El Club de las Cinco {One Direction}

{Camila}

Tomé el vaso grisáceo que Liam me ofreció. No supe por qué lo hice, tampoco me interesaba demasiado en esos momentos. Se estaba portando bien conmigo – o al menos simulaba hacerlo – y yo le estaba correspondiendo. No era común, usualmente nos la pasábamos fulminándonos con la mirada las veinticuatro horas del día; pero, ¿Qué más daba?, todo me importaba una mierda.
De reojo, pude notar como el rubio me lanzaba algunas miradas cautelosamente mientras hablaba y bebía con Gemma. Así habíamos estado en la juntada anterior: él observándome, yo fulminándolo con la mirada cada vez que lo hacía. Nuestra relación iba en picada, por no decir que estaba a punto de extinguirse; anteriormente, nunca nos habíamos peleado de aquella forma. Una parte de mí me decía que olvidara la mentira y aceptara hablar con él, la otra pedía a gritos que lo enterrara a tres metros bajo tierra. Por otro lado, a mi orgullo le parecía mucho mejor ignorarlo.
– Que rico perfume – me concentré para comprender lo que intentaba decirme, riendo al notar que llevaba su cabeza hasta mi cuello y apoyaba su nariz allí para inspirar mejor – ¿Cuál es?
Reí aún más fuerte, ¿Qué carajos importaba? Tan solo era una artimaña para llevarme a la cama, follarme y probar a alguien que nunca había pensado tener en su habitación. Estaba en su día de suerte, me encontraba ebria (al igual que él) y bastante regalada.
– ¿Importa?
– Realmente no – una sonrisa se extendió en sus labios, de esas que ponía cada vez que intentaba seducir a una chica.
No me provocó nada, en mi mente aún se encontraban los hermosos labios de Niall y su perfecta risa, podría haber llegado a pagar cualquier cosa para sacarlo de la cabeza. Y tenía allí, frente a mí, una pequeña solución temporal.
Ni siquiera pensé en Alice cuando me tomó de la mano y nos fuimos hacia su habitación, mucho menos cuando empezamos a besarnos. Buscaba más sabor debajo del aliento a pasta mental de menta, más carne en sus finos labios, más vida… Más sentimientos.
El gruñido que salió de su garganta me indicó que estaba pensando mucho y actuando poco, decidí apagar mi aparato psíquico por un rato e intentar disfrutar el momento; al fin y al cabo, era tan solo sexo sin sentido.
Antes de que poder tirarlo en su cama, me detuvo sujetándome por la cintura y me sonrió con malicia.
– Vayamos a la cama de Connor – propuso. Sabía que le encantaba fastidiar al pobre hermano de Heather, sobre todo porque le hacía enojar más a ella que a él.
Asentí, demasiado alcoholizada como para negarle alguna de sus peticiones.
Casi ni sentí cuando me quitó la ropa, tampoco cuando se introdujo dentro de mí; fueron movimientos rápidos, secos y sin demasiado sentido. La consciencia iba y venía, tal vez porque la mezcla entre el porro y la bebida era demasiado explosiva para mi cuerpo.
Él buscaba más, tomándome de las muñecas e imposibilitándome moverme, buscando maneras de tenerme a su merced para reforzar su estúpida teoría: todas las chicas lo querían y, por lo tanto, Alice también tenía que hacerlo; yo no tenía muy en claro cuál era mi búsqueda, no se podía decir que buscarle celos a Niall fuera una buena justificación. Había algo más, algo que me estaba ocultando a mí misma.
Al terminar, luego de que nuestros cuerpos estuvieran completamente repletos de sudor, me sujetó fuertemente por atrás y se durmió sobre mi cuello. Intenté controlar los impulsos de echarme a llorar, habían pasado horas y los efectos estaban comenzando a ser reemplazados por una oleada de claustrofobia. No me gustaba demasiado que me tocasen, mucho menos cuando estaba consciente.

Salí de la cama sin despertarlo, volviéndome silenciosa y elástica para la misión. No estaba muy segura de si, lo que estaba a punto de realizar, se encontraba dentro de los límites de lo normal. Tampoco era que importase demasiado, no cuando había follado al ex de una de mis mejores amigas bajo los efectos de sustancias y polvos.
Vagamente recordé donde se encontraba la habitación de la madre de Heather, la casa estaba tan oscura y silenciosa que se me era difícil descubrir por donde estaba caminando; incluso quise saber la hora fijándome por los ventanales, pero no conseguí nada más que una luna, una noche y un vacío existencial. Podrían ser la una, dos o hasta las cinco de la mañana.
Al llegar, empujé un poco la puerta cerciorándome que no hubiera nadie adentro. Solo encontré a Josie durmiendo arriba de la cama con sus brazos extendidos a cada lado, cubriendo cada espacio de la superficie mullida. A su izquierda, la cajonera de la mesita de luz se encontraba entreabierta dejando ver unos pequeños papelillos blancos y unas cuantas tabletas de pastillas.
Heather me lo había dicho, su padrastro se encontraba con dolores de espalda debido a las forzosas jornadas en el taller y el médico familiar le había recetado unas píldoras bastantes fuertes para que se pudiera recuperar rápidamente. Era por eso que estaba allí, porque sabía lo que encontraría.
Sin pensarlo dos veces, me llevé cinco pastillas a la boca: una por mamá, una por papá; una por mi hermana, una por mi mejor amigo. Y otra por la vida que no dejaba de joderme.
Escuché la voz de Heather dentro de mi cabeza, indicándome que llevaba mi vida hacia el tacho de basura. “Genial, Camila, te has vuelto toda una pastillera”. No le presté demasiada atención, el límite entre la experimentación adolescente y la necesidad había sido cruzado.
¿Qué seguía después del dolor, de la aceptación?, ¿Qué pasaría cuándo papá volviera a casa y mi madre intentara hacer como si nada hubiera pasado?; ¿Cómo reaccionaría mi hermana ante la nueva falsa alarma?
Pero algo que me molestaba y confundía aún más. Tan solo dos hombres formaban parte en mi vida: uno que ya me había defraudado hacía muchos años y otro al cual no le dejaba hacerlo; uno que se había pasado la mitad de su vida ignorándome y otro que reparaba sus daños.
Papá y Niall. Solían ser distintos en una época, pero en ese momento ya casi ni les veía diferencias.

Estaba dando un tour por la casa para matar el aburrimiento y decidí entrar a la habitación de mi madre, estaba todo arreglado y en su lugar, típico de ella. Me preguntaba que podría ocultar, quiero decir, ¿no dice el dicho que, "todos tenemos secretos"? y cual mejor seria descubrir el de mi mamá. Adivine cual era su mesa de noche por el cuadro con una postal de fondo, una postal de 1997 donde se veía una hermosa playa de fondo y databa de Brasil, fueron unos tiempos para mi familia, quiero decir, la mía. Con el atrevimiento abrí el cajón de la mesita -que contaba de tres- y solo tenia chucherías, papeles de cuentas pagadas, bolígrafos podría jugar que se me revolvió el estoma al encontrar aquel preservativo; tal idea de ella y Marck me causa repugnancia. En el segundo cajón tenia un par de remedios, una caja de anteojos y pañuelos de mano. En el tercero entre tres cajas, la primera tenia fotos; de todos y en muchos momentos, hasta tenia una foto de su boda con mi padre, muchas mías de bebe, y algunas de hace unos meses, pero la otra caja era mas interesante, porque, no encuentras tres mil dolares en efectivo todos días; por unos segundo dude de mi, pero ya le había prometido a mi mamá todo eso de la confianza y sobre todo no era que me haga falta; la caja mediana estaba cerrada con cinta adhesiva solo de un lado, con lo cual podías subir la tapa, allí solo había cartas... curiosas cartas, algunas eran para mi abuela, otras para mi padre, y unas más para un hombre que no conocía el nombre. No, lo más curioso eran la fechas; algunas viejas, otras dos de días cerca de su boda, otras de días despues, el día de mi bautismo, el día de mi cumpleaños... Quien mierda era este hombre y porque recibía tantas cartas de mi mamá.

Mire el relog; cuanto tiempo había estado aquí. Guarde todo rápido en su lugar, luego habría lugar para preguntas; pero supuse que hoy no era el día no de este modo. Aunque de aun modo u otro, mi madre tiene algo que decirme sobre esto.