Enséñame A Sonreír (Nicholas Jonas)

La vida es como un libro, los acontecimientos que allí suceden son así porque así deben ser, porque el autor quiere que sean de esa forma y no de otra. ¿Nunca se han preguntado qué hubiera pasado si…?; todos lo hemos hecho en algún momento de nuestra existencia. No nos damos cuenta que elegimos esos caminos por alguna razón, (aunque en ese instante no hallemos explicación lógica); es sólo el destino siguiendo su curso.

Cuando a alguien le llega la hora de morir, muere, no importa cómo, ya sea porque un asesino sanguinario y calculador lo planeó, porque sufrió algún padecimiento grave que acabó con lo que quedaba de sus fuerzas, o simplemente porque cerró los ojos y no los volvió a abrir jamás.

Esa no era mi hora de morir, no era el instante correcto para que yo lo hiciera, Dios aún no me quería con él en la eternidad. En aquel momento él tenía un propósito para mí; y hoy, aún lo tiene, sólo que ahora es diferente.

-¡Nick suéltalo! ¡suelta eso!- gritó agarrándome por detrás y obligándome a tirar al piso todos los medicamentos.

-Joe déjame, tú no entiendes- contesté tratando de safarme de él.

-¡No Nick no! Sé, que te sientes mal pero esta no es la forma de aliviar tu dolor- dijo mientras me apretaba aún más fuerte las manos.

-Que me sueltes Joe, ¡Tú no entiendes! ¡Quiero morir! ¡Déjame morir! –confesé en el único tono de voz que en ese momento podía articular: desesperación.

Apenas terminé de pronunciar aquella frase Joe me soltó; levantó las manos a la altura de su cabeza, de la misma forma como lo haces cuando un policía está apunto de arrestarte. Pero este no era el caso, había hecho eso porque simplemente no podía creer lo que acababa de decirle, estaba perplejo, se sentía impotente e inútil de verme en esta situación y no poder hacer nada para cambiarlo. Sabía que él sentía todo eso porque aunque sus labios no lo dijeran, sus ojos lo gritaban.

-¿Acaso eres tan infeliz?-preguntó con la cabeza agachada y se sentó en mi cama, aún con la mirada en el piso.

-Soy un mal innecesario para todos, nadie me necesita, nadie necesita el dolor que causa mi presencia- le contesté con la voz más calmada, pero sin moverme ni un solo milímetro del lugar en el que antes estaba.

-¿Un mal?- refunfuñó –No sabes lo que dices, todos te necesitan- continuó haciendo énfasis en la antepenúltima palabra – Papá te necesita, mamá te necesita, Frankie, Kevin, nuestras futuras fans te necesitan, necesitan tu música, necesitan oírte cantar, ¡el mundo necesita saber quién es Nick Jonas!. Yo te necesito- levantó la cabeza y pude observar cómo dos lágrimas recorrían su mejilla, en verdad les iba a hacer mucho daño si me iba.

Entonces rompí en un llanto desconsolado, las lágrimas se acumularon durante tanto en mis ojos que empezaban a doler, y la única forma de aliviar ese dolor era dejándolas caer. Ya no aguantaba hacerme el fuerte, el que podía manejar la situación sin ayuda de nadie, cuando en realidad, por dentro me estaba matando.

Joe se levantó de la cama y me dio un abrazo; un gesto que mucho me incomodaba, pero a la vez tanto necesitaba.

-Todo va a estar bien aunque ahora lo veas perdido- dijo en mi oído, eran palabras sinceras, en ese momento creo que toda su inmadurez se había desvanecido y me mostraba a un Joe centrado dispuesto a dar todo por los demás. Él sería un gran padre algún día, no lo digo porque sea su hermano, sino porque es la verdad.

-¿Por qué viniste? Digo, ¿no deberías estar cenando con los demás?-ahora me encontraba más calmado, las palabras de Joe lo habían conseguido.

-Vine porque quería hacerte compañía, todos estuvieron de acuerdo, haz pasado mucho tiempo solo no era justo. Sé que eres un ermitaño ¡pero ya necesitabas contacto humano hombre!, sino dentro de poco tiempo van a decir que mi hermano es un hombre topo y eso arruinará mi reputación con las chicas- bromeó, a lo cual yo respondí con una pequeña risa.

Estuve con Joe hablando y desahogándome hasta poco más de la media noche. Dos meses de haber callado tantos miedos, desesperación y sufrimiento no era algo que se contara en un dos por tres, necesitaba de tiempo para explicarle todo lo que sentía poco a poco; afortunadamente él me escuchó, lo cual es raro yz que muchas veces no pueden pasar más de dos minutos sin que abra la boca para hacer un comentario absurdo, supongo que ahora no lo hizo puesto que esto era algo más serio.

-¿Estás seguro que vas a estar bien aquí solo?, ¿no tratarás de hacer alguna otra locura?- preguntó Joe recostado sobre el marco de la puerta por sexta vez.

-Sí, voy a estar bien, no puedo hacer nada, ya se me fue el valor- contesté en tono de broma –además tengo mucho sueño.

-Bueno, pero ya sabes, cualquier cosa estoy a dos puertas de distancia –dijo y salió de la habitación cerrando la puerta.

Me saqué el suéter azul con rayas negras junto a los jeans que traía y tiré ambos a al cesto de ropa sucia que se encontraba en una esquina de mi cuarto. Me puse una polera blanca muy gastada y junto con mis boxers, tumbé mi cuerpo en la acolchada para dar paso al sueño.

El reloj de mesa marcaba las 10:03 a.m. ¿acaso había dormido tanto? No entendía porqué nadie me había despertado antes. Me encontraba de vacaciones pero aún así era una hora reprochable para que yo despertara. Salí de mi habitación y empecé a buscar por toda la casa: baños, cocina, comedor, sala, patio, no había rastros de nadie.

Estaba a punto de subir las escaleras de nuevo cuando mamá entró por la puerta acompañada por todos los demás y en lo primero que clavó sus ojos, era de esperarse, fue en mi peculiar fachada matutina.

-¿Nick puedes ir a cambiarte?, hoy saldremos de paseo- ordenó, yo simplemente asentí y fui a ponerme algo más adecuado para la ocasión.

Al cabo de 20 minutos de viaje, me encontraba parado en la entrada del hogar Santa Teresa para niños huérfanos, un edificio bastante viejo y desgastado, con una arquitectura colonial por fuera. Al recorrer sus pasillos junto con la monja vestida de negro dueña del mismo que nos mostraba el lugar, pude percibir el innegable aroma de hospital emanar de todos los rincones posibles; odiaba ese olor, no me traía recuerdos dulces precisamente.

-¿Por qué estamos aquí?- le pregunté a Kevin en un tono bastante bajo, sólo para que él pudiera oírme.

-Papá cree que es una buena idea que conozcamos a gente que tiene menos que nosotros y así aprender a valorar nuestra vida- contestó en el mismo tono que yo había usado minutos atrás.

Inmediatamente mi mirada se posó en Joe, decir que lanzaba cuchillos por mis ojos era poco, quería ahorcarlo, él había prometido que lo sucedido la noche anterior no saldría de aquellas cuatro paredes denominadas mi habitación. Obviamente no lo cumplió.

-No fui yo- fue lo único que pude entender de lo que dijo, ya que su boca se movió pero no emitió sonido alguno.

Luego del recorrido típico, la monja encargada dio el visto bueno para que podamos conocer el resto del lugar por nuestra propia cuenta. Cada quién tomó un camino distinto, yo decidí entrar primero al pabellón de niños pequeños, una trivialidad ya que me encantaban los niños. Mientras más avanzaba por aquel lugar más incómodo me sentía, me recordaba tanto al hospital que no pude evitar el revivir los momentos de cuando estuve internado antes de ser diagnosticado.

Un salón me llamó peculiarmente la atención, se escuchaba música desde afuera así que decidí entrar. El salón no era nada grande, tenía las paredes pintadas de color blanco como el resto del edificio pero el panorama que se observaba era muy diferente: un montón de niños bailando, no tenían más de 3 años, se tomaban de la mano y se podía apreciar que estaban muy contentos, era una escena adorable para la vista de cualquier persona, sonaba una canción infantil la cual conocía, recuerdo que mamá solía cantarla para mí en las noches para que pudiera dormir; pero por más que intenté repetidas veces, no pude recordar su nombre.

Empecé a analizar a cada pequeño con la mirada, todos sus gestos, cada detalle de su rostro, saber que para ellos hasta la más mínima acción podía provocarles felicidad, me llenaba el corazón de nostalgia de aquellos años en los que el mundo podía caerse y a mi no me importaría mientras mi familia estuviera conmigo, ansiaba tanto volver a aquellos tiempos. Entonces mi mirada se topó con la de una muchacha que se encontraba sonriendo del otro lado del salón apoyada a la pared, era de tez blanca, delgada, con el cabello largo y oscuro.

Su sonrisa me dio comodidad así que inmediatamente fui hacia donde ella se encontraba y pude apreciarla mucho mejor, tenía los labios delgados, su nariz fina y sus ojos, eran de color gris, gris intenso como jamás había visto antes, realmente muy hermosa. Avancé un poco más para que notara mi presencia pero no lo hizo, su mirada jamás se apartó del grupo de niños bailando.

-¿Eres voluntaria aquí?- le pregunté

-Son muy hermosos ¿no crees?- contestó con un tono de voz muy dulce, calmado pero aún sin mirarme, como si no percibiera mi presencia.

-Soy Nick Jonas, un gusto- le extendí la mano en signo de saludo para que la tomara pero no lo hizo, es más ni siquiera la miró, continuó sumergida allí, en los niños, el baile y sus pensamientos.

-¿Cómo te llamas?- pregunté de nuevo, esto me estaba molestando un poco, había sido ignorado antes pero ahora no lograba entender entre si es que lo hacía de una forma cortés o si simplemente no le interesaba hablar conmigo.

-_______- respondió y caminó hasta la puerta dejándome hablar sólo y sin siquiera haber volteado un segundo para mirarme a la cara. Mi vista continuó en su dirección y observé cómo poco a poco su figura se iba desvaneciendo por el largo y ancho pasillo.