.
Enjoy it!
x
lifeisashortrip
Re: "De vuelta a tu amor" (Joe J.) [Adaptación]
Holaaaa!! nueva lectora!!! :amor:
Ame tu novee! esta genial!! :aah:
Siguela.... besos! :hug:
Ame tu novee! esta genial!! :aah:
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Invitado
Invitado
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