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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Capitulo 8
— ¿Qué clase de casa te gusta exactamente, ______? —preguntó Joe con impaciencia una mañana, en el salón, que tenía atmósfera de sauna y parecía una lavandería por el número de peleles y ropas de bebé que se secaban en el radiador. Nadie habría creído que a esas alturas de su vida estaba durmiendo en un sofá, sin espacio para moverse. Miró las especificaciones que le había enseñado y que ella había rechazado—. ¿Alguna en concreto?
______ se obligó a concentrarse en las características de la casa en vez de en la expresión ceñuda del rostro moreno. Había descubierto que elegir un lugar donde vivir cuando no había impedimentos económicos en realidad dificultaba la decisión. Habría sido mucho más fácil descartar la mayoría de lo que había en el mercado por ser prohibitivo. Tener un exceso de posibilidades suponía un auténtico dolor de cabeza. Pero cualquier cosa sería mejor que tener a Joe acampando en su sala, haciéndole sentir cierta clase de cosas que, sin duda, sería imprescindible no sentir.
—Bueno, no quiero vivir en uno de esos áticos que parecen una especie de laboratorio, eso seguro.
Joe soltó una risa breve, preguntándose qué pensaría de su actitud desdeñosa el galardonado colega que había diseñado el edificio.
— ¿Podrías decirme qué consideras importante? —Se obligó a tratarla como si fuera una de sus clientes—. Si te regalaran la casa ideal, ¿qué sería lo que la haría especial?
Eso era fácil. Si dejaba atrás los cuentos de hadas, había algo que ______ había echado mucho de menos desde que se trasladó a la capital.
—Un jardín —contestó de inmediato—. Nada más.
— ¿Nada más? —Joe esbozó una sonrisa sarcástica. Irónicamente, lo que pedía era mucho más difícil que cualquier construcción ganadora de premios arquitectónicos. Se preguntó si se burlaba de él o si realmente desconocía el mercado por completo—. Encontrar un jardín en Londres es como buscar oro en polvo —asintió—. Pero conozco a algunas personas que pueden ocuparse de ello. Lo organizaré.
______ se pasó la mano por el pelo alborotado, resentida al ver que no tenía más que chasquear los dedos para tener a un batallón de personas corriendo a cumplir sus deseos. Sin embargo, empezaba a carcomerla algo mucho más intenso que el resentimiento.
Se preguntó si Joe no entendía que no era fácil elegir un nuevo hogar cuando faltaban las cosas normales que cualquier mujer esperaría; como por ejemplo el entusiasmo compartido por una pareja enamorada. Ella sólo tenía a Joe mandando a algunas personas a ocuparse de ello, con aire frío y carente de cariño. La misma actitud que adoptaba con todo.
—Fantástico —dijo, con un leve tinte de sarcasmo en la voz.
Él entrecerró los ojos, su actitud era como una bofetada para su orgullo masculino, y sintió la quemazón de la ira, y también de algo más. Algo que había empezado a crecer en su interior, por mucho que se dijera que ya no era apropiado.
—Una respuesta algo irónica, agapi —murmuró—. Esperaba que mostrarías al menos cierto agradecimiento.
— ¿Eso esperabas? —______ se preguntó qué otras expectativas tendría. Le había permitido ponerles los nombres a los bebés y dormir en su sofá, y estaba a punto de permitir que cambiara todo el entramado de su vida. Se preguntó hasta dónde podía llegar. Lo miró de reojo y se endureció contra el efecto de verlo apoyado en el alféizar de la ventana.
Unos vaqueros negros moldeaban sus fuertes muslos y un oscuro suéter de cachemira se pegaba a los duros planos de su torso. Tenía el cabello negro alborotado y los ojos color ébano brillaban con vitalidad; una sombra de barba oscurecía su fuerte mentón. Era Joe con su aspecto más informal y sexy, y, que Dios la ayudara, lo deseaba.
Se preguntó si sería normal que una mujer sintiera la pulsión del deseo tan poco tiempo después de dar a luz. Tal vez se debía al hecho de que fuera Joe. A que lo había amado y había disfrutado de los placeres de su cuerpo tantas veces que él la había arruinado para cualquier otro hombre.
Al mirar el suave brillo de su piel olivácea y recordar cómo era sentir su cuerpo envolviendo el suyo, era fácil olvidar su turbulenta historia en común, e incluso más fácil olvidar que estaba allí por obligación. «Sólo está aquí por los bebés», se recordaba con dolor. Por más que se repetía que eso no debía dolerle, le dolía, y se descubría deseando herirlo. Quería demostrarle que no iba a actuar como un perrillo hambriento que agradecería cualquier migaja que tirase en su dirección.
— ¿Te irrita mi falta de agradecimiento, Joe? ¿Te gustaría que me arrojara a tus pies? ¿Es eso lo que quieres?
Él captó el tono de desafío de su voz y sintió el cosquilleo de la victoria bullir en sus venas. ¡Por fin! Era el reto que había deseado oír en un nivel profundo de su subconsciente: dejar atrás las cortesías inanes. La luz verde que le permitiría hacer lo que más anhelaba.
Como una pantera negra, fue hacia ella en silencio, contemplando cómo sus ojos violeta se oscurecían y sus labios rosados se entreabrían.
— ¿Qué crees que me gustaría que hicieras, agapi?
______ no podía pensar, estaba tan cerca de ella que captaba su aroma masculino y levemente cítrico, y sus sentidos habían empezado a experimentar hambre por él. Comprendió demasiado tarde el peligro que suponía su cercanía, era como si la hechizara. Él utilizaba ese peligro como un arma, era muy consciente de su poder. Sin embargo, no la molestaba, pues era la primera indicación de que seguía encontrándola deseable. Eso, aunque inapropiado, era tranquilizador.
— ¿Joe? —musitó—. ¿A qué viene esto?
—Oh, ______. ¿No te parece una pérdida de tiempo hacer una pregunta cuya respuesta conoces? —se burló él, rodeándola con los brazos.
—No…
—No, ¿qué, agapi? ¿Te refieres a que no haga lo que tus ojos me suplican, incluso si tu mente no está de acuerdo con permitirlo?
Su percepción le resultó casi tan desconcertante como su proximidad. La caricia de su aliento cálido en el cuello hizo que se le erizara el vello. ______ empezó a temblar, odiando la exactitud de sus palabras y el súbito y clamoroso anhelo de su cuerpo. Las manos de él rodeaban su cintura con firmeza y tenía la sensación de que hacía un siglo que no la tocaba así.
—Joe…
— ¿Qué?
—Déjalo.
—Pero no quieres que lo haga, ¿verdad? —Pasó la yema del pulgar por la sedosa piel de su cuello y sintió como se estremecía bajo el contacto—. Mmm. Tu olor y tu tacto son deliciosos.
—Huelo a leche materna.
—Lo sé. Y es delicioso. Tú eres deliciosa.
« ¿Lo soy? ¿Eso crees?» ______ sintió que el corazón se le salía del pecho. Él murmuraba como si no le importase que su cuerpo estuviera transformado tras dar a luz a sus hijos. Como si no le importara que hiciera dos días que no se lavaba el pelo. Bajó los dedos hacia el vientre blando y lo acarició con tierna intimidad, haciéndola desear que siguiera bajando y le provocara ese placer rápido e intenso al que tantas veces la había llevado en el pasado. Sintió una oleada de deseo y el ritmo acelerado que adquiría su corazón.
— ¡Joe! —jadeó.
— ¿Te gusta eso?
— ¿No te parece una pérdida de tiempo hacer una pregunta cuya respuesta conoces? —se mofó de él devolviéndole sus palabras.
Él se rió, pero fue una risa teñida de ira, frustración y algo más, algo que no quería someter a análisis.
—Entonces, dejemos de hacer preguntas y deja que te bese —alzó su rostro y contempló sus ojos antes de besar sus labios.
Sabía a pasta dentífrica y café, y olía a bebé. Le pareció el afrodisíaco más inesperado y poderoso del mundo. Lo achacó a no haber besado nunca a una mujer en esas circunstancias.
—______ —gruñó contra sus labios—. Oh, ______.
—Joe —musitó ella, como si acabaran de ser presentados. Sus brazos rodearon sus hombros como una enredadera y sintió que su cuerpo se ablandaba y respondía a las caricias de él.
Fue el beso más dulce de su vida, pero tal vez se debiera a que hacía demasiado tiempo que no la besaba. O a que el lado femenino de su naturaleza anhelaba la celebración perfecta para sellar el nacimiento de sus hijos. Abrió los labios y se tragó un gemido mientras se perdía en el placer.
Él acarició su boca con los labios como si estuviera redescubriéndola.
—Deseo llevarte a la cama —dijo con incertidumbre—. Pero puede que sea demasiado pronto.
Ella lo sabía; y deseaba lo mismo. Pero no estaría bien. No sólo por el hecho de que hubiera dado a luz recientemente. Las campanas de alarma se disparaban en su mente. La relación entre ellos había acabado y Joe estaba asumiendo el control de nuevo. Insistía en que se trasladara a una vivienda mayor, que él pagaría. Aunque sabía que eso tenía su lógica, si después le permitía el sexo fácil, podría parecer moralmente corrupta. Como si estuviera vendiéndose por sus favores.
Al primer cambio de tornas, contrataría a un buen abogado para acusarla de estar moralmente incapacitada para criar a sus hijos. Sin duda, era capaz de hacerlo. De hecho, si lo pensaba bien, sabía que era capaz de cualquier cosa.
Peor aún era que seguía teniendo sentimientos por él. Intentar desenamorarse de alguien no era como pulsar un interruptor y desconectar la luz, era más bien un mar impredecible en el que nuevas oleadas de amor llegaban cuando uno menos lo esperaba. Y en ese momento una ola bien grande amenazaba con sumergirla.
A pesar del intenso cosquilleo que sentía en los senos y el pesado y cálido pulsar de la sangre que percibía en los puntos más sensibles de su cuerpo, ______ empujó su torso, resistiéndose al deseo de deslizar los dedos bajo su camisa y enredarlos en el vello rizado de su pecho. Se preguntó en qué medida la reacción sexual era cuestión de hábito y condicionamiento. Sin embargo, sabía que el dolor que sentía en el corazón no tenía nada que ver con el hábito.
—Deberíamos parar ahora mismo, Joe —dijo—. ¡Esto está mal! ¡Y tú lo sabes!
« ¿Mal?» Joe tuvo que luchar contra todos sus instintos para permitirle interrumpir el abrazo, dejó que se apartara un poco. Con la respiración agitada, esperó a que la intensa corriente de deseo que lo asolaba disminuyera un poco.
—No —negó con dureza, mirando sus ojos oscurecidos de deseo, el rubor que teñía sus mejillas y el temblor de sus labios—. En eso estás muy equivocada. De toda esta demencial situación, aparte de nuestros preciosos hijo, esto… esto… —pasó la palma de las manos por sus senos, sintiendo cómo sus pezones se erguían hacia él— es lo único que siempre ha estado bien entre nosotros —los ojos negros la evaluaron críticamente—. Y eres hipócrita contigo misma si lo niegas, ______, además de conmigo.
Más que nada en el mundo, ella deseó atraer la cabeza morena hacia ella y seguir perdiéndose en otro beso dulce y embriagador. Pero un beso podía engañar. La llevaría a imaginar cosas que no existían en realidad y no quería sentir más dolor. Tenía que ser fuerte para sus hijos. Joe no la amaba y no ganaría nada pensando que alguna vez llegaría a hacerlo.
Temiendo excitarlo, o excitarse ella, más aún, dio un paso atrás y se obligó a recordar la realidad en vez de la fantasía. Pronto él saldría de su vida y volvería a su brillante torre de Nueva York; lo último que necesitaba era incrementar su vínculo emocional con él.
—Sí, el sexo siempre fue muy bueno —corroboró secamente—. Estoy segura de que contigo siempre lo es, pero eso ya no tiene ninguna relevancia, Joe.
— ¿Crees que no? —la provocó él con voz sedosa.
—Lo sé. Cuando nuestra relación acabó, llegó a su fin. No podemos simular que eso no sucedió simplemente porque seguimos deseándonos el uno al otro. No es justo para nadie.
Él la miró a los ojos, obligando a su deseo a remitir al comprender que hablaba en serio. Para su sorpresa, nunca la había respetado tanto como en ese momento, con el pelo revuelto, expresión desafiante y actitud firme. No recordaba la última vez que una mujer analizaba los hechos con frialdad, llegaba a una conclusión y mantenía su postura, en contra de lo que ambos deseaban y oponiéndose a los deseos de él.
—Muy bien. Entonces me concentraré en lo que hay que resolver. Quieres un jardín y tendrás un jardín. Me aseguraré de que tengamos una casa a finales de semana —declaró él.
Siguió una mínima pausa. Había dicho «tengamos» y ______ pensó que había utilizado la palabra por error, que no era más que un desliz. Esbozó una sonrisa nerviosa y habló.
—Y supongo que después volverás a Estados Unidos —dijo—. Tienes un negocio que dirigir.
Joe captó el deje esperanzado de su voz, aunque ella intentaba ocultarlo. Y en ese momento algo se transformó en su interior.
Hasta entonces no había pensado más allá del siguiente paso; en concreto la necesidad de sacar a los bebés y a ella de esa madriguera. Pero las palabras de ______ lo obligaron a contemplar un futuro en el que dos bebés que llevaban sus genes crecerían y se convertirían en niños y después en hombres. Pensó que tal vez debería estampar su presencia en sus mentes conscientes, formar un vínculo con ellos desde el primer momento, para que lo conocieran como padre.
Al fin y al cabo, era imposible saber lo que haría su madre cuando comprendiera que no tenía ninguna intención de casarse con ella. Imposible tener la certeza de que no se cansaría con la rutina de diaria de criar a dos niños y anhelaría algo nuevo y excitante que la liberara, como había hecho su propia madre. Si eso ocurriera, él sería la mejor persona para hacerse cargo.
«Pero sólo si te conocen bien».
—No recuerdo haber dicho nada de regresar a los Estados Unidos —dijo con una sonrisa dura.
Ella percibió una amenaza; fue como si una mano húmeda y fría se posara en su nuca.
—Pero yo pensaba…
— ¿Qué? —inquirió él con cortesía burlona—. ¿Qué pensabas, ______?
«No dejes que te intimide. Si te muestras débil, estarás perdida».
—Bueno, tus oficinas están en Nueva York, ¿no? Y eres un hombre ocupado, no puedes permitirte pasar mucho tiempo aquí sin hacer nada.
— ¿No? —los ojos negros la taladraron con una mirada casi divertida. Se preguntó si creía que iba a soltar el dinero para que ella viviera a todo lujo y luego marcharse como un pelele—. Puedo hacer lo que quiera, ______, y lo que quiero ahora mismo es estar cerca de mis hijos. Quiero estar presente cuando se despierten por la mañana y a la hora de apagar la luz por la noche.
El significado de sus palabras tardó unos segundos en hacer mella en ______. Cuando lo hizo, ella sintió algo muy parecido al pánico.
—Quieres decir… ¿quieres decir que piensas venir a vivir con nosotros?
Él vio cómo palidecía y sus ojos violeta se nublaban de aprensión, pero endureció su corazón para que eso no lo afectara.
—Claro que sí. ¿Cómo puedes haber pensado otra cosa? —Se inclinó hacia delante y sus ojos brillaron con la frialdad del hielo ennegrecido que destellaba en las carreteras los días más fríos de invierno—. ¿Realmente creíste que iba a comprarte una gran casa y luego permitir que me alejaras de la vida de mis hijos? ¿Me considerabas el tipo de hombre que paga las facturas y al que luego se deja de lado, ______? Todavía no tengo edad para hacer el papel de viejo ricachón que financia los caprichos de una jovencita.
Ella abrió la boca para alegar que era él quien había insistido en buscar un sitio más grande, y que de repente lo utilizaba como una especie de chantaje. Había dado la vuelta a la situación para que ella pareciera una manipuladora cazafortunas. Se preguntó si era tan rico que no se había molestado en comprobar que no había tocado un penique del dinero que había estado ingresando en su cuenta.
— ¿Y si te dijera que prefiero quedarme en este piso a compartir un palacio contigo?
—Entonces estarías abriendo la puerta a una demanda judicial por la custodia legal de mis hijos —esbozó una sonrisa fría, pero el fuego de la batalla le ardía en la venas.
— ¡No harías eso!
—Oh, sí, ______. Créeme, lo haría.
— ¡No la conseguirás! —gritó ella—. ¡Sabes que no!
—Tal vez no la custodia total —concedió él—, dado que los tribunales siguen tendiendo a favorecer a la madre. Pero no hay razón para que no consiga la custodia compartida. ¿Cómo te sentirías entonces, ______? Imagina que empezara a llevarme a Andreas y Alexius a Nueva York un par de semanas al mes.
Para su horror, ella vio un destello de luz en sus ojos que no había estado ahí antes. Era una opción que no se había planteado antes, y que ella le había ofrecido en bandeja al oponerse. Comprendió, con dolor, que podría hacerlo. Podría forjar una vida con los gemelos que, gradualmente, podía terminar excluyéndola: « ¿Qué niño no daría saltos de alegría por tener un padre que podía ofrecer tanto como Joe?» Se estremeció. Ella, en cambio, no podía ofrecer nada comparable.
Se clavó las uñas en las palmas de las manos. Sí tenía algo que dar, que nunca obtendrían de otra persona: ¡el amor de una madre!
La mente le daba vueltas. Se había arrinconado a sí misma y lo sabía. Por desgracia, estaba segura de que él también. «Actúa con serenidad. No dejes que noté lo asustada que estás. Sé valiente y enfréntate a él, si no por ti, por el bien de tus hijos».
—Bien —dijo lentamente—. Si venir a vivir con nosotros es la condición que impones a cambio de proporcionar a nuestros hijos el espacio y la comodidad que merecen, de acuerdo —tomó aire—. Pero creo que tú deberías oír la mía, Joe.
—Ne, espero con fascinación saber cuál es, agapi —se burló él, ladeando la cabeza—. ¿Quieres que adivine? ¿Hum? ¿Vas a decir que no quieres que te bese como acabo de hacerlo? ¿O qué no te toque ni te proporcione los muchos placeres que pueden ser tuyos con mis caricias? ¿Tengo razón, ______? Sí, veo que sí, porque tu rostro llamea igual que ha llameado muchas otras veces, cuando gritabas entre mis brazos.
A pesar de la sensual provocación de sus palabras, ______ se obligó a no reaccionar.
—Correcto —dijo con calma—. Si vivimos bajo el mismo techo, tendrá que ser separados.
—Separados —repitió él, pensativo. Pero su sonrisa era la de un depredador. Ella no podía creer que eso satisfaría a un hombre de su apetito sexual. Acababa de demostrarle cuánto lo deseaba aún—. Veremos cuánto tiempo te conformas con vivir así, agapi mu —concluyó con ironía.
BUENO CHICAS AQUÍ LES DEJO UN CAPITULO EN SERIO MIL DISCULPAS POR TENER LA NOVELA ABANDONADA ESK EN LA UNIVERSIDAD ME MANDAN MUCHOS TRABAJOS Y MUCHAS LECCIONES :|
PROMETO MAÑANA SUBIR CAPITULO
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xox
______ se obligó a concentrarse en las características de la casa en vez de en la expresión ceñuda del rostro moreno. Había descubierto que elegir un lugar donde vivir cuando no había impedimentos económicos en realidad dificultaba la decisión. Habría sido mucho más fácil descartar la mayoría de lo que había en el mercado por ser prohibitivo. Tener un exceso de posibilidades suponía un auténtico dolor de cabeza. Pero cualquier cosa sería mejor que tener a Joe acampando en su sala, haciéndole sentir cierta clase de cosas que, sin duda, sería imprescindible no sentir.
—Bueno, no quiero vivir en uno de esos áticos que parecen una especie de laboratorio, eso seguro.
Joe soltó una risa breve, preguntándose qué pensaría de su actitud desdeñosa el galardonado colega que había diseñado el edificio.
— ¿Podrías decirme qué consideras importante? —Se obligó a tratarla como si fuera una de sus clientes—. Si te regalaran la casa ideal, ¿qué sería lo que la haría especial?
Eso era fácil. Si dejaba atrás los cuentos de hadas, había algo que ______ había echado mucho de menos desde que se trasladó a la capital.
—Un jardín —contestó de inmediato—. Nada más.
— ¿Nada más? —Joe esbozó una sonrisa sarcástica. Irónicamente, lo que pedía era mucho más difícil que cualquier construcción ganadora de premios arquitectónicos. Se preguntó si se burlaba de él o si realmente desconocía el mercado por completo—. Encontrar un jardín en Londres es como buscar oro en polvo —asintió—. Pero conozco a algunas personas que pueden ocuparse de ello. Lo organizaré.
______ se pasó la mano por el pelo alborotado, resentida al ver que no tenía más que chasquear los dedos para tener a un batallón de personas corriendo a cumplir sus deseos. Sin embargo, empezaba a carcomerla algo mucho más intenso que el resentimiento.
Se preguntó si Joe no entendía que no era fácil elegir un nuevo hogar cuando faltaban las cosas normales que cualquier mujer esperaría; como por ejemplo el entusiasmo compartido por una pareja enamorada. Ella sólo tenía a Joe mandando a algunas personas a ocuparse de ello, con aire frío y carente de cariño. La misma actitud que adoptaba con todo.
—Fantástico —dijo, con un leve tinte de sarcasmo en la voz.
Él entrecerró los ojos, su actitud era como una bofetada para su orgullo masculino, y sintió la quemazón de la ira, y también de algo más. Algo que había empezado a crecer en su interior, por mucho que se dijera que ya no era apropiado.
—Una respuesta algo irónica, agapi —murmuró—. Esperaba que mostrarías al menos cierto agradecimiento.
— ¿Eso esperabas? —______ se preguntó qué otras expectativas tendría. Le había permitido ponerles los nombres a los bebés y dormir en su sofá, y estaba a punto de permitir que cambiara todo el entramado de su vida. Se preguntó hasta dónde podía llegar. Lo miró de reojo y se endureció contra el efecto de verlo apoyado en el alféizar de la ventana.
Unos vaqueros negros moldeaban sus fuertes muslos y un oscuro suéter de cachemira se pegaba a los duros planos de su torso. Tenía el cabello negro alborotado y los ojos color ébano brillaban con vitalidad; una sombra de barba oscurecía su fuerte mentón. Era Joe con su aspecto más informal y sexy, y, que Dios la ayudara, lo deseaba.
Se preguntó si sería normal que una mujer sintiera la pulsión del deseo tan poco tiempo después de dar a luz. Tal vez se debía al hecho de que fuera Joe. A que lo había amado y había disfrutado de los placeres de su cuerpo tantas veces que él la había arruinado para cualquier otro hombre.
Al mirar el suave brillo de su piel olivácea y recordar cómo era sentir su cuerpo envolviendo el suyo, era fácil olvidar su turbulenta historia en común, e incluso más fácil olvidar que estaba allí por obligación. «Sólo está aquí por los bebés», se recordaba con dolor. Por más que se repetía que eso no debía dolerle, le dolía, y se descubría deseando herirlo. Quería demostrarle que no iba a actuar como un perrillo hambriento que agradecería cualquier migaja que tirase en su dirección.
— ¿Te irrita mi falta de agradecimiento, Joe? ¿Te gustaría que me arrojara a tus pies? ¿Es eso lo que quieres?
Él captó el tono de desafío de su voz y sintió el cosquilleo de la victoria bullir en sus venas. ¡Por fin! Era el reto que había deseado oír en un nivel profundo de su subconsciente: dejar atrás las cortesías inanes. La luz verde que le permitiría hacer lo que más anhelaba.
Como una pantera negra, fue hacia ella en silencio, contemplando cómo sus ojos violeta se oscurecían y sus labios rosados se entreabrían.
— ¿Qué crees que me gustaría que hicieras, agapi?
______ no podía pensar, estaba tan cerca de ella que captaba su aroma masculino y levemente cítrico, y sus sentidos habían empezado a experimentar hambre por él. Comprendió demasiado tarde el peligro que suponía su cercanía, era como si la hechizara. Él utilizaba ese peligro como un arma, era muy consciente de su poder. Sin embargo, no la molestaba, pues era la primera indicación de que seguía encontrándola deseable. Eso, aunque inapropiado, era tranquilizador.
— ¿Joe? —musitó—. ¿A qué viene esto?
—Oh, ______. ¿No te parece una pérdida de tiempo hacer una pregunta cuya respuesta conoces? —se burló él, rodeándola con los brazos.
—No…
—No, ¿qué, agapi? ¿Te refieres a que no haga lo que tus ojos me suplican, incluso si tu mente no está de acuerdo con permitirlo?
Su percepción le resultó casi tan desconcertante como su proximidad. La caricia de su aliento cálido en el cuello hizo que se le erizara el vello. ______ empezó a temblar, odiando la exactitud de sus palabras y el súbito y clamoroso anhelo de su cuerpo. Las manos de él rodeaban su cintura con firmeza y tenía la sensación de que hacía un siglo que no la tocaba así.
—Joe…
— ¿Qué?
—Déjalo.
—Pero no quieres que lo haga, ¿verdad? —Pasó la yema del pulgar por la sedosa piel de su cuello y sintió como se estremecía bajo el contacto—. Mmm. Tu olor y tu tacto son deliciosos.
—Huelo a leche materna.
—Lo sé. Y es delicioso. Tú eres deliciosa.
« ¿Lo soy? ¿Eso crees?» ______ sintió que el corazón se le salía del pecho. Él murmuraba como si no le importase que su cuerpo estuviera transformado tras dar a luz a sus hijos. Como si no le importara que hiciera dos días que no se lavaba el pelo. Bajó los dedos hacia el vientre blando y lo acarició con tierna intimidad, haciéndola desear que siguiera bajando y le provocara ese placer rápido e intenso al que tantas veces la había llevado en el pasado. Sintió una oleada de deseo y el ritmo acelerado que adquiría su corazón.
— ¡Joe! —jadeó.
— ¿Te gusta eso?
— ¿No te parece una pérdida de tiempo hacer una pregunta cuya respuesta conoces? —se mofó de él devolviéndole sus palabras.
Él se rió, pero fue una risa teñida de ira, frustración y algo más, algo que no quería someter a análisis.
—Entonces, dejemos de hacer preguntas y deja que te bese —alzó su rostro y contempló sus ojos antes de besar sus labios.
Sabía a pasta dentífrica y café, y olía a bebé. Le pareció el afrodisíaco más inesperado y poderoso del mundo. Lo achacó a no haber besado nunca a una mujer en esas circunstancias.
—______ —gruñó contra sus labios—. Oh, ______.
—Joe —musitó ella, como si acabaran de ser presentados. Sus brazos rodearon sus hombros como una enredadera y sintió que su cuerpo se ablandaba y respondía a las caricias de él.
Fue el beso más dulce de su vida, pero tal vez se debiera a que hacía demasiado tiempo que no la besaba. O a que el lado femenino de su naturaleza anhelaba la celebración perfecta para sellar el nacimiento de sus hijos. Abrió los labios y se tragó un gemido mientras se perdía en el placer.
Él acarició su boca con los labios como si estuviera redescubriéndola.
—Deseo llevarte a la cama —dijo con incertidumbre—. Pero puede que sea demasiado pronto.
Ella lo sabía; y deseaba lo mismo. Pero no estaría bien. No sólo por el hecho de que hubiera dado a luz recientemente. Las campanas de alarma se disparaban en su mente. La relación entre ellos había acabado y Joe estaba asumiendo el control de nuevo. Insistía en que se trasladara a una vivienda mayor, que él pagaría. Aunque sabía que eso tenía su lógica, si después le permitía el sexo fácil, podría parecer moralmente corrupta. Como si estuviera vendiéndose por sus favores.
Al primer cambio de tornas, contrataría a un buen abogado para acusarla de estar moralmente incapacitada para criar a sus hijos. Sin duda, era capaz de hacerlo. De hecho, si lo pensaba bien, sabía que era capaz de cualquier cosa.
Peor aún era que seguía teniendo sentimientos por él. Intentar desenamorarse de alguien no era como pulsar un interruptor y desconectar la luz, era más bien un mar impredecible en el que nuevas oleadas de amor llegaban cuando uno menos lo esperaba. Y en ese momento una ola bien grande amenazaba con sumergirla.
A pesar del intenso cosquilleo que sentía en los senos y el pesado y cálido pulsar de la sangre que percibía en los puntos más sensibles de su cuerpo, ______ empujó su torso, resistiéndose al deseo de deslizar los dedos bajo su camisa y enredarlos en el vello rizado de su pecho. Se preguntó en qué medida la reacción sexual era cuestión de hábito y condicionamiento. Sin embargo, sabía que el dolor que sentía en el corazón no tenía nada que ver con el hábito.
—Deberíamos parar ahora mismo, Joe —dijo—. ¡Esto está mal! ¡Y tú lo sabes!
« ¿Mal?» Joe tuvo que luchar contra todos sus instintos para permitirle interrumpir el abrazo, dejó que se apartara un poco. Con la respiración agitada, esperó a que la intensa corriente de deseo que lo asolaba disminuyera un poco.
—No —negó con dureza, mirando sus ojos oscurecidos de deseo, el rubor que teñía sus mejillas y el temblor de sus labios—. En eso estás muy equivocada. De toda esta demencial situación, aparte de nuestros preciosos hijo, esto… esto… —pasó la palma de las manos por sus senos, sintiendo cómo sus pezones se erguían hacia él— es lo único que siempre ha estado bien entre nosotros —los ojos negros la evaluaron críticamente—. Y eres hipócrita contigo misma si lo niegas, ______, además de conmigo.
Más que nada en el mundo, ella deseó atraer la cabeza morena hacia ella y seguir perdiéndose en otro beso dulce y embriagador. Pero un beso podía engañar. La llevaría a imaginar cosas que no existían en realidad y no quería sentir más dolor. Tenía que ser fuerte para sus hijos. Joe no la amaba y no ganaría nada pensando que alguna vez llegaría a hacerlo.
Temiendo excitarlo, o excitarse ella, más aún, dio un paso atrás y se obligó a recordar la realidad en vez de la fantasía. Pronto él saldría de su vida y volvería a su brillante torre de Nueva York; lo último que necesitaba era incrementar su vínculo emocional con él.
—Sí, el sexo siempre fue muy bueno —corroboró secamente—. Estoy segura de que contigo siempre lo es, pero eso ya no tiene ninguna relevancia, Joe.
— ¿Crees que no? —la provocó él con voz sedosa.
—Lo sé. Cuando nuestra relación acabó, llegó a su fin. No podemos simular que eso no sucedió simplemente porque seguimos deseándonos el uno al otro. No es justo para nadie.
Él la miró a los ojos, obligando a su deseo a remitir al comprender que hablaba en serio. Para su sorpresa, nunca la había respetado tanto como en ese momento, con el pelo revuelto, expresión desafiante y actitud firme. No recordaba la última vez que una mujer analizaba los hechos con frialdad, llegaba a una conclusión y mantenía su postura, en contra de lo que ambos deseaban y oponiéndose a los deseos de él.
—Muy bien. Entonces me concentraré en lo que hay que resolver. Quieres un jardín y tendrás un jardín. Me aseguraré de que tengamos una casa a finales de semana —declaró él.
Siguió una mínima pausa. Había dicho «tengamos» y ______ pensó que había utilizado la palabra por error, que no era más que un desliz. Esbozó una sonrisa nerviosa y habló.
—Y supongo que después volverás a Estados Unidos —dijo—. Tienes un negocio que dirigir.
Joe captó el deje esperanzado de su voz, aunque ella intentaba ocultarlo. Y en ese momento algo se transformó en su interior.
Hasta entonces no había pensado más allá del siguiente paso; en concreto la necesidad de sacar a los bebés y a ella de esa madriguera. Pero las palabras de ______ lo obligaron a contemplar un futuro en el que dos bebés que llevaban sus genes crecerían y se convertirían en niños y después en hombres. Pensó que tal vez debería estampar su presencia en sus mentes conscientes, formar un vínculo con ellos desde el primer momento, para que lo conocieran como padre.
Al fin y al cabo, era imposible saber lo que haría su madre cuando comprendiera que no tenía ninguna intención de casarse con ella. Imposible tener la certeza de que no se cansaría con la rutina de diaria de criar a dos niños y anhelaría algo nuevo y excitante que la liberara, como había hecho su propia madre. Si eso ocurriera, él sería la mejor persona para hacerse cargo.
«Pero sólo si te conocen bien».
—No recuerdo haber dicho nada de regresar a los Estados Unidos —dijo con una sonrisa dura.
Ella percibió una amenaza; fue como si una mano húmeda y fría se posara en su nuca.
—Pero yo pensaba…
— ¿Qué? —inquirió él con cortesía burlona—. ¿Qué pensabas, ______?
«No dejes que te intimide. Si te muestras débil, estarás perdida».
—Bueno, tus oficinas están en Nueva York, ¿no? Y eres un hombre ocupado, no puedes permitirte pasar mucho tiempo aquí sin hacer nada.
— ¿No? —los ojos negros la taladraron con una mirada casi divertida. Se preguntó si creía que iba a soltar el dinero para que ella viviera a todo lujo y luego marcharse como un pelele—. Puedo hacer lo que quiera, ______, y lo que quiero ahora mismo es estar cerca de mis hijos. Quiero estar presente cuando se despierten por la mañana y a la hora de apagar la luz por la noche.
El significado de sus palabras tardó unos segundos en hacer mella en ______. Cuando lo hizo, ella sintió algo muy parecido al pánico.
—Quieres decir… ¿quieres decir que piensas venir a vivir con nosotros?
Él vio cómo palidecía y sus ojos violeta se nublaban de aprensión, pero endureció su corazón para que eso no lo afectara.
—Claro que sí. ¿Cómo puedes haber pensado otra cosa? —Se inclinó hacia delante y sus ojos brillaron con la frialdad del hielo ennegrecido que destellaba en las carreteras los días más fríos de invierno—. ¿Realmente creíste que iba a comprarte una gran casa y luego permitir que me alejaras de la vida de mis hijos? ¿Me considerabas el tipo de hombre que paga las facturas y al que luego se deja de lado, ______? Todavía no tengo edad para hacer el papel de viejo ricachón que financia los caprichos de una jovencita.
Ella abrió la boca para alegar que era él quien había insistido en buscar un sitio más grande, y que de repente lo utilizaba como una especie de chantaje. Había dado la vuelta a la situación para que ella pareciera una manipuladora cazafortunas. Se preguntó si era tan rico que no se había molestado en comprobar que no había tocado un penique del dinero que había estado ingresando en su cuenta.
— ¿Y si te dijera que prefiero quedarme en este piso a compartir un palacio contigo?
—Entonces estarías abriendo la puerta a una demanda judicial por la custodia legal de mis hijos —esbozó una sonrisa fría, pero el fuego de la batalla le ardía en la venas.
— ¡No harías eso!
—Oh, sí, ______. Créeme, lo haría.
— ¡No la conseguirás! —gritó ella—. ¡Sabes que no!
—Tal vez no la custodia total —concedió él—, dado que los tribunales siguen tendiendo a favorecer a la madre. Pero no hay razón para que no consiga la custodia compartida. ¿Cómo te sentirías entonces, ______? Imagina que empezara a llevarme a Andreas y Alexius a Nueva York un par de semanas al mes.
Para su horror, ella vio un destello de luz en sus ojos que no había estado ahí antes. Era una opción que no se había planteado antes, y que ella le había ofrecido en bandeja al oponerse. Comprendió, con dolor, que podría hacerlo. Podría forjar una vida con los gemelos que, gradualmente, podía terminar excluyéndola: « ¿Qué niño no daría saltos de alegría por tener un padre que podía ofrecer tanto como Joe?» Se estremeció. Ella, en cambio, no podía ofrecer nada comparable.
Se clavó las uñas en las palmas de las manos. Sí tenía algo que dar, que nunca obtendrían de otra persona: ¡el amor de una madre!
La mente le daba vueltas. Se había arrinconado a sí misma y lo sabía. Por desgracia, estaba segura de que él también. «Actúa con serenidad. No dejes que noté lo asustada que estás. Sé valiente y enfréntate a él, si no por ti, por el bien de tus hijos».
—Bien —dijo lentamente—. Si venir a vivir con nosotros es la condición que impones a cambio de proporcionar a nuestros hijos el espacio y la comodidad que merecen, de acuerdo —tomó aire—. Pero creo que tú deberías oír la mía, Joe.
—Ne, espero con fascinación saber cuál es, agapi —se burló él, ladeando la cabeza—. ¿Quieres que adivine? ¿Hum? ¿Vas a decir que no quieres que te bese como acabo de hacerlo? ¿O qué no te toque ni te proporcione los muchos placeres que pueden ser tuyos con mis caricias? ¿Tengo razón, ______? Sí, veo que sí, porque tu rostro llamea igual que ha llameado muchas otras veces, cuando gritabas entre mis brazos.
A pesar de la sensual provocación de sus palabras, ______ se obligó a no reaccionar.
—Correcto —dijo con calma—. Si vivimos bajo el mismo techo, tendrá que ser separados.
—Separados —repitió él, pensativo. Pero su sonrisa era la de un depredador. Ella no podía creer que eso satisfaría a un hombre de su apetito sexual. Acababa de demostrarle cuánto lo deseaba aún—. Veremos cuánto tiempo te conformas con vivir así, agapi mu —concluyó con ironía.
BUENO CHICAS AQUÍ LES DEJO UN CAPITULO EN SERIO MIL DISCULPAS POR TENER LA NOVELA ABANDONADA ESK EN LA UNIVERSIDAD ME MANDAN MUCHOS TRABAJOS Y MUCHAS LECCIONES :|
PROMETO MAÑANA SUBIR CAPITULO
COMENTEN SIP ;)
xox
kadita_lovatica
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
Que despreciable eres Joe D: No haces más que chantajear y manipular... ¡Eso tiene que cambiar! Seguro ______ se encargará de eso ;)
Esta buenísima la novel, SIGUELAAAAAAAA :love:
Esta buenísima la novel, SIGUELAAAAAAAA :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
ahh Joseph le quieres quitar a los bebes
Que malo eres te áprovechas de la rayiz
Siguela!!
Que malo eres te áprovechas de la rayiz
Siguela!!
aranzhitha
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
Lo Odio ._.
Porfaa!! sigue Pronto!
Por Dios Sangre Fria Corre Por Sus Venas ._.
Odio A Ese Joseph!
Que Pasara Con Andreas Y Lexius?
Siguelaa!
besos!
AnnY!
Porfaa!! sigue Pronto!
Por Dios Sangre Fria Corre Por Sus Venas ._.
Odio A Ese Joseph!
Que Pasara Con Andreas Y Lexius?
Siguelaa!
besos!
AnnY!
Invitado
Invitado
Capitulo 9
Joe compró una casa en Holland Park, una zona cara de Londres que ______ sólo había visto antes desde el autobús. Era un edificio de cuatro plantas, en una calle bordeada con árboles. Había muchas familias jóvenes en la zona.
______ pensó que era el tipo de casa del que cualquiera se habría enamorado. La casa de él, se recordó, cuando entraron en el vestíbulo forrado de roble. La vidriera de la puerta de entrada iluminaba de colores el suelo de damero blanco y negro.
Pocas horas después de su llegada, la glamurosa y rubia vecina se presentó con una botella de champán caro, una bandeja de sándwiches de salmón ahumado y una invitación para un cóctel que iba a celebrar.
—Vendréis, ¿verdad? —le preguntó a ______, aunque sus sonrisas y miradas volvían continuamente al alto y callado griego que se apoyaba en el umbral.
______ no supo qué contestar. Era consciente del rostro adusto de Joe, que seguramente quería aclarar que aunque parecieran una familia convencional no lo eran en absoluto. Tal vez pensara que socializar con los vecinos requeriría demasiado teatro.
—Comprobaré si tenemos otros compromisos —dijo ______ con diplomacia. Al ver el brillo determinado de los ojos de la atractiva vecina, comprendió que una negativa directa podría llevarla a insistir.
La casa en sí era un sueño. Era el típico sitio en el que nunca se habría imaginado viviendo, con habitaciones espaciosas de techos altos y una bella escalera. Sin embargo, la transición de su diminuto piso al esplendor de principios del siglo pasado no le había costado el más mínimo esfuerzo.
Joe se había ocupado de todo: había encargado a un decorador que amueblara la casa con piezas escogidas y cubriera los ventanales con exquisitos cortinajes. Había una maravillosa habitación infantil para Alexius y Andreas, al lado del dormitorio y cuarto de baño de ______.
Joe se había adjudicado una suite en la planta superior, que incluía un enorme y aireado estudio con fabulosas vistas al parque. Le dijo a ______ que en los tiempos que corrían un arquitecto podía realizar su trabajo desde cualquier sitio. Ese comentario la llevó a preguntarse qué planes tenía en realidad y si el acuerdo al que habían llegado se prolongaría durante mucho tiempo.
Sin embargo, no era el momento para preguntarlo y ______ dudaba que él fuera a contestar si lo hacía. Además, no tenía sentido preocuparse por algo que no podía controlar. Estaba demasiado ocupada agradeciendo su buena fortuna, dándose cuenta de la estrechez de su pisito y de lo injusto que habría sido para los gemelos seguir viviendo allí. En esa casa sobraba el espacio y, por el momento, eso eclipsaba los problemas potenciales de compartir vivienda con un hombre tan peligrosamente atractivo como Joe.
Su espíritu se aligeró al mirar el bello jardín, con sus macizos de flores y altos árboles, e imaginar a dos niños creciendo y jugando en él. Decidió que les construiría un enorme cajón de arena y compraría una tobogán de plástico. Los visualizó dormidos y satisfechos en su bonita habitación azul y crema y esbozó una sonrisa de felicidad.
Joe estaba observando y al ver cómo se curvaban sus labios recordó por qué su belleza lo había impactado al principio, junto con los ojos azul violeta y el cabello de color miel. Hacía mucho tiempo que no enterraba su boca en ese cabello. Demasiado que no besaba esos labios hasta hartarse. Sintió una oleada de frustración e impaciencia. Si iba hacia ella y la tomaba en sus brazos, no dudaba que conseguiría hacerla responder.
Sin embargo algo lo detenía. Tal vez fuera el nuevo aire de compostura y serenidad que la rodeaba. Lo había percibido antes, cuando estaba sentada en un sillón junto a la ventana del dormitorio infantil, amamantando a Andreas, mientras su hermano dormía en un moisés de mimbre, a sus pies. Como un sutil foco, la luz del sol los había iluminado y otorgado a la escena una brillantez inesperada, convirtiendo el color miel de su cabello en oro. Nunca la había visto más bella que en ese momento.
Se preguntó si ese sería otro ejemplo de la lotería que era la vida. Algunas mujeres se entregaban a la maternidad como si hubieran nacido para ella, en cambio otras…
—¿______?
______ se volvió de la ventana, preparándose para el impacto físico de verlo. Por más veces que lo mirara, no podía evitar derretirse por dentro.
Estaba sentado en uno de los dos sofás, con las largas piernas extendidas ante él, con una pose descuidada pero elegante. Los bien cortados pantalones oscuros ceñían sus musculosos muslos; tuvo que tragar saliva para paliar la súbita sequedad de su garganta.
—¿Sí, Joe?
Él se fijó en que había vuelto a ponerse pantalones vaqueros. Sin esfuerzos, discusiones ni desagradables y sudorosas visitas al gimnasio, parecía haber recuperado sus seductoras curvas y el saludable vigor de la juventud y la vitalidad. Deseó bajárselos, introducirse en ella, y… Tragó saliva, maldiciéndola a ella y a su belleza.
—Tenemos que concretar algunos detalles —su voz sonó un poco ronca.
—¿Qué detalles? —inquirió ella.
—Por ejemplo, contratar a una niñera —farfulló él—. A no ser que prefieras discutir de posibles alternativas a cómo dormiremos por la noche. A mí me encantaría.
Ella inspiró con fuerza, intentando ignorar la sensual invitación de sus palabras y que sus ojos negros recorrían su cuerpo con insolencia, como si tuviera pleno derecho a hacerlo. Había oído la expresión «desnudar a alguien con los ojos», pero nunca había captado la extensión de su significado hasta que conoció a Joe.
Pero la innegable tensión sexual que bullía bajo la superficie ya sólo era una faceta más de su vida, que de repente era plena. Había comprendido que la maternidad era un trabajo y, más aún, uno que se le daba bien, que le otorgaba confianza y seguridad en sí misma. La ______ que se había concentrado vanamente en complacer al exigente Joe había desaparecido.
—No quiero contratar a una niñera —dijo ella.
Joe frunció el ceño porque eso tampoco era lo que había esperado. Había creído que una vez que comprendiera que él no se iba a ir, empezaría a exigir cosas. La riqueza compraba asistencia doméstica, y a muchas mujeres eso les gustaba.
—¿Tienes idea del trabajo que supondrán los niños cuando empiecen a crecer? ¿O de cuánto limitará eso tu libertad?
—¡Claro que sí! Todo requiere el doble de tiempo, nada más. Pero tú deberías saberlo mejor que nadie —se sentó en el banco que había bajo la ventana—. Joe, ¿podrías darme algunas pistas? ¿Cómo se organizaba tu madre?
Siguió un silencio. Normalmente, él habría evadido la pregunta. Dadas las circunstancias, tenía que admitir su relevancia, pero eso no implicaba que le gustara que preguntase.
—No creo que fuera un modelo a seguir para ninguna madre de gemelos —dijo con frialdad.
—¿Por qué no?
Joe se enfrentó a su mirada con irritación porque odiaba hurgar por debajo de los datos superficiales. En otro tiempo, ella habría interpretado correctamente su estado de ánimo y habría dejado de interrogarlo. Entonces ella habría hecho lo que él quisiera. Pero era obvio que había cambiado, por supuesto. Vivir un embarazo sola, dar a luz a dos bebés y no saber cómo diablos iba a mantenerlos cambiaría a cualquier mujer.
Se preguntó si eso le daba derecho a querer saber más de su historia. Y también si la reticencia de él se debía menos a su fiero deseo de privacidad y más a que había enterrado su pasado en un lugar muy profundo durante largos años y no quería resucitarlo.
—Porque mi madre nos abandonó a Kyros y a mí cuando éramos muy pequeños.
—¿Se marchó? —lo miró fijamente, con el corazón desbocado.
—El abandono de los padres es frecuente, las madres también lo hacen a veces —esbozó una sonrisa burlona para disimular la punzada de dolor que seguía provocándole esa vieja cicatriz. Y la sorpresa de que fuera así—. Eso es auténtica igualdad, ¿no ______?
—Pero… ¿cuántos años tenías?
—Cuatro —replicó con impaciencia—. Mira, nos dejó con mi padre, que era perfectamente capaz de conseguir que estuviéramos bien cuidados. Kyros y yo crecimos con normalidad. Ya está. No es ningún drama.
______ captó falta de convicción en sus palabras, sonaban vacías.
—A tu padre debe de haberle resultado difícil tener que ocuparse de dos niños pequeños —comentó— ¿Cómo lo hizo?
—Tuvimos montones de niñeras distintas que cuidaban de nosotros —se encogió de hombros—. Mi padre era un hombre ocupado, regido por la ambición y la voluntad de triunfar. Su negocio requería atención todas las horas del día. Era una de las cosas que llevó a mi madre a caer en brazos de otro hombre, o eso alegó. Quería excitación y glamur; un marido ausente y dos niños pequeños y exigentes no se lo daban.
—¿Y nunca la ves?
—Falleció pocos años después de abandonarnos.
Joe recordó al hombre con quien se había casado, el hombre que había sustituido a su padre. Y recordó que había deseado darle un puñetazo.
______ asintió. En cierto modo, las respuestas la incitaban a hacer más preguntas. Quería hacerlas, pero estaba segura de que Joe rechazaría con desdén cualquier intento de psicología amateur. Había una diferencia entre sentir curiosidad y sonsacar. Algo en el rostro de Joe le dijo que era mejor parar.
Era consciente de que para un hombre como Joe, que se cerraba como una ostra en todo lo referente a sus emociones, lo que había dicho equivalía a una gran revelación. Hacía que su comportamiento fuera más comprensible. El cinismo no surgía de la nada. Por muy rica y poderosa que fuera una persona, siempre había algo que había determinado su carácter. Crecer sin una madre como modelo explicaba en gran medida su actitud dominante con las mujeres y que se negara al compromiso.
Pero el breve destello que le había ofrecido de su pasado la inquietó. A pesar de que él dijera que no era ningún drama y la dureza pétrea de sus ojos y de su rostro, le dolió el corazón por el niño abandonado que debió de ser. Además, lo lógico sería que su hermano y él estuvieran muy unidos, en vez de distanciados. Sobre todo teniendo en cuenta por lo que habían pasado juntos, siendo unos niños.
Antes, ella había estado dispuesta a andar de puntillas para evitar herir sus sentimientos, pero ya no. Quería ir más allá de tanta simulación y subterfugio. No por sí misma, dado que reconocía que lo que hubo entre ellos había muerto, sino por el bien de sus hijos. Sin embargo, no se obtenían confidencias ejerciendo presión. Antes él tenía que confiar en ella, y cabía la posibilidad de que nunca llegara a hacerlo.
Ella misma debería empezar a actuar con más madurez respecto a sus circunstancias. Esa preciosa casa le había proporcionado sensación de libertad y un intenso alivio. Tenía la sensación de que Alexius y Andreas dormían más desde que estaban allí y su humor había mejorado.
—Quiero darte las gracias —dijo, tímida.
—¿Por? —él frunció los ojos.
—Por hacer posible todo esto. Por dar a mis hijos tanto espacio.
—También son hijos míos —replicó él con voz amarga—. ¿Qué creías que iba a hacer, ______? ¿Darles la espalda mientras tú los criabas en la pobreza?
Ella decidió no discutir que su definición de pobreza tenía poco que ver con la de la mayoría de la gente.
—No pensé mucho en ello, la verdad. No lo planeé —hizo una pausa, esperando una pregunta que no llegó aunque la vio claramente escrita en sus ojos—. No, no lo planeé —declaró con fervor—. Pero ha ocurrido y quiero hacer las cosas bien. Quiero ser tan buena madre como esté en mi mano y para mí eso significa implicarme. No quiero una niñera.
—Es demasiado trabajo para ti —rezongó él.
Ella se preguntó si basaba esa respuesta en el hecho de que su madre no había sido capaz de hacerlo. No había dos mujeres iguales, así que negó con la cabeza y tomó aire.
—Déjame acabar. Sé que soy afortunada porque puedes permitirte ofrecerme una niñera, pero no quiero que otra mujer interfiera en la educación de mis hijos.
—No puedes arreglártelas sola en una casa de este tamaño —persistió él, testarudo.
—Tienes razón, no puedo —le dirigió una sonrisa tentativa, deseando poder estirar el brazo y acariciarle la cara, no con un fin sexual, sino para aliviar el dolor que veía en sus pétreos rasgos—. Ya sabes cómo soy con el orden; quizá el dinero estaría mejor empleado contratando a una asistenta, o un ama de llaves, que mantenga la casa en consonancia con tu exigente estándar.
Joe pensó que hablaba como si él fuera una especie de robot acostumbrado a vivir en entornos estériles. Sin embargo, el tono cariñoso de su voz le hizo sonreír para sí. Comprendió que de alguna manera, ______ había conseguido salirse con la suya y ni siquiera tenía la sensación de haber librado una batalla. Su sonrisa se desvaneció y se convirtió en una mueca pensativa. Tal vez ______ había sabido que rechazar su oferta de una niñera era el movimiento más beneficioso en la partida que jugaba con él.
Se preguntó si ______ sabía que los niños no eran más que accesorios en el mundo en el que él se desenvolvía. Vestidos con versiones en miniatura de la ropa de moda que lucían sus elegantes mamas. Que los llevaban a las fiestas para que la gente los admirara un rato y luego se los devolvían a una chica de cara aburrida, a quien despedirían un día, borrándola de la vida del niño. Tal vez había pensado que lo atraería la novedad de una mujer dispuesta a ensuciarse las manos.
También cabía la posibilidad de que quisiera que los niños estuvieran tan unidos a ella que les disgustara la idea de separarse de su lado. Eso sin duda contrarrestaría cualquier intento suyo para llevárselos a vivir al otro lado del Atlántico.
Joe soltó una risotada. No cabía duda de que se había convertido en un cínico bastardo.
—De acuerdo, ______ —dijo con lentitud—. Contrataremos a un ama de llaves.
______ pensó que era el tipo de casa del que cualquiera se habría enamorado. La casa de él, se recordó, cuando entraron en el vestíbulo forrado de roble. La vidriera de la puerta de entrada iluminaba de colores el suelo de damero blanco y negro.
Pocas horas después de su llegada, la glamurosa y rubia vecina se presentó con una botella de champán caro, una bandeja de sándwiches de salmón ahumado y una invitación para un cóctel que iba a celebrar.
—Vendréis, ¿verdad? —le preguntó a ______, aunque sus sonrisas y miradas volvían continuamente al alto y callado griego que se apoyaba en el umbral.
______ no supo qué contestar. Era consciente del rostro adusto de Joe, que seguramente quería aclarar que aunque parecieran una familia convencional no lo eran en absoluto. Tal vez pensara que socializar con los vecinos requeriría demasiado teatro.
—Comprobaré si tenemos otros compromisos —dijo ______ con diplomacia. Al ver el brillo determinado de los ojos de la atractiva vecina, comprendió que una negativa directa podría llevarla a insistir.
La casa en sí era un sueño. Era el típico sitio en el que nunca se habría imaginado viviendo, con habitaciones espaciosas de techos altos y una bella escalera. Sin embargo, la transición de su diminuto piso al esplendor de principios del siglo pasado no le había costado el más mínimo esfuerzo.
Joe se había ocupado de todo: había encargado a un decorador que amueblara la casa con piezas escogidas y cubriera los ventanales con exquisitos cortinajes. Había una maravillosa habitación infantil para Alexius y Andreas, al lado del dormitorio y cuarto de baño de ______.
Joe se había adjudicado una suite en la planta superior, que incluía un enorme y aireado estudio con fabulosas vistas al parque. Le dijo a ______ que en los tiempos que corrían un arquitecto podía realizar su trabajo desde cualquier sitio. Ese comentario la llevó a preguntarse qué planes tenía en realidad y si el acuerdo al que habían llegado se prolongaría durante mucho tiempo.
Sin embargo, no era el momento para preguntarlo y ______ dudaba que él fuera a contestar si lo hacía. Además, no tenía sentido preocuparse por algo que no podía controlar. Estaba demasiado ocupada agradeciendo su buena fortuna, dándose cuenta de la estrechez de su pisito y de lo injusto que habría sido para los gemelos seguir viviendo allí. En esa casa sobraba el espacio y, por el momento, eso eclipsaba los problemas potenciales de compartir vivienda con un hombre tan peligrosamente atractivo como Joe.
Su espíritu se aligeró al mirar el bello jardín, con sus macizos de flores y altos árboles, e imaginar a dos niños creciendo y jugando en él. Decidió que les construiría un enorme cajón de arena y compraría una tobogán de plástico. Los visualizó dormidos y satisfechos en su bonita habitación azul y crema y esbozó una sonrisa de felicidad.
Joe estaba observando y al ver cómo se curvaban sus labios recordó por qué su belleza lo había impactado al principio, junto con los ojos azul violeta y el cabello de color miel. Hacía mucho tiempo que no enterraba su boca en ese cabello. Demasiado que no besaba esos labios hasta hartarse. Sintió una oleada de frustración e impaciencia. Si iba hacia ella y la tomaba en sus brazos, no dudaba que conseguiría hacerla responder.
Sin embargo algo lo detenía. Tal vez fuera el nuevo aire de compostura y serenidad que la rodeaba. Lo había percibido antes, cuando estaba sentada en un sillón junto a la ventana del dormitorio infantil, amamantando a Andreas, mientras su hermano dormía en un moisés de mimbre, a sus pies. Como un sutil foco, la luz del sol los había iluminado y otorgado a la escena una brillantez inesperada, convirtiendo el color miel de su cabello en oro. Nunca la había visto más bella que en ese momento.
Se preguntó si ese sería otro ejemplo de la lotería que era la vida. Algunas mujeres se entregaban a la maternidad como si hubieran nacido para ella, en cambio otras…
—¿______?
______ se volvió de la ventana, preparándose para el impacto físico de verlo. Por más veces que lo mirara, no podía evitar derretirse por dentro.
Estaba sentado en uno de los dos sofás, con las largas piernas extendidas ante él, con una pose descuidada pero elegante. Los bien cortados pantalones oscuros ceñían sus musculosos muslos; tuvo que tragar saliva para paliar la súbita sequedad de su garganta.
—¿Sí, Joe?
Él se fijó en que había vuelto a ponerse pantalones vaqueros. Sin esfuerzos, discusiones ni desagradables y sudorosas visitas al gimnasio, parecía haber recuperado sus seductoras curvas y el saludable vigor de la juventud y la vitalidad. Deseó bajárselos, introducirse en ella, y… Tragó saliva, maldiciéndola a ella y a su belleza.
—Tenemos que concretar algunos detalles —su voz sonó un poco ronca.
—¿Qué detalles? —inquirió ella.
—Por ejemplo, contratar a una niñera —farfulló él—. A no ser que prefieras discutir de posibles alternativas a cómo dormiremos por la noche. A mí me encantaría.
Ella inspiró con fuerza, intentando ignorar la sensual invitación de sus palabras y que sus ojos negros recorrían su cuerpo con insolencia, como si tuviera pleno derecho a hacerlo. Había oído la expresión «desnudar a alguien con los ojos», pero nunca había captado la extensión de su significado hasta que conoció a Joe.
Pero la innegable tensión sexual que bullía bajo la superficie ya sólo era una faceta más de su vida, que de repente era plena. Había comprendido que la maternidad era un trabajo y, más aún, uno que se le daba bien, que le otorgaba confianza y seguridad en sí misma. La ______ que se había concentrado vanamente en complacer al exigente Joe había desaparecido.
—No quiero contratar a una niñera —dijo ella.
Joe frunció el ceño porque eso tampoco era lo que había esperado. Había creído que una vez que comprendiera que él no se iba a ir, empezaría a exigir cosas. La riqueza compraba asistencia doméstica, y a muchas mujeres eso les gustaba.
—¿Tienes idea del trabajo que supondrán los niños cuando empiecen a crecer? ¿O de cuánto limitará eso tu libertad?
—¡Claro que sí! Todo requiere el doble de tiempo, nada más. Pero tú deberías saberlo mejor que nadie —se sentó en el banco que había bajo la ventana—. Joe, ¿podrías darme algunas pistas? ¿Cómo se organizaba tu madre?
Siguió un silencio. Normalmente, él habría evadido la pregunta. Dadas las circunstancias, tenía que admitir su relevancia, pero eso no implicaba que le gustara que preguntase.
—No creo que fuera un modelo a seguir para ninguna madre de gemelos —dijo con frialdad.
—¿Por qué no?
Joe se enfrentó a su mirada con irritación porque odiaba hurgar por debajo de los datos superficiales. En otro tiempo, ella habría interpretado correctamente su estado de ánimo y habría dejado de interrogarlo. Entonces ella habría hecho lo que él quisiera. Pero era obvio que había cambiado, por supuesto. Vivir un embarazo sola, dar a luz a dos bebés y no saber cómo diablos iba a mantenerlos cambiaría a cualquier mujer.
Se preguntó si eso le daba derecho a querer saber más de su historia. Y también si la reticencia de él se debía menos a su fiero deseo de privacidad y más a que había enterrado su pasado en un lugar muy profundo durante largos años y no quería resucitarlo.
—Porque mi madre nos abandonó a Kyros y a mí cuando éramos muy pequeños.
—¿Se marchó? —lo miró fijamente, con el corazón desbocado.
—El abandono de los padres es frecuente, las madres también lo hacen a veces —esbozó una sonrisa burlona para disimular la punzada de dolor que seguía provocándole esa vieja cicatriz. Y la sorpresa de que fuera así—. Eso es auténtica igualdad, ¿no ______?
—Pero… ¿cuántos años tenías?
—Cuatro —replicó con impaciencia—. Mira, nos dejó con mi padre, que era perfectamente capaz de conseguir que estuviéramos bien cuidados. Kyros y yo crecimos con normalidad. Ya está. No es ningún drama.
______ captó falta de convicción en sus palabras, sonaban vacías.
—A tu padre debe de haberle resultado difícil tener que ocuparse de dos niños pequeños —comentó— ¿Cómo lo hizo?
—Tuvimos montones de niñeras distintas que cuidaban de nosotros —se encogió de hombros—. Mi padre era un hombre ocupado, regido por la ambición y la voluntad de triunfar. Su negocio requería atención todas las horas del día. Era una de las cosas que llevó a mi madre a caer en brazos de otro hombre, o eso alegó. Quería excitación y glamur; un marido ausente y dos niños pequeños y exigentes no se lo daban.
—¿Y nunca la ves?
—Falleció pocos años después de abandonarnos.
Joe recordó al hombre con quien se había casado, el hombre que había sustituido a su padre. Y recordó que había deseado darle un puñetazo.
______ asintió. En cierto modo, las respuestas la incitaban a hacer más preguntas. Quería hacerlas, pero estaba segura de que Joe rechazaría con desdén cualquier intento de psicología amateur. Había una diferencia entre sentir curiosidad y sonsacar. Algo en el rostro de Joe le dijo que era mejor parar.
Era consciente de que para un hombre como Joe, que se cerraba como una ostra en todo lo referente a sus emociones, lo que había dicho equivalía a una gran revelación. Hacía que su comportamiento fuera más comprensible. El cinismo no surgía de la nada. Por muy rica y poderosa que fuera una persona, siempre había algo que había determinado su carácter. Crecer sin una madre como modelo explicaba en gran medida su actitud dominante con las mujeres y que se negara al compromiso.
Pero el breve destello que le había ofrecido de su pasado la inquietó. A pesar de que él dijera que no era ningún drama y la dureza pétrea de sus ojos y de su rostro, le dolió el corazón por el niño abandonado que debió de ser. Además, lo lógico sería que su hermano y él estuvieran muy unidos, en vez de distanciados. Sobre todo teniendo en cuenta por lo que habían pasado juntos, siendo unos niños.
Antes, ella había estado dispuesta a andar de puntillas para evitar herir sus sentimientos, pero ya no. Quería ir más allá de tanta simulación y subterfugio. No por sí misma, dado que reconocía que lo que hubo entre ellos había muerto, sino por el bien de sus hijos. Sin embargo, no se obtenían confidencias ejerciendo presión. Antes él tenía que confiar en ella, y cabía la posibilidad de que nunca llegara a hacerlo.
Ella misma debería empezar a actuar con más madurez respecto a sus circunstancias. Esa preciosa casa le había proporcionado sensación de libertad y un intenso alivio. Tenía la sensación de que Alexius y Andreas dormían más desde que estaban allí y su humor había mejorado.
—Quiero darte las gracias —dijo, tímida.
—¿Por? —él frunció los ojos.
—Por hacer posible todo esto. Por dar a mis hijos tanto espacio.
—También son hijos míos —replicó él con voz amarga—. ¿Qué creías que iba a hacer, ______? ¿Darles la espalda mientras tú los criabas en la pobreza?
Ella decidió no discutir que su definición de pobreza tenía poco que ver con la de la mayoría de la gente.
—No pensé mucho en ello, la verdad. No lo planeé —hizo una pausa, esperando una pregunta que no llegó aunque la vio claramente escrita en sus ojos—. No, no lo planeé —declaró con fervor—. Pero ha ocurrido y quiero hacer las cosas bien. Quiero ser tan buena madre como esté en mi mano y para mí eso significa implicarme. No quiero una niñera.
—Es demasiado trabajo para ti —rezongó él.
Ella se preguntó si basaba esa respuesta en el hecho de que su madre no había sido capaz de hacerlo. No había dos mujeres iguales, así que negó con la cabeza y tomó aire.
—Déjame acabar. Sé que soy afortunada porque puedes permitirte ofrecerme una niñera, pero no quiero que otra mujer interfiera en la educación de mis hijos.
—No puedes arreglártelas sola en una casa de este tamaño —persistió él, testarudo.
—Tienes razón, no puedo —le dirigió una sonrisa tentativa, deseando poder estirar el brazo y acariciarle la cara, no con un fin sexual, sino para aliviar el dolor que veía en sus pétreos rasgos—. Ya sabes cómo soy con el orden; quizá el dinero estaría mejor empleado contratando a una asistenta, o un ama de llaves, que mantenga la casa en consonancia con tu exigente estándar.
Joe pensó que hablaba como si él fuera una especie de robot acostumbrado a vivir en entornos estériles. Sin embargo, el tono cariñoso de su voz le hizo sonreír para sí. Comprendió que de alguna manera, ______ había conseguido salirse con la suya y ni siquiera tenía la sensación de haber librado una batalla. Su sonrisa se desvaneció y se convirtió en una mueca pensativa. Tal vez ______ había sabido que rechazar su oferta de una niñera era el movimiento más beneficioso en la partida que jugaba con él.
Se preguntó si ______ sabía que los niños no eran más que accesorios en el mundo en el que él se desenvolvía. Vestidos con versiones en miniatura de la ropa de moda que lucían sus elegantes mamas. Que los llevaban a las fiestas para que la gente los admirara un rato y luego se los devolvían a una chica de cara aburrida, a quien despedirían un día, borrándola de la vida del niño. Tal vez había pensado que lo atraería la novedad de una mujer dispuesta a ensuciarse las manos.
También cabía la posibilidad de que quisiera que los niños estuvieran tan unidos a ella que les disgustara la idea de separarse de su lado. Eso sin duda contrarrestaría cualquier intento suyo para llevárselos a vivir al otro lado del Atlántico.
Joe soltó una risotada. No cabía duda de que se había convertido en un cínico bastardo.
—De acuerdo, ______ —dijo con lentitud—. Contrataremos a un ama de llaves.
kadita_lovatica
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
ahh Joseph eres el padre de esos niños
Por lo tanto dbes de ayudar a la rayiz a cuidarlos
Siguela!!! Sube mas!!!
Por lo tanto dbes de ayudar a la rayiz a cuidarlos
Siguela!!! Sube mas!!!
aranzhitha
Capitulo 10
El sol de la mañana bañaba el escritorio con una resplandor rojizo cuando Joe dejó el lápiz y estiró los brazos por encima de la cabeza. Llevaba trabajando desde el amanecer en su gran estudio vacío y había descubierto que era tremendamente productivo cuando la casa seguía recogida en el silencioso preludio del día.
Se recostó, satisfecho con el primer boceto de la sala de conciertos parisina que estaba diseñando. Sería construida en el Left Bank, un nuevo monumento para una de las ciudades más bellas del mundo. Su gran talento como diseñador conllevaba que recibiera encargos de todo el mundo. Por supuesto, Londres era una base perfecta para viajar por Europa, ahorrándose el desfase horario. En realidad tenía gracia. Uno nunca sabía cómo iban a salir las cosas, por mucho que las planificara. Era como diseñar un edificio. Los planos podrían ser perfectos y la construcción ejecutada con exactitud, pero solía ser algo impredecible lo que otorgaba carácter al lugar. Cuando se planificaba una estructura, como el enorme centro de investigación que había finalizado recientemente en Denver, era imposible adivinar que los destellos que provocaba el sol de mediodía al incidir en sus muchas ventanas provocarían que fuera conocida para siempre como «El Diamante».
Le había pasado algo parecido allí, viviendo con _____ y sus hijos. Aunque la naturaleza de su trabajo le permitía ver cómo ladrillos y cemento crecían hasta convertirse en algo bello, no había supuesto que ocurriría lo mismo con los niños. No habría imaginado que su desarrollo día a día podía ser tan asombroso como uno de los rascacielos que había concebido, que parecía desafiar a la ley de la gravedad. También era cierto que nunca se había parado a pensar en ello. No había tenido razón para hacerlo. No había tenido planes de paternidad hasta que las circunstancias decidieron por él.
Sus días habían adquirido una rutina. Dejaba de trabajar a la hora del almuerzo y salía a dar un paseo con _____ y los niños. Sus colegas de Estados Unidos se habrían quedado atónitos al verle tomar una hora libre para pasear por un parque empujando un cochecito de bebé. A él mismo le costaba creerlo.
Oyó un gemido en la planta inferior; eso implicaba que uno de los bebés se estaba despertando y el otro no tardaría. Él bajaría a la cocina a preparar café antes de que llegara el ama de llaves. Después iría a buscar a _____, que estaría ocupada con alguno de los bebés, vestida con vaqueros gastados, el cabello recogido con una cinta y más bella de lo que debería estar ninguna mujer.
Pero la imagen de pareja feliz que presentaban al mundo exterior no tenía base real. Era como uno de esos trampantojos que engañaban al ojo haciéndole ver un paisaje real, cuando no era sino una astuta pintura tridimensional.
Hizo el café, escuchó un par de mensajes de voz y fue a buscarla a la habitación de los niños, donde estaba secando a uno de los bebés. El vapor del baño había hecho que la blusa se pegara contra sus senos. Sus bellísimos senos.
—Había otro mensaje de esa mujer —anunció él.
_____ alzó la mirada del bebé, pensando en lo perfectos que eran sus dos niños, con la piel morena como su padre y el mismo pelo y ojos negros. De momento no veía en ellos nada suyo.
—¿Qué mujer? —arrugó la frente.
—La rubia de al lado. Ésa de las faldas o, más bien, ésa de las inexistentes faldas.
_____ se apoyó sobre los talones intentando no reaccionar. «Ah, sí. Ésa». Estiró la esquina de la alfombrilla sobre la que estaba tendido el bebé. Por supuesto, Joe se habría fijado en los inapropiada vestimenta y las largas piernas de su vecina, ya que podía pasarse tanto tiempo como quisiera contemplándola. Que a ella no le gustase que lo hiciera era irrelevante. Ella había elegido que vivieran separados y era lo que tenía. «Cuidado con lo que deseas…»
—¿Qué quiere esta vez?
—Dice que ha dejado varios mensajes. Mañana celebra su cóctel y quiere que vayamos.
—Yo me quedaré aquí —_____ hizo una mueca de desagrado—. Ve tú.
Joe la observó ponerle un trajecito azul al niño. Era increíble cómo habían cambiado las cosas. Recordaba que solía telefonearle a última hora para invitarla a cenar y lo dejaba todo para reunirse con él. Cambiaba sus planes para ajustarse a los suyos y actuaba como si no tuviera importancia si él cancelaba la cita en el último minuto. Él la había despreciado por ello, igual que al resto de las mujeres que se lo ponían demasiado fácil.
Pero _____ ya no se lo ponía fácil, en absoluto, y en algún momento había dejado de pensar que podía ser un juego inteligente por su parte. No, era algo muy serio. Cuando le había dicho que quería que tuviesen dormitorios separados había asumido que lo decía por hacerse respetar un tiempo. O tal vez por castigarlo antes de volver a recibirlo en sus brazos y en su cama. Ninguna mujer se había resistido a él y _____ tampoco podría hacerlo.
Incluso se había permitido disfrutar de la espera hasta que sucediera lo inevitable, pues sabía que ella seguía deseándolo. Leía fácilmente las indicaciones de su deseo, por más que ella intentara ocultarlas. Había multitud de gestos inconscientes. Ninguna mujer podía controlar que sus ojos se oscurecieran instintivamente cuando el hombre al que deseaba entraba en la habitación. O cómo se entreabrían sus labios como si esperara un beso suyo.
Sin embargo, lo trataba como suponía que haría una profesora joven pero estricta. Con actitud cortés pero distante. Cuando estaban con los gemelos, era dulce y agradable, ¡Joe incluso había llegado a ayudar a la hora del baño! Pero había erigido un especie de barrera invisible a su alrededor y algo le impedía intentar derrumbarla.
A veces se preguntaba si estaba sacando el mayor partido posible de su imagen de mujer intocable. Lo cierto era que lo estaba volviendo loco. Por la noche se quedaba despierto y atenazado de deseo sexual al pensar que estaba sólo una planta más abajo, en una cama demasiado grande para ella sola. Tal vez ella sintiera un perversa satisfacción imaginando lo frustrado que estaba. Y bien podía ser que hubiera llegado la hora de hacer algo al respecto…
—Ve tú —repitió _____, interrumpiendo sus incómodos pensamientos eróticos.
Fue a situarse a su lado. Tenía el cabello recogido en una coleta muy alta, que dejaba su cuello al descubierto. Deseó acariciar esa suave piel con los labios.
—Quiere que vayamos los dos —dijo con voz grave y ronca.
—La verdad es que lo dudo. Incluso si fuera el caso, no creo que se le rompiera el corazón si fueras tú solo.
—¿Qué se supone que significa eso?
Ella deseó que no se pusiera tan cerca de ella. Desde donde estaba arrodillada, sólo veía la fuerte pierna cubierta con vaqueros. Alzó la vista y fue aún peor ver todo el largo de su impresionante cuerpo. Las aristas de sus caderas, arrogantes y viriles.
—Vamos, Joe, ¡sabes perfectamente lo que significa! —se puso un mechón de pelo suelto tras la oreja—. No puedes estar tan ciego como para no darte cuenta de que le pareces muy atractivo.
Él comprendió que su serenidad estaba haciendo que se enojara. Tal vez si hubiera demostrado celos o una actitud posesiva habría disfrutado escapándose a la casa de al lado. Pero la idea de ir sin ella no le hacía ninguna gracia.
—Bueno. Pues yo creo que deberías venir —insistió—. De hecho insisto. Te hará bien. No has salido ninguna noche desde… ¿hace cuánto?
Desde los primeros meses de embarazo, pero _____ era demasiado orgullosa para confesarlo, sobre todo después de ese condescendiente «Te hará bien».
—Hace mucho —contestó con vaguedad—. Pero es muy común en la época que sigue a la maternidad.
—Ya, de repente te has convertido en una experta, ¿no? —rezongó con sorna—. Pues yo quiero que vengas. Considéralo un ejercicio de relaciones públicas por el bien de nuestros hijos, para conocer al resto de los padres de la calle.
—Eso suena muy provinciano —murmuró ella.
—¿Me acusas a mí de ser provinciano, agapi mu? —rió suavemente—. Eso es escandaloso.
_____ pensó que el intercambio se parecía demasiado a un coqueteo, así que se puso en pie y dio un paso atrás, como si estuviera demasiado cerca de un abismo.
—No tenemos niñera.
—Betty dice que se quedará encantada.
A _____ le gustaba el ama de llaves y confiaba en ella. Había sido madre y adoraba a los gemelos. Y lo cierto era que hacía mucho tiempo que no salía, sobre todo a una fiesta.
—Oh, bueno —aceptó—. Iré.
Lo que en principio le había resultado indiferente empezó a parecerle emocionante. Se descubrió deseando ir a la fiesta y sintió un burbujeo de excitación que casi no recordaba. Seguramente se debía a sentirse bien consigo misma. Su autoestima estaba bien alta y no se había permitido comportarse como un juguete físico o emocional.
Sin embargo, seguía teniendo que mantener una actitud vigilante con Joe. Había creído que, si mantenía las distancias, su deseo por él disminuiría, pero nada podía estar más lejos de la verdad. Anhelaba sus caricias y sabía que él la deseaba a ella. Sin embargo, algo había cambiado.
Ella tenía a sus hijos, habían creado dos nuevas vidas juntos y eso tenía un significado emocional muy profundo. Necesitaban mantener una relación civilizada en aras del futuro, fuera cual fea. Joe disponía de multitud de armas para herirla si quería, y no iba a permitir que eso ocurriera. Al menos de momento. No podía romperse en pedazos cuando dos bebés maravillosos dependían de ella. «Recuérdalo la próxima vez que te tiente».
La noche de la fiesta, Betty asumió el mando. Como ama de llaves era estupenda, y como niñera para una noche, inigualable. La bondadosa pero firme mujer de cincuenta y tantos años, con hijos ya mayores, ordenó a _____ que saliera a divertirse y que no se preocupara en absoluto.
—Por Dios bendito —aseveró—. ¡Si la necesito, la encontraré en la casa de al lado!
Se respiraba la primavera en el aire y _____ eligió uno de sus vestidos favoritos, de antes de estar embarazada, que hacía que se sintiera de maravilla. La deleitó comprobar que aún le valía. Era de distintos tonos azulados y le caía hasta los tobillos, ocultando sus piernas pálidas tras el largo invierno. Lo conjuntó con unas bonitas sandalias azules que había comprado en Roma y que añadían el toque informal adecuado. Se dejó el cabello suelto y se puso un toque de perfume de rosas.
Joe la esperaba en la sala, junto a la enorme ventana. Se dio la vuelta al oír sus pasos y sus pupilas se dilataron al verla. El cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros y sus ojos violeta parecían oscuros y enormes. Sintió el pulsar del deseo.
—Estás bellísima —murmuró.
—Pareces sorprendido.
—Tal vez lo esté. Hacía mucho tiempo que no te veía vestida así.
—Hace mucho tiempo que no voy a una fiesta.
El risueño comentario enmascaró lo que realmente sentía. La situación era incómodamente parecida a una cita. Era algo que haría una pareja real. Y ellos no lo eran. La última vez que se había arreglado tanto había sido la de aquella noche en su piso, cuando él había sido tan crítico con respecto a su hogar y el esfuerzo que había realizado. «Recuerda esa noche si te sientes tentada por cómo te acarician esos ojos negros», se dijo «Te mira como si quisiera arrastrarte a un rincón y lanzarse sobre ti».
—Será mejor que eche un último vistazo a los gemelos —titubeó.
—_____, acabo de hacerlo y están bien. Y Betty también. Ahora relájate.
Relajarse sería como entrar directamente en la boca del lobo. Relajarse implicaría bajar la guardia y eso la llevaría a mirar a Joe y decidir que estaba irresistible con pantalón y camisa oscuros, y el pelo y los ojos brillando como azabache.
Fue a por su echarpe de cachemira. Joe se lo quitó de las manos.
—Espera. Déjame —dijo, poniéndolo con cuidado sobre sus hombros desnudos.
_____ se estremeció y esperó que él no lo hubiera notado. Joe era un maestro en todo lo relativo a las mujeres. Un gesto tan simple y caballeroso podía ser devastador, sobre todo para una mujer que llevaba tanto tiempo privada de caricias que su cuerpo se moría por un contacto físico. Sintió el roce de sus dedos en la clavícula y se preguntó si lo estaría haciendo a propósito, para hacerla consciente de lo cerca que estaba la mano de sus senos y lo fácil que sería acariciarlos. Sin duda, era lo que ella quería; volver a estremecerse de pasión y deseo.
«Pero eso acabó. Tiene que seguir acabado».
Se apartó de él al sentir que el rubor teñía sus mejillas, incomodándola aún más.
—Vamos —sugirió.
—Sí, vamos —repitió él con una leve sonrisa en los labios. Parecía un jugador de póquer consciente de tener en su mano la baza ganadora.
La ventana iluminada de la enorme casa vecina mostraba una fiesta muy concurrida. Mujeres diminutas que parecían exóticas aves del paraíso con sus vestidos y joyas, y hombres de traje oscuro reunidos formando grupitos.
Caroline abrió la puerta en persona, casi como si los estuviera esperando, al menos eso le pareció a _____. Pensó que tal vez no fuera más que una paranoia suya. Incluso si los había estado esperando, no era asunto de _____. No podía decidir que no quería a Joe para sí misma y objetar cuando otra mujer sí lo quisiera. Incluso en el caso de Caroline, una mujer casada, ella no tenía por qué asumir el papel de conciencia moral de nadie.
Casada o no, el modo en que la rubia se pegó a Joe, dejó muy claro que era el favorito entre sus invitados. _____ no podía culparla. Ella misma había actuado así en otro tiempo. Una más de la larga fila de mujeres dóciles encandiladas del atractivo millonario griego.
Su aspecto exótico hacía que destacara entre todos los demás hombres y parecía dominar la habitación como si estuviera iluminado por un oscuro fuego interior. Atraía las miradas como un imán. _____ notó que la gente procuraba acercarse a él, tanto hombres como mujeres, pero sobre todo las mujeres, e intentaba captar lo que él decía. Era como si una fuerza más fuerte que ellos los obligara a hacerlo.
—Es encantador —dijo una mujer que estaba cerca y lo había estado observando.
—Sí —corroboró _____.
—Tengo entendido que eres la madre de sus hijos, ¿no?
—Así es.
—¿Pero no estáis casados?
_____ se volvió para mirar bien a la otra mujer. Sus ojos brillaban con curiosidad y el rostro delgado tenía expresión de dureza. No parecía importarle que su poco sutil interrogatorio pudiera herirla.
—Pareces saber mucho sobre mí —respondió con ironía.
—Soy la hermana de Caroline. Me ha hablado de vosotros. Dijo que una nueva pareja se había mudado a la casa de al lado —la mujer forzó una sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos, como si quisiera confirmar el rumor de una vez por todas—. Pero no eres su esposa, ¿verdad?
—No lo soy —admitió _____, preguntándose si serlo habría supuesto alguna diferencia. Posiblemente esa clase de mujeres consideraban a cualquier hombre una presa disponible, si era lo bastante atractivo. Tomó un sorbo de champán, esperando que consiguiera desatar el nudo de aprensión que sentía en el estómago.
En cierto sentido, la hermana de Caroline reforzó su convicción de que estaba haciendo lo correcto al mantener la distancia física y emocional con Joe. Si aún fueran amantes, seguramente estaría escupiendo de rabia al ver a su vecina sonriéndole como si ya se imaginara en la cama con él. Se preguntó dónde diablos estaba su pobre marido.
Bebió una copa de champán y mordisqueó algunos palitos de zanahoria, obligándose a charlar con algunos de los invitados. Que estuviera hecha un lío con respecto a Joe no tenía por qué impedirle participar en la fiesta. Conoció a otra madre que vivía al otro lado del parque y que le pareció muy dulce; quedaron para verse un día a tomar café.
Estaba charlando con un atractivo pianista de Uruguay, que tenía las cejas más oscuras que había visto en su vida, cuando sintió un golpecito en el hombro. Giró la cabeza y vio a Joe con una mirada impaciente en el rostro.
—¿Estás lista para marcharnos? —preguntó.
Lo cierto era que ella había estado disfrutando de una interesante conversación sobre música clásica y sintió la tentación de decirle que le gustaría quedarse un rato más. Pero llevaban dos horas allí y también deseaba regresar con sus gemelos.
—Supongo que sí —sonrió al pianista—. He disfrutado mucho hablando contigo.
—Lo mismo digo —murmuró él. Hizo una mueca traviesa—. Es una lástima que tengas que marcharte, y tan pronto.
Afuera había refrescado. Acababan de cruzar la verja que llevaba a su casa cuando Joe la agarró del codo, desconcertándola tanto por el inesperado contacto como por la hostilidad que destellaba en sus ojos negros.
—¿Sabes que dicen que flirtea hasta con la pata de su piano? —soltó con tono acusador. Las luces de seguridad iluminaron su rostro tenso y airado.
—¿Quién? —preguntó ella, confusa.
—Rodríguez. ¡El hombre a quien no podías dejar de mirar!
—¡Es normal mirar a alguien cuando te habla, Joe!
—¿Sí, agapi mu? —dijo él—. ¿Entonces por qué cuando hablas conmigo desvías la mirada?
—No lo hago.
—Mentirosa —acusó él—. Sí que lo haces. ¿Y sabes por qué?
—No —_____ notó que su compostura empezaba a desvanecerse, demolida por el afrodisíaco de su contacto físico.
—Porque si te permitieras mirarme lo bastante, recordarías lo que era sentir mis labios en los tuyos. Mi boca en tu cuerpo. Pensarías en lo que sentías desnuda en mis brazos, con el cuerpo saciado y satisfecho —concluyó, con un deje de orgullo.
Ella recordó que su corazón, en cambio, nunca se había sentido así, sino anhelante y hambriento de más.
—Joe…
—Entonces comprenderías que estás cansada de vivir de recuerdos. Que deseas que todo eso vuelva a ocurrir. Admítelo, _____. ¡Admite que aún me deseas!
—Joe… —repitió su nombre y esa vez con tono de protesta, como una indicación de que deberían dejar el tema. Pero debió faltarle convicción, porque él agarró su otro codo y la atrajo hacia su cuerpo como si pesara menos que una pluma.
Y ella lo permitió. La estaba moviendo como si fuera una marioneta y él, el titiritero pero, de repente, dejó de importarle. Nada podía importarle cuando sus sentidos burbujeaban como una explosión de champán al hacer saltar el corcho de la botella.
Hacía demasiado tiempo que no la tenía en sus brazos de esa manera. No era como aquella vez en su piso, poco después de dar a luz, cuando ella se sentía incómoda e insegura. Esa noche, vestida de fiesta, con tacones altos, perfumada y arreglada, se sentía como una auténtica mujer. Y no había duda posible sobre el deseo del hombre que en ese momento la estrechaba contra él.
Sintió la fuerza de su cuerpo poderoso y percibió cómo la excitación de él subía de nivel rápidamente. Él puso una mano bajo su barbilla y alzó su rostro para mirarla a los ojos.
—¿Lo deseabas? —exigió con rudeza—. ¿Querías estar con él?
—No… —la palabra se perdió en la boca de él, que capturó la suya con un beso que parecía más castigo que deseo. _____ sabía que lo correcto sería resistirse, pero fue incapaz.
Joe, excitado y ardiente, enredó las manos en su cabello como si nunca antes lo hubiera acariciado y apretó el muslo contra el de ella.
—_____… —gruñó.
Ella alzó los brazos, rodeó su cuello y le devolvió el beso con el fervor de alguien que no hubiera sido besado nunca, como si fuera imposible cansarse de él. Se apretó contra su cuerpo, sin conseguir acercarse tanto como le habría gustado, y empezó a derretirse de anhelo. Era imposible no desearlo cuando en realidad nunca había dejado de hacerlo. Gimió suavemente cuando él puso las manos en sus nalgas haciéndole desear sentirlas sobre la piel desnuda. Al fin y al cabo eran dos personas adultas que…
—¡Señorita Gibbs!
Una voz irrumpió en su neblina de excitación. _____ alzó la cabeza cuando Joe dejó de besarla abruptamente. Vio a Betty al final de los escalones que subían a la puerta principal, con el rostro tenso de preocupación.
—Señorita Gibbs, ¿podría entrar? Es un bebé. ¡Está enfermo!
Se recostó, satisfecho con el primer boceto de la sala de conciertos parisina que estaba diseñando. Sería construida en el Left Bank, un nuevo monumento para una de las ciudades más bellas del mundo. Su gran talento como diseñador conllevaba que recibiera encargos de todo el mundo. Por supuesto, Londres era una base perfecta para viajar por Europa, ahorrándose el desfase horario. En realidad tenía gracia. Uno nunca sabía cómo iban a salir las cosas, por mucho que las planificara. Era como diseñar un edificio. Los planos podrían ser perfectos y la construcción ejecutada con exactitud, pero solía ser algo impredecible lo que otorgaba carácter al lugar. Cuando se planificaba una estructura, como el enorme centro de investigación que había finalizado recientemente en Denver, era imposible adivinar que los destellos que provocaba el sol de mediodía al incidir en sus muchas ventanas provocarían que fuera conocida para siempre como «El Diamante».
Le había pasado algo parecido allí, viviendo con _____ y sus hijos. Aunque la naturaleza de su trabajo le permitía ver cómo ladrillos y cemento crecían hasta convertirse en algo bello, no había supuesto que ocurriría lo mismo con los niños. No habría imaginado que su desarrollo día a día podía ser tan asombroso como uno de los rascacielos que había concebido, que parecía desafiar a la ley de la gravedad. También era cierto que nunca se había parado a pensar en ello. No había tenido razón para hacerlo. No había tenido planes de paternidad hasta que las circunstancias decidieron por él.
Sus días habían adquirido una rutina. Dejaba de trabajar a la hora del almuerzo y salía a dar un paseo con _____ y los niños. Sus colegas de Estados Unidos se habrían quedado atónitos al verle tomar una hora libre para pasear por un parque empujando un cochecito de bebé. A él mismo le costaba creerlo.
Oyó un gemido en la planta inferior; eso implicaba que uno de los bebés se estaba despertando y el otro no tardaría. Él bajaría a la cocina a preparar café antes de que llegara el ama de llaves. Después iría a buscar a _____, que estaría ocupada con alguno de los bebés, vestida con vaqueros gastados, el cabello recogido con una cinta y más bella de lo que debería estar ninguna mujer.
Pero la imagen de pareja feliz que presentaban al mundo exterior no tenía base real. Era como uno de esos trampantojos que engañaban al ojo haciéndole ver un paisaje real, cuando no era sino una astuta pintura tridimensional.
Hizo el café, escuchó un par de mensajes de voz y fue a buscarla a la habitación de los niños, donde estaba secando a uno de los bebés. El vapor del baño había hecho que la blusa se pegara contra sus senos. Sus bellísimos senos.
—Había otro mensaje de esa mujer —anunció él.
_____ alzó la mirada del bebé, pensando en lo perfectos que eran sus dos niños, con la piel morena como su padre y el mismo pelo y ojos negros. De momento no veía en ellos nada suyo.
—¿Qué mujer? —arrugó la frente.
—La rubia de al lado. Ésa de las faldas o, más bien, ésa de las inexistentes faldas.
_____ se apoyó sobre los talones intentando no reaccionar. «Ah, sí. Ésa». Estiró la esquina de la alfombrilla sobre la que estaba tendido el bebé. Por supuesto, Joe se habría fijado en los inapropiada vestimenta y las largas piernas de su vecina, ya que podía pasarse tanto tiempo como quisiera contemplándola. Que a ella no le gustase que lo hiciera era irrelevante. Ella había elegido que vivieran separados y era lo que tenía. «Cuidado con lo que deseas…»
—¿Qué quiere esta vez?
—Dice que ha dejado varios mensajes. Mañana celebra su cóctel y quiere que vayamos.
—Yo me quedaré aquí —_____ hizo una mueca de desagrado—. Ve tú.
Joe la observó ponerle un trajecito azul al niño. Era increíble cómo habían cambiado las cosas. Recordaba que solía telefonearle a última hora para invitarla a cenar y lo dejaba todo para reunirse con él. Cambiaba sus planes para ajustarse a los suyos y actuaba como si no tuviera importancia si él cancelaba la cita en el último minuto. Él la había despreciado por ello, igual que al resto de las mujeres que se lo ponían demasiado fácil.
Pero _____ ya no se lo ponía fácil, en absoluto, y en algún momento había dejado de pensar que podía ser un juego inteligente por su parte. No, era algo muy serio. Cuando le había dicho que quería que tuviesen dormitorios separados había asumido que lo decía por hacerse respetar un tiempo. O tal vez por castigarlo antes de volver a recibirlo en sus brazos y en su cama. Ninguna mujer se había resistido a él y _____ tampoco podría hacerlo.
Incluso se había permitido disfrutar de la espera hasta que sucediera lo inevitable, pues sabía que ella seguía deseándolo. Leía fácilmente las indicaciones de su deseo, por más que ella intentara ocultarlas. Había multitud de gestos inconscientes. Ninguna mujer podía controlar que sus ojos se oscurecieran instintivamente cuando el hombre al que deseaba entraba en la habitación. O cómo se entreabrían sus labios como si esperara un beso suyo.
Sin embargo, lo trataba como suponía que haría una profesora joven pero estricta. Con actitud cortés pero distante. Cuando estaban con los gemelos, era dulce y agradable, ¡Joe incluso había llegado a ayudar a la hora del baño! Pero había erigido un especie de barrera invisible a su alrededor y algo le impedía intentar derrumbarla.
A veces se preguntaba si estaba sacando el mayor partido posible de su imagen de mujer intocable. Lo cierto era que lo estaba volviendo loco. Por la noche se quedaba despierto y atenazado de deseo sexual al pensar que estaba sólo una planta más abajo, en una cama demasiado grande para ella sola. Tal vez ella sintiera un perversa satisfacción imaginando lo frustrado que estaba. Y bien podía ser que hubiera llegado la hora de hacer algo al respecto…
—Ve tú —repitió _____, interrumpiendo sus incómodos pensamientos eróticos.
Fue a situarse a su lado. Tenía el cabello recogido en una coleta muy alta, que dejaba su cuello al descubierto. Deseó acariciar esa suave piel con los labios.
—Quiere que vayamos los dos —dijo con voz grave y ronca.
—La verdad es que lo dudo. Incluso si fuera el caso, no creo que se le rompiera el corazón si fueras tú solo.
—¿Qué se supone que significa eso?
Ella deseó que no se pusiera tan cerca de ella. Desde donde estaba arrodillada, sólo veía la fuerte pierna cubierta con vaqueros. Alzó la vista y fue aún peor ver todo el largo de su impresionante cuerpo. Las aristas de sus caderas, arrogantes y viriles.
—Vamos, Joe, ¡sabes perfectamente lo que significa! —se puso un mechón de pelo suelto tras la oreja—. No puedes estar tan ciego como para no darte cuenta de que le pareces muy atractivo.
Él comprendió que su serenidad estaba haciendo que se enojara. Tal vez si hubiera demostrado celos o una actitud posesiva habría disfrutado escapándose a la casa de al lado. Pero la idea de ir sin ella no le hacía ninguna gracia.
—Bueno. Pues yo creo que deberías venir —insistió—. De hecho insisto. Te hará bien. No has salido ninguna noche desde… ¿hace cuánto?
Desde los primeros meses de embarazo, pero _____ era demasiado orgullosa para confesarlo, sobre todo después de ese condescendiente «Te hará bien».
—Hace mucho —contestó con vaguedad—. Pero es muy común en la época que sigue a la maternidad.
—Ya, de repente te has convertido en una experta, ¿no? —rezongó con sorna—. Pues yo quiero que vengas. Considéralo un ejercicio de relaciones públicas por el bien de nuestros hijos, para conocer al resto de los padres de la calle.
—Eso suena muy provinciano —murmuró ella.
—¿Me acusas a mí de ser provinciano, agapi mu? —rió suavemente—. Eso es escandaloso.
_____ pensó que el intercambio se parecía demasiado a un coqueteo, así que se puso en pie y dio un paso atrás, como si estuviera demasiado cerca de un abismo.
—No tenemos niñera.
—Betty dice que se quedará encantada.
A _____ le gustaba el ama de llaves y confiaba en ella. Había sido madre y adoraba a los gemelos. Y lo cierto era que hacía mucho tiempo que no salía, sobre todo a una fiesta.
—Oh, bueno —aceptó—. Iré.
Lo que en principio le había resultado indiferente empezó a parecerle emocionante. Se descubrió deseando ir a la fiesta y sintió un burbujeo de excitación que casi no recordaba. Seguramente se debía a sentirse bien consigo misma. Su autoestima estaba bien alta y no se había permitido comportarse como un juguete físico o emocional.
Sin embargo, seguía teniendo que mantener una actitud vigilante con Joe. Había creído que, si mantenía las distancias, su deseo por él disminuiría, pero nada podía estar más lejos de la verdad. Anhelaba sus caricias y sabía que él la deseaba a ella. Sin embargo, algo había cambiado.
Ella tenía a sus hijos, habían creado dos nuevas vidas juntos y eso tenía un significado emocional muy profundo. Necesitaban mantener una relación civilizada en aras del futuro, fuera cual fea. Joe disponía de multitud de armas para herirla si quería, y no iba a permitir que eso ocurriera. Al menos de momento. No podía romperse en pedazos cuando dos bebés maravillosos dependían de ella. «Recuérdalo la próxima vez que te tiente».
La noche de la fiesta, Betty asumió el mando. Como ama de llaves era estupenda, y como niñera para una noche, inigualable. La bondadosa pero firme mujer de cincuenta y tantos años, con hijos ya mayores, ordenó a _____ que saliera a divertirse y que no se preocupara en absoluto.
—Por Dios bendito —aseveró—. ¡Si la necesito, la encontraré en la casa de al lado!
Se respiraba la primavera en el aire y _____ eligió uno de sus vestidos favoritos, de antes de estar embarazada, que hacía que se sintiera de maravilla. La deleitó comprobar que aún le valía. Era de distintos tonos azulados y le caía hasta los tobillos, ocultando sus piernas pálidas tras el largo invierno. Lo conjuntó con unas bonitas sandalias azules que había comprado en Roma y que añadían el toque informal adecuado. Se dejó el cabello suelto y se puso un toque de perfume de rosas.
Joe la esperaba en la sala, junto a la enorme ventana. Se dio la vuelta al oír sus pasos y sus pupilas se dilataron al verla. El cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros y sus ojos violeta parecían oscuros y enormes. Sintió el pulsar del deseo.
—Estás bellísima —murmuró.
—Pareces sorprendido.
—Tal vez lo esté. Hacía mucho tiempo que no te veía vestida así.
—Hace mucho tiempo que no voy a una fiesta.
El risueño comentario enmascaró lo que realmente sentía. La situación era incómodamente parecida a una cita. Era algo que haría una pareja real. Y ellos no lo eran. La última vez que se había arreglado tanto había sido la de aquella noche en su piso, cuando él había sido tan crítico con respecto a su hogar y el esfuerzo que había realizado. «Recuerda esa noche si te sientes tentada por cómo te acarician esos ojos negros», se dijo «Te mira como si quisiera arrastrarte a un rincón y lanzarse sobre ti».
—Será mejor que eche un último vistazo a los gemelos —titubeó.
—_____, acabo de hacerlo y están bien. Y Betty también. Ahora relájate.
Relajarse sería como entrar directamente en la boca del lobo. Relajarse implicaría bajar la guardia y eso la llevaría a mirar a Joe y decidir que estaba irresistible con pantalón y camisa oscuros, y el pelo y los ojos brillando como azabache.
Fue a por su echarpe de cachemira. Joe se lo quitó de las manos.
—Espera. Déjame —dijo, poniéndolo con cuidado sobre sus hombros desnudos.
_____ se estremeció y esperó que él no lo hubiera notado. Joe era un maestro en todo lo relativo a las mujeres. Un gesto tan simple y caballeroso podía ser devastador, sobre todo para una mujer que llevaba tanto tiempo privada de caricias que su cuerpo se moría por un contacto físico. Sintió el roce de sus dedos en la clavícula y se preguntó si lo estaría haciendo a propósito, para hacerla consciente de lo cerca que estaba la mano de sus senos y lo fácil que sería acariciarlos. Sin duda, era lo que ella quería; volver a estremecerse de pasión y deseo.
«Pero eso acabó. Tiene que seguir acabado».
Se apartó de él al sentir que el rubor teñía sus mejillas, incomodándola aún más.
—Vamos —sugirió.
—Sí, vamos —repitió él con una leve sonrisa en los labios. Parecía un jugador de póquer consciente de tener en su mano la baza ganadora.
La ventana iluminada de la enorme casa vecina mostraba una fiesta muy concurrida. Mujeres diminutas que parecían exóticas aves del paraíso con sus vestidos y joyas, y hombres de traje oscuro reunidos formando grupitos.
Caroline abrió la puerta en persona, casi como si los estuviera esperando, al menos eso le pareció a _____. Pensó que tal vez no fuera más que una paranoia suya. Incluso si los había estado esperando, no era asunto de _____. No podía decidir que no quería a Joe para sí misma y objetar cuando otra mujer sí lo quisiera. Incluso en el caso de Caroline, una mujer casada, ella no tenía por qué asumir el papel de conciencia moral de nadie.
Casada o no, el modo en que la rubia se pegó a Joe, dejó muy claro que era el favorito entre sus invitados. _____ no podía culparla. Ella misma había actuado así en otro tiempo. Una más de la larga fila de mujeres dóciles encandiladas del atractivo millonario griego.
Su aspecto exótico hacía que destacara entre todos los demás hombres y parecía dominar la habitación como si estuviera iluminado por un oscuro fuego interior. Atraía las miradas como un imán. _____ notó que la gente procuraba acercarse a él, tanto hombres como mujeres, pero sobre todo las mujeres, e intentaba captar lo que él decía. Era como si una fuerza más fuerte que ellos los obligara a hacerlo.
—Es encantador —dijo una mujer que estaba cerca y lo había estado observando.
—Sí —corroboró _____.
—Tengo entendido que eres la madre de sus hijos, ¿no?
—Así es.
—¿Pero no estáis casados?
_____ se volvió para mirar bien a la otra mujer. Sus ojos brillaban con curiosidad y el rostro delgado tenía expresión de dureza. No parecía importarle que su poco sutil interrogatorio pudiera herirla.
—Pareces saber mucho sobre mí —respondió con ironía.
—Soy la hermana de Caroline. Me ha hablado de vosotros. Dijo que una nueva pareja se había mudado a la casa de al lado —la mujer forzó una sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos, como si quisiera confirmar el rumor de una vez por todas—. Pero no eres su esposa, ¿verdad?
—No lo soy —admitió _____, preguntándose si serlo habría supuesto alguna diferencia. Posiblemente esa clase de mujeres consideraban a cualquier hombre una presa disponible, si era lo bastante atractivo. Tomó un sorbo de champán, esperando que consiguiera desatar el nudo de aprensión que sentía en el estómago.
En cierto sentido, la hermana de Caroline reforzó su convicción de que estaba haciendo lo correcto al mantener la distancia física y emocional con Joe. Si aún fueran amantes, seguramente estaría escupiendo de rabia al ver a su vecina sonriéndole como si ya se imaginara en la cama con él. Se preguntó dónde diablos estaba su pobre marido.
Bebió una copa de champán y mordisqueó algunos palitos de zanahoria, obligándose a charlar con algunos de los invitados. Que estuviera hecha un lío con respecto a Joe no tenía por qué impedirle participar en la fiesta. Conoció a otra madre que vivía al otro lado del parque y que le pareció muy dulce; quedaron para verse un día a tomar café.
Estaba charlando con un atractivo pianista de Uruguay, que tenía las cejas más oscuras que había visto en su vida, cuando sintió un golpecito en el hombro. Giró la cabeza y vio a Joe con una mirada impaciente en el rostro.
—¿Estás lista para marcharnos? —preguntó.
Lo cierto era que ella había estado disfrutando de una interesante conversación sobre música clásica y sintió la tentación de decirle que le gustaría quedarse un rato más. Pero llevaban dos horas allí y también deseaba regresar con sus gemelos.
—Supongo que sí —sonrió al pianista—. He disfrutado mucho hablando contigo.
—Lo mismo digo —murmuró él. Hizo una mueca traviesa—. Es una lástima que tengas que marcharte, y tan pronto.
Afuera había refrescado. Acababan de cruzar la verja que llevaba a su casa cuando Joe la agarró del codo, desconcertándola tanto por el inesperado contacto como por la hostilidad que destellaba en sus ojos negros.
—¿Sabes que dicen que flirtea hasta con la pata de su piano? —soltó con tono acusador. Las luces de seguridad iluminaron su rostro tenso y airado.
—¿Quién? —preguntó ella, confusa.
—Rodríguez. ¡El hombre a quien no podías dejar de mirar!
—¡Es normal mirar a alguien cuando te habla, Joe!
—¿Sí, agapi mu? —dijo él—. ¿Entonces por qué cuando hablas conmigo desvías la mirada?
—No lo hago.
—Mentirosa —acusó él—. Sí que lo haces. ¿Y sabes por qué?
—No —_____ notó que su compostura empezaba a desvanecerse, demolida por el afrodisíaco de su contacto físico.
—Porque si te permitieras mirarme lo bastante, recordarías lo que era sentir mis labios en los tuyos. Mi boca en tu cuerpo. Pensarías en lo que sentías desnuda en mis brazos, con el cuerpo saciado y satisfecho —concluyó, con un deje de orgullo.
Ella recordó que su corazón, en cambio, nunca se había sentido así, sino anhelante y hambriento de más.
—Joe…
—Entonces comprenderías que estás cansada de vivir de recuerdos. Que deseas que todo eso vuelva a ocurrir. Admítelo, _____. ¡Admite que aún me deseas!
—Joe… —repitió su nombre y esa vez con tono de protesta, como una indicación de que deberían dejar el tema. Pero debió faltarle convicción, porque él agarró su otro codo y la atrajo hacia su cuerpo como si pesara menos que una pluma.
Y ella lo permitió. La estaba moviendo como si fuera una marioneta y él, el titiritero pero, de repente, dejó de importarle. Nada podía importarle cuando sus sentidos burbujeaban como una explosión de champán al hacer saltar el corcho de la botella.
Hacía demasiado tiempo que no la tenía en sus brazos de esa manera. No era como aquella vez en su piso, poco después de dar a luz, cuando ella se sentía incómoda e insegura. Esa noche, vestida de fiesta, con tacones altos, perfumada y arreglada, se sentía como una auténtica mujer. Y no había duda posible sobre el deseo del hombre que en ese momento la estrechaba contra él.
Sintió la fuerza de su cuerpo poderoso y percibió cómo la excitación de él subía de nivel rápidamente. Él puso una mano bajo su barbilla y alzó su rostro para mirarla a los ojos.
—¿Lo deseabas? —exigió con rudeza—. ¿Querías estar con él?
—No… —la palabra se perdió en la boca de él, que capturó la suya con un beso que parecía más castigo que deseo. _____ sabía que lo correcto sería resistirse, pero fue incapaz.
Joe, excitado y ardiente, enredó las manos en su cabello como si nunca antes lo hubiera acariciado y apretó el muslo contra el de ella.
—_____… —gruñó.
Ella alzó los brazos, rodeó su cuello y le devolvió el beso con el fervor de alguien que no hubiera sido besado nunca, como si fuera imposible cansarse de él. Se apretó contra su cuerpo, sin conseguir acercarse tanto como le habría gustado, y empezó a derretirse de anhelo. Era imposible no desearlo cuando en realidad nunca había dejado de hacerlo. Gimió suavemente cuando él puso las manos en sus nalgas haciéndole desear sentirlas sobre la piel desnuda. Al fin y al cabo eran dos personas adultas que…
—¡Señorita Gibbs!
Una voz irrumpió en su neblina de excitación. _____ alzó la cabeza cuando Joe dejó de besarla abruptamente. Vio a Betty al final de los escalones que subían a la puerta principal, con el rostro tenso de preocupación.
—Señorita Gibbs, ¿podría entrar? Es un bebé. ¡Está enfermo!
kadita_lovatica
Capitulo 11
Oyeron el sonido de una tos horrible, incluso antes de cruzar el umbral.
—¿Qué bebé es? —preguntó _____ con desesperación, como si eso tuviera importancia.
—Alexius, creo —contestó Betty.
_____ gimió. Nadie los distinguía tan bien como Joe y ella. No deberían haber salido cuando siendo aún tan pequeños.
—¿Qué ha ocurrido?
—Empezó a toser hace una media hora, y está empeorando. Creo que es difteria, mis hijos la tuvieron.
El vago recuerdo de un problema respiratorio flotó en la mente de _____. Se preguntó si lo mencionaría alguno de sus libros sobre problemas infantiles.
Joe corrió escaleras arriba, seguido por las dos mujeres. La horrible sensación de culpabilidad de _____ se acrecentó cuando entró en la habitación y lo vio con uno de sus hijos en brazos; el bebé emitía un horrible silbido al respirar.
—Es Alexius —dijo él. Sus ojos parecían pozos de hielo negro cuando la miraron.
—Voy a llamar al médico —_____ se mordió el labio y se volvió hacia Betty—. Quiero que me digas exactamente cuándo te diste cuenta.
El médico llegó rápidamente. Era muy joven y no parecía tener edad suficiente para haber terminado la carrera. Pero examinó al bebé con tranquilidad y eficacia antes de enderezarse.
—Su ama de llaves tiene razón. Es difteria —dijo el médico—. Una inflamación de las vías respiratorias superiores —explicó—. Es relativamente común en bebés de esta edad y en esta época del año. Me han dicho que tiene un gemelo. Será mejor que lo examine también.
—¿Y el tratamiento? —a _____ le temblaba la voz—. ¿Tendremos que ingresarlo en el hospital?
—No debería ser necesario, señorita Gibbs —el médico sonrió—. El tratamiento también es bastante anticuado; tendrá que sentarse con él en un ambiente húmedo. Un cuarto de baño lleno de vapor es lo ideal; pueden turnarse para hacer correr el agua caliente en la bañera.
—¿Está diciéndome que a estas alturas y en este siglo, el único tratamiento es hacer correr el agua del baño? —Joe miró al médico con incredulidad manifiesta.
—Simplemente, hazlo, Joe —suplicó _____. Él percibió el acero que endurecía su voz por debajo de la súplica.
—Ne, agapi mu —aceptó con voz suave—. Empezaré ahora mismo.
El médico declaró que Andreas estaba bien y recomendó a _____ que mantuviera a los bebés separados durante un par de días.
—Pasaré por aquí a primera hora de la mañana —prometió—. Les espera una noche muy larga.
_____ llevó a su hijo al baño, que a esas alturas estaba tan lleno de vapor que tardó unos segundos en distinguir la figura alta y oscura de Joe. Nunca se había alegrado tanto de tener a alguien a su lado.
—Ven, dámelo —dijo él.
—Dentro de un minuto —_____ hizo una mueca cuando el bebé tosió de nuevo—. Quiero tenerlo en brazos. Oh, Joe, no deberíamos haber ido a la fiesta.
—¡Por Dios santo! —rechinó él—. Estaba perfectamente cuando salimos, lo sabes muy bien, o te habrías negado a ir. No te culpes, _____, no lo permitiré. Eres una madre excelente —declaró con voz fiera.
—Nada de eso importa —susurró ella, peligrosamente al borde de las lágrimas pero esforzándose por contenerlas—. Lo único que importa es que se ponga bien.
—Se pondrá bien.
—¿Estás seguro? —preguntó _____. Cada silbido que producía la dificultosa respiración de los pequeños pulmones era como si alguien retorciera un cuchillo en sus entrañas.
—Claro que sí —afirmó Joe con una convicción que distaba de sentir. Se encontraba en un ámbito ajeno a él y que no podía controlar. Pero su intención era reconfortar a _____, no tranquilizar sus propios pensamientos turbulentos.
Se habría sentido mucho más feliz si el médico hubiera podido darle a su hijo una pastilla, o ponerle una inyección, en vez de ponerlos en la extraña situación de turnarse para tener a su bebé en brazos y seguir renovando el agua caliente para que el vapor los envolviera en una húmeda nube.
La combinación de neblina y miedo hacía que se sintieran desorientados. Los minutos nunca habían transcurrido más despacio. Por fin pasó la primera y difícil hora. Con cada nueva hora que transcurría, su hijo parecía menos inquieto. _____ pasó del miedo a respirar para no perderse ningún posible cambio en el estado de Alexius a sentir que parte de la tensión abandonaba su cuerpo.
Tuvo la impresión de que el niño empezaba a tener menos dificultad para respirar cuando las primeras luces del alba tiñeron el cielo, pero temió que fueran imaginaciones suyas.
—¡Y pensar que creía que la vida en Grecia era primitiva —murmuró Joe, cuando los jadeos del niño dieron paso a la respiración tranquila del sueño y ellos se miraron comprendiendo que el peligro había pasado—. Vapor —musitó. Movió la cabeza con una sonrisa irónica.
—Oh, Joe —_____, para su horror, rompió a llorar, incapaz de contener las lágrimas que caían de su rostro a la cabeza de Alexius. Joe las recogía con las manos tan rápidamente como caían.
—Shh —emocionado, miró las lágrimas que tenía en los dedos y cerró los ojos, asaltado por una intensa oleada de alivio—. Todo va bien —dijo con voz ronca.
Por la mañana, el médico regresó y examinó a Alexius. Después esbozó una sonrisa satisfecha.
—Eso es lo maravilloso de los bebés —dijo con voz risueña—. Te dan un susto de muerte y luego vuelven a estar de maravilla.
Una vez el médico se marchó, Joe miró a _____ con expresión grave. El miedo de lo que podría haber ocurrido lo reconcomía por dentro.
—Voy a contratar a dos enfermeras infantiles para que pasen la noche con los bebés —anunció.
—Quiero cuidarlos yo —musitó ella.
—_____, no voy a aceptar ninguna discusión, así que puedes borrar esa expresión testaruda de tu rostro —sus rasgos se endurecieron y su acento se hizo más fuerte—. No puedes, y lo digo en sentido literal, estar vigilando a los niños día y noche. Te derrumbarás de agotamiento y eso no hará bien a nadie. ¿No lo entiendes?
Ella no podía cuestionar esa lógica, pero tenía la sensación de que todo empezaba a escapar a su control. Justo cuando estaba empezando a poder manejarse con los gemelos, tenía que ocurrir algo así.
Durante los días siguientes funcionó en piloto automático, utilizando reservas de energía y fuerza que no había creído tener. Las enfermeras de noche eran cariñosas y eficientes, y con el paso de los días quedó claro que Alexius estaba mucho mejor y que Andreas no estaba afectado por la enfermedad. Sin embargo, _____ no podía convencerse de ello. Tenía la sensación de vivir una pesadilla.
Se despertaba a cada hora de la noche con un miedo supersticioso que la llevaba a sentarse de golpe en la cama, como si algo terrible estuviera a punto de ocurrir. Corría a la habitación de los niños y descubría a las enfermeras vigilando el sueño de sus dos angelitos; ellas la miraban como si estuviera un poco… desquiciada.
Hasta que una tarde el médico fue de visita y Joe y él la acorralaron en el salón.
—Siéntate —ordenó Joe con fiereza.
—Pero…
—He dicho que te sientes.
Ella se dejó caer en uno de los sofás y alzó la mirada hacia los dos hombres; captó el brillo oscuro y duro de los ojos de Joe.
—_____, tienes que bajar el ritmo —dijo el médico con voz queda—. No harás ningún bien a tus bebés si te agotas.
—Lo estoy intentando.
—Se acabó lo de visitar la habitación de los niños por la noche —afirmó él médico—. Sólo te levantarás cuando tengan que comer. La privación de sueño es una forma de tortura, deberías saberlo. Necesitas dormir.
—No puedo, doctor.
—¿Por qué no? —preguntó él.
—Porque… —se encogió de hombros, consciente de que Joe la escrutaba como si fuera un raro espécimen en un tubo de ensayo. Incluso ella misma tenía la sensación de serlo. Una especie aún sin clasificar—. No lo sé —musitó.
—Deberías estar centrándote un poco más en tu pareja —sugirió el médico, obviamente dispuesto a adentrarse en uno de los manidos temas relacionados con la depresión postparto. _____ se ruborizó de vergüenza.
Él no sabía que su relación con Joe no era una relación verdadera. Que eran padres, pero nada más íntimo que eso. Por supuesto que no, ni siquiera podría habérselo imaginado.
—Gracias, doctor —dijo con voz seca.
—¿Te asegurarás de que descansa? —le preguntó el médico a Joe.
—Oh, sí, doctor —Joe esbozó una media sonrisa—, no lo dude un momento.
Esa tarde, una vez los gemelos estuvieron alimentados, bañados y en sus cunas, Joe obligó a _____ a sentarse ante la cena que Betty había preparado para ellos.
—Ahora, toma una copa de vino —dijo—. Una no te hará daño.
Obediente, ella bebió un poco.
—¿Te parece bien así? —preguntó.
—Sí. Ahora, cena.
El vino empezó a relajarla. _____ se preguntó cuánto hacía que no se sentía relajada y, peor aún, que no deseaba relajarse.
—¿Me ganaré una medalla si lo hago? —preguntó con ironía.
—Ya veremos —Joe bebió un trago de vino y cerró los ojos. Recordó la noche de la fiesta y la sensación de tenerla en sus brazos. Se preguntó si ella lo había olvidado o había enterrado el recuerdo porque hacía que se sintiera culpable. También cabía la posibilidad de que hubiera llegado a la conclusión de que el sexo complicaría una relación ya de por sí complicada.
Ese beso había estado alimentado por la ira y los celos. Era fácil besar a una mujer en esos términos; pero tal vez no fuera justo hacerlo en el caso de _____. No después de lo que había ocurrido entre ellos. Joe no dudaba ni por en segundo que podía hacer que lo deseara, pero eso acabaría reduciéndose a un mero revolcón.
Después de cenar y de que _____ insistiera en echar un último vistazo a los gemelos, ante las sonrisas indulgentes de las enfermeras, la acompañó hasta su dormitorio. Si no estuviera tan preocupado por ella, le habría hecho gracia representar ese caballeroso papel por primera vez en su vida.
—Buenas noches, _____.
De repente, los viejos miedos de _____ resurgieron. Tragó saliva, contemplando su rostro en sombras. Pensó en lo encantador y accesible que había estado esa noche y le dolió el corazón. Se preguntó qué diría él si le confesara que seguía queriéndolo. Era muy posible que esa accesibilidad se esfumara para dar paso a la expresión fría y acerada que hacía que sus nervios se tensaran como la cuerda de un arco.
—Buenas noches, Joe —susurró.
Se desvistió y se puso un camisón. No había vuelto a dormir desnuda desde el parto, para poder levantarse en cualquier momento. Apagó la luz y se metió en la cama. Pero incluso tras la copa de vino y de que el médico le hubiera garantizado que su hijos estaban perfectamente cuidados, el sueño se negó a llegar. Se quedó tumbada, dando vueltas en la cama, inquieta. Hasta que vio un rayo de luz que entraba por la puerta del dormitorio y la silueta de Joe en el umbral. Giró la cabeza para mirarlo, con el corazón en un puño. Se incorporó de un bote.
—¿Ocurre algo? —inquirió.
—No, todo va bien —contestó él, entrando en la habitación—. He estado trabajando y venía a comprobar si dormías. Pero ya veo que no.
—No, no puedo —miró esperanzada la luz que se reflejaba en sus ojos, como si pudiera agitar una varita mágica y llevarse parte de su tensión. La noche podía ser el lugar más terrorífico y solitario del mundo. Tragó saliva; no era ningún pecado anhelar un poco de compañía humana—. Quédate un rato —pidió—. Quédate y hazme compañía.
Él vio en su lenguaje corporal que no intentaba atraparlo, _____ era la mujer menos depredadora que había conocido en su vida, sin embargo, su petición era espinosa. Parecía no ser consciente de lo que le estaba pidiendo.
Joe sabía que las mujeres podían apagar su deseo con más facilidad que los hombres, pero al captar el deje temeroso de su voz no pudo negarse a sentarse en el borde de la cama. En cuanto tuvo la calidez de su cuerpo al alcance de la mano, soltó el aire de golpe; estar allí iba a ser una tortura para él.
—¿Y que vamos a hacer ahora? —inquirió.
Ella no pareció captar la ironía de la pregunta.
—Cuéntame cosas —ella se removió en el colchón—. Háblame de tu hermano y de por qué ya no estáis en contacto.
Él hizo una mueca en la oscuridad. Si había algo capaz de apagar su deseo, era concentrarse en los viejos problemas. Hacía años que no pensaba en eso; no se lo había permitido. A veces las cosas ocurrían y había que aceptarlas sin preguntarse por qué ni darles más vueltas.
—Fue un asunto de rivalidad masculina —contestó. Se dio cuenta de que por primera vez en su vida podía considerar el tema de forma objetiva y desapasionada. Tal vez el paso del tiempo y la distancia hacía que las cosas fueran más comprensibles, pero bien podía deberse a la forma de preguntar de _____; como si quisiera saberlo por razones de peso, no con el fin de utilizar esa información en contra de él en el futuro.
—Vivíamos en una isla demasiado pequeña para dos personalidades tan fuertes y teníamos un negocio familiar que podía dirigir un hijo solo. Nos enzarzamos en una batalla para ver cuál de los dos conseguía el control, igual que habíamos batallado por todo a lo largo de nuestra vida.
Joe había terminado aburriéndose de esa batalla; de repente comprendió que se alegraba de ello. Kalfera lo habría engullido; su personalidad era más apropiada para otro tipo de vida. Le gustaban las ciudades, tanto construirlas como vivir en ellas.
—Espero que nuestros hijos no se peleen cuando sean mayores —_____ giró la cabeza para contemplar su perfil en sombras.
—Eso es algo que no podemos controlar —dijo él, estirando la mano para tocar su sedoso cabello—. Ahora duerme, _____.
—Mmm —notó que le pesaban los párpados, como si alguien le hubiera dado un narcótico. Bien fuera la ausencia de miedo, la copa de vino o el que Joe estuviera acariciando su cabello rítmicamente, lo cierto era que se sentía segura y a salvo—. Eso es agradable —musitó.
—¿Sí? —preguntó él. Tal vez se estaba volviendo loco, pero había tenido la sensación de que no lo decía de forma totalmente inocente.
—Mmm —instintivamente se aproximó a él, chocando con la calidez de su cuerpo. Se preguntó cómo podía haber olvidado esa agradable sensación. O su olor. O su sabor.
—¿_____?
—¿Mmm?
—Duérmete.
—Si me duermo, te irás.
—Si me quedo, puede que recibas más de lo que pretendías —dijo él tras un breve silencio.
Ella abrió los ojos y lo miró. Estaba cerca, muy cerca. Su corazón se aceleró.
—¿Cómo qué?
—Como esto —pasó la yema del dedo por sus labios, trazando su curva con la delicadeza de una pluma. La oyó inhalar.
—Pero eso me gusta —suspiró ella, soltando el aire lentamente.
—¿Sí?
—Mmm.
—¿Y qué más? —empezó a acariciar la sedosa piel de su cuello y notó que estremecía bajo sus dedos—. ¿Qué más te gusta, _____?
—Besos —consiguió decir ella. Su corazón golpeteaba como agua de lluvia sobre un tejado de zinc.
—Ah, besos —se tumbó a su lado y acercó la boca a la suya, comprendiendo que los besos eran algo muy distinto, o al menos ése lo sería. Un beso lento y embriagador, sensual y al mismo tiempo inocente, casi como un primer beso. Excepto que nunca había dado uno como ése. A nadie. Tenía la sensación de estar ahogándose en una dulzura espesa e intensa.
Notó que se acercaba más a él e introducía los dedos en su cabello. Un instante después, él tomó su rostro entre las manos y miró sus ojos y los labios entreabiertos.
—_____ —musitó. Fue una pregunta hecha y contestada con esa sencilla palabra.
Ella empezó a desabotonarle la camisa, besando su pecho antes de quitársela de los hombros. Él gruñó cuando empezó a desabrocharle el cinturón. Sintió el temblor de sus dedos sobre la dureza de su erección. Cuando empezó a bajarle los vaqueros supo que sería incapaz de controlarse.
Emitiendo un gemido de placer, le quitó el camisón. Ambos quedaron desnudos y él tuvo una inigualable sensación de intimidad compartida. La textura sedosa de su piel bajo los dedos fue como un retorno glorioso y un descubrimiento. Las manos y el cuerpo de ella temblaron cuando empezó a explorar los suaves contornos de su figura. La nueva y femenina figura de la madre de sus hijos.
Deseó que el encuentro durase para siempre, pero también quería liberarse de la emoción que amenazaba con atraparlo, con obligarlo a sumergirse en sentimientos que sería mejor evitar. De repente, se situó sobre ella, sabiendo que no podía esperar más.
—¡Joe! —la había adormecido con sus suaves palabras y su desacostumbrada ternura, pero el impacto de sentirlo penetrar su cuerpo después de tanto tiempo fue algo muy distinto. Como encontrar agua dulce en medio de un desierto interminable. Gritó de gozo y júbilo, a pesar de saber que aquello no era agua, sino un espejismo.
—¿Te hago daño? —él se detuvo.
—¡No! —al menos no la hería en el sentido que él insinuaba; su cuerpo siempre podría acomodar su orgullosa virilidad en su interior. Era su corazón lo que se resentía—. No, no me haces daño, Joe.
—¡Ah! —posó los labios en sus senos y en su cabello. Recorrió su cuello y el hueco de sus clavículas. Moviéndose lentamente, con cada perfecta embestida incrementaba el placer, paso a paso. Ella se movía bajo él, con creciente ansia e impaciencia. Al final inició un lento gemido que él capturó con la boca, consciente de que había más gente en la casa. Sólo entonces se permitió derramar su semilla en su interior, con un largo y contenido rugido de placer y alivio.
Después, se durmió con facilidad, como siempre tras practicar el sexo, de igual manera pero sin duda muy diferente. _____ pensó que ese momento debería ser para ella uno de victoria y júbilo, pero sin embargo se sentía extrañamente vacía.
Clavó la vista en el techo mientras sentía la caricia lenta y rítmica del aliento de Joe en su cuello. Y las preguntas que llevaba conteniendo durante tanto tiempo invadieron su mente como una riada, exigiendo respuestas.
—¿Qué bebé es? —preguntó _____ con desesperación, como si eso tuviera importancia.
—Alexius, creo —contestó Betty.
_____ gimió. Nadie los distinguía tan bien como Joe y ella. No deberían haber salido cuando siendo aún tan pequeños.
—¿Qué ha ocurrido?
—Empezó a toser hace una media hora, y está empeorando. Creo que es difteria, mis hijos la tuvieron.
El vago recuerdo de un problema respiratorio flotó en la mente de _____. Se preguntó si lo mencionaría alguno de sus libros sobre problemas infantiles.
Joe corrió escaleras arriba, seguido por las dos mujeres. La horrible sensación de culpabilidad de _____ se acrecentó cuando entró en la habitación y lo vio con uno de sus hijos en brazos; el bebé emitía un horrible silbido al respirar.
—Es Alexius —dijo él. Sus ojos parecían pozos de hielo negro cuando la miraron.
—Voy a llamar al médico —_____ se mordió el labio y se volvió hacia Betty—. Quiero que me digas exactamente cuándo te diste cuenta.
El médico llegó rápidamente. Era muy joven y no parecía tener edad suficiente para haber terminado la carrera. Pero examinó al bebé con tranquilidad y eficacia antes de enderezarse.
—Su ama de llaves tiene razón. Es difteria —dijo el médico—. Una inflamación de las vías respiratorias superiores —explicó—. Es relativamente común en bebés de esta edad y en esta época del año. Me han dicho que tiene un gemelo. Será mejor que lo examine también.
—¿Y el tratamiento? —a _____ le temblaba la voz—. ¿Tendremos que ingresarlo en el hospital?
—No debería ser necesario, señorita Gibbs —el médico sonrió—. El tratamiento también es bastante anticuado; tendrá que sentarse con él en un ambiente húmedo. Un cuarto de baño lleno de vapor es lo ideal; pueden turnarse para hacer correr el agua caliente en la bañera.
—¿Está diciéndome que a estas alturas y en este siglo, el único tratamiento es hacer correr el agua del baño? —Joe miró al médico con incredulidad manifiesta.
—Simplemente, hazlo, Joe —suplicó _____. Él percibió el acero que endurecía su voz por debajo de la súplica.
—Ne, agapi mu —aceptó con voz suave—. Empezaré ahora mismo.
El médico declaró que Andreas estaba bien y recomendó a _____ que mantuviera a los bebés separados durante un par de días.
—Pasaré por aquí a primera hora de la mañana —prometió—. Les espera una noche muy larga.
_____ llevó a su hijo al baño, que a esas alturas estaba tan lleno de vapor que tardó unos segundos en distinguir la figura alta y oscura de Joe. Nunca se había alegrado tanto de tener a alguien a su lado.
—Ven, dámelo —dijo él.
—Dentro de un minuto —_____ hizo una mueca cuando el bebé tosió de nuevo—. Quiero tenerlo en brazos. Oh, Joe, no deberíamos haber ido a la fiesta.
—¡Por Dios santo! —rechinó él—. Estaba perfectamente cuando salimos, lo sabes muy bien, o te habrías negado a ir. No te culpes, _____, no lo permitiré. Eres una madre excelente —declaró con voz fiera.
—Nada de eso importa —susurró ella, peligrosamente al borde de las lágrimas pero esforzándose por contenerlas—. Lo único que importa es que se ponga bien.
—Se pondrá bien.
—¿Estás seguro? —preguntó _____. Cada silbido que producía la dificultosa respiración de los pequeños pulmones era como si alguien retorciera un cuchillo en sus entrañas.
—Claro que sí —afirmó Joe con una convicción que distaba de sentir. Se encontraba en un ámbito ajeno a él y que no podía controlar. Pero su intención era reconfortar a _____, no tranquilizar sus propios pensamientos turbulentos.
Se habría sentido mucho más feliz si el médico hubiera podido darle a su hijo una pastilla, o ponerle una inyección, en vez de ponerlos en la extraña situación de turnarse para tener a su bebé en brazos y seguir renovando el agua caliente para que el vapor los envolviera en una húmeda nube.
La combinación de neblina y miedo hacía que se sintieran desorientados. Los minutos nunca habían transcurrido más despacio. Por fin pasó la primera y difícil hora. Con cada nueva hora que transcurría, su hijo parecía menos inquieto. _____ pasó del miedo a respirar para no perderse ningún posible cambio en el estado de Alexius a sentir que parte de la tensión abandonaba su cuerpo.
Tuvo la impresión de que el niño empezaba a tener menos dificultad para respirar cuando las primeras luces del alba tiñeron el cielo, pero temió que fueran imaginaciones suyas.
—¡Y pensar que creía que la vida en Grecia era primitiva —murmuró Joe, cuando los jadeos del niño dieron paso a la respiración tranquila del sueño y ellos se miraron comprendiendo que el peligro había pasado—. Vapor —musitó. Movió la cabeza con una sonrisa irónica.
—Oh, Joe —_____, para su horror, rompió a llorar, incapaz de contener las lágrimas que caían de su rostro a la cabeza de Alexius. Joe las recogía con las manos tan rápidamente como caían.
—Shh —emocionado, miró las lágrimas que tenía en los dedos y cerró los ojos, asaltado por una intensa oleada de alivio—. Todo va bien —dijo con voz ronca.
Por la mañana, el médico regresó y examinó a Alexius. Después esbozó una sonrisa satisfecha.
—Eso es lo maravilloso de los bebés —dijo con voz risueña—. Te dan un susto de muerte y luego vuelven a estar de maravilla.
Una vez el médico se marchó, Joe miró a _____ con expresión grave. El miedo de lo que podría haber ocurrido lo reconcomía por dentro.
—Voy a contratar a dos enfermeras infantiles para que pasen la noche con los bebés —anunció.
—Quiero cuidarlos yo —musitó ella.
—_____, no voy a aceptar ninguna discusión, así que puedes borrar esa expresión testaruda de tu rostro —sus rasgos se endurecieron y su acento se hizo más fuerte—. No puedes, y lo digo en sentido literal, estar vigilando a los niños día y noche. Te derrumbarás de agotamiento y eso no hará bien a nadie. ¿No lo entiendes?
Ella no podía cuestionar esa lógica, pero tenía la sensación de que todo empezaba a escapar a su control. Justo cuando estaba empezando a poder manejarse con los gemelos, tenía que ocurrir algo así.
Durante los días siguientes funcionó en piloto automático, utilizando reservas de energía y fuerza que no había creído tener. Las enfermeras de noche eran cariñosas y eficientes, y con el paso de los días quedó claro que Alexius estaba mucho mejor y que Andreas no estaba afectado por la enfermedad. Sin embargo, _____ no podía convencerse de ello. Tenía la sensación de vivir una pesadilla.
Se despertaba a cada hora de la noche con un miedo supersticioso que la llevaba a sentarse de golpe en la cama, como si algo terrible estuviera a punto de ocurrir. Corría a la habitación de los niños y descubría a las enfermeras vigilando el sueño de sus dos angelitos; ellas la miraban como si estuviera un poco… desquiciada.
Hasta que una tarde el médico fue de visita y Joe y él la acorralaron en el salón.
—Siéntate —ordenó Joe con fiereza.
—Pero…
—He dicho que te sientes.
Ella se dejó caer en uno de los sofás y alzó la mirada hacia los dos hombres; captó el brillo oscuro y duro de los ojos de Joe.
—_____, tienes que bajar el ritmo —dijo el médico con voz queda—. No harás ningún bien a tus bebés si te agotas.
—Lo estoy intentando.
—Se acabó lo de visitar la habitación de los niños por la noche —afirmó él médico—. Sólo te levantarás cuando tengan que comer. La privación de sueño es una forma de tortura, deberías saberlo. Necesitas dormir.
—No puedo, doctor.
—¿Por qué no? —preguntó él.
—Porque… —se encogió de hombros, consciente de que Joe la escrutaba como si fuera un raro espécimen en un tubo de ensayo. Incluso ella misma tenía la sensación de serlo. Una especie aún sin clasificar—. No lo sé —musitó.
—Deberías estar centrándote un poco más en tu pareja —sugirió el médico, obviamente dispuesto a adentrarse en uno de los manidos temas relacionados con la depresión postparto. _____ se ruborizó de vergüenza.
Él no sabía que su relación con Joe no era una relación verdadera. Que eran padres, pero nada más íntimo que eso. Por supuesto que no, ni siquiera podría habérselo imaginado.
—Gracias, doctor —dijo con voz seca.
—¿Te asegurarás de que descansa? —le preguntó el médico a Joe.
—Oh, sí, doctor —Joe esbozó una media sonrisa—, no lo dude un momento.
Esa tarde, una vez los gemelos estuvieron alimentados, bañados y en sus cunas, Joe obligó a _____ a sentarse ante la cena que Betty había preparado para ellos.
—Ahora, toma una copa de vino —dijo—. Una no te hará daño.
Obediente, ella bebió un poco.
—¿Te parece bien así? —preguntó.
—Sí. Ahora, cena.
El vino empezó a relajarla. _____ se preguntó cuánto hacía que no se sentía relajada y, peor aún, que no deseaba relajarse.
—¿Me ganaré una medalla si lo hago? —preguntó con ironía.
—Ya veremos —Joe bebió un trago de vino y cerró los ojos. Recordó la noche de la fiesta y la sensación de tenerla en sus brazos. Se preguntó si ella lo había olvidado o había enterrado el recuerdo porque hacía que se sintiera culpable. También cabía la posibilidad de que hubiera llegado a la conclusión de que el sexo complicaría una relación ya de por sí complicada.
Ese beso había estado alimentado por la ira y los celos. Era fácil besar a una mujer en esos términos; pero tal vez no fuera justo hacerlo en el caso de _____. No después de lo que había ocurrido entre ellos. Joe no dudaba ni por en segundo que podía hacer que lo deseara, pero eso acabaría reduciéndose a un mero revolcón.
Después de cenar y de que _____ insistiera en echar un último vistazo a los gemelos, ante las sonrisas indulgentes de las enfermeras, la acompañó hasta su dormitorio. Si no estuviera tan preocupado por ella, le habría hecho gracia representar ese caballeroso papel por primera vez en su vida.
—Buenas noches, _____.
De repente, los viejos miedos de _____ resurgieron. Tragó saliva, contemplando su rostro en sombras. Pensó en lo encantador y accesible que había estado esa noche y le dolió el corazón. Se preguntó qué diría él si le confesara que seguía queriéndolo. Era muy posible que esa accesibilidad se esfumara para dar paso a la expresión fría y acerada que hacía que sus nervios se tensaran como la cuerda de un arco.
—Buenas noches, Joe —susurró.
Se desvistió y se puso un camisón. No había vuelto a dormir desnuda desde el parto, para poder levantarse en cualquier momento. Apagó la luz y se metió en la cama. Pero incluso tras la copa de vino y de que el médico le hubiera garantizado que su hijos estaban perfectamente cuidados, el sueño se negó a llegar. Se quedó tumbada, dando vueltas en la cama, inquieta. Hasta que vio un rayo de luz que entraba por la puerta del dormitorio y la silueta de Joe en el umbral. Giró la cabeza para mirarlo, con el corazón en un puño. Se incorporó de un bote.
—¿Ocurre algo? —inquirió.
—No, todo va bien —contestó él, entrando en la habitación—. He estado trabajando y venía a comprobar si dormías. Pero ya veo que no.
—No, no puedo —miró esperanzada la luz que se reflejaba en sus ojos, como si pudiera agitar una varita mágica y llevarse parte de su tensión. La noche podía ser el lugar más terrorífico y solitario del mundo. Tragó saliva; no era ningún pecado anhelar un poco de compañía humana—. Quédate un rato —pidió—. Quédate y hazme compañía.
Él vio en su lenguaje corporal que no intentaba atraparlo, _____ era la mujer menos depredadora que había conocido en su vida, sin embargo, su petición era espinosa. Parecía no ser consciente de lo que le estaba pidiendo.
Joe sabía que las mujeres podían apagar su deseo con más facilidad que los hombres, pero al captar el deje temeroso de su voz no pudo negarse a sentarse en el borde de la cama. En cuanto tuvo la calidez de su cuerpo al alcance de la mano, soltó el aire de golpe; estar allí iba a ser una tortura para él.
—¿Y que vamos a hacer ahora? —inquirió.
Ella no pareció captar la ironía de la pregunta.
—Cuéntame cosas —ella se removió en el colchón—. Háblame de tu hermano y de por qué ya no estáis en contacto.
Él hizo una mueca en la oscuridad. Si había algo capaz de apagar su deseo, era concentrarse en los viejos problemas. Hacía años que no pensaba en eso; no se lo había permitido. A veces las cosas ocurrían y había que aceptarlas sin preguntarse por qué ni darles más vueltas.
—Fue un asunto de rivalidad masculina —contestó. Se dio cuenta de que por primera vez en su vida podía considerar el tema de forma objetiva y desapasionada. Tal vez el paso del tiempo y la distancia hacía que las cosas fueran más comprensibles, pero bien podía deberse a la forma de preguntar de _____; como si quisiera saberlo por razones de peso, no con el fin de utilizar esa información en contra de él en el futuro.
—Vivíamos en una isla demasiado pequeña para dos personalidades tan fuertes y teníamos un negocio familiar que podía dirigir un hijo solo. Nos enzarzamos en una batalla para ver cuál de los dos conseguía el control, igual que habíamos batallado por todo a lo largo de nuestra vida.
Joe había terminado aburriéndose de esa batalla; de repente comprendió que se alegraba de ello. Kalfera lo habría engullido; su personalidad era más apropiada para otro tipo de vida. Le gustaban las ciudades, tanto construirlas como vivir en ellas.
—Espero que nuestros hijos no se peleen cuando sean mayores —_____ giró la cabeza para contemplar su perfil en sombras.
—Eso es algo que no podemos controlar —dijo él, estirando la mano para tocar su sedoso cabello—. Ahora duerme, _____.
—Mmm —notó que le pesaban los párpados, como si alguien le hubiera dado un narcótico. Bien fuera la ausencia de miedo, la copa de vino o el que Joe estuviera acariciando su cabello rítmicamente, lo cierto era que se sentía segura y a salvo—. Eso es agradable —musitó.
—¿Sí? —preguntó él. Tal vez se estaba volviendo loco, pero había tenido la sensación de que no lo decía de forma totalmente inocente.
—Mmm —instintivamente se aproximó a él, chocando con la calidez de su cuerpo. Se preguntó cómo podía haber olvidado esa agradable sensación. O su olor. O su sabor.
—¿_____?
—¿Mmm?
—Duérmete.
—Si me duermo, te irás.
—Si me quedo, puede que recibas más de lo que pretendías —dijo él tras un breve silencio.
Ella abrió los ojos y lo miró. Estaba cerca, muy cerca. Su corazón se aceleró.
—¿Cómo qué?
—Como esto —pasó la yema del dedo por sus labios, trazando su curva con la delicadeza de una pluma. La oyó inhalar.
—Pero eso me gusta —suspiró ella, soltando el aire lentamente.
—¿Sí?
—Mmm.
—¿Y qué más? —empezó a acariciar la sedosa piel de su cuello y notó que estremecía bajo sus dedos—. ¿Qué más te gusta, _____?
—Besos —consiguió decir ella. Su corazón golpeteaba como agua de lluvia sobre un tejado de zinc.
—Ah, besos —se tumbó a su lado y acercó la boca a la suya, comprendiendo que los besos eran algo muy distinto, o al menos ése lo sería. Un beso lento y embriagador, sensual y al mismo tiempo inocente, casi como un primer beso. Excepto que nunca había dado uno como ése. A nadie. Tenía la sensación de estar ahogándose en una dulzura espesa e intensa.
Notó que se acercaba más a él e introducía los dedos en su cabello. Un instante después, él tomó su rostro entre las manos y miró sus ojos y los labios entreabiertos.
—_____ —musitó. Fue una pregunta hecha y contestada con esa sencilla palabra.
Ella empezó a desabotonarle la camisa, besando su pecho antes de quitársela de los hombros. Él gruñó cuando empezó a desabrocharle el cinturón. Sintió el temblor de sus dedos sobre la dureza de su erección. Cuando empezó a bajarle los vaqueros supo que sería incapaz de controlarse.
Emitiendo un gemido de placer, le quitó el camisón. Ambos quedaron desnudos y él tuvo una inigualable sensación de intimidad compartida. La textura sedosa de su piel bajo los dedos fue como un retorno glorioso y un descubrimiento. Las manos y el cuerpo de ella temblaron cuando empezó a explorar los suaves contornos de su figura. La nueva y femenina figura de la madre de sus hijos.
Deseó que el encuentro durase para siempre, pero también quería liberarse de la emoción que amenazaba con atraparlo, con obligarlo a sumergirse en sentimientos que sería mejor evitar. De repente, se situó sobre ella, sabiendo que no podía esperar más.
—¡Joe! —la había adormecido con sus suaves palabras y su desacostumbrada ternura, pero el impacto de sentirlo penetrar su cuerpo después de tanto tiempo fue algo muy distinto. Como encontrar agua dulce en medio de un desierto interminable. Gritó de gozo y júbilo, a pesar de saber que aquello no era agua, sino un espejismo.
—¿Te hago daño? —él se detuvo.
—¡No! —al menos no la hería en el sentido que él insinuaba; su cuerpo siempre podría acomodar su orgullosa virilidad en su interior. Era su corazón lo que se resentía—. No, no me haces daño, Joe.
—¡Ah! —posó los labios en sus senos y en su cabello. Recorrió su cuello y el hueco de sus clavículas. Moviéndose lentamente, con cada perfecta embestida incrementaba el placer, paso a paso. Ella se movía bajo él, con creciente ansia e impaciencia. Al final inició un lento gemido que él capturó con la boca, consciente de que había más gente en la casa. Sólo entonces se permitió derramar su semilla en su interior, con un largo y contenido rugido de placer y alivio.
Después, se durmió con facilidad, como siempre tras practicar el sexo, de igual manera pero sin duda muy diferente. _____ pensó que ese momento debería ser para ella uno de victoria y júbilo, pero sin embargo se sentía extrañamente vacía.
Clavó la vista en el techo mientras sentía la caricia lenta y rítmica del aliento de Joe en su cuello. Y las preguntas que llevaba conteniendo durante tanto tiempo invadieron su mente como una riada, exigiendo respuestas.
kadita_lovatica
Capitulo 12
Ya había amanecido cuando Joe se despertó y entornó los ojos contra la pálida luz que se filtraba por la ventana. El entorno le pareció tan poco familiar como la dulce saturación de sus sentidos.
¡Estaba en la cama de ______!
Giró la cabeza para mirarla, pero comprendió que su primer instinto había sido correcto. Estaba solo. Las sábanas revueltas y el leve aroma almizclado del sexo eran la única indicación de que la increíble escena amorosa de la noche anterior no había sido un sueño.
Bostezó y se preguntó si ella ya estaría con los bebés.
Automáticamente, su boca se curvó con una sonrisa. Llevó los brazos por encima de su cabeza y se estiró con pereza antes de bajar de la cama y ponerse los vaqueros y la camisa. Iría a buscarla y la llevaría de vuelta a la cama.
La encontró en la cocina, de espaldas a él, mirando la calle desierta. Debía de haber amamantado a los gemelos, porque bebía con ganas un gran vaso de agua y no pareció oírlo entrar en la habitación.
—¿______? —llamó con voz suave.
______ apretó los dedos sobre el vaso, como si pudiera extraer algo de coraje de la superficie lisa y fresca. Pero no dijo nada aún. No se fiaba de sí misma.
Él interpretó su silencio como timidez. Era lógico que se sintiera así, después de lo que había ocurrido entre ellos. Había sido… increíble. Sus pies desnudos cruzaron el suelo de losetas sin hacer ruido alguno. Llegó a su lado e inclinó la cabeza hacia su nuca, inhalando su dulce aroma y disfrutando de la sedosa caricia de su cabello en la piel.
—Vuelve a la cama —murmuró, consciente de la tensión que empezaba a concentrarse en su entrepierna.
—No estoy cansada —______ se tensó.
—Perfecto —su voz se volvió más grave—. Yo tampoco.
Pero los hombros de ______ siguieron tensos, y su cuerpo rígido como el de un centinela. No iba a relajarse ni un ápice, porque Joe era demasiado poderoso. Una caricia y ella se debilitaría y perdería su resolución.
—Creo que iré a darme una ducha y a vestirme —dijo ella.
Eso desde luego no sonaba a invitación sexual. Joe frunció los ojos.
—¿______?
Ella sabía que no podía seguir mirando por la ventana eternamente, que tenía que enfrentarse a él, pero le resultaba muy difícil borrar todo rastro de emoción y anhelo de su rostro, para que él no percibiera la más mínima vulnerabilidad a la que aferrarse. No iba a volver a ser vulnerable. Lo que estaba a punto de hacer era lo único que le permitiría seguir adelante con su vida.
Se dio la vuelta y le ofreció una de las sonrisas corteses que habría utilizado si fuera un pasajero de Evolo y estuviera a punto de ofrecerle una taza de café.
—No merece la pena volver a la cama —afirmó, briosa.
Él decidió darle una última oportunidad. Tal vez fuera el decoro lo que hablaba. Una mujer que buscaba aprobación tras haberse entregado con total abandono a sus caricias. Eso podía aceptarlo.
—______, —susurró—, agapi mu.
Eso debería de haber bastado. Él había expresado todo un mundo de promesas sensuales en esas palabras. En el apelativo cariñoso y en la suave e incomparable manera de pronunciar su nombre, con un leve deje griego. Tal vez en otras circunstancias habría sido suficiente; nada más fácil que entregarse a sus brazos y buscar un beso suyo. Habría permitido que la condujera al dormitorio en silencio, para no molestar a los niños y a sus enfermeras, sonriéndose con complicidad mientras sus corazones estallaban de excitación, conscientes de lo que iba a suceder.
Pero se recordó que el corazón de Joe no estaría estallando. Su excitación residía en un lugar mucho más elemental, y no podía permitirse olvidarlo. Más bien, tenía que olvidar sus deseos, sueños, esperanzas y anhelos de que un día él llegaría a amarla con la misma pasión que ella sentía por él. Eso no ocurriría nunca.
Joe no entregaba amor, al menos no el amor adulto que surgía entre un hombre y una mujer; nunca había pretendido hacerlo. Amaba a sus bebés, y ese amor crecía día a día; pero no tenía amor para ella. En realidad ni siquiera tenía derecho a esperarlo, porque él no le había hecho ninguna promesa. Así que tampoco estaba rompiendo ninguna. No era justo culparlo a él por no cumplir las expectativas de ella.
Si seguían profundizando en la relación a través del sexo ella estaría perdida, lo sabía con certeza porque las mujeres reaccionaban así. Utilizaban el sexo como expresión de su amor de una manera que los hombres no parecían necesitar, y a veces acababan sufriendo. Ella no podía permitirse eso porque no sólo se arriesgaría ella, también peligraría la estabilidad emocional que necesitaban los gemelos. La estabilidad que era esencial para ellos.
Era muy difícil negarse lo que más anhelaba: pasar las noches en brazos de Joe, sintiendo el placer que sólo él podía darle. Era una gran tentación, pero conllevaba demasiado peligro. Un peligro inaceptable, sin duda.
Retomar la relación física con él podría hacer que la dependiente y necesitada ______ de antes reapareciera. Esa ______ que se esforzaba por complacer sus caprichos y adivinar su estado de ánimo para no molestarlo. Y en su vida ya no había sitio para una persona como ésa. Él le había perdido el respeto por comportarse así, incluso ella misma se había perdido el respeto; ninguna persona en su sano juicio desearía volver a ponerse en esa situación.
La alternativa era simular. Pretender que el sexo no era más que sexo y que no lo amaba. Actuar con indiferencia petulante, como si él no le importara. Pero él sí importaba, y mucho. Nunca había dejado de amarlo y no estaba dispuesta a vivir una mentira. Hacerlo sería un pésimo ejemplo para Andreas y Alexius.
«Díselo ya. No practiques juegos estúpidos. Joe es un hombre inteligente y aceptará lo que le digas. No tendrá más remedio.
—Anoche…
—Ah, ne. Anoche —repitió él con voz sensual.
Ella consiguió mantener la sonrisa. Impersonal y no demasiado abierta, porque no quería que se pelearan. Al fin y al cabo, no se trataba de un feudo, sino de buscar una solución práctica a una parte problemática de sus vidas.
—Fue un error —concluyó ella.
—¿Un error? —Joe frunció el ceño.
—Y uno que no debe repetirse —aseveró ella, como si se estuviera obligando a masticar un veneno antes de tragárselo—. Joe, no podemos volver a dormir juntos.
La reacción instintiva de él fue contestarle que él no tenía intención de dormir mucho. No creía ni por un momento que hablase en serio. Las mujeres nunca lo rechazaban y ______ siempre había sido como barro bajo sus expertos dedos. Sin embargo, algo en el brillo violeta de sus ojos le advirtió que la cosa era grave. Que sí lo decía en serio.
Apretó los labios. ¡No podía ser!
El deseo lo urgió a poner la mano sobre su brazo desnudo, sabiendo que se derretiría con una simple caricia, pero le orgullo lo detuvo. Tal vez pretendía hacerle suplicar. AleJoe Pavlidis, suplicando. ¡Impensable! Su boca se curvó con una sonrisa cruel. Mantendría las distancias y así vería cuánto tiempo era capaz de soportarlo ______. No tardaría en ser ella quien le suplicara que volviese a su cama.
Pero los días fueron pasando y Joe descubrió que ______ no suplicaba, ni parecía disgustada, y se sintió envuelto en una inquietante neblina confusa. Ella era pura cortesía y dulzura. Seguía siendo una madre ejemplar. Incluso hacía comentarios inteligentes sobre las noticias internacionales. Si hubiera estado entrevistándola para un trabajo, habría quedado gratamente impresionado, pero no era ése el caso. ¡La quería de vuelta en su cama! ¡De inmediato!
—______ —gruñó una mañana durante el desayuno, antes de ir a la embajada griega. Había prometido al embajador plantearse la posibilidad de diseñar una nueva biblioteca para el edificio.
______ alzó la vista del yogur que estaba comiendo. Él tenía un traje de lino color crema y algunas gotitas de agua brillaban como joyas en su pelo negro. Su piel resplandecía de vitalidad y ella pensó que nunca lo había visto tan vibrante. Ni tan guapo.
—¿Sí, Joe?
—¡Esto no puede seguir así!
—¿El qué? —preguntó ella, apartando el yogur.
—No te hagas la inocente conmigo —dejó la taza de café sobre la mesa de golpe, y la delicada porcelana estuvo cerca de romperse en pedazos—. ¿O es eso lo que pretendes? ¿Quieres jugar conmigo? ¿Comprobar hasta qué punto puedes incrementar mi deseo por ti?
______ tragó saliva. Le temblaban los dedos y rezó para que él no lo viera. Necesitaba ser fuerte. Era necesario.
—No estoy jugando contigo, Joe —contestó con toda sinceridad—. Te di mi opinión sobre la mejor manera de llevar esta relación y mi postura no ha cambiado —se encogió de hombros—. Lo siento.
Él deseó dar un puñetazo en la mesa, gritarle que no era cierto que lo sintiera. O que no tenía razones para sentirlo, cuando era tan sencillo cambiar la situación. Pero al ver su mirada serena y firme, comprendió, con dolor de corazón, que lo decía de verdad.
Pasó todo el día pensando obsesivamente en ella, algo nuevo y desconcertante para él. Tuvo que pedirle varias veces al embajador que repitiera algún comentario y le dejó frío la forma en que la secretaria cruzaba y descruzaba las piernas, dejando entrever la carne desnuda por encima de la liga de seda. De hecho, en un momento dado, la miró con tanto desprecio que ella tironeó del borde de la falda, avergonzada.
Esa noche cenó con un amigo que había llegado de Nueva York, pero estuvo distraído toda la velada. Había pensado que ______ le estaría esperando para interrogarle sobre dónde había estado pero, para su sorpresa y después furia, eso no ocurrió.
Malhumorado, fue a buscarla y la encontró en la habitación de los niños, charlando felizmente con una de las enfermeras. Le ofreció una sonrisa resplandeciente. En cambio, él tenía una expresión tormentosa, que sólo se disipó cuando alzó a Andreas en brazos y lo acunó.
Por encima de la cabecita del bebé se encontró con el par de ojos violeta y tuvo que aceptar que alejarse de ella no serviría para nada. El miedo empezó a atenazarlo con sus gélidos dedos. Sí, miedo auténtico y real. Para Joe, era una sensación desconocida e indeseada; pero que, súbitamente, lo devolvió a un pasado que había enterrado durante demasiado tiempo.
Durante las dos noches siguientes no consiguió dormir más de media hora seguida, y se levantó varias veces de la cama para ir en su busca. Todas la veces se detuvo ante la puerta y quitó la mano del picaporte para cerrarla en un puño y dejarla caer a su costado. Sabía que no estaría bien aprovecharse de la oscuridad para ocultar el tumulto interior que dominaba su mente. Ni tampoco seducirla mientras su cuerpo estaba relajado y receptivo por el sueño.
Se dedicó a trabajar en su estudio mientras buscaba el momento adecuado con la precisión y cuidado que lo avalaba en su vida profesional. Lo encontró cuando las dos enfermeras de día que había insistido en contratar para obligar a ______ a darse un respiro, decidieron aprovechar una inesperada mañana de sol para sacar a los niños a pasear en sus sillitas.
Joe las observó alejarse por la acera arbolada y fue a buscar a ______, con un nudo de tensión en la garganta. La encontró en la salita pequeña, pegando fotos en un anticuado álbum de bebés. Se detuvo al verlo entrar.
—Hola, Joe —dijo titubeante, al ver en su rostro una expresión desconocida para ella.
Se le desbocó el corazón, porque parecía haber llegado el momento más temido y esperado. Joe iba a decirle que no podía seguir en esa situación. Que iba a buscarse una mujer que lo recibiera con calor y los brazos abiertos. ¡A no ser que ya hubiera encontrado a una! El corazón le latía con tanta fuerza que casi sintió dolor.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
—¡No puedo seguir así! —contestó él.
—¿No puedes? —a ______ se le nublaron los ojos y se aferró al borde del escritorio—. No, claro que no puedes.
—Ningún hombre con sangre en las venas sería capaz de soportarlo —jadeó él, mirando de arriba abajo el cuerpo cubierto por un sencillo vestido blanco, preguntándose qué llevaría debajo—. Y por eso te ofrezco tu libertad.
—Mi libertad —repitió ella con esfuerzo. Era cuanto había temido, e incluso peor.
—Te entregaré las escrituras de esta casa —dijo Joe—. O te compraré otra si lo prefieres. También te otorgaré una pensión de por vida y un capital, para que puedas criar a los niños sin miedo a la inseguridad económica —apretó los labios—. Por supuesto, seré generoso.
—Por supuesto —aceptó ______ con voz débil—. ¿Y qué quieres a cambio de tu generosidad?
Los ojos de Joe se estrecharon hasta convertirse en estrechas ranuras con fondo azabache.
—Quiero la custodia compartida de los gemelos y un acuerdo que garantice que puedan viajar entre Inglaterra y Estados Unidos. Mientras estén conmigo serás libre, por supuesto, para entregarte a otras relaciones si lo deseas.
—Y esa «oferta», ¿incluye alguna condición, Joe? —preguntó ella, con la sensación de estar descendiendo hacia el infierno.
—Desde luego que sí —su boca se tensó—. Que no introduzcas a ningún otro hombre en el hogar de mis hijos, de forma temporal o permanente. Si haces eso, reclamaré la custodia total.
—Entiendo —tragó aire—. Y eso es lo que tú quieres realmente, ¿no es así?
Joe la miró. Había hablado con voz carente de emoción, formulando una pregunta directa y sensata. Se preguntó si ésa podía ser la misma mujer que había llorado de placer en sus brazos. Que había llevado a sus hijos en el vientre durante casi nueve meses. De repente, dejó de querer ponerle las cosas fáciles. Quería, necesitaba más bien, demostrarle lo que sentía en realidad. Pero no sabía si era capaz de hacerlo.
Cuando su madre había abandonado a su familia para irse con otro hombre, los otros niños de la isla habían murmurado sobre el escándalo. Pero ni Kyros ni él habían admitido, ni siquiera entre ellos, hasta qué punto les habían herido los cotilleos y la traición de su madre. El orgullo herido se había unido al dolor del abandono. Por eso se habían encerrado en sí mismos, finalmente lo había entendido. Habían ocultado sus sentimientos al mundo e incluso a sí mismos, hasta convencerse de haber quedado libres de toda emoción.
Acababa de comprender que se arriesgaba a perderlo todo por su fútil intento de protegerse de un dolor similar. La vida era dolorosa. Ese dolor no era más que la otra cara del placer y no se podía apreciar una cosa sin experimentar la otra. Eso significaba que tenía que volver a arriesgarse a sentir dolor.
—¡No! ¡Claro que no es lo que quiero realmente! —exclamó—. Tú eres lo que quiero, ______, tú y sólo tú, como compañera en todos los sentidos de la palabra.
Ella lo miró fijamente un largo momento.
—¿Por qué ibas a querer eso? —insistió ella, consciente que el dolor que expresaba el rostro de él debía de estar reflejado en el suyo—. ¿Acaso porque echas de menos el sexo?
—¡No es por el sexo! Puedo tener sexo cuando quiera, con chasquear los dedos —rugió él, indignado—. Es porque te amo, claro. Porque he llegado a amarte —dijo con un deje de sorpresa en la voz—. Necesito saber si quieres tu libertad o no, ______, porque ya sabes que siempre existe otra opción.
Ella lo miró sin respirar, temiendo que hacerlo rompería la magia que flotaba en el aire tras sus inesperadas palabras de amor.
—¿Cuál es esa opción? —susurró.
—La otra opción es tener mi corazón —afirmó él. Parecía dominar la habitación con su presencia, la intensidad de su mirada y su fuerte personalidad—. Tómalo. Eres la única persona a quien se lo he abierto, y ahora es tuyo para siempre —su voz se suavizó—. Si lo quieres.
Los ojos de ______ se llenaron de lágrimas, pero se obligó a parpadear para librarse de ellas. Movió la cabeza.
—¡Claro que lo quiero! Pero no puedes decirlo en serio, Joe —musitó—. Es imposible.
—¿No puedo? —se acercó hasta donde estaba sentada e hizo que se pusiera en pie—. Sí, lo digo muy en serio, eso y más. He sido un estúpido al no darme cuenta antes. Te quiero a ti, amor mío. Mi valiente y dulce ______. Mi único amor —miró su bello rostro y vio las lágrimas que brillaban en sus ojos—. No llores, agapi mu. Por favor, no llores. Tu Joe te lo prohíbe.
Ella no pudo, ni quiso, detener las lágrimas que surcaron sus mejillas. Eran lágrimas de júbilo e incredulidad, no de desconsuelo.
Él las secó con la punta de los dedos como ya había hecho una vez, cuando su bebé enfermo volvió a respirar con normalidad. Después, tomó su rostro entre las palmas de las manos. Ella temblaba cuando lo miró; igual que Joe le había ofrecido su corazón, ella le había entregado el suyo hacía mucho tiempo y nunca habría podido recuperarlo, le pertenecía a él.
Mientras la rodeaba con sus brazos, ______ comprendió que nunca tendría que dudar del compromiso que implicaban sus palabras. Porque ese nombre nunca le había hecho una falsa promesa y nunca diría algo que no tenía intención de cumplir.
—¿Me darías un beso? —le preguntó.
—¿Si te lo daría? —la miró con el rostro exultante de amor y júbilo—. Intenta impedírmelo, agapi mu.
¡Estaba en la cama de ______!
Giró la cabeza para mirarla, pero comprendió que su primer instinto había sido correcto. Estaba solo. Las sábanas revueltas y el leve aroma almizclado del sexo eran la única indicación de que la increíble escena amorosa de la noche anterior no había sido un sueño.
Bostezó y se preguntó si ella ya estaría con los bebés.
Automáticamente, su boca se curvó con una sonrisa. Llevó los brazos por encima de su cabeza y se estiró con pereza antes de bajar de la cama y ponerse los vaqueros y la camisa. Iría a buscarla y la llevaría de vuelta a la cama.
La encontró en la cocina, de espaldas a él, mirando la calle desierta. Debía de haber amamantado a los gemelos, porque bebía con ganas un gran vaso de agua y no pareció oírlo entrar en la habitación.
—¿______? —llamó con voz suave.
______ apretó los dedos sobre el vaso, como si pudiera extraer algo de coraje de la superficie lisa y fresca. Pero no dijo nada aún. No se fiaba de sí misma.
Él interpretó su silencio como timidez. Era lógico que se sintiera así, después de lo que había ocurrido entre ellos. Había sido… increíble. Sus pies desnudos cruzaron el suelo de losetas sin hacer ruido alguno. Llegó a su lado e inclinó la cabeza hacia su nuca, inhalando su dulce aroma y disfrutando de la sedosa caricia de su cabello en la piel.
—Vuelve a la cama —murmuró, consciente de la tensión que empezaba a concentrarse en su entrepierna.
—No estoy cansada —______ se tensó.
—Perfecto —su voz se volvió más grave—. Yo tampoco.
Pero los hombros de ______ siguieron tensos, y su cuerpo rígido como el de un centinela. No iba a relajarse ni un ápice, porque Joe era demasiado poderoso. Una caricia y ella se debilitaría y perdería su resolución.
—Creo que iré a darme una ducha y a vestirme —dijo ella.
Eso desde luego no sonaba a invitación sexual. Joe frunció los ojos.
—¿______?
Ella sabía que no podía seguir mirando por la ventana eternamente, que tenía que enfrentarse a él, pero le resultaba muy difícil borrar todo rastro de emoción y anhelo de su rostro, para que él no percibiera la más mínima vulnerabilidad a la que aferrarse. No iba a volver a ser vulnerable. Lo que estaba a punto de hacer era lo único que le permitiría seguir adelante con su vida.
Se dio la vuelta y le ofreció una de las sonrisas corteses que habría utilizado si fuera un pasajero de Evolo y estuviera a punto de ofrecerle una taza de café.
—No merece la pena volver a la cama —afirmó, briosa.
Él decidió darle una última oportunidad. Tal vez fuera el decoro lo que hablaba. Una mujer que buscaba aprobación tras haberse entregado con total abandono a sus caricias. Eso podía aceptarlo.
—______, —susurró—, agapi mu.
Eso debería de haber bastado. Él había expresado todo un mundo de promesas sensuales en esas palabras. En el apelativo cariñoso y en la suave e incomparable manera de pronunciar su nombre, con un leve deje griego. Tal vez en otras circunstancias habría sido suficiente; nada más fácil que entregarse a sus brazos y buscar un beso suyo. Habría permitido que la condujera al dormitorio en silencio, para no molestar a los niños y a sus enfermeras, sonriéndose con complicidad mientras sus corazones estallaban de excitación, conscientes de lo que iba a suceder.
Pero se recordó que el corazón de Joe no estaría estallando. Su excitación residía en un lugar mucho más elemental, y no podía permitirse olvidarlo. Más bien, tenía que olvidar sus deseos, sueños, esperanzas y anhelos de que un día él llegaría a amarla con la misma pasión que ella sentía por él. Eso no ocurriría nunca.
Joe no entregaba amor, al menos no el amor adulto que surgía entre un hombre y una mujer; nunca había pretendido hacerlo. Amaba a sus bebés, y ese amor crecía día a día; pero no tenía amor para ella. En realidad ni siquiera tenía derecho a esperarlo, porque él no le había hecho ninguna promesa. Así que tampoco estaba rompiendo ninguna. No era justo culparlo a él por no cumplir las expectativas de ella.
Si seguían profundizando en la relación a través del sexo ella estaría perdida, lo sabía con certeza porque las mujeres reaccionaban así. Utilizaban el sexo como expresión de su amor de una manera que los hombres no parecían necesitar, y a veces acababan sufriendo. Ella no podía permitirse eso porque no sólo se arriesgaría ella, también peligraría la estabilidad emocional que necesitaban los gemelos. La estabilidad que era esencial para ellos.
Era muy difícil negarse lo que más anhelaba: pasar las noches en brazos de Joe, sintiendo el placer que sólo él podía darle. Era una gran tentación, pero conllevaba demasiado peligro. Un peligro inaceptable, sin duda.
Retomar la relación física con él podría hacer que la dependiente y necesitada ______ de antes reapareciera. Esa ______ que se esforzaba por complacer sus caprichos y adivinar su estado de ánimo para no molestarlo. Y en su vida ya no había sitio para una persona como ésa. Él le había perdido el respeto por comportarse así, incluso ella misma se había perdido el respeto; ninguna persona en su sano juicio desearía volver a ponerse en esa situación.
La alternativa era simular. Pretender que el sexo no era más que sexo y que no lo amaba. Actuar con indiferencia petulante, como si él no le importara. Pero él sí importaba, y mucho. Nunca había dejado de amarlo y no estaba dispuesta a vivir una mentira. Hacerlo sería un pésimo ejemplo para Andreas y Alexius.
«Díselo ya. No practiques juegos estúpidos. Joe es un hombre inteligente y aceptará lo que le digas. No tendrá más remedio.
—Anoche…
—Ah, ne. Anoche —repitió él con voz sensual.
Ella consiguió mantener la sonrisa. Impersonal y no demasiado abierta, porque no quería que se pelearan. Al fin y al cabo, no se trataba de un feudo, sino de buscar una solución práctica a una parte problemática de sus vidas.
—Fue un error —concluyó ella.
—¿Un error? —Joe frunció el ceño.
—Y uno que no debe repetirse —aseveró ella, como si se estuviera obligando a masticar un veneno antes de tragárselo—. Joe, no podemos volver a dormir juntos.
La reacción instintiva de él fue contestarle que él no tenía intención de dormir mucho. No creía ni por un momento que hablase en serio. Las mujeres nunca lo rechazaban y ______ siempre había sido como barro bajo sus expertos dedos. Sin embargo, algo en el brillo violeta de sus ojos le advirtió que la cosa era grave. Que sí lo decía en serio.
Apretó los labios. ¡No podía ser!
El deseo lo urgió a poner la mano sobre su brazo desnudo, sabiendo que se derretiría con una simple caricia, pero le orgullo lo detuvo. Tal vez pretendía hacerle suplicar. AleJoe Pavlidis, suplicando. ¡Impensable! Su boca se curvó con una sonrisa cruel. Mantendría las distancias y así vería cuánto tiempo era capaz de soportarlo ______. No tardaría en ser ella quien le suplicara que volviese a su cama.
Pero los días fueron pasando y Joe descubrió que ______ no suplicaba, ni parecía disgustada, y se sintió envuelto en una inquietante neblina confusa. Ella era pura cortesía y dulzura. Seguía siendo una madre ejemplar. Incluso hacía comentarios inteligentes sobre las noticias internacionales. Si hubiera estado entrevistándola para un trabajo, habría quedado gratamente impresionado, pero no era ése el caso. ¡La quería de vuelta en su cama! ¡De inmediato!
—______ —gruñó una mañana durante el desayuno, antes de ir a la embajada griega. Había prometido al embajador plantearse la posibilidad de diseñar una nueva biblioteca para el edificio.
______ alzó la vista del yogur que estaba comiendo. Él tenía un traje de lino color crema y algunas gotitas de agua brillaban como joyas en su pelo negro. Su piel resplandecía de vitalidad y ella pensó que nunca lo había visto tan vibrante. Ni tan guapo.
—¿Sí, Joe?
—¡Esto no puede seguir así!
—¿El qué? —preguntó ella, apartando el yogur.
—No te hagas la inocente conmigo —dejó la taza de café sobre la mesa de golpe, y la delicada porcelana estuvo cerca de romperse en pedazos—. ¿O es eso lo que pretendes? ¿Quieres jugar conmigo? ¿Comprobar hasta qué punto puedes incrementar mi deseo por ti?
______ tragó saliva. Le temblaban los dedos y rezó para que él no lo viera. Necesitaba ser fuerte. Era necesario.
—No estoy jugando contigo, Joe —contestó con toda sinceridad—. Te di mi opinión sobre la mejor manera de llevar esta relación y mi postura no ha cambiado —se encogió de hombros—. Lo siento.
Él deseó dar un puñetazo en la mesa, gritarle que no era cierto que lo sintiera. O que no tenía razones para sentirlo, cuando era tan sencillo cambiar la situación. Pero al ver su mirada serena y firme, comprendió, con dolor de corazón, que lo decía de verdad.
Pasó todo el día pensando obsesivamente en ella, algo nuevo y desconcertante para él. Tuvo que pedirle varias veces al embajador que repitiera algún comentario y le dejó frío la forma en que la secretaria cruzaba y descruzaba las piernas, dejando entrever la carne desnuda por encima de la liga de seda. De hecho, en un momento dado, la miró con tanto desprecio que ella tironeó del borde de la falda, avergonzada.
Esa noche cenó con un amigo que había llegado de Nueva York, pero estuvo distraído toda la velada. Había pensado que ______ le estaría esperando para interrogarle sobre dónde había estado pero, para su sorpresa y después furia, eso no ocurrió.
Malhumorado, fue a buscarla y la encontró en la habitación de los niños, charlando felizmente con una de las enfermeras. Le ofreció una sonrisa resplandeciente. En cambio, él tenía una expresión tormentosa, que sólo se disipó cuando alzó a Andreas en brazos y lo acunó.
Por encima de la cabecita del bebé se encontró con el par de ojos violeta y tuvo que aceptar que alejarse de ella no serviría para nada. El miedo empezó a atenazarlo con sus gélidos dedos. Sí, miedo auténtico y real. Para Joe, era una sensación desconocida e indeseada; pero que, súbitamente, lo devolvió a un pasado que había enterrado durante demasiado tiempo.
Durante las dos noches siguientes no consiguió dormir más de media hora seguida, y se levantó varias veces de la cama para ir en su busca. Todas la veces se detuvo ante la puerta y quitó la mano del picaporte para cerrarla en un puño y dejarla caer a su costado. Sabía que no estaría bien aprovecharse de la oscuridad para ocultar el tumulto interior que dominaba su mente. Ni tampoco seducirla mientras su cuerpo estaba relajado y receptivo por el sueño.
Se dedicó a trabajar en su estudio mientras buscaba el momento adecuado con la precisión y cuidado que lo avalaba en su vida profesional. Lo encontró cuando las dos enfermeras de día que había insistido en contratar para obligar a ______ a darse un respiro, decidieron aprovechar una inesperada mañana de sol para sacar a los niños a pasear en sus sillitas.
Joe las observó alejarse por la acera arbolada y fue a buscar a ______, con un nudo de tensión en la garganta. La encontró en la salita pequeña, pegando fotos en un anticuado álbum de bebés. Se detuvo al verlo entrar.
—Hola, Joe —dijo titubeante, al ver en su rostro una expresión desconocida para ella.
Se le desbocó el corazón, porque parecía haber llegado el momento más temido y esperado. Joe iba a decirle que no podía seguir en esa situación. Que iba a buscarse una mujer que lo recibiera con calor y los brazos abiertos. ¡A no ser que ya hubiera encontrado a una! El corazón le latía con tanta fuerza que casi sintió dolor.
—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó.
—¡No puedo seguir así! —contestó él.
—¿No puedes? —a ______ se le nublaron los ojos y se aferró al borde del escritorio—. No, claro que no puedes.
—Ningún hombre con sangre en las venas sería capaz de soportarlo —jadeó él, mirando de arriba abajo el cuerpo cubierto por un sencillo vestido blanco, preguntándose qué llevaría debajo—. Y por eso te ofrezco tu libertad.
—Mi libertad —repitió ella con esfuerzo. Era cuanto había temido, e incluso peor.
—Te entregaré las escrituras de esta casa —dijo Joe—. O te compraré otra si lo prefieres. También te otorgaré una pensión de por vida y un capital, para que puedas criar a los niños sin miedo a la inseguridad económica —apretó los labios—. Por supuesto, seré generoso.
—Por supuesto —aceptó ______ con voz débil—. ¿Y qué quieres a cambio de tu generosidad?
Los ojos de Joe se estrecharon hasta convertirse en estrechas ranuras con fondo azabache.
—Quiero la custodia compartida de los gemelos y un acuerdo que garantice que puedan viajar entre Inglaterra y Estados Unidos. Mientras estén conmigo serás libre, por supuesto, para entregarte a otras relaciones si lo deseas.
—Y esa «oferta», ¿incluye alguna condición, Joe? —preguntó ella, con la sensación de estar descendiendo hacia el infierno.
—Desde luego que sí —su boca se tensó—. Que no introduzcas a ningún otro hombre en el hogar de mis hijos, de forma temporal o permanente. Si haces eso, reclamaré la custodia total.
—Entiendo —tragó aire—. Y eso es lo que tú quieres realmente, ¿no es así?
Joe la miró. Había hablado con voz carente de emoción, formulando una pregunta directa y sensata. Se preguntó si ésa podía ser la misma mujer que había llorado de placer en sus brazos. Que había llevado a sus hijos en el vientre durante casi nueve meses. De repente, dejó de querer ponerle las cosas fáciles. Quería, necesitaba más bien, demostrarle lo que sentía en realidad. Pero no sabía si era capaz de hacerlo.
Cuando su madre había abandonado a su familia para irse con otro hombre, los otros niños de la isla habían murmurado sobre el escándalo. Pero ni Kyros ni él habían admitido, ni siquiera entre ellos, hasta qué punto les habían herido los cotilleos y la traición de su madre. El orgullo herido se había unido al dolor del abandono. Por eso se habían encerrado en sí mismos, finalmente lo había entendido. Habían ocultado sus sentimientos al mundo e incluso a sí mismos, hasta convencerse de haber quedado libres de toda emoción.
Acababa de comprender que se arriesgaba a perderlo todo por su fútil intento de protegerse de un dolor similar. La vida era dolorosa. Ese dolor no era más que la otra cara del placer y no se podía apreciar una cosa sin experimentar la otra. Eso significaba que tenía que volver a arriesgarse a sentir dolor.
—¡No! ¡Claro que no es lo que quiero realmente! —exclamó—. Tú eres lo que quiero, ______, tú y sólo tú, como compañera en todos los sentidos de la palabra.
Ella lo miró fijamente un largo momento.
—¿Por qué ibas a querer eso? —insistió ella, consciente que el dolor que expresaba el rostro de él debía de estar reflejado en el suyo—. ¿Acaso porque echas de menos el sexo?
—¡No es por el sexo! Puedo tener sexo cuando quiera, con chasquear los dedos —rugió él, indignado—. Es porque te amo, claro. Porque he llegado a amarte —dijo con un deje de sorpresa en la voz—. Necesito saber si quieres tu libertad o no, ______, porque ya sabes que siempre existe otra opción.
Ella lo miró sin respirar, temiendo que hacerlo rompería la magia que flotaba en el aire tras sus inesperadas palabras de amor.
—¿Cuál es esa opción? —susurró.
—La otra opción es tener mi corazón —afirmó él. Parecía dominar la habitación con su presencia, la intensidad de su mirada y su fuerte personalidad—. Tómalo. Eres la única persona a quien se lo he abierto, y ahora es tuyo para siempre —su voz se suavizó—. Si lo quieres.
Los ojos de ______ se llenaron de lágrimas, pero se obligó a parpadear para librarse de ellas. Movió la cabeza.
—¡Claro que lo quiero! Pero no puedes decirlo en serio, Joe —musitó—. Es imposible.
—¿No puedo? —se acercó hasta donde estaba sentada e hizo que se pusiera en pie—. Sí, lo digo muy en serio, eso y más. He sido un estúpido al no darme cuenta antes. Te quiero a ti, amor mío. Mi valiente y dulce ______. Mi único amor —miró su bello rostro y vio las lágrimas que brillaban en sus ojos—. No llores, agapi mu. Por favor, no llores. Tu Joe te lo prohíbe.
Ella no pudo, ni quiso, detener las lágrimas que surcaron sus mejillas. Eran lágrimas de júbilo e incredulidad, no de desconsuelo.
Él las secó con la punta de los dedos como ya había hecho una vez, cuando su bebé enfermo volvió a respirar con normalidad. Después, tomó su rostro entre las palmas de las manos. Ella temblaba cuando lo miró; igual que Joe le había ofrecido su corazón, ella le había entregado el suyo hacía mucho tiempo y nunca habría podido recuperarlo, le pertenecía a él.
Mientras la rodeaba con sus brazos, ______ comprendió que nunca tendría que dudar del compromiso que implicaban sus palabras. Porque ese nombre nunca le había hecho una falsa promesa y nunca diría algo que no tenía intención de cumplir.
—¿Me darías un beso? —le preguntó.
—¿Si te lo daría? —la miró con el rostro exultante de amor y júbilo—. Intenta impedírmelo, agapi mu.
kadita_lovatica
EPILOGO
—¿Entonces crees que lo ha pasado bien?
Joe captó la leve ansiedad en la voz de ______, que se apartaba de la ventana nevada.
—Desde luego que sí. Ha disfrutado muchísimo —afirmó—. Te adora y se ha quedado embobado con los gemelos —Joe hizo una pausa. Nunca había visto a su padre tan satisfecho—. Es un abuelo rebosante de orgullo.
—Sí —dijo ______. Pensó que seguramente ver a los bebés había hecho que el padre de Joe reviviera muchos recuerdos agridulces. La historia se repetía en cierto sentido, pero no en todos. Ella se aseguraría de ello, porque no pensaba marcharse a ningún sitio. Miró a su amante griego y su boca se suavizó de amor.
Joe y ella se habían traslado a Nueva York cuando los gemelos tenían seis meses de edad. Habían comprado una casa en un distrito maravilloso, Gramercy Park, que a ______ le costó creer que pudiera existir allí. Estaba lleno de árboles, sauces, castaños y olmos; y su jardín estaba lleno de rosas y lilas. Era un barrio increíble, un oasis verde en la enorme y activa ciudad que ______ estaba aprendiendo a conocer y a querer.
Joe había contratado a un renombrado arquitecto para su empresa, para disponer de más tiempo libre. Trabajaba en suficientes proyectos para mantener viva su ambiciosa creatividad, pero dándose tiempo para participar en la vida y crecimiento de sus maravillosos hijos.
______ miró su adorado, moreno y autocrático perfil. Estaba abriendo una botella de champán y, en ese momento, se volvió hacia ella.
—¿Qué? —preguntó, captando la pregunta silenciosa de sus ojos violeta.
______ había aprendido mucho sobre el hombre al que amaba. Sabía que en el pasado se había erigido una barrera emocional para protegerse del dolor, legado de su infancia. Pero también había aprendido que no se podía huir de las cosas sólo porque resultaran incómodas; que la única forma de superarlo era enfrentarse a ellas cara a cara, y tenía la esperanza de que Joe llegase a aprenderlo también.
—Me preguntaba si alguna vez conoceré a tu hermano gemelo —contestó ella.
—Tenía intención de hablarte de eso —sonrió, pensando que le había leído el pensamiento. Le ofreció una copa de champán.
—¿Celebramos algo?
—¿Mmm? —Joe arqueó una ceja oscura y esbozó una lenta sonrisa—. Por supuesto. Toda nuestra vida es una larga celebración, ¿No crees, agapi mu? —inquirió con ternura.
—Oh, Joe —se mordió el labio inferior con placer—. Eso es demasiado sensiblero.
—Pero es cierto.
—Bueno, sí.
—Entonces, ¿te casarás conmigo, ______?
—¿Casarme contigo? —ella dejó la copa, temiendo dejarla caer; le temblaban los dedos—. ¿Por qué?
—¿Por qué? —el movió la cabeza. Nunca dejaba de sorprenderle. Nadie habría creído que uno de los solteros más deseados de Nueva York había recibido esa respuesta a una propuesta de matrimonio—. ¿Por qué crees tú?
______, obligándose a ser pragmática, se encogió de hombros.
—¿Por qué será más fácil conseguir el visado? —vio que el rostro de él se ensombrecía—. ¿Para regularizar nuestra situación por el bien de los niños?
Joe dejó la copa.
—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! ¿No se te ocurre la razón más importante de todas para casarse? —exigió—. ¿Qué me dices del amor? Porque resulta que nos queremos. ¿No es ésa la única razón válida para pedirte que seas mi esposa?
______ tragó una bocanada de aire. Tal vez ése fuera el momento. Su oportunidad de liberarse de algo que llevaba tiempo inquietándola; no excesivamente, pero que alzaba la cabeza de vez en cuando.
—Pero sólo estamos juntos por los gemelos, ¿no? —apuntó, titubeante—. Es decir, sé que ahora nos queremos, pero si no me hubiera quedado embarazada, seguiríamos estando separados. Y a veces me preguntó, me preocupa, de hecho, si te lamentas o sientes resentimiento por haber quedado… digamos atrapado por las circunstancias.
Joe no contestó de inmediato. A pesar de ser el hombre capaz de expresarse a la perfección en dos lenguas, sabía que lo que dijera en ese momento tenía una importancia vital; así podrían hablar del tema y dejarlo de lado para siempre. En el pasado.
—Te diré lo que opino —empezó—. Tal vez nos habría complacido más enamorarnos nada más conocernos. Pero hemos pasado por mucho para alcanzar la felicidad que tenemos hoy, ______, y algo por lo que ha habido que luchar es más preciado que ninguna otra cosa. Porque la vida no siempre sigue las reglas, agapi mu. A veces hay que crear reglas propias para escribir un cuento de hadas personalizado, y más satisfactorio. Mucho más —sus ojos negros brillaron de amor al ver que los labios de ella se curvaban suavemente—. Aún no has contestado a mí pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?
______ empezó a sonreír mientras corría a lanzarse a sus brazos.
—Claro que me casaré contigo, mi adorado, mi amado Joe.
Mientras la estrechaba entre sus brazos, ______ pensó que tal vez su hermano gemelo asistiría a la boda y lo conocería por fin. Y cabía la posibilidad de que Joe y él enterrasen el hacha de guerra e hicieran las paces. Joe tenía razón. Uno podía escribir su cuento de hadas personal y las posibilidades eran infinitas.
Lo mejor de todo era que el cuento de ellos acababa de empezar.
FIN
BUENO CHICAS LA NOVELA TERMINO, AME COMPARTIRLA CON USTEDES
GRACIAS A LAS LECTORES
Y A SUS COMENTARIOS
DESPUES SUBIRE OTRA NOVELA
BYE
xox
Joe captó la leve ansiedad en la voz de ______, que se apartaba de la ventana nevada.
—Desde luego que sí. Ha disfrutado muchísimo —afirmó—. Te adora y se ha quedado embobado con los gemelos —Joe hizo una pausa. Nunca había visto a su padre tan satisfecho—. Es un abuelo rebosante de orgullo.
—Sí —dijo ______. Pensó que seguramente ver a los bebés había hecho que el padre de Joe reviviera muchos recuerdos agridulces. La historia se repetía en cierto sentido, pero no en todos. Ella se aseguraría de ello, porque no pensaba marcharse a ningún sitio. Miró a su amante griego y su boca se suavizó de amor.
Joe y ella se habían traslado a Nueva York cuando los gemelos tenían seis meses de edad. Habían comprado una casa en un distrito maravilloso, Gramercy Park, que a ______ le costó creer que pudiera existir allí. Estaba lleno de árboles, sauces, castaños y olmos; y su jardín estaba lleno de rosas y lilas. Era un barrio increíble, un oasis verde en la enorme y activa ciudad que ______ estaba aprendiendo a conocer y a querer.
Joe había contratado a un renombrado arquitecto para su empresa, para disponer de más tiempo libre. Trabajaba en suficientes proyectos para mantener viva su ambiciosa creatividad, pero dándose tiempo para participar en la vida y crecimiento de sus maravillosos hijos.
______ miró su adorado, moreno y autocrático perfil. Estaba abriendo una botella de champán y, en ese momento, se volvió hacia ella.
—¿Qué? —preguntó, captando la pregunta silenciosa de sus ojos violeta.
______ había aprendido mucho sobre el hombre al que amaba. Sabía que en el pasado se había erigido una barrera emocional para protegerse del dolor, legado de su infancia. Pero también había aprendido que no se podía huir de las cosas sólo porque resultaran incómodas; que la única forma de superarlo era enfrentarse a ellas cara a cara, y tenía la esperanza de que Joe llegase a aprenderlo también.
—Me preguntaba si alguna vez conoceré a tu hermano gemelo —contestó ella.
—Tenía intención de hablarte de eso —sonrió, pensando que le había leído el pensamiento. Le ofreció una copa de champán.
—¿Celebramos algo?
—¿Mmm? —Joe arqueó una ceja oscura y esbozó una lenta sonrisa—. Por supuesto. Toda nuestra vida es una larga celebración, ¿No crees, agapi mu? —inquirió con ternura.
—Oh, Joe —se mordió el labio inferior con placer—. Eso es demasiado sensiblero.
—Pero es cierto.
—Bueno, sí.
—Entonces, ¿te casarás conmigo, ______?
—¿Casarme contigo? —ella dejó la copa, temiendo dejarla caer; le temblaban los dedos—. ¿Por qué?
—¿Por qué? —el movió la cabeza. Nunca dejaba de sorprenderle. Nadie habría creído que uno de los solteros más deseados de Nueva York había recibido esa respuesta a una propuesta de matrimonio—. ¿Por qué crees tú?
______, obligándose a ser pragmática, se encogió de hombros.
—¿Por qué será más fácil conseguir el visado? —vio que el rostro de él se ensombrecía—. ¿Para regularizar nuestra situación por el bien de los niños?
Joe dejó la copa.
—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! ¿No se te ocurre la razón más importante de todas para casarse? —exigió—. ¿Qué me dices del amor? Porque resulta que nos queremos. ¿No es ésa la única razón válida para pedirte que seas mi esposa?
______ tragó una bocanada de aire. Tal vez ése fuera el momento. Su oportunidad de liberarse de algo que llevaba tiempo inquietándola; no excesivamente, pero que alzaba la cabeza de vez en cuando.
—Pero sólo estamos juntos por los gemelos, ¿no? —apuntó, titubeante—. Es decir, sé que ahora nos queremos, pero si no me hubiera quedado embarazada, seguiríamos estando separados. Y a veces me preguntó, me preocupa, de hecho, si te lamentas o sientes resentimiento por haber quedado… digamos atrapado por las circunstancias.
Joe no contestó de inmediato. A pesar de ser el hombre capaz de expresarse a la perfección en dos lenguas, sabía que lo que dijera en ese momento tenía una importancia vital; así podrían hablar del tema y dejarlo de lado para siempre. En el pasado.
—Te diré lo que opino —empezó—. Tal vez nos habría complacido más enamorarnos nada más conocernos. Pero hemos pasado por mucho para alcanzar la felicidad que tenemos hoy, ______, y algo por lo que ha habido que luchar es más preciado que ninguna otra cosa. Porque la vida no siempre sigue las reglas, agapi mu. A veces hay que crear reglas propias para escribir un cuento de hadas personalizado, y más satisfactorio. Mucho más —sus ojos negros brillaron de amor al ver que los labios de ella se curvaban suavemente—. Aún no has contestado a mí pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?
______ empezó a sonreír mientras corría a lanzarse a sus brazos.
—Claro que me casaré contigo, mi adorado, mi amado Joe.
Mientras la estrechaba entre sus brazos, ______ pensó que tal vez su hermano gemelo asistiría a la boda y lo conocería por fin. Y cabía la posibilidad de que Joe y él enterrasen el hacha de guerra e hicieran las paces. Joe tenía razón. Uno podía escribir su cuento de hadas personal y las posibilidades eran infinitas.
Lo mejor de todo era que el cuento de ellos acababa de empezar.
FIN
BUENO CHICAS LA NOVELA TERMINO, AME COMPARTIRLA CON USTEDES
GRACIAS A LAS LECTORES
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BYE
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kadita_lovatica
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
awwww que lindo
Joe al fin fue iluminado
Gracias por subirla!!!!
Joe al fin fue iluminado
Gracias por subirla!!!!
aranzhitha
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
Aww que lindo
Joe enfrento sus sentimientos por fin
me encanto la nove gracias por subirla :D
Joe enfrento sus sentimientos por fin
me encanto la nove gracias por subirla :D
JB&1D2
Re: AMOR GRIEGO (Joe y Tu) Adaptación
Que bello Joe :'D
Disfruté mucho leyendo la novela, sobre todo el final y el epílogo :love:
Muchas gracias por compartir la nove, espero nos leamos pronto :D
Disfruté mucho leyendo la novela, sobre todo el final y el epílogo :love:
Muchas gracias por compartir la nove, espero nos leamos pronto :D
Dayi_JonasLove!*
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