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Mensaje por aranzhitha Dom 24 Jun 2012, 9:04 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por Augustinesg Lun 25 Jun 2012, 8:52 pm

Nueva lectora!!!
Lei esta novela el año pasado y debo de decir que es MI FAVORITA!
Con cada capitulo me volvia mas adicta, y cuando lo termine me quise morir.
Va a ser un verdadero placer volver a leerla con gusto.
Muchas gracias por subirla!
Augustinesg
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Mensaje por aranzhitha Mar 26 Jun 2012, 10:05 am

hay mujer vas a tener que subir un maraton!
Por que nos has tenido abandonadas y ya quiero leer mas !!!
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Mar 26 Jun 2012, 12:35 pm

chicas lo siento es que ando de viaje y ps no he tenido mucho tiempo
pero en la noche les subo maraton
besitossss
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Mar 26 Jun 2012, 12:37 pm

Augustinesg escribió:Nueva lectora!!!
Lei esta novela el año pasado y debo de decir que es MI FAVORITA!
Con cada capitulo me volvia mas adicta, y cuando lo termine me quise morir.
Va a ser un verdadero placer volver a leerla con gusto.
Muchas gracias por subirla!

BIENVENIDA!!!!
esta nove me parece encantadora es una de las noves que mas he amado :D
y gracias a ti por leerla
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Mar 26 Jun 2012, 12:47 pm

ok esperamos el maraton :bounce:
aranzhitha
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Mensaje por chelis Mar 26 Jun 2012, 3:20 pm

OOOOOKIIISSS
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Julieta♥ Mar 26 Jun 2012, 8:14 pm

Capítulo 15



____* cerró la ancha puerta de roble de Allendale House con un suave «clic» y emitió un largo suspiro mientras se apoyaba en la fría madera. Volvió a guardar la llave en el bolsillo de la capa de Anne y se llevó una mano desnuda a la garganta, tratando de contener el retumbar de su sangre.
El enorme vestíbulo de mármol estaba oscuro y tranquilo; el baile había terminado hacía ya horas, y los sirvientes, tras recogerlo todo, se habían retirado. El silencio absoluto que reinaba en el lugar le ofrecía a ____* la oportunidad de escuchar sus acelerados pensamientos. Había salido a buscar una aventura, ¡y una aventura había encontrado!
Emitió una risita tonta al pensarlo, y se llevó la mano a la boca para contenerla. Estaba segura de que las solteronas como ella no se reían de esa manera… pero, por alguna razón, parecía lo más apropiado esa noche, en la que acababa de regresar sigilosamente a su casa tras una excitante experiencia. Le dio otra vez la risa y volvió a contenerla. Tenía que subir las escaleras y meterse en la cama antes de que la viera alguien. Con todo lo que le había costado mantener sus actividades en secreto, ¡no podía permitir que la descubrieran ahora!
Se deslizó de puntillas por el vestíbulo de mármol hacia la protección que prometía la ancha escalinata. Tanteó en medio de la oscuridad, con los brazos estirados en busca del pasamanos de caoba. Acababa de poner el pie en el primer escalón cuando oyó rechinar un gozne a sus espaldas y un resquicio de luz dorada cayó sobre su rostro. Se giró, conteniendo el aliento, hacia la puerta, ahora abierta, de la biblioteca y se topó con los ojos de su hermano. Al instante supo que estaba irritado.
—Puedo explicarte…
—¿De dónde demonios vienes? —Su tono destilaba frustración e incredulidad a partes iguales.
Ella se quedó paralizada en mitad del movimiento mientras consideraba qué posibilidades tenía de escapar. No muchas y, si descartaba la idea de salir de casa y no regresar jamás, ninguna en absoluto.
—Supongo que no te creerás que estaba en el invernadero, ¿verdad? —susurró ____*, forzando una sonrisa.
—No —dijo Benedick secamente.
—¿Y en la salita? ¿Poniéndome al día con la correspondencia?
—Pues va a ser que no.
—¿Quizá en el invernadero de naranjos?
—Hermana… —El tono de Benedick contenía una advertencia implícita cuando le hizo una seña con el brazo y abrió más la puerta de la biblioteca—. ¿Puedo invitarte a unirte a mí?
Reconociendo que aquello era una derrota en toda regla, ____* suspiró y se acercó despacio a su hermano, que no se movió de donde estaba, apoyado en el marco de la puerta de la biblioteca. Pasó por debajo del brazo de Benedick para entrar en la cálida estancia; estaban encendidas las dos chimeneas y más de una docena de velas.
—Debería haber notado todas estas luces al entrar —masculló para sí misma.
—En efecto, deberías —confirmó Benedick en tono serio, cerrando la puerta. ____* se giró hacia su hermano al oír el picaporte.
Ver a su hermana bajo la luz de las velas no aplacó precisamente el estado de ánimo de Benedick.
—¡Dios mío! ¿Qué demonios llevas puesto?
—Mamá no aprobaría que utilizaras ese lenguaje en compañía de una dama, Benedick.
Pero su hermano no se dejó distraer.
—Para empezar, no estoy totalmente seguro de que mamá no utilizara el mismo lenguaje, dadas las circunstancias. Y además, la situación hace que me plantee un par de preguntas sobre lo que crees que puede hacer una dama, ____*. ¿Te importaría explicarme dónde has estado esta noche?
—Esta noche he estado en el baile de compromiso —se evadió ____*, sabiendo que no lograría despertar las simpatías de su hermano mayor.
—Mi paciencia tiene un límite. —Los profundos ojos castaños de Benedick chispearon de furia—. Me refería a dónde has estado después del baile. Mejor dicho, ¿adónde has ido con ese… ese disfraz? —Agitó el brazo para indicar el atavío de ____*—. Es horrible. Es más, ¿de dónde has sacado algo tan horrible?
—Lo he pedido prestado.
—¿A quién?
—No pienso decírtelo.
Él cortó el aire con la mano.
—Imagino que te lo ha prestado Anne. Debería echarla por su atrevimiento.
—Es probable. Pero no lo harás.
—No me provoques, ____. —Una advertencia brilló en sus ojos—. Quiero respuestas, ¿dónde te has metido?
—Fuera.
Benedick parpadeó.
—¿Fuera?
—En efecto —confirmó ____* con un firme gesto de cabeza—. Fuera.
—¿Fuera dónde, ____?
—En serio, Benedick —respondió en el más arrogante de los tonos—, no tengo por qué darte explicaciones sobre mis idas y venidas.
—____*… —La palabra era en sí una advertencia.
La joven suspiró otra vez al darse cuenta de que no tenía escapatoria posible.
—Oh, de acuerdo. Me he escabullido. He ido a… —Se interrumpió. Realmente no existía una manera de decirlo con suavidad.
—¿Has ido a…?
—No te lo puedo decir —susurró.
Benedick entrecerró los ojos, un claro indicio de que se le había acabado la paciencia.
—Inténtalo.
Ella respiró hondo.
—He ido a una taberna.
—¿Que has hecho qué? —Las palabras fueron casi un rugido.
—¡Shhh! ¡Benedick! ¡Despertarás a toda la casa!
—¡No estoy seguro de que no debiera hacerlo! —musitó en un susurro enloquecido—. Dime si lo he comprendido bien, ¿me acabas de decir que has estado en una taberna?
—¡Shhh! ¡Sí!
—¿Con quién?
—¡Yo sola!
—Sola… —Se interrumpió y se pasó la mano por el pelo antes de soltar una maldición—. ¿Para qué?
—Para tomar una copa, por supuesto —indicó ella, como si fuera lo más normal.
—Por supuesto —repitió Benedick lentamente, conmocionado—. ¿Te has vuelto loca?
—Creo que no.
—¿Te ha visto alguien? —Ella se quedó paralizada y él repitió con voz aguda—. ¿Te ha visto alguien?
—Nadie importante.
Benedick la atravesó con una penetrante mirada castaña.
—¿Con quién te has encontrado?
Ella sopesó el riesgo.
—No es importante, en serio. Te aseguro que no causará problemas.
—____…
—Muy bien. Me ha visto Ralston. Estaba allí.
Benedick se dejó caer pesadamente en una silla de brocado.
—¡Oh, Dios mío!
____* lo imitó y se hundió en la silla de enfrente.
—Bueno, no es tan sorprendente, dado que fue él quien me recomendó esa taberna en particular —dijo ella con rapidez, tratando de apaciguar a su hermano antes de darse cuenta de que este había abierto los ojos como platos y de que sus palabras habían hecho más mal que bien.
—¿Ralston te recomendó una taberna?
—Bueno, si soy fiel a la verdad, fui yo quien le pidió que me sugiriera alguna.
—Ah, bueno. Eso lo cambia todo.
—No es necesario que seas sarcástico, Benedick —respondió ella secamente—, no está bien.
—Claro, claro… En cambio que una dama soltera, hija de un conde para más señas, le pida a uno de los mayores granujas de Londres que le recomiende una taberna, eso sí está bien.
—Cuando te pones así resultas muy desagradable.
—¿Cuándo me pongo así? —Benedick se pasó la mano de nuevo por el pelo—. ¿Cómo se te ocurrió tal cosa? ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Qué demonios estaba pensando él? —Llegado a ese punto se interrumpió bruscamente—. ¡Santo Dios, ____*! ¿Se ha comportado de una manera impropia? ¡Lo mataré!
—¡No! —exclamó ella—. ¡No! ¡Yo me acerqué a él!
—Para pedirle que te recomendara una taberna.
—Sí.
—Pero no debería haberte respondido.
—Pensó que era para ti.
—¿Para mí? —repitió lleno de sorpresa y confusión.
—En efecto. No podía pedirle que me la recomendara para mí, ¿verdad?
—Claro que no. —Benedick la miró como si se hubiera vuelto loca—. ¿Por qué demonios no has bebido aquí? ¿Para qué necesitabas ir a una taberna?
—Bueno, por una cosa evidente —dijo ____* como si solo constatara un hecho—, beber aquí no sería una aventura.
—Una aventura…
—En efecto —continuó ella—. Y, si te paras a considerarlo, en realidad fue idea tuya.
—¿Idea mía? —Benedick comenzó a ponerse rojo.
—Sí. ¿No fuiste tú quién me animó a experimentar plenamente la vida hace tan solo unos días?
Las palabras flotaron en el aire mientras Benedick miraba a su hermana con absoluta incredulidad.
—¿Me tomas el pelo?
—En absoluto. Te aseguro que has sido tú quien ha provocado esto. —____* sonrió, satisfecha consigo misma.
Benedick miró al techo; ____* no supo si para implorar paciencia divina o para suplicarle al Señor que bajara a la tierra a hacer entrar en razón a su hermana.
—Entonces vamos a dejar las cosas claras —expuso en un tono que no admitía réplica—. Me alegro de que hayas decidido aventurarte a hacer lo que te gusta. Pero aquí, en casa. Bajo este techo. Aquí puedes beber hasta que no te sostengas en pie, maldecir como un marinero de los muelles o quemar las labores de encaje. Pero como hermano mayor, como cabeza de familia y como conde —enfatizó las últimas palabras—, te prohíbo que frecuentes tabernas, locales públicos u otros establecimientos de perdición.
Ella bufó, divertida.
—¿Establecimientos de perdición? Esa es una visión un tanto puritana de las cosas ¿no crees? Te aseguro que no he corrido peligro alguno.
—¡Has estado con Ralston! —exclamó él, como si ella fuera tonta.
—Se ha comportado de una manera absolutamente respetable —dijo ____*, pronunciando las palabras antes de recordar que el recorrido a casa en el carruaje había sido cualquier cosa menos respetable.
—Figúrate… Mi hermana y el marqués de Ralston juntos… y él se comporta de una manera respetable —ironizó Benedick, haciendo que a ____* le ardieran las mejillas aunque no por la razón que él pensaba—. Olvídate de las tabernas.
____* observó a su hermano. Por supuesto ya no necesitaba volver a una taberna.
—De acuerdo. No volveré a pisar ninguna taberna —convino ella.
—Si quieres aventura, la experimentarás aquí.
—¿En serio? —Le dirigió una sonrisa esperanzada.
—Oh, no… ¿qué es lo que quieres ahora?
—Supongo que no me darías un puro, ¿verdad?
Benedick soltó una risa incrédula.
—Claro que no, hermanita.
—¡Benedick! Acabas de decir que…
—He cambiado de idea.
—Pues como no me ayudes tú a experimentar todo eso, me tendré que buscar a otra persona.
Benedick entrecerró los ojos.
—Eso es chantaje.
—Eso lo dices tú. —____* sonrió ampliamente—. ¿No crees que sería una buena acción? Un hermano ayudando a su vieja hermana solterona a vivir una nueva experiencia.
—Creo que has depositado unas expectativas demasiado altas en lo que supone en realidad fumar.
—Bueno, ningún momento mejor que este para averiguar si son ciertas o no, ¿no crees? —Hizo una pausa y le lanzó una mirada suplicante—. ¿Por favor? Ni siquiera he visto fumar a nadie.
—¡Es que no deberías ver fumar a nadie! —contrapuso Benedick con ímpetu—. Ningún caballero que se precie fumaría en presencia de una dama.
—¡Soy tu hermana!
—Aun así.
—Benny —dijo ella, utilizando su apodo infantil—. Nadie lo sabrá nunca. ¡Me acabas de pedir que tenga mis aventuras dentro de casa!
Él la observó sin decir nada durante unos minutos, hasta que ella tuvo la certeza de que esa noche no fumaría un puro. Cuando estaba a punto de levantarse y salir, su hermano suspiró. Al oírle, ____* esbozó una amplia sonrisa.
Había ganado.
Dio palmas de excitación.
—¡Excelente!
—Si fuera tú no me mostraría tan satisfecha —le avisó Benedick, metiendo la mano en el bolsillo de la pechera para sacar una delgada purera de plata. La dejó sobre la mesa, junto a su silla, y estiró la mano hacia la parte inferior, revelando un cajón secreto.
____* se inclinó hacia delante con una exclamación de sorpresa al ver el compartimento oculto, y estiró el cuello para estudiarlo mejor.
—¡No sabía que existiera tal cosa!
Benedick sacó de allí un cenicero de cristal, un yesquero y un montón de cerillas de madera.
—Deberías seguir sin saberlo. Estoy seguro de que mañana lamentaré habértelo enseñado.
____* observó fascinada cómo Benedick abría la purera de plata y sacaba dos largos y finos puros de color chocolate. Luego le vio ponerse uno en los labios y encender la cerilla, aspiró y exhaló una nube de humo.
—¡Fascinante! —____* ladeó la cabeza y observó cómo se encendía la punta del cigarro.
Cerrando los ojos, como si no quisiera ser testigo de la inocente cara de su hermana y su propio mal comportamiento, Benedick aspiró hondo otra vez y luego ofreció el puro a ____*.
Ella lo cogió, temblando de excitación. Por supuesto, cuando tuvo el objeto entre los dedos no supo cómo proceder. Buscó la divertida mirada de su hermano a través de la columna de humo que emitía el cigarro y le dijo:
—¿Y ahora qué hago?
—Poco más hay, la verdad —indicó Benedick despreocupadamente—. Ahora te lo fumas.
—¿Así? —preguntó ella, llevándose el puro a los labios y respirando hondo.
Observó que Benedick abría los ojos como platos al verla hacer aquello, y no fue consciente de nada más porque comenzó a toser bruscamente. Una horrible y ronca tos que consumió todas sus fuerzas. Fue vagamente consciente de que su hermano le quitaba el puro de la mano para permitir que ella se diera palmaditas en el pecho. Desesperada por obtener aire, aspiró profundamente un par de veces, lo que provocó que volviera a toser y que Benedick le golpeara la espalda hasta que ella levantó la mano para que se detuviera, temiendo que aquellos golpes le dejaran los pulmones sin aire.
Cuando pudo pensar en algo que no fuera respirar aire puro, miró a su hermano, que se inclinaba sobre ella temblando. Segura de que se estremecía de preocupación por su bienestar, ____* se dispuso a apaciguar sus temores, pero descubrió que los temblores no eran debidos a eso, sino a que estaba conteniendo la risa. Al notar aquella amplia sonrisa, la mirada tranquilizadora de la joven se transformó de inmediato en un ceño fruncido. Los dientes brillaban en medio de la cara de Benedick, ahora roja por el esfuerzo de no reír.
—No eres un caballero.
Aquellas palabras acabaron con la contención del conde, que comenzó a reírse a carcajadas ante el enfado de su hermana. Al ver su diversión, ____* empezó a encontrarle la gracia a la situación y comenzó a reírse también, lo que provocó otro acceso de tos, más palmaditas y otra ronda de risas.
Tras unos momentos, Benedick volvió a sentarse y dejó caer la ceniza del puro de ____* en el cenicero mientras ella le observaba.
—Acabas de descubrir por qué no fuman las mujeres —explicó él en tono jocoso.
—¡Qué hábito tan vil! —exclamó ____*—. ¿Cómo te puede gustar hacerlo?
—Supongo que es un placer que se aprende a disfrutar poco a poco.
—Precisamente eso es lo que dijo Ralston sobre la bebida.
—Tiene razón —afirmó Benedick. Tras permanecer en silencio un instante, le preguntó—: ¿Tampoco disfrutaste de esa parte de la velada?
—Al contrario —aclaró ____*—, he disfrutado de cada segundo. Puede que no vuelva a beber whisky ni a fumar, pero siempre me sentiré orgullosa de haberlo hecho. No atreverte a vivir una aventura es peor que haber tenido una experiencia decepcionante.
—No me gusta nada esa inclinación que pareces haber descubierto por la aventura, hermanita.
—Me temo que no puedo garantizarte que vaya a deshacerme de ella. Es una vergüenza que una mujer no pueda disfrutar de las experiencias con las que los hombres se divierten por decreto. Sois muy afortunados. —Benedick le dirigió una mirada escéptica, pero ella continuó—. Venga, Benedick, ¿de verdad vas a negarme la oportunidad de disfrutar de un par de aventuras? Después de todo, me has proporcionado el material para la última.
—Algo que preferiría olvidar.
—Cobarde.
Se sonrieron el uno al otro.
—Mamá me cortará el cuello si se entera.
—No se enterará —aseguró ____*—, e incluso aunque lo hiciera, no es que tuviera que preocuparse. Ya me he quedado para vestir santos. Podrían permitírseme un par de excentricidades.
Benedick se rió.
—Fumar y beber son excentricidades notables, ____*. No estoy seguro de que la sociedad las aceptara, ni siquiera aunque tuvieras un pie en la tumba. —Hizo una pausa mientras pensaba—. Me sorprende un poco que Ralston te alentara, a fin de cuentas vas a amadrinar a su hermana. ¿En qué estaba pensando? Debería haberte metido en el primer carruaje que pasara y haberte traído a casa de inmediato.
____* tuvo el buen tino de evitar decirle a su hermano que eso era justo lo que había hecho Joseph, la había metido en un carruaje y llevado a casa.
—Imagino que, al igual que tú, ha pensado que la mejor manera de proteger mi reputación era quedarse conmigo mientras llevaba a cabo mis propósitos. Al menos de esa manera tenía un acompañante.
—No creo que sea el «acompañante» más adecuado —gruñó Benedick—. Tendré que hablar con él.
—Preferiría que no lo hicieras. Me gusta.
Él agrandó los ojos.
—No es posible… No puedes… —Se inclinó hacia delante—. ¿Qué quieres decir? —Ella no respondió, y Benedick volvió a la carga—. Joseph no es… no es… ____* a las damas bien educadas no les gusta el marqués de Ralston.
—No, supongo que no —susurró con un hilo de voz.
Cuando percibió la tristeza en la voz de su hermana, Benedick maldijo por lo bajo.
—Te he visto bailar con él esta noche. Imagino que has disfrutado la experiencia. Por lo que he entendido ha adoptado el papel de protector en esa ridícula taberna a la que has ido, y bien sabe Dios que me alegra que te encontrara o a saber lo que habría ocurrido, pero debes comprender que… los hombres como Joseph… —Se interrumpió otra vez, como si no supiera cómo decir con discreción lo que pensaba.
____* se apiadó de él y le ofreció una salida a tan embarazosa conversación.
—Ya lo sé, Benedick, no soy tonta. Los hombres como Joseph no se fijan en mujeres como yo.
«Quizá si lo oigo las veces suficientes, comenzaré a creérmelo.»
Forzó una risa para tratar de aligerar el ambiente.
—Creo que relacionarme Joseph sería llevar mi espíritu aventurero más lejos de lo que podría resistir.
Él sonrió.
—No solo tú. Piensa en tu pobre hermano mayor.
____* le devolvió la sonrisa y se puso en pie para darle un beso en la mejilla.
—Gracias por el puro, Benny. —Y dicho eso, abandonó la biblioteca, subió la majestuosa escalinata de mármol y se dirigió a su habitación.


____* se preparó lenta y metódicamente para acostarse, negándose a permitir que las palabras de Benedick le afectaran. No cabía duda de que él tenía razón. Ella no era mujer para Joseph; jamás lo había sido. Pero esa noche había estado cerca de él. Y, si solo podía tener esa noche, tendría que ser suficiente.
Volvió a revivir en su mente los acontecimientos de la velada mientras se cepillaba el pelo y se ponía el camisón blanco. Luego alisó la arrugada lista y la volvió a leer. Durante varios minutos permaneció sentada ante el escritorio, meditando, repasando los detalles antes de levantar la pluma y, con un suspiro, trazar una línea oscura sobre «fumar puros y beber whisky».
Apagó la vela de un soplido y se metió en la cama. Soñó con la mujer que había sido en el carruaje… En los brazos de Joseph.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Mar 26 Jun 2012, 8:16 pm

Capítulo 16



Varios días después, ____* llegó a Ralston House un poco antes del mediodía, dispuesta a pasar la tarde de compras.
Y si había algo que ____* odiaba, era ir a la modista.
Así que se había buscado refuerzos. Convenció a Mariana para que la acompañara, aprovechándose no solo del antinatural amor que su hermana sentía por las tiendas de Bond Street, sino de la curiosidad que sentía por el misterioso Joseeph.
—¡Jamás he estado en Ralston House! —susurró Mariana llena de excitación mientras se acercaban a la puerta.
—Es que no es algo que debieses haber hecho —señaló ____* remilgadamente—. Hasta la llegada de la hermana de Ralston, este no era un lugar seguro para las jóvenes solteras.
«Ni para las viejas solteras, pero eso no te impidió visitar al marqués.»
____* ignoró la vocecita de su conciencia y comenzó a subir las escaleras hasta la puerta principal de la casa. Antes de alcanzar el último peldaño, la puerta se abrió de golpe, revelando a una ansiosa Juliana.
—¡Hola! —exclamó, jadeante de excitación.
Detrás de ella estaba Jenkins, que parecía completamente consternado por el hecho de que la joven no hubiera esperado a que abriera la puerta un lacayo y anunciara la llegada de sus invitadas. Abrió la boca y luego la cerró, como si no supiera cómo reprocharle su conducta. ____* contuvo una sonrisa, segura de que el estoico mayordomo no apreciaría en absoluto el humor de la situación.
Mariana, sin embargo, observó la escena y estalló en carcajadas. Aplaudió con regocijo y, tras atravesar el umbral, tomó las manos de Juliana en las suyas.
—Usted debe de ser la señorita Juliana. Yo soy Mariana, la hermana de ____*—se presentó.
Juliana ejecutó una pequeña reverencia —la única que podía sin usar las manos— antes de hablar.
—Lady Mariana, es un placer conocerla —dijo.
Mariana meneó la cabeza con una amplia sonrisa.
—Será mejor que prescindamos del «lady»; llámeme Mariana. ¿No tiene el presentimiento de que acabaremos siendo excelentes amigas?
Juliana respondió a la sonrisa de Mariana con una igual de brillante.
—Entonces debes llamarme Juliana, ¿no crees?
____* sonrió ampliamente ante la imagen que presentaban, con las cabezas ya inclinadas como si fueran amigas de toda la vida. Detrás, Jenkins miró al techo. No tuvo ninguna duda de que el mayordomo estaba pidiendo que regresaran los días en los que en Ralston House no residía ninguna mujer.
Se apiadó de él y miró a las chicas.
—¿Nos vamos?
Apenas tardaron un momento en subirse al carruaje de la familia Allendale y ponerse en camino hacia Bond Street, donde tenían previsto pasar la mayor parte de la tarde. Por supuesto, llegar hasta allí fue bastante más fácil que desplazarse después entre la aglomeración de vehículos y compradores. Mientras el coche avanzaba lentamente, Juliana apretó la nariz contra el cristal para observar la animada actividad en la calle: el trasiego de aristócratas de una tienda a otra; los lacayos, cargando en los carruajes cajas y paquetes; los caballeros, que inclinaban los sombreros para saludar a las damas en los corrillos… No había nada como Bond Street a principio de temporada. ____* suponía que, con el paso de los meses, Juliana terminaría por encontrar tediosa la experiencia de ir de compras y, francamente, no podía culparla.
Mariana pareció detectar la ansiedad de la otra joven e intentó tranquilizarla.
—Comenzaremos, por supuesto, en madame Hebert —indicó, poniendo su mano sobre la de Juliana mientras se inclinaba hacia ella para añadir con un susurro excitado—: Es francesa y la mejor modista de Londres. Todo el mundo anhela sus creaciones, pero es muy exigente con su clientela. Con sus vestidos ¡serás la sensación de la temporada!
Juliana miró a Mariana con los ojos muy abiertos.
—Si, como dices, es tan exigente, ¿por qué va a aceptarme como cliente? No tengo título.
—¡Oh, estoy segura de que te aceptará! Está diseñando mi ajuar, así que le resultará imposible rechazar a una amiga mía. Y por si eso no fuera suficiente —añadió con suficiencia—, Joseph es un marqués más rico que Creso. No se atreverá a negarse.
—¡Mariana! —exclamó ____*, escandalizada.
—¡Es cierto! —dijo Mariana, mirando a su hermana con franqueza.
—Aun así, es de mala educación hablar sobre la situación económica del marqués.
—Oh, no seas esnob. Todo el mundo lo hace entre amigos. —Mariana agitó la mano, indolente, y le brindó a Juliana una sonrisa—. Es cierto. Me supongo que habrá equipado allí a varias amantes.
—¡Mariana! —La voz de ____* se convirtió en un chillido. Juliana se rió, y ella la taladró con la mirada, advirtiéndole—. ¡No la alientes!
El carruaje se detuvo, y Mariana se ató el sombrero en un ángulo desenvuelto bajo la barbilla.
—¡Es cierto! —repitió, guiñándole un ojo a Juliana antes de saltar al exterior.
La joven italiana se unió a ella con una risa, y ambas se dirigieron a la tienda de la modista.
Las siguió, divertida. Mari había sido la compañía perfecta para aquella salida —su exuberancia natural era digna rival para la de Juliana— y ____* se sentía orgullosa por haber pensado que se llevarían tan bien. Joseph se mostraría encantado al oír que su hermana se había hecho amiga de la futura duquesa de Rivington; no había duda de que tal alianza suavizaría la presentación de Juliana en sociedad. Suponiendo, por supuesto, que nunca descubriera que Mariana estaba más que dispuesta a discutir en público sus asuntos privados —todos, sin exclusión— sin la menor discreción. Solo podía esperar que la propia hermana del marqués tuviera más cuidado con lo que decía.
Desde luego, Mari tenía razón. La mayoría de los aristócratas de Londres mantenían a sus amantes bien vestidas y alojadas en casas elegantes. Joseph no era diferente. Ante ese pensamiento, un recuerdo acudió a su mente: Joseph, en su alcoba en penumbra aquella primera noche, cuando había comenzado todo, enumerando la lista de posesiones que le había proporcionado a su amante al final de la relación. «Te quedas con la casa, las joyas, los vestidos…» La imagen la dejó fría. No debería sorprenderse, claro está, pero… la punzada de celos que sintió al pensar en que había pagado la ropa de otra mujer fue dolorosa.
«¿Cuántas habría habido antes que esa?»
—¡Lady _____!
Las palabras la sacaron de aquel morboso ensueño y se volvió para ver que el barón de Oxford se acercaba desde la acera de enfrente. Llevaba unos cómodos pantalones de ante y un abrigo azul oscuro sobre un chaleco carmesí, perfectamente conjuntado con el puño del bastón y los tacones de las botas… Mostraba una brillantez capaz de rivalizar solo con aquella blanca sonrisa que enseñaba. Oxford seguía la moda al pie de la letra.
«Además de que acaba de llamarme a gritos en medio del centro neurálgico de Londres.»
—¡Lady _____! —repitió él, cruzando la calle para reunirse con ella en las escaleras de acceso al negocio de madame Hebert—. ¡Qué suerte la mía! Estaba pensando en visitarla en Allendale House y ¡me la encuentro aquí!
—En efecto —dijo ____*, conteniendo el deseo de preguntarle al barón el motivo para visitarla en Allendale House—. Aquí estoy. —Como Oxford continuó sonriendo sin hablar, añadió—: Hace un día precioso para ir de compras.
—Resulta todavía más hermoso al poder disfrutar de su presencia.
____* arqueó las cejas.
—Oh, bueno. Gracias, milord.
—¿Quizá podría tentarla para que me acompañara a tomar un helado?
«¿Estaría cortejándola?»
—Oh, no es posible… Mi hermana está dentro. —Señaló con la mano la tienda de la modista—. Me está esperando.
—Estoy seguro de que lo entenderá. —Le ofreció el brazo y le guiñó el ojo con una amplia sonrisa.
____* se quedó paralizada. Definitivamente, la estaba cortejando.
Pero ¿por qué?
—¡____*! —La joven se giró alarmada hacia Mariana, que había asomado la cabeza por la puerta de la tienda en su busca. Al ver la escena que se desarrollaba ante ella, esbozó una expresión de confusión absoluta y añadió—: Ah, hola, milord.
Oxford se inclinó, realizando una reverencia extravagantemente baja y señalando a la joven con el tacón rojo de su bota.
—Lady Mariana, un placer, como siempre.
____* se llevó la mano enguantada a los labios para ocultar una sonrisa ante tan grotesco gesto.
—Sí, bueno —añadió Mari, curvando los labios—. Espero que no le importe que reclame a mi hermana.
Oxford se incorporó y sonrió.
—De ninguna manera. En realidad este giro de los acontecimientos solo me obliga a visitar a lady _____ en Allendale House.
—Me encantaría, milord —agregó ____* con renuencia, algo que el barón debería haber notado. Aprovechó la ocasión para escapar y se apresuró a acercarse a Mariana, despidiéndose brevemente de Oxford con la mano antes de seguir a su hermana al interior de la tienda.
—¡No me puedo creer que te abordara en plena calle! ¿Qué tiene ese hombre en la cabeza? —preguntó Mari por lo bajo.
—¿Además de dientes? —dijo ____* estallando en carcajadas.
Las dos hermanas todavía se reían cuando se acercaron a Juliana, que ya conversaba con madame Hebert. La modista ya había decidido, como Mariana había predicho, que realizar un guardarropa completo para la hermana del marqués de Ralston sería bueno para su negocio.
Pronto estuvieron rodeadas por una bandada de costureras, algunas de las cuales comenzaron a tomarle medidas a la joven mientras las demás comenzaban a desplegar ante ellas rollos de telas de colores y materiales exquisitos. Una jovencita más baja y con gafas estaba sentada en un taburete cercano, tomando nota, cuando Mariana se unió a la conversación.
—Para empezar, necesitará al menos seis vestidos de noche, seis de día, tres trajes de montar, una docena de batas, cinco vestidos de paseo… —hizo una pausa, permitiendo que la ayudante lo apuntara todo—. ¡Oh! Y tres vestidos de baile. No, cuatro. Por supuesto, deberán ser impresionantes —siguió enumerando Mariana, lanzándole una significativa mirada a madame Hebert—. Tiene que conquistar Londres.
____* sonrió mientras se recreaba en la escena. Definitivamente, Mariana era la compañera perfecta, y Juliana parecía desbordada por completo. Pobrecita.
—¿Me he olvidado de algo? —reflexionó Mariana mirando a ____*.
—Chaquetillas ribeteadas de piel, capas, abrigos, chales y todos los complementos necesarios… Y necesitará también ropa interior, por supuesto. Y camisones.
Juliana tomó la palabra por primera vez.
—No creo que sea necesario encargar camisones. Los que tengo son perfectamente aceptables.
—Los necesitas porque tu hermano está deseando pagarlos —señaló Mariana, sin dudar—. ¿Por qué no darle el gusto?
Juliana miró a ____*.
—Es demasiado. Solo estaré aquí siete semanas más.
____* meneó la cabeza, notando de inmediato la incomodidad de la joven y compadeciéndose de ella. Apenas hacía unos días que conocía a Joseph y estaba a punto de encargar un guardarropa que costaría una fortuna. Se acercó a Juliana y le puso la mano en el brazo.
—Ralston quiere hacer esto por ti —le dijo en voz baja para que solo le oyera ella—. Es idea suya. Sé que puede parecerte demasiado extravagante, pero… —Sostuvo la transparente mirada preocupada de la joven—, déjale jugar a ser el hermano mayor por hoy.
Juliana se lo pensó un momento y luego asintió con la cabeza.
—Bene. Sin embargo, me gustaría que los vestidos se adaptaran a un estilo más… italiano.
—¿Cree que transformaría a un salvaje lirio italiano en una rosa inglesa? —se mofó madame Hebert, que las escuchó por casualidad—. Se presentará ante la sociedad como una rutilante estrella italiana.
____* no pudo evitar reírse entre dientes.
—¡Estupendo! ¿Elegimos las telas?
Las palabras hicieron que la bandada de mujeres las envolviera en un pequeño remolino, desenrollando metros de muselinas y rasos, finos algodones de la India y crepés, terciopelos y gros de Naples con todos los patrones y colores imaginables.
—¿Cuáles te gustan más? —le preguntó ____*.
Juliana se concentró en el montón de telas con una aturdida sonrisa. Mariana se acercó y enlazó su brazo con el de ella.
—Me encanta ese crepé morado —confesó, inclinándose hacia ella—. Quedaría fantástico con tu pelo. —Miró a ____* y añadió—: ¿Qué opinas?
____* señaló con la cabeza un raso verde.
—Si no encargas un vestido de noche con ese raso, me desilusionarás —aseguró.
Juliana se rió.
—Bueno, entonces tendré que hacerlo. A mí me gusta esa muselina rosa.
Madame Hebert alzó el rollo y se lo tendió a la costurera.
—Excelente elección, signorina. ¿Puedo sugerirle también ese raso dorado? Para la noche, por supuesto.
Mariana apretó el brazo de Juliana.
—Es entretenido, ¿verdad? —dijo con una brillante sonrisa, haciendo que a Juliana le diera un ataque de risa. La hermana de Ralston se sumergió en el proceso con rapidez y, durante una hora, estuvo seleccionando colores y telas para todos los vestidos. A las hermanas les sirvieron un té. Mientras discutían sobre dobladillos y cinturillas, ____* se encontró manoseando un etéreo raso azul que había captado su atención desde que entró en la tienda. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió tentada por la idea de hacerse un vestido.
—Esa tela le atrae, ¿non? —Las palabras con marcado acento francés de la modista sacaron a ____* de su ensimismamiento—. Es ideal para un vestido de noche. Para su próximo baile. Este raso está hecho para bailar el vals.
—¡Es precioso! —Mariana se acercó a su lado mientras hablaba la modista.
—¡En efecto! ¡Tienes que hacerte un vestido con él! —añadió Juliana.
____* sonrió y negó con la cabeza.
—Gracias, pero no necesito un vestido así.
Madame Hebert arqueó las cejas sorprendida.
—¿No asiste a los bailes?
—Oh, claro que sí. —____* se forzó a decir las palabras—. Pero no bailo.
—Quizá es que no lleva el vestido adecuado, milady. Le aseguro que… si diseñara un vestido para usted con esa tela, bailaría. —Extendió la tela encima de la mesa y formó unos pliegues con el material. Dio un paso atrás y permitió que ____* echara un vistazo a su trabajo, un ejemplo de cómo podría quedar en un vestido. Era una preciosidad.
—Usted debería lucir el cuello, así como la cintura. Se esconde detrás de tantas cenefas y volantes… como tantas inglesas. —Madame Hebert soltó las palabras como si hablara de algo odioso—. Usted necesita un vestido con estilo francés. ¡Los franceses disfrutan de las formas femeninas!
____* se ruborizó ante el atrevido discurso de la mujer, tentada en cambio por sus palabras.
—Bien, de acuerdo —se rindió finalmente, sosteniendo la mirada de la francesa.
Mariana y Juliana exclamaron con deleite.
Madame Hebert asintió con la cabeza de manera profesional.
—Valerie —llamó a una de sus ayudantes—, toma las medidas de lady _____. Le haremos un vestido con este raso azul. También necesitará una capa.
—Oh, no creo…
La modista ni siquiera la miró, siguió hablando como si no hubiera abierto la boca.
—Con el raso azul medianoche. Le pondremos ribetes de chinchilla. Aparta este raso. Esta tela está reservada para esta dama.
Ante aquellas palabras, las ayudantes emitieron unas risillas.
____* miró a Mariana sin entender nada.
—Madame Hebert solo aparta una tela cuando hace un vestido ella misma —le susurró su hermana—. ¡____* ! ¡Qué emocionante!
____* tragó saliva. ¿En qué lío se había metido ahora?
Madame Hebert se volvió hacia ____*.
—Se lo entregaré dentro de tres semanas.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Y los de Juliana?
—De inmediato. Se los enviaré en cuanto estén acabados.
—Necesitará que el vestido dorado esté listo el miércoles —intervino Mariana—, para asistir a la ópera.
Juliana, que estaba acariciando una muselina lavanda que debería usarse para uno de los vestidos de diario, se mostró sorprendida.
—Tiene que asistir a la ópera el miércoles, ____* —repitió Mariana, luego se volvió hacia Juliana—. Te sentarás en nuestro palco, por supuesto.
Mariana tenía razón, en efecto. El miércoles comenzaba la temporada en el Theatre Royal y se trataba del acontecimiento perfecto para introducir a Juliana en sociedad. Sería una manera muy delicada de conseguirlo, pues solo tendría que relacionarse con la aristocracia antes y después de la ópera, y durante el intermedio.
____* asintió con la cabeza.
—El miércoles será perfecto.
La modista, que había asistido en silencio a la conversación, intervino de pronto:
—Hoy es lunes, milady. Puedo tener terminado el vestido el miércoles, pero solo si mis chicas trabajan por la noche. —El significado estaba claro.
____* sonrió. Ralston había sido taxativo, el dinero no era problema.
—Juliana es hermana del marqués de Ralston. Estoy segura de que no le importará el coste.
Madame Hebert no le dio más vueltas al asunto y les ordenó a dos de sus chicas que se pusieran de inmediato manos a la obra.
Una vez fuera, las tres jóvenes comenzaron a recorrer las tiendas que inundaban Bond Street y sus alrededores. Tras visitar a la sombrerera, se introdujeron en una angosta callejuela y Juliana se detuvo ante el escaparate de una librería.
—¿Os importaría que entráramos? —preguntó a sus compañeras—. Me gustaría comprar un regalo para mis hermanos. Quiero agradecerles su bondad.
—¡Qué maravillosa idea! —Siempre dispuesta a entrar en las librerías, ____* abrió la puerta con una amplia sonrisa, indicándole a Juliana que pasara delante.
El tintineo de una campanilla indicó la llegada de las mujeres y advirtió al propietario de su presencia. Se acercó a ellas con una educada inclinación de cabeza y ____* y Mariana se aproximaron para informarse sobre las últimas novelas, dejando privacidad para que Juliana eligiera el regalo correcto para sus hermanos.
La joven jamás había reparado en lo difícil que resultaría elegir el presente perfecto para Joe y Nick; debía ser algo personal y con cierto significado, puesto que sería el primer regalo que recibirían de su nueva e inesperada hermana.
Tras un cuarto de hora de búsqueda, Juliana había seleccionado un libro con ilustraciones de Pompeya para Nick, esperando que satisficiera sus intereses por el mundo antiguo.
Joe, sin embargo, resultaba todo un reto. Sabía muy poco de él, salvo las largas horas que pasaba tocando el piano hasta altas horas de la noche. Se movió por la tienda pasando los dedos por los lomos de los grandes volúmenes encuadernados en piel, preguntándose cuál sería la elección adecuada para su hermano mayor.
Finalmente se detuvo ante un ejemplar de edición alemana sobre Mozart, y se mordisqueó el labio inferior mientras consideraba aquella opción.
—Si está buscando una biografía sobre Mozart, no encontrará ninguna mejor que esta. Niemetschek conoció al maestro en persona.
Juliana se volvió hacia la voz.
A solo unos centímetros de ella, estaba el hombre más apuesto que hubiera visto nunca.
Era alto, de espaldas anchas y ojos del color de la miel calentada por el sol. La luz del atardecer que entraba a raudales por la vidriera del escaparate arrancaba brillos dorados a sus rizos y subrayaba las líneas perfectas de su nariz y mandíbula.
—Er… —Se interrumpió, intentando recordar a toda prisa qué indicaban las normas de conducta en tales situaciones. ____* y ella no habían llegado a discutir cuál sería la manera de actuar cuando se viera abordada por un ángel con conocimientos sobre biografías de músicos. No debería ser impropio agradecérselo, ¿verdad?—. Muchas gracias.
—Un placer. Espero que disfrute de él.
—Oh, no es para mí. Es un regalo para mi hermano.
—Ah, pues espero que él lo aprecie. —Hizo una pausa y se miraron a los ojos durante un buen rato.
Juliana se puso nerviosa ante ese silencio y se vio obligada a romperlo.
—Lo siento, señor. No estoy segura de que sea correcto que conversemos sin que nos hayan presentado.
Él esbozó una sonrisa que hizo que ella sintiera un cálido escalofrío.
—¿No está segura?
—Estoy casi segura. Acabo de llegar a Londres y todavía no conozco bien el protocolo, pero me parece recordar que deberíamos haber sido presentados —dijo con un brillo en sus ojos azules.
—Es una lástima. ¿Qué cree que ocurriría si nos descubrieran hablando de libros en un lugar público?
El tono de su voz le arrancó una risita.
—Nunca se sabe. Quizá nos tragara la tierra por realizar una actividad tan arriesgada.
—Bueno, odiaría poner a una dama en tal peligro. Por lo tanto, me marcho. Espero que algún día nos presenten adecuadamente.
Durante un fugaz momento, Juliana consideró llamar a ____* o a Mariana para que los presentaran, pero estaba segura de que no sería correcto.
—Lo mismo espero —se limitó a decir con los ojos clavados en aquel hombre dorado.
Él le hizo una reverencia y se alejó; la única señal de que había estado allí fue el leve tintineo de la campanilla sobre la puerta de la librería, anunciando su marcha.
Incapaz de contenerse, la joven se aproximó a la ventana, observando cómo él se alejaba a grandes zancadas.
—¿Juliana? —dijo ____* a su lado—. ¿Has elegido ya los libros?
La joven se volvió hacia ella y asintió con la cabeza.
—Sí. ¿Crees que a Joe le gustará una biografía de Mozart?
____* consideró el título.
—Creo que es una buena elección.
—Dime —suspiró profundamente—, ¿conoces a ese hombre?
Mari siguió la dirección de la mirada de Juliana y observó la alta figura de pelo dorado que se alejaba de la librería con rapidez.
—¿Por qué? —preguntó, volviéndose hacia Juliana mientras fruncía la nariz.
—Por nada en especial —se evadió la joven—, me resulta familiar.
Mari negó con la cabeza.
—Dudo que le conozcas. No me lo puedo imaginar dignándose a visitar Italia ni, mucho menos, hablando con un italiano.
—Mari… —la advirtió ____*.
—Pero ¿quién es? —insistió Juliana.
____* hizo un gesto despectivo con la mano y se dirigió al mostrador.
—Es el duque de Leighton.
—¿Es duque? —preguntó Juliana, sorprendida.
—Sí. —Mari asintió con la cabeza, guiando a su amiga hacia el frente de la tienda—. Y uno de los más horribles. Considera que no debe dirigirle la palabra a nadie con un título inferior al suyo. Con lo cual no creo que hable mucho.
—¡Mariana! ¿Qué te he dicho sobre cotillear en público?
—Oh, vamos, ____*. Admite que tú tampoco puedes soportar a Leighton.
—Bueno, claro que no —murmuró ____*—. Ni yo ni nadie. Pero no me dedico a anunciar mi aversión en una librería.
Juliana consideró aquella conversación. No le había parecido un hombre desagradable. Pero claro, él no sabía quién era ella. Quizá si supiera que era hija de un comerciante…
—¿Hay muchos como él? ¿Muchos que me descartarán de inmediato solo por las circunstancias de mi nacimiento?
Mariana y ____* intercambiaron una breve mirada ante esa pregunta antes de agitar la mano en el aire.
—Si lo hacen, no valen la pena —aseguró ____*—. No te preocupes, habrá muchos que te adorarán.
—En efecto —añadió Mari con una sonrisa—. Y no te olvides de que pronto seré duquesa. Y entonces, ¡que los cuelguen!
—No me gustaría que se murieran —dijo Juliana con inquietud.
Las dos hermanas parecieron confundidas durante un breve momento antes de que ____* comenzara a reírse, entendiendo que Mariana había tomado aquellas palabras literalmente.
—Es una expresión, Juliana. No ahorcarán a nadie. Mariana solo quiere decir que entonces no le importarán.
La joven comprendió.
—¡Ah! Capisco. ¡Entiendo! Sí, ¡que los cuelguen!
Las tres comenzaron a reírse por lo bajo y Juliana pagó los regalos de sus hermanos. Después de que un lacayo se hiciera cargo de llevar los paquetes envueltos al carruaje, se volvió con una brillante sonrisa hacia sus amigas.
—¿Adónde vamos ahora?
Mariana sonrió ampliamente.
—A la tienda de guantes, por supuesto. Una dama que se precie no puede asistir a la ópera sin estrenar guantes, ¿verdad?
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Miér 27 Jun 2012, 9:37 am

awwwww me encanta
Pobre Beny, la rayiz le va a causar un infarto con sus aventuras
Mari, es tan divertida y tan directa jaja
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Miér 27 Jun 2012, 2:41 pm

OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH!!!
UN HOMBRE GUAPOOOO!!!!1 PERO MUUUYYY PRESUMIDOOOO!!! AAIIIII JULIANA NO TE PONGAS TRISTE ENCONTRARAS A UNO QUE TE QUIERA DE A VERDAD
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Julieta♥ Miér 27 Jun 2012, 7:49 pm

Capítulo 17





____* estaba de pie en el umbral del palco Rivington, en el Theatre Royal, incapaz de contener una sonrisa de satisfacción al mirar al público del teatro y notar los numerosos gemelos de ópera que apuntaban a la señorita Juliana Fiori.

Si el grado de atención que suscitaba era una indicación, tuviera título o no, fuera hija de una marquesa descarriada o no, Juliana sería una debutante digna de ser tenida en cuenta.

La ópera todavía no había comenzado y el palco ya estaba atestado de visitantes, pilares de la sociedad que se acercaban, evidentemente, a saludar a la duquesa viuda y, cómo no, a conocer a la joven y hermosa Juliana. En el caso de los caballeros más jóvenes, la razón de la visita era todavía más clara, pues todos se afanaban por ser presentados lo antes posible a la muchacha.

La velada no podría haber estado mejor planificada, y ____* era la responsable de aquel éxito.

Juliana había llegado al estreno en el carruaje Allendale y, para deleite de ____*, se había apeado con gracia y aplomo, como si exhibirse para ser juzgada por la aristocracia londinense fuera la cosa más natural del mundo.

Una vez dentro del teatro, Juliana se había quitado la capa para revelar un sensacional vestido de raso, que había sido entregado esa misma mañana en Ralston House; madame Hebert se había superado a sí misma y había realizado pequeños bordados con hilos de oro que serían la envidia de todas las mujeres.

Entonces había sido escoltada —en la noche más importante de la temporada teatral de Londres— al palco personal del duque de Rivington, donde fue recibida como invitada personal por la duquesa viuda, la futura duquesa y el propio duque. Esa noche el palco Allendale estaría vacío; el conde, la condesa viuda y ____* presenciarían la función en el palco Rivington, demostrando a todo el mundo que Juliana era aceptada por dos de las familias más poderosas de Gran Bretaña.

Y, por si eso no fuera suficiente, habían llegado un poco después Ralston y St. Jonas, proporcionándoles a las matronas en busca de maridos para sus hijas aún más tema de conversación. Era muy raro ver a los elusivos mellizos en acontecimientos tan sociales como ese, y todavía más raro verlos juntos. ____* se fijó en ellos, uno junto al otro y de pie, como centinelas, unos metros por detrás de su hermana, completamente intimidatorios e idénticos en su altura y atractivo.

A ____* se le aceleró el pulso mientras estudiaba a Joseph. Estaba impecable; había prescindido de aquellos chalecos brillantes que tanto apreciaban los dandis en favor de unos pantalones y una chaqueta negros hechos a medida con el clásico chaleco blanco. Llevaba la corbata almidonada de manera intachable y las botas relucientes, como si hubiera seguido una ruta mágica que no incluía las calles enlodadas de Londres. Estaba perfecto. Es decir, hasta que se notaba la tensión en la postura de sus hombros, en los puños apretados y el músculo que le palpitaba en la mandíbula mientras observaba cómo su hermana navegaba a través del intricado mar de la escena social londinense. Era evidente que estaba preparado para presentar batalla a quien se interpusiera en la aceptación de su hermana.

Como si presintiera su atención, Joseph giró la cabeza hacia ella. ____* contuvo el aliento cuando sus miradas se encontraron, atrapada por aquellos brillantes ojos miel-avellana, tan agudos e insondables. Él la saludó con un imperceptible gesto de cabeza. Ella comprendió el significado: «gracias».

Le correspondió de la misma manera.

Sin confiar en sí misma para ocultar sus emociones, volvió a mirar distraídamente hacia la multitud que llenaba el teatro, impaciente porque empezara la ópera y pudiera distraerse de su presencia en el palco.

La función debería haber comenzado media hora antes pero, por desgracia, la sociedad rara vez asistía al Theatre Royal a escuchar ópera… y pocas veces en la noche del estreno de la temporada. No, la aristocracia asistía a la ópera para ver y ser vista, y los dueños del negocio sabían muy bien cómo contentar a sus clientes.
____* se volvió para mirar a Juliana, observando con orgullo cómo hablaba con la duquesa viuda y le hacía reír delante de todo el mundo. Perfecto.

—Parece muy orgullosa de sí misma.

Una corriente de excitación la atravesó al oír aquella voz ronca y divertida cerca de su oído. Deseando mostrar una apariencia de tranquilidad, buscó los ojos miel-avellana de Joseph.

—En efecto, milord. Lo estoy. Su hermana está desenvolviéndose muy bien, ¿no cree?

—Sí. La velada no podría resultar más perfecta.

—Fue idea de Mariana acudir al palco Rivington —señaló ____*—. Nuestras hermanas parecen haber congeniado con rapidez.

—Supongo que es debido, en gran parte, a su intervención. —____* inclinó la cabeza en silenciosa aceptación—.
Ha actuado con mucha inteligencia.

Contuvo el extraño deseo de jactarse ante aquella alabanza cuando sonó el timbre del teatro, señalando el comienzo de la función. En aquel preciso instante, desaparecieron los visitantes y Joseph le ofreció el brazo.

—¿Puedo acompañarla a su silla, lady _____?

____* apoyó la mano en el antebrazo, aceptando su escolta, mientras trataba de ignorar la ardiente conciencia que la atravesó como un relámpago cuando lo tocó. Era la primera vez que se veían desde el encuentro en la taberna. En el carruaje. La primera vez que se tocaban desde que estuvo entre sus brazos.

Una vez que ella se hubo sentado al lado de Benedick, Joseph reclamó el asiento al otro lado, abrumándole los sentidos con su cercanía. Se vio envuelta por su aroma, una combinación de madera de sándalo y limón y algo muy masculino. Contuvo la tentación de inclinarse hacia él e inhalar profundamente. Eso era algo que, sin duda, no debía hacer.

—¿Le gusta la ópera, milord? —Inició una conversación con la esperanza de distraerse de su proximidad.

—No particularmente. —Las palabras rebosaban indiferencia.

—Me sorprende oír eso —dijo ella—. Me dio la impresión de que disfrutaba de la música. Después de todo, tiene un piano… —Se interrumpió bruscamente, y miró a su alrededor con rapidez para determinar si alguien estaba escuchando su conversación. Era evidente que no podía hablar de su piano ante una tercera persona.

Él arqueó una ceja ante sus declaraciones.

—Sí que lo tengo, lady _____ —afirmó Joseph con sequedad.

Aquel hombre se estaba burlando de ella. No pensaba seguirle el juego.

—Bueno, por supuesto casi todo el mundo tiene un piano. —Continuó ____*, negándose a mirarlo y farfullando—: He oído que la función de esta noche no tiene igual. El barbero de Sevilla es una ópera preciosa. Me gusta mucho Rossini. Y me han dicho que la cantante que interpreta a Rosina posee un brillante talento. No recuerdo su nombre… la señorita… —Se calló, segura de que la conversación había tomado unos derroteros más seguros.

—Kritikos. Nastasia Kritikos —le informó.

Las palabras retumbaron en su mente. «Nastasia.» Comprendió de golpe.
«No habría querido que esto resultara más difícil de lo que ya es, Nastasia…»
¡Ay, Dios bendito! Aquella cantante de ópera era su amante. Lo miró, sosteniendo aquella mirada fría e ilegible.

—Oh… —susurró ella, incapaz de pronunciar una sílaba.

Él guardó silencio.

«¿Qué esperas que haga? ¿Que anuncie a todo el mundo que la cantante es su amante? ¿La misma amante con la que te confundió la noche que irrumpiste con tanta delicadeza en su dormitorio?»

No, decidió que lo mejor sería no seguir esa conversación. Con las mejillas ardiendo, se inclinó hacia delante en su silla y miró por la barandilla, preguntándose si sobreviviría si intentaba escapar por allí. «Probablemente no», pensó con un suspiro. Se volvió hacia él, sosteniéndole la mirada que ahora rezumaba diversión. ¡Estaba disfrutando al verla tan avergonzada!

—Creo que está demasiado alto para saltar —le dijo él con aire conspirador.

«¡Qué hombre más irritante!»

Afortunadamente se salvó de tener que responder al abrirse el telón. Centró su atención en el escenario, diciéndose a sí misma que tenía que dejar de pensar en Joseph.

Por supuesto, le resultó imposible; en particular cuando comenzó la representación y apareció Nastasia Kritikos.

La cantante griega interpretaba a Rosina, la hermosa mujer que se ve envuelta en un complot de identidades equivocadas y amores a primera vista. Sin duda era la elección perfecta para el papel, una belleza sin parangón con un busto muy generoso. ____* no podía dejar de imaginar a aquella encantadora mujer entre los brazos de Joseph, de ver las morenas manos del marqués sobre la piel pálida y perfecta, ni de contener la cruel envidia que ardía en su interior al comparar los notables atributos de la actriz con los suyos.

Como si la increíble belleza de la cantante no fuera suficiente, parecía que además tenía la más magnífica voz que hubiera honrado nunca aquel escenario.

No existía un hombre capaz de resistirse a ese modelo de feminidad por excelencia.

La situación del palco Rivington era tal que los que se sentaban en él podían apreciar a la perfección todas las partes del recinto y, en varias ocasiones, ____* tuvo la certeza de que Nastasia Kritikos tenía la vista clavada en Joseph, como si esperara que él correspondiera a su atención. ¿Sería posible que continuaran su romance? ____* cerró los ojos ante ese pensamiento, solo para abrirlos y echar una furtiva mirada de reojo al marqués.

Tuvo que reconocer su discreción; parecía totalmente concentrado en la función.

Sin embargo, cuando comenzó el aria de Nastasia en el primer acto, él —al igual que el resto de la audiencia— pareció quedarse arrobado. ____* no pudo evitar notar con ironía la letra de la canción: «¡Sí, Lindoro mío será! ¡Lo he jurado! ¡Y me saldré con la mía! ¡Pero si me tocan en mi punto débil seré una víbora, lo seré! Y de cien trampas me serviré antes de ceder.»

—Sí, ya me imagino lo víbora que puede llegar a ser —masculló ____* por lo bajo mientras terminaba el aria y todo el teatro se ponía en pie para aplaudir y gritar «¡Brava! ¡Bravísima!».

Decidido. No volvería a disfrutar de la ópera.

Cuando terminó el primer acto y cayó el telón, señalando el intermedio de la función, ____* suspiró, deseando estar en cualquier otro lugar y preguntándose si sería muy difícil desaparecer de allí para no tener que sufrir la tortura del segundo acto.

Juliana se rió detrás de ella y ____* supo que no podría irse. Había prometido que la hermana de Ralston sería todo un éxito y pensaba conseguirlo.

Tras prepararse psicológicamente, se puso en pie. Ansiosa por buscar una conversación que no involucrara a Joseph, casi chocó con el barón de Oxford, que apareció en el palco justo al terminar el primer acto.

Perfectamente arreglado, el atractivo dandi ofreció a los presentes una de aquellas sonrisas, marca de la casa, antes de clavar la mirada en ____*. Cuando se acercó a ella, la joven notó que la chaqueta verde botella ofrecía un preciso contraste con el chaleco de raso color berenjena. Observó de inmediato que sus tacones y el mango del bastón hacían juego de nuevo con el chaleco y se preguntó si tendría botas y bastones de todos los colores.

La idea le resultó tan ridícula que no pudo evitar curvar los labios.

—Milord —dijo, ocultando la expresión de su cara tras una reverencia medida cuando él se agachó sobre su mano
—. Es un placer verle.

—Al contrario, el placer es solo mío —susurró las palabras demasiado cerca, y su aliento hizo arder las mejillas de ____*, que retrocedió un paso. Él continuó como si nada—: Me he tomado la libertad de pedir champán. —Oxford hizo una seña, indicando al lacayo que sostenía una bandeja con copas llenas del líquido espumoso—. Para usted y… para todos los demás.

____* ladeó la cabeza ante aquellas palabras. Sin duda alguna no comprendía tanto interés.

—Gracias, milord. —Observó que el lacayo circulaba con la bandeja sin saber muy bien cómo proceder—. ¿Está disfrutando de la función?

—En efecto. Me ha gustado particularmente la actuación de la señorita Kritikos, es impresionante —comentó Oxford con aquella amplia sonrisa que ____* comenzaba a encontrar desagradable. Él tomó una copa de champán y se la ofreció. Cuando ella la cogió, el barón le pasó un dedo por el dorso de la mano y se inclinó hacia ella para decirle en un tono profundo y halagador—. Por supuesto, también estoy disfrutando inmensamente del intermedio.

En esta ocasión ____* tuvo la certeza de que estaba ebrio. Tenía que ser eso. ____* apartó la mano de aquel roce impropio y consideró darle al barón un buen escarmiento. De hecho, aquello era lo que debía hacer, pero no podía negar que sentía un cierto placer al disfrutar de un poco de atención, sobre todo si pensaba en toda la que le estaba otorgando la sociedad a la amante de Ralston. Le lanzó al marqués una mirada de reojo y vio que conversaba con su hermano. Él la pescó observándolo y le sostuvo la mirada, levantando la copa en un brindis silencioso. Ella giró bruscamente la cabeza hacia Oxford y le ofreció una brillante sonrisa.

—Yo también disfruto mucho del intermedio, milord.

—Excelente. —El barón dio un largo sorbo a su copa antes de añadir con la voz un poco pastosa—. ¿Le gusta el arte?

—Er… bueno —respondió ____* un tanto sorprendida por la pregunta—. Sí, milord.

Oxford cambió la copa vacía por otra llena.

—Me gustaría invitarla a acompañarme a la exposición de la Royal Art la semana que viene.

A pesar del intenso deseo de cuestionarse las razones del barón, ____* se dio cuenta de que no había manera de librarse de esa invitación.

—Será un placer, milord —se limitó a decir.

—¿Qué es lo que sería un placer? —Aquellas palabras arrastradas indicaron la llegada de Ralston. ____* se negó a picar el anzuelo.

Oxford, sin embargo, pareció más que ansioso por compartir su conversación con el marqués.

—Lady _____ me acompañará a la exposición de la Royal Art la semana que viene —dijo. ____* no pudo evitar percibir la nota de jactancia en su tono.

—¿De veras? —inquirió Ralston.
«No tenía por qué sonar tan incrédulo.»

—En efecto, milord. Estoy ansiosa por ver la exposición de este año. —Puso la mano en la manga de Oxford—. Me alegro de poder ir acompañada.

—El placer será todo mío —aseguró Oxford, sin apartar la mirada de Ralston.

Antes de que ____* pudiera notar aquel extraño énfasis, sonó el timbre que señalaba el final del intermedio. Oxford se marchó, no sin antes inclinarse sobre la mano de la joven.

—Buenas noches, milady —se despidió—. Esperaré con ansia a que llegue la semana próxima.

—Y yo, barón —replicó ella con una pequeña reverencia.

Entonces, él se volvió hacia Ralston con una amplia sonrisa.

—Buenas noches, viejo amigo.

Ralston no le respondió, pero se quedó mirándolo fijamente. Oxford sonrió e hizo un gesto con el bastón antes de salir.

—No tenía por qué ser tan rudo con él —siseó ____* mientras observaba cómo se alejaba.

—Parece que tiene la cara llena de dientes —dijo él, con aire de suficiencia.

Ignorando el hecho de que ella había dicho casi exactamente lo mismo solo unos días antes, ____* le dio la espalda y se sentó. Cuando Ralston ocupó su asiento junto a ella, ni siquiera lo miró, clavando la vista en el escenario y deseando que se levantara el telón de una vez.

Por el rabillo del ojo observó la llegada de un lacayo con una bandeja de plata en la que había una nota. Ralston tomó el sobre e inclinó la cabeza en agradecimiento al mensajero. Giró el papel sellado en la mano y deslizó el dedo bajo el lacre para abrirlo.

____* no pudo evitar leer el mensaje al mismo tiempo que él. Era una nota corta que solo fue visible un instante antes de que él la doblase de nuevo. Pero ella entendió perfectamente el mensaje y su significado.

Ven.
N.


Ralston y Nastasia seguían siendo amantes.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Miér 27 Jun 2012, 8:37 pm

dime que no siguen siendo amantes esos dos??
El baron me cae mal ya me lo imagino todo feo iuu
Porque Joseph no se fija en la rayiz ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 4 3619577255
Ya es hora!!!
Siguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Miér 27 Jun 2012, 9:30 pm

OOOOOOOOOHH
PERO ESE JOE NO CAAAMBIIIIIIIIIAAAA
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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