Butterfly (Zayn Malik y Astrid)

Capítulo 7:

—Estaba pensando en ir a la escuela —escupí el chicle que masticaba desde hace media hora y la miré con la los ojos bien abiertos—. A tu escuela.
Terminé por atorarme con mi propia saliva y la miré más impresionado aún.
—Pero nunca has ido a la escuela, tendrías que comenzar desde el primer año —ella siguió sonriendo y se acercó hasta rozar su nariz con mi mejilla.
—No iré para ser alumna. Mi psicólogo dijo que me haría bien a esta edad entrar en un programa de integración. Le hablé de ti, y le pareció estupendo que fuera a la escuela contigo. Dijo que eras una buena influencia —si se hubiese tratado de una chica cualquiera, aborrecería el truco de la adulación para conseguir aprobación en algo. Pero Astrid no lo era, y jamás mentía, todo le parecía tan real como fantástico y era difícil percibir qué era del mundo normal y qué había salido de su cabeza.
Sin embargo, por más que me gustase la idea de pasar todo el día junto a ella, esto no era una buena idea. No contradecía a su psicólogo, él tenía razón, Astrid necesitaba comenzar a integrarse a la sociedad, pero en esta escuela, ni en este lugar, tal vez en otra ciudad, pero definitivamente, no aquí.
No permitiría que la llamaran loca cuando ella fuera amigable con alguien.
—No me vas a convencer con eso, Astrid —le dije con firmeza. Ella no cambió de actitud, últimamente nunca lo hacía, siempre se veía feliz.
—Ya te convencí —recalcó. Suspiré porque era verdad, pero en parte.
—No creo que mi escuela sea el lugar indicado. ¿Recuerdas a esos chicos que te llamaron loca? Eran mis amigos, y van allí. Está repleto de personas como ellos.
—Sabes muy bien que no me importan, ni siquiera los escucho. El zumbido de las hadas me lo impiden. Si son muchas personas, llamaré a más hadas y así no oiré nada, salvo a ti. Les agradas.
Era simple. Astrid estaba decidida a ir.
Admiraba su perseverancia y decisión, pero ella no comprendía el daño que podría sufrir.
—Astrid… —le supliqué—. Ellos no se detendrán, te harán la vida un infierno.
—Creo que estás más preocupado por ti que por mí, Zayn.
Me quedé en silencio.
¿Acaso me había tratado de egoísta cuando todo lo que hacía era pensar en su bienestar?
—No, no te dije egoísta —dijo de pronto, adivinando mis pensamientos—. Pero me parece curioso que te preocupes tanto. Creo que temes salir lastimado tú si otras personas si es que otras personas me dañaran a mí.
—¡Por supuesto que sí! —le grité. Me sentí mal de inmediato por no poder controlarme frente a ella.
Pero Astrid ni siquiera se inmutó.
—¿Y por qué? —su voz sonó tan inocente y a la vez segura, que me confundió por completo. Ella comenzó a dar vueltas por mi habitación, era tarde, casi anochecía, sus padres estaban abajo, conversando con los míos acerca de una idea que tuvo Astrid: ir al parque de diversiones, todos juntos. Mis hermanas adoraban a Astrid, y mis padres la encontraban rara. Mamá aún se sentía mal por haberme dicho todas esas cosas de pequeño, pero le decía que a Astrid no le importaban y que a mí tampoco.
—¡¿Cómo que “Por qué?! Exclamé. Ella siguió dando vueltas, como una bailarina.
—¿Por qué temes salir lastimado si la que recibirá las piedras seré yo?
—¡Porque te quiero! —grité, sintiéndome más libre que nunca. Se sentía muy bien haberlo dicho de una buena vez—. Porque te quiero —repetí, pero ahora con un tono de voz más bajo, más íntimo—… Y porque todo lo que te suceda a ti, me afecta a mí. Si tú estás feliz, yo lo estoy, pero cuando tú estás triste, siento una impotencia por no saber lo que pasa dentro de tu cabeza y no poder encontrar una solución…
No me había dado cuenta de que Astrid había dejado de moverse y permanecía de pie, frente a mí. Sonreía, pero aparte de los labios, también con la mirada.
—Bien, ¿qué escuela me recomiendas, entonces? —sonreí, bajando la mirada y negando con la cabeza. Jamás lograría comprender del todo el cómo funcionaba su mente, pero de cierta forma eso me gustaba, era como una caja de sorpresas con alas.

(…)

Astrid quedó de hablar con su psicólogo y con sus padres por una buena escuela con integración. Apenas era perceptible la decepción, pero sabía que estaba allí, ya que ella quería ir a la escuela conmigo y saber qué hacía cuando no estaba con ella. Pero todos sabíamos que no era la mejor opción, sin mencionar que allí estaba Liam, y lo menos que quería es que se encontrara con él y su novia, Lauren.
Había resultado que al final, terminaron juntos. Pero Liam no era tan malo como lo pintaba, suponía que los celos desbordantes que sentía hacía él y la admiración que le tenía Astrid, influían en eso. Pero ahora que sabía que no estaba en el camino y que no era ningún obstáculo, Liam era un chico muy agradable, amable y se notaba de lejos que moría por Lauren, aunque ella no se lo mereciera. Aunque tampoco estaba dispuesto a decirle que una mariposa había estado enamorado de él, que se quedara con su libélula, mientras más lejos estuviera el príncipe, mejor.
Aún no hablaba ni con Louis ni con Harry, no desde el incidente en la calle. Esperaba a que me pidieran perdón por comportarse como unos idiotas, o que al menos le pidieran disculpas a Astrid, aunque ella había dejado bien claro que apenas los recordaba y que ni siquiera sabía cómo lucían, estaba tan concentrada mirando el circo que nada más le interesó.
Mis padres acordaron visitar el parque de diversiones en dos semanas más, una vez aprobada la autorización del psicólogo de Astrid, podríamos ir todos juntos. Mis hermanas morían de la emoción, y se pusieron a saltar igual que Astrid en cuanto se enteraron. Me hubiese gustado grabarlas, se veían graciosas.
Ese era otro detalle. La extraña amistad que habían entablado. Safaa era la más cercana a Astrid. Una vez, cuando Astrid vino a visitarme, me pidió ir al baño, le indiqué dónde quedaba, y después de media hora y pensar que le había sucedido algo o que, por más loco que sonara, se había ido por el escusado –si se trataba de Astrid, nada era imposible-, así que la busqué, y cuando la encontré, estaba de lo más cómoda en la habitación de Safaa jugando a las muñecas.
Algo en mí me alertó cuando la vi, pero no le hice caso. No era normal que una chica de 17 años jugara con muñecas con una niña, y que sonriera y se viera más feliz que con otros chicos de su edad. Nunca le pregunté a Astrid que tenía, porque lo más probable es que no me lo quisiera decir o que ni siquiera lo supiera. Pero me daba vergüenza preguntárselo a sus padres o a su enfermera-niñera.
Mas algo tenía Astrid, porque por muy hermosa que fuera su forma de ser y que tuviera esa mirada mágica para ver el mundo, no olvidaba la razón por la cual la llamaban loca, o por qué mi madre no me dejó acercarme a ella de niño.
Aunque creía que estaba mejor así, porque a veces, la ignorancia hacía la felicidad.
(…)
—¿Astrid irá a la escuela? —me preguntó mi madre, en la cena un día cualquiera.
—Está decidida —le dije, comiendo una bocanada de ensalada de papa.
—¿Y por qué no va a la tuya? —me preguntó mi padre.
—No es la mejor idea —no les había contado sobre lo que pensaban mis amigos de ella, ni de que ya casi todos me veían como un loco en la escuela. Ni que se había corrido el rumor de que Astrid y yo éramos novios, ni de que el otro día unos chicos me preguntaron si Astrid era una anciana francesa con una enfermedad extraña que la hacía permanecer joven y loca.
Ciertamente, parecía que todos a mi alrededor se estaban volviendo dementes y no se daban cuenta.
—Creo que sería fantástico, así todos se darían cuenta de lo genial que es —dijo Safaa. Le sonreí y ella hizo lo mismo, pero con la boca con comida.
Mamá la regañó y dejamos el tema de lado.
Al día siguiente, cuando llegué a la escuela, había mucho revuelto. Sentí pánico de que fuera por Astrid, de que se hubiese presentado de todas formas y que fuera el centro de atención y burlas. Pero no fue eso, sino que era Liam.
Había descubierto a Lauren engañándolo y habían terminado. Ahora la mitad de las chicas querían consolarlo, y a ver si conseguían algo más.
No me causó tanta expectación la noticia, salvo cierto desagrado y miedo de que se acordara de sus tardes junto a Astrid y se le ocurriera volver por ella.
Confiaba en Astrid aunque no fuéramos nada, ella me había asegurado que ya no perdería el tiempo con príncipes.
Me senté en el lugar de siempre cuando entré al salón de clases, y unas chicas se me acercaron de inmediato con cara de chismosas.
—¿Supiste la última noticia, Zayn? —me preguntaron. Me hice el desentendido, y negué con la cabeza, concentrado en buscar algo que no existía dentro en mi mochila. Quería que se fueran, no me dejaban soñar en paz.
—Liam cortó con Lauren porque la encontró con Andy besándose —chilló una.
—Oh, algo había oído, nada claro en realidad —esperé a que se marcharan una vez que me contaron lo que ya sabía.
—Y falta la mejor parte…
—Seguro te interesará… —dijo la tercera chica.
—Ya que, ya sabes, corre el rumor de que te llevas bien con la loc… con la chica que se cree mariposa… —dijo la primera chica que me habló y fruncí el ceño.
Aún corrían los rumores, y varias personas me habían visto junto a Astrid en la calle, pero nadie lo creía. Así que estas chicas seguro querían salir de dudas, sin embargo, no les dije nada para afirmar el rumor, aunque sabía que mi ceño y mi mirada amenazadora estaban de sobra para saber la respuesta.
—¿Qué tiene que ver Astrid con todo esto? —dos de las chicas se miraron entre sí, con una sonrisa de confidencialidad al oír el nombre de Astrid, pero la tercera tenía el semblante frío, serio y muy seguro, y me dijo:
—Liam dijo que no le importaba que Luaren lo hubiese engañado, porque él había estado todo este tiempo engañándola con la mariposa, con Astrid, y que… que era mil veces mejor que Lauren…
Toda opinión que hubiese tenido de Liam, cambió radicalmente con esas palabras. Me puse de pie para ir a buscarlo.
Le golpearía tan fuerte que se esfumaría todo lo príncipe que le quedaba, porque el monstruo adormecido había despertado otra vez, y no estaba muy seguro de si quería controlarlo o no esta vez.