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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu
Nombre: Juego de Seduccion
Autor: Sandra F.
Adaptación: Si, Libro.
Género:Drama/Romance
Advertencias: ninguna
Otras Paginas:No
Autor: Sandra F.
Adaptación: Si, Libro.
Género:Drama/Romance
Advertencias: ninguna
Otras Paginas:No
Sinopsis
Aquella seducción los llevaría por todo el mundo… y finalmente
a la cama
Nada más ver a la bella _Tn Chardin, Kevin Jonas supo que tenía
que hacerla suya. Pero, si _Tn quería meterse en su cama, tendría que
hacerlo con las condiciones que él pusiera…
_Tn no era la mujer que todo el mundo creía, pero la imagen le servía
para mantener a distancia a personas como Kevin . Llevaba toda la vida
poniendo a prueba a los hombres para evitar que le rompieran el corazón.
Pero estaba a punto de encontrar la horma de su zapato…
:hi: otra ves yo Elitz de nuevo trayéndoles una vez mas una historia muy linda
ojala y les guste .....
espero como siempre tener lectoras .....
ya algunas han de conocerme xq ya eh colocado novelas aqui antes :)
y las q no bueno chicas soy de Venezuela y tengo 19 años es un gusto conocerlas ya dejo el primer capitulo disfrútenlo
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
Capítulo 1
Una fiesta al aire libre no era la clase de ambiente que solía frecuentar. Kevin
Jonas se había sentado en un rincón del jardín bajo una palmera. El sol brillaba,
por supuesto. ¿Se atrevería acaso a ser de otro modo en la fiesta anual de la señora de
Henry Hayward III?
Estaba allí solo, como él prefería estar. En ese momento no estaba saliendo con
nadie y llevaba así una temporada. Tal vez se había cansado del viejo juego de la
caza y de la inevitable capitulación que terminaba, de un modo igualmente
inevitable, poniendo fin a otra aventura amorosa.
Desde luego hacía tiempo que no había conocido a nadie que lo hubiera cautivado
lo suficiente como para invitarlo a abandonar su soledad.
Kevin miró a su alrededor sin un objetivo concreto. Los invitados de Relie
Hayward eran, como de costumbre, una excéntrica mezcla de artísticos
inconformistas y millonarios muy conocidos en sociedad. Pero cada uno de ellos
conocía las reglas: traje y corbata para los hombres, vestidos y sombreros para las
mujeres. Se rumoreaba que los dos tipos enormes que había delante de las verjas de
hierro no habían permitido el paso a un famoso pintor que vestía vaqueros con
manchurrones de pintura acrílica y a una heredera con unos pantalones pirata
tachonados de diamantes.
Aquello era el Ascot de San Francisco, pensaba Kevin divertido. Su traje de verano
estaba confeccionado a mano, sus zapatos eran italianos, su camisa y su corbata de
seda. Incluso había peinado su cabello negro y rizado de aspecto despeinado para
mostrar una imagen más refinada.
Una mujer joven pasó delante de él. Tenía la cabeza inclinada mientras escuchaba
la conversación de una señora mayor, que a Kevin le resultaba familiar y que llevaba
puesto un vestido malva que parecía recién resucitado de las bolas de naftalina. Trató
de acordarse de su nombre, ya que recordaba que la había conocido el año anterior.
Maggie Yarrow, eso era. La última de una saga de implacables magnates del acero.
La mujer joven había roto las reglas de Belle. No llevaba sombrero e iba vestida
con una vaporosa túnica sobre unos pantalones de campana.
Su rizada y despeinada melena pelirroja brillaba al sol como una bola de fuego.
Kevin se levantó de su sitio bajo la palmera y echó a andar hacia ella, sonriendo al
pasar junto a un grupo de conocidos y rechazando una copa de champán que le
ofreció un camarero de guantes blancos. El corazón le latía un poco más deprisa de lo
habitual.
Cuando se acercó un poco más vio que la joven tenía los grandes ojos de un azul
muy turquesa, enmarcados por unas cejas bien dibujadas; su boca era suave y
voluptuosa y tenía un mentón fuerte que añadía carácter a un rostro ya animado por
una inteligencia apasionada.
Y llena de bondad, pensaba Kevin . No todo el mundo habría elegido pasar la tarde
con una grosera y caprichosa anciana de noventa años. Kevin arrugó la nariz. Una
anciana que desde luego olía a naftalina.
Entonces la joven echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, con una risa deliciosa
que conmovió a Kevin hasta lo más hondo. El cabello le caía por los hombros,
brillante como la seda.
Kevin se quedó inmóvil. Le sudaban las palmas de las manos y el corazón le
golpeaba en el pecho mientras sentía una tirantez en la entrepierna. ¿Cómo podía
sentir una atracción tan fuerte hacia alguien que ni siquiera conocía?
Parecía como si sus largos meses de abstinencia fueran a tocar a su fin. Tenía que
conocerla si no quería que le diera algo.
¿Pero de dónde había surgido aquella idea? «Tranquilo», se dijo. Lo que sentía no
era más que deseo; un deseo normal y corriente.
Como si hubiera percibido la intensidad de su mirada, la joven se volvió a mirarlo
directamente a él. Su sonrisa se desvaneció y en su lugar apareció una mirada
confusa.
—¿Pasa algo? —preguntó—. ¿Nos conocemos?
Tenía una voz suave como la miel, cálida como un buen brandy. Kevin notó que
tenía un poco de acento.
—No creo que nos hayamos visto antes, no —dijo Kevin —. Me llamo Kevin
Jonas. Hola, señora Yarrow, tiene usted buen aspecto.
La mujer mayor emitió una carcajada grosera.
—Cuidado con éste, jovencita. Es más rico que tú. Posee dinero y virilidad; es uno
de los favoritos de Belle.
—¿Por qué no nos presenta, de todos modos? —dijo Kevin .
—Presentaos vosotros mismos —respondió Maggie Yarrow mientras se colocaba
el hombro de su vestido—. Miraros, parecéis sacados de un anuncio de dos
californianos distinguidos. Necesito más champán —añadió la buena señora.
Kevin se agachó cuando la anciana levantó su bastón de ébano para llamar a uno
de los camareros. Después de tomar una copa de la bandeja del criado, se la bebió de
un trago y tomó otra antes de dirigirse muy derecha hacia donde estaba la anfitriona.
Kevin trató de no echarse a reír mientras buscaba con la mirada ese par de
increíbles ojos de color turquesa.
—Yo no soy de California. ¿Y usted?
—No —ella le tendió la mano—. Me llamo __tn Chardin.
Tenía los dedos delgados y sin embargo le estrechó la mano con firmeza; Kevin
siempre se fijaba en cómo daba la gente la mano. El contacto le provocó una especie
de latigazo eléctrico. Abrió la boca para decir algo cortés, genial o culto.
—Eres la mujer más bella que he conocido en mi vida —dijo sin saber por qué.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
__tn retiró la mano, consciente del deseo que para su desgracia sintió en sus
entrañas. Ese hombre era peligroso y ella no solía tratar con hombres como ése.
—Hace poco leí un artículo que decía que la belleza está basada en la simetría —
dijo ella tras tomar aire—. De modo que me está elogiando porque no tengo la nariz
torcida o los ojos saltones.
Kevin se dijo que debía rectificar si quería que esa mujer fuera suya.
—Estoy diciendo que sus ojos son como el mar en verano y que su cabello reluce
como las ascuas de una hoguera en la playa.
Desconcertada, __tn pestañeó.
—Vaya —dijo—, poesía... Me sorprende, señor Jonas.
—Llámeme Kevin ... Y no puedo imaginar que yo sea el primer hombre que le dice
que es sorprendentemente bella —le sonrió—. Y la verdad es que tiene la nariz
ligeramente torcida. Pero le da carácter.
—¿Quiere decir que soy imperfecta? —le preguntó ella—. Sus facciones son
demasiado fuertes como para poder decir que es guapo. Atractivo, sí; agreste, sin
duda —esbozó una sonrisa burlona—. El color de su cabello es como la caoba pulida,
y sus ojos son del color del Mediterráneo al caer el sol; de ese maravilloso azul
oscuro.
—Me está avergonzando.
—No puedo imaginar que yo sea la primera mujer que le dice lo
sorprendentemente atractivo que es usted —repitió ella.
—¿Sabe una cosa? Su piel posee el irisado brillo de las perlas —y cuánto le
gustaría acariciar ese hueco bajo el pómulo, con su calidez marfileña—. Una sociedad
de admiración mutua... ¿Es eso lo que somos?
—Sólo de cuello para arriba —dijo __tn, decidiendo que había llegado el momento
de decir algo de verdad—. No voy a acercarme a su cuerpo.
Kevin se dejó llevar el instante preciso para mirarla de arriba abajo, desde el
canalillo medio oculto hasta el seductor movimiento de cintura, cadera y muslo. En
los pies llevaba unas sandalias enjoyadas de tacón muy alto. «Dios mío, estoy
perdido», pensaba Kevin .
—Es muy inteligente por su parte —miró a ambos lados del jardín lleno de
invitados—. Dadas las circunstancias.
—Quería decir —dijo ella con claridad— que no pienso acercarme a su cuerpo,
literalmente.
—¿Tiene miedo?
—Sí.
Kevin se echó a reír sin poderlo remediar.
—Por lo menos es sincera.
Ella le dedicó una sonrisa enigmática; o al menos esperaba que fuera enigmática.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
—¿Dónde vives, Kevin ?
Él aceptó tácitamente el cambio de tema.
—En Manhattan. ¿Y tú? —preguntó Kevin , contento de poder tutearse.
—En Milán.
—¿Entonces ese acento es italiano?
—En realidad no. Me crié entre España y Francia.
—¿Qué te trae por aquí?
—Me han invitado a la fiesta.
Una respuesta que no era una respuesta en realidad. El se fijó en sus pantalones de
seda de color aguamarina.
—¿Cómo has conseguido pasar delante de los dos dragones de la puerta? Belle es
muy estricta con el protocolo.
—He llegado antes y me he cambiado dentro —dijo con discreción.
—¿Entonces conoces bien a Belle?
—Antes de llegar ayer no nos conocíamos en persona... Ni tampoco a Maggie
Yarrow. ¿Dime, a cuánto asciende tu fortuna, Kevin Jonas?
—Yo podría preguntarte lo mismo.
—Jonas... —ella abrió mucho los ojos—. ¡No serás de Jonas
Consolidated!
—El mismo.
—¿Sigues con todo ese proyecto de investigación sobre las fuentes de energía que
no dañan el medio ambiente? —le preguntó ella con verdadera emoción, olvidándose
temporalmente de que Kevin representaba un peligro latente.
Ella le hizo una pregunta específica sobre el tema y él le respondió; y durante diez
minutos charlaron animadamente sobre la energía eólica y otras energías
alternativas.
Aunque __tn estaba tanto informada como interesada en el tema, fue él quien
volvió a llevar la conversación al terreno personal.
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar por la zona? Podría enseñarte el proyecto en el
que estoy trabajando en las afueras de Los Ángeles.
—No lo suficiente como para eso.
—Tengo una casa en Florencia —dijo él.
Ella esbozó una sonrisa sensual.
—Paso muy poco tiempo en Italia.
Él no podía invitarla a cenar esa noche porque todos los años cenaba con Belle
después de la fiesta al aire libre para comentar sobre todos los invitados y disfrutar
de los últimos rumores.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
—Cena conmigo mañana por la noche —sugirió él.
—Ya tengo planes —dijo ella.
—¿Estás casada? ¿Prometida? —le preguntó Kevin sin poder contener la
impaciencia de su tono de voz.
Se regía por unas cuantas normas inflexibles en relación a las mujeres, siendo la
más importante de ellas que nunca tenía una aventura con una mujer que ya tuviera
dueño.
—No y no —dijo ella con énfasis.
—¿Divorciada? —aventuró él.
—¡No!
—¿Detestas a los hombres?
__tn sonrió. Tenía unos dientes blancos y bien colocados y lo miraba con ojos
risueños. Kevin estaba ligeramente aturdido.
—Me gusta mucho la compañía de los hombres —dijo __tn.
—De los hombres en plural.
Ella se echó a reír abiertamente.
—En plural en general, uno a uno específicamente.
¿Acaso él no hacía lo mismo con las mujeres? ¿Entonces por qué no le había
gustado su respuesta?
—No te invito a cenar esta noche porque Belle y yo tenemos una cita anual desde
hace muchos años.
__tn pestañeó. Por razones particulares, no le hacía ninguna gracia saber que
Kevin Jonas y Belle eran amigos desde hacía años.
—Entonces tal vez no vayamos a hablar más de los molinos de viento —respondió
ella con calma.
—Reúnete mañana por la mañana conmigo en el Muelle del Pescador —dijo Kevin .
—¿Y por qué iba a hacer eso?
Porque era tan preciosa que no podía pensar a derechas.
—Para que pueda invitarte a un polo.
—¿Un polo? —repitió ella despacio—. ¿Qué es eso?
—Un helado de hielo con sabor a frutas. Una cita barata.
Ella arqueó las cejas con ingenuidad.
—¿Entonces eres tacaño con tu dinero?
—No creo que te impresionara mucho si me pusiera a derrochar —dijo él.
—Qué inteligente por tu parte —respondió ella despacio, molesta por la
perspicacia de su comentario en relación a su manera de ser.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
—A las diez de la mañana —dijo él—. Muelle número 39, junto al carrusel
veneciano. No se exige etiqueta.
—Bajo ese encanto tuyo... porque me resultas encantador, además de
extremadamente sexy... eres despiadado, ¿verdad?
—Es difícil combinar los polos de frambuesa con la crueldad.
—Yo...
—¿Kevin , cómo estás, tío?
—Hola, Keith —dijo Kevin con mucho menos entusiasmo que el de su
interlocutor—. Keith Rowe, de Manhattan, es un conocido de negocios mío. Ésta es
__tn Chardin; de Milán. ¿Dónde está Sophie?
Keith hizo un movimiento con la copa de champán en la mano, algo bebido.
—¿Es que no te has enterado? Nos hemos divorciado —Keith frunció el ceño—. En
los últimos cuatro meses he estado verdaderamente mosqueado. El matrimonio
siempre se reduce al final a dinero, ¿no os parece?
—Yo no lo sé —dijo __tn en tono frío.
Kevin la miró. Estaba pálida, con los ojos bajos. Pero ella le había dicho que nunca
se había divorciado.
—Siento lo que me estás contando, Keith.
—Tú eres el listo —dijo Keith, que entonces se volvió hacia __tn—. Nunca se ha
casado; nunca ha estado comprometido —tomó un sorbo de champán—. Son
pruebas de un coeficiente intelectual por encima de la media, Chloe...
—__tn —le dijo ella en tono aún más seco.
Él hizo una inclinación de cabeza tambaleándose un poco.
—Bonito nombre. Bonita cara. Kevin siempre se consigue a las pibas más macizas.
—Nadie me consigue, señor Rowe —le soltó ella—. Kevin , debo marcharme; ha
sido un placer hablar contigo.
Kevin atrapó entre sus dedos la fina tela de la manga para impedirle que se
marchara de ese modo. Entonces, en un tono de voz que varios presidentes de
distintas empresas habrían reconocido, se dirigió a Keith.
—Keith, piérdete.
A Keith le dio hipo.
—De acuerdo, lo he pillado —respondió antes de darse la vuelta y echar a andar
naciendo eses por el césped hacia la bandeja de champán más cercana.
—Es un imbécil cuando está sobrio —dijo Kevin en tono áspero mientras le soltaba
la manga—, y peor cuando ha bebido. No puedo decir que me extrañe que Sophie lo
haya abandonado.
El roce de los dedos de Kevin le había quemado la piel. __tn se dijo que debía huir
de aquella situación de peligro.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
—¿Entonces estás a favor del divorcio? —le dijo __tn en tono áspero.
—Las personas cometen errores —respondió él en tono razonable—. Aunque no
es parte de mi plan. Si me caso, me casaré para toda la vida.
—Entonces espero que te guste estar soltero.
—¿Eres una persona cínica, __tn?
—Soy una persona realista.
—Dime por qué.
Ella esbozó una sonrisa pausada que, Kevin notó, no le llegó a los ojos.
—Es un asunto demasiado serio para tratar en una fiesta al aire libre. Quiero una
de esas deliciosas tartaletas que he visto al pasar y una taza de Earl Gray.
Demasiado serio, pensaba Kevin con la mente en blanco. Eso era lo que le pasaba.
Que se estaba hundiendo en aquellos exquisitos ojos de color turquesa. ¿Cuándo
había deseado a una mujer como deseaba a aquélla?
—Te traeré lo que desees —le dijo él.
A __tn le dio un vuelco el corazón.
—El deseo tampoco es un tema de conversación muy adecuado. Quedémonos con
lo que quiero. Y lo que quiero es una taza de té y un trozo de pastel.
De pronto sintió un extraño temor a que desapareciera de su vista.
—¿Entonces querrás encontrarte conmigo mañana por la mañana? —le preguntó
con cierta urgencia.
No era, __tn estaba segura, un hombre acostumbrado a que lo rechazaran; en
realidad, parecía totalmente capaz de acampar a la puerta de su hotel si ella le dijera
que no iría. Tal vez fuera mejor encontrarse con él en un lugar público y utilizar sus
tácticas habituales para deshacerse de un hombre que no se ajustaba a su criterio.
—¿Polos y una vuelta en el carrusel? —dijo ella arqueando las cejas—. ¿Cómo no
iba a quedar contigo?
—¿A las diez?
—Estupendo.
La tensión pareció desaparecer de sus hombros.
—Estaré esperando el momento.
Lo cual era decir muy poco.
—Al día siguiente salgo para Europa.
—Y yo para Japón —dijo él.
Ella pestañeó.
—Tal vez duerma hasta el mediodía mañana
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
—¿Para ir a lo seguro? —él le sonrió—. ¿O acaso doy la impresión de ser
increíblemente arrogante?
—Sólo asumo riesgos calculados —dijo ella.
—Eso es una contradicción.
—¿Cuántas mujeres te han dicho que tu sonrisa es pura dinamita? —le dijo ella
algo irritable.
—¿Cuántos hombres han querido calentarse las manos, o los corazones, en tu
pelo?
—Los corazones no son lo mío —dijo __tn.
—Ni lo mío. Siempre es bueno descubrirlo.
Le dio la impresión de que a ella le pesaba haber quedado con él. Kevin se dijo que
haría mejor en tranquilizarse un poco, porque de otro modo __tn Chardin echaría a
correr por el camino del jardín y saldría de su vida como había entrado.
—Una taza de té y un trozo de tarta —dijo Kevin mientras la observaba con
curiosidad.
Tenía las pestañas muy largas y las cejas largas, como dos suaves alas. Cuando ella
le agarró del brazo, Kevin sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.
—¿Dos trozos de pastel? —dijo ella.
—Una docena, si eso es lo que te apetece —le respondió él en tono tembloroso.
—Dos son demasiados; pero los dulces son mi debilidad.
—Las almejas y las patatas fritas la mía —comentó Kevin —. Y cuanto más
grasientas, mejor.
—Y las pibas macizas.
—Vamos a dejarlo claro —dijo él en tono rotundo—. En primer lugar, odio la
palabra «piba». En segundo lugar, por supuesto que salgo. Pero no soy ningún
playboy y detesto la promiscuidad tanto en los hombres como en las mujeres.
De modo que sus tácticas sin duda funcionarían, pensaba __tn con alivio.
—Este jardín es precioso, ¿verdad?
Por primera vez desde que la había visto, Kevin miró a su alrededor. Copiosos
macizos de rosales en flor rodeaban la marquesina donde una orquesta interpretaba
una pieza de Vivaldi. La bóveda que formaban las copas de los robles californianos y
de las palmeras proyectaba oscilantes sombras sobre la extensión de césped, que en
ese momento pisaba mucha gente. La mujeres con sus vestidos de colores parecían
flores, pensaba Kevin con disposición soñadora.
Como los jardines de la mansión de Belle estaban situados en lo alto de una de las
colinas de la ciudad, la brisa despeinaba suavemente la melena rizada de __tn
Chardin. Él fue y le retiró un mechón de cabello de la cara.
—Desde luego es encantador —dijo él.
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
Ella lo miró con expresión ceñuda mientras le soltaba el brazo.
—¿Sueles ver a Belle a menudo? —le preguntó ella.
—No demasiado. Yo viajo mucho con mi trabajo, y mi base está en la Cosa Este...
¿Cómo la conociste tú?
—A través de una amiga mutua —dijo __tn con vaguedad; nadie aparte de Belle
sabía por qué ella estaba allí—. ¡Oh, mira!, palos de nata en miniatura.... ¿Crees que
puedo tomarme uno sin mancharme la barbilla?
—¿Otro riesgo calculado? —dijo él.
—Un riesgo que voy a correr —respondió __tn.
¿Sería posible que hubiera visto en su vida algo más sexy que a __tn Chardin, en
pleno día y rodeada de gente, lamiéndose una mota de crema de los labios con la
punta de la lengua? Aunque sexy era una palabra demasiado mundana para
compararla al inevitable y primitivo deseo de poseerla que sentía en su interior; o a la
sensación continua de estar precipitándose descontroladamente hacia un destino
desconocido. Tenía todos los nervios en tensión, todos los sentidos a flor de piel.
¿Pero no estaba muerto de miedo en realidad?
¿Miedo? ¿Él? ¿Kevin Jonas? ¿De una mujer?
—¿No vas a tomar nada, Kevin ?
—¿Cómo? Ah, sí, lo siento, por supuesto que sí —tomó un dulce de la fuente de
plata y dio un bocado; era un dulce de dátiles, de los que no solían gustarle
demasiado—. El verano en que mi madre aprendió a hacer palos de chocolate, mi
padre y yo engordamos tres kilos.
—¿Dónde te criaste?
—En Manhattan. Mis padres siguen viviendo allí. Pero ahora mi madre está en
fase de dieta sana; sólo come ensaladas y hamburguesas de soja.
—¿Y a tu padre qué le parece eso?
—Él se las come porque la adora. Entonces al menos una vez por semana la invita
a cenar al Soho o a Greenwich Village y la agasaja con vino y postres decadentes —a
Kevin se le suavizó la expresión—. Al día siguiente vuelta al tofu y a la achicoria.
—Suena de lo más idílico.
Su tono de voz habría cortado un papel.
—No pareces nada divertida.
—No soy muy creyente de la felicidad marital, sea con tofu o con chocolate —dijo
ella con frialdad—. Ah, allí está Belle... Si me excusas, quiero hablar con ella antes de
marcharme. Te veré mañana.
__tn dejó tan apresuradamente la taza a medias sobre la mesa vestida con un
mantel de lino, que se vertió un poco de té en el platillo. Se abrió paso entre la gente
en dirección a la anfitriona, con su cabello resplandeciendo como un faro entre el mar
Escaneado por Mariquiña y corregido por Sylvia.
de sombreros. Kevin observó su progreso. Irritable no era la palabra adecuada para
__tn Chardin.
Aunque ella decía que nunca había estado casada, algún hombre sin duda le había
jugado una mala pasada. Y recientemente, a juzgar por la vehemencia de sus
comentarios y sin duda nada superficialmente.
Kevin pensó que le gustaría matar al muy canalla.
Tal vez Belle le daría los detalles durante la cena de esa noche. Tal vez después de
un par de copas de su vino favorito, Pinot Noir.
Quería saber todo lo que hubiera que saber sobre __tn Chardin.
CONTINUARA
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
priimeraaaaa!!!
jejejeje
guaaauu este kevin va directooooo!!!!
jajajaj
y ____ creooo que tambieeeennnn!!
aaiii siguela porfiiiiiss
jejejeje
guaaauu este kevin va directooooo!!!!
jajajaj
y ____ creooo que tambieeeennnn!!
aaiii siguela porfiiiiiss
chelis
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
me encanto la trama!!
wow que ruda la rayis...
la verdad me confundio su actitud
hahaha uyy a Kevin le gusto!!
siguela que yo tambien me quiero enterar
por que es asi la rayis??
wow que ruda la rayis...
la verdad me confundio su actitud
hahaha uyy a Kevin le gusto!!
siguela que yo tambien me quiero enterar
por que es asi la rayis??
DanieladeJonas
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
HEY HOLA CHICAS Q BIEN Q ESTEN AQUI DE NUEVO
GRACIAS X LEER TODAS MIS ADAPTACIONES Q EH COLOCADO
SON LAS MEJORES CHICAS
YA MISMO LES COLOCARE MAS CAPÍTULOS BESITOS SE ME CUIDAN :)
GRACIAS X LEER TODAS MIS ADAPTACIONES Q EH COLOCADO
SON LAS MEJORES CHICAS
YA MISMO LES COLOCARE MAS CAPÍTULOS BESITOS SE ME CUIDAN :)
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
Capítulo 2
Esa noche, Kevin esperó a que él y Belle estuvieran casi terminándose el pichón al
carbón que degustaban en un elegante restaurante francés de Nob Hill, antes de que
él se lanzara a hablar.
—Esta tarde en tu fiesta he conocido a __tn Chardin, Belle.
Belle dejó el tenedor suspendido sobre el plato. Aunque llevaba sus canas con
orgullo, el traje de noche de seda salvaje era de un naranja calabaza, combinado con
unos diamantes amarillos que brillaban a la luz de las velas. Sus ojos, agrandados
con una máscara de pestañas verde lima, lo miraban con expresión astuta: Belle no se
hacía ilusiones sobre la naturaleza humana. Kevin era una de las pocas personas que
sabía qué porcentaje de su fortuna iba a parar a los hospitales para indigentes.
—Una muchacha deliciosa, __tn —dijo ella.
—Háblame de ella.
—¿Por qué, Kevin ?
—Me interesa —le respondió con evasivas.
—En ese caso, dejaré que sea ella la que te cuente —dijo Belle—. Esta salsa está
deliciosa, ¿verdad?
—¿Entonces ésa es tu última palabra?
—No juegues con __tn. Ésa es mi última palabra.
—¡No tengo por costumbre jugar con nadie!
—¿No? Tienes treinta y cinco años, estás soltero, eres inmensamente rico y muy
sexy... ¿Por qué todavía no te ha echado el guante ninguna mujer? —Belle contestó
por él—. Yo te diré por qué. Porque conoces todos los movimientos y eres
especialista en mantener las distancias. Te lo advierto, no juegues con __tn Chardin.
—Me ha parecido alguien que sabe cuidarse sola.
—Entonces es buena actriz.
Belle parecía claramente alterada. Kevin decidió no preguntar por qué __tn era,
según ella, tan indefensa y se metió en la boca un bocado de carne y lo masticó
pensativamente.
—Maggie Yarrow estaba en plena forma —comentó Kevin cuando terminó de
tragar.
Belle soltó una risotada grosera.
—No sé por qué la invito; cada año se vuelve más y más escandalosa. Casi
decapita con ese bastón suyo a uno de los camareros... A propósito... ¿Has visto lo
que llevaba puesto la esposa del senador? Parecía sacado de una tienda de ropa de
segunda mano.
Sabía que era mejor no preguntar por qué había hecho la vista gorda con __tn en
relación a su famosa etiqueta.
—¿Se recuperará tu césped después de tantos tacones de aguja?
—Ahí tienes a toda una generación de mujeres cojas —dijo Belle con
grandiosidad—. ¿Qué es un trozo de césped en comparación con eso?
Él alzó su copa.
—Por la fiesta del año que viene.
Ella sonrió también con dulzura, algo que no solía hacer y que él valoraba
tremendamente.
—Estarás aquí también, ¿verdad, Kevin ?
—Estaré.
Sus aventuras amorosas no duraban más de tres o seis meses; de modo que para
dentro de doce ya no estaría con __tn. Fin del encuentro.
Cosa rara en él, sintió una punzada de pesar.
A la mañana siguiente, Kevin iba caminando por el muelle 39, delante de los
coloridos barcos amarrados. Era el mes de octubre, el más soleado en la ciudad y los
turistas aún se amontonaban por el paseo junto con los músicos callejeros. La elevada
espiral del carrusel parecía llamarlo, y el ritmo de su música provocaba el sentido del
oído. ¿Estaría __tn allí? ¿O se lo habría pensado mejor y se habría quedado en el
hotel?
No tenía ni idea de dónde se hospedaba. Además, al día siguiente se marchaba a
Europa. Si estaba empeñada en que no diera con ella, Europa era muy grande.
Caminó alrededor de la valla que rodeaba el carrusel y la buscó con la mirada.
Pero no la veía. Habría cambiado de opinión, pensaba Kevin , fastidiado de que ella
pudiera jugar con él. Pero debajo de la rabia había cierta decepción que lo
desazonaba.
Entonces un leve movimiento le llamó la atención. Una mujer agitaba la mano
hacia él. Era __tn, sentada en el sillín dorado de un caballito que subía y bajaba,
agarrada al palo decorado. Él agitó también la mano mientras la tensión de sus
hombros cedía.
Había ido. El resto dependía de él.
El ala de su enorme pamela de flores subía y bajaba con los movimientos del
caballo. Llevaba una falda que le dejaba las piernas al descubierto; unas piernas de
piel clara sobre el color oscuro del caballo. Unas piernas largas, sedosas y esbeltas.
Cuando el tiovivo se detuvo, ella se deslizó al suelo. Llevaba una alegre falda de
flores que le caía suavemente sobre los muslos, un top de un verde tan vivo que casi
hasta hacía daño mirarlo y unas sandalias planas a juego. Kevin pensó que esa falda
debería quedar prohibida. Aunque no sabía ni cómo era siquiera capaz de pensar con
aquel deseo tan intenso que se había apoderado de él, tan distinto a todo lo que había
sentido anteriormente.
__tn echó a andar hacia Kevin con el corazón latiéndole a toda velocidad en el
pecho. ¡Qué hombre tan apuesto y viril! Era alto, de hombros anchos, con las piernas
largas y un aire de poder del que estaba segura que él no era consciente y que por
ello resultaba mucho más efectivo. Se detuvo a medio metro de él.
—Buon giorno —dijo ella.
—Come sta?
—Moho bene, grazie —ella le echó una sonrisa brillante que le redujo el cerebro a
papilla—. Me alegra que sugirieras encontrarnos en un lugar de entretenimiento
como éste, Kevin .
—Polos —dijo él con firmeza y la llevó hasta un puesto pequeño decorado con
enormes racimos de globos con todos los colores del arco iris.
Ella eligió uno de uva y él uno de frambuesa. Se alejaron juntos chupando los
polos tranquilamente para pasear por delante de los puestos y los tenderetes; Kevin
trataba de mantener un tema de conversación trivial. Belle no era tonta y a su modo
le había confirmado lo que él sospechaba: que __tn había sufrido y que era necesario
que él fuera despacio.
¿Despacio? ¿Despacio cuando al día siguiente ella iba a regresar a Europa?
Despacio. Él viajaba con frecuencia a Europa.
Estuvieron viendo a un mimo muy talentoso y a un músico con menos talento, y
les echaron monedas en el sombrero a los dos.
—¿Disfrutaste de la cena con Belle? —le dijo __tn de pronto.
—Sí, la verdad. Hace muchos años que nos conocemos; es amiga de mis padres de
toda la vida.
—Ah, sí, tus meritorios padres.
—Me gustan mis padres y no pienso disculparme por ello —dijo Kevin en tono
seco.
—No es asunto mío lo que sientas por ellos.
Él le retiró una gota morada de los labios con la punta del dedo.
—¿Por qué no crees en la armonía del matrimonio?
Cuando ella se mordió suavemente el labio inferior, él tuvo que dominarse para
no tocarla.
—Te lo he dicho, soy una persona realista... ¡Ah, mira qué pendientes tan
preciosos!.
__tn lo arrastró hasta un puesto que vendía pendientes de oreja de mar con
destellos turquesas y rosas. Se colocó uno en la oreja.
—¿Qué te parece?
—No te van con el suéter. Pero con cualquier cosa que te pongas estarás
rabiosamente guapa. Con cualquier cosa; o sin nada.
Ella se echó a reír.
—Oh, los estadounidenses sois tan directos... Los pendientes, Kevin , los
pendientes.
—Van con el color de tus ojos. Deja que te los regale.
—¿Para estar en deuda contigo?
—Para que yo tenga el placer de saber que, de vez en cuando, pensarás en mí.
—Te prometo que a lo mejor, de vez en cuando, lo haré —le dijo ella mientras se
quitaba los aros de oro y se los guardaba en el bolso.
Kevin le gustaba cada vez más. ¿No representaría por ello una evidente amenaza?
—Déjame —le dijo Kevin , que con un cuidado exquisito le insertó los cierres de
plata en los agujeros de las orejas.
Tenía la piel tan suave como la había imaginado. De lo más hondo de su ser,
despertó un deseo fiero.
Los iris de sus ojos se oscurecieron, como si una nube hubiera cubierto el mar. Él
retrocedió, sacó la cartera y pagó los pendientes.
—Te quedan muy bien.
A __tn apenas le salía la voz.
—Gracias.
—Es un placer —dijo él con formalidad.
Entre ellos fluía la silenciosa fuerza de la atracción sexual.
—Sabes que te deseo —dijo Kevin bruscamente—. Seguramente lo sabes desde que
nos vimos.
—Sí, por supuesto que lo sé, lo cual no quiere decir que hagamos nada al
respecto... aparte de disfrutar el uno de la compañía del otro en una soleada mañana
de octubre —ella aleteó las pestañas con gesto exagerado—. ¿Estás disfrutando de mi
compañía?
—Mucho. No lo dudes, __tn.
Ella se echó a reír.
—Estamos hablando de sexo entre dos extraños. La posibilidad es a menudo más
interesante que la realidad, ¿no te parece?
—Cuando uno de los extraños eres tú, no.
—Los elogios se te dan bien.
—La posibilidad va a la par que la fantasía. No tiene nada de malo tener fantasías;
anoche tuve unas cuantas contigo que sería vergonzoso describir. Pero la realidad es
otra cosa. Es de verdad y arriesgada. Ahí está el inconveniente, ¿verdad?
—No me acuesto con alguien a quien no conozco —dijo ella con los dientes
apretados.
—Eso tiene fácil arreglo. Podemos conocernos.
—Kevin , me han dicho que soy bella y sé que soy rica. Consecuentemente, he
aprendido a elegir a mis parejas con sumo cuidado. Ya te he dicho que me asustas;
eres el último hombre con quien se me ocurriría tener una aventura.
No debería haber sido tan directo. Pero le daba la terrible impresión de que se le
acababa el tiempo, junto con la de que nada de lo que le estaba diciendo parecía
causarle una impresión profunda o verdadera. Eso era nuevo para él, pensaba Kevin
con pesar. Jamás había tenido que hacer un esfuerzo para conseguir que una mujer se
interesara por él; quitárselas de encima era su mayor habilidad.
—Hay una panadería a unas manzanas de aquí donde venden pan de masa
fermentada —dijo él—. Siempre compro para llevarme a casa.
Ella resopló con suavidad.
—Entonces vayamos —dijo ella en tono agradable—. ¿Te gusta cocinar?
—Sí. Puramente para divertirme. Como siempre fuera y cocinar en casa me resulta
relajante. Mis especialidades son bullabesa y empanada de calabaza. Te las prepararé
algún día.
—Tal vez —dijo ella con mirada burlona.
—Seguro. Al menos una vez.
—No te gusta que te lleven la contraria.
—Ni a tí, querida __tn, ni a tí.
Ella se echó a reír.
—¿Y a quién le gusta? Dime lo que es el pan de masa fermentada; no parece muy
apetecible.
Impaciente de tanta trivialidad, Kevin se sintió repentinamente deseoso de saber
algo más de ella.
—¿Cuántos años tienes, __tn?
—Los suficientes para divertirme coqueteando, ¿cómo se dice?, sin condiciones —
pasó de la pasarela a la acera al final del muelle—. En cuanto a...
Gritando y diciendo palabrotas, un grupo de adolescentes dio la vuelta a la
esquina del edificio más cercano. Tres de ellos se chocaron con Kevin .
Automáticamente él abrazó a __tn y la estrechó contra su cuerpo para protegerla,
mientras plantaba con firmeza los pies en el suelo.
—¡Perdone! —gritó uno de los chicos.
Ninguno de ellos se paró.
Kevin se quedó muy quieto. __tn estaba aplastada contra él, sus pechos pegados al
suyo. Uno de sus brazos le rodeaba la cadera, el otro la cintura y Kevin sintió que ella
se apoyaba suavemente sobre él.
Sin pararse a pensarlo, Kevin inclinó la cabeza y unió sus labios a los suyos con un
beso que habría deseado que durara eternamente.
Y de nuevo se rindió a él; y la rendición resultó más potente por ser inesperada. Él
levantó una mano y la enredó en la seda de aquella melena tan suave de aroma tan
dulce; entonces la besó más ardientemente, separando con sus labios los de ella. Ella
le acariciaba la nuca mientras deslizaba su lengua con la de él, provocándolo,
saboreándolo, volviéndole loco.
Al tiempo que una avidez animal lo recorría, Kevin se olvidó de que estaba en la
acera de una calle; se olvidó de las advertencias de Belle y de las suyas propias.
—Me da la impresión de que llevo esperándote toda mi vida —murmuró,
olvidando toda cautela—. ¡Dios, cuánto te deseo!
Sus palabras cercenaron el frenético pulso que palpitaba en sus venas y
devolvieron a __tn a la cruda realidad.
—¡Basta! —dijo casi sin aliento—. ¿En qué estábamos pensando?
—No estamos pensando en nada, que es como debe ser —le dijo en tono ronco,
levantándole el mentón e inclinando la cabeza para besarla de nuevo.
—Kevin , basta... No debes, no quiero que lo hagas.
Él la miró fijamente.
—Sí que quieres.
Ella flaqueó entre sus brazos y apoyó la frente en su pecho. El tenía razón. Ella lo
había deseado del modo más elemental y su cuerpo la había traicionado,
respondiendo de un modo que la horrorizaba.
—Me has tomado por sorpresa, eso es todo —dijo ella débilmente.
Él respondió sin soltarla.
—Vamos al restaurante del muelle, almorzaremos y hablaremos de esto. Y nada
de tal vez o de decirme que no.
Ella había dejado de luchar, y parecía tanto atemorizada como indefensa. A Kevin
se le hizo un nudo en el corazón y dio la vuelta en dirección al muelle y al
restaurante que estaba especializado en marisco. Como era temprano, consiguió una
mesa en un rincón con vistas a la bahía; una mesa donde había cierta privacidad,
pensaba mientras se sentaba a su lado.
Ella tomó el menú. Para consternación de Kevin , éste vio cómo ella tenía que
apoyarlo sobre la mesa para que no le temblaran tanto las manos. Cuando levantó la
cabeza, estaba de nuevo bajo control.
—Yo voy a tomar lenguado —dijo sin sonreír.
Él pidió la comida rápidamente, además de una botella de Chardonnay de los
viñedos del Napa Valley. El servicio era muy rápido; así que a los pocos minutos
estaban levantando las copas de vino dorado pálido.
Por las relaciones internacionales —dijo él con una sonrisa torcida.
—Por las fronteras internacionales —respondió ella, antes de dar un buen sorbo
de vino—. Kevin , vamos a dejar esto claro de una vez, entonces tal vez podamos
volver a disfrutar el uno de la compañía del otro. Lo que pasó ahí en la acera... Me ha
dado mucho miedo. No quiero que vuelva a repetirse, ni quiero discutir las razones
por las que me has asustado con ello. Y, por supuesto, confirma lo que ya te he dicho;
que no estoy disponible. Nada de sexo, nada de aventuras. ¿Está claro?
Kevin se aguantó la rabia y le respondió en tono seco:
—Por supuesto que no lo he entendido; ¿cómo puedo entenderlo si no tengo ni
idea de por qué te he asustado tanto? Mi intención no ha sido desde luego ésa.
—Yo no he dicho que lo fuera —ella dio otro sorbo de vino con nerviosismo—.
Somos dos extraños y lo seguiremos siendo. Es todo lo que digo.
—Yo quiero algo más que eso.
—No siempre consigue uno lo que quiere. Eres lo suficientemente mayor para
saber eso.
—__tn, me has respondido; tú también me has besado. Conseguiré lo que deseo.
Ella se ruborizó de ira.
—No lo harás.
Rápidamente tomó el bolso. Había llegado el momento de llevar a cabo la línea
defensiva habitual, la que utilizaba cuando se topaba con un hombre que no aceptaba
un no por respuesta. ¿Acaso esa mañana cuando había salido del hotel no había sido
consciente de lo que le haría falta con Kevin Jonas?
Sacó un sobre y lo plantó sobre la mesa.
—Échale un vistazo a esto.
—Dime si estás a punto de estropearme el apetito —dijo él.
—Míralo y ya está, Kevin .
El sobre estaba lleno de recortes de distintos periódicos y revistas del corazón de
toda Europa. __tn aparecía fotografiada en cada artículo, con moño, con el pelo
suelto, con trajes de noche y enjoyada, con vaqueros y botas, con bikinis minúsculos.
Kevin la vio acompañada por una sucesión de hombres; aristócratas, hombres de
negocios, artistas... todos ellos felices de ir en compañía de la rica, elegante y
encantadora __tn.
—¿Qué estás intentando decirme? —preguntó él con cuidado.
—¿A tí qué te parece?
—Pues que sales con muchos hombres diferentes.
—¿Salir? —repitió ella, arqueando una ceja.
—¿Tratas de decirme que te has acostado con todos ellos?
—No, con todos no —dijo ella.
Era cierto, pero no era toda la verdad. Debería haberle dicho que no se había
acostado con ninguno.
Pero tener fama de ir de un hombre a otro era a veces extremadamente útil; en ese
momento necesitaba tener a mano todas las armas posibles.
El camarero les colocó los platos delante.
—Espero que disfruten del almuerzo —les deseó antes de retirarse.
—Si quieres llevarme a la cama —dijo __tn como si no hubiera habido ninguna
interrupción—, deberías saber en lo que te estás metiendo. Yo salgo con muchos
hombres y eso es lo que me gusta.
—Entonces yo sólo sería un tipo más que añadir a la lista.
—No tienes que seguir viéndome si no te gusta cómo funciono —le dijo ella con
suavidad.
No le gustaba. En absoluto.
—¿Me estás diciendo que si tenemos una aventura no me serías fiel mientras
durara? —le preguntó él.
—Esa es la idea —respondió __tn, mientras se preguntaba por qué se sentía tan
avergonzada por su duplicidad cuando lo que deseaba era conseguir su objetivo, que
Kevin Jonas se alejara de ella lo antes posible.
Kevin bajó la vista a su cioppino. No tenía nada de hambre.
—Resulta que yo tengo unos cuantos valores importantes para mí. No me gustan
los compromisos a largo plazo ni el matrimonio, pero cuando tengo una relación con
una mujer, espero fidelidad y prometo lo mismo.
Ella se encogió de hombros.
—Entonces disfrutemos de nuestro almuerzo y despidámonos aquí.
—Tal vez pueda hacerte cambiar de opinión —dijo él en tono suave.
—No tendrás esa ocasión.
—Hago frecuentes viajes a Europa. Si intercambiamos nuestras direcciones de
correo, podemos seguir en contacto; podríamos quedar en algún momento.
Ella estaba devorando su lenguado como si no pudiera esperar a librarse de él.
—No. Lo cual, como estoy segura de que sabes, se escribe igual en inglés que en
italiano.
Jamás le había rogado nada a una mujer en su vida. No iba a empezar con __tn
Chardin.
—El compromiso es lo que estás evitando en realidad ¿verdad?
__tn dejó el cuchillo y el tenedor y lo miró a él directamente a los ojos, que le
brillaban con evidente sinceridad.
—No quiero hacerte daño, Kevin . Y te haría daño si fueras tras de mí; porque,
como acabas de señalar, nuestros valores son distintos. Así que voy a terminar esto
ahora mismo, antes de que empiece.
—No dejo que las mujeres se acerquen lo bastante a mí como para hacerme daño
—dijo él en tono de advertencia.
Ella se enfadó.
—¿Caramba, cómo es que no me sorprende?
—Debes de haberle hecho daño a alguno de esos hombres —dijo él.
—Ellos sabían en dónde se metían y estuvieron dispuestos a seguirme la corriente.
Kevin se dijo que debía salir de aquello con un poco de dignidad. ¿Cuál era la
alternativa? ¿Rogarle?
No, ése no era su estilo. Kevin se mordió la lengua, la rabia le subía por la garganta
con la amargura de la bilis.
—Así que vas a lo seguro. A ignorar ese beso como si jamás hubiera ocurrido.
__tn hizo un esfuerzo y consiguió no apartar la mirada de la suya.
—Eso es.
—Entonces no hay nada más que decir —Kevin tomó la cuchara y dio una
cucharada de sabrosa sopa de tomate.
Ella continuaba con el pescado. Kevin se dijo con pesar que __tn Chardin no había
perdido el apetito. ¿Y por qué perderlo? Al fin y al cabo, él no le importaba a ella en
absoluto.
Racionalmente debería admirarla por darle la espalda con tanta resolución a todo
su dinero. Pero desgraciadamente, en ese momento se sentía tan racional como un
náufrago a quien pusieran delante a Miss Estados Unidos.
__tn apuró su vino.
—Estás enfurruñado.
Él dejó la cuchara sobre la mesa con cuidado exagerado.
—Si no sabes diferenciar entre estar enfurruñado y la pasión auténtica, entonces
eres peor de lo que yo sospechaba.
Ella se puso pálida. No habría adivinado que ella no conocía lo que era la pasión
auténtica, ¿verdad? Metió la mano en el bolso, sacó un billete y anunció con frialdad:
—Eso es para pagar mi almuerzo. Adiós, Kevin .
Retiró la silla, se dio media vuelta y se marchó. Sus caderas se balanceaban bajo el
vuelo de la falda de flores. Con gran esfuerzo, Kevin se quedó donde estaba y hundió
los dedos en la silla. No pensaba levantarse para ir tras de ella.
Tomó su copa y apuró el contenido antes de continuar con su guiso de marisco.
Jamás volvería a pedir cioppino.
Ni tampoco se acostaría con __tn Chardin. Si aquello se reducía a una batalla de
ingenios, iba a ser él quien quedara encima; no ella. Así que mejor sería olvidar las
fantasías eróticas que no le habían dejado dormir en toda la noche.
La silla vacía que tenía enfrente no era ninguna fantasía, ni el billete de veinte
dólares que había junto al plato de __tn. El dinero era el insulto final.
Se lo daría al primer mendigo que se encontrara por la calle. A través de la
ventana de cristal, Kevin observó las aguas de la bahía que brillaban al sol. Le pareció
como si le hubieran presentado una joya de resplandor extremo. Pero antes de poder
tocarla, se le había escapado.
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
ok no entendi lo de la rayis!!
estoy confundida!!
necesito seguir leyendo...
siguela pronto plis!!!
estoy confundida!!
necesito seguir leyendo...
siguela pronto plis!!!
DanieladeJonas
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
guuuaaaaauu!!
tienes que deguirlaaaaa
ese kevin necesita meterce en un refriii
tienes que deguirlaaaaa
ese kevin necesita meterce en un refriii
chelis
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
Hola chicas hoy en la tarde les subo mas capitulos okis
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
MARTON 1/3
Capítulo 3
A las tres de la tarde, en su habitación del hotel, Kevin estaba al teléfono marcando
la extensión de Sarah Hutchinson. Sarah era la cocinera de Belle, a quien Kevin
conocía desde hacía años y cuyas trufas de chocolate le gustaban tanto como ella.
—Sarah, soy Kevin Jonas —dijo al oír su voz.
Charlaron durante unos minutos sobre la fiesta al aire libre y entonces Kevin fue
directamente al grano.
—No sé dónde he puesto mi agenda... La señora Hayward está cenando esta
noche con __tn Chardin, ¿verdad? —esperó su respuesta con el corazón latiéndole
tan deprisa que temía que ella pudiera oírlo a través del teléfono.
—Eso es. A las siete.
—¿Solas las dos?
—Es una cena privada, es lo que dijo la señora Hayward.
—Estupendo... Llamaré a Belle por la mañana, entonces. No hay necesidad de
mencionar esto, Sarah; pensará que he tenido un despiste. ¿Qué tal están los nietos?
El escuchó pacientemente las muchas virtudes de sus nietos y pasados unos
minutos terminó la conversación. Lo único que tenía que hacer entonces era decidir
un plan de acción. ¿Llegar inesperadamente a casa de Belle? ¿O encontrar un bar,
emborracharse y olvidarse de todo?
Kevin empezó a pasearse por la habitación, tan inquieto como un tigre enjaulado.
¿Por qué había llamado a Sarah Hutchinson? ¿Por qué no podía, por una vez en la
vida, aceptar que una mujer no quería acostarse con él?
La respuesta era sencilla: porque deseaba a __tn como no había deseado jamás a
ninguna mujer.
¿Podría ser así de simple? __tn se había mostrado tan ardiente entre sus brazos y
al mismo tiempo tan asustada de su propia respuesta... Ninguna reacción había sido
fingida, de eso estaba bien seguro. Al tocarla físicamente, él había tocado sus
emociones. Era eso lo que la había asustado de tal manera.
Así que con mucha inteligencia había reproducido los recortes, se había negado a
cualquier posibilidad de fidelidad y se había largado. Le parecía que lo había
engañado. Y él se lo había tragado.
Pero no iba a volver a ocurrir. No pensaba quedarse cruzado de brazos y dejar que
__tn Chardin desapareciera de su vida. La deseaba e iba a hacerla suya. Con sus
condiciones.
Lo cual quería decir que debía idear un plan de acción antes de las nueve y media
de esa noche. A las nueve y media, sin embargo, cuando Kevin tocó el pesado timbre de bronce
de la puerta de casa de Belle, le parecía que no tenía ningún plan. Tendría que
bandeárselas como pudiera. Pero esa vez sería él quien llevara la voz cantante.
Cárter, el mayordomo, le abrió la puerta y lo acompañó al salón formal, donde los
retratos de familia enmarcados en plata cubrían cada superficie disponible. Los
muebles representaban, en opinión de Kevin , el peor exceso Victoriano que había
visto en su vida. Por encima de la elaborada chimenea de hierro forjado, la enorme
cabeza de un ciervo parecía mirarlo con arrogancia.
Había una pintura junto a la chimenea, un pequeño óleo. Curioso, se acercó al
cuadro a mirarlo. Un hombre encadenado, con la cabeza gacha, era conducido por
tres guardias con armadura hacia la negra boca de una cueva. Kevin supo
instantáneamente que aquel prisionero no volvería a ver la luz del día.
Era una de sus pesadillas recurrentes, pensaba mientras le sudaban las palmas de
las manos y apretaba los puños: la pesadilla que lo había atormentado desde los once
años. Con las piernas y los brazos pesados como el plomo, Kevin se volvió de
espaldas al cuadro para contemplar una inocente acuarela de un prado soleado.
—¿Kevin —exclamó Belle al verlo—, te ocurre algo? ¿Tus padres, quizás? Tienes
un aspecto horrible.
Él se esforzó en encerrar la pesadilla en el lugar que le correspondía, en lo más
profundo de su conciencia. Aunque Belle conocía la razón que había detrás de ello,
no conocía las repercusiones y él no iba a contárselo.
—No ha sido mi intención asustarte —le dijo él verdaderamente pesaroso—. Mis
padres están bien. Estoy aquí porque necesito ver a __tn.
La sonrisa de Belle se desvaneció como si alguien se la hubiera borrado de la cara.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí?
—Se lo saqué a Sarah, pero no debes regañarla. __tn y yo almorzamos hoy juntos,
Belle. Pero no concretamos nuestra reunión siguiente. Mañana me marcho a Japón y
ella va a regresar a Europa, así que me figuré que sería más sencillo si me presentaba
en tu casa y la acompañaba de vuelta a su hotel. No quiero que __tn desaparezca de
mi vida —dijo con una sonrisa nostálgica—. Ella tiene algo que me hace tilín.
—Si ella no quiere que la lleves al hotel, no la voy a obligar —dijo Belle con
rotundidad.
El vaciló.
—Sale con muchos hombres, o eso me ha dicho ella. Pero cuando la besé, se
comportó como un conejillo asustado. ¿Tienes idea de por qué?
—¿Si la tuviera, crees que te lo contaría?
—No estoy dispuesto a hacerle daño, Belle.
—Entonces tal vez sea mejor que salgas por la puerta, Kevin .
—Me conoces desde que era pequeño —dijo él en tono áspero—. ¿Me has visto
alguna vez ir detrás de una mujer?—Te he visto tratar a las mujeres como si fueran adornos; decorativas, pero nada
que mereciera tu atención.
Él hizo una mueca de pesar.
—__tn me interesa sólo por el hecho de estar en la misma habitación que ella. De
modo que es distinta a las demás.
—Eso es lo que dicen todos.
—Tú eres una vieja amiga y te estoy pidiendo que confíes en mí —dijo Kevin
totalmente serio—. __tn me ha dejado sin sentido. Ninguna otra mujer se ha acercado
a ello. Lo único que quiero es la oportunidad de llevarla de vuelta al hotel. No me
voy a tirar encima de ella en cuanto se monte en el coche.
—¿Y si ella dice que no?
—No lo hará.
Belle perdió los estribos.
—Si le haces daño a esa chica... No te invitaré a mi fiesta del próximo año.
Era una amenaza en toda regla.
—Belle, quiero a __tn, por eso no hay problema; pero me da la impresión de que
no está huyendo de mí, sino de sí misma. Y me importa un pito si suena ridículo.
Belle se pasó un buen rato mirándolo.
—Le preguntaré si quiere que la lleves a su hotel.
La pesada puerta de roble se cerró tras ella. Kevin se metió las manos en los
bolsillos y fijó la vista en la alfombra persa de valor incalculable. Sentía como si su
existencia pendiera de un hilo.
¿Cómo podía ser tan melodramático? Sólo quería sexo, nada más y nada menos.
Cinco minutos después la puerta se abrió. __tn entró en la habitación, seguida de
Belle. __tn llevaba un vestido de punto muy fino azul pálido, parecido al color del
hielo, que le llegaba por la pantorrilla. Llevaba el cabello recogido en un moño. Con
asombro, Kevin vio que llevaba puestos los pendientes que le había comprado esa
mañana.
—Te he dicho adiós esta mañana —le dijo __tn en tono seco.
—No fue un adiós. Más bien un au revoir.
—Mi hotel está a cuatro manzanas de aquí, exactamente. Puedo caminar.
—Si no quieres ir conmigo, tomarás un taxi.
__tn lo miró con rabia y luego trasfirió esa mirada rabiosa a Belle.
—¿Éste hombre es amigo tuyo?
Belle respondió con calma:
—Si no lo fuera, no habría pasado de la puerta.
__tn suspiró con exasperación. No recordaba cuándo se había sentido tan
enfadada como se sentía en ese momento. Enfadada, temerosa, preocupada y...
aparte de todo eso y en contra de todos sus principios, contentísima de volver a ver a
Kevin .
—De acuerdo, Kevin , puedes llevarme al hotel —le dijo ella—. Pero sólo porque no
quiero perder el tiempo discutiendo contigo.
—Bien —dijo él, incapaz de disimular su sonrisa.
—Esa sonrisa tuya debería estar prohibida; es letal para cualquier mujer que tenga
más de doce años.
Belle reprimió una especie de risotada.
—Tienes que reconocer que es mono, __tn.
—¿Mono? —dijo Kevin , haciendo una mueca.
—Igual de mono que un cable de alta tensión —soltó __tn.
—Desde luego hay bastante tensión entre vosotros dos —comentó Belle mientras
se dirigía hacia la puerta de entrada, donde tomó un chal de encaje de un ropero y se
lo pasó a Kevin , quien procedió a ponérselo a __tn por los hombros.
Belle se inclinó y besó a __tn en la mejilla.
—Hablaremos la semana que viene.
—El lunes o el martes —la voz de __tn se suavizó—. Muchas gracias, Belle.
—Kevin es un buen hombre —añadió Belle.
__tn sonrió con ironía.
—Tal vez prefiera a los hombres malos.
Kevin intervino en tono duro.
—Bueno, malo o indiferente, detesto que se hable de mí como si yo no estuviera
presente.
—Indiferente no podría aplicarse ni a tí ni a ella —dijo Belle en tono ligero—.
Buenas noches.
Kevin y __tn salieron a la fresca oscuridad de la noche, que aún perfumaban las
rosas y la puerta se cerró tras de ellos. Él cortó una rosa amarilla con la mano; y ella
se quedó como una estatua mientras Kevin se la colocaba detrás de la oreja
—Creo que aguantará —dijo él, tirando del tallo.
—Eres un romántico sin remedio.
—Todavía llevas puestos los pendientes de oreja de mar —comentó él—. ¿No te
hace ese detalle también romántica a ti?
—Me van con el vestido.
—Ya estamos discutiendo otra vez.—Qué poco romántico —dijo ella.
Mientras él la ayudaba a sentarse en su coche de alquiler, un Porsche plateado, la
raja de su falda dejó entrever sus piernas y el brillo de sus medias iridiscentes. Se
tomó su tiempo mientras colocaba los pies correctamente bajo el salpicadero y se
colocaba la falda.
—Gracias —le dijo con toda la compostura del mundo.
Kevin aspiró hondo, cerró la puerta y se acercó al lado del conductor. Su próxima
tarea era convencerla de que iba a convertirse en su amante. ¡Y por Dios que lo
lograría!.
—Te invito a una copa en el hotel —dijo él antes de salir a la calle.
__tn había tenido algo de tiempo para serenarse y ordenar sus pensamientos.
Decidió que había llegado el momento de mostrar su segundo perfil defensivo; uno
que no tendría escrúpulos en utilizar con Kevin . Ella lo llamaba «la prueba», y pocas
veces le había fallado. Estaba segura de que funcionaría con Kevin Jonas, un
hombre acostumbrado a estar al mando.
—Una copa no me vendría mal —dijo ella.
—Vaya, qué fácil —comentó Kevin .
—Me disgusta ser previsible.
—No tienes por qué preocuparte por eso.
Había pasado la primera barrera, se decía Kevin para sus adentros, concentrado en
su conducción. Tras dejarle el coche al portero del hotel, condujo a __tn hacia un
opulento vestíbulo. El mármol, la caoba, las alfombras orientales y una profusión de
plantas tropicales declaraban sin sutilidad alguna, que no se había reparado en
gastos.
—Habría imaginado que algo menos ostentoso sería más de tu gusto.
—Belle me hizo la reserva.
Era sin duda el tipo de sitio que le gustaba a Belle. En el bar, una mujer
interpretaba una melodía de jazz mientras paseaba los dedos por las teclas de un
piano de cola. Avanzaron hacia una mesa que se hallaba cerca de las cortinas de
terciopelo rojo oscuro con sus borlones dorados.
Kevin esperó hasta que un camarero les llevó las consumiciones para empezar a
hablar.
—Los recortes de periódico que me enseñaste me sorprendieron, __tn, como sin
duda tú pretendías. Tampoco me gustaron tus condiciones. Pero me di por vencido
con demasiada facilidad.
Ella dio un delicado sorbo de su Martini.
—Estás acostumbrado a que las mujeres te persigan.
—Tengo mucho dinero y es un potente afrodisiaco.
Ella arqueó las cejas.
—¿Entonces quién es el cínico ahora?
El se echó hacia delante y habló con toda la fuerza de su persona.
—__tn, te deseo en mi cama... y estoy convencido de que tú también lo deseas. Yo
viajo mucho, podemos encontrarnos donde tú quieras.
—Yo tanteo el terreno, me lo paso bien y continúo —dijo __tn, detestando su
mentira—. Eso es lo que te he dicho esta mañana y nada ha cambiado. Puedes darme
tu número de teléfono, si quieres... Si no tengo nada que hacer, te llamaré.
¿Así que ella lo incluía en lo que ella llamaba «el terreno»?
—Te reto a que conciertes una cita conmigo —dijo Kevin , arqueando una ceja—.
Aún más, te reto a que me conozcas. Dentro y fuera de la cama.
A ella se le movieron las aletas de la nariz.
—Te estás comportando de un modo muy infantil —dijo ella.
—¿De verdad? Si dejamos de arriesgarnos, algo en nosotros muere.
—¡Los riesgos pueden matar!
—Te aseguro que no tengo el homicidio en mente.
—Los hombres no se quedan el tiempo suficiente para que las mujeres lleguen a
conocerlos —dijo __tn con la respiración agitada.
—Las generalizaciones son señal de una mente perezosa —dijo Kevin .
—Al menor problema, te largarás antes de que me dé tiempo a decir au revoir —
dijo ella.
—Te muestras tanto sexista como cobarde —le dijo él.
Ella alzó el mentón rápidamente.
—¿Quién te ha dado derecho a juzgarme? —dijo __tn con rabia.
—Niégalo entonces.
—¡No soy ninguna cobarde!
—Demuéstramelo —dijo Kevin con un susurro aterciopelado—. O, mejor aún,
demuéstratelo a tí misma.
—Estás hablando de que nos conozcamos —dijo __tn con inquietud—. Y, sin
embargo, tú mismo has dicho que jamás dejas que ninguna mujer se te acerque lo
suficientemente como para hacerte daño.
—Tal vez tú seas la excepción que confirma la regla.
¿Y cómo se suponía que debía interpretar eso?
—Me gusta mi vida tal y como es —dijo ella—. ¿Por qué debería cambiarla?
—Si no quisieras cambiarla, no estarías aquí sentada manteniendo esta
conversación conmigo.
Él estaba equivocado. Totalmente equivocado.
—¿Haces esto con todas las mujeres a las que conoces?
—Nunca me ha hecho falta hacerlo.
—¿Entonces por qué te estás molestando ahora?
—__tn, no quiero tantear el terreno —dijo él a la fuerza—. En éste momento es a tí
a quien deseo. A tí, exclusivamente. Porque en el fondo no creo que seas una
cobarde.
—Tan sólo sexista —le dijo con un destello de desafío.
—¿No te aburres de tantear el terreno? —le preguntó Kevin .
Ella respondió en tono grosero.
—De momento, no me he aburrido contigo.
—Entonces me atreveré a algo más; haz la prueba conmigo hasta que te aburras —
Kevin deslizó sobre la mesa un trozo de papel—. El número de mi asistente personal
en Nueva York. Se llama Bill y siempre sabe dónde localizarme.
Ella se quedó mirando el trozo de papel, como si fuera a levantarse y a morderla.
¿Pero qué había sido de su segunda estrategia de defensa? Kevin se le había
adelantado, incitándola a que saliera con él. Peor aún, a que se fuera a la cama con él.
—No me interesa tu dinero —le soltó ella mientras trataba de pensar con
claridad—. Yo tengo bastante.
—En ningún momento he pensado que te interesara mi dinero.
«La prueba», pensó ella. «Ahora es el momento. Hazlo, __tn». Ella levantó la vista,
y con acento pronunciado, como siempre le pasaba cuando estaba angustiada, se
dirigió a él.
—Muy bien, Kevin ... Yo también soy capaz de proponerte un reto.
—Adelante —dijo él.
—Encontrémonos en El Genoese, en Montecarlo, dentro de tres semanas; por la
tarde, a partir de las siete y media; un miércoles, un jueves o un viernes.
—Dime el día —dijo él.
—Ah —le dijo ella con suavidad—, es parte del reto. No voy a decirte qué día. O
bien merezco la pena, o no... ¿Cuál eliges?
—¿Pero aparecerás? —le preguntó Kevin .
En sus ojos había destellos de fuego.
—Te doy mi palabra —respondió ella.
—Entonces te esperaré.
—Está abierto hasta las dos de la mañana, y la música es ensordecedora —dijo ella
con una sonrisa maliciosa—. No esperarás. Ningún hombre lo haría. Sobre todo
cuando el mundo está lleno de mujeres bellas instantáneamente disponibles.
—No te valoras lo suficiente —dijo él; entonces trazó la suave curva de su labio,
hasta percibir un ligero temblor—. Esperaré —añadió Kevin .
El miedo que le corrió por las venas la angustió. Él no esperaría. Juraría que Kevin
Jonas jamás había tenido que esperar a ninguna mujer.
—Si no conoces Montecarlo, cualquiera puede dirigirte al Genoese.
—¿Montecarlo, donde la vida es un juego y las apuestas son altas?
—¿Las apuestas son altas? Tal vez para tí... Para mí no —dijo ella.
Lo cual era otra mentira.
—No estaría donde estoy hoy si no supiera jugar, __tn... Mañana le daré a Bill tu
nombre. Sólo tienes que mencionárselo y él se encargará de que yo reciba los
mensajes que le des para mí.
—Debo de estar loca para sugerir un encuentro entre nosotros —dijo ella en un
tono tan bajo que Kevin apenas la oyó—. Incluso una reunión a la que no asistirás.
Ella parecía agotada. Kevin apuró el whisky.
—Termina —le dijo él—, y te acompaño al vestíbulo. Después me pondré en
camino; mi vuelo es mañana por la mañana, temprano.
Ella le miró con expresión remota.
—¿Entonces esta noche no vas a intentar nada conmigo?
Él apretó la mandíbula.
—No juego cuando no tengo buenas cartas.
—En cualquier mesa serías un oponente temible.
Él retiró la silla.
—Me lo tomaré como un elogio. Vamos, estás hecha puré.
—¿Hecha puré? No sé lo que significa eso, pero no suena muy bien.
Él le tomó la mano y tiró de ella. De pie, muy cerca de ella, acariciándole las
facciones con la mirada, le dijo en tono ronco.
—Significa que estás agotada. Que te hace falta dormir bien. Cuando tú y yo
compartamos cama, el sueño no será una prioridad.
—¿Cuando compartamos cama? —le dijo ella mientras lo miraba con sorpresa—.
No me gusta que me subestimen.
Él tenía unos ojos de un atrayente azul intenso, profundos e inescrutables; unos
ojos carismáticos que la atraían como un imán, como si no fuera dueña de su
pensamiento. Sintió que se balanceaba imperceptiblemente hacia él mientras un
incipiente deseo despertaba en su interior y tiraba por la borda todas sus defensas.
Ella se puso de puntillas y rozó sus labios con los suyos, con la suavidad de un ala de
mariposa y con la misma ligereza se apartó de él.
A __tn le latía el corazón con fuerza, y horrorizada se dijo que de poco le había
servido mantener las distancias con él hasta ese momento. ¿Pero qué demonios le
pasaba?
Por una vez Kevin se quedó sin palabras. Impulsivamente le tomó la mano, que
besó con suave y prolongado placer sin apartar la vista de sus mejillas encendidas.
Entonces echó mano de todo el aguante que poseía y rodeándole los hombros con el
brazo, la condujo de nuevo al vestíbulo, donde la luz de la araña de cristal resultaba
excesivamente fuerte.
—El Genoese. Dentro de tres semanas. Si necesitas algo entretanto, llámame.
—No te voy a llamar —dijo __tn mientras se daba la vuelta y cruzaba el espacioso
hall alfombrado hasta los ascensores.
Y no lo haría.
Capítulo 3
A las tres de la tarde, en su habitación del hotel, Kevin estaba al teléfono marcando
la extensión de Sarah Hutchinson. Sarah era la cocinera de Belle, a quien Kevin
conocía desde hacía años y cuyas trufas de chocolate le gustaban tanto como ella.
—Sarah, soy Kevin Jonas —dijo al oír su voz.
Charlaron durante unos minutos sobre la fiesta al aire libre y entonces Kevin fue
directamente al grano.
—No sé dónde he puesto mi agenda... La señora Hayward está cenando esta
noche con __tn Chardin, ¿verdad? —esperó su respuesta con el corazón latiéndole
tan deprisa que temía que ella pudiera oírlo a través del teléfono.
—Eso es. A las siete.
—¿Solas las dos?
—Es una cena privada, es lo que dijo la señora Hayward.
—Estupendo... Llamaré a Belle por la mañana, entonces. No hay necesidad de
mencionar esto, Sarah; pensará que he tenido un despiste. ¿Qué tal están los nietos?
El escuchó pacientemente las muchas virtudes de sus nietos y pasados unos
minutos terminó la conversación. Lo único que tenía que hacer entonces era decidir
un plan de acción. ¿Llegar inesperadamente a casa de Belle? ¿O encontrar un bar,
emborracharse y olvidarse de todo?
Kevin empezó a pasearse por la habitación, tan inquieto como un tigre enjaulado.
¿Por qué había llamado a Sarah Hutchinson? ¿Por qué no podía, por una vez en la
vida, aceptar que una mujer no quería acostarse con él?
La respuesta era sencilla: porque deseaba a __tn como no había deseado jamás a
ninguna mujer.
¿Podría ser así de simple? __tn se había mostrado tan ardiente entre sus brazos y
al mismo tiempo tan asustada de su propia respuesta... Ninguna reacción había sido
fingida, de eso estaba bien seguro. Al tocarla físicamente, él había tocado sus
emociones. Era eso lo que la había asustado de tal manera.
Así que con mucha inteligencia había reproducido los recortes, se había negado a
cualquier posibilidad de fidelidad y se había largado. Le parecía que lo había
engañado. Y él se lo había tragado.
Pero no iba a volver a ocurrir. No pensaba quedarse cruzado de brazos y dejar que
__tn Chardin desapareciera de su vida. La deseaba e iba a hacerla suya. Con sus
condiciones.
Lo cual quería decir que debía idear un plan de acción antes de las nueve y media
de esa noche. A las nueve y media, sin embargo, cuando Kevin tocó el pesado timbre de bronce
de la puerta de casa de Belle, le parecía que no tenía ningún plan. Tendría que
bandeárselas como pudiera. Pero esa vez sería él quien llevara la voz cantante.
Cárter, el mayordomo, le abrió la puerta y lo acompañó al salón formal, donde los
retratos de familia enmarcados en plata cubrían cada superficie disponible. Los
muebles representaban, en opinión de Kevin , el peor exceso Victoriano que había
visto en su vida. Por encima de la elaborada chimenea de hierro forjado, la enorme
cabeza de un ciervo parecía mirarlo con arrogancia.
Había una pintura junto a la chimenea, un pequeño óleo. Curioso, se acercó al
cuadro a mirarlo. Un hombre encadenado, con la cabeza gacha, era conducido por
tres guardias con armadura hacia la negra boca de una cueva. Kevin supo
instantáneamente que aquel prisionero no volvería a ver la luz del día.
Era una de sus pesadillas recurrentes, pensaba mientras le sudaban las palmas de
las manos y apretaba los puños: la pesadilla que lo había atormentado desde los once
años. Con las piernas y los brazos pesados como el plomo, Kevin se volvió de
espaldas al cuadro para contemplar una inocente acuarela de un prado soleado.
—¿Kevin —exclamó Belle al verlo—, te ocurre algo? ¿Tus padres, quizás? Tienes
un aspecto horrible.
Él se esforzó en encerrar la pesadilla en el lugar que le correspondía, en lo más
profundo de su conciencia. Aunque Belle conocía la razón que había detrás de ello,
no conocía las repercusiones y él no iba a contárselo.
—No ha sido mi intención asustarte —le dijo él verdaderamente pesaroso—. Mis
padres están bien. Estoy aquí porque necesito ver a __tn.
La sonrisa de Belle se desvaneció como si alguien se la hubiera borrado de la cara.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí?
—Se lo saqué a Sarah, pero no debes regañarla. __tn y yo almorzamos hoy juntos,
Belle. Pero no concretamos nuestra reunión siguiente. Mañana me marcho a Japón y
ella va a regresar a Europa, así que me figuré que sería más sencillo si me presentaba
en tu casa y la acompañaba de vuelta a su hotel. No quiero que __tn desaparezca de
mi vida —dijo con una sonrisa nostálgica—. Ella tiene algo que me hace tilín.
—Si ella no quiere que la lleves al hotel, no la voy a obligar —dijo Belle con
rotundidad.
El vaciló.
—Sale con muchos hombres, o eso me ha dicho ella. Pero cuando la besé, se
comportó como un conejillo asustado. ¿Tienes idea de por qué?
—¿Si la tuviera, crees que te lo contaría?
—No estoy dispuesto a hacerle daño, Belle.
—Entonces tal vez sea mejor que salgas por la puerta, Kevin .
—Me conoces desde que era pequeño —dijo él en tono áspero—. ¿Me has visto
alguna vez ir detrás de una mujer?—Te he visto tratar a las mujeres como si fueran adornos; decorativas, pero nada
que mereciera tu atención.
Él hizo una mueca de pesar.
—__tn me interesa sólo por el hecho de estar en la misma habitación que ella. De
modo que es distinta a las demás.
—Eso es lo que dicen todos.
—Tú eres una vieja amiga y te estoy pidiendo que confíes en mí —dijo Kevin
totalmente serio—. __tn me ha dejado sin sentido. Ninguna otra mujer se ha acercado
a ello. Lo único que quiero es la oportunidad de llevarla de vuelta al hotel. No me
voy a tirar encima de ella en cuanto se monte en el coche.
—¿Y si ella dice que no?
—No lo hará.
Belle perdió los estribos.
—Si le haces daño a esa chica... No te invitaré a mi fiesta del próximo año.
Era una amenaza en toda regla.
—Belle, quiero a __tn, por eso no hay problema; pero me da la impresión de que
no está huyendo de mí, sino de sí misma. Y me importa un pito si suena ridículo.
Belle se pasó un buen rato mirándolo.
—Le preguntaré si quiere que la lleves a su hotel.
La pesada puerta de roble se cerró tras ella. Kevin se metió las manos en los
bolsillos y fijó la vista en la alfombra persa de valor incalculable. Sentía como si su
existencia pendiera de un hilo.
¿Cómo podía ser tan melodramático? Sólo quería sexo, nada más y nada menos.
Cinco minutos después la puerta se abrió. __tn entró en la habitación, seguida de
Belle. __tn llevaba un vestido de punto muy fino azul pálido, parecido al color del
hielo, que le llegaba por la pantorrilla. Llevaba el cabello recogido en un moño. Con
asombro, Kevin vio que llevaba puestos los pendientes que le había comprado esa
mañana.
—Te he dicho adiós esta mañana —le dijo __tn en tono seco.
—No fue un adiós. Más bien un au revoir.
—Mi hotel está a cuatro manzanas de aquí, exactamente. Puedo caminar.
—Si no quieres ir conmigo, tomarás un taxi.
__tn lo miró con rabia y luego trasfirió esa mirada rabiosa a Belle.
—¿Éste hombre es amigo tuyo?
Belle respondió con calma:
—Si no lo fuera, no habría pasado de la puerta.
__tn suspiró con exasperación. No recordaba cuándo se había sentido tan
enfadada como se sentía en ese momento. Enfadada, temerosa, preocupada y...
aparte de todo eso y en contra de todos sus principios, contentísima de volver a ver a
Kevin .
—De acuerdo, Kevin , puedes llevarme al hotel —le dijo ella—. Pero sólo porque no
quiero perder el tiempo discutiendo contigo.
—Bien —dijo él, incapaz de disimular su sonrisa.
—Esa sonrisa tuya debería estar prohibida; es letal para cualquier mujer que tenga
más de doce años.
Belle reprimió una especie de risotada.
—Tienes que reconocer que es mono, __tn.
—¿Mono? —dijo Kevin , haciendo una mueca.
—Igual de mono que un cable de alta tensión —soltó __tn.
—Desde luego hay bastante tensión entre vosotros dos —comentó Belle mientras
se dirigía hacia la puerta de entrada, donde tomó un chal de encaje de un ropero y se
lo pasó a Kevin , quien procedió a ponérselo a __tn por los hombros.
Belle se inclinó y besó a __tn en la mejilla.
—Hablaremos la semana que viene.
—El lunes o el martes —la voz de __tn se suavizó—. Muchas gracias, Belle.
—Kevin es un buen hombre —añadió Belle.
__tn sonrió con ironía.
—Tal vez prefiera a los hombres malos.
Kevin intervino en tono duro.
—Bueno, malo o indiferente, detesto que se hable de mí como si yo no estuviera
presente.
—Indiferente no podría aplicarse ni a tí ni a ella —dijo Belle en tono ligero—.
Buenas noches.
Kevin y __tn salieron a la fresca oscuridad de la noche, que aún perfumaban las
rosas y la puerta se cerró tras de ellos. Él cortó una rosa amarilla con la mano; y ella
se quedó como una estatua mientras Kevin se la colocaba detrás de la oreja
—Creo que aguantará —dijo él, tirando del tallo.
—Eres un romántico sin remedio.
—Todavía llevas puestos los pendientes de oreja de mar —comentó él—. ¿No te
hace ese detalle también romántica a ti?
—Me van con el vestido.
—Ya estamos discutiendo otra vez.—Qué poco romántico —dijo ella.
Mientras él la ayudaba a sentarse en su coche de alquiler, un Porsche plateado, la
raja de su falda dejó entrever sus piernas y el brillo de sus medias iridiscentes. Se
tomó su tiempo mientras colocaba los pies correctamente bajo el salpicadero y se
colocaba la falda.
—Gracias —le dijo con toda la compostura del mundo.
Kevin aspiró hondo, cerró la puerta y se acercó al lado del conductor. Su próxima
tarea era convencerla de que iba a convertirse en su amante. ¡Y por Dios que lo
lograría!.
—Te invito a una copa en el hotel —dijo él antes de salir a la calle.
__tn había tenido algo de tiempo para serenarse y ordenar sus pensamientos.
Decidió que había llegado el momento de mostrar su segundo perfil defensivo; uno
que no tendría escrúpulos en utilizar con Kevin . Ella lo llamaba «la prueba», y pocas
veces le había fallado. Estaba segura de que funcionaría con Kevin Jonas, un
hombre acostumbrado a estar al mando.
—Una copa no me vendría mal —dijo ella.
—Vaya, qué fácil —comentó Kevin .
—Me disgusta ser previsible.
—No tienes por qué preocuparte por eso.
Había pasado la primera barrera, se decía Kevin para sus adentros, concentrado en
su conducción. Tras dejarle el coche al portero del hotel, condujo a __tn hacia un
opulento vestíbulo. El mármol, la caoba, las alfombras orientales y una profusión de
plantas tropicales declaraban sin sutilidad alguna, que no se había reparado en
gastos.
—Habría imaginado que algo menos ostentoso sería más de tu gusto.
—Belle me hizo la reserva.
Era sin duda el tipo de sitio que le gustaba a Belle. En el bar, una mujer
interpretaba una melodía de jazz mientras paseaba los dedos por las teclas de un
piano de cola. Avanzaron hacia una mesa que se hallaba cerca de las cortinas de
terciopelo rojo oscuro con sus borlones dorados.
Kevin esperó hasta que un camarero les llevó las consumiciones para empezar a
hablar.
—Los recortes de periódico que me enseñaste me sorprendieron, __tn, como sin
duda tú pretendías. Tampoco me gustaron tus condiciones. Pero me di por vencido
con demasiada facilidad.
Ella dio un delicado sorbo de su Martini.
—Estás acostumbrado a que las mujeres te persigan.
—Tengo mucho dinero y es un potente afrodisiaco.
Ella arqueó las cejas.
—¿Entonces quién es el cínico ahora?
El se echó hacia delante y habló con toda la fuerza de su persona.
—__tn, te deseo en mi cama... y estoy convencido de que tú también lo deseas. Yo
viajo mucho, podemos encontrarnos donde tú quieras.
—Yo tanteo el terreno, me lo paso bien y continúo —dijo __tn, detestando su
mentira—. Eso es lo que te he dicho esta mañana y nada ha cambiado. Puedes darme
tu número de teléfono, si quieres... Si no tengo nada que hacer, te llamaré.
¿Así que ella lo incluía en lo que ella llamaba «el terreno»?
—Te reto a que conciertes una cita conmigo —dijo Kevin , arqueando una ceja—.
Aún más, te reto a que me conozcas. Dentro y fuera de la cama.
A ella se le movieron las aletas de la nariz.
—Te estás comportando de un modo muy infantil —dijo ella.
—¿De verdad? Si dejamos de arriesgarnos, algo en nosotros muere.
—¡Los riesgos pueden matar!
—Te aseguro que no tengo el homicidio en mente.
—Los hombres no se quedan el tiempo suficiente para que las mujeres lleguen a
conocerlos —dijo __tn con la respiración agitada.
—Las generalizaciones son señal de una mente perezosa —dijo Kevin .
—Al menor problema, te largarás antes de que me dé tiempo a decir au revoir —
dijo ella.
—Te muestras tanto sexista como cobarde —le dijo él.
Ella alzó el mentón rápidamente.
—¿Quién te ha dado derecho a juzgarme? —dijo __tn con rabia.
—Niégalo entonces.
—¡No soy ninguna cobarde!
—Demuéstramelo —dijo Kevin con un susurro aterciopelado—. O, mejor aún,
demuéstratelo a tí misma.
—Estás hablando de que nos conozcamos —dijo __tn con inquietud—. Y, sin
embargo, tú mismo has dicho que jamás dejas que ninguna mujer se te acerque lo
suficientemente como para hacerte daño.
—Tal vez tú seas la excepción que confirma la regla.
¿Y cómo se suponía que debía interpretar eso?
—Me gusta mi vida tal y como es —dijo ella—. ¿Por qué debería cambiarla?
—Si no quisieras cambiarla, no estarías aquí sentada manteniendo esta
conversación conmigo.
Él estaba equivocado. Totalmente equivocado.
—¿Haces esto con todas las mujeres a las que conoces?
—Nunca me ha hecho falta hacerlo.
—¿Entonces por qué te estás molestando ahora?
—__tn, no quiero tantear el terreno —dijo él a la fuerza—. En éste momento es a tí
a quien deseo. A tí, exclusivamente. Porque en el fondo no creo que seas una
cobarde.
—Tan sólo sexista —le dijo con un destello de desafío.
—¿No te aburres de tantear el terreno? —le preguntó Kevin .
Ella respondió en tono grosero.
—De momento, no me he aburrido contigo.
—Entonces me atreveré a algo más; haz la prueba conmigo hasta que te aburras —
Kevin deslizó sobre la mesa un trozo de papel—. El número de mi asistente personal
en Nueva York. Se llama Bill y siempre sabe dónde localizarme.
Ella se quedó mirando el trozo de papel, como si fuera a levantarse y a morderla.
¿Pero qué había sido de su segunda estrategia de defensa? Kevin se le había
adelantado, incitándola a que saliera con él. Peor aún, a que se fuera a la cama con él.
—No me interesa tu dinero —le soltó ella mientras trataba de pensar con
claridad—. Yo tengo bastante.
—En ningún momento he pensado que te interesara mi dinero.
«La prueba», pensó ella. «Ahora es el momento. Hazlo, __tn». Ella levantó la vista,
y con acento pronunciado, como siempre le pasaba cuando estaba angustiada, se
dirigió a él.
—Muy bien, Kevin ... Yo también soy capaz de proponerte un reto.
—Adelante —dijo él.
—Encontrémonos en El Genoese, en Montecarlo, dentro de tres semanas; por la
tarde, a partir de las siete y media; un miércoles, un jueves o un viernes.
—Dime el día —dijo él.
—Ah —le dijo ella con suavidad—, es parte del reto. No voy a decirte qué día. O
bien merezco la pena, o no... ¿Cuál eliges?
—¿Pero aparecerás? —le preguntó Kevin .
En sus ojos había destellos de fuego.
—Te doy mi palabra —respondió ella.
—Entonces te esperaré.
—Está abierto hasta las dos de la mañana, y la música es ensordecedora —dijo ella
con una sonrisa maliciosa—. No esperarás. Ningún hombre lo haría. Sobre todo
cuando el mundo está lleno de mujeres bellas instantáneamente disponibles.
—No te valoras lo suficiente —dijo él; entonces trazó la suave curva de su labio,
hasta percibir un ligero temblor—. Esperaré —añadió Kevin .
El miedo que le corrió por las venas la angustió. Él no esperaría. Juraría que Kevin
Jonas jamás había tenido que esperar a ninguna mujer.
—Si no conoces Montecarlo, cualquiera puede dirigirte al Genoese.
—¿Montecarlo, donde la vida es un juego y las apuestas son altas?
—¿Las apuestas son altas? Tal vez para tí... Para mí no —dijo ella.
Lo cual era otra mentira.
—No estaría donde estoy hoy si no supiera jugar, __tn... Mañana le daré a Bill tu
nombre. Sólo tienes que mencionárselo y él se encargará de que yo reciba los
mensajes que le des para mí.
—Debo de estar loca para sugerir un encuentro entre nosotros —dijo ella en un
tono tan bajo que Kevin apenas la oyó—. Incluso una reunión a la que no asistirás.
Ella parecía agotada. Kevin apuró el whisky.
—Termina —le dijo él—, y te acompaño al vestíbulo. Después me pondré en
camino; mi vuelo es mañana por la mañana, temprano.
Ella le miró con expresión remota.
—¿Entonces esta noche no vas a intentar nada conmigo?
Él apretó la mandíbula.
—No juego cuando no tengo buenas cartas.
—En cualquier mesa serías un oponente temible.
Él retiró la silla.
—Me lo tomaré como un elogio. Vamos, estás hecha puré.
—¿Hecha puré? No sé lo que significa eso, pero no suena muy bien.
Él le tomó la mano y tiró de ella. De pie, muy cerca de ella, acariciándole las
facciones con la mirada, le dijo en tono ronco.
—Significa que estás agotada. Que te hace falta dormir bien. Cuando tú y yo
compartamos cama, el sueño no será una prioridad.
—¿Cuando compartamos cama? —le dijo ella mientras lo miraba con sorpresa—.
No me gusta que me subestimen.
Él tenía unos ojos de un atrayente azul intenso, profundos e inescrutables; unos
ojos carismáticos que la atraían como un imán, como si no fuera dueña de su
pensamiento. Sintió que se balanceaba imperceptiblemente hacia él mientras un
incipiente deseo despertaba en su interior y tiraba por la borda todas sus defensas.
Ella se puso de puntillas y rozó sus labios con los suyos, con la suavidad de un ala de
mariposa y con la misma ligereza se apartó de él.
A __tn le latía el corazón con fuerza, y horrorizada se dijo que de poco le había
servido mantener las distancias con él hasta ese momento. ¿Pero qué demonios le
pasaba?
Por una vez Kevin se quedó sin palabras. Impulsivamente le tomó la mano, que
besó con suave y prolongado placer sin apartar la vista de sus mejillas encendidas.
Entonces echó mano de todo el aguante que poseía y rodeándole los hombros con el
brazo, la condujo de nuevo al vestíbulo, donde la luz de la araña de cristal resultaba
excesivamente fuerte.
—El Genoese. Dentro de tres semanas. Si necesitas algo entretanto, llámame.
—No te voy a llamar —dijo __tn mientras se daba la vuelta y cruzaba el espacioso
hall alfombrado hasta los ascensores.
Y no lo haría.
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
MARATON 2/3
Capítulo 4
Capítulo 4
El Genoese en una noche fresca y húmeda de noviembre debería haber sido un
destino agradable. Kevin había caminado desde su hotel y disfrutado de unas
magníficas vistas del puerto de Mónaco y el picado mar Mediterráneo de fondo;
había pasado por delante de los jardines excesivamente arreglados del casino hacia
una calle lateral cerca del agua, donde un cartel discretamente iluminado rezaba El
Genoese. Eran exactamente las siete y media.
El bar, comprobó con angustia, estaba en un nivel subterráneo al que se accedía
por una estrecha escalera de caracol.
Su pesadilla resurgía de nuevo.
Tenía treinta y cinco años, no once. Debería poder bajar unas escaleras y pasarse
seis horas en una habitación sin ventanas sin sentir que le faltaba el aire.
Claro que no era tan sencillo.
__tn, estaba casi seguro, no llegaría hasta el viernes. Si aquello era una especie de
prueba, ¿por qué iba a ir a él antes de ese día? A no ser que ella pensara que él no se
molestaría en ir hasta el viernes.
Era inútil tratar de adivinar lo que iba a pasar. Kevin tomó una bocanada de aire
cargado de salitre, bajó las escaleras despacio y empujó la pesada puerta negra.
El ruido lo golpeó sorpresivamente. La música de rap sonaba a un volumen
altísimo. Jamás había sido un aficionado al rap.
Dejó que la puerta se cerrara tras de sí, con el corazón latiéndole con fuerza. El
local era espacioso, con mesas alrededor de una pista de baile central iluminada con
luces parpadeantes que enseguida lo desorientaron. Una sala grande, pensaba con
inquietud; no un cuartucho del tamaño de un armario, como el lugar que jamás sería
capaz de olvidar.
«Venga, puedes hacerlo, Kevin », se decía mientras respiraba hondo de nuevo.
Se apoyó contra una pared y paseó la mirada de una cara a otra, deseando de todo
corazón que __tn estuviera entre ellas. Los clientes eran jóvenes que vestían vaqueros
y cazadoras de cuero de diseño. Las sedosas melenas de las mujeres brillaban como
las de los anuncios de champú; el nivel de energía era frenético.
Sin embargo, __tn no estaba allí.
Kevin ocupó una mesa vacía cerca de la puerta desde donde vería a cualquiera que
entrara o saliera. Se quitó la trenca y se sentó, pidió una botella de Merlot y un plato
de frutos secos. Automáticamente localizó con la mirada las señales luminosas de
salida, deseando que el techo no le pareciera tan bajo y que apagaran las luces de la
pista. Deseando no haber conocido jamás a __tn Chardin.
Las hormonas dominaban su vida, pensaba con furia mientras meditaba sobre lo
mucho que le pesaba el control que ella, con su figura esbelta y su rostro exquisito,
tenía sobre sus sentimientos. Pero por mucho que hubiera tratado de librarse de la
fuerza de aquel control, no era capaz de disminuirlo. ¡Dios! sabía que llevaba tres
semanas intentándolo con todas sus fuerzas.
Ella, había que ser justos, no tenía ni idea de la ardua prueba a la que lo había
sometido obligándolo a que esperara en aquel bar del sótano.
Las luces estroboscópicas se reflejaban en las botellas detrás de la barra, mientras
la gente bailaba en la pista, retorciéndose al ritmo de la música primitiva e
indudablemente hostil.
La pequeña habitación había estado silenciosa; silenciosa como una tumba. Tan
silenciosa que daba miedo, que hacía enloquecer.
Después de tantos años, Kevin hacía lo posible para no pensar en el secuestro que
tanto había alterado su vida. A los once años lo habían agarrado mientras caminaba
por la acera junto a su colegio; lo habían drogado y encerrado en un sótano durante
quince días y catorce noches.
Los secuestradores, se había enterado después, habían estado pidiendo un rescate.
El FBI había trabajado con admirable eficacia y rapidez y habían localizado el
escondite, habían detenido a los secuestradores y lo habían rescatado. Aparte de las
drogas, que le habían dado para mantenerlo en silencio y administrado con una
jeringuilla por un hombre enmascarado que no le había dirigido ni una sola palabra,
había salido ileso.
Jamás había olvidado las lágrimas de su madre cuando se habían encontrado cara
a cara en la comisaría de policía, o los signos de agotamiento en la cara de su padre.
El efecto secundario duradero había sido el miedo a la oscuridad, a los lugares
subterráneos. En ese momento, para vergüenza suya, le sudaban las palmas de las
manos, tenía un nudo en la garganta y el corazón le latía con fuerza. Como cuando
tenía once años.
A las dos de la madrugada, cuando el guarda de la puerta cerró el bar, a Kevin se
le habían insinuado seis mujeres, estaba medio ensordecido y harto de Merlot y de
cacahuetes. Además, la claustrofobia no había cedido.
Subió las escaleras y salió a la acera. Se metió las manos en los bolsillos y echó a
andar hacia el este por el paseo marítimo, donde los edificios se aglomeraban por la
colina que descendía hacia una extensión de arena pálida. Sería inútil pensar en
dormir hasta que se hubiera recuperado de todas esas horas tremendamente largas.
Debería marcharse de Mónaco; olvidar todo aquel ridículo asunto. ¿Merecía te
pena esperar a alguien dos noches seguidas en El Genoese? ¿Después de todo, qué
sabía en realidad de __tn?
Cierto, ella le había dado su palabra. ¿Pero qué valor tenía? ¿Y si no se presentaba?
¿Y si pasaba la noche en Milán, con uno de los muchos hombres que había
mencionado, riéndose al pensar en Kevin sentado en aquel bar de aquella cuidad de
la Riviera francesa?
Se estaba riendo de él. Y eso lo odiaba tanto como odiaba enfrentarse a los
demonios del pasado.
¿Y cómo podía desear a una mujer que no le daba importancia al sexo, por decir
algo? Era promiscua, pensaba con pesar, sabiendo que llevaba tres semanas evitando
decir la palabra.
Parecía tan angelical... y sin embargo, se había acostado con muchos hombres a lo
ancho y largo de Europa. La había visto en los recortes y ella misma lo reconocía.
Lo lógico era volver a Nueva York por la mañana y olvidarse de la pelirroja de
ojos vivos, inteligencia despierta y moralidad casi inexistente. ¿Acaso no había hecho
lo posible desde el principio para descorazonarlo? El Genoese era el toque final.
Después de malgastar tres noches de su vida de un modo tan estúpido, no tendría
prisa por buscarla.
Lo cual significaba que ella habría ganado.
A las tres y media de la madrugada, Kevin recostaba la cabeza sobre la almohada;
a las seis menos veinte se despertó de una pesadilla en la que alguien con una
jeringuilla lo aplastaba contra un colchón sucio y maloliente. Y a las ocho de esa
tarde, volvía a bajar las escaleras de El Genoese. __tn tampoco apareció esa noche, ni
había aparecido llegada la una y media de la noche siguiente.
Llegado el viernes por la noche, las horas que Kevin había pasado en el bar se
habían convertido tanto en una prueba de su coraje y aguante, como en cualquier
cosa que tuviera que ver con __tn.
Tenía la intención de demostrarse a sí mismo que podría soportarlo una noche
más; que el techo bajo y los rincones oscuros no lo empujarían a salir de allí, a
abandonar.
Esa noche estaba bebiendo Cabernet Sauvignon. Le dolía la cabeza, llevaba noches
sin dormir y estaba de un humor de perros. Sin duda no se sentía en absoluto
romántico.
A las dos menos cuarto __tn bajó las escaleras y se acercó a la barra.
Kevin se sumergió en las sombras mientras ella se detenía al pie de las escaleras y
miraba a su alrededor, con su melena igualmente rizada y despeinada. Había
conjuntado un traje de pantalón color jade con una camisola crema que le ceñía los
pechos con suavidad. Kevin reprimió un gemido de deseo que lo enfureció. No
pensaba postrarse a sus pies con gratitud sólo porque finalmente se hubiera
presentado.
Desde donde él estaba pegado a la pared vio que ella paseaba la mirada de un
extremo al otro del bar, mirando a los hombres que había a la barra, a la gente que
bailaba en la pista, a los ruidosos grupos que charlaban en las mesas. Kevin vio su
mirada de satisfacción, como si su aparente ausencia confirmara la idea que ella
pudiera tener de él; pero también vio en sus ojos un pesar muy agudo, muy real. Y
ese pesar le interesó más de lo que habría deseado.
__tn se abrió paso hacia la barra, mirando a un lado y a otro, pero no localizó a
Kevin por ninguna parte. Así que no había superado «la prueba». Se había dado por
vencido. Eso si había estado allí algún día.
Le había dicho que la esperaría, pero había mentido.
Una sensación de náusea se le asentó en la boca del estómago. De nuevo su baja
opinión de los hombres había quedado confirmada, con mayor dolor que de
costumbre. Se puso derecha y trató de relajar la tensión de la mandíbula; cuando
llegó a la barra pidió una copa de vino y paseó de nuevo la mirada por la habitación.
Dos hombres y una mujer se acercaron a ella; unos viejos amigos de Cannes. Se
abrazó con cada uno de ellos, se tomó el vino y levantando la cabeza con desafío,
salió a la pista a bailar con el más alto de los dos.
Kevin , que observaba desde su escondite, vio que el hombre le rodeaba la cintura y
extendía los dedos por su cadera. Su rabia iba en aumento. __tn estaba tanteando el
terreno, su especialidad...
Él dejó el vaso en la mesa y cruzó la sala. Tocó al tipo en el hombro y subió la voz
para que lo oyeran con la música.
—Es mía. Piérdase.
__tn emitió un gemido entrecortado.
—¡Kevin !
—¿Acaso pensaste que no estaría aquí? —le dijo él con desdén—. Dile a tu amigo
que se largue, si le tiene apego a la vida.
—Hablamos después, Stefan —le dijo ella, mientras su corazón competía con los
tambores—. No hay problema, conozco a Kevin .
—Oh, no, no me conoces —dijo Kevin , tan cerca de ella que distinguió una mota de
máscara de pestañas en el párpado inferior—. Si me conocieras, no tendríamos que
formar parte de esta estúpida charada.
—Tú accediste a ello —dijo __tn.
—¿Sabes lo que quiero hacer ahora mismo? Echarte al hombro, sacarte de éste
horrible bar y llevarte hasta la cama más próxima.
Le pareció totalmente capaz de hacerlo.
—A los guardas de la puerta no les gusta que nadie haga esas cosas.
—Me sentiría muchísimo mejor, te lo aseguro —dijo Kevin .
—Te sugiero que nos tomemos algo, mejor.
—¿Me tienes miedo, __tn?
—¿De un hombre alto, fuerte y extremadamente enfadado? ¿Por qué iba a tener
miedo?
—Me gustas —le dijo él.
Ella pestañeó.
—Hace cinco segundos parecía como si quisieras estrangularme.
—Hace cinco minutos me has parecido muy decepcionada sólo de pensar que yo
no estaba aquí.
—¡Exageras!
—No lo creo. Bailemos, __tn.
—¿Bailar? ¿Contigo? Ni hablar.
—Llevo tres largas noches sentado en este bar —le dijo en tono áspero—. Me han
hecho proposiciones deshonestas, he bebido vino malo y me he aburrido como una
ostra. Lo menos que puedes hacer es bailar conmigo.
La había esperado. Había pasado «la prueba». ¿Qué se suponía que debía hacer?
—Te vas a enterar —le dijo __tn con temeridad.
La pista estaba abarrotada y la música era estridente. En sus ojos ardía una
emoción que Kevin no habría sido capaz de definir, mientras levantaba los brazos y
echaba la melena hacia atrás y meneaba todo el cuerpo. El deseo le aguijoneó las
entrañas, ardiente e imperativo. Él la miró a los ojos e imitó sus movimientos, con
cuidado de no rozar su cuerpo ni siquiera con un dedo.
No hizo falta. Como una diosa pagana, meneando las caderas y con los pezones
apuntando bajo la fina seda de su camisola, __tn bailaba, sólo para él. Bailaba como
si estuvieran solos. Y continuó bailando hasta que Kevin pensó que se moriría de
frustración.
La música terminó bruscamente. En el silencio posterior, el barman anunció:
—Vamos a cerrar, señores.
__tn se mordió el labio inferior; respiraba con agitación.
—Lo has conseguido de nuevo —dijo ella—. Me has hecho olvidarme de quién
soy.
Kevin le colocó las manos sobre los hombros y la besó en la boca.
—Bien —dijo él.
Los cuatro o cinco minutos que había pasado bailando con ella también le habían
ayudado a olvidarse de que estaba en un sótano oscuro.
Aquella __tn Chardin era toda una mujer.
—Salgamos de aquí —dijo ella—. Necesito aire fresco.
Lo mismo que él. Kevin la tomó de la mano y la condujo por las escaleras.
Fuera, bajo el cielo cuajado de estrellas, __tn tomó aire con fuerza, tratando de
olvidar la lascivia con la que se había movido en la pista de baile.
—Tengo hambre —dijo con leve sorpresa—. He olvidado cenar.
Él había empezado a aspirar con fuerza nada más salir, tratando de disimular el
alivio que le proporcionaba estar al aire libre. Pero __tn lo miró con confusión.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Él no faltó a la verdad.
—Me he pasado demasiado rato metido en ese bar; creo que tengo los tímpanos
rotos —le colocó la mano en la parte interna del codo—. Comida... eso no vendrá
mal.
Echó a andar rápidamente por la acera de ladrillo, que estaba iluminada con
lámparas que colgaban de curvas farolas de hierro forjado. En la distancia oyó el
suave susurro del rompeolas. Una brisa removía los altos cipreses y las hojas de las
palmeras se agitaban y entrechocaban con el viento.
—He dicho que tenía hambre, no que estuviera muerta de hambre —dijo __tn sin
aliento.
—Lo siento —dijo él, reduciendo el paso—. ¿De qué conoces a Stefan?
—Lo conocí en Niza el año pasado. Diseña yates para los ricos.
—¿Te has acostado con él?
—No.
—¿Tienes yate?
Ella sonrió.
—Me mareo con sólo subirme a un bote.
—Pero si no fuera así, podrías permitirte uno de los yates diseñados por Stefan.
—Mi abuelo me dejó el grueso de su fortuna. Payton Steel. ¿Has oído hablar de la
compañía?
—Un negocio millonario —dijo Kevin mientras repetía el nombre en su memoria.
Entonces los padres de __tn habrían muerto. Y sin duda esa pérdida sería el
origen de la profunda soledad que a Kevin le parecía que afectaba a __tn.
—¿Tienes hermanos? —le preguntó para confirmar sus sospechas.
—No —respondió __tn.
—¿Entonces a qué te dedicas, __tn, aparte de a lo de «tantear el terreno»?
—No tengo necesidad de hacer nada más.
—No me vengas con cuentos —dijo Kevin con un convencimiento que no sabía de
dónde le había salido—. Eres demasiado inteligente para pasarte la vida de fiesta en
fiesta.
Habían llegado a la fachada iluminada del casino, con sus torretas y almenas.
—¿Dónde vamos a cenar? —preguntó __tn.
—Mi hotel está a unos minutos de aquí. Uno de los restaurantes está abierto toda
la noche.
—¡No pienso acostarme contigo, Kevin !
—No finjas que no quieres, por favor.
—Es un poco tarde para eso —le dijo ella con irritación.
—Tienes toda la razón. De todos modos, no he dicho que vaya a utilizar el servicio
de habitaciones, he dicho el restaurante. Luego te acompañaré directamente al hotel.
—Voy a salir a primera hora de la mañana —dijo ella.
—Estás cubriéndote por todos los ángulos, ¿verdad? —dijo él.
—Me estoy protegiendo. ¿Por qué no iba a hacerlo?
—Sin duda no te comportas como una mujer que vaya de hombre a hombre,
suelta y libre.
—¡Tú no eres como los demás!
Él se detuvo bajo una de las elegantes farolas, delante de una casa de estuco
rosada con preciosos balcones de hierro forjado y altas persianas blancas.
—¿En qué soy distinto?
—Eres demasiado intenso, demasiado convincente, demasiado... —vaciló—
turbador.
—Bueno, es un comienzo.
Un Ferrari rojo pasó junto a ellos, ahogando cualquier respuesta que ella pudiera
haberle dado. __tn le tiró del brazo y echó a andar calle arriba como si todos los
demonios que lo habían asaltado en el bar estuvieran detrás de ella. Ella tenía los
suyos propios, de eso estaba seguro. Podría haberse enterado de cuáles eran con un
mínimo esfuerzo; un buen detective desenterraría su pasado en veinticuatro horas.
Pero quería que fuera __tn quien le contara lo que la obsesionaba; por qué estaba tan
en contra de los compromisos.
Normalmente tenía muy poco interés en los motivos de las mujeres con las que
salía.
Su hotel tenía un patio de estuco exquisito lleno de árboles exóticos y arbustos en
flor, que conducía a un vestíbulo de suelos de mármol. El restaurante daba a los
acantilados cubiertos de vegetación y a las oscuras aguas del Mediterráneo. ¿Acaso
__tn no había comparado sus ojos a ese enigmático azul noche?
—Nunca me ha gustado Monaco —dijo Kevin con naturalidad—. Las filas de
edificios bajan hasta el borde mismo del mar; no hay espacio para respirar.
—¿Y adonde vas tú a respirar, Kevin ?
Ella estaba mirando el menú. Él paseó la mirada por sus facciones,
descubriéndolas de nuevo con secreta avidez.
__tn sintió su escrutinio y levantó la vista. Al ver la expresión de los ojos de él, se
ruborizó.
—Sólo tienes que mirarme... —empezó a decir ella con voz estrangulada.—¿Y...?
—Da igual. No es bueno para tu ego.
Él echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.
—Haces que me sienta como si fuera dueño de todo el principado de Mónaco —
dijo Kevin .
—¿Incluido el casino?
—El juego ha valido la pena, ¿no? Aquí estamos, disfrutando de una cena juntos.
Ella se mordió el labio inferior.
—No esperaba verte en el bar esta noche.
—¿Estás segura de que eso es verdad?
—La mayoría de los hombres no se habrían quedado —ella le lanzó una sonrisa
tremendamente triste—. Yo lo llamo «la prueba». Creí que no la pasarías.
Él sonrió.
—Eso es lo que supuse que te figurarías.
—¿Por qué te quedaste? —le soltó ella, sintiéndose sorprendida—. Con todo ese
ruido, tanta gente, horas y horas sin hacer nada salvo esperar... Ha debido de
resultarte odioso.
—Tú y yo estamos hechos el uno para el otro. En la cama. Por eso me he quedado.
__tn se puso tensa.
—Lo dices como si fuera una verdad inmutable.
—Lo es.
Los recortes de periódico siempre habían sido su primera defensa, «la prueba» la
segunda. Sólo tenía un arma más y ésa tenía que funcionar.
—Te he dicho que salgo con un montón de hombres diferentes, Kevin . Te guste o
no; porque no pienso cambiar ni por tí ni por nadie.
—Entonces la línea del frente está definida —dijo Kevin en tono bajo.
—Si los marinos tienen un amor en cada puerto, yo tengo un hombre en cada
ciudad importante de Europa —cerró la carta con fuerza—. Tomaré una ensalada
Nicoise con tapenade.
El camarero se materializó junto a la mesa.
—¿Madame? ¿Monsieur?
Después de pedir __tn, Kevin le pidió una botella de vino de la lista y se decidió
por un poco de adobo y jabalí al vino tinto con hierbas y ajo. Lo que necesitaba era
un poco de carne roja.
Como si no les hubieran interrumpido, él empezó a hablar.
—En primer lugar, no estoy saliendo con nadie y no tengo planes de hacerlo; eres
la única que me interesa. En segundo lugar, te he demostrado esta noche que soy
capaz de aguantar; de pasar tu ridícula «prueba» —permitió que parte de su rabia
saliera a la superficie—. ¿Cuándo será nuestra próxima cita? Y esta vez será en un día
específico a una hora concreta.
El camarero apareció con la botella que Kevin había pedido, un tinto de un castillo
al norte de la Borgoña. __tn se fijó en la etiqueta descuidadamente y de pronto se
quedó pálida y expresó evidente confusión con un suave gemido de desesperación.
—Debería habértelo consultado —dijo Kevin con cierto desconcierto—. ¿No te
gusta el Borgoña? Es un vino excelente, lo he tomado antes.
—No —murmuró ella—. Está bien. Yo... alguien que conozco es dueño de las
viñas, nada más.
Parecía como si estuviera a punto de echarse a llorar. ¿Sería el viticultor quien le
había hecho sufrir? Otro misterio, pensaba Kevin mientras llevaba a cabo el ritual de
oler el corcho y probar el vino.
Cuando les llevaron unas crujientes barras de pan caliente, Kevin alzó su copa.
—Por los espacios donde podamos respirar.
Ella alzó su copa como si estuviera a punto de tomar veneno.
—Por la libertad —le dijo ella, presa por un momento de una aflicción que crispó
su rostro.
Entonces se tomó la mitad del contenido de la copa de un trago; el camarero se la
rellenó inmediatamente.
—Mis padres han tenido desde siempre una casa en la costa de Maine. Un viejo y
entrañable lugar con una valla blanca frente al mar, con su playa privada y acres de
bosques. Siempre me ha encantado. El viento llega soplando desde Portugal y el aire
es tan puro que puedes llenarte los pulmones de sal y de niebla.
—Eres muy afortunado —dijo __tn en tono seco mientras daba otro sorbo de vino.
Kevin apenas estaba bebiendo. Quería estar totalmente alerta esa noche; no tenía ni
idea de lo que estaba pasando. ¿No era cierto que cada vez que la veía, se hundía un
poco más en el misterio que era __tn?
—Tuve la inmensa suerte de criarme mayormente en Maine —continuó Kevin ,
pasando a relatarle algunas de sus escapadas de niño por la rocosa costa, con la
esperanza de que ella se relajara.
El nivel de vino de la botella bajaba a un ritmo constante.
Sus platos llegaron a la mesa, pero a __tn se le había quitado el apetito.
—En las dos próximas semanas tengo trabajo; es un viaje por algunas de las
fábricas en Rusia y La Siberia que ha costado más de seis meses organizar. Pero
podríamos quedar después.
Ella dio otro trago de vino.
—Con mis condiciones —dijo ella en tono bajo.
—De momento —respondió Kevin en el mismo tono.
Implacable, pensaba ella. Inamovible. Irresistible. Debería echar a correr
rápidamente.
—La semana posterior a las dos siguientes estaré en Dinamarca. Podemos quedar
en los Jardines del Tívoli, en Copenhague; el mercadillo anual de Navidad estará ya
abierto.
—¿Qué vas a hacer en Dinamarca?
Ése era un secreto que no tenía intención de compartir con él.
—La libertad significa no tener que darle cuentas a nadie de cómo vive uno —dijo
__tn.
—¿O quiere decir, como dice la canción, que no tienes nada que perder?
—No puedes perder lo que nunca has tenido. Sírveme un poco más de vino, Kevin .
Mientras le servía, Kevin continuó hablando.
—Dijiste que tu abuelo te dejó su dinero. ¿Cuando murieron tus padres?
A ella se le cayó una anchoa del tenedor encima del plato.
—¿Si nos encontramos en el Tívoli, tienes pensado acostarte conmigo?
—Sí —dijo él—, ése es el plan.
—¿Y si digo que no?
—Entonces tendré que hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?
—El deseo está pasado de moda —dijo ella con la dignidad de alguien que se ha
tomado media botella de borgoña en poco rato—. Eso es lo único que hay entre
nosotros... el instinto más antiguo de la historia. En cuanto te lo quites de en medio,
te olvidarás de mí completamente. ¿Entonces qué saco yo de todo esto?
—¿Qué te parece la mejor relación sexual que hayas experimentado en toda tu
vida?
Con un estremecimiento interior de alegría que rayaba en la histeria, __tn supo
que no tendría casi nada con qué compararlo. Otro secreto que no iba a compartir
con él.
—Estás demasiado seguro de tí mismo.
Kevin no estaba tan seguro de sí mismo como aparentaba: por dentro estaba hecho
un lío y el jabalí podría haber sido una hamburguesa, de lo descentrado que estaba.
Ella era como el mercurio, difícil de definir. Ya se podía ir olvidando de analizarla de
algún modo racional.
El camarero apareció y le rellenó la copa a __tn.
—¿Querría el señor pedir otra botella?
—Monsieur no desea pedir otra botella —dijo __tn—. Madame ha bebido más que
suficiente.
Él no estuvo seguro de si tenía ganas de reírse de ella o de darle con la botella casi
vacía en la cabeza.
—Después de que practiquemos el sexo en Copenhague, porque no estamos
hablando de hacer el amor aquí, cada uno se va por su lado... ¿Es así como tú lo ves?
—Cuando practicas el sexo —dijo para eludir la pregunta—, pierdes interés. ¿No?
Desgraciadamente, ella se había acercado mucho a la verdad.
—¿Quién es el dueño de las viñas, __tn? ¿Y qué te hizo?
Ella dejó la copa con tanta rapidez sobre la mesa que se le vertió un poco de vino
en el dorso de la mano. El vino, rojo como la sangre, pensaba Kevin al tiempo que se
percataba de su leve temblor.
—Podrías averiguarlo fácilmente —dijo ella—. Y los dos lo sabemos.
—Podría. Pero no voy a hacerlo. Tú tienes derecho a tu privacidad. Además,
preferiría que me lo contaras tú.
—Como si eso fuera a ocurrir...
—La amargura no te sienta bien.
—No todo el mundo ha llevado una existencia tan encantadora como la tuya,
Kevin .
Él pensó en la habitación oscura y silenciosa, fría y húmeda.
—Supongo que he sido más afortunado que muchos —le dijo sin revelar sus
pensamientos.
Ella levantó la cabeza.
—He tocado tu talón de Aquiles, ¿verdad? —dijo ella—. Lo siento, Kevin .
Él tomó la servilleta y le limpió el vino de la mano, entonces le cubrió los dedos
con toda su mano. Las palabras que le salieron a continuación, fueron totalmente
inesperadas.
—¿Por qué me da la impresión de que eres la mujer más solitaria que he conocido
en mi vida?
—Basta —le dijo __tn, apretando el puño de un modo que conmovió a Kevin —. O
me pondré a llorar como una niña.
—Tengo dos hombros y están disponibles cada vez que quieras llorar en ellos —le
dijo él y sintió que nunca en su vida había dicho algo parecido a ese sencillo
ofrecimiento; jamás había deseado que ninguna mujer le llorara en el hombro, ni en
ninguna otra parte de su anatomía.
—Lo dices como si fuera tan fácil.
—__tn, ojalá me contaras lo que pasa.
—No puedo. No puedo nunca —retiró la mano y se limpió las lágrimas que se
estremecían sobre sus pestañas.
Al menos no estaba negando que algo iba mal. ¿Pero qué le habría hecho el dueño
de las viñas? ¿Y por qué le preocupaba a él, si apenas conocía a esa mujer?
—El Tívoli, dentro de tres semanas. ¿Dónde y cuándo?
—El primer sábado de diciembre a las cinco de la tarde. Sólo hay un santo patrón
de la temporada. Encuéntralo a él y me encontrarás a mí.
—Lo haré —dijo Kevin .
—Tal vez necesites conocer a otra persona mientras tanto —dijo __tn.
—Tal vez el casino se vaya a la quiebra.
—Tienes razón —resopló ella—. Contigo no me aburro. Quiero un trozo de tarta
de chocolate.
—¿Después de las anchoas? Te provocará pesadillas.
—Yo no sueño —dijo __tn en tono ligero—. ¿Tú sí? ¿Cuál es tu peor pesadilla?
No pensaba hablarle del cuarto subterráneo. ¿Cómo podía entonces poner reparos
a su silencio con el asunto del viticultor?
—Que mi madre pierda la receta de las tartaletas de salmón ahumado con salsa de
ruibarbo —dijo él de pronto.
La conversación pasó de la cocina a las posadas rurales y de ahí a los ganadores
del Festival de Cine de Cannes. Kevin pidió un taxi que la llevara al hotel Fontvieille.
Cuando cruzaban el patio para esperar el taxi, Kevin se fijó por primera vez en que
había dos enormes jaulas de pájaros pegadas a la pared del extremo, cada una
cubierta con un lienzo de lino.
—Seguramente son pájaros cantores —dijo él—. Siempre me ha parecido una
práctica de lo más bárbara encerrarlos dentro de sus jaulas.
Ella estaba totalmente de acuerdo.
—¿Por qué no los liberamos? —dijo __tn.
—Una idea estupenda —dijo Kevin con una sonrisa.
Pero cuando llegaron a las jaulas y retiraron los lienzos, vieron que en cada una de
ellas había un loro, uno azul y otro verde. Los dos estaban dormidos, con las cabezas
enterradas en su cuello.
—No podemos soltarlos, __tn. Estamos en el mes de noviembre. Se morirían de
frío.
—Sí —susurró __tn—. Morirían de frío —repitió mientras dejaba caer el paño
sobre la jaula.
Se sentía inmensamente triste.
El único deseo de él era consolarla, pensaba Kevin mientras le echaba el brazo por
los hombros. El contacto, cálido, insufriblemente íntimo, sacó a __tn de su
ensimismamiento; se retiró y lo miró con una expresión desprovista de emoción
alguna.
—El taxi estará esperando —dijo ella.
—Que espere. ¿Qué ocurre?
—Estoy cansada, he bebido mucho vino y quiero estar sola.
—No me importa con cuántos hombres salgas, estás sola demasiado tiempo. En la
jaula en que tú misma te has metido.
—¡Tú no sabes cómo es mi vida!
—Te he tratado lo suficiente como para hacer una suposición aproximada.
Con el semblante pálido de rabia y desesperada por alejarse de él, __tn dijo en
tono furioso:
—Si alguna vez te cansas de los molinos de viento, puedes empezar con la
psiquiatría.
Entonces se dio la vuelta y echó a andar apresuradamente a lo largo del estanque
ornamental con su fuente de filigrana. A la puerta, cuando se detuvo, Kevin la
alcanzó.
El taxi estaba esperando, con el motor encendido.
Kevin no estaba de humor para sutilezas.
—No puedes huir de mí —le dijo mientras la agarraba del brazo—. Lo sabes... y yo
también.
—Puedo huir cuando yo quiera.
—Asegúrate de que acabas en el Tivoli de aquí a tres semanas.
Con una explosiva mezcla de rabia y deseo, __tn le agarró la cara con una mano,
clavándole al hacerlo las uñas en la piel y lo besó apasionadamente en la boca.
Entonces abrió la puerta trasera del taxi y se sentó.
Kevin le sujetó la puerta con la risa brillándole en los ojos.
—Para mí la tierra acaba de dar un vuelco. ¿Para tí también, __tn?
—He tomado demasiado vino —respondió deseando que fuera la verdad y le dio
al taxista el nombre de su hotel—. Adiós, Kevin .
—Engañarse a uno mismo es muy peligroso —dijo él—. Te veo dentro de tres
semanas.
Mientras él cerraba la puerta con suavidad notó que sus facciones eran un
compendio de conflictivas emociones. El taxi se alejó y Kevin se quedó mirándolo
hasta que las luces desaparecieron a la vuelta de la esquina. Los loros seguirían en sus jaulas por la mañana. ¿Pero dónde estaría __tn?
ElitzJb
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
guuuuuaaauuuu!!!!! este juueegoo se poneee interesaaanteeeee!!!
aaaii siguelaa porfiiis
aaaii siguelaa porfiiis
chelis
Re: Juego de Seduccion Kevin Jonas y tu (TERMINADA)
Maraton 3/3
Capítulo 5
Copenhague a principios de diciembre le resultó inesperadamente gélido y una
capa de varios centímetros de nieve alfombraba la ciudad. Había volado desde
Latvia, así que llevaba un abrigo de piel vuelta y botas forradas de piel cuando cruzó
la entrada principal brillantemente iluminada de los Jardines del Tívoli, en
Vesterbrogade. Se sentía tan nervioso como un niño de siete años la mañana de
Navidad.
__tn había obsesionado sus pensamientos durante las tres últimas semanas.
Sólo le quedaba buscar a San Nicolás. Y a __tn.
Como había llegado con cuarenta y cinco minutos de antelación, tenía muchísimo
tiempo. Y aunque apenas hablaba unas frases en danés, la primera persona a la que
preguntó le contestó en un inglés impecable y le dio las indicaciones que necesitaba.
De modo que en diez minutos estaba de pie a un lado de un soportal que cobijaba
una manada de renos, sacos de juguetes y a un San Nicolás vestido de rojo con una
barba blanca y gafas de montura dorara.
Un grupo de niños se arremolinaba alrededor de las rodillas de San Nicolás,
mientras sus padres los observaban desde los laterales.
De detrás de un enorme trineo rojo salió una mujer con los brazos cargados de
paquetes. Se los pasó a algunos de los ayudantes de San Nicolás y entonces se agachó
para hablar con una niña. Otra niña la agarró de la manga y al momento un grupo de
niños reía a su alrededor.
Kevin permaneció muy quieto en las sombras del edifició. Ésa era una faceta de
__tn que no había visto aún y que jamás habría sospechado. Parecía muy a gusto;
parecía, pensaba Kevin , como si amara a los niños; y eso que __tn era una mujer que
no podía contemplar la posibilidad de comprometerse.
Algo más que añadir al enigma que era __tn.
Entonces __tn echó un vistazo a su reloj y se puso de pie. Un niño pequeño estaba
sentado en una de las rodillas de San Nicolás y __tn lo tomó en brazos y se lo llevó a
su madre. San Nicolás le dijo algo a __tn y ella se echó a reír y le dio un tirón de la
barba. Entonces volvió a su tarea de sacar regalos del trineo.
Bajo su traje rojo y su barba blanca, San Nicolás podría ser cualquiera. Por
ejemplo, uno de los hombres con los que ella tanteaba el terreno.
Kevin miró su reloj. Eran las cinco menos cinco, hora de hacer su aparición. Así
que entró en el soportal.
Cuando __tn apareció de detrás del trineo para continuar pasando los regalos a
los ayudantes, él le dijo con voz clara:
—Goddag, __tn. Es la mitad de lo que sé de danés.
Aunque __tn había estado esperándolo, se dio un pequeño susto al oír su voz,
como siempre desconcertada por su mera presencia, tan cargada de aquel
magnetismo animal.
—Hej, Kevin ... Entonces, has venido.
—¿Acaso esperabas otra cosa?
—No lo había pensado demasiado, la verdad —le dijo ella con altanería.
—Se te da muy mal mentir —dijo él, que la miró de arriba abajo, tomándose su
tiempo. Llevaba puesta una chaqueta tres cuartos de cachemir verde que resaltaba el
color fuego de su cabello.
Él se quitó el guante y le puso la mano en la mejilla, que ella tenía enrojecida del
frío.
—Ni se te ocurra besarme delante de todos estos niños —dijo __tn con menos
empeño del debido.
—El beso que tengo en mente darte, no.
Ella se sonrojó de nuevo, ya que se imaginaba vivamente ese beso.
—Sólo piensas en una cosa —dijo ella fingiendo un mohín.
—¿Cómo estás? —le preguntó él bruscamente.
Ella abrió mucho los ojos con gesto inocente.
—Aquí estoy, haciendo mis tareas de Navidad temprano para terminar antes —
dijo—. Estoy bien.
¿Así que __tn tenía la intención de comportarse de ese modo? En la superficie,
todo ligero y fácil...
¿Pero cuándo se había él echado atrás ante un reto?
—Estás preciosa, sexy y totalmente bella —le dijo él—. ¿Soy el primer hombre que
te lo ha dicho hoy?
—En realidad sí que lo eres.
—San Nicolás debe de estar ciego... ¿Lo conoces desde hace mucho tiempo?
Ella lo miró.
—Desde hace tres años.
La pregunta se le escapó antes de que le diera tiempo a reprimirla:
—¿Te has acostado con él?
—Hay niños por aquí —le soltó ella con fastidio—. Caminemos un rato, me
encanta mirar todas las luces.
—Vamos —respondió él en tono agradable.
Pero en cuanto salieron, Kevin la condujo entre las sombras de un enorme árbol de
hoja perenne y le dio un beso alimentado por tres semanas de frustración sexual y de
continuos sueños eróticos.
A pesar de que sus intenciones habían sido otras, __tn le agarró del cuello del
abrigo y deslizó la lengua sobre la suya. A partir de entonces se olvidó de todo.
Un calor intenso recorrió a Kevin ; un calor ardiente que lo turbaba con su
exigencia. Quería arrastrarla detrás de unos árboles y hacerle el amor contra uno de
ellos. Hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera respirar, hasta que las
sensaciones saturaran sus cuerpos... Y mientras tanto continuaba saboreando los
movimientos de su lengua, la dulzura de su boca, la suavidad de sus labios
apretándose contra los suyos.
Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, Kevin echó la cabeza hacia atrás.
—Si no dejamos esto ahora mismo —jadeó—, vamos a tener que echarnos al suelo
bajo éste árbol.
La rápida respiración de __tn formaba leves bocanadas blancas en el aire frío.
—Se me estropearía el abrigo —dijo __tn sin aliento.
—Desde luego merecemos algo mejor que una cama de pinchos para la primera
vez que hagamos el amor.
—¡No vamos a hacer el amor... jamás!
—Aún no has contestado a mi pregunta.
—Ya se me ha olvidado lo que me has preguntado —murmuró __tn.
—¿Ese alegre San Nicolás, ha sido uno de tus amantes?
Ella se puso colorada.
—Yo no te pregunto sobre tu vida sexual.
—Me enseñaste los recortes de periódico, de modo que no espero que seas virgen;
tienes veintiséis años y un pasado. Pero estoy seguro de que no quiero estar
topándome con ex amantes tuyos a cada paso que demos.
—Te oigo perfectamente, Kevin —le soltó ella mientras se preguntaba si en su vida
se había sentido tan molesta como en ése momento—. Si sigues subiendo la voz te va
a oír todo el mundo.
Él la tomó de la mano, se apartaron de los árboles y cambió de tema adrede.
—Acabo de llegar de Latvia; llegué hasta allí desde Moscú. Hacía muchísimo frío.
Su perfil, afilado como el de un halcón, se recortaba contra las luces.
—¿Qué estabas haciendo en Latvia?
De un modo entretenido, Kevin empezó a relatarle las vicisitudes de las tres
últimas semanas y fue recompensado por la risa de __tn. Pasearon por algunas de las
boutiques del mercado, donde __tn se detuvo repentinamente junto a una mesa
alargada. Agarró un pequeño broche de esmalte en forma de oso de peluche.
—Lo voy a comprar para tí —dijo ella—. Aunque tú no te parezcas a un osito.
—No lo creo —respondió Kevin , muy complacido con aquel sencillo gesto.
Ella sacó su tarjeta de crédito.
—Será un recuerdo de la Navidad en los Jardines del Tívoli.
—¿Crees de verdad que me olvidaría de esto?
—Ja —dijo ella—. Los hombres tienen poca memoria —le prendió el broche al
cuello de la camisa con expresión de concentración.
Le rozó el cuello con la punta de los dedos; al estar tan cerca de él, le llegó el
aroma de su perfume, elaborado y seductor.
—Tak... Ésa es la otra palabra que conozco en danés. Tengo algo para ti; los vi en
la Quinta Avenida.
Sacó un pequeño estuche del bolsillo. __tn pestañeó al ver el nombre de la joyería.
Dentro del estuche había unos pendientes de oro en forma de pájaro con las alas
extendidas.
—Son libres...
—Sí, por eso te los compré.
Por un instante __tn se preguntó si se iba a echar a llorar. Así que enseguida
guardó la caja en su bolso de cuero negro y controló sus emociones.
—Son preciosos, gracias.
Kevin se dio cuenta de que sus defensas eran muy fuertes. ¿Pero para qué había
ido allí, sino para averiguar cómo echarlas abajo?
—Caminemos un poco más —dijo Kevin .
Siguieron la circunferencia del lago. Al otro lado, un grupo de adolescentes mal
vestidos aparecieron delante de ellos; __tn se puso tensa y se le ocurrió que tenía que
retroceder o hacer algo antes de que la vieran.
Pero era demasiado tarde. La chica que iba delante, que tenía pendientes en la
nariz, en las orejas y en el labio inferior, gritó el nombre de __tn y echó a correr hacia
ella mientras se lanzaba a hablar en danés a toda velocidad. Los demás chicos
también se acercaron corriendo y rodearon a __tn, muy contentos de haberla visto.
Cuando se despidieron de ella un par de minutos después, Kevin le preguntó con
naturalidad:
—¿De qué estabais hablando?
—¿De verdad no entiendes el danés? —dijo __tn—. ¿Sólo las dos palabras que me
has dicho?
—Nada más.
Ella decidió contarle sólo parte de la verdad.
—Piden junto a la estación. Una vez les di dinero y me puse a hablar con ellos. Eso
es todo.
—No lo creo —dijo él en tono seco.
—¿Me estás llamando mentirosa?
—Cuéntame el resto de la historia, __tn.
—Me cayeron bien —dijo ella—. Lo arreglé para que puedan dormir en un hostal
a expensas mías —que también era una verdad a medias—. ¿Podemos hablar de otra
cosa?
—Qué amable por tu parte —dijo él.
—¿Con la cantidad de dinero que tengo? —respondió __tn.
—Te has implicado personalmente; por eso es un gesto amable. Cualquiera que
tenga dinero puede regalarlo.
De pronto relacionó en su mente aquel tema con Belle. Belle también se implicaba
como __tn. ¿Sería ésa la naturaleza del vínculo entre las dos?
Misterios y más misterios.
—Vamos a buscar algún sitio donde podamos sentarnos.
—Hay un restaurante muy elegante en mi hotel —dijo __tn en tono tirante.
Seducirlo no parecía su propósito y Kevin se dijo que su atuendo no era formal.
—He visto un sitio que me ha gustado cerca del auditorio —dijo él.
Y en cinco minutos estaban sentados en una pintoresca casita de campo donde
tenían el menú en inglés y en danés.
—Todavía no has contestado a mi pregunta —le dijo Kevin después de pedir—.
Así que la voy a contestar yo. Me apuesto lo que quieras a que no te has acostado con
San Nicolás.
__tn lo miró con cautela. Por supuesto, tenía razón.
—¿Por qué lo dices?
—¿Te acuerdas de las fotos de las revistas que me enseñaste? Bien, cuanto más te
trato, menos me inclino a creer que puedan ser evidencia de tu... cómo llamarla,
promiscuidad —Kevin hizo una pausa, conmovido como siempre por la inteligencia
de su mirada y la vulnerable curva de sus labios—. Tú tienes algo especial... —
continuó él despacio—. Una ingenuidad que te sale de dentro.
__tn se deslizó hacia delante y le respondió en tono irritado.
—Puedes creer lo que quieras.
—Las pantallas de humo son... tu especialidad.
—Ya conoces el dicho ése de que no hay humo sin fuego.
—Tú no has sabido lo que era un fuego hasta que me has conocido a mí.
—¿Cómo puedes decir eso? —le respondió con cierta indignación.
—La primera vez que te besé te entró un miedo horrible... Fue en el Muelle del
Pescador, ¿recuerdas? Y eso fue porque desperté a la mujer apasionada que llevas
dentro. Una mujer que no tiene nada que ver con la de esos recortes de periódico.
—Deberías estar escribiendo libros —comentó ella con sarcasmo—. La ficción es tu
especialidad.
—Nada de lo que me enseñes me va a convencer de que seas una mujer inestable y
coqueta, que cambia de hombre como quien se cambia de zapatos. No concuerda con
la __tn que estoy empezando a conocer: la que quiere dejar en libertad a unos
pájaros, la que habla con unos adolescentes, la que ayuda a los demás —aspiró
hondo—. Creo que ésa es la __tn verdadera.
—¡Estás complicándolo todo!
—Eres una pura contradicción, __tn. Según tú, te acuestas con cualquiera. Sin
embargo, no me permites que me acerque a tí. Yo...
El camarero se acercó en ese momento con lo que habían pedido. Kevin se pasó la
mano por el pelo.
Se sentía frustrado, inquieto y confuso. Lo único que no tenía era hambre.
Cuando el camarero desapareció, __tn alargó el brazo impulsivamente y colocó su
mano sobre la de Kevin .
—Esto es lo que yo temía, hacerte daño —dijo ella con agitación—. Por eso hice lo
posible por rechazarte la primera vez que nos conocimos.
Tenía los dedos finos y sin anillos y las uñas de un suave color rosado. Kevin vio
sus finas venas azuladas bajo la piel marfileña. Como si no pudiera evitarlo, se llevó
su mano a los labios y cerró los ojos mientras aspiraba su aroma y sentía el calor en
su piel, íntimo y deseado. Se le aceleró el pulso y se excitó en un segundo.
Cuando levantó la vista, la mirada de __tn le llegó hondo; una mirada brillante de
deseo y de anhelo desconsolado. En sus pestañas había lágrimas y sus ojos turquesa
eran tan vulnerables como jamás los había visto. ¿Si una simple caricia la conmovía
de tal modo, qué no le haría el acto de amor?
Sólo había un modo de averiguarlo.
—No soy como el resto de tus hombres; no voy a reaccionar a tu capricho ni a
desaparecer convenientemente cuando te parezca. Tú misma has dicho que soy
diferente. ¿Así que, por qué no pruebas algo distinto? Radicalmente distinto. La
exclusividad. Conmigo.
Ella retiró la mano y se enjugó las lágrimas, sabiendo que su caricia la había
tocado en un lugar que ella hacía lo posible para que permaneciera intacto.
—Cada vez que estoy cerca de tí deseo tan desesperadamente hacer el amor... eso
a pesar del miedo que me das. Pero yo no me comprometo, Kevin . Con nadie.
—Pasa las Navidades con mi familia y conmigo. Conóceme. Tal vez así podrás
cambiar de opinión.
Ella tomó el tenedor y sacó un mejillón del caparazón.
—Siempre paso las Navidades con unos amigos en Trinidad —le dijo en tono
contenido—. Ni San Nicolás, ni pavo para cenar, ni nieve, ni niños.
—¿Nada de familia?
—De familia menos.
Recordó cómo había tomado al pequeño en brazos; cómo ese niño se había reído
con ella.
—¿No quieres tener hijos?
Ella se estremeció levemente.
—Tal vez algún día.
—Entonces vas a tener que comprometerte, ¿verdad? —dijo él, y por una vez ella
no supo qué responderle.
Él empezó a comer, notando que ella apenas había probado el vino esa noche. Era
él quien tenía ganas de emborracharse. Estaba seguro de que jamás había conocido a
una mujer tan testaruda como __tn Chardin.
Después de cenar tomaron un taxi al hotel; __tn se sentó lo más lejos posible de él.
El taxi se detuvo delante de un edificio rococó que albergaba un hotel llamado
Den Lille Havfrue, La Sirenita.
—Era la hija de un rey del mar que se perdió cuando se enamoró de un humano —
dijo __tn con cierto nerviosismo; entonces el pánico se apoderó de ella al ver que
Kevin se echaba la mano al bolsillo para sacar la cartera—. No tienes necesidad de
salir —le dijo apresuradamente.
—Te acompaño adentro —dijo él y pagó al taxista.
__tn no quería que Kevin la acompañara al hotel; sobre todo cuando su propio
cuerpo la traicionaba de ese modo.
Cuando __tn empezó a charlar de por qué le gustaba el hotel y de lo céntrico que
estaba, Kevin se dio cuenta de su nerviosismo. El portero de abrigo color ciruela
oscuro les abrió la puerta para que accedieran al vestíbulo, donde unas columnas
doradas rodeaban una mesa antigua con un ramo de lilas en el centro.
__tn se volvió hacia Kevin y se dirigió a él en un tono más chillón que de
costumbre.
—Buenas noches.
—No hemos quedado para nuestra próxima cita. Y no vamos a hacerlo en un lugar
público. ¿En qué planta está tu habitación?
Tenía ganas de echarse a llorar o de ponerse a gritar, pero eso echaría por tierra la
reputación de la que gozaba allí.
—Mi suite está en el último piso.
Cuando entraron en la suite, Kevin paseó la mirada por la habitación. Más
elegancia rococó. La puerta del dormitorio estaba abierta de par en par. A través de
ella, vio la amplia cama con un dosel y unas cortinas de brocado en color ciruela.
Se le aceleró el corazón y se volvió a mirar a __tn. Llevaba un vestido negro de
corte severo, que sin embargo resultaba más provocativo por el modo en que le ceñía
las caderas y los pechos suavemente. Se quitó las botas con torpeza, dejando al
descubierto el pronunciado arco de sus pies, las piernas esbeltas embutidas en las
finas medias negras.
Bajo la compostura superficial, parecía de pronto aterrorizada.
Un puño de hielo le apretó el corazón. ¿Cómo podía seducirla cuando parecía una
criatura temerosa?
—__tn, yo no obligo a las mujeres —le dijo rotundamente—. No es mi estilo. Sólo
te acostarás conmigo por voluntad propia. Así que no hace falta que tengas tanto
miedo.
—Es a mí misma a quien temo —dijo ella con espanto—. Pensaba que eso lo
sabías.
Con un leve chasquido con el que le trasmitió compasión, Kevin la tomó entre sus
brazos. Ella se quedó rígida. Él le acarició el pelo con una mano, le levantó la barbilla
y la besó en la boca con suavidad.
Kevin se dijo que jamás había besado a una mujer con aquella necesidad tan
enorme de consolarla.
Su cuerpo se relajó poco a poco; sus labios cálidos se abrieron a él como una flor.
Con todo el control que le fue posible, Kevin retrocedió mientras pensaba que nunca
había hecho algo tan difícil.
—Florencia —dijo él—. Dentro de diez días. La casa que tengo allí es pequeña,
pero tiene calefacción central.
Deseosa de sentir el roce de sus labios, __tn lo miró con incredulidad.
—¿Florencia? —dijo con voz estrangulada—. ¿Nuestra próxima cita?
—Sí, dulce __tn. Hazme un favor, ¿quieres? No salgas con nadie entretanto.
Estuvo a punto de ceder a la debilidad. Se había sentido a salvo entre sus brazos,
pensaba con pesar. Protegida. Sin embargo, nada de lo que había vivido la animaba a
confiar ni en una cosa ni en otra.
—Me estás encarcelando, Kevin . Como a los pájaros.
—Si eso es lo que de verdad crees, entonces estás metida en un lío.
Ella le contestó con verdadera desesperación.
—Si seguimos viéndonos, cada vez nos implicaremos más y más.
—Eso es —dijo Kevin de manera inflexible—. Te daré mi dirección de Florencia y
estaré esperándote en el aeropuerto.
—Me agotas —murmuró __tn.
Sabía que sus palabras estaban llenas de derrota; como las que diría la cobarde que
él le había acusado de ser.
Podría enfrentarse a Kevin Jonas, decidió con un gesto de desafío, empeñada
en que podría ser igual de cabezota que él.
—Me encanta Florencia —dijo con tranquilidad—. Siempre me ha encantado.
—Junto con Nueva York, es mi ciudad favorita —dijo él.
—No soy responsable si sufres, Kevin .
—Todos somos responsables de las consecuencias de nuestras acciones.
—El Museo del Vestido está en una calle al norte de Ponte Vecchio —le dijo ella
rápidamente—. Nos encontraremos allí a las tres de la tarde del día dieciséis.
—¿Me prometes que no habrá nadie hasta entonces?
—Si estás hablando de sexo, es muy poco probable que ocurra en los próximos
diez días —le dijo ella con las mejillas encendidas—. Pero tengo dos citas para cenar
que no voy a cancelar; no voy a permitir que me limites en lo que hago.
Kevin se olvidó de todas sus buenas intenciones, se acercó y la abrazó y besó sus
labios entreabiertos con feroz avidez; ella le respondió instantáneamente con un
fervor que le aceleró el pulso. Su mano encontró las dulces montañas de sus pechos,
donde sus pezones estaban ya tan prietos como los capullos antes de florecer. Ella
gimió mientras apretaba las caderas contra su recia erección.
Si no se marchaba en ese momento, Kevin supo que se perdería.
Con sus condiciones, se decía Kevin . Se apartó de ella y le habló con calma y
seguridad.
—Entonces te doy las buenas noches.
—¿No... no te vas a quedar? —pronunció __tn, que ardía con un deseo del que no
se habría creído capaz.
—Eso es.
—¿Entonces por qué me has besado? —le preguntó echando chispas por los ojos—
. ¿Por qué me haces esto?
—¿Hubieras preferido que hubiéramos mantenido esta discusión en el vestíbulo?
—Hubiera preferido que te hubieras quedado en el taxi —dijo ella con amargura.
—Esperaba que, estando cerca de la cama, pudieras asegurarme que no quedarías
con nadie en estos diez días —le dijo con la misma rabia—. No parece mucho pedir.
—No son los diez días. ¡Es por principios, Kevin !
—En mi opinión —continuó Kevin —, es más bien una falta de principios.
—Entonces lo de Florencia olvídalo —dijo en tono indescifrable.
—En absoluto —respondió él—. Soy más terco que una muía, __tn. Nos vemos
dentro de diez días en el museo. Que duermas bien... Y si sueñas, que sea conmigo.
En sus ojos brillaba una enorme turbación, una mezcla de desesperación y
frustración. Desesperado por alejarse de ella, porque sabía que si no lo hacía
acabarían en la cama a pesar de todo lo que le había dicho, Kevin salió de la
habitación y cerró la puerta con determinación. Bajó las escaleras corriendo y salió a
la fría noche. Solo.
Era, estaba seguro, el primer hombre que se había alejado de los deliciosos brazos
de __tn Chardin. Eso hacía de él un idiota.
chicas espero y les alla gustado besitos luego coloco mas cpaitulos :)
Capítulo 5
Copenhague a principios de diciembre le resultó inesperadamente gélido y una
capa de varios centímetros de nieve alfombraba la ciudad. Había volado desde
Latvia, así que llevaba un abrigo de piel vuelta y botas forradas de piel cuando cruzó
la entrada principal brillantemente iluminada de los Jardines del Tívoli, en
Vesterbrogade. Se sentía tan nervioso como un niño de siete años la mañana de
Navidad.
__tn había obsesionado sus pensamientos durante las tres últimas semanas.
Sólo le quedaba buscar a San Nicolás. Y a __tn.
Como había llegado con cuarenta y cinco minutos de antelación, tenía muchísimo
tiempo. Y aunque apenas hablaba unas frases en danés, la primera persona a la que
preguntó le contestó en un inglés impecable y le dio las indicaciones que necesitaba.
De modo que en diez minutos estaba de pie a un lado de un soportal que cobijaba
una manada de renos, sacos de juguetes y a un San Nicolás vestido de rojo con una
barba blanca y gafas de montura dorara.
Un grupo de niños se arremolinaba alrededor de las rodillas de San Nicolás,
mientras sus padres los observaban desde los laterales.
De detrás de un enorme trineo rojo salió una mujer con los brazos cargados de
paquetes. Se los pasó a algunos de los ayudantes de San Nicolás y entonces se agachó
para hablar con una niña. Otra niña la agarró de la manga y al momento un grupo de
niños reía a su alrededor.
Kevin permaneció muy quieto en las sombras del edifició. Ésa era una faceta de
__tn que no había visto aún y que jamás habría sospechado. Parecía muy a gusto;
parecía, pensaba Kevin , como si amara a los niños; y eso que __tn era una mujer que
no podía contemplar la posibilidad de comprometerse.
Algo más que añadir al enigma que era __tn.
Entonces __tn echó un vistazo a su reloj y se puso de pie. Un niño pequeño estaba
sentado en una de las rodillas de San Nicolás y __tn lo tomó en brazos y se lo llevó a
su madre. San Nicolás le dijo algo a __tn y ella se echó a reír y le dio un tirón de la
barba. Entonces volvió a su tarea de sacar regalos del trineo.
Bajo su traje rojo y su barba blanca, San Nicolás podría ser cualquiera. Por
ejemplo, uno de los hombres con los que ella tanteaba el terreno.
Kevin miró su reloj. Eran las cinco menos cinco, hora de hacer su aparición. Así
que entró en el soportal.
Cuando __tn apareció de detrás del trineo para continuar pasando los regalos a
los ayudantes, él le dijo con voz clara:
—Goddag, __tn. Es la mitad de lo que sé de danés.
Aunque __tn había estado esperándolo, se dio un pequeño susto al oír su voz,
como siempre desconcertada por su mera presencia, tan cargada de aquel
magnetismo animal.
—Hej, Kevin ... Entonces, has venido.
—¿Acaso esperabas otra cosa?
—No lo había pensado demasiado, la verdad —le dijo ella con altanería.
—Se te da muy mal mentir —dijo él, que la miró de arriba abajo, tomándose su
tiempo. Llevaba puesta una chaqueta tres cuartos de cachemir verde que resaltaba el
color fuego de su cabello.
Él se quitó el guante y le puso la mano en la mejilla, que ella tenía enrojecida del
frío.
—Ni se te ocurra besarme delante de todos estos niños —dijo __tn con menos
empeño del debido.
—El beso que tengo en mente darte, no.
Ella se sonrojó de nuevo, ya que se imaginaba vivamente ese beso.
—Sólo piensas en una cosa —dijo ella fingiendo un mohín.
—¿Cómo estás? —le preguntó él bruscamente.
Ella abrió mucho los ojos con gesto inocente.
—Aquí estoy, haciendo mis tareas de Navidad temprano para terminar antes —
dijo—. Estoy bien.
¿Así que __tn tenía la intención de comportarse de ese modo? En la superficie,
todo ligero y fácil...
¿Pero cuándo se había él echado atrás ante un reto?
—Estás preciosa, sexy y totalmente bella —le dijo él—. ¿Soy el primer hombre que
te lo ha dicho hoy?
—En realidad sí que lo eres.
—San Nicolás debe de estar ciego... ¿Lo conoces desde hace mucho tiempo?
Ella lo miró.
—Desde hace tres años.
La pregunta se le escapó antes de que le diera tiempo a reprimirla:
—¿Te has acostado con él?
—Hay niños por aquí —le soltó ella con fastidio—. Caminemos un rato, me
encanta mirar todas las luces.
—Vamos —respondió él en tono agradable.
Pero en cuanto salieron, Kevin la condujo entre las sombras de un enorme árbol de
hoja perenne y le dio un beso alimentado por tres semanas de frustración sexual y de
continuos sueños eróticos.
A pesar de que sus intenciones habían sido otras, __tn le agarró del cuello del
abrigo y deslizó la lengua sobre la suya. A partir de entonces se olvidó de todo.
Un calor intenso recorrió a Kevin ; un calor ardiente que lo turbaba con su
exigencia. Quería arrastrarla detrás de unos árboles y hacerle el amor contra uno de
ellos. Hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera respirar, hasta que las
sensaciones saturaran sus cuerpos... Y mientras tanto continuaba saboreando los
movimientos de su lengua, la dulzura de su boca, la suavidad de sus labios
apretándose contra los suyos.
Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, Kevin echó la cabeza hacia atrás.
—Si no dejamos esto ahora mismo —jadeó—, vamos a tener que echarnos al suelo
bajo éste árbol.
La rápida respiración de __tn formaba leves bocanadas blancas en el aire frío.
—Se me estropearía el abrigo —dijo __tn sin aliento.
—Desde luego merecemos algo mejor que una cama de pinchos para la primera
vez que hagamos el amor.
—¡No vamos a hacer el amor... jamás!
—Aún no has contestado a mi pregunta.
—Ya se me ha olvidado lo que me has preguntado —murmuró __tn.
—¿Ese alegre San Nicolás, ha sido uno de tus amantes?
Ella se puso colorada.
—Yo no te pregunto sobre tu vida sexual.
—Me enseñaste los recortes de periódico, de modo que no espero que seas virgen;
tienes veintiséis años y un pasado. Pero estoy seguro de que no quiero estar
topándome con ex amantes tuyos a cada paso que demos.
—Te oigo perfectamente, Kevin —le soltó ella mientras se preguntaba si en su vida
se había sentido tan molesta como en ése momento—. Si sigues subiendo la voz te va
a oír todo el mundo.
Él la tomó de la mano, se apartaron de los árboles y cambió de tema adrede.
—Acabo de llegar de Latvia; llegué hasta allí desde Moscú. Hacía muchísimo frío.
Su perfil, afilado como el de un halcón, se recortaba contra las luces.
—¿Qué estabas haciendo en Latvia?
De un modo entretenido, Kevin empezó a relatarle las vicisitudes de las tres
últimas semanas y fue recompensado por la risa de __tn. Pasearon por algunas de las
boutiques del mercado, donde __tn se detuvo repentinamente junto a una mesa
alargada. Agarró un pequeño broche de esmalte en forma de oso de peluche.
—Lo voy a comprar para tí —dijo ella—. Aunque tú no te parezcas a un osito.
—No lo creo —respondió Kevin , muy complacido con aquel sencillo gesto.
Ella sacó su tarjeta de crédito.
—Será un recuerdo de la Navidad en los Jardines del Tívoli.
—¿Crees de verdad que me olvidaría de esto?
—Ja —dijo ella—. Los hombres tienen poca memoria —le prendió el broche al
cuello de la camisa con expresión de concentración.
Le rozó el cuello con la punta de los dedos; al estar tan cerca de él, le llegó el
aroma de su perfume, elaborado y seductor.
—Tak... Ésa es la otra palabra que conozco en danés. Tengo algo para ti; los vi en
la Quinta Avenida.
Sacó un pequeño estuche del bolsillo. __tn pestañeó al ver el nombre de la joyería.
Dentro del estuche había unos pendientes de oro en forma de pájaro con las alas
extendidas.
—Son libres...
—Sí, por eso te los compré.
Por un instante __tn se preguntó si se iba a echar a llorar. Así que enseguida
guardó la caja en su bolso de cuero negro y controló sus emociones.
—Son preciosos, gracias.
Kevin se dio cuenta de que sus defensas eran muy fuertes. ¿Pero para qué había
ido allí, sino para averiguar cómo echarlas abajo?
—Caminemos un poco más —dijo Kevin .
Siguieron la circunferencia del lago. Al otro lado, un grupo de adolescentes mal
vestidos aparecieron delante de ellos; __tn se puso tensa y se le ocurrió que tenía que
retroceder o hacer algo antes de que la vieran.
Pero era demasiado tarde. La chica que iba delante, que tenía pendientes en la
nariz, en las orejas y en el labio inferior, gritó el nombre de __tn y echó a correr hacia
ella mientras se lanzaba a hablar en danés a toda velocidad. Los demás chicos
también se acercaron corriendo y rodearon a __tn, muy contentos de haberla visto.
Cuando se despidieron de ella un par de minutos después, Kevin le preguntó con
naturalidad:
—¿De qué estabais hablando?
—¿De verdad no entiendes el danés? —dijo __tn—. ¿Sólo las dos palabras que me
has dicho?
—Nada más.
Ella decidió contarle sólo parte de la verdad.
—Piden junto a la estación. Una vez les di dinero y me puse a hablar con ellos. Eso
es todo.
—No lo creo —dijo él en tono seco.
—¿Me estás llamando mentirosa?
—Cuéntame el resto de la historia, __tn.
—Me cayeron bien —dijo ella—. Lo arreglé para que puedan dormir en un hostal
a expensas mías —que también era una verdad a medias—. ¿Podemos hablar de otra
cosa?
—Qué amable por tu parte —dijo él.
—¿Con la cantidad de dinero que tengo? —respondió __tn.
—Te has implicado personalmente; por eso es un gesto amable. Cualquiera que
tenga dinero puede regalarlo.
De pronto relacionó en su mente aquel tema con Belle. Belle también se implicaba
como __tn. ¿Sería ésa la naturaleza del vínculo entre las dos?
Misterios y más misterios.
—Vamos a buscar algún sitio donde podamos sentarnos.
—Hay un restaurante muy elegante en mi hotel —dijo __tn en tono tirante.
Seducirlo no parecía su propósito y Kevin se dijo que su atuendo no era formal.
—He visto un sitio que me ha gustado cerca del auditorio —dijo él.
Y en cinco minutos estaban sentados en una pintoresca casita de campo donde
tenían el menú en inglés y en danés.
—Todavía no has contestado a mi pregunta —le dijo Kevin después de pedir—.
Así que la voy a contestar yo. Me apuesto lo que quieras a que no te has acostado con
San Nicolás.
__tn lo miró con cautela. Por supuesto, tenía razón.
—¿Por qué lo dices?
—¿Te acuerdas de las fotos de las revistas que me enseñaste? Bien, cuanto más te
trato, menos me inclino a creer que puedan ser evidencia de tu... cómo llamarla,
promiscuidad —Kevin hizo una pausa, conmovido como siempre por la inteligencia
de su mirada y la vulnerable curva de sus labios—. Tú tienes algo especial... —
continuó él despacio—. Una ingenuidad que te sale de dentro.
__tn se deslizó hacia delante y le respondió en tono irritado.
—Puedes creer lo que quieras.
—Las pantallas de humo son... tu especialidad.
—Ya conoces el dicho ése de que no hay humo sin fuego.
—Tú no has sabido lo que era un fuego hasta que me has conocido a mí.
—¿Cómo puedes decir eso? —le respondió con cierta indignación.
—La primera vez que te besé te entró un miedo horrible... Fue en el Muelle del
Pescador, ¿recuerdas? Y eso fue porque desperté a la mujer apasionada que llevas
dentro. Una mujer que no tiene nada que ver con la de esos recortes de periódico.
—Deberías estar escribiendo libros —comentó ella con sarcasmo—. La ficción es tu
especialidad.
—Nada de lo que me enseñes me va a convencer de que seas una mujer inestable y
coqueta, que cambia de hombre como quien se cambia de zapatos. No concuerda con
la __tn que estoy empezando a conocer: la que quiere dejar en libertad a unos
pájaros, la que habla con unos adolescentes, la que ayuda a los demás —aspiró
hondo—. Creo que ésa es la __tn verdadera.
—¡Estás complicándolo todo!
—Eres una pura contradicción, __tn. Según tú, te acuestas con cualquiera. Sin
embargo, no me permites que me acerque a tí. Yo...
El camarero se acercó en ese momento con lo que habían pedido. Kevin se pasó la
mano por el pelo.
Se sentía frustrado, inquieto y confuso. Lo único que no tenía era hambre.
Cuando el camarero desapareció, __tn alargó el brazo impulsivamente y colocó su
mano sobre la de Kevin .
—Esto es lo que yo temía, hacerte daño —dijo ella con agitación—. Por eso hice lo
posible por rechazarte la primera vez que nos conocimos.
Tenía los dedos finos y sin anillos y las uñas de un suave color rosado. Kevin vio
sus finas venas azuladas bajo la piel marfileña. Como si no pudiera evitarlo, se llevó
su mano a los labios y cerró los ojos mientras aspiraba su aroma y sentía el calor en
su piel, íntimo y deseado. Se le aceleró el pulso y se excitó en un segundo.
Cuando levantó la vista, la mirada de __tn le llegó hondo; una mirada brillante de
deseo y de anhelo desconsolado. En sus pestañas había lágrimas y sus ojos turquesa
eran tan vulnerables como jamás los había visto. ¿Si una simple caricia la conmovía
de tal modo, qué no le haría el acto de amor?
Sólo había un modo de averiguarlo.
—No soy como el resto de tus hombres; no voy a reaccionar a tu capricho ni a
desaparecer convenientemente cuando te parezca. Tú misma has dicho que soy
diferente. ¿Así que, por qué no pruebas algo distinto? Radicalmente distinto. La
exclusividad. Conmigo.
Ella retiró la mano y se enjugó las lágrimas, sabiendo que su caricia la había
tocado en un lugar que ella hacía lo posible para que permaneciera intacto.
—Cada vez que estoy cerca de tí deseo tan desesperadamente hacer el amor... eso
a pesar del miedo que me das. Pero yo no me comprometo, Kevin . Con nadie.
—Pasa las Navidades con mi familia y conmigo. Conóceme. Tal vez así podrás
cambiar de opinión.
Ella tomó el tenedor y sacó un mejillón del caparazón.
—Siempre paso las Navidades con unos amigos en Trinidad —le dijo en tono
contenido—. Ni San Nicolás, ni pavo para cenar, ni nieve, ni niños.
—¿Nada de familia?
—De familia menos.
Recordó cómo había tomado al pequeño en brazos; cómo ese niño se había reído
con ella.
—¿No quieres tener hijos?
Ella se estremeció levemente.
—Tal vez algún día.
—Entonces vas a tener que comprometerte, ¿verdad? —dijo él, y por una vez ella
no supo qué responderle.
Él empezó a comer, notando que ella apenas había probado el vino esa noche. Era
él quien tenía ganas de emborracharse. Estaba seguro de que jamás había conocido a
una mujer tan testaruda como __tn Chardin.
Después de cenar tomaron un taxi al hotel; __tn se sentó lo más lejos posible de él.
El taxi se detuvo delante de un edificio rococó que albergaba un hotel llamado
Den Lille Havfrue, La Sirenita.
—Era la hija de un rey del mar que se perdió cuando se enamoró de un humano —
dijo __tn con cierto nerviosismo; entonces el pánico se apoderó de ella al ver que
Kevin se echaba la mano al bolsillo para sacar la cartera—. No tienes necesidad de
salir —le dijo apresuradamente.
—Te acompaño adentro —dijo él y pagó al taxista.
__tn no quería que Kevin la acompañara al hotel; sobre todo cuando su propio
cuerpo la traicionaba de ese modo.
Cuando __tn empezó a charlar de por qué le gustaba el hotel y de lo céntrico que
estaba, Kevin se dio cuenta de su nerviosismo. El portero de abrigo color ciruela
oscuro les abrió la puerta para que accedieran al vestíbulo, donde unas columnas
doradas rodeaban una mesa antigua con un ramo de lilas en el centro.
__tn se volvió hacia Kevin y se dirigió a él en un tono más chillón que de
costumbre.
—Buenas noches.
—No hemos quedado para nuestra próxima cita. Y no vamos a hacerlo en un lugar
público. ¿En qué planta está tu habitación?
Tenía ganas de echarse a llorar o de ponerse a gritar, pero eso echaría por tierra la
reputación de la que gozaba allí.
—Mi suite está en el último piso.
Cuando entraron en la suite, Kevin paseó la mirada por la habitación. Más
elegancia rococó. La puerta del dormitorio estaba abierta de par en par. A través de
ella, vio la amplia cama con un dosel y unas cortinas de brocado en color ciruela.
Se le aceleró el corazón y se volvió a mirar a __tn. Llevaba un vestido negro de
corte severo, que sin embargo resultaba más provocativo por el modo en que le ceñía
las caderas y los pechos suavemente. Se quitó las botas con torpeza, dejando al
descubierto el pronunciado arco de sus pies, las piernas esbeltas embutidas en las
finas medias negras.
Bajo la compostura superficial, parecía de pronto aterrorizada.
Un puño de hielo le apretó el corazón. ¿Cómo podía seducirla cuando parecía una
criatura temerosa?
—__tn, yo no obligo a las mujeres —le dijo rotundamente—. No es mi estilo. Sólo
te acostarás conmigo por voluntad propia. Así que no hace falta que tengas tanto
miedo.
—Es a mí misma a quien temo —dijo ella con espanto—. Pensaba que eso lo
sabías.
Con un leve chasquido con el que le trasmitió compasión, Kevin la tomó entre sus
brazos. Ella se quedó rígida. Él le acarició el pelo con una mano, le levantó la barbilla
y la besó en la boca con suavidad.
Kevin se dijo que jamás había besado a una mujer con aquella necesidad tan
enorme de consolarla.
Su cuerpo se relajó poco a poco; sus labios cálidos se abrieron a él como una flor.
Con todo el control que le fue posible, Kevin retrocedió mientras pensaba que nunca
había hecho algo tan difícil.
—Florencia —dijo él—. Dentro de diez días. La casa que tengo allí es pequeña,
pero tiene calefacción central.
Deseosa de sentir el roce de sus labios, __tn lo miró con incredulidad.
—¿Florencia? —dijo con voz estrangulada—. ¿Nuestra próxima cita?
—Sí, dulce __tn. Hazme un favor, ¿quieres? No salgas con nadie entretanto.
Estuvo a punto de ceder a la debilidad. Se había sentido a salvo entre sus brazos,
pensaba con pesar. Protegida. Sin embargo, nada de lo que había vivido la animaba a
confiar ni en una cosa ni en otra.
—Me estás encarcelando, Kevin . Como a los pájaros.
—Si eso es lo que de verdad crees, entonces estás metida en un lío.
Ella le contestó con verdadera desesperación.
—Si seguimos viéndonos, cada vez nos implicaremos más y más.
—Eso es —dijo Kevin de manera inflexible—. Te daré mi dirección de Florencia y
estaré esperándote en el aeropuerto.
—Me agotas —murmuró __tn.
Sabía que sus palabras estaban llenas de derrota; como las que diría la cobarde que
él le había acusado de ser.
Podría enfrentarse a Kevin Jonas, decidió con un gesto de desafío, empeñada
en que podría ser igual de cabezota que él.
—Me encanta Florencia —dijo con tranquilidad—. Siempre me ha encantado.
—Junto con Nueva York, es mi ciudad favorita —dijo él.
—No soy responsable si sufres, Kevin .
—Todos somos responsables de las consecuencias de nuestras acciones.
—El Museo del Vestido está en una calle al norte de Ponte Vecchio —le dijo ella
rápidamente—. Nos encontraremos allí a las tres de la tarde del día dieciséis.
—¿Me prometes que no habrá nadie hasta entonces?
—Si estás hablando de sexo, es muy poco probable que ocurra en los próximos
diez días —le dijo ella con las mejillas encendidas—. Pero tengo dos citas para cenar
que no voy a cancelar; no voy a permitir que me limites en lo que hago.
Kevin se olvidó de todas sus buenas intenciones, se acercó y la abrazó y besó sus
labios entreabiertos con feroz avidez; ella le respondió instantáneamente con un
fervor que le aceleró el pulso. Su mano encontró las dulces montañas de sus pechos,
donde sus pezones estaban ya tan prietos como los capullos antes de florecer. Ella
gimió mientras apretaba las caderas contra su recia erección.
Si no se marchaba en ese momento, Kevin supo que se perdería.
Con sus condiciones, se decía Kevin . Se apartó de ella y le habló con calma y
seguridad.
—Entonces te doy las buenas noches.
—¿No... no te vas a quedar? —pronunció __tn, que ardía con un deseo del que no
se habría creído capaz.
—Eso es.
—¿Entonces por qué me has besado? —le preguntó echando chispas por los ojos—
. ¿Por qué me haces esto?
—¿Hubieras preferido que hubiéramos mantenido esta discusión en el vestíbulo?
—Hubiera preferido que te hubieras quedado en el taxi —dijo ella con amargura.
—Esperaba que, estando cerca de la cama, pudieras asegurarme que no quedarías
con nadie en estos diez días —le dijo con la misma rabia—. No parece mucho pedir.
—No son los diez días. ¡Es por principios, Kevin !
—En mi opinión —continuó Kevin —, es más bien una falta de principios.
—Entonces lo de Florencia olvídalo —dijo en tono indescifrable.
—En absoluto —respondió él—. Soy más terco que una muía, __tn. Nos vemos
dentro de diez días en el museo. Que duermas bien... Y si sueñas, que sea conmigo.
En sus ojos brillaba una enorme turbación, una mezcla de desesperación y
frustración. Desesperado por alejarse de ella, porque sabía que si no lo hacía
acabarían en la cama a pesar de todo lo que le había dicho, Kevin salió de la
habitación y cerró la puerta con determinación. Bajó las escaleras corriendo y salió a
la fría noche. Solo.
Era, estaba seguro, el primer hombre que se había alejado de los deliciosos brazos
de __tn Chardin. Eso hacía de él un idiota.
chicas espero y les alla gustado besitos luego coloco mas cpaitulos :)
ElitzJb
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