Buried Memories |ZM|

En el instante en el que puso un pie afuera de su habitación se arrepintió. Salir poco preparada era una mala idea, sobre todo sabiendo lo nerviosa que se ponía con las conversaciones y respuestas espontaneas. Si no se cuidaba a sí misma, ¿Quién más lo haría?
Para su suerte, el departamento se encontraba tan vacío como la lata de atún abierta en la mesa del comedor. Parecía que los chicos se habían ido hacía poco, dejando todo un desastre como marca registrada: vasos con gaseosa, restos de migas y una manzana medio mordida. Bien, ya tenía un trabajo para el día: limpiar.
Al pasar por la cocina se encontró con un pequeño papel sobre la encimera principal, con algunas palabras escritas en tinta negra y una horrible letra casi ilegible. Supo al instante que era de Niall.

“Cora:
Nos fuimos a la universidad. Quisimos despertarte pero te veías demasiado cansada. Llegaremos todos bastante tarde debido a una reunión estudiantil, ¿Puedes hacer la cena? Te deje dinero adentro del lavavajillas.
Te quiere, Niall”.

Miró su reloj de mano, el cual marcaba las cinco en punto de la tarde. Por lo que sabía, los londinenses cenaban bastante temprano. Tenía que darse prisa, puesto que lo que menos podía hacer era cocinar algo decente.
No pudo evitar maldecir a su primo. ¿Hacer la cena?, ¿Ella? ¡Ni siquiera podía cocinar un huevo frito sin quemarlo! Normalmente, dejaba que los demás desarrollaran sus talentos culinarios; le gustaba más observar que ser observada. Además, al abrir las alacenas, notó que tan solo había una lata de arvejas en ella.
Sin perder tiempo, tomó una ligera ducha y se vistió con la ropa más abrigada que tenía. No consideraba salir uno de sus mejores planes, pero sabía muy bien que tanto la unidad como ella lo necesitaban; un minuto más en aquel departamento y se volvería completamente loca.
Bajó los ocho pisos por escaleras, llegando al último bastante agitada. Tanto el ejercicio como los ascensores le aborrecían, pero consideraba mejor para sus nervios la actividad física. Compartía con su primo la loca fobia a los espacios cerrados.
Intentó divisar el almacén más cercano para ir a comprar. Tal como lo había predicho, parecía haber uno o dos por manzana. Decidió elegir el más chico, aquel con aires hogareños y tradicionales que le llamó tanto la atención; hasta ese momento, no había visto más que edificios y estructuras modernas. ¿Quién la había mandado a mudarse allí?
No pensó dos veces al echarse a correr. El frío le resultaba insoportable y el viento lograba molestarla más de la cuenta, ¿Por qué no hacerlo?
Ya adentro pudo admirar la verdadera maestría arquitectónica que se escondía en lo que parecía un pequeño local venido abajo desde afuera. Estaba revestido en madera blanca, las estanterías eran del mismo material y vestían productos tanto de primera marca como también caseros – hechos por la dueña del almacén, supuso –, las dos cajas registradoras se hallaban en puntos estratégicos y eran atendidos por dos jóvenes adolescentes mientras que otra mujer, más grande y de aspecto severo, supervisaba alrededor. “One foot” de Fun sonaba a un volumen bajo por los parlantes encastrados en el techo; no era su canción preferida, pero podía escucharla sin largarse a vomitar.
Cogió los ingredientes que creyó necesarios: carne picada, cebollas, verduras y puré de patatas para microondas. Su plan era cocinar un Shepherd’s Pie, aquel asqueroso plato que su madre hacía una vez a la semana y que odiaba con toda su alma. Tan solo planeaba hacerlo porque, a los ojos de su primo, no existía mejor comida en el mundo; tenía que pensar un poco más en él.
Al llegar, tan solo una de las cajas estaba abierta y se escuchaban gritos de dos voces desde las góndolas del final. Le dirigió una mirada a la muchacha que pasaba los productos, quien a la vez también le estaba mirando; agachó la cabeza al instante, consciente de que no debían importarle los asuntos de los demás. No, no era una entrometida.
Pero la pelegrina no iba a desaprovechar la oportunidad de cotillear con alguien, así que inició su explicación en susurros:
– Grace, la dueña del lugar, ha traído a su nieta a trabajar aquí la semana pasada como cajera. Según lo que escuché, están intentando volverla al buen camino… – de repente se calló, haciendo una mueca de dramatismo en un intento de avecinar el principio de la mejor parte – Es solo un rumor, pero la chica del turno de la mañana me ha dicho que ha escuchado algo de drogas y sexo por dinero.
No levantó su cabeza en ningún momento, dando a entender que el tema le interesaba tan poco como lo demás en aquel lugar. Sin embargo, no pudo evitar que sus mejillas se tiñeran de un hermoso rojo carmesí. ¿Por qué no podía verla a los ojos o darle una simple sonrisa? Al fin y al cabo, la muchacha solo trataba de entablar una conversación con ella.
– Uhm, debe de ser difícil.
Las palabras no fueron demasiado coherentes, altas y claras, pero aun así lograron un buen efecto. Aunque no pudo acompañarlas con una sonrisa, el primer paso hacia una conversación fluida ya estaba dado.
– Son diecinueve euros – buscó dentro de sus bolsillos y se los extendió, dejando dentro el otro billete de diez. Luego tomó las bolsas y esperó su cambio  –. Es un martirio escucharlas gritar, pero ya me estoy acostumbrando. El drama es siempre diferente. Hoy, Grace se enteró que está acechando a un hermoso universitario… ¿Cómo era su nombre? Ah sí, Zayn algo… ¿Melik, tal vez?
La piel se le puso de gallina. Su mirada se centró en los cristales que reflejaban el exterior, intentando teletrasportarse hasta allí en milésimas de segundos para poder escapar de esa horrenda conversación.
– Malik.
– Malik – recibió la corroboración – ¿Lo conoces?
Desesperadamente, intentó buscar una buena respuesta en su cabeza. ¿Qué podía decirle? No era su primo (al menos no de sangre) ni su amigo, pero tampoco podía considerarlo un desconocido y mucho menos un enemigo. ¿Entonces?, ¿En que lo convertía aquello?
– E-es complicado.
– Mmm… Entonces está con la persona correcta, supongo. Perrie, la nieta de Grace, es la persona más complicada que he conocido en mi vida. Y te lo digo en serio…
Dejó de escucharla. En su mente pasaban miles de imágenes de su infancia: con él, abrazados, gritando, corriendo, peleándose, ignorándose. Pero ninguna de ellas lo veía con otra niña, mucho menos con una que se vendía por dinero.
Por primera vez en la semana se permitió preguntarse qué tan mal o bien estaría la vida de Zayn.