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"Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
SIGUEEEEEEEEEELAAAAA POR FAVORRRRRRR
Faby Evans Jonas
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Perdon por no pasar antes!!
esqee andaba ocupadita con...NICK hahahaha
ya la siigo!! no hacee faltaaa matarmee nanny¬¬...xqee si alguien me mata ya no ai mas noveee ni mas niicky :¬¬: muajajajaj
bueno! al caso
bienveniida alee :) (xalejandra1)
besos!!!
os kiero muchooooooo!!
esqee andaba ocupadita con...NICK hahahaha
ya la siigo!! no hacee faltaaa matarmee nanny¬¬...xqee si alguien me mata ya no ai mas noveee ni mas niicky :¬¬: muajajajaj
bueno! al caso
bienveniida alee :) (xalejandra1)
besos!!!
os kiero muchooooooo!!
Mary_jonas_97
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Capítulo 1
Nadie le había preguntado a Nick Jonas si a un hombre se le podía encoger el estómago de ansiedad; pero si alguien lo hubiera hecho, se habría echado a reír y habría dicho que eso no era posible.
¿Además, por qué se lo iban a preguntar?
La ansiedad no estaba en su diccionario; aunque sabía lo que significaba sentir tensión, y que el pulso le latiera más deprisa. Al fin y al cabo, la expectación había sido parte de su vida durante mucho tiempo. No podía pensar en los años en las Fuerzas Especiales y después en operaciones secretas sin experimentar momentos de estrés; pero eso no era lo mismo.
¿Por qué un hombre iba a mostrarse tan nervioso cuando se había entrenado especialmente para enfrentarse al peligro?
Nick aparcó su BMW en el aparcamiento detrás del edificio que no había visto en tres años. Que no había visto, y en el que no había pensado… ¡Pero qué mentira! Había tenido muchos sueños en los que se había despertado con el corazón acelerado y las sábanas revueltas y sudorosas.
Lo primero en lo que sus hermanos y él habían estado de acuerdo, incluso antes de planear siquiera el abrir juntos una empresa llamada Especialistas en Situaciones de Riesgo, había sido que de ninguna manera volverían a cruzar esas puertas de cristales tintados.
—Yo no —había dicho Kev en tono sombrío.
—Ni yo —había añadido Joe.
Y Nick se había mostrado muy de acuerdo. No volvería a pasar por aquel condenado sitio hasta que a las ranas les creciera el pelo.
Apretó los dientes. De poco parecía haber valido esa promesa. Estaba en Washington D.C., hacía un tiempo frío y gris propio de aquel mes de noviembre, y en ese momento él cruzaba aquellas condenadas puertas y avanzaba por el suelo de baldosas hacia la mesa de seguridad.
Y lo peor era que todo estaba igual, como si nunca se hubiera marchado de allí. Incluso se llevó la mano automáticamente al bolsillo para sacar su tarjeta de identificación; pero, por supuesto, no tenía ninguna tarjeta en el bolsillo, tan sólo la carta que le había llevado hasta allí.
Dio su nombre al guardia de la puerta, quien primero lo comprobó en una lista y después en el monitor del ordenador.
—Adelante, por favor, señor Jonas.
Nick atravesó la puerta de seguridad.
Primer control, pensaba Nick mientras los aparatos electrónicos llevaban a cabo una exploración preliminar.
Un segundo guardia le entregó una placa de identificación para visitantes.
—Los ascensores están en frente, señor.
Sabía dónde estaban los malditos ascensores. Sabía, después de entrar y de apretar el botón, que las puertas tardarían dos segundos en cerrarse y el ascensor siete segundos en llegar al piso dieciséis. Sabía que había salido a lo que parecía el pasillo de cualquier edificio de oficinas, salvo porque el techo luminiscente estaba lleno de láseres y sólo Dios sabía de qué más, todos ellos vigilándolo de la cabeza a los pies; y que la puerta negra donde se leía Sólo Personal Autorizado se abriría cuando tocara un teclado numérico con el pulgar y fijara la mirada al frente para que otro láser le leyera la retina para verificar que era de verdad Nick Jonas, el espía.
Ex espía, se recordó Nick. Sin embargo, pasó el pulgar por el teclado numérico intrigado por ver qué pasaría; y para sorpresa suya, activó el escáner de la retina y unos segundos después la puerta negra se abrió, como lo había hecho años atrás.
Todo seguía igual, incluso la mujer vestida con traje gris tras la larga mesa de frente a la puerta. Se levantó tal y como había hecho tantas veces en el pasado.
—El director lo espera, señor Jonas.
Nada de «hola», ni de «¿qué tal le ha ido?». Sólo el mismo saludo brusco de siempre cuando había pasado por allí entre una misión y otra.
Nick la siguió por un largo pasillo hasta una puerta cerrada. Ésa, sin embargo, se abrió simplemente al girar el pomo. Entró en un despacho grande de ventanas con cristales antibalas y con vistas a la circunvalación que rodeaba Washington.
El hombre sentado a la mesa de madera de cerezo levantó la cabeza, sonrió y se levantó de la silla. Era el único cambio en aquel sitio. El antiguo director para quien Nick había trabajado había desaparecido. Su ayudante le había sustituido, se llamaba James, y a Nick nunca le había gustado.
—Nick —dijo James—. Me alegra verte de nuevo.
—Yo también me alegro de verlo —respondió Nick.
Era mentira, pero las mentiras eran el alma de la Agencia.
—Siéntate, por favor. Ponte cómodo. ¿Has desayunado? ¿Te apetece un poco de café o de té?
—No quiero nada, gracias.
El director se recostó en su sillón de cuero giratorio y apoyó las manos sobre su incipiente barriga.
—Bueno, Nick. Tengo entendido que te va muy bien.
Nick asintió.
—Esa compañía tuya… especialistas en Situaciones de Riesgo, ¿verdad? He oído cosas magníficas sobre el trabajo que hacéis tus hermanos y tú —el director soltó una risilla de complicidad—. Un elogio para nosotros, creo yo. Es bueno saber que las técnicas que has aprendido aquí no se han echado a perder.
Nick sonreía sin ganas.
—Nada de lo que aprendimos aquí se ha echado a perder. Siempre recordaremos todo.
—¿Ah, sí? —dijo el director, y de pronto la sonrisa falsa había desaparecido; se inclinó hacia delante, apoyó las manos sobre la mesa y taladró a Nick con su mirada de ojos azules—. Eso espero. Espero que recuerdes la promesa que hiciste cuando entraste en la Agencia de honrar, defender y servir a tu país.
—Honrar y defender —Nick respondió con frialdad, despreciando definitivamente los falsos cumplidos; había llegado el momento de ceñirse a lo básico—. Sí. Lo recuerdo. Tal vez usted recuerde que la interpretación de esa promesa por parte de la Agencia fue la principal razón por la que mis hermanos y yo dejamos nuestro empleo.
—Un ataque de conciencia de colegial —respondió el director con la misma frialdad—; mal encaminada y mal aplicada.
—He oído este sermón antes. Entenderá que no me interesa escucharlo de nuevo. Si me ha hecho venir para eso…
—Le he hecho venir porque necesito que sirva de nuevo a su país.
—No —dijo Nick inmediatamente poniéndose de pie.
—Maldita sea, Jonas… —el director aspiró hondo—. Siéntese. Al menos escuche lo que quiero decirle.
Nick miró al hombre que había sido el segundo de a bordo durante más de dos décadas. Pasado un momento se sentó de nuevo sin muchas ganas.
—Gracias —dijo el director.
Nick se preguntó por qué le había costado tanto decir esa sencilla palabra.
—Tenemos un problema —continuó el director.
—Lo tendrán ustedes.
Eso provocó un sonido que podría haber pasado por una risa.
—Por favor. No empecemos con los juegos de palabras. Déjame decir lo que tengo que decir a mi manera.
Nick se encogió de hombros. No tenía nada que perder. Porque dijera lo que dijera el director, en unos minutos saldría por esa puerta y en unos cuantos más se alejaría de aquel edificio.
James se inclinó hacia delante.
—El FBI ha venido a mí por una, esto, situación muy delicada.
Nick arqueó sus cejas oscuras. El FBI y la Agencia ni siquiera reconocían el uno la existencia del otro. Ni en público, ni en un congreso ni en ningún sitio de importancia.
—El nuevo director del FBI es un antiguo conocido mío y… bueno, como digo, se ha presentado una situación particular.
Silencio. Nick juró que no sería él quien lo rompiera, pero su curiosidad pudo más; y después de todo, sentir curiosidad no significaba que fuera a implicarse en lo que fuera que estuviera ocurriendo allí.
—¿Qué situación? El director se aclaró la voz.
—El juramento de guardar silencio que hiciste con nosotros sigue vigente.
Nick torció el gesto.
—Soy consciente de ello.
—Eso espero.
—Sugerir lo contrario es un insulto para mi honor, señor.
—Maldita sea, Jonas, dejémonos de tonterías. Era uno de nuestros mejores agentes. Ahora, sencillamente necesitamos su ayuda de nuevo.
—Ya se lo he dicho, no me interesa.
—¿Ha oído hablar de la familia Gennaro?
—Sí.
Todos los funcionarios de la ley habían oído hablar de ella. La familia Gennaro estaba metida en asuntos de drogas, prostitución y juego ilegal.
—¿Y conoce la acusación contra Anthony Gennaro?
Nick asintió. Un par de meses antes, el fiscal federal de Manhattan había anunciado la acusación contra el jefe de la familia por cargos que iban desde asesinato hasta dejar levantada la tapa del váter. Si lo condenaban, Tony Gennaro se quedaría de por vida en la prisión, y el poder de la familia terminaría ahí.
—Los federales me dicen que tienen un caso excelente, con muchas pruebas —el director hizo una pausa—. Pero su as en todo esto es un testigo.
—No veo qué tiene eso que ver conmigo.
—El testigo no ha querido cooperar. Después de que inicialmente accediera a colaborar, se echó atrás. Ahora el Departamento de Justicia no sabe qué hacer. El testigo ha accedido finalmente a hablar —dijo el director con calma—, pero…
—Pero los Gennaro podrían llegar primero a él.
—Sí. O a lo mejor el testigo decide no testificar.
—Otra vez. El director asintió.
—Exactamente.
—Todavía no veo…
—El fiscal general y yo nos conocemos desde hace mucho, Nick. Muchísimo tiempo…
El director vaciló un poco. Nick nunca le había visto hacer eso antes.
—Le parece que los métodos habituales de protección de testigos no funcionarían en este caso. Y yo estoy de acuerdo.
—¿Quiere decir que no está dispuesto a meter a su testigo en la habitación de un hotel barato de Manhattan? —Nick sonrió—. Tal vez hayan aprendido algo mientras he estado fuera.
—Lo que necesitan, lo que necesitamos, Jonas, es a un agente secreto profesional. A un hombre que haya estado en la línea de fuego, que sepa que no se debe confiar en nadie, y que no tema hacer lo que sea, lo que haga falta, para mantener la seguridad de este testigo.
Nick se puso de pie.
—Tiene razón. Es exactamente el tipo de hombre que necesitan, pero no voy a ser yo.
El director se levantó también.
—He meditado mucho este asunto. Es usted el hombre adecuado, el único hombre, para esta misión.
—No.
—Diantres, Jonas, juró lealtad a su país.
—¿Qué parte del «no» no comprende, James?
Nadie utilizaba jamás el nombre del director. Su nombre quedó suspendido en el silencio que siguió.
—Diría que ha sido agradable verlo de nuevo —le dijo él al llegar a la puerta del despacho—. ¿Pero por qué mentir sobre ello?
—¡Jamás lo condenarán si no prestas tu ayuda!
Nick abrió la puerta. —¡Matarán al testigo! ¿Quieres cargar con eso en tu conciencia?
Nick miró al hombre.
—Mi conciencia ni siquiera lo notará —respondió en tono desapasionado—. Usted debería saberlo mejor que nadie en este mundo.
—¡Jonas! ¡Jonas! ¡Vuelva aquí!
Nick cerró la puerta de un portazo y se marchó de allí.
Volvió al aeropuerto con el BMW negro, lo dejó en el local de alquiler y reservó una plaza en el avión a Nueva York.
Cualquier cosa mejor que pasar unas horas más respirando el aire de una ciudad donde los políticos besaban a los bebés mientras las agencias que ellos mismos patrocinaban urdían asesinatos llevados a cabo por hombres fríos que vivían en la sombra.
Sabía que pasaba lo mismo en muchos otros países del mundo, pero no por eso le costaba menos aceptarlo.
Tenía casi una hora para matar el tiempo, de modo que se sentó en la sala de embarque de primera clase. Una de las azafatas le sirvió un bourbon doble. Una morena que estaba sentada en frente levantó la vista de su ejemplar de Vanity Fair, la bajó de nuevo y al instante la alzó otra vez.
Su sonrisa habría sido el orgullo de cualquier dentista.
De algún modo, la minifalda de su traje de Armani se le subió un par de centímetros más. A Nick no le importó. La señorita tenía unas piernas estupendas.
Pensándolo bien, lo tenía bien todo. Cuando le sonrió por segunda vez, él agarró la copa, cruzó la sala y se sentó a su lado. Pasado un rato sabía ya muchas cosas de ella. En realidad sabía todo lo que a un hombre le hacía falta saber, incluido que vivía en Austin. No demasiado lejos de Dallas.
Y desde luego que tenía interés.
Pero aunque él continuaba sonriendo, repentinamente se dio cuenta que no sonreía de verdad. Tal vez fuera por esa reunión con el director, o por estar de vuelta en Washington D.C. El estar allí le había despertado muchos recuerdos, la mayoría no deseados, sobre todo el recuerdo de lo joven e inocente que había sido cuando había hecho el juramento en la Agencia.
Nadie le había dicho que palabras como «servir» y «honor» podrían corromperle y robarle el alma a un hombre.
Su obligación con la Agencia había terminado el día en que lo había dejado. Además, por lo que había dicho James, eso no tenía nada que ver con defender ni con servir al país.
Tenía que ver con una familia mañosa y un testigo. Un testigo cuya vida corría peligro.
La morena se inclinó hacia él, le dijo algo y sonrió. Nick no oyó ni palabra de lo que le había dicho, pero le devolvió la sonrisa.
James no era dado a la exageración. Utilizaba palabras como las que había utilizado sólo cuando respondían a la verdad.
Maldita sea, debería haber escuchado a Kev y a Joe. Habían cenado juntos en casa de su padre. Las cosas habían cambiado en su relación con su padre. No era perfecta, pero mucho mejor que cuando habían sido pequeños. Lo único que había hecho falta para conseguirlo, Nick recordaba con pesar, había sido que Joe hubiera estado a punto de morir y que Kev se hubiera visto implicado en un tiroteo.
Sus cuñadas habían pasado a la cocina para preparar café y los postres. Sus hermanos y él habían pasado un rato gastándose bromas, incluso su padre había participado de la conversación, y entonces Nick había mencionado de pasada que el director lo había llamado.
—Quiere que tome un vuelo mañana.
Kev se echó a reír.
—Debe de estar loco si cree que vas a ir.
—¿Le has dicho lo que puede hacer con su petición? —dijo Joe.
Nick vaciló un poco.
—Tengo que reconocer que siento curiosidad.
—Al diablo con la curiosidad —había dicho Kev de modo tajante—. No sé lo que quiere James de ti, pero me juego el cuello a que no es nada bueno.
Más tarde, su padre le había llevado aparte. Durante la conversación había estado callado, tan callado que a Nick casi se le había olvidado que estaba allí.
—Nunca hablas de tus años en la Agencia —dijo Paul en voz baja—, lo cual me hace sospechar que no todo fue agradable. Pero debiste de creer en ello, hijo, porque de otro modo jamás habrías hecho el juramento que te hizo ser parte de ello.
Era cierto. Había creído en ello; en el juramento que había hecho de servir y respetar a su nación…
Maldición. Una promesa era una promesa.
Se puso de pie antes de acordarse de la morena. Caramba, la había ignorado totalmente. Ver una sonrisa fija en sus labios le hizo encogerse de vergüenza.
—Lo siento —dijo, y se aclaró la voz—. Yo, esto, he Cambiado de planes. Voy a quedarme en Washington D.C. Negocios, ya sabes.
—Bueno, llámame —dijo ella con alegría—. Cuando tengas oportunidad.
Él sonrió, dijo todas las cosas que tenía que decir; pero sabía que no iba a llamarla, estaba seguro de ello, y ella también lo sabía.
Aparcó en el mismo espacio. Cruzó las mismas puertas de cristal ahumado, el mismo dispositivo de seguridad; subió por el mismo ascensor; pegó el pulgar al mismo teclado y dejó que el mismo dispositivo impersonal le escaneara la pupila.
Minutos después, estaba dentro del despacho del director.
—Vamos a dejar algo muy claro —dijo en tono frío—. Si llevo a cabo esta última misión, no volverá a ponerse en contacto conmigo.
James asintió.
—Trabajo solo.
—Sé que lo preferirías, pero…
—Trabajo solo —repitió Nick en tono de advertencia— o bien no trabajo.
James apretó los labios, pero no protestó.
—Y tengo carta blanca. Haré lo que haga falta para proteger a este testigo sin interferencias ni suposiciones de ninguna clase por parte de usted o cualquier otra persona.
James asintió de nuevo.
—Hecho.
—Cuénteme lo básico.
—El testigo vive en Nueva York.
—¿Casado? ¿Soltero? ¿Cuántos años tiene?
—Soltera. Unos veintitantos. Es una mujer.
Una mujer. Eso sólo complicaría las cosas. Las mujeres eran más difíciles de manejar. Eran emocionales, se dejaban regir por las hormonas…
—¿Y cuál es la relación de la testigo con los Gennaro?
James sonrió con frialdad. —Era la amante de Tony Gennaro.
No era de extrañar que fuera importante para los federales. Y hostil. Esa señorita en particular sabría muchas cosas, incluido lo cruel que podría ser Tony Gennaro.
El director le pasó a Nick un pequeño sobre de papel manila.
—Es lo único que tenemos.
Nick abrió una carpeta y sacó una foto. Gennaro tenía buen gusto para las mujeres. Un gusto excelente.
—Se llama _______ Williams —dijo James—. Ha vivido con Gennaro hasta hace poco —sonrió con aquel mismo gesto frío—. Trabajaba para él.
Nick dio la vuelta a la fotografía. Todos los detalles estaban allí anotados. El nombre, la fecha de nacimiento, la última dirección conocida. Color del pelo: castaño. Color de ojos: marrón. Y sin embargo la foto le decía que las palabras no tenían sentido.
El cabello de _______ Williams era del color de las castañas maduras; sus ojos estaban moteados de dorado, y los labios eran de un tierno rosado.
Tenía un aspecto al que sólo se le podía llamar delicado, frágil incluso. El sabía que sólo era eso, una imagen, pero un canalla como Gennaro se sentiría atraído por ese aspecto como las moscas a la miel.
Alzó la vista. James lo observaba con una sonrisa en sus finos labios.
—Una mujer muy bella, ¿no le parece?
—Ha dicho que era la amante de Gennaro —dijo Nick, ignorando el comentario—. Ahora dice que trabajaba para él. ¿Con cuál de las dos cosas me quedo?
—Con las dos —la sonrisa se ladeó un poco—. Empezó trabajando para él; después Gennaro tomó un interés más personal en ella.
—¿Y ahora va a testificar contra él? —Nick miró de nuevo la foto—. ¿Por qué?
—Porque es su deber como civil.
—Déjese de bobadas, James. ¿Por qué ha accedido a testificar?
El director se retiró una pelusilla de la solapa de su americana gris marengo.
—Tal vez la idea de ir a la cárcel no le parezca muy atractiva a la señorita.
—La prisión federal no es agradable, pero es mucho más segura que ponerse en contra de la familia Gennaro.
James seguía sonriendo, pero la sonrisa no alcanzaba a sus ojos.
—Tal vez alguien le haya dicho que tal vez no fuera a una prisión federal. Que el estado de Nueva York podría acusarla de traición si no coopera.
—¿Ha cometido traición?
—Cualquier cosa es posible, Nick. Sin duda eso lo sabes.
Sí. Por supuesto que sí. Lo sabía. Y lo cierto era que no importaba. En el oscuro mundo de la Agencia, el final siempre justificaba los medios.
—¿Qué más?
Por primera vez, el director parecía incómodo.
—Tal vez haya subestimado su hostilidad.
—¿Qué quiere decir?
—Ella no es sólo una testigo hostil, es hostil a aceptar la protección del gobierno. Tal vez, bueno, tal vez proteste.
Nick entrecerró los ojos.
—¿Y si lo hace?
—Si lo hace, su tarea es hacerle cambiar de opinión. De modo que sea. ¿Lo entiende?
Nick sabía por qué se había implicado a la Agencia en ese asunto. Los federales no harían nada que oliera a subterfugio o, peor aún, a coacción. La Agencia sí. Él sí. Incluso en el presente, con sus hermanos en su empresa, hacía cosas que a veces rayaban la ilegalidad.
—Bien —dijo James con brío—, pasemos a los detalles. Vas a tomar el vuelo del mediodía a Nueva York. Tendrás un coche a tu nombre esperándote en Hertz, y una reserva en el Marriott el…
—Dile a tu secretaria que no necesito nada de eso.
—No creo que me esté entendiendo, Jonas. Ésta es nuestra operación.
—No creo que me éste usted entendiendo a mí, James —Nick dio un paso hacia delante, hasta que los hombres estuvieron a tan sólo unos centímetros el uno del otro—. Voy a dirigir esto a mi manera. No quiero nada de ustedes ni de esta oficina, al menos hasta que yo lo pida. ¿Lo ha entendido?
Se produjo un largo silencio. Finalmente, el director asintió.
—Sí —dijo con gesto tirante—. Lo he entendido perfectamente.
Por primera vez Nick sonrió.
—Bien.
Entonces se dio la vuelta y salió del despacho.
Nadie le había preguntado a Nick Jonas si a un hombre se le podía encoger el estómago de ansiedad; pero si alguien lo hubiera hecho, se habría echado a reír y habría dicho que eso no era posible.
¿Además, por qué se lo iban a preguntar?
La ansiedad no estaba en su diccionario; aunque sabía lo que significaba sentir tensión, y que el pulso le latiera más deprisa. Al fin y al cabo, la expectación había sido parte de su vida durante mucho tiempo. No podía pensar en los años en las Fuerzas Especiales y después en operaciones secretas sin experimentar momentos de estrés; pero eso no era lo mismo.
¿Por qué un hombre iba a mostrarse tan nervioso cuando se había entrenado especialmente para enfrentarse al peligro?
Nick aparcó su BMW en el aparcamiento detrás del edificio que no había visto en tres años. Que no había visto, y en el que no había pensado… ¡Pero qué mentira! Había tenido muchos sueños en los que se había despertado con el corazón acelerado y las sábanas revueltas y sudorosas.
Lo primero en lo que sus hermanos y él habían estado de acuerdo, incluso antes de planear siquiera el abrir juntos una empresa llamada Especialistas en Situaciones de Riesgo, había sido que de ninguna manera volverían a cruzar esas puertas de cristales tintados.
—Yo no —había dicho Kev en tono sombrío.
—Ni yo —había añadido Joe.
Y Nick se había mostrado muy de acuerdo. No volvería a pasar por aquel condenado sitio hasta que a las ranas les creciera el pelo.
Apretó los dientes. De poco parecía haber valido esa promesa. Estaba en Washington D.C., hacía un tiempo frío y gris propio de aquel mes de noviembre, y en ese momento él cruzaba aquellas condenadas puertas y avanzaba por el suelo de baldosas hacia la mesa de seguridad.
Y lo peor era que todo estaba igual, como si nunca se hubiera marchado de allí. Incluso se llevó la mano automáticamente al bolsillo para sacar su tarjeta de identificación; pero, por supuesto, no tenía ninguna tarjeta en el bolsillo, tan sólo la carta que le había llevado hasta allí.
Dio su nombre al guardia de la puerta, quien primero lo comprobó en una lista y después en el monitor del ordenador.
—Adelante, por favor, señor Jonas.
Nick atravesó la puerta de seguridad.
Primer control, pensaba Nick mientras los aparatos electrónicos llevaban a cabo una exploración preliminar.
Un segundo guardia le entregó una placa de identificación para visitantes.
—Los ascensores están en frente, señor.
Sabía dónde estaban los malditos ascensores. Sabía, después de entrar y de apretar el botón, que las puertas tardarían dos segundos en cerrarse y el ascensor siete segundos en llegar al piso dieciséis. Sabía que había salido a lo que parecía el pasillo de cualquier edificio de oficinas, salvo porque el techo luminiscente estaba lleno de láseres y sólo Dios sabía de qué más, todos ellos vigilándolo de la cabeza a los pies; y que la puerta negra donde se leía Sólo Personal Autorizado se abriría cuando tocara un teclado numérico con el pulgar y fijara la mirada al frente para que otro láser le leyera la retina para verificar que era de verdad Nick Jonas, el espía.
Ex espía, se recordó Nick. Sin embargo, pasó el pulgar por el teclado numérico intrigado por ver qué pasaría; y para sorpresa suya, activó el escáner de la retina y unos segundos después la puerta negra se abrió, como lo había hecho años atrás.
Todo seguía igual, incluso la mujer vestida con traje gris tras la larga mesa de frente a la puerta. Se levantó tal y como había hecho tantas veces en el pasado.
—El director lo espera, señor Jonas.
Nada de «hola», ni de «¿qué tal le ha ido?». Sólo el mismo saludo brusco de siempre cuando había pasado por allí entre una misión y otra.
Nick la siguió por un largo pasillo hasta una puerta cerrada. Ésa, sin embargo, se abrió simplemente al girar el pomo. Entró en un despacho grande de ventanas con cristales antibalas y con vistas a la circunvalación que rodeaba Washington.
El hombre sentado a la mesa de madera de cerezo levantó la cabeza, sonrió y se levantó de la silla. Era el único cambio en aquel sitio. El antiguo director para quien Nick había trabajado había desaparecido. Su ayudante le había sustituido, se llamaba James, y a Nick nunca le había gustado.
—Nick —dijo James—. Me alegra verte de nuevo.
—Yo también me alegro de verlo —respondió Nick.
Era mentira, pero las mentiras eran el alma de la Agencia.
—Siéntate, por favor. Ponte cómodo. ¿Has desayunado? ¿Te apetece un poco de café o de té?
—No quiero nada, gracias.
El director se recostó en su sillón de cuero giratorio y apoyó las manos sobre su incipiente barriga.
—Bueno, Nick. Tengo entendido que te va muy bien.
Nick asintió.
—Esa compañía tuya… especialistas en Situaciones de Riesgo, ¿verdad? He oído cosas magníficas sobre el trabajo que hacéis tus hermanos y tú —el director soltó una risilla de complicidad—. Un elogio para nosotros, creo yo. Es bueno saber que las técnicas que has aprendido aquí no se han echado a perder.
Nick sonreía sin ganas.
—Nada de lo que aprendimos aquí se ha echado a perder. Siempre recordaremos todo.
—¿Ah, sí? —dijo el director, y de pronto la sonrisa falsa había desaparecido; se inclinó hacia delante, apoyó las manos sobre la mesa y taladró a Nick con su mirada de ojos azules—. Eso espero. Espero que recuerdes la promesa que hiciste cuando entraste en la Agencia de honrar, defender y servir a tu país.
—Honrar y defender —Nick respondió con frialdad, despreciando definitivamente los falsos cumplidos; había llegado el momento de ceñirse a lo básico—. Sí. Lo recuerdo. Tal vez usted recuerde que la interpretación de esa promesa por parte de la Agencia fue la principal razón por la que mis hermanos y yo dejamos nuestro empleo.
—Un ataque de conciencia de colegial —respondió el director con la misma frialdad—; mal encaminada y mal aplicada.
—He oído este sermón antes. Entenderá que no me interesa escucharlo de nuevo. Si me ha hecho venir para eso…
—Le he hecho venir porque necesito que sirva de nuevo a su país.
—No —dijo Nick inmediatamente poniéndose de pie.
—Maldita sea, Jonas… —el director aspiró hondo—. Siéntese. Al menos escuche lo que quiero decirle.
Nick miró al hombre que había sido el segundo de a bordo durante más de dos décadas. Pasado un momento se sentó de nuevo sin muchas ganas.
—Gracias —dijo el director.
Nick se preguntó por qué le había costado tanto decir esa sencilla palabra.
—Tenemos un problema —continuó el director.
—Lo tendrán ustedes.
Eso provocó un sonido que podría haber pasado por una risa.
—Por favor. No empecemos con los juegos de palabras. Déjame decir lo que tengo que decir a mi manera.
Nick se encogió de hombros. No tenía nada que perder. Porque dijera lo que dijera el director, en unos minutos saldría por esa puerta y en unos cuantos más se alejaría de aquel edificio.
James se inclinó hacia delante.
—El FBI ha venido a mí por una, esto, situación muy delicada.
Nick arqueó sus cejas oscuras. El FBI y la Agencia ni siquiera reconocían el uno la existencia del otro. Ni en público, ni en un congreso ni en ningún sitio de importancia.
—El nuevo director del FBI es un antiguo conocido mío y… bueno, como digo, se ha presentado una situación particular.
Silencio. Nick juró que no sería él quien lo rompiera, pero su curiosidad pudo más; y después de todo, sentir curiosidad no significaba que fuera a implicarse en lo que fuera que estuviera ocurriendo allí.
—¿Qué situación? El director se aclaró la voz.
—El juramento de guardar silencio que hiciste con nosotros sigue vigente.
Nick torció el gesto.
—Soy consciente de ello.
—Eso espero.
—Sugerir lo contrario es un insulto para mi honor, señor.
—Maldita sea, Jonas, dejémonos de tonterías. Era uno de nuestros mejores agentes. Ahora, sencillamente necesitamos su ayuda de nuevo.
—Ya se lo he dicho, no me interesa.
—¿Ha oído hablar de la familia Gennaro?
—Sí.
Todos los funcionarios de la ley habían oído hablar de ella. La familia Gennaro estaba metida en asuntos de drogas, prostitución y juego ilegal.
—¿Y conoce la acusación contra Anthony Gennaro?
Nick asintió. Un par de meses antes, el fiscal federal de Manhattan había anunciado la acusación contra el jefe de la familia por cargos que iban desde asesinato hasta dejar levantada la tapa del váter. Si lo condenaban, Tony Gennaro se quedaría de por vida en la prisión, y el poder de la familia terminaría ahí.
—Los federales me dicen que tienen un caso excelente, con muchas pruebas —el director hizo una pausa—. Pero su as en todo esto es un testigo.
—No veo qué tiene eso que ver conmigo.
—El testigo no ha querido cooperar. Después de que inicialmente accediera a colaborar, se echó atrás. Ahora el Departamento de Justicia no sabe qué hacer. El testigo ha accedido finalmente a hablar —dijo el director con calma—, pero…
—Pero los Gennaro podrían llegar primero a él.
—Sí. O a lo mejor el testigo decide no testificar.
—Otra vez. El director asintió.
—Exactamente.
—Todavía no veo…
—El fiscal general y yo nos conocemos desde hace mucho, Nick. Muchísimo tiempo…
El director vaciló un poco. Nick nunca le había visto hacer eso antes.
—Le parece que los métodos habituales de protección de testigos no funcionarían en este caso. Y yo estoy de acuerdo.
—¿Quiere decir que no está dispuesto a meter a su testigo en la habitación de un hotel barato de Manhattan? —Nick sonrió—. Tal vez hayan aprendido algo mientras he estado fuera.
—Lo que necesitan, lo que necesitamos, Jonas, es a un agente secreto profesional. A un hombre que haya estado en la línea de fuego, que sepa que no se debe confiar en nadie, y que no tema hacer lo que sea, lo que haga falta, para mantener la seguridad de este testigo.
Nick se puso de pie.
—Tiene razón. Es exactamente el tipo de hombre que necesitan, pero no voy a ser yo.
El director se levantó también.
—He meditado mucho este asunto. Es usted el hombre adecuado, el único hombre, para esta misión.
—No.
—Diantres, Jonas, juró lealtad a su país.
—¿Qué parte del «no» no comprende, James?
Nadie utilizaba jamás el nombre del director. Su nombre quedó suspendido en el silencio que siguió.
—Diría que ha sido agradable verlo de nuevo —le dijo él al llegar a la puerta del despacho—. ¿Pero por qué mentir sobre ello?
—¡Jamás lo condenarán si no prestas tu ayuda!
Nick abrió la puerta. —¡Matarán al testigo! ¿Quieres cargar con eso en tu conciencia?
Nick miró al hombre.
—Mi conciencia ni siquiera lo notará —respondió en tono desapasionado—. Usted debería saberlo mejor que nadie en este mundo.
—¡Jonas! ¡Jonas! ¡Vuelva aquí!
Nick cerró la puerta de un portazo y se marchó de allí.
Volvió al aeropuerto con el BMW negro, lo dejó en el local de alquiler y reservó una plaza en el avión a Nueva York.
Cualquier cosa mejor que pasar unas horas más respirando el aire de una ciudad donde los políticos besaban a los bebés mientras las agencias que ellos mismos patrocinaban urdían asesinatos llevados a cabo por hombres fríos que vivían en la sombra.
Sabía que pasaba lo mismo en muchos otros países del mundo, pero no por eso le costaba menos aceptarlo.
Tenía casi una hora para matar el tiempo, de modo que se sentó en la sala de embarque de primera clase. Una de las azafatas le sirvió un bourbon doble. Una morena que estaba sentada en frente levantó la vista de su ejemplar de Vanity Fair, la bajó de nuevo y al instante la alzó otra vez.
Su sonrisa habría sido el orgullo de cualquier dentista.
De algún modo, la minifalda de su traje de Armani se le subió un par de centímetros más. A Nick no le importó. La señorita tenía unas piernas estupendas.
Pensándolo bien, lo tenía bien todo. Cuando le sonrió por segunda vez, él agarró la copa, cruzó la sala y se sentó a su lado. Pasado un rato sabía ya muchas cosas de ella. En realidad sabía todo lo que a un hombre le hacía falta saber, incluido que vivía en Austin. No demasiado lejos de Dallas.
Y desde luego que tenía interés.
Pero aunque él continuaba sonriendo, repentinamente se dio cuenta que no sonreía de verdad. Tal vez fuera por esa reunión con el director, o por estar de vuelta en Washington D.C. El estar allí le había despertado muchos recuerdos, la mayoría no deseados, sobre todo el recuerdo de lo joven e inocente que había sido cuando había hecho el juramento en la Agencia.
Nadie le había dicho que palabras como «servir» y «honor» podrían corromperle y robarle el alma a un hombre.
Su obligación con la Agencia había terminado el día en que lo había dejado. Además, por lo que había dicho James, eso no tenía nada que ver con defender ni con servir al país.
Tenía que ver con una familia mañosa y un testigo. Un testigo cuya vida corría peligro.
La morena se inclinó hacia él, le dijo algo y sonrió. Nick no oyó ni palabra de lo que le había dicho, pero le devolvió la sonrisa.
James no era dado a la exageración. Utilizaba palabras como las que había utilizado sólo cuando respondían a la verdad.
Maldita sea, debería haber escuchado a Kev y a Joe. Habían cenado juntos en casa de su padre. Las cosas habían cambiado en su relación con su padre. No era perfecta, pero mucho mejor que cuando habían sido pequeños. Lo único que había hecho falta para conseguirlo, Nick recordaba con pesar, había sido que Joe hubiera estado a punto de morir y que Kev se hubiera visto implicado en un tiroteo.
Sus cuñadas habían pasado a la cocina para preparar café y los postres. Sus hermanos y él habían pasado un rato gastándose bromas, incluso su padre había participado de la conversación, y entonces Nick había mencionado de pasada que el director lo había llamado.
—Quiere que tome un vuelo mañana.
Kev se echó a reír.
—Debe de estar loco si cree que vas a ir.
—¿Le has dicho lo que puede hacer con su petición? —dijo Joe.
Nick vaciló un poco.
—Tengo que reconocer que siento curiosidad.
—Al diablo con la curiosidad —había dicho Kev de modo tajante—. No sé lo que quiere James de ti, pero me juego el cuello a que no es nada bueno.
Más tarde, su padre le había llevado aparte. Durante la conversación había estado callado, tan callado que a Nick casi se le había olvidado que estaba allí.
—Nunca hablas de tus años en la Agencia —dijo Paul en voz baja—, lo cual me hace sospechar que no todo fue agradable. Pero debiste de creer en ello, hijo, porque de otro modo jamás habrías hecho el juramento que te hizo ser parte de ello.
Era cierto. Había creído en ello; en el juramento que había hecho de servir y respetar a su nación…
Maldición. Una promesa era una promesa.
Se puso de pie antes de acordarse de la morena. Caramba, la había ignorado totalmente. Ver una sonrisa fija en sus labios le hizo encogerse de vergüenza.
—Lo siento —dijo, y se aclaró la voz—. Yo, esto, he Cambiado de planes. Voy a quedarme en Washington D.C. Negocios, ya sabes.
—Bueno, llámame —dijo ella con alegría—. Cuando tengas oportunidad.
Él sonrió, dijo todas las cosas que tenía que decir; pero sabía que no iba a llamarla, estaba seguro de ello, y ella también lo sabía.
Aparcó en el mismo espacio. Cruzó las mismas puertas de cristal ahumado, el mismo dispositivo de seguridad; subió por el mismo ascensor; pegó el pulgar al mismo teclado y dejó que el mismo dispositivo impersonal le escaneara la pupila.
Minutos después, estaba dentro del despacho del director.
—Vamos a dejar algo muy claro —dijo en tono frío—. Si llevo a cabo esta última misión, no volverá a ponerse en contacto conmigo.
James asintió.
—Trabajo solo.
—Sé que lo preferirías, pero…
—Trabajo solo —repitió Nick en tono de advertencia— o bien no trabajo.
James apretó los labios, pero no protestó.
—Y tengo carta blanca. Haré lo que haga falta para proteger a este testigo sin interferencias ni suposiciones de ninguna clase por parte de usted o cualquier otra persona.
James asintió de nuevo.
—Hecho.
—Cuénteme lo básico.
—El testigo vive en Nueva York.
—¿Casado? ¿Soltero? ¿Cuántos años tiene?
—Soltera. Unos veintitantos. Es una mujer.
Una mujer. Eso sólo complicaría las cosas. Las mujeres eran más difíciles de manejar. Eran emocionales, se dejaban regir por las hormonas…
—¿Y cuál es la relación de la testigo con los Gennaro?
James sonrió con frialdad. —Era la amante de Tony Gennaro.
No era de extrañar que fuera importante para los federales. Y hostil. Esa señorita en particular sabría muchas cosas, incluido lo cruel que podría ser Tony Gennaro.
El director le pasó a Nick un pequeño sobre de papel manila.
—Es lo único que tenemos.
Nick abrió una carpeta y sacó una foto. Gennaro tenía buen gusto para las mujeres. Un gusto excelente.
—Se llama _______ Williams —dijo James—. Ha vivido con Gennaro hasta hace poco —sonrió con aquel mismo gesto frío—. Trabajaba para él.
Nick dio la vuelta a la fotografía. Todos los detalles estaban allí anotados. El nombre, la fecha de nacimiento, la última dirección conocida. Color del pelo: castaño. Color de ojos: marrón. Y sin embargo la foto le decía que las palabras no tenían sentido.
El cabello de _______ Williams era del color de las castañas maduras; sus ojos estaban moteados de dorado, y los labios eran de un tierno rosado.
Tenía un aspecto al que sólo se le podía llamar delicado, frágil incluso. El sabía que sólo era eso, una imagen, pero un canalla como Gennaro se sentiría atraído por ese aspecto como las moscas a la miel.
Alzó la vista. James lo observaba con una sonrisa en sus finos labios.
—Una mujer muy bella, ¿no le parece?
—Ha dicho que era la amante de Gennaro —dijo Nick, ignorando el comentario—. Ahora dice que trabajaba para él. ¿Con cuál de las dos cosas me quedo?
—Con las dos —la sonrisa se ladeó un poco—. Empezó trabajando para él; después Gennaro tomó un interés más personal en ella.
—¿Y ahora va a testificar contra él? —Nick miró de nuevo la foto—. ¿Por qué?
—Porque es su deber como civil.
—Déjese de bobadas, James. ¿Por qué ha accedido a testificar?
El director se retiró una pelusilla de la solapa de su americana gris marengo.
—Tal vez la idea de ir a la cárcel no le parezca muy atractiva a la señorita.
—La prisión federal no es agradable, pero es mucho más segura que ponerse en contra de la familia Gennaro.
James seguía sonriendo, pero la sonrisa no alcanzaba a sus ojos.
—Tal vez alguien le haya dicho que tal vez no fuera a una prisión federal. Que el estado de Nueva York podría acusarla de traición si no coopera.
—¿Ha cometido traición?
—Cualquier cosa es posible, Nick. Sin duda eso lo sabes.
Sí. Por supuesto que sí. Lo sabía. Y lo cierto era que no importaba. En el oscuro mundo de la Agencia, el final siempre justificaba los medios.
—¿Qué más?
Por primera vez, el director parecía incómodo.
—Tal vez haya subestimado su hostilidad.
—¿Qué quiere decir?
—Ella no es sólo una testigo hostil, es hostil a aceptar la protección del gobierno. Tal vez, bueno, tal vez proteste.
Nick entrecerró los ojos.
—¿Y si lo hace?
—Si lo hace, su tarea es hacerle cambiar de opinión. De modo que sea. ¿Lo entiende?
Nick sabía por qué se había implicado a la Agencia en ese asunto. Los federales no harían nada que oliera a subterfugio o, peor aún, a coacción. La Agencia sí. Él sí. Incluso en el presente, con sus hermanos en su empresa, hacía cosas que a veces rayaban la ilegalidad.
—Bien —dijo James con brío—, pasemos a los detalles. Vas a tomar el vuelo del mediodía a Nueva York. Tendrás un coche a tu nombre esperándote en Hertz, y una reserva en el Marriott el…
—Dile a tu secretaria que no necesito nada de eso.
—No creo que me esté entendiendo, Jonas. Ésta es nuestra operación.
—No creo que me éste usted entendiendo a mí, James —Nick dio un paso hacia delante, hasta que los hombres estuvieron a tan sólo unos centímetros el uno del otro—. Voy a dirigir esto a mi manera. No quiero nada de ustedes ni de esta oficina, al menos hasta que yo lo pida. ¿Lo ha entendido?
Se produjo un largo silencio. Finalmente, el director asintió.
—Sí —dijo con gesto tirante—. Lo he entendido perfectamente.
Por primera vez Nick sonrió.
—Bien.
Entonces se dio la vuelta y salió del despacho.
Mary_jonas_97
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
esto es lo k yo m esperava cariño capis largos esto si hahaha
seguila mi corazon k esto se me esta poniendo superisisisimo interesante
buaaaaaaaa kiero leer mas tenes k poner mas y claro esta k no t matare por dios yo no mato ni una mosca ¬¬ si como no hahahaha
bueno t amuu muxisimo y tenes k poner mas si
buaaaaaaaa kiero mas pofff esto es lo k me gusta ami novela d puro accion cariño jajajaja pon mas tkmmmmmmmmm
seguila mi corazon k esto se me esta poniendo superisisisimo interesante
buaaaaaaaa kiero leer mas tenes k poner mas y claro esta k no t matare por dios yo no mato ni una mosca ¬¬ si como no hahahaha
bueno t amuu muxisimo y tenes k poner mas si
buaaaaaaaa kiero mas pofff esto es lo k me gusta ami novela d puro accion cariño jajajaja pon mas tkmmmmmmmmm
Invitado
Invitado
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
siguela q me dejas con la intriga
...PERO YO? AMANTE DE QUIEN!?...
SIGUELA AHORA SI Q ESTOY INTRIGADA
...PERO YO? AMANTE DE QUIEN!?...
SIGUELA AHORA SI Q ESTOY INTRIGADA
Femme Fatale
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Yaa estoi aqiii
con un capp recien preparadittttto!!!
Nanny la accion...se va a hacer dee rogar...esperaa qee dentro dee pocoo llega la ACCION :twisted:
graciias por leer!!! :D
os kiiero!! :love:
Capítulo 2
Cuando aterrizó en LaGuardia, Nick había trazado ya un plan.
Antes de hacer nada con el asunto de _______ Williams, quería saber quién era ella. La monótona jerga burocrática del informe que James le había dado no le daba una buena idea de cómo era la mujer.
Quería ver a la ex amante de Tony Gennaro con sus propios ojos. Averiguar cómo pasaba el tiempo. Acercarse a ella. Y entonces, sólo entonces, decidiría qué hacer después.
Hasta hacía bien poco, la señorita había vivido en el enorme mansión de Gennaro en la costa norte de Long Island.
En ese momento vivía en el Bajo Manhattan, en una de esas barriadas identificadas no por el nombre, sino por un acrónimo que nadie entendía. James le había dicho que los federales la habían encontrado sin ningún esfuerzo y la habían estado vigilando estrechamente. Pero James se había encargado de que se marcharan de allí.
Al menos, eso era lo que le había dicho.
Otra razón para tomarse su tiempo y ver cómo iban las cosas, pensaba Nick mientras se dirigía al mostrador de la tienda de alquiler de coches. Había dicho que no quería que nadie se metiera en su trabajo, e iba muy en serio.
Cuando estuviera listo, y no antes, se presentaría a _______ Williams. «Presentarse» era sin duda una manera agradable de decirlo, pensaba mientras le daba al empleado de la tienda de alquiler de coches su tarjeta. Asumiendo que la señorita fuera tan hostil como había dicho James, no sería una reunión muy civilizada; pero de eso se preocuparía cuando llegara el momento.
Salió de LaGuardia en un insulso monovolumen negro. Paró en un centro comercial y compró una cazadora de cuero negro, una camiseta negra, zapatillas de deporte negras y vaqueros negros. Ya tenía su móvil encima. Entonces fue a la sección de artículos para camping y añadió una bolsa de deporte, una linterna, un termo, unos prismáticos, un telescopio con visión nocturna y una cámara digital extraplana.
Nunca sabía uno cuándo esos artefactos le serían útiles.
Escogió un hotel grande e impersonal, se vistió de negro, metió lo que había comprado en la bolsa de deportes e hizo una llamada.
A la hora, un viejo amigo que no le hacía preguntas le dio una pistola 9mm cargada y con un cargador extra. Se guardó la pistola en la parte de atrás de la cintura y el cargador en el calcetín.
Estaba totalmente listo.
A medianoche, aparcó frente al apartamento de Williams. Estaba en una calle de Manhattan que gustaba mucho a los agentes inmobiliarios, una zona comercial deseosa de convertirse en un paraíso yuppie.
Ningún neoyorquino que se vanagloriara de ello iba a prestarle atención ni al monovolumen ni a él.
Observó el edificio toda la noche. Nadie entró ni salió. A las cinco de la mañana, puso en marcha su alarma interior para echarse un sueño de media hora. Después de pasar una semana con un tío mayor de su madre, un tipo a quienes los blancos de origen inglés se referían erróneamente como brujo, había aprendido a meterse en lo más profundo de su ser para recuperar el descanso necesario para su cuerpo y su mente.
A las cinco y media se despertó, revitalizado, y apuró el café que le quedaba en el termo.
A las ocho, _______ Williams bajaba las escaleras.
Llevaba una gabardina larga negra, una gorra que le cubría el pelo y unas gafas de sol enormes a pesar de lo gris de la mañana. Bajo el abrigo asomaban unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
Además del nombre falso en el buzón del portal, C. Smith, y de un número de teléfono que no figuraba en la guía y que le había llevado una hora encontrar, se figuró que ése era su intento de disfrazarse.
Cualquiera empeñado en localizarla se daría cuenta de todo en menos de un minuto. O bien creía que la mejor manera de esconderse era no escondiéndose, o bien creía en la suerte.
Nick la observó caminar por la calle. Dejó que tomara la delantera y después salió del monovolumen y echó a andar detrás de ella.
Ella hizo una parada en la tienda coreana de alimentación que había en la esquina, y salió con una taza de algo humeante, que él supuso que era café, en una mano y un paquete en la otra. Cuando se dio la vuelta hacia su casa, él se metió en un portal, esperó a que ella pasara y al momento echó a andar detrás de ella de nuevo.
Ella volvió a entrar en su edificio de apartamentos, y él se metió en el coche.
Pasaron varias horas. ¿Qué demonios estaría haciendo allí arriba? Si se pasaba el día encerrada allí, iba a acabar loca.
A las cuatro y media, tuvo la contestación.
_______ Williams bajó de nuevo con la misma gabardina larga, la gorra y las gafas de sol, aunque ya el cielo estaba muy oscuro. Pero no se le veían los vaqueros, y se había quitado las zapatillas para ponerse unos zapatos negros de tacón bajo. caminó con dinamismo hacia la esquina, miró hacia ambos lados de la calle, la cruzó y continuó caminando.
Nick la siguió.
Veinte minutos después, entró en una librería. Un viejo encorvado de pelo canoso la saludó. Ella sonrió, se quitó la gabardina, la gorra y las gafas oscuras…
Nick se quedó sin aliento.
Iba vestida recatadamente. Llevaba un suéter oscuro y una falda también oscura y nada sexy, además de los prácticos zapatos.
Ya sabía que la chica tenía un rostro angelical. Pero en ese momento vio que tenía el cuerpo de una cortesana. Ni siquiera los colores apagados podían ocultar sus pechos altos y turgentes, su cintura estrecha y sus caderas redondeadas. Tenía las piernas muy largas, y se las imaginó alrededor de su cintura. Su cabello, una masa de bucles castaños de puntas doradas que llevaba recogido a la altura de la nuca, era en sí una pura tentación.
Un hombre desearía abrir ese pasador y hundir las manos en esa masa de rizos mientras levantaba su _______ hacia él.
Instantáneamente, el cuerpo de Nick respondió a sus pensamientos y a lo que veía.
Tal vez Tony Gennaro fuera un asesino, pero el muy canalla tenía un gusto excelente con las mujeres.
El viejo le dijo algo a _______ Williams. Ella asintió, fue directamente a la caja registradora y la abrió. A Nick, ese detalle le sorprendió tanto como sus curvas de mujer.
¿La ex amante de Gennaro trabajaba en una librería?
O bien estaba desesperada por tener un empleo, o tenía más cerebro del que él pensaba. Su ex amante no pensaría en buscarla en un lugar como ése.
Nick miró su reloj. Eran un poco más de las cinco. En la puerta estaban escritos los horarios comerciales de la tienda. Estaba abierta hasta las nueve de la noche. Excelente. Sería más que suficiente para entrar en su apartamento.
En cuanto hiciera eso, tendría más controlada a _______ Williams. De momento sólo sabía que era guapa, lo suficientemente lista como para arreglárselas en una gran ciudad, pero lo bastante tonta, lo bastante ambiciosa, como para haberse metido en la cama de un hombre que ordenaba la muerte de otras personas sin miramientos.
Tenía que saber más cosas si iba a tener que pensar en un modo de conseguir que cooperara con él.
Entrar en su apartamento fue coser y cantar. Pasó una tarjeta de crédito entre la jamba y la cerradura y la puerta se abrió.
Su valoración de las habilidades de _______ Williams para desenvolverse en la ciudad bajaron un punto, y al segundo volvieron a aumentar cuando sonaron unas campanas sobre su cabeza.
Literalmente.
Había clavado una tira de campanas justo sobre la puerta.
Nick agarró las campanas, las silenció y esperó. No pasó nada. Evidentemente, quienquiera que ocupara aquel edificio había aprendido la principal regla de supervivencia de Nueva York.
Si se oía un ruido por la noche y ese ruido no era el del golpe que te estaban dando en la cabeza, uno lo ignoraba.
Cerró la puerta con cuidado. Tal vez tuviera más trampas colocadas por distintos sitios. Esperó de nuevo hasta que los ojos se le acostumbraron a la oscuridad. Entonces sacó su linterna, la encendió e iluminó la zona con el estrecho haz de luz.
El apartamento era una sola habitación enorme, un espacio lleno de sombras. Había una cocina minúscula y un baño a un lado. Lo que hubiera podido esperar de una mujer que dormía con un asesino, querubines, detalles dorados, no lo vio allí.
Los estereotipos no servían para nada.
No había muebles, tan sólo una cama estrecha, un arcón, y un par de mesas pequeñas y sillas que podrían haber salido de una rifa benéfica.
Se abrió camino despacio a través del apartamento, abriendo cajones y asomándose con cuidado a los cajones sin revolver. Pero sólo encontró las cosas que tenían la mayor parte de las mujeres: suéteres, vaqueros y lencería.
Lencería de encaje. Sujetadores que abrazarían sus pechos como una ofrenda. Braguitas que le subirían por los muslos largos y que quedarían lo suficientemente bajas como para dejar entrever lo que sabía que sería un bello femenino dorado.
Nick pasó el peso de una pierna a la otra. Tenía una erección tan potente e instantánea que le ceñía la tela de los vaqueros. Hacía tiempo que no estaba con una mujer. ¿Tan desesperado estaba que sólo con ver la lencería de aquélla, con pensar en cómo le quedaría, era suficiente para ponerle así?
Cualquier hombre que tuviera dinero suficiente podría tener a _______ Williams. Una mujer tenía derecho a hacer lo que quisiera con su cuerpo, pero si decidía ofrecérselo al mejor postor, no era una mujer que él quisiera en su cama.
Entró en el baño. El lavabo estaba desconchado y manchado; encima había un estante igualmente estropeado que sostenía pequeñas ampollas y botes. Abrió uno al azar y se lo llevó a la nariz. ¿Lilas? No le emocionaban demasiado ni las flores ni el perfume; le gustaba que una mujer oliera a mujer, sobre todo cuando estaba excitada y deseosa de ser poseída; pero aquel perfume no estaba mal.
Entre el baño y la cocina había un pequeño ropero. Lo abrió y pasó la mano por una escasa colección de faldas, suéteres y vestidos de colores apagados. En el fondo del armario había media docena de pares de zapatos colocados ordenadamente: las zapatillas de esa mañana, tacones normales… no vio ningún par de tacón de aguja.
Qué pena.
Las interminables piernas de la señorita estarían más que sexys con unas sandalias de tacón alto. Tacones, uno de esos sujetadores de encaje a juego con unas braguitas y su melena dorada serían suficientes para…
Nick frunció el ceño y cerró la puerta del armario. Qué ridiculez. ¿Pero a quién le importaba cómo estaría ella medio desnuda? A nadie salvo a su amante, a su ex amante. Y lo que le hubiera atraído a Tony Gennaro jamás…
Clic.
Nick se quedó helado.
Alguien acababa de girar la llave en la cerradura de la entrada. Apagó la linterna y miró a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse. El armario era el mejor sitio. Era profundo, aunque estrecho como un ataúd. Además, tampoco tenía mucho donde elegir.
Rápidamente, se metió dentro y cerró la puerta, pero no del todo. Sacó suavemente la pistola de la parte de atrás del cinturón y la pegó a su muslo.
La puerta del apartamento se abrió; el tintineo del improvisado sistema de seguridad de _______ Williams le dijo que tenía compañía. La señora de la casa estaba trabajando. Los federales habían desaparecido. De modo que sólo había dos posibilidades. Su invitado era o bien un ladrón con muy poca suerte, o un asesino a sueldo de Tony Gennaro.
Cada vez que _______ abría la puerta pensaba en lo mala que era la cerradura. Le había pedido al encargado del edificio que la cambiara, y él se había rascado la cabeza y le había dicho que sí, que la cambiaría un día. Pero todavía no lo había hecho. De momento, afortunadamente, no le había pasado nada.
Decidió en ese momento que ella misma se ocuparía de ello a la mañana siguiente, sin más demora. Tenía el día libre. Desgraciadamente, ya era muy tarde para llamar a un cerrajero; sobre todo porque sin haberlo previsto, tenía tiempo libre.
Hacía media hora el señor Levine había recibido una llamada. Su hermana estaba enferma, y tenía que ir a New Jersey. _______ se había ofrecido para quedarse en la tienda, pero él le había dicho que no; se lo agradecía pero pensaba que llevaba demasiado poco tiempo en el negocio, y que aún no conocía bien su sistema de alarma.
_______ sonrió con pesar mientras echaba el cerrojo de la puerta por dentro.
Sabía lo suficiente como para saber que el hombre no poseía ningún sistema de seguridad. Claro que no se lo había dicho a él. Había sido bueno y amable con ella, contratándola a pesar de que ella le había reconocido que no había vendido nada en su vida.
Incluso entonces, preocupado por su hermana, se había tomado el tiempo necesario para asegurarle que no le descontaría aquellas horas del sueldo.
—No es culpa suya el que no haya trabajado toda una tarde entera, señorita Smith —le había dicho el hombre—. No se vaya a preocupar por nada.
Había estado a punto de meter la pata cuando el hombre la había llamado así. Todavía no se había acostumbrado a ser Selena Smith. Con el cabello recogido, sin maquillaje, era una mujer joven, sola en la Gran Manzana.
Lo cierto era que jamás había conocido a nadie llamado Smith. Le daba la sensación de que el señor Levine sospechaba eso. Le había pedido su tarjeta de la seguridad social, que ella había prometido llevarle pero que nunca le había llevado; y él nunca se lo había vuelto a mencionar.
—Tengo una hija más o menos de tu edad —le había dicho cuando la había contratado—. Vive en Inglaterra y me gusta pensar que la gente allí cuidará de ella.
En otras palabras, era un viejo que añoraba a su hija; y ella se estaba aprovechando de ello.
Pero ella no iba a pensar en ello, iba a hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir.
Anthony Gennaro quería que volviera con él. El FBI quería que entrara en el programa de protección de testigos. Y lo único que ella deseaba era que su vida volviera a ser normal.
Eso significaba no volver a ver a Gennaro en su vida, además de no testificar contra él. Independientemente de lo que fuera él, a ella no le había hecho ningún daño. Al menos no del daño que importaba.
Y, como le había dicho a los agentes que la habían entrevistado después de salir de su mansión, ella no sabía nada.
«Sí que sabes cosas», le habían dicho. «Sólo que no eres consciente de lo que es. Por eso queremos ponerte en el programa de protección de testigos. Podemos darte seguridad mientras te ayudamos a recordar». Cuando se había negado a cooperar, se habían enfadado con ella. Le habían dicho que Gennaro jamás dejaría de buscarla; y la habían amenazado con enviarla a la cárcel.
Había sido entonces cuando había decidido desaparecer del motel de Long Island donde había pasado las dos últimas noches. ¿Y qué mejor manera de desaparecer que mudarse a Manhattan, donde uno podía perderse?
Se quitó la gabardina, la gorra y las gafas de sol. Después el suéter y la falda. Entonces se desprendió de los zapatos y Caminó hasta la otra punta del apartamento, deteniéndose un momento delante del ropero antes de recordar que tenía la bata colgada detrás de la puerta del baño.
El baño era pequeño y mal iluminado. Le salvaba la ducha con mamparas y que el agua salía con fuerza y muy caliente.
_______ encendió la luz, se quitó el pasador del pelo, abrió la puerta de la ducha y el grifo del agua caliente. Mientras dejaba que se calentara un poco el agua, terminó de desvestirse y dejó la ropa con cuidado sobre el…
¿Qué era aquello?
El corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Algo se estaba moviendo. Lo oía. Era un ruido muy leve. ¿Serían pasos? ¿Tendría razón el FBI? ¿Enviaría Gennaro a sus hombres para que le dieran caza?
Un ratoncito gris salió corriendo de debajo del lavabo y desapareció por debajo de la puerta.
_______ soltó una risilla débil. ¡Un ratón! Se estaba dejando dominar por el miedo.
Pero eso se iba a acabar.
Sin embargo… sentía un frío que le encogía el corazón. Por un instante, había estado segura de que no estaba sola en el apartamento, de que había alguien allí observándola, esperando… ¡Qué ridiculez!
_______ entró en la ducha y cerró la puerta, para seguidamente levantar la cara al chorro caliente. El agua y el vapor ejercerían su mágico efecto para disipar el miedo que se arraigaba en su interior.
No había llegado tan lejos para derrumbarse. La supervivencia era lo único que importaba ya.
Con resolución, tomó un bote de champú del estante de la ducha, vertió un poco en la palma de su mano y empezó a lavarse el pelo.
con un capp recien preparadittttto!!!
Nanny la accion...se va a hacer dee rogar...esperaa qee dentro dee pocoo llega la ACCION :twisted:
graciias por leer!!! :D
os kiiero!! :love:
Capítulo 2
Cuando aterrizó en LaGuardia, Nick había trazado ya un plan.
Antes de hacer nada con el asunto de _______ Williams, quería saber quién era ella. La monótona jerga burocrática del informe que James le había dado no le daba una buena idea de cómo era la mujer.
Quería ver a la ex amante de Tony Gennaro con sus propios ojos. Averiguar cómo pasaba el tiempo. Acercarse a ella. Y entonces, sólo entonces, decidiría qué hacer después.
Hasta hacía bien poco, la señorita había vivido en el enorme mansión de Gennaro en la costa norte de Long Island.
En ese momento vivía en el Bajo Manhattan, en una de esas barriadas identificadas no por el nombre, sino por un acrónimo que nadie entendía. James le había dicho que los federales la habían encontrado sin ningún esfuerzo y la habían estado vigilando estrechamente. Pero James se había encargado de que se marcharan de allí.
Al menos, eso era lo que le había dicho.
Otra razón para tomarse su tiempo y ver cómo iban las cosas, pensaba Nick mientras se dirigía al mostrador de la tienda de alquiler de coches. Había dicho que no quería que nadie se metiera en su trabajo, e iba muy en serio.
Cuando estuviera listo, y no antes, se presentaría a _______ Williams. «Presentarse» era sin duda una manera agradable de decirlo, pensaba mientras le daba al empleado de la tienda de alquiler de coches su tarjeta. Asumiendo que la señorita fuera tan hostil como había dicho James, no sería una reunión muy civilizada; pero de eso se preocuparía cuando llegara el momento.
Salió de LaGuardia en un insulso monovolumen negro. Paró en un centro comercial y compró una cazadora de cuero negro, una camiseta negra, zapatillas de deporte negras y vaqueros negros. Ya tenía su móvil encima. Entonces fue a la sección de artículos para camping y añadió una bolsa de deporte, una linterna, un termo, unos prismáticos, un telescopio con visión nocturna y una cámara digital extraplana.
Nunca sabía uno cuándo esos artefactos le serían útiles.
Escogió un hotel grande e impersonal, se vistió de negro, metió lo que había comprado en la bolsa de deportes e hizo una llamada.
A la hora, un viejo amigo que no le hacía preguntas le dio una pistola 9mm cargada y con un cargador extra. Se guardó la pistola en la parte de atrás de la cintura y el cargador en el calcetín.
Estaba totalmente listo.
A medianoche, aparcó frente al apartamento de Williams. Estaba en una calle de Manhattan que gustaba mucho a los agentes inmobiliarios, una zona comercial deseosa de convertirse en un paraíso yuppie.
Ningún neoyorquino que se vanagloriara de ello iba a prestarle atención ni al monovolumen ni a él.
Observó el edificio toda la noche. Nadie entró ni salió. A las cinco de la mañana, puso en marcha su alarma interior para echarse un sueño de media hora. Después de pasar una semana con un tío mayor de su madre, un tipo a quienes los blancos de origen inglés se referían erróneamente como brujo, había aprendido a meterse en lo más profundo de su ser para recuperar el descanso necesario para su cuerpo y su mente.
A las cinco y media se despertó, revitalizado, y apuró el café que le quedaba en el termo.
A las ocho, _______ Williams bajaba las escaleras.
Llevaba una gabardina larga negra, una gorra que le cubría el pelo y unas gafas de sol enormes a pesar de lo gris de la mañana. Bajo el abrigo asomaban unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
Además del nombre falso en el buzón del portal, C. Smith, y de un número de teléfono que no figuraba en la guía y que le había llevado una hora encontrar, se figuró que ése era su intento de disfrazarse.
Cualquiera empeñado en localizarla se daría cuenta de todo en menos de un minuto. O bien creía que la mejor manera de esconderse era no escondiéndose, o bien creía en la suerte.
Nick la observó caminar por la calle. Dejó que tomara la delantera y después salió del monovolumen y echó a andar detrás de ella.
Ella hizo una parada en la tienda coreana de alimentación que había en la esquina, y salió con una taza de algo humeante, que él supuso que era café, en una mano y un paquete en la otra. Cuando se dio la vuelta hacia su casa, él se metió en un portal, esperó a que ella pasara y al momento echó a andar detrás de ella de nuevo.
Ella volvió a entrar en su edificio de apartamentos, y él se metió en el coche.
Pasaron varias horas. ¿Qué demonios estaría haciendo allí arriba? Si se pasaba el día encerrada allí, iba a acabar loca.
A las cuatro y media, tuvo la contestación.
_______ Williams bajó de nuevo con la misma gabardina larga, la gorra y las gafas de sol, aunque ya el cielo estaba muy oscuro. Pero no se le veían los vaqueros, y se había quitado las zapatillas para ponerse unos zapatos negros de tacón bajo. caminó con dinamismo hacia la esquina, miró hacia ambos lados de la calle, la cruzó y continuó caminando.
Nick la siguió.
Veinte minutos después, entró en una librería. Un viejo encorvado de pelo canoso la saludó. Ella sonrió, se quitó la gabardina, la gorra y las gafas oscuras…
Nick se quedó sin aliento.
Iba vestida recatadamente. Llevaba un suéter oscuro y una falda también oscura y nada sexy, además de los prácticos zapatos.
Ya sabía que la chica tenía un rostro angelical. Pero en ese momento vio que tenía el cuerpo de una cortesana. Ni siquiera los colores apagados podían ocultar sus pechos altos y turgentes, su cintura estrecha y sus caderas redondeadas. Tenía las piernas muy largas, y se las imaginó alrededor de su cintura. Su cabello, una masa de bucles castaños de puntas doradas que llevaba recogido a la altura de la nuca, era en sí una pura tentación.
Un hombre desearía abrir ese pasador y hundir las manos en esa masa de rizos mientras levantaba su _______ hacia él.
Instantáneamente, el cuerpo de Nick respondió a sus pensamientos y a lo que veía.
Tal vez Tony Gennaro fuera un asesino, pero el muy canalla tenía un gusto excelente con las mujeres.
El viejo le dijo algo a _______ Williams. Ella asintió, fue directamente a la caja registradora y la abrió. A Nick, ese detalle le sorprendió tanto como sus curvas de mujer.
¿La ex amante de Gennaro trabajaba en una librería?
O bien estaba desesperada por tener un empleo, o tenía más cerebro del que él pensaba. Su ex amante no pensaría en buscarla en un lugar como ése.
Nick miró su reloj. Eran un poco más de las cinco. En la puerta estaban escritos los horarios comerciales de la tienda. Estaba abierta hasta las nueve de la noche. Excelente. Sería más que suficiente para entrar en su apartamento.
En cuanto hiciera eso, tendría más controlada a _______ Williams. De momento sólo sabía que era guapa, lo suficientemente lista como para arreglárselas en una gran ciudad, pero lo bastante tonta, lo bastante ambiciosa, como para haberse metido en la cama de un hombre que ordenaba la muerte de otras personas sin miramientos.
Tenía que saber más cosas si iba a tener que pensar en un modo de conseguir que cooperara con él.
Entrar en su apartamento fue coser y cantar. Pasó una tarjeta de crédito entre la jamba y la cerradura y la puerta se abrió.
Su valoración de las habilidades de _______ Williams para desenvolverse en la ciudad bajaron un punto, y al segundo volvieron a aumentar cuando sonaron unas campanas sobre su cabeza.
Literalmente.
Había clavado una tira de campanas justo sobre la puerta.
Nick agarró las campanas, las silenció y esperó. No pasó nada. Evidentemente, quienquiera que ocupara aquel edificio había aprendido la principal regla de supervivencia de Nueva York.
Si se oía un ruido por la noche y ese ruido no era el del golpe que te estaban dando en la cabeza, uno lo ignoraba.
Cerró la puerta con cuidado. Tal vez tuviera más trampas colocadas por distintos sitios. Esperó de nuevo hasta que los ojos se le acostumbraron a la oscuridad. Entonces sacó su linterna, la encendió e iluminó la zona con el estrecho haz de luz.
El apartamento era una sola habitación enorme, un espacio lleno de sombras. Había una cocina minúscula y un baño a un lado. Lo que hubiera podido esperar de una mujer que dormía con un asesino, querubines, detalles dorados, no lo vio allí.
Los estereotipos no servían para nada.
No había muebles, tan sólo una cama estrecha, un arcón, y un par de mesas pequeñas y sillas que podrían haber salido de una rifa benéfica.
Se abrió camino despacio a través del apartamento, abriendo cajones y asomándose con cuidado a los cajones sin revolver. Pero sólo encontró las cosas que tenían la mayor parte de las mujeres: suéteres, vaqueros y lencería.
Lencería de encaje. Sujetadores que abrazarían sus pechos como una ofrenda. Braguitas que le subirían por los muslos largos y que quedarían lo suficientemente bajas como para dejar entrever lo que sabía que sería un bello femenino dorado.
Nick pasó el peso de una pierna a la otra. Tenía una erección tan potente e instantánea que le ceñía la tela de los vaqueros. Hacía tiempo que no estaba con una mujer. ¿Tan desesperado estaba que sólo con ver la lencería de aquélla, con pensar en cómo le quedaría, era suficiente para ponerle así?
Cualquier hombre que tuviera dinero suficiente podría tener a _______ Williams. Una mujer tenía derecho a hacer lo que quisiera con su cuerpo, pero si decidía ofrecérselo al mejor postor, no era una mujer que él quisiera en su cama.
Entró en el baño. El lavabo estaba desconchado y manchado; encima había un estante igualmente estropeado que sostenía pequeñas ampollas y botes. Abrió uno al azar y se lo llevó a la nariz. ¿Lilas? No le emocionaban demasiado ni las flores ni el perfume; le gustaba que una mujer oliera a mujer, sobre todo cuando estaba excitada y deseosa de ser poseída; pero aquel perfume no estaba mal.
Entre el baño y la cocina había un pequeño ropero. Lo abrió y pasó la mano por una escasa colección de faldas, suéteres y vestidos de colores apagados. En el fondo del armario había media docena de pares de zapatos colocados ordenadamente: las zapatillas de esa mañana, tacones normales… no vio ningún par de tacón de aguja.
Qué pena.
Las interminables piernas de la señorita estarían más que sexys con unas sandalias de tacón alto. Tacones, uno de esos sujetadores de encaje a juego con unas braguitas y su melena dorada serían suficientes para…
Nick frunció el ceño y cerró la puerta del armario. Qué ridiculez. ¿Pero a quién le importaba cómo estaría ella medio desnuda? A nadie salvo a su amante, a su ex amante. Y lo que le hubiera atraído a Tony Gennaro jamás…
Clic.
Nick se quedó helado.
Alguien acababa de girar la llave en la cerradura de la entrada. Apagó la linterna y miró a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse. El armario era el mejor sitio. Era profundo, aunque estrecho como un ataúd. Además, tampoco tenía mucho donde elegir.
Rápidamente, se metió dentro y cerró la puerta, pero no del todo. Sacó suavemente la pistola de la parte de atrás del cinturón y la pegó a su muslo.
La puerta del apartamento se abrió; el tintineo del improvisado sistema de seguridad de _______ Williams le dijo que tenía compañía. La señora de la casa estaba trabajando. Los federales habían desaparecido. De modo que sólo había dos posibilidades. Su invitado era o bien un ladrón con muy poca suerte, o un asesino a sueldo de Tony Gennaro.
Cada vez que _______ abría la puerta pensaba en lo mala que era la cerradura. Le había pedido al encargado del edificio que la cambiara, y él se había rascado la cabeza y le había dicho que sí, que la cambiaría un día. Pero todavía no lo había hecho. De momento, afortunadamente, no le había pasado nada.
Decidió en ese momento que ella misma se ocuparía de ello a la mañana siguiente, sin más demora. Tenía el día libre. Desgraciadamente, ya era muy tarde para llamar a un cerrajero; sobre todo porque sin haberlo previsto, tenía tiempo libre.
Hacía media hora el señor Levine había recibido una llamada. Su hermana estaba enferma, y tenía que ir a New Jersey. _______ se había ofrecido para quedarse en la tienda, pero él le había dicho que no; se lo agradecía pero pensaba que llevaba demasiado poco tiempo en el negocio, y que aún no conocía bien su sistema de alarma.
_______ sonrió con pesar mientras echaba el cerrojo de la puerta por dentro.
Sabía lo suficiente como para saber que el hombre no poseía ningún sistema de seguridad. Claro que no se lo había dicho a él. Había sido bueno y amable con ella, contratándola a pesar de que ella le había reconocido que no había vendido nada en su vida.
Incluso entonces, preocupado por su hermana, se había tomado el tiempo necesario para asegurarle que no le descontaría aquellas horas del sueldo.
—No es culpa suya el que no haya trabajado toda una tarde entera, señorita Smith —le había dicho el hombre—. No se vaya a preocupar por nada.
Había estado a punto de meter la pata cuando el hombre la había llamado así. Todavía no se había acostumbrado a ser Selena Smith. Con el cabello recogido, sin maquillaje, era una mujer joven, sola en la Gran Manzana.
Lo cierto era que jamás había conocido a nadie llamado Smith. Le daba la sensación de que el señor Levine sospechaba eso. Le había pedido su tarjeta de la seguridad social, que ella había prometido llevarle pero que nunca le había llevado; y él nunca se lo había vuelto a mencionar.
—Tengo una hija más o menos de tu edad —le había dicho cuando la había contratado—. Vive en Inglaterra y me gusta pensar que la gente allí cuidará de ella.
En otras palabras, era un viejo que añoraba a su hija; y ella se estaba aprovechando de ello.
Pero ella no iba a pensar en ello, iba a hacer lo que tenía que hacer para sobrevivir.
Anthony Gennaro quería que volviera con él. El FBI quería que entrara en el programa de protección de testigos. Y lo único que ella deseaba era que su vida volviera a ser normal.
Eso significaba no volver a ver a Gennaro en su vida, además de no testificar contra él. Independientemente de lo que fuera él, a ella no le había hecho ningún daño. Al menos no del daño que importaba.
Y, como le había dicho a los agentes que la habían entrevistado después de salir de su mansión, ella no sabía nada.
«Sí que sabes cosas», le habían dicho. «Sólo que no eres consciente de lo que es. Por eso queremos ponerte en el programa de protección de testigos. Podemos darte seguridad mientras te ayudamos a recordar». Cuando se había negado a cooperar, se habían enfadado con ella. Le habían dicho que Gennaro jamás dejaría de buscarla; y la habían amenazado con enviarla a la cárcel.
Había sido entonces cuando había decidido desaparecer del motel de Long Island donde había pasado las dos últimas noches. ¿Y qué mejor manera de desaparecer que mudarse a Manhattan, donde uno podía perderse?
Se quitó la gabardina, la gorra y las gafas de sol. Después el suéter y la falda. Entonces se desprendió de los zapatos y Caminó hasta la otra punta del apartamento, deteniéndose un momento delante del ropero antes de recordar que tenía la bata colgada detrás de la puerta del baño.
El baño era pequeño y mal iluminado. Le salvaba la ducha con mamparas y que el agua salía con fuerza y muy caliente.
_______ encendió la luz, se quitó el pasador del pelo, abrió la puerta de la ducha y el grifo del agua caliente. Mientras dejaba que se calentara un poco el agua, terminó de desvestirse y dejó la ropa con cuidado sobre el…
¿Qué era aquello?
El corazón empezó a latirle con fuerza en el pecho. Algo se estaba moviendo. Lo oía. Era un ruido muy leve. ¿Serían pasos? ¿Tendría razón el FBI? ¿Enviaría Gennaro a sus hombres para que le dieran caza?
Un ratoncito gris salió corriendo de debajo del lavabo y desapareció por debajo de la puerta.
_______ soltó una risilla débil. ¡Un ratón! Se estaba dejando dominar por el miedo.
Pero eso se iba a acabar.
Sin embargo… sentía un frío que le encogía el corazón. Por un instante, había estado segura de que no estaba sola en el apartamento, de que había alguien allí observándola, esperando… ¡Qué ridiculez!
_______ entró en la ducha y cerró la puerta, para seguidamente levantar la cara al chorro caliente. El agua y el vapor ejercerían su mágico efecto para disipar el miedo que se arraigaba en su interior.
No había llegado tan lejos para derrumbarse. La supervivencia era lo único que importaba ya.
Con resolución, tomó un bote de champú del estante de la ducha, vertió un poco en la palma de su mano y empezó a lavarse el pelo.
Mary_jonas_97
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Hermosso Capitulo ;D
Seguila!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Seguila!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
♥JuLiieta♥
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
waaaaaa eso a sido la bomba esta nove si k me gusta oh siii
hahaha mi corazon tenes k ponernos masssssssssssssssssss
plizzzzzzz y bueno solo kiero decir k sta nove si es d accion
por el tema d espias testigos traficantes y pasion esto si k me gusta
si con eso dije todo me enamore de la novela es preciosa seguilaaaaaa
mi mary linda seguilaaaaaaaaa seguilaaaaaaaaaaaa
t amuuu muxixitonn
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Invitado
Invitado
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Capítulo 3
Nick no quiso respirar hasta que oyó que se cerraba la mampara de la ducha. ¡Dios, qué cerca había estado!
Su plan había sido echarle un vistazo al sitio donde vivía la amante de Tony Gennaro. Desde luego no había sido su intención en absoluto que ella lo descubriera allí y verse obligado a presentarse.
Se acercaría a ella en un lugar público. En la librería. En la tienda de alimentación. Era más lógico y probable que ella no perdiera los nervios en un sitio donde hubiera mucha gente alrededor.
Las mujeres eran así; pasivas de manera innata. Era su debilidad. Había visto a los instructores esforzándose al máximo para tratar de quitarles los buenos modales. Siempre les decían lo mismo, que si no les gustaba el aspecto de alguien debían gritar, alborotar lo más posible. Hacer ruido, mucho ruido.
Las mujeres del programa de formación de agentes secretos habían terminado entendiéndolo. Pero para las mujeres civiles era difícil. Las habían educado para comportarse con urbanidad, y la idea de llamar la atención les resultaba dura. Era una tontería, pero así era.
Y eso sería un punto de ventaja para él.
_______ Williams no montaría un número si se acercaba a ella debidamente. Así que se ceñiría a su plan. Después de todo, nada había Cambiado. Ella no lo había visto. Él había pensado que lo descubriría cuando se había parado delante del armario; tan cerca, que le había llegado el olor de su perfume.
Definitivamente, un aroma a lilas, suave y femenino.
También su aspecto había sido suave, femenino, e increíblemente sexy; paseándose por el piso como la había imaginado, con su sujetador de encaje y sus braguitas de color crema, acentuado con el dorado de su piel. Tacones de aguja no llevaba, pero de todos modos era excitante.
Lo único que tenía que hacer era salir del armario… tal y como lo estaba haciendo en ese momento.
Ella había dejado la puerta del baño entornada. Miró hacia la ducha y vio el cristal empañado, traslúcido pero no transparente, y a través del cristal la silueta de su cuerpo. Vio sus brazos levantados, la curva de sus senos, su cuerpo graciosamente arqueado.
Nick frunció el ceño, apartó la mirada de la puerta del baño y avanzó sigilosamente hacia la puerta de entrada, donde hizo una pausa. Al menos comprobaría los teléfonos para ver si estaban pinchados. Tenía tiempo suficiente.
Trabajando en silencio, sacó una navaja, aflojó un par de tornillos en la base del primer teléfono y…
¡Maldita sea, un micrófono!
Armó el teléfono de nuevo y pasó al siguiente, donde encontró otro micrófono. Mientras armaba el segundo, oyó un trueno sobre su cabeza, con un rugido tan potente como el de un tren de mercancías.
¿Truenos en noviembre?, pensó mientras miraba hacia el cielo justo cuando un relámpago lo cruzaba. Iluminó un objeto pequeño en una esquina del tragaluz.
Había algo allí arriba que desde luego estaba fuera de lugar. Nick agarró una silla, la colocó bajo el tragaluz y se subió. No sirvió de nada. Medía más de metro ochenta, pero a pesar de estar subido en la silla no alcanzaba la claraboya.
Se bajó, echó una mirada a su alrededor; vio una escoba y decidió utilizarla. Entonces fue a por ella y se subió otra vez a la silla. ¡Sí! Con unos cuantos golpes el objeto que había visto se soltó y cayó al suelo con estrépito.
El ruido fue como el de una detonación, y Nick aguantó la respiración, esperando que _______ Williams saliera apresuradamente del baño. Pero el agua de la ducha seguía corriendo.
Nick recogió del suelo el objeto.
Era una cámara inalámbrica. Increíblemente pequeña, apenas del tamaño de un botón grande, pero que estaba grabando todo lo que pasaba allí.
¿Incluida su entrada?
De una cosa estaba seguro. Si había una cámara, habría otras.
La mujer a quien se suponía que debía proteger estaba siendo observada. ¿Por los secuaces de Gennaro? ¿Si Gennaro sabía dónde estaba, por qué sencillamente no iba a por ella? Podrían ser los federales, pero James le había prometido que los sacaría de allí.
Daba lo mismo. Quienquiera que estuviera observándola, bien podría haberlo observado también a él durante la última hora.
Y eso le llevó a pensar que tal vez en ese momento estuvieran ya de Camino hacia allí.
El trueno resonó de nuevo con violencia. ¿Seguiría la ducha abierta? Se acercó al baño sigilosamente. Las volutas de vapor se escapaban por la parte de arriba de la mampara.
Entró despacio en la habitación, listo para saltar si _______ Williams escogía ese momento para cerrar el grifo y abrir la puerta de cristal. Se asustaría al verlo. No podía hacer nada para evitar eso, pero desde luego tenía la intención de controlarlo.
Y su miedo sería aún más intenso, teniendo en cuenta que estaba desnuda. Pero eso a él le daría igual. El sexo no entraba en aquel asunto. Ella era un trabajo, eso era todo.
Pero su miedo, unido al elemento sorpresa, sería algo a su favor. Las viejas reglas seguían siendo válidas.
Aspiró hondo un par de veces para calmar los latidos de su corazón y oxigenar su sangre, y con un movimiento rápido y fluido abrió la puerta de la ducha.
_______ Williams se volvió rápidamente hacia él. Su rostro se crispó de pánico y dio un alarido tan horrible, que podía haberle helado la sangre a cualquier hombre que jamás hubiera inspirado terror.
En cuanto a que su chillido pudiera atraer la atención de los vecinos… no sería así. Las Campanas le habían demostrado precisamente eso. Además, estaba también el ruido de la ducha y el de los truenos.
¿Sin embargo, por qué arriesgarse?
Avanzó, plantó un pie en el plato de la ducha y le echó un brazo al cuello; le tapó la boca y la estrechó contra su pecho.
—Présteme atención, señorita Williams. Haga lo que le diga y… ¡Maldita sea!
Ella le dio un mordisco en la carne tierna que había entre el pulgar y el índice. Él retiró la mano y volvió a taparle la boca y la nariz.
Ella reaccionó instantáneamente, y arqueó el cuerpo bruscamente ante el miedo de poder ahogarse.
—Si vuelve a hacer eso —le advirtió él con un rugido—, me veré obligado a responder. Se lo repito, señorita Williams. Haga lo que le digo y no le pasará nada.
Ella estaba ya de puntillas, con la cabeza apoyada en su hombro como fea parodia del abrazo de un amante. El agua les caía encima a los dos, y sin embargo ella seguía forcejeando, agarrada a su muñeca, intentando utilizar el aire que le quedara en los pulmones en un desesperado intento de salvar la vida.
Nick aflojó un poco, dejó que ella tomara aire, y después le cubrió de nuevo la nariz y la boca.
—Escuche, maldita sea —le pegó los labios a la oreja.
Tenía la piel húmeda y fresca; un mechón de cabello que olía a lilas le rozó los labios.
—Compórtese y le retiraré la mano de la nariz. Forcejee y seguiré así hasta que se quede inconsciente. ¿Entendido?
Ella no respondió, pero su forcejeo era cada vez más frenético.
—¿Entendido? —le repitió en tono exigente.
Ella asintió con frenesí.
—Bien. Recuerde. Un ruido, un movimiento en falso, y no le daré una segunda oportunidad.
Le retiró la mano de la nariz, de modo que sólo le cubría la boca, pero no le retiró el brazo del cuello. Ella estaba de puntillas, desprovista de equilibrio tanto física como emocionalmente, y así era como él quería que estuviera un rato.
Tomó aire por la nariz haciendo mucho ruido, y todo su cuerpo se estremeció.
—Tranquila —dijo él—. Cálmese y escuche.
Ella se estremeció de nuevo, pero Nick notó que de todos modos se relajaba un poco. Entonces él soltó un poco el brazo que le rodeaba el cuello para que ella viera que lo que había hecho le complacía.
—Voy a retirarle la mano de la boca. No quiero que grite. Ni siquiera quiero que hable. Haga esto correctamente y todo irá bien. Da igual que chille, que me muerda o que se eche sobre mí, porque de todos modos la voy a parar. Y le prometo, señorita Williams, que se arrepentirá. ¿Lo entiende? Ella abrió los ojos como platos; y Nick supo que finalmente se había dado cuenta de que la estaba llamando por su nombre.
—¿Entendido? —repitió.
Ella asintió bruscamente. Nick esperó uno segundos. Como él había esperado, en ese momento sonó un trueno. Le retiró la mano de la boca, medio esperando a que ella gritara, pero _______ Williams no dijo ni pío.
Bien, pensaba mientras le daba la vuelta hacia él. Se recordó que su desnudez le daba ventaja psicológica, mientras que sexualmente no le afectaba en modo alguno.
Sin embargo, sólo un eunuco no se habría fijado en que tenía la piel del color de la crema, que sus pechos eran redondos y turgentes, o que sus pezones tenían el rosa que uno podría encontrar en el interior de una caracola del mar.
Y sólo un eunuco, o tal vez un santo, no se habría preguntado si esos pechos no tendrían el tacto de la seda entre sus palmas callosas, o si sus pezones no sabrían a miel al lamerlos con su lengua.
Su _______, blanca como una sábana, se sonrojó al notar su escrutinio. Azorada, se cubrió los pechos con un brazo, mientras con el otro se tapó instintivamente la entrepierna, como si quisiera defenderse.
Una defensa inútil si él hubiera decidido forzarla de alguna manera.
No le gustaba que ella le creyera capaz de eso. Era muchas cosas, había hecho muchas cosas en los años en los que había trabajado para la Agencia, pero no era un violador.
Cuando tomaba a una mujer, quería que ella estuviera deseosa de que él la poseyera, de sentir la recia embestida de su cuerpo, las exigentes caricias de sus manos y su boca. ¿Pero a quién le importaba lo que pensara _______ Williams? Su miedo sería una ventaja para él. Deliberadamente, paseó la mirada por su cuerpo de nuevo. Observar su vientre plano y el vello dorado que ella trataba de ocultar con su brazo era un modo de demostrarle quién mandaba allí.
Y, maldita sea, si se estaba excitando no era por nada personal. El miedo provocaba una subida de adrenalina, una exaltación natural que era más fuerte que cualquier droga.
Si a ello se añadía una bella mujer y un atisbo de sexo, la mezcla era explosiva.
Todo eso lo entendía. Si al menos su cuerpo lo entendiera también.
Tenía una erección casi total, y su sexo se apretaba ya contra la cremallera de su pantalón.
Su reacción lo fastidió sobremanera. No le gustaba perder el control, aunque fueran unos momentos. Que esa mujer, poco más que una ramera, pudiera ejercer tal poder de seducción sobre él lo empeoraba todo.
El pensar en eso fue suficiente para que se le bajara la erección y su cerebro despertara de nuevo.
Junto al lavabo colgaban de un toallero varias toallas. Agarró una y se la pasó a ella.
—Cúbrase —dijo Nick en mal tono.
Con manos temblorosas, ella se cubrió con la toalla; aunque no le tapaba mucho, ya que parecía que le había dado una de manos en lugar de una grande. Mejor. Era suficiente para que ella se sintiera un poco menos avergonzada, pero no lo bastante para que él no tuviera ventaja psicológica.
Sus pechos turgentes y cubiertos de gotitas de agua asomaban por encima de los finos pliegues de la toalla.
—No soy un ladrón. Y tampoco trabajo para su amante. Ella no respondió. El olor a agua y jabón, a lilas y a mujer impregnaba el aire húmedo.
—No quiero hacerle daño. ¿Entiende?
Ella no respondió en un rato. Finalmente hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Bien —Nick apretó la mandíbula—. Ahora, salga de la ducha. Y nada de tonterías.
Ella hizo lo que él le pedía, sin apartar los ojos de los suyos. Él trató de hacer lo mismo, pero le resultó imposible. La toalla no sólo era demasiado pequeña, sino que ya estaba empapada. Se pegaba a ella como una segunda piel, destacando su cuerpo todavía más. Al diablo con los eunucos y los santos.
Tan sólo un hombre muerto no habría vuelto a pasear la mirada por aquellas curvas de infarto.
—Mi nombre —dijo en tono suave— es Nick Jonas.
Vio el movimiento de su garganta al tragar saliva.
—¿Qué… es lo que quiere?
Progresaban. Al menos estaba hablando. Había llegado el momento de hablar también.
—Quiero ayudarla.
Ella emitió un sonido que podría haber sido una risa de no haber estado tan asustada. En realidad, no le extrañaba nada.
—Sé lo de usted y Tony Gennaro.
Ella se puso colorada, pero habló con calma.
—¿Quién?
Nick torció el gesto. Tenía que decir en favor de aquella señorita que disimulaba muy bien. Estaba prácticamente desnuda y muerta de miedo, pero mantenía el tipo. Eso era bueno; pero no quería que ella creyera que podía ser más lista que él.
—No quiero juegos, _______. No me gustan.
El uso de su nombre de pila era supuestamente para recordarle que era él quien llevaba las riendas. Pero no funcionó así. Ella seguía nerviosa, con los ojos brillantes del miedo, pero algo había Cambiado.
Empezaba a avanzar hacia la silla. Despacio, casi imperceptiblemente, alzó la barbilla.
—Deme mi pijama.
Él arqueó las cejas.
—¿Cómo?
—Mi pijama. Está sobre el retrete. Démelo.
No estaba rogando, ni siquiera pidiéndoselo. Le estaba ordenando con la intención de reafirmarse en el control.
Eso fue lo que él entendió. Era lo que habría intentado él.
También entendía que no había manera de permitirle que saliera airosa de ello. Que fuera más lista y más dura de lo que parecía sólo significaba que tenía que asegurarse de que ella entendía que él era mucho más duro.
Nick se acercó. Adrede, fijó su mirada en la de ella, le agarró de las nalgas y la estrechó contra su cuerpo. Su erección fue instantánea. Bien, pensaba con frialdad mientras adelantaba una mano y le rozaba un pecho con los nudillos.
El destello de desafío que había visto en su mirada dio paso a un terror desnudo.
—Tal vez no me hayas oído bien, cariño. Te he dicho que nada de juegos —sonrió con frialdad—. O a lo mejor crees que eres lo suficientemente tentadora para salirte con la tuya. Bueno, es cierto que eres tentadora —se acercó un poco más a ella, para que ella pudiera sentir el peso de su erección—. Muy tentadora —su sonrisa se desvaneció—, Pero no me interesa.
Ella lo miró y con su expresión le dijo que era un mentiroso.
—De acuerdo —dijo él en tono suave, casi agradable—. Tienes razón. En otras circunstancias, tal vez sí. La toalla mojada se pegaba a sus pechos; él rodeó con su mano la carne redondeada y caliente, mientras se decía que debía ignorar la tirantez en su entrepierna.
—Pero estas circunstancias son distintas, y no me interesa comprar lo que le vendiste a Tony.
—Yo no… —le tembló un poco la voz—. Yo no conozco a ningún Tony.
—Sí que lo conoces. Vas a tener que confiar en mí. Si yo trabajara para ese hombre, tú ya estarías muerta… pero sólo después de tumbarte y abrirte las piernas.
Su intención había sido que ella se estremeciera, y funcionó. Mejor. Aquél no era el momento de sutilezas. Además, una mujer que se acostaba con un capo de la mafia no era una mujer delicada y sensible.
El necesitaba que ella fuera obediente. Si sentía cierto pesar de ver cómo temblaba, sólo era porque llevaba mucho tiempo fuera de aquella profesión, no porque fuera tan arrebatadoramente bella.
¿Además, qué demonios tenía que ver su belleza con nada? La verdad era que una mujer que sabía utilizar su belleza resultaba increíblemente peligrosa. Uno aprendía eso muy deprisa en el mundo del espionaje.
Nick agarró su pijama y se lo pasó.
—Vístete —rugió—. Entonces hablaremos.
¿Hablar?
_______ ahogó un gemido desesperado. Un loco entraba en su apartamento, la sacaba de la ducha y miraba su cuerpo desnudo como un lobo hambriento. Le había tocado los pechos, ¿y se suponía que ella tenía que creer que lo que quería era hablar?
Se mordió el labio inferior para no gritar y se puso los pantalones de pijama, agachándose todo lo posible para que él no viera más de lo que ya había visto.
Los pantalones eran demasiado viejos y grandes. Aunque estaba bien que le quedaran grandes. Al menos se sentía menos vulnerable así. Al menos no estaba desnuda delante de un extraño; le bastaba ya con el miedo que tenía.
Pero era una buena señal que él le hubiera permitido que se vistiera.
—De acuerdo —soltó él—. Si tienes alguna pregunta, date prisa.
¿Si tenía alguna pregunta? Estaba segura de que se iba a echar a reír en cualquier momento… o a desmayarse a los pies de aquel loco.
¿Y cómo era que no tenía pinta de loco? Si lo hubiera visto por la calle, no se habría vuelto a mirarlo. Aunque… bueno, era mentira. Sin duda se habría vuelto a mirarlo.
¿Qué mujer no miraría a un hombre como aquél? Era alto, de más de un metro ochenta, con el pelo negro como el azabache. Tenía los ojos de un verde oscuro, como el de un mar turbulento, los pómulos muy altos y un rostro recio y apuesto.
El cuerpo era maravilloso. Esbelto, y todo músculo.
—¿Te gusta lo que ves, nena?
Ella lo miró a los ojos. Él sonreía, con un gesto de complicidad que la hizo sonrojarse.
—Quiero estar segura de saber cómo es usted —dijo ella con frialdad, a pesar de la fuerza con que le latía el corazón—, para poder darle a la policía una descripción exacta.
—Ah, _______ —dijo él en tono bajo—, eso no es muy inteligente por tu parte.
Su sonrisa le heló la sangre.
—Si estuviera aquí para…, ¿cómo decirlo?, para hacerte daño, tu triste e insignificante amenaza me haría pensarme dos veces lo de dejarte con vida —su sonrisa se desvaneció—. Te he preguntado si tenías alguna pregunta. Si es así, se nos está acabando el tiempo.
Ella tragó con dificultad para tratar de quitarse aquella sequedad de la boca.
—Dijo que no trabajaba para… para este hombre que cree que conozco. ¿Entonces para quién trabaja?
—Para el gobierno.
Ella retrocedió un paso.
—Le dije al FBI que no quería tener nada que ver con…
Apretó los labios, pero era demasiado tarde. Otra de esas sonrisas rebeldes asomó a los labios de Nick.
—Vaya, vaya, qué interesante —le dijo en tono bajo—. No conoces a Tony Gennaro, pero has estado hablando con el FBI.
¿Qué decía el viejo refrán? ¿Que la mejor ofensa era el ataque? Ignorar lo que él acababa de decirle era un comienzo.
—Si trabaja para el gobierno, déjeme ver una prueba.
—¿Como qué? ¿Una placa? ¿Una tarjeta de identificación? —sonrió con gesto amargo—. Una carta de J. Edgar Hoover?
—Hoover está muerto.
—Sí, y tipos como yo lo estaríamos también si lleváramos encima tarjetas de identificación. Vas a tener que creerme. No trabajo para el FBI. Estoy con una agencia gubernamental que no se da a conocer.
—No tiene modo de demostrarme lo que me está diciendo —dijo ella, intentando que no le temblara la voz—. Sólo quiere que confíe en usted.
—Eso es.
—¿Confiar, cómo? ¿Qué quiere de mí?
—Como he dicho, estoy aquí para ayudarte. Para protegerte. Para…
Volvió la cabeza hacia la puerta abierta. Su cuerpo, aquel esbelto y musculoso cuerpo, se puso de pronto alerta. _______ pensó en los documentales sobre la naturaleza que había visto, y en cómo un tigre a punto de saltar sobre su presa se convertía de pronto en una estatua.
Se le puso el vello de punta.
—¿Qué?
El levantó la mano para silenciarla. Despacio, se metió la mano debajo de la Camiseta negra que ceñía su torso musculoso como un guante y deslizó la mano hacia la parte de atrás de su cintura. Como por arte de magia, apareció en su mano una pistola de aspecto amenazadora.
Un gemido de terror se abrió paso por la garganta de _______. Él la apretó de nuevo contra su cuerpo.
—Hay alguien a la puerta —dijo en voz baja.
—¡No le creo! Yo no…
Le volvió la cara hacia la suya, agarrándole del mentón con su mano grande y fuerte.
—Tienes micrófonos por todo el apartamento —le susurró con dureza—. Te estaban vigilando por cámara y, maldita sea, si quieres vivir los minutos siguientes, vas a tener que hacer exactamente lo que yo te diga. ¿Entendido?
Ella lo miró con incredulidad. ¿Por qué iba a hacer nada de lo que le dijera ese hombre? ¿Micrófonos? ¿Y cámaras? Y de pronto decía que había alguien a la puerta. Pero el agua de la ducha seguía corriendo. Lo único que oía era el agua y de vez en cuando algún trueno de la tormenta que se alejaba.
—No le creo —con rabia fue consciente de que le temblaba la voz; pero también de que jamás había tenido tanto miedo en su vida—. Podría ser un maniaco que hubiera entrado a matarme.
Algo brilló en sus ojos. Tal vez rabia, tal vez odio. No logró captar el significado de su mirada, pero no le resultó difícil entender lo que él hizo justo en ese momento.
—Maldición.
Le hundió los dedos en la melena le echó la cabeza hacia atrás y la besó apasionadamente.
Ella forcejeó, gritó y peleó con todas sus fuerzas; pero él no la soltó, no dejó de besarla hasta que, con un leve chillido de ansiedad, o una emoción que se negaba a analizar más en ese momento, cerró los ojos y lo besó también.
Él tomó entonces su boca completamente, invadiéndola con su lengua, llevándose su sabor e incorporándolo al suyo hasta que, finalmente se retiró.
—Ahora —dijo él con dureza— vas a hacer precisamente lo que yo te diga.
_______ fijó sus ojos en los fríos ojos chocolates de Nick Jonas. Entonces aspiró hondo y respondió.
—Sí.
Nick no quiso respirar hasta que oyó que se cerraba la mampara de la ducha. ¡Dios, qué cerca había estado!
Su plan había sido echarle un vistazo al sitio donde vivía la amante de Tony Gennaro. Desde luego no había sido su intención en absoluto que ella lo descubriera allí y verse obligado a presentarse.
Se acercaría a ella en un lugar público. En la librería. En la tienda de alimentación. Era más lógico y probable que ella no perdiera los nervios en un sitio donde hubiera mucha gente alrededor.
Las mujeres eran así; pasivas de manera innata. Era su debilidad. Había visto a los instructores esforzándose al máximo para tratar de quitarles los buenos modales. Siempre les decían lo mismo, que si no les gustaba el aspecto de alguien debían gritar, alborotar lo más posible. Hacer ruido, mucho ruido.
Las mujeres del programa de formación de agentes secretos habían terminado entendiéndolo. Pero para las mujeres civiles era difícil. Las habían educado para comportarse con urbanidad, y la idea de llamar la atención les resultaba dura. Era una tontería, pero así era.
Y eso sería un punto de ventaja para él.
_______ Williams no montaría un número si se acercaba a ella debidamente. Así que se ceñiría a su plan. Después de todo, nada había Cambiado. Ella no lo había visto. Él había pensado que lo descubriría cuando se había parado delante del armario; tan cerca, que le había llegado el olor de su perfume.
Definitivamente, un aroma a lilas, suave y femenino.
También su aspecto había sido suave, femenino, e increíblemente sexy; paseándose por el piso como la había imaginado, con su sujetador de encaje y sus braguitas de color crema, acentuado con el dorado de su piel. Tacones de aguja no llevaba, pero de todos modos era excitante.
Lo único que tenía que hacer era salir del armario… tal y como lo estaba haciendo en ese momento.
Ella había dejado la puerta del baño entornada. Miró hacia la ducha y vio el cristal empañado, traslúcido pero no transparente, y a través del cristal la silueta de su cuerpo. Vio sus brazos levantados, la curva de sus senos, su cuerpo graciosamente arqueado.
Nick frunció el ceño, apartó la mirada de la puerta del baño y avanzó sigilosamente hacia la puerta de entrada, donde hizo una pausa. Al menos comprobaría los teléfonos para ver si estaban pinchados. Tenía tiempo suficiente.
Trabajando en silencio, sacó una navaja, aflojó un par de tornillos en la base del primer teléfono y…
¡Maldita sea, un micrófono!
Armó el teléfono de nuevo y pasó al siguiente, donde encontró otro micrófono. Mientras armaba el segundo, oyó un trueno sobre su cabeza, con un rugido tan potente como el de un tren de mercancías.
¿Truenos en noviembre?, pensó mientras miraba hacia el cielo justo cuando un relámpago lo cruzaba. Iluminó un objeto pequeño en una esquina del tragaluz.
Había algo allí arriba que desde luego estaba fuera de lugar. Nick agarró una silla, la colocó bajo el tragaluz y se subió. No sirvió de nada. Medía más de metro ochenta, pero a pesar de estar subido en la silla no alcanzaba la claraboya.
Se bajó, echó una mirada a su alrededor; vio una escoba y decidió utilizarla. Entonces fue a por ella y se subió otra vez a la silla. ¡Sí! Con unos cuantos golpes el objeto que había visto se soltó y cayó al suelo con estrépito.
El ruido fue como el de una detonación, y Nick aguantó la respiración, esperando que _______ Williams saliera apresuradamente del baño. Pero el agua de la ducha seguía corriendo.
Nick recogió del suelo el objeto.
Era una cámara inalámbrica. Increíblemente pequeña, apenas del tamaño de un botón grande, pero que estaba grabando todo lo que pasaba allí.
¿Incluida su entrada?
De una cosa estaba seguro. Si había una cámara, habría otras.
La mujer a quien se suponía que debía proteger estaba siendo observada. ¿Por los secuaces de Gennaro? ¿Si Gennaro sabía dónde estaba, por qué sencillamente no iba a por ella? Podrían ser los federales, pero James le había prometido que los sacaría de allí.
Daba lo mismo. Quienquiera que estuviera observándola, bien podría haberlo observado también a él durante la última hora.
Y eso le llevó a pensar que tal vez en ese momento estuvieran ya de Camino hacia allí.
El trueno resonó de nuevo con violencia. ¿Seguiría la ducha abierta? Se acercó al baño sigilosamente. Las volutas de vapor se escapaban por la parte de arriba de la mampara.
Entró despacio en la habitación, listo para saltar si _______ Williams escogía ese momento para cerrar el grifo y abrir la puerta de cristal. Se asustaría al verlo. No podía hacer nada para evitar eso, pero desde luego tenía la intención de controlarlo.
Y su miedo sería aún más intenso, teniendo en cuenta que estaba desnuda. Pero eso a él le daría igual. El sexo no entraba en aquel asunto. Ella era un trabajo, eso era todo.
Pero su miedo, unido al elemento sorpresa, sería algo a su favor. Las viejas reglas seguían siendo válidas.
Aspiró hondo un par de veces para calmar los latidos de su corazón y oxigenar su sangre, y con un movimiento rápido y fluido abrió la puerta de la ducha.
_______ Williams se volvió rápidamente hacia él. Su rostro se crispó de pánico y dio un alarido tan horrible, que podía haberle helado la sangre a cualquier hombre que jamás hubiera inspirado terror.
En cuanto a que su chillido pudiera atraer la atención de los vecinos… no sería así. Las Campanas le habían demostrado precisamente eso. Además, estaba también el ruido de la ducha y el de los truenos.
¿Sin embargo, por qué arriesgarse?
Avanzó, plantó un pie en el plato de la ducha y le echó un brazo al cuello; le tapó la boca y la estrechó contra su pecho.
—Présteme atención, señorita Williams. Haga lo que le diga y… ¡Maldita sea!
Ella le dio un mordisco en la carne tierna que había entre el pulgar y el índice. Él retiró la mano y volvió a taparle la boca y la nariz.
Ella reaccionó instantáneamente, y arqueó el cuerpo bruscamente ante el miedo de poder ahogarse.
—Si vuelve a hacer eso —le advirtió él con un rugido—, me veré obligado a responder. Se lo repito, señorita Williams. Haga lo que le digo y no le pasará nada.
Ella estaba ya de puntillas, con la cabeza apoyada en su hombro como fea parodia del abrazo de un amante. El agua les caía encima a los dos, y sin embargo ella seguía forcejeando, agarrada a su muñeca, intentando utilizar el aire que le quedara en los pulmones en un desesperado intento de salvar la vida.
Nick aflojó un poco, dejó que ella tomara aire, y después le cubrió de nuevo la nariz y la boca.
—Escuche, maldita sea —le pegó los labios a la oreja.
Tenía la piel húmeda y fresca; un mechón de cabello que olía a lilas le rozó los labios.
—Compórtese y le retiraré la mano de la nariz. Forcejee y seguiré así hasta que se quede inconsciente. ¿Entendido?
Ella no respondió, pero su forcejeo era cada vez más frenético.
—¿Entendido? —le repitió en tono exigente.
Ella asintió con frenesí.
—Bien. Recuerde. Un ruido, un movimiento en falso, y no le daré una segunda oportunidad.
Le retiró la mano de la nariz, de modo que sólo le cubría la boca, pero no le retiró el brazo del cuello. Ella estaba de puntillas, desprovista de equilibrio tanto física como emocionalmente, y así era como él quería que estuviera un rato.
Tomó aire por la nariz haciendo mucho ruido, y todo su cuerpo se estremeció.
—Tranquila —dijo él—. Cálmese y escuche.
Ella se estremeció de nuevo, pero Nick notó que de todos modos se relajaba un poco. Entonces él soltó un poco el brazo que le rodeaba el cuello para que ella viera que lo que había hecho le complacía.
—Voy a retirarle la mano de la boca. No quiero que grite. Ni siquiera quiero que hable. Haga esto correctamente y todo irá bien. Da igual que chille, que me muerda o que se eche sobre mí, porque de todos modos la voy a parar. Y le prometo, señorita Williams, que se arrepentirá. ¿Lo entiende? Ella abrió los ojos como platos; y Nick supo que finalmente se había dado cuenta de que la estaba llamando por su nombre.
—¿Entendido? —repitió.
Ella asintió bruscamente. Nick esperó uno segundos. Como él había esperado, en ese momento sonó un trueno. Le retiró la mano de la boca, medio esperando a que ella gritara, pero _______ Williams no dijo ni pío.
Bien, pensaba mientras le daba la vuelta hacia él. Se recordó que su desnudez le daba ventaja psicológica, mientras que sexualmente no le afectaba en modo alguno.
Sin embargo, sólo un eunuco no se habría fijado en que tenía la piel del color de la crema, que sus pechos eran redondos y turgentes, o que sus pezones tenían el rosa que uno podría encontrar en el interior de una caracola del mar.
Y sólo un eunuco, o tal vez un santo, no se habría preguntado si esos pechos no tendrían el tacto de la seda entre sus palmas callosas, o si sus pezones no sabrían a miel al lamerlos con su lengua.
Su _______, blanca como una sábana, se sonrojó al notar su escrutinio. Azorada, se cubrió los pechos con un brazo, mientras con el otro se tapó instintivamente la entrepierna, como si quisiera defenderse.
Una defensa inútil si él hubiera decidido forzarla de alguna manera.
No le gustaba que ella le creyera capaz de eso. Era muchas cosas, había hecho muchas cosas en los años en los que había trabajado para la Agencia, pero no era un violador.
Cuando tomaba a una mujer, quería que ella estuviera deseosa de que él la poseyera, de sentir la recia embestida de su cuerpo, las exigentes caricias de sus manos y su boca. ¿Pero a quién le importaba lo que pensara _______ Williams? Su miedo sería una ventaja para él. Deliberadamente, paseó la mirada por su cuerpo de nuevo. Observar su vientre plano y el vello dorado que ella trataba de ocultar con su brazo era un modo de demostrarle quién mandaba allí.
Y, maldita sea, si se estaba excitando no era por nada personal. El miedo provocaba una subida de adrenalina, una exaltación natural que era más fuerte que cualquier droga.
Si a ello se añadía una bella mujer y un atisbo de sexo, la mezcla era explosiva.
Todo eso lo entendía. Si al menos su cuerpo lo entendiera también.
Tenía una erección casi total, y su sexo se apretaba ya contra la cremallera de su pantalón.
Su reacción lo fastidió sobremanera. No le gustaba perder el control, aunque fueran unos momentos. Que esa mujer, poco más que una ramera, pudiera ejercer tal poder de seducción sobre él lo empeoraba todo.
El pensar en eso fue suficiente para que se le bajara la erección y su cerebro despertara de nuevo.
Junto al lavabo colgaban de un toallero varias toallas. Agarró una y se la pasó a ella.
—Cúbrase —dijo Nick en mal tono.
Con manos temblorosas, ella se cubrió con la toalla; aunque no le tapaba mucho, ya que parecía que le había dado una de manos en lugar de una grande. Mejor. Era suficiente para que ella se sintiera un poco menos avergonzada, pero no lo bastante para que él no tuviera ventaja psicológica.
Sus pechos turgentes y cubiertos de gotitas de agua asomaban por encima de los finos pliegues de la toalla.
—No soy un ladrón. Y tampoco trabajo para su amante. Ella no respondió. El olor a agua y jabón, a lilas y a mujer impregnaba el aire húmedo.
—No quiero hacerle daño. ¿Entiende?
Ella no respondió en un rato. Finalmente hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Bien —Nick apretó la mandíbula—. Ahora, salga de la ducha. Y nada de tonterías.
Ella hizo lo que él le pedía, sin apartar los ojos de los suyos. Él trató de hacer lo mismo, pero le resultó imposible. La toalla no sólo era demasiado pequeña, sino que ya estaba empapada. Se pegaba a ella como una segunda piel, destacando su cuerpo todavía más. Al diablo con los eunucos y los santos.
Tan sólo un hombre muerto no habría vuelto a pasear la mirada por aquellas curvas de infarto.
—Mi nombre —dijo en tono suave— es Nick Jonas.
Vio el movimiento de su garganta al tragar saliva.
—¿Qué… es lo que quiere?
Progresaban. Al menos estaba hablando. Había llegado el momento de hablar también.
—Quiero ayudarla.
Ella emitió un sonido que podría haber sido una risa de no haber estado tan asustada. En realidad, no le extrañaba nada.
—Sé lo de usted y Tony Gennaro.
Ella se puso colorada, pero habló con calma.
—¿Quién?
Nick torció el gesto. Tenía que decir en favor de aquella señorita que disimulaba muy bien. Estaba prácticamente desnuda y muerta de miedo, pero mantenía el tipo. Eso era bueno; pero no quería que ella creyera que podía ser más lista que él.
—No quiero juegos, _______. No me gustan.
El uso de su nombre de pila era supuestamente para recordarle que era él quien llevaba las riendas. Pero no funcionó así. Ella seguía nerviosa, con los ojos brillantes del miedo, pero algo había Cambiado.
Empezaba a avanzar hacia la silla. Despacio, casi imperceptiblemente, alzó la barbilla.
—Deme mi pijama.
Él arqueó las cejas.
—¿Cómo?
—Mi pijama. Está sobre el retrete. Démelo.
No estaba rogando, ni siquiera pidiéndoselo. Le estaba ordenando con la intención de reafirmarse en el control.
Eso fue lo que él entendió. Era lo que habría intentado él.
También entendía que no había manera de permitirle que saliera airosa de ello. Que fuera más lista y más dura de lo que parecía sólo significaba que tenía que asegurarse de que ella entendía que él era mucho más duro.
Nick se acercó. Adrede, fijó su mirada en la de ella, le agarró de las nalgas y la estrechó contra su cuerpo. Su erección fue instantánea. Bien, pensaba con frialdad mientras adelantaba una mano y le rozaba un pecho con los nudillos.
El destello de desafío que había visto en su mirada dio paso a un terror desnudo.
—Tal vez no me hayas oído bien, cariño. Te he dicho que nada de juegos —sonrió con frialdad—. O a lo mejor crees que eres lo suficientemente tentadora para salirte con la tuya. Bueno, es cierto que eres tentadora —se acercó un poco más a ella, para que ella pudiera sentir el peso de su erección—. Muy tentadora —su sonrisa se desvaneció—, Pero no me interesa.
Ella lo miró y con su expresión le dijo que era un mentiroso.
—De acuerdo —dijo él en tono suave, casi agradable—. Tienes razón. En otras circunstancias, tal vez sí. La toalla mojada se pegaba a sus pechos; él rodeó con su mano la carne redondeada y caliente, mientras se decía que debía ignorar la tirantez en su entrepierna.
—Pero estas circunstancias son distintas, y no me interesa comprar lo que le vendiste a Tony.
—Yo no… —le tembló un poco la voz—. Yo no conozco a ningún Tony.
—Sí que lo conoces. Vas a tener que confiar en mí. Si yo trabajara para ese hombre, tú ya estarías muerta… pero sólo después de tumbarte y abrirte las piernas.
Su intención había sido que ella se estremeciera, y funcionó. Mejor. Aquél no era el momento de sutilezas. Además, una mujer que se acostaba con un capo de la mafia no era una mujer delicada y sensible.
El necesitaba que ella fuera obediente. Si sentía cierto pesar de ver cómo temblaba, sólo era porque llevaba mucho tiempo fuera de aquella profesión, no porque fuera tan arrebatadoramente bella.
¿Además, qué demonios tenía que ver su belleza con nada? La verdad era que una mujer que sabía utilizar su belleza resultaba increíblemente peligrosa. Uno aprendía eso muy deprisa en el mundo del espionaje.
Nick agarró su pijama y se lo pasó.
—Vístete —rugió—. Entonces hablaremos.
¿Hablar?
_______ ahogó un gemido desesperado. Un loco entraba en su apartamento, la sacaba de la ducha y miraba su cuerpo desnudo como un lobo hambriento. Le había tocado los pechos, ¿y se suponía que ella tenía que creer que lo que quería era hablar?
Se mordió el labio inferior para no gritar y se puso los pantalones de pijama, agachándose todo lo posible para que él no viera más de lo que ya había visto.
Los pantalones eran demasiado viejos y grandes. Aunque estaba bien que le quedaran grandes. Al menos se sentía menos vulnerable así. Al menos no estaba desnuda delante de un extraño; le bastaba ya con el miedo que tenía.
Pero era una buena señal que él le hubiera permitido que se vistiera.
—De acuerdo —soltó él—. Si tienes alguna pregunta, date prisa.
¿Si tenía alguna pregunta? Estaba segura de que se iba a echar a reír en cualquier momento… o a desmayarse a los pies de aquel loco.
¿Y cómo era que no tenía pinta de loco? Si lo hubiera visto por la calle, no se habría vuelto a mirarlo. Aunque… bueno, era mentira. Sin duda se habría vuelto a mirarlo.
¿Qué mujer no miraría a un hombre como aquél? Era alto, de más de un metro ochenta, con el pelo negro como el azabache. Tenía los ojos de un verde oscuro, como el de un mar turbulento, los pómulos muy altos y un rostro recio y apuesto.
El cuerpo era maravilloso. Esbelto, y todo músculo.
—¿Te gusta lo que ves, nena?
Ella lo miró a los ojos. Él sonreía, con un gesto de complicidad que la hizo sonrojarse.
—Quiero estar segura de saber cómo es usted —dijo ella con frialdad, a pesar de la fuerza con que le latía el corazón—, para poder darle a la policía una descripción exacta.
—Ah, _______ —dijo él en tono bajo—, eso no es muy inteligente por tu parte.
Su sonrisa le heló la sangre.
—Si estuviera aquí para…, ¿cómo decirlo?, para hacerte daño, tu triste e insignificante amenaza me haría pensarme dos veces lo de dejarte con vida —su sonrisa se desvaneció—. Te he preguntado si tenías alguna pregunta. Si es así, se nos está acabando el tiempo.
Ella tragó con dificultad para tratar de quitarse aquella sequedad de la boca.
—Dijo que no trabajaba para… para este hombre que cree que conozco. ¿Entonces para quién trabaja?
—Para el gobierno.
Ella retrocedió un paso.
—Le dije al FBI que no quería tener nada que ver con…
Apretó los labios, pero era demasiado tarde. Otra de esas sonrisas rebeldes asomó a los labios de Nick.
—Vaya, vaya, qué interesante —le dijo en tono bajo—. No conoces a Tony Gennaro, pero has estado hablando con el FBI.
¿Qué decía el viejo refrán? ¿Que la mejor ofensa era el ataque? Ignorar lo que él acababa de decirle era un comienzo.
—Si trabaja para el gobierno, déjeme ver una prueba.
—¿Como qué? ¿Una placa? ¿Una tarjeta de identificación? —sonrió con gesto amargo—. Una carta de J. Edgar Hoover?
—Hoover está muerto.
—Sí, y tipos como yo lo estaríamos también si lleváramos encima tarjetas de identificación. Vas a tener que creerme. No trabajo para el FBI. Estoy con una agencia gubernamental que no se da a conocer.
—No tiene modo de demostrarme lo que me está diciendo —dijo ella, intentando que no le temblara la voz—. Sólo quiere que confíe en usted.
—Eso es.
—¿Confiar, cómo? ¿Qué quiere de mí?
—Como he dicho, estoy aquí para ayudarte. Para protegerte. Para…
Volvió la cabeza hacia la puerta abierta. Su cuerpo, aquel esbelto y musculoso cuerpo, se puso de pronto alerta. _______ pensó en los documentales sobre la naturaleza que había visto, y en cómo un tigre a punto de saltar sobre su presa se convertía de pronto en una estatua.
Se le puso el vello de punta.
—¿Qué?
El levantó la mano para silenciarla. Despacio, se metió la mano debajo de la Camiseta negra que ceñía su torso musculoso como un guante y deslizó la mano hacia la parte de atrás de su cintura. Como por arte de magia, apareció en su mano una pistola de aspecto amenazadora.
Un gemido de terror se abrió paso por la garganta de _______. Él la apretó de nuevo contra su cuerpo.
—Hay alguien a la puerta —dijo en voz baja.
—¡No le creo! Yo no…
Le volvió la cara hacia la suya, agarrándole del mentón con su mano grande y fuerte.
—Tienes micrófonos por todo el apartamento —le susurró con dureza—. Te estaban vigilando por cámara y, maldita sea, si quieres vivir los minutos siguientes, vas a tener que hacer exactamente lo que yo te diga. ¿Entendido?
Ella lo miró con incredulidad. ¿Por qué iba a hacer nada de lo que le dijera ese hombre? ¿Micrófonos? ¿Y cámaras? Y de pronto decía que había alguien a la puerta. Pero el agua de la ducha seguía corriendo. Lo único que oía era el agua y de vez en cuando algún trueno de la tormenta que se alejaba.
—No le creo —con rabia fue consciente de que le temblaba la voz; pero también de que jamás había tenido tanto miedo en su vida—. Podría ser un maniaco que hubiera entrado a matarme.
Algo brilló en sus ojos. Tal vez rabia, tal vez odio. No logró captar el significado de su mirada, pero no le resultó difícil entender lo que él hizo justo en ese momento.
—Maldición.
Le hundió los dedos en la melena le echó la cabeza hacia atrás y la besó apasionadamente.
Ella forcejeó, gritó y peleó con todas sus fuerzas; pero él no la soltó, no dejó de besarla hasta que, con un leve chillido de ansiedad, o una emoción que se negaba a analizar más en ese momento, cerró los ojos y lo besó también.
Él tomó entonces su boca completamente, invadiéndola con su lengua, llevándose su sabor e incorporándolo al suyo hasta que, finalmente se retiró.
—Ahora —dijo él con dureza— vas a hacer precisamente lo que yo te diga.
_______ fijó sus ojos en los fríos ojos chocolates de Nick Jonas. Entonces aspiró hondo y respondió.
—Sí.
Mary_jonas_97
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
vaya cada ves se pone mas buena tenes que ponernos mas :D
Invitado
Invitado
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
si tienes que poner mas
plis
quiero besar otra ves a mi nick (haha)
pd:ViiVii wow la imagen de joe en tu firma esta :affraid: jaja
plis
quiero besar otra ves a mi nick (haha)
pd:ViiVii wow la imagen de joe en tu firma esta :affraid: jaja
angie- d jonas
Re: "Desnuda en sus brazos" (Nick y Tu) Adaptación.
Seguila!!!!!!!!!!.... Ame el capitulo!
Y yo tambien quiero besar de nuevo a Nickkk!!!!!
Plizzz subi capitulo pronto *.*
PD: Sorry por no pasarme antess!!
Y yo tambien quiero besar de nuevo a Nickkk!!!!!
Plizzz subi capitulo pronto *.*
PD: Sorry por no pasarme antess!!
♥JuLiieta♥
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