Buried Memories |ZM|

- Y este es nuestro departamento.
Le dio un simple vistazo a la sala de estar. Paredes en color crema y con cuadros coloridos, una alfombra india sobre el piso de madera y un sillón blanco a juego; en frente de este se hallaba un televisor plasma con unos cuantos chiches y consolas. Nada del otro mundo pero, sin dudas, pintoresco.
Se volteó en noventa grados y volvió la mirada a la de su primo. Se notaba cansado, desganado, triste; estaba segura de que ella era el motivo de su cabizbajo ánimo pero no podía hacerle nada para remediarlo.
Era uno de esos momentos en los que le encantaría desaparecer, borrarse del mapa por completo y que nadie se acordase de su existencia. Tal vez sus personas queridas dejarían de sufrir y, a la vez, también alivianaría su dolor interno.
- ¿Qué dices? – Harry le sonrió de medio lado y un lindo hoyuelo se le formó en la mejilla izquierda; no pudo evitar devolverle el gesto - ¡Le saqué una sonrisa!
Negó con la cabeza riéndose por lo bajo. Hacía mucho que no experimentaba aquel sentimiento de felicidad sincera, la mayor parte del tiempo se la pasaba disimulando estar bien ante los demás.
Niall la guió hacia el final de la habitación, allí se encontraba un pasillo que se dividía en dos: lado izquierdo y lado derecho; en el primero se encontraban las habitaciones de Zayn, Niall y Liam, en el otro las de Harry, un tal Louis y la de huéspedes. Nunca en su corta vida había visto un departamento tan grande y espacioso.
Dejó sus pertenencias contra la pared azulina y se tiró en la cama chocando torpemente contra el cabezal de madera. Era tan perfecta como la había imaginado hacía semanas: sábanas suaves, acolchado pomposo y dos almohadas mullidas; un escritorio en colores suaves, un placar encastrado a la derecha y un televisor al frente moderadamente grande.
Los chicos la dejaron desempacar argumentando que debían levantarse temprano por la mañana. Sabía muy bien que era solo para largarse de allí y charlar sobre qué harían con ella pero no le importó, le gustaba aquella sensación de protección que estaba recibiendo.
Prendas oscuras, la laptop y algún que otro zapato era lo único que contenía en su maleta. El único recuerdo sentimental se encontraba dentro de una caja pequeña en color rojo, aquella que su tía le había regalado de muy chica y en la que ocultaba fotos importantes.
Luego de ir al baño, el cual se encontraba cerca de la habitación del ruloso, se vistió con su piyama habitual y tomó uno de sus recuerdos más importantes: en la imagen se los veía a los dos, el rubio y ella, con las sonrisas largas y los cabellos alborotados; no debían de tener más de cinco o seis años y tomaban una chocolatada con sorbete.
Cayó rendida rememorando aquellos tiempos en los que todavía conservaba la inocencia.

El canto de los pájaros, el crujir de las hojas, el sonido del elevador, las caricias en su cabello… ¿Las caricias en su cabello? Abrió los ojos rápidamente dispuesta a golpear a cualquiera que le estuviese tocando.
Para su sorpresa, encontró a Niall acostado a su lado con una sonrisa radiante en su rostro. Extrañaba esas expresiones de cariño, de amor, de hermandad; pero, aun así, no compensaba el hecho de que la despertara tan temprano.  
Tomó las sabanas y se las llevó hasta la cara, cubriéndose hasta las cejas e impidiendo que los pocos rayos de sol le impidiesen continuar con su sueño. Él se las quitó de un tirón y la obligó a darse vuelta quedando enfrentados.
Apreció su cabello rubio con raíces negras, los pómulos marcados de rostro y esos bellos ojos color cielo en los cuales tanto le gustaba perderse. Su primo era lindo, debía admitir la verdad. Se preguntaba cómo es que no tenía novia, o al menos nunca le hubiese presentado alguna.
- Buenos días.
Miró el despertador de la mesa de luz; ¿Ocho y media de la mañana?
- Es temprano, Niall.
- No lo suficiente – le respondió juguetón -. Me gustaría ir a desayunar juntos, hay muchas cosas de las que debemos hablar.
Por más cansancio, fastidio y poco interés que tenía en levantarse no le quedaba otra opción más que aceptar. Él estaba intentando que se adaptara y se sintiese a gusto, no podía rechazar su ayuda por más dolor que le causara la lástima que desprendía de sus ojos azulinos. Nunca le había gustado que le tuvieran compasión, ¿Pero podía negársele? No, por supuesto que no.
Asintió con la cabeza y dio un largo suspiro, levantándose de una buena vez para irse a tomar una ducha. Entró en el cuarto de baño arrastrando los pies, esperando que el contacto con el agua la despabilara. Su rostro demostraba lo poco que había dormido, las ojeras – siempre presentes – se notaban más remarcadas de lo normal y sus labios estaban partidos debido a la presión que había ejercido sobre ellos inconscientemente.
Como predijo, la ducha logró alivianarla y tan solo hizo falta un poco de maquillaje para tapar los orificios en sus ojos. El cabello fue otra cosa, requirió de una sesión intensiva de tirones y unos buenos minutos de secador para quedar más o menos presentable.
Cuarenta y cinco minutos después estaba lista. Llevaba un suéter en colores grisáceos pegado al cuerpo, un jean oscuro y sus típicas zapatillas negras; nada muy ostentoso ni tampoco desarreglado, perfecto para un día de invierno.
Caminaron por las calles londinenses a paso lento, en silencio; el ruido del tumulto, los coches y las propagandas hacía dificultoso que pudiesen intercambiar palabras siendo oídos. Llegaron a un local/desayunador de estilo italiano, adornado en colores blancos, verdes y rojos – tal como la bandera del país representado – que llenaban de alegría las mesas y sitios donde sentarse.
Tomaron un lugar en el segundo piso, del lado de una esplendorosa vista hacia las calles y comercios. Nunca había visto algo tan grande, bullicioso y molesto como el centro de Londres; pero, aun así, se alegraba por estar allí.
Una muchacha pelirroja se acercó y les tomó el pedido: dos cafés con bollos de arándano y miel. En cuanto dejó la mesa supo que se venía el momento de hablar, eso no le agradaba demasiado.
- Y bien, ¿Qué ha sido de tu vida? – Niall se recostó sobre su asiento y la dejó responder.
- Ya sabes – jugueteó con sus manos mientras se miraba las uñas, haciendo un esfuerzo para no mirar hacia el frente -, fiestas, drogas, alcohol; lo de toda adolescente.
- Mientes, no eres igual a todas las adolescentes.
- ¿Me estás llamando rara?
- Estoy recalcando lo obvio – le sonrió burlón -. Ahora quiero la verdad.
Se encogió de hombros y lanzó un fuerte resoplido. ¿Podía decírselo? No, le haría daño, se sentiría pésimo como primo e impotente por no evitarlo. Lo mataría, lo arrasaría como un tornado y no era lo correcto.
Había tenido la oportunidad de ser salvada, Zayn podría haberlo hecho. Pero nada pasó.
Sonrió porque no tenía otra cosa que hacer, porque así demostraba su dolor, porque aquello impedía que las personas vieran su sufrimiento. Un alma rota, una sonrisa oscura como el espacio.