Butterfly (Zayn Malik y Astrid)

—¡Si no lo haces ahora, no lo harás jamás! —le grité a Astrid, dándole ánimos.
Ella aferraba los bordes y vuelos de su vestido blanco, nerviosa e intimidada. Su mirada estaba en un punto fijo, al otro lado de la calle, y su cabello rubio temblaba junto a su cuerpo como una hoja.
—¡Vamos, Astrid! —le gritaba desde la otra calle.
Hoy era el día en que volaría, le había enseñado e indicado lo que tenía que hacer, no había forma de que saliera mal. Le habían quitado el yeso de la pierna, podía caminar y moverse lentamente, pero al menos ya no arrastraba una pierna. Tenía sus alas colocadas, amarradas con una cinta blanca. Nada la podría detener más que ella misma y su miedo a fracasar al batir sus alas.
Observarla desde lejos era un placer, diminuta y delgada, con alas de arcoíris a sus espaldas y sus brillantes ojos celestes, eran todo lo necesario para sentirme feliz.
—¡Zayn, no puedo! —exclamó, aterrada.
—¡Sí puedes, hazlo como te enseñé, yo estaré aquí, esperándote!
Mis palabras surgieron efecto. Su rostro se endureció y asintió con la cabeza. Extendió sus brazos y dando un gritó, corrió. Pero se devolvió a los dos pasos.
Resoplé, sabía que no lo lograría a la primera. Tal vez necesitaba ayuda.
Crucé la calle y me coloqué detrás de ella. Si podía volar esta vez, dejaría en el pasado las tardes monótonas en el parque que estaba a nuestras espaldas.
Astrid jamás había salido de su calle, su límite era el parque. Cruzar la calle sería su primer vuelo, ir más allá, los demás. Aunque para eso necesitara un guía, y yo tenía mucho tiempo libre después de la escuela.
—Te daré las manos y harás lo mismo que yo —le susurré. Ambos con los brazos extendidos, y afirmándola de las muñecas, comenzamos a batir nuestros brazos. Unas cuantas personas que pasaban por allí nos miraron raro, como si estuviéramos locos. Y ahí comprendí lo que Atrid me había querido decir hace unos meses:
“No estoy tan loca como todos creen”
Los demás estaban locos por no ver las cosas con sus ojos. Astrid veía más allá de lo normal y lo corriente.
—¿Preparada? —le pregunté contra el oído.
—¡Sí! —exclamó. Sonreí y la obligué a dar un paso, luego otro y otro, hasta caminar moviendo nuestros brazos como alas.
Cuando llegamos al otro lado y Astrid puso un pie en la acera, temblaba contra mi cuerpo, pero reía y parecía resplandecer con magia.
—¡Lo hice! —chilló, abrazándome efusivamente.
Aproveché su contacto y la estreché con miedo de que se separara, ya sabía volar y corría el riesgo de que lo hiciera demasiado alto.
—Quiero ir allá —me dijo de pronto, alejándose un poco y apuntando la otra calle.
—¿En serio? Entonces, vamos —le dije, haciéndole una seña con la mano para que me siguiera, pero ella la aferró antes de que pudiera hacer otra cosa y caminamos tomados de la mano.
—Creo que ya no eres un sapo —dijo, como si mantuviéramos esta conversación siempre, lo cual era real.
—¿Y qué soy ahora? —inquirí con curiosidad, aún existía una oportunidad para mí.
—Eres el gran hechicero de las mariposas —no demostré lo decepcionado en mi rostro, sólo sonreí con melancolía. Tenía que hacerme la idea de que, para Astrid, sólo había un príncipe azul, y ese no era yo.
—Al menos ya no soy un feo sapo.
Astrid se quedó callada y me dio un apretón en la mano.
—Sólo eras un sapo.
La miré de soslayo, con esa calidez en el estómago que sólo sus palabras y su presencia podían provocar.
Comprendí su cumplido y me sentí feliz por dos cosas:
No me encontraba horroroso. Y con horroroso no se refería a lo de afuera. Ella nunca hablaba claramente y costaba su tiempo aprender a interpretarla.
Sin embargo, esto estaba clarísimo. Ya no era un sapo, ya no era aquel chico estúpido y superficial.
Con unos meses, Astrid me había transformado. Y lo mejor era que yo le ayudé en su metamorfosis también.
De oruga a mariposa.
—Estas pensando —me dijo, más como una afirmación que como pregunta—. ¿En qué?
—En ti, en mí, en sapos, en mariposas, en muchas cosas.
—Pensar te llevará a la locura, si tratas de buscarle un significado a todo eso, te volverás como ellos.
—Sólo pensaba —refuté.
Llegamos al siguiente cruce, pero éste estaba más transitado y había un semáforo.
—Rojo, te detienes. Verde, continúas —le indiqué.
Estaba en verde, así que cruzamos. Astrid no quiso soltarme la mano, pero la otra la movía a+un. Unos niños se rieron de ella, pero Astrid simplemente ya volaba muy lejos de aquí.
—¿Zayn? —escuché de repente. Giré un poco y me encontré con Harry y Louis. Se veían consternados y tuve el impulso de soltar a Astrid, pero su imagen de soñadora fue más poderosa que lo que quería aparentar.
—¿Qué pasa, chicos?
—Así que esto es lo que haces todas las tardes, y el porqué de tu ausencia en las fiestas —masculló Harry.
—¿Qué es eso? —preguntó Astrid, pero no miré a donde señalaba.
—Eres niñera —soltó Louis, riéndose de mí.
—¿Qué es eso?
—No puedo creerlo, Zayn. ¿Cuánto te pagan por cuidar a la loca? —crispé los labios y reprimí las ganas de golpear a Louis. Era mi amigo, pero se estaba burlando de Astrid, de mi mariposa.
—¿Qué es eso?
—Zayn, ¿sabes lo que dirán de ti en la escuela?
—No me importa, Harry.
—¿Qué es eso?
—¡Es la loca, Zayn! —gritaron los dos. Pero no les presté atención, porque había dejado de escuchar la voz de Astrid y su insistente pregunta.
—¿Astrid? —ni siquiera sentí cuando dejó de sostener mi mano, pero la podía ver correr una calle más abajo, hacia el centro de la ciudad—. ¡Astrid, vuelve aquí!
Dejé a los chicos con sus burlas en la boca y me marché corriendo tras Astrid.
—¡Astrid, regresa! —seguí gritándole. Nunca creí que fuera tan rápida. Sin embargo, no llegó muy lejos. Se detuvo de golpe y me dio tiempo de alcanzarla.
Cuando estuve a su lado, agotado y sin respiración, ella miró al cielo y apuntó con el dedo.
—¿Qué es eso? —finalmente dirigí mi vista a lo que ella veía. No era el cielo, sino la cúspide de una carpa azul.
—Es un circo —le respondí. Volvió a darme la mano y tiró de mí para acercarnos a la carpa.
—Es hermoso, ¿qué hay allí?
—Cosas increíbles, seguro te encantaría.
—¿Podemos ir? —titubeé un segundo. Había escuchado los horarios por esa camioneta con el megáfono anunciando los espectáculos el otro día. Los horarios de día eran mientras yo estaba en la escuela, y los otros eran a las ocho y diez de la noche. Tendría que pedirles permiso a los padres de Astrid, y ella no quería que los conociera, por lo que me veía en un problema.
—No lo sé, habría que preguntárselo a tus padres —tensó el agarre y terminó por soltarme, con la mirada sombría.
—Oh, no te molestes, ni siquiera tengo tantas ganas de ir —algo en su voz hizo que me quebrara como un cristal—. Le puedo preguntar a mi príncipe.
Un duro y bajo golpe.
Mencionar a Liam y dejarme claro que no pasaría más allá de un sapo o un hechicero, eso era fatal.
El monstruo adormecido despertó como si estuviera esperando este momento con ansias. Rugió en mi pecho y me hizo daño.
—Genial, ve con él —le espeté con rabia. No estaba enojado con ella, sino con Liam por no saber lo que se perdía al ignorar a Astrid. Se suponía que no se veían desde hace meses, de antes que ella cayera por las escaleras. Entonces, ¿por qué aún lo veía bajo ese velo ciego que le daba el disfraz de príncipe?
“Porque lo quiere”, susurró el monstruo y sentí que sangraba cuando esa frase rasgó mis pensamientos.
—Se perdió —balbuceó Astrid—. Mi príncipe se perdió, fue embrujado.
—Eso tenía algo de cierto. Por Lauren.
—Que lástima, pero no puedo hacer mucho, sólo soy Zayn.
—No, tú eres el hechicero, puedes cumplirme un deseo —me dijo con la esperanza impregnada en su voz.
Pero no quería. Si tenía que hacerla sufrir un poco para que entendiera de una buena vez que yo era perfecto para ella, entonces le soltaría las cadenas al monstruo.
—Para eso necesitas un hada, y yo no eso, ni sapo, ni mago, ni duende, ni elfo. Soy una bestia, y éstas… matan mariposas.