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Mensaje por tianijonas Sáb 12 Mayo 2012, 9:16 am

MeliDeJonas escribió:Waaaaa yo quiero un y vivieron felices por
y para toda la eternidad !!!
Me dio miedito Joe okno, yo le digo " Dale guacho ! Clávame los
dientes de una vez !" Jjajaja
Me encanto el capitulo ... aunque quiero otro !

PD: Es larga la novela ? Osea ... son muchos caps ?




JEJEJEJEJE para ese final aun queda un poco... pero llegara :D
y no son muchos capis, porque son extra largos... si los cortara y hiciera dos partes de cada uno seria mucho mas largo, pero como los subo enteros.. pues no son muchos... por? :D


ok ok, ahora tengo un ratito, os lo subo :P
tianijonas
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Mensaje por tianijonas Sáb 12 Mayo 2012, 9:17 am

Julieta♥️ escribió:yo quiero cappppppppppppp






Ahora mismito subo princes *...Placeres De La Noche...*  ~Joe&Tú~ - Página 3 1477071114
tianijonas
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Mensaje por # TeamBullshit Sáb 12 Mayo 2012, 9:32 am

tianijonas escribió:
MeliDeJonas escribió:Waaaaa yo quiero un y vivieron felices por
y para toda la eternidad !!!
Me dio miedito Joe okno, yo le digo " Dale guacho ! Clávame los
dientes de una vez !" Jjajaja
Me encanto el capitulo ... aunque quiero otro !

PD: Es larga la novela ? Osea ... son muchos caps ?




JEJEJEJEJE para ese final aun queda un poco... pero llegara :D
y no son muchos capis, porque son extra largos... si los cortara y hiciera dos partes de cada uno seria mucho mas largo, pero como los subo enteros.. pues no son muchos... por? :D


ok ok, ahora tengo un ratito, os lo subo :P

Solo soy curiosa jajaja XD
# TeamBullshit
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Mensaje por tianijonas Sáb 12 Mayo 2012, 9:54 am

*Capitulo 11*



Joe seguía atormentado por lo que había sucedido con _____ la noche anterior. Había estado muy cerca de estropearlo todo. Había estado tan cerca de…

Desechó la idea de su mente y siguió caminando sobre los tejados del Barrio Francés; era casi medianoche. Las ráfagas de aire helado agitaban su abrigo de cuero mientras caminaba por el borde del tejado, mirando los callejones adyacentes al edificio. Solía encaramarse a los lugares más altos, como un gato; de ese modo, nadie advertía su llegada. Al menos no hasta que era demasiado tarde. Se detuvo al escuchar algo.

–No me hagáis daño.

El viento trajo el débil sonido de una voz, procedente de unos edificios cercanos al lugar donde se encontraba.

Se deslizó sobre los tejados, más ágil y rápido que un guepardo, hasta que encontró a la persona que acababa de hablar. Si alguien se asomaba al oscuro callejón, sólo vería a un pobre hombre al que estaban asaltando; pero los cuatro Daimons rubios no podían pasar desapercibidos a los ojos de un Cazador Oscuro.

Arqueó una ceja. Era la misma imagen de siempre. Por alguna razón, a los vampiros les gustaba moverse en grupos de cuatro o seis. Habían acorralado al humano en un rincón, junto a un viejo edificio en ruinas.

Sorprendentemente, la víctima le resultaba familiar.

Rodeado por el insoportable olor a basura, el hombre intentó ofrecerles a los Daimons la cartera.

–Tomad –les dijo con voz insegura–. Pero no me hagáis daño.

El vampiro más alto del grupo soltó una carcajada.

–¡Vaya! Pero si no vamos a hacerte daño, humano… vamos a matarte.

Joe saltó desde el tejado, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio. Mientras descendía los tres pisos que le separaban del callejón, el abrigo flotaba a su alrededor empujado por el viento. Aterrizó sin hacer ningún ruido, agazapado tras los Daimons.

–¿Habéis oído eso? –preguntó uno de los vampiros, mirando a uno y otro lado.

–Lo único que oigo son los latidos de un corazón humano. –Nada más decirlo, el más alto de los Daimons agarró al hombre.

–O… –dijo Joe, alzándose muy despacio hasta quedar completamente erguido. Apartó el abrigo y colocó la mano sobre la empuñadura del srad de Talon–… el sonido de cuatro Daimons a punto de morir.

Cuando los vampiros se apartaron de su víctima, Joe reconoció al humano. Era Cliff que, a su vez, también lo reconoció al instante.

–¡¿Tú?! –rugió–. ¿Qué estás haciendo aquí?

Malditas sean las Parcas, pensó. No le apetecía nada ayudar al hombre que había hecho daño a _____. Ella le había contado toda la historia, junto con las duras críticas que su ex-prometido había dedicado a la familia Devereaux al completo. El tipo no se merecía su ayuda.

Maldito sea el Código.

Joe le contestó en voz alta.

–Según parece, te estoy salvando la vida.

–No necesito tu ayuda.

Los cuatro Daimons se dieron la vuelta para mirar a Cliff y estallaron en carcajadas.

–Ya lo has oído, Cazador Oscuro –dijo el líder del grupo–. No necesita tu ayuda, así que te puedes largar.

Joe suspiró, tentado por la idea de marcharse.

–Sí, pero ¿sabes una cosa? A veces hay que salvarlos aunque no quieran.

En ese momento, el más alto de los cuatro vampiros atacó. Joe arrojó el srad pero, antes de pudiera golpear al Daimon, Cliff agarró a su atacante y tiró de él hasta hacerlo tambalearse y perder el equilibrio.

–Ahora vas a saber quién es el malo aquí. –Y, diciendo esto, dio un puñetazo al vampiro, que no pareció notarlo, ya que siguió en pie riéndose de él.

El srad se estrelló contra la pared y se rompió en dos. ¡Gilipollas! De no ser por la bravata de Cliff, el Daimon ya estaría muerto. Haciendo un esfuerzo supremo, Joe corrió a interponerse entre el humano y el vampiro antes de que éste atacara. No llegó a tiempo; apenas se había acercado a Cliff cuando el Daimon le dio una patada que lo lanzó sobre el cuerpo endeble del humano.

Los dos cayeron al suelo, pero Joe rodó sobre sí mismo y se puso en pie con agilidad mientras el ex-novio de _____ forcejeaba para levantarse. Le costó la misma vida no poner los ojos en blanco ante la inutilidad del tipo.

–¿Te importaría salir corriendo?

Cliff volvió a adoptar una actitud arrogante nada más ponerse en pie.

–Soy perfectamente capaz de luchar contra ellos, igual que tú.

Joe reprimió un gruñido de exasperación. Ese tío era un imbécil. En primer lugar, apenas si llegaba al metro ochenta, mientras que los Daimons igualaban su altura e incluso la superaban. En segundo lugar, el cuerpo del humano era el de un experto en el sillón-ball… muy diferente al musculoso y letal de los vampiros.

Sin ninguna duda, Cliff era una enorme amenaza…

Antes de que pudiera moverse, dos de los vampiros fueron a por él. Joe golpeó al primero con una bota y lo pulverizó. El otro lo atacó con una espada. Impulsándose hacia un lado, saltó, dio una vuelta hacia atrás en el aire y aterrizó sobre la escalera de incendios, justo encima del Daimon.

–¡Oye! –exclamó Cliff–. ¿Cómo has hecho eso?

No hubo tiempo de responder, ya que los tres Daimons restantes se abalanzaron sobre la escalera, tras él. Joe volvió a saltar al callejón.

Lógicamente, los vampiros lo siguieron.

Joe se preparó para el ataque. Tan pronto como el líder se acercó, Cliff llegó corriendo y se colocó a su lado, empuñando un palo de madera. Se dispuso a golpear a los vampiros al mismo tiempo que éstos se acercaban a Joe.

Atrapado entre Cliff y los Daimons, Joe fue incapaz de maniobrar. Como resultado, el ex-novio de _____ acabó golpeándole en la cabeza con el palo.

El dolor estalló de repente en el cráneo del cazador y se tambaleó hacia atrás.

Sacudió la cabeza para despejarse y se recuperó un instante antes de que dos de los vampiros lo agarraran por la cintura y lo echaran al suelo. Sujetándole las muñecas, extendieron sus brazos a los lados y lo inmovilizaron. El pánico se adueñó de él al instante, asaltado por los viejos recuerdos.

–Hemos encontrado su punto débil –dijo uno de los Daimons–. Decidle a Desiderius que con los brazos extendidos se vuelve loco.

Vale, puede que lo hubieran descubierto. Pero ninguno de ellos iba a vivir lo suficiente como para revelarlo. Rugiendo de rabia, Joe alzó las piernas hasta subirlas por encima de la cabeza y se impulsó con fuerza, saltando hasta quedar en pie, libre de sus captores. Con los colmillos bien visibles, apuñaló a un Daimon y luego al otro. El vampiro restante comenzó a alejarse camino de la calle principal. Joe le lanzó el otro srad a la espalda y el Daimon se desintegró.

Cuando se dio la vuelta, vio a Cliff mirándolo con la boca abierta y el rostro ceniciento. Se le pusieron los ojos en blanco y cayó al suelo, desmayado.

Joe se acercó para comprobar su estado, totalmente asqueado. Tenía el pulso acelerado, pero estable.

–¿Qué vería en ti? –se preguntó mientras cogía el móvil y llamaba a una ambulancia.

Horas después –una vez se convenció de que el ex-novio de _____ sobreviviría– volvió a casa. No había modo de localizar a Desiderius.

Joder.

Se detuvo en la puerta de la cocina y observó a _____ con curiosidad. Eran casi las cinco de la mañana y, según parecía, estaba haciendo sopa y unos sándwiches.

¿Y esto?

Se movía por la cocina con la elegancia de una ninfa, totalmente ajena a su presencia. Estaba tarareando una melodía, «In the hall of the Mountain King» de Grieg, si no estaba equivocado. Una elección extraña…

No había conocido a una mujer más fascinante en toda su vida. Llevaba un camisón de seda ligeramente transparente, pero que ocultaba sus curvas. El suave color azul le sentaba de maravilla a esa piel pálida y al pelo cobrizo.

Su miembro reaccionó al instante y se endureció. Cuanto más la miraba, más la deseaba.

Estaba echando la sopa en dos cuencos y, una vez acabó, metió un dedo para comprobar la temperatura.

Eso era más de lo que un inmortal podía soportar. Se movió como una sombra hasta ponerse a su espalda y la cogió de la mano.

Ella alzó la vista con un jadeo, asustada hasta que lo reconoció. Sin dejar de sonreírle, Joe se llevó su dedo a la boca y pasó la lengua a su alrededor, saboreando tanto la sopa como la piel de _____.

–Delicioso –le dijo.

Ella se sonrojó.

–Hola, cielo, ¿qué tal te ha ido en el trabajo?

Joe soltó una carcajada por la imitación de Donna Reed.

–¿Otra vez has estado viendo Nick at Nite?

_____ se encogió de hombros con timidez.

–Pensé que te gustaría un poco de comida caliente, para variar, cuando llegaras a casa. Debes sentirte muy solo cuando llegas a una casa vacía y oscura, sin nadie que te dé la bienvenida.

No podía imaginarse cuánto. La miró, observando esos labios abiertos que lo llamaban a gritos. Habían pasado muchos siglos desde la última vez que alguien le diera la bienvenida al volver a casa. Siglos de inenarrable soledad y abandono.

Pero ambos sentimientos habían desaparecido en el mismo instante que despertó en aquella fábrica abandonada y contempló esos enormes y vivaces ojos azules que lo hacían arder.

_____ no estaba preparada para lo que Joe hizo a continuación. La besó como un poseso. Le introdujo la lengua en la boca, saboreando sus profundidades, mientras le acariciaba la espalda con las manos antes de colocarlas sobre su trasero. Era la primera vez que permitía a un hombre tomarse esas libertades; claro, que tampoco es que le importara demasiado. Nunca había creído ser una mujer particularmente atractiva. No hasta que lo conoció a él. Tratándose de Joe, parecía no tener inhibiciones. Quería estar con él a todas horas; quería abrazarlo, tocarlo… estar a su lado. Si pudiera, se volvería a poner los grilletes y, esta vez, para siempre.

Sin interrumpir el beso, Joe deslizó las manos por debajo del borde del camisón, en busca de ese lugar cálido y húmedo que latía de deseo. _____ gimió cuando la tocó; cuando sus dedos se deslizaron en su interior y comenzaron a atormentarla sin piedad. ¡Dios! Qué facilidad tenía ese hombre para ponerla a cien.

–Joe, la sopa –le dijo sin aliento.

Él se retiró un poco, con la respiración alterada y los labios hinchados por el beso.

–Que espere.

Esa noche lo rodeaba un aura un poco más indómita; algo salvaje y malicioso. La llevó hasta la mesa y la ayudó a tenderse sobre ella. Con una mirada hambrienta y apasionada, se puso en pie entre sus piernas y la observó.

–Esto sí que es un banquete digno de un rey.

Y se inclinó. Ella emitió un jadeo al sentir la furia de esas manos inquisitivas, que parecían estar en todos sitios a la vez. Sus caricias la electrificaban; la dejaban saciada y la hacían ansiar mucho más.

Mientras la besaba hasta hacerla perder la cordura, ella estiró un brazo en busca de la cremallera de los pantalones y la bajó para poder tocarlo. Ya estaba duro como una roca y lo notó palpitar entre los dedos. Joe soltó un gemido sobre sus labios.

Su actitud no dejaba de sorprenderla. Un guerrero inmortal que no necesitaba a nadie y que, aun así, se comportaba con exquisita ternura entre sus brazos. Un hombre que se estremecía cuando ella acariciaba su miembro y deslizaba la mano sobre él.

Las caricias de _____ le nublaban la mente. No podía pensar. Sólo podía inhalar su aroma y saborearla. La deseaba con toda el alma. La pasión y el deseo le impedían razonar más allá de lo que estaba sucediendo y, sin darse cuenta de lo que hacía, le apartó las manos y se hundió en ella.

_____ dejó escapar un gemido ante la increíble sensación de tenerlo profundamente enterrado en su cuerpo. Su miembro era tan grueso y estaba tan duro… la llenaba por completo. Le envolvió la cintura con las piernas al mismo tiempo que Joe comenzaba a mover las caderas, alternando un ritmo suave con embestidas largas y profundas.

Se amaron muy lentamente. Ella se retorcía bajo los poderosos envites de Joe mientras éste le mordisqueaba el cuello, arañándola con los colmillos. Al cerrar los ojos, volvió a sentir el increíble vínculo que los unía. Eran un solo ser. En ese instante, Joe se estremeció y susurró su nombre sobre sus labios, haciéndola temblar de deseo.

Y cuando el mundo se desintegró, _____ creyó ver un millar de colores girando a su alrededor.

Joe la observó mientras llegaba al orgasmo y sintió cómo envolvía su miembro con más fuerza. ¡Por los dioses! Cómo anhelaba poder satisfacerse, pero no podía; sus poderes ya se estaban debilitando, y los necesitaba para mantenerla a salvo.

Salió de ella de mala gana, rechinando los dientes.

Se colocó la ropa sin decir una sola palabra, aunque por dentro se moría de dolor, y dio un tirón a los vaqueros intentando aliviar la incomodidad que le producía la presión de la tela sobre su erección.

Resultó inútil.

_____ sintió pena por él al percibir su incomodidad y la rigidez de sus movimientos. ¿Cómo podía llevarla al orgasmo y no buscar su propia satisfacción? Debía estar sufriendo una agonía.

Y sin quejarse.

Ninguno de los dos dijo nada mientras comían, pero _____ lloraba por dentro. Por su pobre guerrero. En el fondo de su mente, una vocecilla le decía que no importaba lo mucho que lo quisiera, porque entre ellos nunca habría lugar para una relación.


Se despertó pasadas las tres de la tarde. Salió de la cama, se dio una ducha y se vistió mientras Joe seguía durmiendo.

¡Dios santo! Era tan guapo… tenía un brazo alzado sobre la cabeza y, en esa posición, se asemejaba más a un niño dormido que a un sombrío guerrero inmortal. Siguiendo un impulso, se inclinó y lo besó en los labios. Él se incorporó y la aferró por el cuello; la apretaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.

–¿Joe? –jadeó, forcejeando para soltarse–. Cariño, me estás ahogando.

Él no le hizo caso. Le costó más de tres minutos librarse de sus manos.

–Muy bien –dijo sin aliento, mientras observaba cómo él se daba la vuelta y se quedaba de costado–. Recuérdame que no se me ocurra volver a hacerlo.

Lo tapó con las sábanas y salió de puntillas de la habitación.

Encontró a Nick en el salón de la planta baja; se había calzado unos patines y se deslizaba de un lado a otro de la estancia, sorteando montañas de papeles.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.

Él se detuvo y se encogió de hombros.

–Joe se cabrea si uso el monopatín dentro de la casa.

_____ soltó una carcajada.

–Vale; aunque supongo que tampoco le harán mucha gracia los patines.

–Probablemente no, pero, ¡joder!, este lugar es enorme y tengo que ir del sitio A al B sin que me acaben temblando las piernas.

Ella volvió a reírse. El humor del Escudero era contagioso, una vez que te acostumbrabas a él.

Describió una pequeña circunferencia y entró patinando a la cocina. Antes de que ella pudiese llegar a mitad de la sala, Nick regresó, trayéndole un vaso de zumo de naranja.

–Gracias –le dijo mientras lo cogía–. ¿Qué se sabe de Rosa?

–Miguel dice que está mejor. Cuando llamé se había despertado y estaba viendo La Rueda de la Fortuna.

–Estupendo.

–Sí, Joe se alegrará mucho.

Súbitamente, se escuchó tras ella un estruendo horrible. Aterrorizada por la idea de que fuese Desiderius irrumpiendo de forma repentina, se dio la vuelta y vio en el suelo un enorme montón de oro y diamantes; exactamente en el mismo lugar en el que solía estar una mesita tallada a mano del siglo XII.

–¡Mierda! –exclamó el Escudero con una mirada hastiada–. A Joe le encantaba esa mesa. Ahora sí que va a cabrearse.

–¿Qué es eso? –preguntó _____, acercándose para ver mejor lo que podría ser el rescate de un rey en lingotes de oro y diamantes.

Nick suspiró.

–Estamos a primeros de mes.

–¿Cómo?

El Escudero se encogió de hombros.

–Artemisa no acaba de entender que es más sencillo hacer una transferencia a las cuentas de sus Cazadores Oscuros. Así que, una vez al mes, nos encontramos una montaña de oro y diamantes donde menos lo esperamos. En una ocasión, todo cayó a la piscina; imagínate la putada.

–No te lo tomes a broma –contestó _____, maravillada por la cantidad–. Alguien podría acabar herido.

–Eso es cierto. El tercer Escudero de Joe murió así.

_____ se dio la vuelta para mirarlo a la cara y, al instante, se dio cuenta de que Nick no estaba bromeando.

–Y, ¿qué hacéis con todo eso? –preguntó, señalando el montón de oro.

Él sonrió.

–Ejerzo de San Nick. Hay un Escudero en la ciudad que se encarga de cambiarlo a dólares. Desde allí, la mayoría del dinero se destina a obras de caridad. El dos por ciento va a una fundación que se dedica a cuidar de las familias de los Escuderos que murieron cumpliendo con su deber y a los Escuderos que se han retirado; otro dos por ciento se destina a una empresa de investigación, encargada de hacer juguetitos electrónicos para los Cazadores Oscuros.

–¿Con cuánto se queda Joe?

–Con nada. Vive de los intereses del dinero que tenía cuando era humano.

–¿En serio?

Nick le contestó con un movimiento de cabeza.

¡Guau! Debía haber estado forrado en aquella época.

–Vale, ¿puedo hacerte una pregunta un poco impertinente?

Nick sonrió.

–¿Quieres saber cuánto gano?

–Sí.

–Lo suficiente para hacer de mí un hombre muy feliz.

En ese momento sonó el teléfono.

El Escudero se alejó patinando mientras _____ se tomaba el zumo sentada en el sofá y leía el periódico. Cuando acabó dejó el vaso en la mesa de café... o ataúd.

Unos minutos después, Nick volvió con muchas prisas; tenía una expresión ceñuda y ni siquiera le habló mientras se acercaba al armario situado en la pared del fondo. Cuando abrió la puerta, _____ vio un impresionante arsenal.

El terror se apoderó de ella.

–¿Qué ocurre?, ¿Quién ha llamado?

–Era Acheron, avisando que entramos en alerta roja.

_____ frunció el ceño. Por las prisas que llevaba el Escudero, sabía que algo debía ir muy mal.

–¿Y eso qué significa?

La expresión de Nick le erizó la piel.

–¿Conoces el dicho «El infierno acaba de desatarse»?

–Sí.

–Se inventó para designar una situación de alerta máxima. Por alguna razón, hay una alta concentración de Daimons en esta zona. Acaban de abandonar sus refugios. Cuando hay una aglomeración de esta magnitud, los vampiros alcanzan su fuerza máxima y se alimentan, lo necesiten o no. No hay nada más peligroso que una alerta máxima, exceptuando, claro está, un eclipse de sol. Las cosas se van a poner muy feas esta noche.

A las siete en punto, _____ supo –de primera mano– que Nick no mentía. Estaba limpiando los restos del «desayuno» de Joe mientras su Escudero le contaba la conversación que había tenido con Acheron.

Joe había cogido el doble de armas que de costumbre e iba de camino a la puerta cuando sonó el teléfono. _____ contestó.

–¿Mamá? –preguntó al reconocer la voz llorosa. El corazón dejó de latirle un instante–. ¿Qué pasa?

Joe se detuvo junto a la entrada y, sin perder un minuto, voló hasta su lado.

–_____ –continuó la señora Devereaux entre sollozos–. Se trata de Tabby…

_____ no quiso escuchar nada más. A punto de ahogarse por las lágrimas, dejó caer el teléfono al suelo. Sólo era consciente de los brazos de Joe a su alrededor, sosteniéndola, y de Nick hablando con su madre.

Joe comenzó a verlo todo rojo mientras escuchaba la explicación de la señora Devereaux, presa de la histeria, y sentía a _____ temblar entre sus brazos. Sus lágrimas le estaban mojando la camiseta y, en ese momento, juró que mataría a Desiderius por haber provocado esta situación.

–No pasa nada –le susurró al oído–. Sólo está herida.

Ella se echó hacia atrás y lo miró a los ojos.

–¿Qué dices?

Joe le limpió las lágrimas con la mano.

–No la ha matado, cariño. –Aunque su estado era grave, según había dicho su madre, Tabitha sobreviviría.

Desiderius, al contrario, no.

–Tabitha está en el hospital –dijo Nick mientras colgaba el teléfono–. Afortunadamente, sólo se encontraron con dos Daimons y ella y su grupo fueron capaces de acabar con ellos. –Miró a Joe–. ¿Sabes lo que creo? Me da la sensación de que Desi sólo estaba jugando con ella, lo justo para cabrearte y hacer que pierdas la cabeza. No hay otra explicación posible. Si no, no hubiese enviado sólo a dos vampiros.

–¡Cierra la boca, Nick! –masculló Joe. Lo último que quería era que _____ se preocupara aún más. La besó suavemente en los labios–. Nick te acompañará al hospital.

Cogió el móvil y llamó a Talon, que ya iba de camino a la ciudad. Le dijo que se pasara por su casa y se encargara de proteger a _____, por si Desiderius estuviera esperándolos en el hospital.

–KJoe –lo increpó _____ cuando él acabó de hablar– no quiero que salgas esta noche. Tengo un mal presentimiento.

Y él también.

–Tengo que hacerlo.

–Por favor, escúchame…

–Shhh –murmuró, colocándole un dedo sobre los labios–. Éste es mi trabajo, _____. Esto es lo que soy.

No tardó mucho en dejarla en el coche de Nick, con Talon en la Harley siguiéndolos de cerca; en cuanto se alejaron, se encaminó al centro de la ciudad en busca de ese cerdo chupa-sangre y devora-almas para hacerle lo que debía haber hecho la noche que se conocieron.

Las horas fueron pasando mientras recorría el Barrio Francés en busca de Desiderius. Los Daimons recuperarían fuerzas esa noche y sabía que, tarde o temprano, harían su aparición en busca de sangre. Más peligrosos que nunca.

Y Desiderius, al igual que sus congéneres, prefería salir de casa en el Barrio Francés, donde resultaba muy fácil encontrar turistas descuidados y borrachos.

Pero, de momento, no había ni rastro de ellos.

–Oye, nene –lo llamó una prostituta al pasar a su lado–. ¿Quieres compañía?

Joe se giró para mirarla, sacó todo el dinero que tenía en la cartera –unos quinientos dólares– y se los ofreció.

–¿Por qué no te tomas la noche libre y te vas a cenar a un buen restaurante?

La chica lo miró, atónita, pero cogió el dinero antes de salir corriendo.

Joe suspiró cuando la vio escabullirse entre la multitud. Pobre mujer. Ojalá le diera un buen uso al dinero. De todos modos, estaba claro que le hacía más falta que a él. En ese momento, vio un destello metálico por el rabillo del ojo.

Al girar la cabeza distinguió a dos muchachos entre la multitud. Definitivamente, eran humanos.

Al principio, su apariencia le recordó a la de los chicos de la pandilla callejera con la que Nick se relacionaba; tipos duros con chaquetas negras. Hasta que se dio cuenta de que lo estaban observando… como si supieran lo que era en realidad.

Con todos los instintos en estado de alerta, Joe les devolvió la mirada. El más alto de los dos, que aparentaba tener poco más de veinte años, arrojó el cigarro al suelo, lo pisó y cruzó la calle sin quitarle los ojos de encima.

Al acercarse, estudió a Joe de arriba abajo con total frialdad.

–¿Eres el Cazador Oscuro?

Joe alzó una ceja.

–¿Eres el chico de los recados?

–No me gusta tu tono de voz.

–Y a mí no me gustas tú. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y nos hemos declarado nuestro mutuo desagrado, ¿por qué no me llevas hasta tu jefe?

El chico lo miró con los ojos entrecerrados.

–Sí, ¿por qué no?

Era una trampa. Joe lo sabía. Que así fuera. Estaba deseando enfrentarse a Desiderius. Estaba más que preparado.

Los siguió sin que tuvieran que obligarlo. Atravesaron los callejones traseros hasta llegar a un pequeño patio, rodeado por una verja. Los arbustos tapaban los muros e impedían que la luz de las farolas penetrase en el lugar. Joe no reconoció el sitio. Pero tampoco es que importara mucho.

Al rodear un seto muy alto, vio a Desiderius esperándolo. Tenía a una mujer embarazada entre los brazos, a la que amenazaba con un cuchillo sobre la garganta, y exhibía una sonrisa diabólica.

–Bienvenido, Cazador Oscuro –lo saludó mientras acariciaba con la mano libre el abultado vientre de la mujer–. ¿Sabes lo que me ha deparado la suerte? Acabo de encontrar dos vidas por el precio de una. –Agachó la cabeza y frotó la nariz sobre el cuello de la embarazada–. Mmm… se huele la fuerza...

–Por favor –suplicó la mujer, histérica–. Por favor, ayúdeme. No deje que haga daño a mi bebé.

Joe respiró hondo, luchando contra el impulso a derramar la sangre de Desiderius y sentirla correr entre los dedos.

–Déjame suponer… ¿su vida a cambio de la mía?

–Exactamente.

Intentando poner nervioso a su oponente, Joe resopló con cansancio mientras tomaba nota de los seis Daimons y los dos delincuentes humanos que lo rodeaban. Si no fuera por la mujer, podría encargarse de todos ellos fácilmente, pero el más leve movimiento por su parte haría que Desiderius le cortara la garganta a la mujer, sin duda alguna. De hecho, para un Daimon no había nada mejor que conseguir el alma de una embarazada.

–¿No podías haber planeado algo un poco más original? –se burló Joe, a sabiendas que Desiderius era lo bastante pomposo como para tomarse el insulto al pie de la letra–. Lo que quiero decir es que a ver si te superas un día de estos. Se supone que tienes una mente privilegiada y ¿esto es todo lo que se te ocurre?

–Bueno, ya que no te veo muy impresionado, permíteme acabar con ella –contestó el Daimon acercando aún más el cuchillo al cuello de la mujer.

La chica gritó.

–¡Espera! –exclamó Joe antes de que Desiderius le hiciera un corte–. Sabes que no puedo permitir que le hagas daño.

El vampiro sonrió.

–Entonces, tira los srads y acércate a la valla.

¿Cómo sabe lo de los srads?

–Vale –contestó muy lentamente–. Y, ¿por qué tengo que hacerlo?

–¡Porque lo digo yo!

Intentando imaginarse lo que pasaba por la cabeza del Daimon, Joe sacó las armas de Talon de debajo del abrigo y se acercó muy despacio a la valla. Una vez estuvo frente a ella, los dos humanos lo agarraron por las muñecas y comenzaron a enrollarle unas cuerdas alrededor.

Súbitamente, se encontró atrapado, con los brazos totalmente extendidos a los lados y atados a los barrotes de hierro. Luchó como si fuese un salvaje.

Tiró de las cuerdas que lo mantenían inmóvil mientras el corazón le latía en los oídos. La mente fría y racional del Cazador Oscuro lo abandonó, dejándolo al borde del pánico. Luchó contra las cuerdas como un animal atrapado en un cepo.

Tenía que salir de allí. No iba a permitir que lo ataran hasta dejarlo indefenso.

Así, no. Nunca más. Los continuos tirones le estaban desgarrando la piel de las muñecas, pero no le importaba. Estaba concentrado en recuperar la libertad.

–Ya te dije que sabía cuál era tu debilidad –le dijo Desiderius–. Aparte de saber que jamás permitirías que hiciese daño a una embarazada. –Se inclinó y besó a la chica en la mejilla–. Melissa, sé una buena chica y agradécele al Cazador Oscuro su sacrificio.

Joe se quedó petrificado cuando la mujer se apartó de Desiderius y caminó hasta llegar junto al humano que lo había atado. Había estado de acuerdo con ellos todo el tiempo.

Hijo de puta, ¿cuándo iba a aprender la lección?

–¿Estás preparado para morir? –le preguntó Desiderius.

Joe le enseñó los colmillos.

–Yo no sería tan arrogante. Aún no me has matado.

–Eso es cierto, pero la noche es joven, ¿no es verdad? Tengo mucho tiempo para jugar con el chico de los recados de Artemisa.

Joe agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, asaltado por una nueva oleada de pánico. Tenía que calmarse. Lo sabía. Pero los recuerdos de las torturas a las que fue sometido en Roma lo angustiaban.

–¿Qué te pasa? –le preguntó el Daimon, acercándose–. Estás un poco pálido, comandante. ¿Acaso estás recordando la humillación de tu derrota? ¿O las manos de los soldados romanos mientras te clavaban en la cruz?

–¡Vete al mierda! –Joe liberó con el dedo del pie la hoja retráctil oculta en la bota, y atacó a Desiderius.

El Daimon se alejó de un salto, quedando fuera de su alcance.

–¡Vaya! Me olvidé de esas botas. Una vez acabe contigo, el siguiente Cazador Oscuro de mi lista va a ser el viejo Kell. Con él fuera de combate y sin sus armas, ¿qué será de todos vosotros? –Inclinó la cabeza hacia la chica–. Melissa, pórtate bien y quítale las botas al comandante.

Joe apretó los dientes al ver cómo la mujer se acercaba. El Código le permitía protegerse de los humanos que quisieran hacerle daño, pero no era capaz de atacar a una mujer, y menos estando embarazada. No era más que una criatura, aunque ella quisiera dar otra imagen.

–¿Qué estás haciendo con esta gente? –le preguntó mientras le quitaba las botas.

–Cuando nazca mi bebé, él me hará inmortal.

–No puede hacerlo. No tiene ese poder.

–Estás mintiendo. Todo el mundo sabe que los vampiros pueden quitarte la
vida, o hacer que vivas eternamente. Quiero ser uno de los vuestros.

Entonces, así era cómo Desiderius conseguía a sus secuaces humanos.

–No podrás ser uno de nosotros jamás. Te matará cuando todo esto acabe.

La chica soltó una carcajada, burlándose de él.

Desiderius chasqueó la lengua.

–Eres capaz de seguir protegiéndola aun cuando te está preparando para que seas sacrificado. Qué enternecedor. Dime, ¿con tus hermanos, los romanos, también fuiste tan considerado?

Joe se abalanzó hacia Desiderius, tirando de nuevo de las cuerdas.

En ese momento, salió un Daimon de las sombras, con una enorme maza en las manos. Joe se paralizó en cuanto reconoció el instrumento. Hacía dos mil años que no veía uno igual.

–Sí –le dijo Desiderius al acercarse–. Sabes lo que es, ¿verdad? Dime, ¿recuerdas el dolor que sentiste cuando Valerius la usó para romperte las piernas? –El Daimon lo miró mientras ladeaba la cabeza–. ¿No lo recuerdas? Permíteme que te refresque la memoria.

Joe apretó los dientes cuando Desiderius le golpeó la rodilla izquierda con la maza, destrozándole la articulación al instante. Sólo cuando la rodilla derecha recibió el mismo tratamiento, el vampiro se atrevió a plantarse delante de él.

Joe se mantuvo en pie aferrándose con las manos a los barrotes. Intentaba sostener su peso con las piernas, pero el dolor lo hacía imposible.

Desiderius le sonrió mientras le entregaba la maza al vampiro y sacaba algo del bolsillo.

La rabia se apoderó de Joe cuando reconoció los antiguos clavos romanos que habían utilizado para crucificarlo.

–Dime, Cazador Oscuro –le dijo Desiderius sin dejar de sonreír– ¿quieres que te ayude a pasar en pie el resto de la noche?
tianijonas
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Mensaje por # TeamBullshit Sáb 12 Mayo 2012, 1:14 pm

LOO ODIOOOOOO !
ODIO A TODOS LOS QUE LE QUIEREN
HACER MAL A JOE ! ASHHH QUE RABIA !!!
Nooo por favor ! ayudenlo ! que no le pase nada
por que muero !
Siiigueeeeelaaaaaaaaaaaaaaaaaaa XD

PD: Estoy desesperada jajaja
# TeamBullshit
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Mensaje por # TeamBullshit Dom 13 Mayo 2012, 5:45 pm

Vas a seguirla ?
Por favorrr quiero
caps !!!!!
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Mensaje por Julieta♥ Dom 13 Mayo 2012, 7:33 pm

nnnnnnooooooooooo
como puede hacerle eso!!!
joe es un tonto..no debio ir...la rayis s elo advirtio!!!
nooo siento angustia
tienes q seguirla pronto
no me puedes dejar asiiii
estoyque lloro por el pobrecito de mi joe..no esjusto
siguel amujer
no nos dejes en ascuas
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por # TeamBullshit Lun 14 Mayo 2012, 1:09 pm

Siguelaaa !!!!!!!!
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Mensaje por Julieta♥ Lun 14 Mayo 2012, 5:36 pm

queremos caaaaaapppppppppp
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por # TeamBullshit Mar 15 Mayo 2012, 6:15 am

Donde estas ???? Quierooo un capppp !!!
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Mensaje por Julieta♥ Mar 15 Mayo 2012, 9:36 pm

por q te perdiste!!!
aparece!!!
queremos cappppp
necesitamso cappppp
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por # TeamBullshit Miér 16 Mayo 2012, 7:35 am

Volve volve !!! Quiero cappp !!!
Por favoooor !!!
# TeamBullshit
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Mensaje por tianijonas Jue 17 Mayo 2012, 6:27 am

Sorry mis niñas, no pude subirles cap hasta hoy... de veras sorry.....
pero como recompensa, les subo 2 si? :)
espero que los disfruten *...Placeres De La Noche...*  ~Joe&Tú~ - Página 3 1477071114
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Mensaje por tianijonas Jue 17 Mayo 2012, 9:12 am

*Capitulo 12*



_____ se despertó sobresaltada y tardó más de un minuto en darse cuenta de que se había quedado dormida, apoyada sobre Nick, en la habitación del hospital donde Tabitha estaba ingresada. Su madre dormía en la cama plegable, mientras que el Escudero y ella lo hacían en las dos incómodas sillas cercanas a la puerta.

Tabitha seguía dormida. Los médicos querían que permaneciera en observación hasta el día siguiente. Uno de los Daimons le había hecho un corte en la mejilla que le dejaría una fea cicatriz. Tenía todo el cuerpo lleno de heridas y moratones pero, según los especialistas, no era nada grave y se recuperaría completamente.

Sus hermanas se habían marchado a sus respectivos hogares, siguiendo órdenes de la señora Devereaux, pero ella había preferido quedarse, por si necesitaban algo. Aún con los nervios de punta, miró hacia la puerta y vio que su padre regresaba con dos tazas de café, una para él y otra para Nick.

–¿Quieres la mía, gatita? –le preguntó a ella, ofreciéndole su taza.

_____ respondió al ofrecimiento con una sonrisa, hasta que recordó el sueño.

–¿Estás bien? –le dijo el señor Devereaux.

Ella miró a Nick, notando como el corazón comenzaba a latirle más rápido.

–Joe tiene problemas.

El Escudero soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de café.

–Ha sido un sueño.

–No, Nick. Está en peligro. Lo he visto.

–Tranquilízate, _____; lo que pasa es que has tenido un mal día y estás preocupada por Tabitha. Es comprensible, pero Joe nunca se mete en camisas de once varas. Seguro que está bien. Hazme caso.

–No –insistió ella– escúchame Nick. Soy la primera en admitir que odio mis poderes, pero en este momento no me están mintiendo. Puedo percibir el dolor y el miedo que está sufriendo. Tenemos que encontrarlo.

–No puedes salir, _____ –le recordó su padre–. ¿Qué pasa si Desiderius te está esperando? ¿Y si envía a alguien para que te haga daño, como hizo con Tabitha?

_____ miró los ojos azules de su padre y le sonrió débilmente.

–Papi, tengo que ir. No puedo dejarlo morir.

Nick suspiró.

–Venga, _____. No va a morirse.

Ella cogió el abrigo del Escudero y comenzó a hurgar en los bolsillos.

–Entonces dame las llaves de tu coche y voy yo sola.

Nick le quitó las llaves con un gesto juguetón.

–Joe pedirá mi cabeza por esto.

–Si lo matan, no podrá hacerlo.

_____ vio la expresión indecisa del Escudero. Nick dejó la taza en el suelo, cogió el móvil y marcó.

–¿Lo ves? –le dijo ella– no contesta.

–A esta hora, eso no significa nada. Puede estar en mitad de una pelea.

–O gravemente herido.

Nick sacó la PDA de la funda del cinturón y la encendió. Tras unos segundos de espera, el color abandonó su rostro.

–¿Qué pasa?

–Tiene el dispositivo de rastreo apagado.

–¿Y eso qué significa?

–Que no sé dónde está. Ningún Cazador Oscuro desconecta el transmisor; es su salvavidas. –Se puso de pie de un salto y cogió el abrigo–. Muy bien, vámonos.

El señor Devereaux se interpuso entre ellos y la puerta. Era casi tan alto como Nick y estaba preparado para pelear.

–No vas a llevarte a mi niña ahí afuera, donde pueden hacerle daño. Antes te mato.

_____ pasó junto al Escudero y le dio un beso a su padre.

–No pasa nada, papi. Sé lo que estoy haciendo.

La mirada del señor Devereaux dejó muy claras las dudas que tenía al respecto.

–Deja que se vayan, Tom –dijo su madre desde la cama–. Esta noche no corre ningún peligro. Su aura es pura.

–¿Estás segura? –le preguntó su marido.

La señora Devereaux asintió.

Su padre suspiró, sin estar del todo convencido, y miró furioso a Nick.

–Que no le ocurra nada.

–Puede estar tranquilo –le aseguró él–. He dado mi palabra de que la cuidaré a una persona que me asusta mucho más que usted.

De mala gana, el señor Devereaux dejó que se marcharan.

_____ salió del hospital a toda prisa y cruzó el estacionamiento hasta llegar junto al Jaguar de Nick. Una vez en el coche, hizo todo lo que pudo para recordar el lugar donde había visto a Joe en el sueño.

–Estaba en un patio sombrío y pequeño.

Nick resopló.

–Estamos en Nueva Orleáns, chère. Con esa descripción no hacemos nada.

–Ya lo sé. Creo que tenemos que ir al Barrio Francés, pero no estoy segura. Joder, no lo sé. –Observaba con atención las calles oscuras por las que pasaban–. ¿No hay algún Cazador Oscuro al que podamos llamar para que nos ayude a encontrarlo? ¿Y si se lo decimos a Talon?

–No. Está ocupado persiguiendo a su objetivo –le contestó, pasándole el móvil–. Pulsa el botón de rellamada e intenta localizar a Joe.

Lo hizo, repetidas veces, pero no hubo respuesta.

Con la inminente llegada del amanecer, _____ comenzó a desesperarse. Si no lo encontraban pronto moriría. Completamente aterrorizada, hizo lo que no había hecho nunca: reclinó la cabeza en el asiento y recurrió de forma intencionada a sus poderes, dejando que la poseyeran por completo. La recorrió una terrorífica descarga, inundándola de calor y dejándola temblorosa. Su mente se vio asaltada por multitud de imágenes, algunas antiguas y otras imprecisas. Justo cuando estaba segura de que así no conseguiría nada, vio algo con total claridad.

–St. Philip Street –susurró–. Allí está.

Aparcaron en la calle y salieron del coche. No sabía muy bien por dónde buscar, pero guió a Nick por los callejones traseros, directa a un patio muy oscuro. Rodearon el edificio sin ver nada.

–Joder, _____, no está aquí.

Ella apenas lo escuchaba. Haciendo caso a su instinto, rodeó un seto muy alto y se detuvo, paralizada.

Joe estaba colgado en una valla, tan maltrecho que no se sostenía en pie.

–¡Dios mío! –exclamó mientras corría para acercarse a él.

Con mucho cuidado, le alzó la cabeza y jadeó al ver su rostro ensangrentado.

Le habían golpeado tanto que casi no podía abrir los ojos.

–¿_____? –susurró él–. ¿De verdad eres tú o estoy soñando?

Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

–Sí, Joe. Soy yo.

Nick soltó una maldición al llegar junto a ellos y extendió un brazo para tocar uno de los clavos que atravesaban el brazo de Joe. Apartó la mano, sin llegar a tocarlo, por si el simple roce pudiera hacerle más daño. _____ vio la furia en los ojos del Escudero y lo escuchó maldecir otra vez.

–¡Por amor de Dios! Lo han clavado a una tabla.

_____ sintió nauseas sólo de pensarlo. Nada más ver a Joe supo exactamente lo que Desiderius había hecho: había recreado su ejecución.

–Tenemos que sacarte de aquí –le dijo.

Joe tosió, medio ahogándose con su propia sangre.

–No hay tiempo.

–Tiene razón –confirmó Nick–. Amanecerá en cinco minutos, como mucho diez. No podremos llevarlo a casa antes de que salga el sol.

–Entonces llama a Tate.

–No llegará a tiempo. –Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula del Escudero mientras tocaba la mano de Joe, de cuyo centro sobresalía un clavo–. No estoy seguro de cómo vamos a poder liberarlo aunque Tate llegue a tiempo.

–No pasa nada –dijo Joe, con voz cansada. Tragó saliva y miró a Nick a los ojos–. Lleva a _____ con Talon y dile que las proteja, a ella y a su hermana.

Nick se alejó corriendo.

Ignorando al Escudero, _____ se concentró en Joe.

–No voy a dejarte morir –insistió con voz chillona y brusca–. Joder, Joe. No puedes morir así y convertirte en una Sombra. No voy a permitirlo.

La ternura con la que la miró le robó el aliento.

–Siento mucho haberte fallado. Ojalá hubiese podido ser el héroe que mereces.

_____ le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarla a los ojos. Le limpió la sangre que le manchaba los labios y la nariz con manos temblorosas.

–No te atrevas a rendirte, ¿me oyes? Si te mueres, ¿quién dice que Desiderius no acabará también con Talon? Lucha por mí, Joe, ¡por favor!

Joe esbozó una sonrisa.

-Está bien, _____. Me alegro mucho de que me hayas encontrado. No quería morir solo… otra vez.

Al escuchar sus palabras, _____ comenzó a llorar y el corazón se le subió a la garganta. ¡No!, gritó su alma en ese instante.

No podía dejarlo morir. Así no. No después de que la había protegido y la había cuidado. No cuando se había convertido en algo tan importante para ella.

Su mente no dejaba de imaginarse a su adorado Cazador Oscuro vagando por la tierra, atrapado entre dos mundos. Siempre hambriento. Siempre solo. No podía permitir que sucediera algo así.

Nick regresó con una barra de hierro.

–¿Qué es eso?

El Escudero la miró, furioso.

–No voy a dejar que muera de esta manera. Voy sacarlo de ahí. –E intentó arrancar el clavo que inmovilizaba la mano de Joe que, nada más rozarlo, se tensó por el dolor.

–¡No! –gritó _____.

Nick siguió intentándolo.

–¿Qué coño…?

Antes de que _____ fuese consciente de lo que hacía, sus poderes comenzaron a agitarse y surgieron en cascada, escapando a su control. Los clavos salieron disparados de los brazos de Joe, que cayó sobre ella al perder el punto de apoyo.

–Ayúdame, Nick –jadeó mientras intentaba mantenerse en pie con todo el peso de Joe encima.

Nick se había quedado pasmado, pero hizo un esfuerzo por salir del estupor y se acercó para sujetar a Joe. El peso lo hizo tambalearse, aunque consiguió llegar al coche tan rápido como sus piernas se lo permitieron.

–No nos dará tiempo a llegar a su casa antes de que amanezca –dijo entrecortadamente, jadeando por el esfuerzo.

–Podemos llevarlo a casa de mi hermana. Vive muy cerca de aquí.

–¿Cuál de ellas?

–Esmeralda. La conociste hace un rato; la del pelo largo y negro.

–¿La Suma Sacerdotisa de Vudú?

–No; la comadrona.

El Escudero llegó a casa de Essie en un tiempo récord; ninguno de los dos habló durante el camino.

Les costó bastante trabajo pero, al final, consiguieron sacar a Joe del coche y llevarlo hasta el porche en el mismo instante en que el sol se alzaba sobre el tejado del edificio situado enfrente de la casa de Esmeralda.

_____ golpeó con fuerza la puerta de la casita victoriana de su hermana.

–¿Esmeralda? ¡Date prisa! ¡Abre la puerta!

Vio la sombra de su hermana a través de las cortinas de encaje victoriano un momento antes de que el pomo de la puerta girara. _____ la abrió de un empujón y Nick metió a Joe en el recibidor sin perder un segundo.

–Baja las persianas –le ordenó el Escudero a Esmeralda mientras dejaba a Joe en el moderno sofá verde.

–¿Cómo dices? –le preguntó Essie–. ¿Qué está pasando aquí?

–Hazle caso, Essie, y te lo explico todo en un minuto.

Sin demostrar mucho entusiasmo, Esmeralda siguió las órdenes de Nick.

_____ acarició el rostro de Kyrian.

–Te han dejado hecho un desastre.

–¿Cómo está Tabitha? –le preguntó él con voz débil.

A _____ le enterneció que demostrara esa preocupación por su hermana, estando tan malherido.

–Voy a llamar a una ambulancia –anunció Esmeralda mientras cogía el teléfono.

Nick se lo quitó.

–No.

La mirada que le dedicó Essie hubiese hecho retroceder a la mayoría de los hombres, pero Nick se limitó a contemplarla con una expresión igual de desagradable.

–No pasa nada, Essie –la tranquilizó _____–. No podemos llevarlo a un hospital.

–Pero si no lo trasladáis, va a morir.

–No –le aseguró Nick–. No morirá.

Esmeralda alzó una ceja en un gesto de incredulidad.

–No es humano –le explicó _____.

Essie la miró con los párpados entornados.

–¿Y qué es, entonces?

–Un vampiro.

La ira desfiguró el rostro de Esmeralda que, en ese momento, se lanzó a por todos ellos, echando humo por la nariz.

–¿Has traído a un vampiro a mi casa? ¿Después de lo que le ha sucedido a Tabitha? ¡Por el amor de Dios, _____! ¿Es que no tienes sentido común?

–No va a hacerte daño –insistió _____.

–Estás como una puta cabra. Voy a llamar a…

Nick se interpuso entre Esmeralda y el teléfono.

–Si intentas marcar cualquier número, arranco el teléfono de la pared.

–Tío –lo increpó Essie a modo de advertencia–, ni creas qu…

–¡Ya basta! –gritó _____–. Joe nos necesita, Esmeralda, y, como tu hermana pequeña, te suplico que nos ayudes.

–Pero…

–Essie, por favor…

_____ observó la indecisión en el rostro de su hermana y supo que se debatía entre la negativa a ayudar a un no-muerto y la imposibilidad de dar la espalda a su hermana.

–Por favor, Es; nunca en la vida te he pedido un favor.

–Eso no es cierto. Me pediste prestado mi jersey favorito cuando estábamos en el instituto, para ponértelo el día que Bobby Daniels jugaba aquel partido.

–¡Es!

–De acuerdo –se rindió–, pero si muerde a alguno de los habitantes de esta casa, le clavo una estaca.

Joe permaneció inmóvil mientras Esmeralda y _____ lo despojaban de las ensangrentadas ropas. Era tal la agonía que estaba padeciendo que apenas podía respirar. Le resultaba imposible dejar de ver el momento en que los Daimons lo habían atacado y ansiaba desquitarse exigiendo su sangre.

«Dejemos que el sol acabe con él», seguía diciendo la voz de Desiderius en sus oídos. Ese cabrón iba a pagarlo con creces. Ya se encargaría él…

_____ sintió el corazón en un puño al ver las heridas del cuerpo de Joe. Tenía los brazos y las manos agujeradas a causa de los enormes clavos. Nunca había odiado a nadie, pero en ese momento odiaba a Desiderius con tanta intensidad que, si lo tuviese delante, lo destrozaría tan sólo con las manos.

Se apartó de Joe un minuto para llamar a sus padres y preguntar por el estado de Tabitha. Mientras tanto, Essie siguió vendándole las heridas y Nick continuó paseándose, nervioso, de un lado a otro de la habitación.

–¿Qué quieres que haga con Desiderius? –le preguntó el Escudero a Joe.

–Que te mantengas alejado de él.

–Pero, mírate…

–Soy inmortal; sobreviviré. Tú no lo harías.

–Sí, claro. Si hubiésemos llegado tres minutos más tarde tú tampoco habrías sobrevivido.

–Nick –lo advirtió _____–; tu actitud no nos está ayudando en nada. Kyrian necesita descansar.

–Lo siento –se disculpó, inquieto, pasándose la mano por el pelo alborotado–. Suelo atacar cuando estoy preocupado; es un mecanismo de defensa.

–No importa, Nick –lo tranquilizó Joe–. Vete a casa y duerme un rato.

El Escudero asintió con una expresión tensa. Antes de marcharse, miró a _____.

–Llámame si necesitas cualquier cosa.

–De acuerdo.

Esmeralda acabó de atender a Joe justo cuando Nick salía por la puerta.

–Debe dolerte mucho. ¿Qué te ha sucedido exactamente?
–He sido un imbécil.

–Muy bien, Imbécil –continuó Esmeralda, con brusquedad– vamos a tener que entablillar esas piernas y aquí no tengo lo necesario.

–¿Puedo usar el teléfono? –le preguntó Joe.

Esmeralda se lo acercó, mirándolo con el ceño fruncido.

Mientras marcaba, _____ continuó limpiándole la sangre del rostro.

–¿Cómo puedes actuar con tanta normalidad? –le preguntó–. Debes estar sufriendo una agonía.

–Los romanos me torturaron durante un mes, _____. Créeme, esto no es nada.

Aún así, ella sufría por él. ¿Cómo era capaz de soportar todo ese dolor?

No pudo evitar escuchar la conversación de Joe con la persona a la que había llamado.

–Sí, lo sé. Nos vemos dentro de un rato.

Cuando terminó de hablar, _____ cogió el teléfono para dejarlo en su sitio y Joe cerró los ojos para descansar, mientras Esmeralda se llevaba a su hermana a la cocina.

–Quiero una explicación. Ahora. ¿Por qué hay un vampiro herido en mi sofá?

–Me salvó la vida. Sólo le estoy devolviendo el favor.

Essie le lanzó una furiosa mirada.

–¿Te has parado a pensar lo que haría Tabitha si lo descubriera?

–Lo sé, pero no podía dejar que muriera. Es un buen hombre, Es.

Esmeralda abrió la boca, totalmente pálida.

–No, _____. Esa cara no.

–¿Qué cara?

–Esa mirada emocionada que pones cuando ves a Brendan Fraser en la pantalla.

–¿Cómo dices? –preguntó _____, ofendida.

–Estás loca por él.

_____ sintió que se sonrojaba.

–¡_____! ¿Por qué no usas el cerebro?

Ella evitó la mirada inquisitiva de su hermana volviendo la vista hacia el sofá donde yacía Joe.

–Mira, Essie; no soy una estúpida, ni tampoco soy una niña. Sé que nunca podrá haber nada entre nosotros.


–¿Pero…?
–¿Qué quieres decir con «pero…»?

–Me da la sensación de que hay un pero… al final de esa frase.

–Pues no lo hay –le contestó, empujándola ligeramente hacia las escaleras–. Y ahora, vuelve a la cama y duerme un poco.

–Sí, claro. ¿Vas a asegurarte que el señor Vampiro no nos utiliza de aperitivo mientras duermo?

–No bebe sangre.

–¿Y cómo lo sabes?

–Porque me lo ha dicho él.

Essie cruzó los brazos delante del pecho y la miró, ofendida.

–¡Ah, claro! Y nosotras nos lo creemos a pies juntillas, ¿no?

–¿Puedes dejarlo ya, Essie?

–Venga, _____ –la increpó, señalando con la mano hacia el sofá–. Ese hombre es un asesino.

–No lo conoces.

–Tampoco conozco a ningún caimán y estoy segura de que no dejaría entrar a ninguno en mi casa. ¡Joder, _____! No puedes domesticar a un animal salvaje.

–No es un animal salvaje.

–¿Estás segura?

–Sí.

Pero Essie seguía mostrándose escéptica; los ojos la delataban.

–Ya puedes estar en lo cierto, mocosa, o vamos a acabar todos bien jodidos.

Horas después, mientras Essie se vestía para ir a trabajar, _____ preparó a Joe un ligero desayuno.

–Te agradezco la intención, pero no tengo hambre –lo rechazó él amablemente.

Ella dejó el plato sobre la mesita y deslizó un dedo, con mucho cuidado, sobre el vendaje que le cubría el brazo; había seguido sangrando y las gasas estaban manchadas.

–Ojalá me hubieses hecho caso y te hubieses quedado en casa.

–No puedo hacer eso, _____. He hecho un juramento y tengo obligaciones.

Su trabajo. Eso era todo lo que le importaba y ella comenzaba a preguntarse si la protegía porque su preocupación era genuina o como parte de su deber como Cazador Oscuro.

–Pero me dijiste que confiabas en mis poderes y cuando te dije que…

–_____, por favor. No tenía otra opción.

Ella asintió.

–Espero que lo mates.

–Lo haré.

_____ le cogió la mano y le dio un apretón.

–No pareces tan seguro como antes.

–Eso es porque he pasado la noche clavado a una tabla y esta mañana no estoy en mi mejor momento.

–No tiene gracia.

–Ya lo sé –contestó él–. Es que me molesta que supiese exactamente dónde golpear para hacer más daño. Directo a…

Ella esperó unos minutos para que continuara, pero Joe permaneció en silencio.

–¿Directo a dónde? –lo instó ella.

–A ningún sitio.

–Joe, cuéntamelo. Quiero saber cómo consiguió hacerte esto.

–No quiero hablar de eso.

Antes de que pudiera presionarlo más, alguien llamó a la puerta.

–Por favor –le dijo en voz baja– deja entrar a D’Alerian.

–¿El Guardián de los Sueños?

Joe asintió.

Muerta de curiosidad, se levantó para abrir la puerta principal y, al hacerlo, retrocedió unos pasos. El hombre que estaba en el porche no se parecía en nada a como lo había imaginado. Mucho más alto que ella, el Guardián de los Sueños tenía el pelo negro como la noche y unos ojos tan pálidos que parecían resplandecer con luz propia. Vestido por completo de color negro, como si fuese un Cazador Oscuro, lo habría devorado con la mirada de no ser por la extraña tendencia que tenían sus ojos a apartarse de él. Era muy raro.

Muy curioso. Tenía que esforzarse para mirarlo, ya que sus ojos lo evitaban en contra de su voluntad, y eso que cualquier mujer ardería de deseo y se quedaría boquiabierta de la impresión con sólo echarle un vistazo.

Sin pronunciar una sola palabra, el hombre pasó junto a ella y se acercó a Joe. La puerta se le escapó de la mano y se cerró con un sonoro portazo, impidiendo la entrada a la luz del sol.

D’Alerian se movía con elegancia y agilidad. Al acercarse al sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se alzó las mangas de la camisa negra.

–¿Desde cuándo llamas a las puertas? –le preguntó Joe.

–Desde que me preocupo por no asustar a los humanos. –El Guardián de los Sueños observó el cuerpo de Joe de la cabeza a los pies–. Estás hecho un desastre.

–Todo el mundo se empeña en decirme lo mismo.

No había rastro de humor en la expresión de D’Alerian. Ni de cualquier otra emoción. Parecía mucho más sereno e imperturbable que Talon; como si no tuviese sentimientos.

El Guardián de los Sueños alzó una mano y uno de los sillones se movió hasta quedar justo al lado del sofá. Sin prestar atención a _____, colocó la mano sobre el hombro de Joe.

–Duerme, Cazador Oscuro. –Y, antes de que acabara de hablar, Joe ya estaba profundamente dormido.

_____ observó la escena. D’Alerian no movió la mano que tocaba a Joe; tenía los ojos cerrados. Y, en ese preciso momento, su expresión cambió y su rostro adoptó la rigidez de aquél que está siendo sometido a una intensa agonía. De hecho, estaba reflejando todo el dolor que Joe debía haber sufrido.

unos minutos, apartó la mano y se reclinó en el sillón, respirando laboriosamente. Se cubrió la cara con las manos, como si con ese gesto pudiese alejar la pesadilla. Cuando la miró, la intensidad de sus ojos hizo que _____ diera un respingo.

–Nunca, en toda la eternidad, había contemplado algo así –le susurró con voz ronca.

–¿El qué?

Suspirando entrecortadamente, D’Alerian continuó.

–¿Quieres saber cómo logró capturarlo Desiderius?

Ella asintió.

–A través de sus recuerdos. Jamás he experimentado tanto dolor en otra persona. Cuando esos recuerdos lo inundan, Joe se queda indefenso y es incapaz de actuar con cordura.

–¿Qué puedo hacer?

–Nada; a no ser que se te ocurra el modo de erradicar esos recuerdos. Si continúan torturándolo de este modo, está perdido. –Antes de seguir hablando, miró a Joe–. Dormirá hasta que caiga la noche; no lo molestes. Cuando se despierte, podrá volver a andar, pero aún estará débil. Intenta que no vaya tras Desiderius durante un par de días. Hablaré con Artemisa y veremos qué se puede hacer.

–Gracias.

D’Alerian le respondió con un leve gesto y desapareció con un destello de luz dorada. Unos segundos después, su chaqueta también se evaporó.

_____ se sentó en el sillón que el Guardián de los Sueños acababa de dejar libre y, mirando al techo, lanzó una carcajada. Estaba histérica. Lo único que siempre había deseado era una vida normal. Y ahora tenía un vampiro por amante y un Guardián de los Sueños –concepto que aún no estaba muy segura de entender– apareciendo y desapareciendo como por arte de magia de la casa de su hermana, mientras otro vampiro estaba intentando matarlos a todos.

La vida era una ironía.

Ladeó la cabeza y observó a Joe. Se le había normalizado la respiración y el ceño de dolor que le arrugaba la frente había desaparecido. Las heridas seguían siendo espantosas, pero algunas de ellas ya empezaban a curarse.
¿Qué le habría hecho Desiderius?

Joe despertó y vio que la luz de la luna entraba por las ventanas abiertas del salón. No recordó dónde estaba hasta que intentó moverse y el dolor lo atravesó. Apretó los dientes y se incorporó lentamente para sentarse. En ese momento, vio a Esmeralda delante de él, con una enorme cruz en una mano y una ristra de ajos colgada del cuello.

–Tío, no se te ocurra moverte de ahí. Y no intentes el truco de controlar mi mente.

A pesar del dolor, Joe soltó una carcajada.

–¿Sabes una cosa? Ni las cruces ni los ajos tienen efecto alguno sobre nosotros.

–Sí, claro –le contestó ella, acercándose un poco más a él–. ¿Dirías lo mismo si te toco con ella?

Cuando estuvo lo bastante cerca, Joe extendió un brazo y le quitó la cruz.

–¡Ay, ay, ay! –gritó, fingiendo estar dolorido y acercándosela hasta el pecho–. En serio –le dijo, dándosela de nuevo– no tiene ningún efecto. Y en cuanto al ajo, si a ti no te molesta el olor, a mí tampoco.

Esmeralda se quitó la ristra de ajos.

–Entonces, ¿a qué eres vulnerable?

–A ti te lo voy a decir…

Essie ladeó la cabeza.

–_____ tiene razón; eres exasperante.

–Deberías haber tenido una charla con mi padre antes de que me lo comiera.

Esmeralda palideció y retrocedió un par de pasos.

–Está tomándote el pelo, Es. No se ha comido a su padre.

Él se dio la vuelta y vio a _____ de pie, en el hueco de la puerta que había a sus espaldas.

–¿Estás completamente segura de eso?

Ella sonrió.

–Sí, completamente. Y supongo que debes sentirte mejor, si tienes ganas de bromear. –Se acercó y apartó las vendas que le cubrían los brazos para ver las heridas–. ¡Dios Santo! Están prácticamente curadas.

Joe asintió, cogió una de las camisas que Nick había dejado allí esa misma tarde mientras él descansaba, y se la puso, al tiempo que les explicaba lo de las heridas.

–Gracias a D’Alerian, en un par de horas más habrán desaparecido por completo.

_____ lo observó mientras se levantaba del sofá. El único indicio de que aún no estaba en forma era la lentitud de sus movimientos.

–¿No crees que deberías seguir acostado?

–Necesito moverme para aliviar la rigidez. –Mientras pasaba a su lado, murmuró de forma casi inaudible–: Al menos, parte de ella.

_____ lo ayudó a llegar hasta la cocina.

–Essie, ¿quedan espaguetis?

–¿Es que come espaguetis?

_____ alzó la cabeza para mirarlo.

–¿Los comes?

Él miró a Esmeralda de forma amenazadora.

–No resulta tan satisfactorio como chupar el cuello de un par de italianas, pero no están mal.

_____ soltó una carcajada al ver la expresión espantada de su hermana.

–No le tomes más el pelo o te clavará una estaca mientras duermes.

Joe se sentó y la miró de arriba abajo con los ojos cargados de deseo.

–A mí sí que me gustaría clavártela mientras estás despierta.

Ella sonrió al escuchar la indirecta mientras le servía el plato de espaguetis.

–Me alegra muchísimo ver que tienes ganas de bromear. Pasé mucho miedo esta mañana; pensé que iba a perderte a pesar de haberte encontrado.

–¿Cómo está Tabitha?

–Muy bien. Ya le habrán dado el alta.

–Me alegro.

_____ se dio cuenta de que estaba muy preocupado; tenía una expresión extraña.

–¿Qué te pasa? –le preguntó mientras colocaba el plato en el microondas.

–Desiderius está ahí fuera y volverá a matar de nuevo. No puedo quedarme aquí acostado y esper…

_____ le tapó la boca con la mano, impidiendo de este modo que siguiera hablando.

–¿Y qué conseguirás dejándote matar?

–Ayudar a Nick, ya que heredará todos mis bienes.

–No tiene gracia.

–Siempre me dices lo mismo.

Ella sonrió débilmente.

–Antes de que vuelvas a salir en busca de Desiderius, tenemos que trazar un plan. En estos momentos te da por muerto, así que contamos con el factor sorpresa.

–¿Contamos?

–No voy a dejar que vuelvas a luchar solo con él. Nos está amenazando a mi familia y a mí y no pienso quedarme en la retaguardia esperando a que vuelva a atacar.

Él alargó un brazo y le acarició la cara.

–No quiero que te haga daño.

–Entonces enséñame lo necesario para que pueda ayudarte a darle una buena patada en el culo.

Joe sonrió al escucharla.

–Hace dos mil años que lucho solo.

–Bueno, nunca se es lo demasiado viejo para aprender.

Joe resopló.

–No puedes enseñarle nuevos trucos a un perro viejo.

–Borrón y cuenta nueva.

–El tiempo es oro.

–Dios ayuda a los que se ayudan.

Él soltó una carcajada.

–No vas a dejarme ganar, ¿verdad?

–No. Voy a acabar de prepararte la comida y después te contaré todo lo que he averiguado mientras dormías.

Joe observó cómo echaba queso sobre la pasta. Nunca había conocido a una mujer como ella. Después de que Desiderius lo abandonara para que el sol acabara con él, había cerrado los ojos para recordar la imagen de _____ en su cama y la sensación de tenerla entre sus brazos.

Pensar en ella lo había reconfortado de un modo que no se merecía.

¿Y si fallo de nuevo y no mato a Desiderius?

La idea lo horrorizaba. Ella se quedaría sola. Cerró los ojos y la vio en una cama del hospital, como Tabitha. O aún peor.

No. Ella tenía razón. Necesitaba enseñarle unas cuantas cosas para que pudiera defenderse. Desiderius era demasiado peligroso. Demasiado ladino.

Era un cabrón y no se había tirado un farol cuando afirmó saber dónde atacar.

–¿Joe?

Él levantó la vista para mirarla.

Mientras pensaba, _____ había servido la pasta y la había colocado en la mesa, junto con un plato de ensalada; se acercó a él y le puso la mano en la frente.

–No le des más vueltas.

–¿A qué?

–A lo de Desiderius. Estabas tan concentrado que casi podía escuchar tus pensamientos.

En ese momento, Esmeralda se asomó a la cocina.

–Kara está de parto y tengo que marcharme. ¿Estás segura de que quieres quedarte sola con él?

–Claro que sí, Essie. Vete; fuera de aquí; ¡largo!

–Muy bien, pero te llamo luego.

_____ le contestó con un gruñido y miró a Kyrian.

–¿Has intentando alguna vez vivir con nueve madres?

–La verdad es que no.

Una vez que acabó de comer y llamó a Nick, _____ lo acompañó al aseo del
segundo piso, para ayudarlo a darse un baño.

Joe permaneció totalmente inmóvil mientras ella le desabrochaba la camisa, se la quitaba y hacía lo propio con los pantalones. Su miembro se endureció con el roce de sus dedos.

–En realidad, hace siglos que no tomo un baño de verdad. Siempre me ducho.

–Bueno, bañarse es mucho más divertido… te lo prometo. –Poniéndose de puntillas le dio un ligero beso en los labios.

Joe se dejó llevar y se metió en la bañera, siguiendo sus órdenes. La sensación del agua caliente deslizándose sobre su piel, mientras ella echaba jabón en la manopla, era maravillosa. No pudo evitar trazar el contorno del mentón de _____ con un dedo.

Ella se quitó la ropa y se metió con él en la bañera. La rodeó con los brazos pero, en cuanto _____ comenzó a moverse sobre su cuerpo, los viejos recuerdos se apoderaron de él. Al instante, volvió a estar en su antiguo hogar y era Theone la que lo bañaba; era su mirada distante la que veía.

_____ notó que se quedaba rígido.

–¿Te he hecho daño?

–Apártate, déjame salir –le dijo, haciéndola a un lado.

Algo iba mal. Algo malo le estaba sucediendo.

–¿Joe?

Estaba evitando mirarla a los ojos y, súbitamente, recordó lo que D’Alerian le dijo. Decidida a librarlo de sus demonios, lo cogió firmemente por el rostro y lo obligó a mirarla.

–Joe; no soy Theone y jamás te traicionaré.

–Déjame…

–¡Mírame! –insistió–. Mírame a los ojos.

Y él lo hizo.

–Te he preparado la comida y no te he drogado. Jamás te haría daño. Jamás.

Joe frunció el ceño.

Ella se deslizó sobre él, inclinándose aún más sobre su cuerpo.

–Ámame, Joe –lo instó, cogiéndole las manos y colocándolas sobre sus pechos–. Déjame borrar esos recuerdos.

Joe no sabía si eso era posible, pero al sentirla allí desnuda, con su piel húmeda y su cálido aliento, comprendió que no quería alejarse de ella. Había estado mucho tiempo privado del consuelo de una mujer, de la ternura de sus caricias. _____ volvió a moverse sobre él, acercándose a su rostro y eso le hizo perder el hilo de sus pensamientos.

–Confía en mí, Joe –le susurró al oído, justo antes de trazar con la lengua los sensibles pliegues de la oreja.

Joe creyó arder.

–_____ –jadeó; el nombre salió de sus magullados labios a modo de oración.

Ella era su salvación.

Había intentado con todas sus fuerzas liberarse del pasado, hacerlo desaparecer, pero no lo había logrado; estaba allí, bajo la superficie, esperando el momento más inesperado para abalanzarse sobre él.

Pero no iba a permitir que estropeara ese instante. No con _____ en sus brazos.

Ella percibió cómo caía el velo que ocultaba sus emociones. Por primera vez, vio en sus ojos el alma de ese hombre que no tenía alma. Y mucho más, vio la pasión y el anhelo. La necesidad de poseerla.

Sonriendo, se inclinó para besarlo con mucha ternura, temerosa de hacerle aún más daño. Para su sorpresa, él tomó las riendas del beso y lo profundizó, abrazándola con tanta fuerza que comenzaba a costarle trabajo respirar. La lengua de Joe se enredaba con la suya, avivando su deseo. Introdujo la mano entre ambos y descendió hasta tomar su verga en la mano. La acercó hasta la entrada de su cuerpo y comenzó a introducírsela centímetro a centímetro, muy despacio, hasta que la sintió dentro en toda su longitud y, entonces, comenzó a moverse lenta y suavemente sobre él, por temor a hacerle daño.

Él echó la cabeza hacia atrás y contempló la expresión satisfecha de _____ mientras lo acariciaba con todo su cuerpo. Alargó un brazo y la sujetó por la barbilla.

–Eres mucho más de lo que me merezco.

Ella le contestó besándolo con ferocidad, mordisqueándole los labios. ¡Dios Santo! Ese hombre sí que sabía besar. Le pasó la lengua por los colmillos mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos y él gimió en su boca, haciendo que todo su cuerpo vibrara.

Joe alzó las manos y le sujetó la cabeza para profundizar aún más el beso.

Abrumada por todas las emociones que la asaltaban, _____ se corrió en sus brazos y él siguió besándola con más intensidad.

–Eso es, _____ –murmuró, cogiéndole un pecho y pellizcándole un pezón con suavidad–. Córrete por los dos.

Ella abrió los ojos y vio el deseo voraz en esos abismos negros.

–Pero no es justo.

Él sonrió.

–No me importa, de verdad. Con estar dentro de ti es suficiente.

Ella no se dejó engañar, pero lo ayudó a salir de la bañera y lo secó con una toalla. Lo acompañó hasta la cama de la habitación de invitados y cerró las ventanas, asegurándose de que no quedara ni un resquicio por donde pudiera pasar la luz del sol. Se quedó allí un rato, observándolo mientras dormía. Su maltrecho cuerpo se curaba a ojos vista. Si pudiese curar su corazón con la misma facilidad…

¡Maldita fuese su esposa por la crueldad con que lo había tratado!

En ese momento, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Echándole un último vistazo a Joe, salió de la habitación sin hacer ruido y bajó para abrir la puerta. Era Nick, con una maleta pequeña.

–Pensé que necesitaría ropa y algunas cosas más.

_____ lo dejó pasar, sonriendo ante la preocupación que demostraba el Escudero.

–Gracias; estoy segura de que Joe apreciará el gesto.

Nick dejó la maleta junto al sofá.

–¿Dónde está?

–Arriba, durmiendo; espero.

–Escúchame –le dijo él con brusquedad–. Talon va con Tabitha de regreso a casa de tu madre para asegurarse de que llega sana y salva. He puesto a un par de escuderos tras Esmeralda y el resto de tu familia. Ahora que Desiderius da por muerto a Joe, no sabemos qué va a hacer ni a quién va a atacar. Dile a toda tu familia que tenga los ojos bien abiertos.

Joe los escuchaba desde la cama. Percibía el miedo en la voz de _____; la ansiedad. Y sabía cuál era el modo de que todos sus temores se desvanecieran. Si Desiderius se enteraba de que estaba vivo, iría tras él y dejaría en paz a _____ y a sus hermanas. Él era el primer objetivo en la lista del Daimon. El resto, meros aperitivos.

Dolorido, salió de la cama muy lentamente y se vistió.
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*...Placeres De La Noche...*  ~Joe&Tú~ - Página 3 Empty Re: *...Placeres De La Noche...* ~Joe&Tú~

Mensaje por tianijonas Jue 17 Mayo 2012, 9:43 am

*Capitulo 13*



–Joe, siento molestarte… –_____ dejó de hablar al abrir la puerta de la habitación y ver la cama vacía.

–¿Dónde está? –preguntó Nick, que entró al dormitorio tras ella.

–No lo sé. Lo dejé aquí hace un momento.

Nick cogió el móvil, soltó un taco y, de repente, se paró a pensar.

–Joder, si no tiene teléfono.

–No creo que se haya marchado.

Se movió para ir a echar un vistazo al baño, pero la expresión del Escudero le dejó muy claro que estaba a punto de hacer una estupidez.

–Claro que se ha largado. –Se acercaron a la ventana y, en ese momento, vieron cómo Joe arrancaba el Jaguar de Nick y se alejaba por la carretera.

La primera parada fue la tienda de muñecas. Tenía intención de encontrar a uno de los secuaces de Desiderius, y lo último que necesitaba en esos momentos era ir desarmado.

No eran más de las ocho de la tarde cuando abrió la puerta de la tienda y escuchó la campanilla que avisaba a la dueña. Liza salió al instante de la trastienda, con una expresión amistosa y cálida en su arrugado rostro. Hasta que se dio cuenta de los moretones que tenía en la cara.

–General… –dijo a modo de reprimenda–. ¿Estás bien?

–Estoy perfectamente, Liza, gracias. Sólo he venido a recoger el pedido.

Ella lo miró y arrugó el ceño.

–Se lo di a Nick ayer, ¿no te lo ha dicho?

Joe maldijo en su fuero interno. Tenía que habérselo imaginado. La única ocasión en la que su Escudero se acordaba de recoger un encargo y daba la casualidad de que era la única ocasión en la que habría tenido que esperar.

En ese momento, se escuchó un ruido en la trastienda, tras las cortinas color borgoña. Joe percibió una extraña vibración; una que hacía mucho tiempo que no sentía.

En cuanto la sensación se desvaneció, dejándole la piel erizada, las cortinas se abrieron solas. Entre las sombras se adivinaba la silueta de un hombre cuya presencia dominaba toda la estancia. Con sus dos metros de altura y ataviado por completo de negro, conseguía que todas las criaturas temblaran de miedo o que se quedaran inmóviles ante su presencia.

O, en el caso de Joe, que lo miraran con expresión asesina.

Acheron sonrió, y su rostro adoptó una expresión aún más pícara si cabía. Aunque las Ray-Ban Predator le ocultaban los ojos, era capaz de hacer que las mujeres se desmayaran tan sólo con mirarlo. Arrogante y duro, ni hacía prisioneros, ni mostraba compasión por nadie. Era una criatura con muchas peculiaridades; entre ellas, y la que más llamaba la atención, su pelo, que no duraba mucho del mismo color. Se lo cambiaba tan a menudo que la mayoría de los Cazadores Oscuros hacían apuestas sobre el nuevo color de la semana. Esa noche lo llevaba teñido de verde oscuro, recogido hacia atrás en una coleta y con una pequeña trenza que le caía desde la nuca, por encima del hombro, hasta el pecho.

–Acheron –lo saludó Joe, sin ocultar su irritación–. ¿Has venido a vigilarme?

–Nunca, hermanito. Estoy aquí de turismo. ¿Qué te parece?

–Sí, claro. Tienes toda la pinta de un turista. Ese pelo verde oscuro pasaría desapercibido en cualquier sitio.

A Ash le hizo gracia el sarcasmo de Joe y soltó una carcajada.

–Bueno, supuse que, ya que Talon está protegiendo a… ¿cómo se llama…? Tabitha, y tú vas detrás de Desi-Desastroso, no os vendría nada mal que os echara una mano.

–La última vez que pedí que alguien me echara una mano, Artemisa me envió una momificada.

Ash sonrió.

–Ya sabes que, tratándose de los dioses, hay que ser muy concreto. Además… tengo información.

–Podías haberla mandado por correo electrónico.

Acheron se encogió de hombros.

–Mi presencia no significa nada. Sabes que no voy a interferir en tu lucha con Desiderius.

¿Y por qué no acababa de creérselo? Claro, porque a Acheron Parthenopaeus le encantaba meter las narices siempre que aparecía un Daimon interesante.

–Me parece que ya he oído eso antes.

–Muy bien –dijo, encogiéndose de hombros con un gesto indiferente–. Ya que no quieres la información que tengo, la guardo y me…

–Sé lo del mensaje de los Oráculos.

–Pero no conoces el resto de la historia –los interrumpió Liza.

Acheron la miró con el ceño fruncido.

–¿Qué historia? –preguntó Joe.

Ash sacó un chicle de un bolsillo y comenzó a desenvolverlo de forma meticulosa.

–Has dicho que no te interesaba.

–Muy bien, iré tras él sin necesidad de saber más.

Cuando llegó a la puerta, la voz de Acheron lo detuvo.

–¿No te parece raro que Desiderius tenga poderes que van más allá del alcance de un Daimon?

–¡Vaya! –exclamó Joe, dándose la vuelta para mirarlo de frente–. Deja que lo piense… Sí.

A Liza se le escapó una risilla que hizo que Acheron la mirara de soslayo, furioso. La anciana se enderezó y soltó una carcajada, disculpándose antes de regresar corriendo a la trastienda, donde siguió desternillándose de la risa.

Acheron la siguió con la mirada hasta que desapareció tras las cortinas y después volvió a prestar atención a Joe, adoptando una actitud seria.

-Muy bien. Estos son los hechos: parece ser que al viejo Baco le dio un calentón una noche y se lo montó con una nena apolita. Nueve meses después nació Desiderius.

–Mierda.

–Exacto –comentó Acheron mientras cogía una de las muñecas que Liza había hecho a imagen de Artemisa. El parecido era tan sorprendente que, por un momento, lo desconcertó. La dejó de nuevo en la estantería y siguió hablando–. Lo bueno es que a papi Baco le importó un comino ya que, desde el comienzo de los tiempos, ha ido desperdigando bastardos por el mundo. Lo malo es que Desiderius pilló un pequeño berrinche cuando los familiares de su papaíto no prestaron la más mínima atención a la llegada de su vigésimo séptimo cumpleaños, que marcaba el fin de sus días. Y, siendo un semidiós, pensó que se merecía una vida un poco más larga… digamos que… inmortal.

–Y se convirtió en un Daimon.

Ash asintió con la cabeza.

–Con sus poderes de semidiós nos iguala en velocidad, fuerza y destreza. Y, al contrario que nosotros, no lo ata ningún Código.

–Eso explica un montón de cosas, ¿no? Si no puedes ir detrás de los dioses, persigue a sus servidores.

–Exactamente. Somos el objetivo principal de Desi.

–Una pregunta.

–¿La tengo que contestar?

Joe no prestó atención al sarcasmo.

–¿Por qué tiene que ser un Cazador Oscuro con alma el que lo derrote?

–Porque lo dice la profecía y ya sabes cómo funcionan esas cosas.

–¿Y tú cómo sabes todo esto?

Acheron volvió a mirar a la muñeca que había cogido momentos antes.

–Anoche estuve hablando con Artemisa. Me costó un poco, pero al final se lo saqué.

Joe se detuvo a pensar un instante. Ash siempre había sido el Cazador Oscuro favorito de la diosa. Que Artemisa lo demostrara de forma tan abierta despertaba la envidia de algunos Cazadores, pero a él no le importaba. Al contrario, le agradecía mucho a Ash que le arrancara información a la diosa para poder ayudarlos en su tarea.

–¿Sabes? –le dijo a Acheron– algún día tendrás que explicarme qué tipo de relación tenéis y por qué eres el único Cazador Oscuro que puede estar en presencia de un dios y no acabar frito.

–Puede que algún día te lo cuente, pero no será esta noche. –Cogió una espada retráctil y una daga arrojadiza y se las ofreció–. Ahora mueve el culo y regresa a la cama. Tienes un trabajito que concluir y necesitas recuperar fuerzas.
Joe se acercó a la puerta.

–Oye, por cierto.

Kyrian se dio la vuelta para mirar a Ash.

–No se te ocurra volver solo a casa.

–¿Cómo dices?

–Desiderius tiene tu número. Allí no estás seguro.

–Me importa una mierda que…

–Escúchame, general –le dijo Acheron con tono amenazador–. Nadie está poniendo en duda tu capacidad para hacer de Desiderius el próximo aperitivo del Road Kill Diner, pero no olvides que tienes gente a la que proteger, incluyendo a un cajun testarudo, igual de dispuesto que tú a seguir órdenes… y a una bruja con poderes adormecidos. Así que, por una vez en tu vida, ¿podrías hacer lo que se te ordena, sin rechistar?

Joe compuso una sonrisa forzada.

–Sólo esta vez; no vayas a acostumbrarte.

Ash lo siguió con la mirada mientras salía de la tienda. En cuanto la puerta se cerró, Liza regresó de la parte trasera.

–¿Por qué no le has dicho que Artemisa te ha dado su alma? –le preguntó.

Ash metió la mano en el bolsillo, donde guardaba el medallón.

–Aún no ha llegado la hora, Liza.

–¿Y cómo sabrás que es el momento indicado?

–Confía en mí; lo sabré.

La anciana hizo un gesto de asentimiento y sostuvo las cortinas para que Acheron pasara a la trastienda.

–Y… hablando de gente que no atiende sus heridas, ven aquí y déjame que te ayude. ¡Por amor de Dios! No he visto en toda mi vida a alguien con la espalda tan destrozada. No entiendo por qué consientes que te hagan algo así; y sé que te prestas a ello, porque un Cazador Oscuro con tus poderes jamás dejaría que lo maltrataran de este modo sin su consentimiento.

Ash no contestó. Tenía sus razones. Artemisa nunca estaba dispuesta a entrega el alma de uno de sus Cazadores. El precio a pagar era muy alto.

Había consentido en sacrificar parte de su carne para poder darle a Joe la oportunidad de acabar con Desiderius. Pero más que nada, los moratones y las cicatrices de su espalda eran el precio por la felicidad del general. Un ritual sangriento al que se sometía gustoso cada vez que un Cazador Oscuro –o Cazadora–, quería recuperar su alma.

Un ritual que todos ellos desconocían.

Lo que había entre Artemisa y él era estrictamente privado. Y ya se encargaría él de que siguiera siéndolo.

Joe se dirigió a Bourbon Street, al mismo lugar donde se había encontrado con los dos humanos, secuaces de Desiderius. El dolor del costado empezaba a disminuir, aunque todavía era horroroso. Tardó más de media hora en encontrarlos.

La expresión que el imbécil puso al verlo fue impagable.

–¡Coño!

Joe lo agarró antes de que pudiera salir corriendo.

–Dile a Desiderius que esto aún no ha acabado.

El muchacho asintió y, cuando Joe lo soltó, se alejó corriendo calle abajo.

Sabía que la primera regla en una guerra era la de utilizar el factor sorpresa como garantía de una victoria casi segura. Acababa de echar por tierra su mejor baza para ganar. Pero no podía mantener esa ventaja a riesgo de que _____, o alguien de su familia, acabaran heridos. Desiderius no iría tras ellos mientras tuviera un Cazador Oscuro con el que enfrentarse.

Volvió cojeando al coche de Nick y, por fin, y regresó junto a la única persona con la que se sentía en paz.

–¿Dónde has estado? –le preguntó _____ nada más llegar.

–Tenía cosas que hacer.

Nick soltó una maldición.

–Has ido en busca de Desiderius, ¿verdad? –Y soltó otro taco–. Le has mandado un mensaje para que sepa que estás vivo.

Joe lo ignoró y fue hasta el sofá para sentarse.

–¿Estás bien? –le preguntó _____.

Nick lo miró con cara de pocos amigos. Abría y cerraba los puños mientras se paseaba alrededor del sofá.

–Joder, Joe ¿por qué…?

–Nick, déjalo. No estoy de humor.

La expresión del Escudero se ensombreció aún más y se le dilataron las aletas de la nariz.

–Muy bien. Sal y deja que te maten. ¿A mí que me importa? Así me quedo con la casa, con los coches y con todo. Ve a por Desiderius y dile que estás herido y medio muerto. O mejor aún, ¿por qué no dejas la puerta abierta y lo invitas a entrar?

–Nick así no vamos a ningún sitio –lo regañó _____. Veía el sufrimiento de Nick; quería a su Cazador Oscuro como si fuesen hermanos.

–¿Sabes lo que te digo? –siguió él, hablando entre dientes–. Que me importa una mierda, porque no necesito a nadie. –Y señalando a Joe continuó–: No te necesito y no necesito tu puto dinero. Siempre me las he apañado solo. Así que si quieres puedes largarte para que te maten, porque me da igual.

Nick se dio la vuelta para marcharse pero, en un abrir y cerrar de ojos, Joe se levantó y se plantó delante de él. Su Escudero lo miró, furioso.

–Quítate de en medio.

La expresión de Joe era la misma que adoptaría un padre infinitamente paciente frente a un adolescente rebelde.

–Nick, no voy a morir.

–Sí, claro. ¿Cuántas veces crees que Streigar le dijo lo mismo a Sharon antes de que lo convirtieran en un Cazador Oscuro extra crujiente? –Se libró de las manos de Joe encogiéndose de hombros y salió de la casa como alma que lleva el diablo.

En la mandíbula de Joe comenzó a palpitar un músculo mientras cogía el móvil y marcaba.

–Acheron –dijo tras una breve pausa– tengo un Escudero renegado que creo que se dirige al Barrio Francés en un Jaguar nuevo, modelo XKR descapotable de color antracita. ¿Puedes detenerlo antes de que cometa una estupidez?

Con el ceño fruncido por la preocupación, miró a _____ a los ojos y siguió escuchando a Acheron.

–Sí, gracias.

Fuera cual fuese el comentario de Acheron, logró irritarlo bastante.

–Sí ¡oh, amo y señor! Estoy descansando.

Y, al instante, se vio claramente perplejo.

–¿Cómo sabes que estoy de pie?

Tras un momento, soltó un bufido.

–Bésame el culo, Ash. Que tengas suerte con Nick. –Y cortó la llamada.

Aunque _____ no había escuchado exactamente lo que Acheron había dicho, pudo imaginárselo fácilmente.

–Tiene razón, necesitas acostarte.

Los ojos negros de Joe la fulminaron.

–No necesito que me mimen.

–Muy bien, Nick. ¿También vas a decirme que no necesitas nada ni a nadie antes de marcharte como una exhalación?

Él la miró con una sonrisa tímida.

–Ahora ya sabes por qué lo soporto. Somos harina del mismo costal.

_____ soltó una carcajada, aun cuando lamentaba lo que les estaba sucediendo a ambos.

–Deja que adivine… ¿eras igual que él cuando tenías su edad?

–En realidad, Nick es mucho más soportable que yo. Y tampoco es tan testarudo como yo solía serlo.

_____ se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.

–Ven, vamos arriba.

Para su sorpresa, Joe permitió que lo llevara de vuelta a la cama, a la habitación de invitados.

Mientras lo desvestía, vio las cicatrices rosadas de las heridas, ya casi curadas. Le cogió un brazo y acarició las pequeñas incisiones provocadas por los clavos.

–No puedo creer que estés en pie tan pronto, después de lo que te ha sucedido.

Él suspiró.

–No puedes mantener a un Cazador Oscuro fuera de juego mucho tiempo.

_____ apenas escuchaba sus palabras. Mientras le acariciaba las heridas, multitud de imágenes acudieron a su mente; la rabia de Joe, su dolor. Y, en ese momento, vio un esbozo del futuro: Joe encadenado a un muro, con los brazos extendidos, a merced de Desiderius.

La muerte de Joe.

Con un jadeo, le soltó el brazo y se alejó de él.

Él la miró, preocupado.

–¿Qué te pasa?

Consumida por el pánico, le dio unos golpecitos en el pecho. Intentó luchar contra el ataque de ansiedad y adoptar una actitud normal pero, por dentro, el dolor le resultaba insoportable. No podía dejarlo morir. Así no.

Lo miró fijamente, obligándose a permanecer calmada.

–Tienes que superar el pasado. Si te sigues aferrando a él, Desiderius acabará contigo.

Él desvió la mirada.

–Lo sé.

–¿Y qué vas a hacer? Si sigues recordando volverá a atraparte.

–Puedo apañármelas, _____.

–¿Ah, sí? –le preguntó, luchando contra las lágrimas que le impedían respirar, al recordar la visión.

Dios mío, así no.

No podía soportar perderlo. La idea de pasar un solo día sin sentir sus brazos rodeándola, sin escuchar su voz, o su risa… era inimaginable. El dolor era insoportable.

–Puedo controlarme –insistió él.

Pero ella sabía la verdad. Había vivido su ejecución en carne propia. Sabía que jamás lo superaría. Se había limitado a expulsar esa realidad de su mente, en lugar de enfrentarse a ella.

Y, de repente, supo cómo podía liberarlo de sus demonios.

O al menos intentarlo.

–Vuelvo en un momento.

Joe observó cómo salía de la habitación, dejándolo hecho un mar de dudas.

Sabía mejor que nadie cuál era su punto débil. Lo único que Desiderius tenía que hacer era encadenarlo con los brazos extendidos y el pánico lo dejaría fuera de juego. Los recuerdos eran tan dolorosos que no podía luchar contra ellos. Se pasó una mano por los ojos. Tenía que haber una manera de expulsarlos de su mente. Tenía que haber algún modo de enfrentarse al Daimon con la cabeza fría.

Mientras consideraba cuál podría ser la mejor solución, los minutos fueron pasando.

Hasta que se dio cuenta de que alguien lo observaba.

Se dio la vuelta en la cama, hasta quedar tumbado de costado, y vio a _____ en la puerta con una bandeja en las manos y vestida con una bata blanca de satén larga y vaporosa. Entró en la habitación, sonriéndole con ternura, y dejó la bandeja sobre la cómoda.

Joe la miró, extrañado.

Se acercó a la cama, moviéndose con su característica elegancia, y se apoyó en el colchón, doblando una rodilla. La bata se abrió con el movimiento.

Inclinándose hacia delante, lo empujó hasta dejarlo tumbado sobre la espalda. Joe no dejaba de mirarle la pierna, cubierta con una media y, un poco más arriba, el trozo de encaje del liguero que la abertura de la bata dejaba a la vista.

La sonrisa de _____ se ensanchó cuando sacó del bolsillo una larga bufanda de seda.

Joe la miró con el ceño fruncido mientras observaba cómo se la enrollaba en la muñeca.

–¿Qué estás haciendo?

–Voy a hacer que mejore.

–¿El qué?

–El pasado.

–_____ –masculló, mientras le cogía el brazo y lo acercaba al cabecero de la cama. En cuanto se dio cuenta de sus intenciones se apartó de ella de un brinco–. ¡No!

Ella volvió a cogerlo del brazo y se lo acercó al pecho.

–Sí.

_____ observó cómo el pánico invadía su mirada.

–No –repitió Joe con firmeza.

Humedeciéndose los labios, se acercó la mano de Joe a la boca. Separó los labios y comenzó a chuparle suavemente las yemas de los dedos.

–Por favor, Joe. Te prometo que no te arrepentirás.

Al contemplarla, el deseo comenzó a abrirse paso en sus entrañas. Vio cómo la lengua de _____ le lamía la piel, recorriéndole los dedos. Y cuando le pasó las uñas por la cara interna de la muñeca y ascendió por el brazo, se estremeció de arriba abajo.

_____ se alejó la mano de los labios y la acercó a la abertura de la bata para dejarla sobre un pecho desnudo.

–Por favor, ¿sí?

Con la respiración entrecortada, _____ cerró la mano sobre el pecho. Le costaba mucho trabajo recordar lo que le estaba pidiendo. Su confianza. Algo que no le había entregado a nadie desde hacía dos mil años.

Aterrorizado por lo que le había sucedido la última vez que cometió el error de confiar en alguien, la miró a los ojos y, al hacerlo, su voluntad comenzó a resquebrajarse. ¿Sería capaz _____ de traicionarlo algún día? ¿Tendría el suficiente valor como para arriesgarse?

En esta ocasión, cuando ella guió su brazo hasta el poste de la cama, apretó los dientes pero no se movió y permitió que lo atara al cabecero. No obstante, su corazón empezó a latir más deprisa.

_____ sabía que acababa de obtener una pequeña victoria. Sin dejar de sonreír, ató la bufanda con un nudo muy flojo.

–Puedes soltarte en cualquier momento –le dijo–. Sólo tienes que decírmelo y desharé el nudo. Pero, si lo haces, me detendré al instante.

–¿Te detendrás?

–Ya verás a lo que me refiero…

Le cogió el otro brazo y enrolló otra bufanda alrededor de la muñeca. Joe no dejó de observar el proceso con la respiración acelerada. Cuando lo ató no dijo nada, lo que sorprendió gratamente a _____, aunque tenía la frente cubierta de sudor.

Tiró de las bufandas y el movimiento hizo que los músculos de los brazos se contrajeran y se abultaran.

–No me gusta esto –le confesó, intentando liberarse.

Gateando sobre su cuerpo, _____ le cogió las muñecas con las manos y lo sostuvo. Bajó la cabeza y lo besó con suavidad en los labios.

Joe se tensó al sentir la lengua de _____ en la comisura de los labios, buscando la entrada a su boca. Él se lo permitió de buena gana, separando los labios y gimiendo en cuanto sus lenguas se rozaron y probó su sabor.

Sus besos eran lo más cercano al paraíso que un hombre sin alma podía encontrar. El aroma a rosas le invadía los sentidos, haciéndole perder la cabeza y poniéndolo a cien. Dejándolo sin aliento. El tiempo se detuvo cuando sus manos le acariciaron el torso y sintió el roce de sus pezones bajo el satén.

Cuando intentó abrazarla, recordó que lo había atado. Con un gruñido de frustración, tiró de las bufandas.

Al escuchar cómo la seda se rasgaba, _____ interrumpió el abrasador beso y se alejó un poco.

–Recuerda –le dijo con voz ronca– si te sueltas, lo único que conseguirás será una ducha fría.

Se detuvo de inmediato pero, para su disgusto, vio cómo _____ se alejaba de él y deslizaba las manos sobre la bata, desde los pechos hasta el cinturón.

Muy lentamente, tomándose su tiempo, lo desató y apartó la prenda hasta dejar los pechos desnudos a la vista.

Joe creyó que iba a estallar en llamas cuando el satén cayó a sus pies.

Y, para su deleite, no estaba completamente desnuda. Se había puesto el liguero azul marino que le había regalado. Nada más verla se le hizo la boca agua.

Muy despacio y de forma seductora, volvió a la cama y trepó sobre él, con los sensuales movimientos de una gata, dejando que los pezones le rozaran según ascendía desde la cintura hasta el pecho. Joe siseó al sentir cómo se estiraba sobre su cuerpo.

–¿Cómo vamos, general?

Él tragó saliva antes de contestar.

–Muy bien.

Sonriendo, _____ le acarició el mentón con los labios y la lengua.

–Mucho mejor cuando haces eso –susurró él con el cuerpo enfebrecido por sus caricias.

Ella se retiró con una carcajada.

–¿Qué te parece entonces si te dejo ciego de placer?

Él tiró de las ataduras.

–Me da la sensación de que soy todo tuyo, cariño.

_____ deseaba con todas sus fuerzas que eso fuese cierto. Bajó de la cama y se acercó a la bandeja. Mientras cogía la jarra de miel templada, recordó el aceite hirviendo que los romanos habían usado para torturarlo. Recordó la expresión de dolor de su rostro cuando lo vertieron sobre su cuerpo, escaldándolo. Con el corazón en un puño, regresó a la cama, donde Joe yacía a su merced. Le acercó la jarra al pecho y observó cómo el recuerdo de esa tortura le ensombrecía la mirada.

Instintivamente, Joe se encogió en cuanto la miel lo rozó. Pero allí no había dolor. No se formaban ampollas ni le quemaba la piel. En realidad, era bastante agradable. Se relajó y observó cómo _____ derramaba el espeso líquido dorado, trazando pequeños círculos alrededor de sus pezones para después extenderlos con las uñas y descender hasta el estómago, provocándole continuos escalofríos.

Una vez dejó la jarra a un lado, comenzó a lamer cada gota de miel que había derramado sobre su cuerpo. Cada lametón le provocaba un estremecimiento de placer. Cuando le introdujo la lengua en el ombligo su miembro se endureció aún más.

_____ soltó una risa gutural y lo miró, reclinada sobre su ombligo. En ese momento, se movió hacia arriba, deslizando la lengua desde el vientre hasta la nuez. Siseando de placer, Joe echó la cabeza hacia atrás, facilitándole el acceso a su cuello y, cuando sintió cómo sus dientes lo arañaban, se estremeció de la cabeza a los pies.

–_____ –jadeó.

Sin dejar de sonreírle, volvió a bajar de la cama y cogió un pequeño cuenco.

No sabía de dónde había salido esa faceta atrevida; jamás se había comportado de ese modo, pero quería salvar a Joe a cualquier precio. Además, algo extraño le estaba sucediendo mientras hacía todo eso por él; como si una parte de sí misma se estuviese liberando.

Apartando esa idea de su mente, hundió los dedos en el cuenco de nata batida y los acercó a los labios de Joe. Con el pulgar, trazó el contorno de esa boca perfecta.

Joe lamió la nata mientras ella se sentaba a horcajadas sobre su cintura. Qué maravilla sentir la humedad de su cuerpo sobre él. Lo estaba volviendo loco.

Y cuando se movió hacia abajo y rozó su hinchada verga creyó morir de placer.

–Déjame darte de comer, general –le susurró antes de acercarle el dedo a la boca, muy despacio, para que saboreara la nata batida.

Joe tragó saliva al sentir la vorágine de sus emociones. Estaba recreando la crueldad de Valerius. Pero no había dolor con _____, sino un placer tan intenso como jamás había conocido. La miró a los ojos y le sonrió débilmente.

–¿Por qué estás haciendo esto? –le preguntó.

–Porque me preocupo por ti.

–¿Y por qué?

–Porque eres el hombre más maravilloso que he conocido en mi vida. Claro, que no hay que olvidar que eres testarudo y exasperante, pero también amable, generoso y fuerte. Y me haces sentir tan…

Él alzó una ceja.

_____ se sentó sobre su cintura y lo miró.

–¿Qué se supone que significa eso?

–¿El qué? –preguntó él con expresión inocente.

–Esa mirada.

Joe frunció el ceño.

–¿Qué mirada? –preguntó mientras intentaba abrazarla, sin recordar que estaba atado. Qué extraño que lo hubiese olvidado por completo.

Ella bajó la cabeza y lo besó.

Joe soltó un gemido al sentir los labios de _____ sobre los suyos, al sentir esa lengua que entraba y salía de su boca, llevándole el sabor de la nata.

Se apartó un poco y le preguntó:

–¿Te gusta?

–Mucho –contestó él.

–Entonces, esto te va a encantar.

La siguió con la mirada mientras descendía por su cuerpo, cogía el cuenco y comenzaba a extenderle la nata por la entrepierna. Sus dedos le acariciaban el miembro mientras lo cubrían por completo con el frescor de la crema.

La sensación lo estaba llevando al límite y no pudo evitar gemir.

_____ le separó las piernas y se detuvo un instante a contemplar su obra de arte. Después, lo miró a lo ojos y se agachó entre sus muslos para lamerle los testículos.

Joe gruñó al sentir las caricias de su lengua en la parte más vulnerable de su cuerpo. Ella cerró los labios a su alrededor y lo lamió, succionando primero el de un lado con suavidad antes de pasar al otro y proceder del mismo modo. Se sentía asaltado por continuas oleadas de placer y tiraba de las ataduras sin ser consciente de lo que hacía. Jamás había experimentado nada tan placentero como los besos de _____ y las caricias de su lengua sobre la piel.

Cuando los testículos estuvieron libres de crema, se acercó a su pene. En cuanto se la metió en la boca, Joe se tensó; _____ lo estaba mirando a los ojos, observando sus reacciones.

Sin apartar la mirada, pasó la lengua por el extremo de su erección, atormentándolo y dejándolo sin aliento, lamiéndole el glande antes de bajar la cabeza y tomarlo por completo en la boca. Joe creyó que todo comenzaba a darle vueltas cuando bajó la mano y le acarició los testículos a la vez. La sensación le hizo sisear y arquearse bajo ella, de forma instintiva, hundiéndose aún más en su boca, aunque _____ no protestó.

Soltó un gemido cuando notó que su parte animal comenzaba a tomar las riendas. El deseo que despertaba en él rayaba en la obsesión.

–_____ –balbució con voz ronca y entrecortada–. Quiero saborearte.

Ella le dio un nuevo lametón y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

–¿Cómo? –le preguntó mientras comenzaba a gatear sobre su cuerpo, haciendo que la respiración de Joe se alterara más.

Se sentó a horcajadas sobre su cintura, colocó las manos sobre sus costados y lo miró.

–Dime qué quieres hacerme –le dijo con las mejillas ruborizadas por su atrevimiento.

Joe percibía los sentimientos de _____ mientras la contemplaba. Estaba asustada e insegura, pero quería ayudarlo a toda costa. Más emocionado de lo que debería, se humedeció los labios antes de hablar.

–Quiero probar tus pechos –le dijo entre jadeos.

–¿Así? –le preguntó ella, alzándoselos con sus propias manos a modo de ofrenda.

Él gimió al ver cómo _____ se tocaba.

–Sí –jadeó–. Y quiero lamerlos.

Sonriéndole, le acercó un pecho a los labios.

Joe dio un tirón a las ataduras mientras le chupaba un endurecido pezón, saboreándolo. Los murmullos de placer de _____ resonaban en sus oídos, estimulándolo aún más. Volvió a tirar de las bufandas y la seda se rasgó.

Ella rió maliciosamente.

–Si te sueltas, _____, me pongo la bata y aquí se acaba todo. ¿Eso es lo que quieres?

Él le contestó meneando la cabeza y relajó los brazos.

–¿Qué es lo que quieres, entonces?

–A ti. –La verdad escapó de sus labios antes de poder detenerla.

–¿A mí? –preguntó ella, ilusionada.

Incapaz de darle esperanzas cuando no había un futuro para ellos, Joe añadió:

–Quiero estar dentro de ti.

Y, en ese momento, sintió la punzada de desilusión que experimentó ella y se sintió fatal por haberle hecho daño.

–_____…

–Shhh –lo silenció ella, colocándole la mano sobre los labios–. Soy toda tuya –le susurró a la vez que se empalaba sobre su pene.

Joe cerró los ojos en cuanto la deliciosa humedad de _____ se deslizó contra su miembro. Ella se inclinó hacia delante y capturó sus labios mientras lo montaba con envites profundos, siguiendo un ritmo pausado. Le mordisqueó el cuello y, cuando volvió a besarlo a la par que aceleraba el ritmo de sus caderas, sintió el gemido de Joe sobre la lengua. Lo sintió retorcerse entre sus muslos. Lo vio echar la cabeza hacia atrás y gruñir como un animal enjaulado antes de hundir los pies en el colchón y tomar impulso para alzar las caderas y hundirse hasta el fondo en ella.

_____ soltó un grito por la intensidad del orgasmo que experimentó. Pero notó que él se quedaba tieso como una vara.

–No te muevas –le dijo entre dientes.

Obedeció sin preguntarle las razones. Tenía los ojos cerrados, los dientes apretados y la frente cubierta por una capa de sudor. Su cuerpo temblaba convulsivamente. Tras un minuto, soltó un hondo suspiro, abrió los ojos y la miró.

–¿Ya puedes desatarme?

_____ asintió con la cabeza y se dio cuenta de que él no había llegado al orgasmo. Había luchado con todas sus fuerzas para no hacerlo. Y, aunque entendía el porqué, una parte de sí misma se sintió herida al ser consciente de que Joe no confiaba plenamente en ella.

¡Déjalo ya!, se dijo. Eres una imbécil además de una egoísta. Necesita sus poderes.

En ese momento más que nunca.

Joe desgarró las bufandas con una facilidad que la dejó sorprendida y, una vez sus manos estuvieron libres, la abrazó con fuerza.

–Gracias, cariño –le dijo, besándola con ternura.

Ella le contestó con una sonrisa.

–Ha sido un placer.

Él soltó una carcajada por lo acertado de la respuesta y la echó sobre la cama, a su lado, colocándola de costado. Se tumbó a su espalda y la abrazó, como si le aterrara el hecho de estar separados. No tardó mucho en quedarse dormido.

Se limitó a disfrutar del momento mientras el cálido aliento de Joe le acariciaba el hombro desnudo y deseó con todas sus fuerzas que lo que había hecho esa noche lo ayudara en la próxima confrontación con Desiderius.

_____ se despertó al escuchar el teléfono. Cuando se incorporó, se dio cuenta que habían dormido abrazados y al recordar todo lo que le había hecho la noche anterior, se ruborizó intensamente. Jamás se había comportado de un modo tan desvergonzado, pero con él no se había sentido cohibida.

Se apartó de sus brazos y corrió hasta la habitación de Esmeralda para contestar el teléfono.

–¿Sí?

Era Essie.

–_____, gracias a Dios que estás todavía ahí. Mi coche se ha estropeado y he tenido que aparcarlo en el arcén. ¿Te importa venir a recogerme?

–Claro que no.

Anotó la dirección, se dio una ducha rápida y regresó a la habitación de invitados para vestirse.

Inclinándose sobre Joe le dio un beso en la mejilla. Cuando iba a alejarse él la sujetó por la muñeca.

–¿Dónde vas?

–A recoger a Essie.

–No es seguro.

–Estamos a plena luz del día. No me va a pasar nada.

La mirada de Joe era bastante elocuente; no le gustaba nada que saliera.

–¿Cuánto falta para que anochezca?

–Horas.

–De acuerdo, pero vuelve directamente aquí.

–¡Sí, mi comandante!

–No tiene gracia.

Lo besó en los labios y se marchó.

Se despertó poco tiempo después. Al levantarse se dio cuenta de que la mayor parte de las heridas habían desaparecido. Se quitó las vendas manchadas de sangre y las tiró a la papelera, situada junto a la puerta.

–¿_____? –la llamó, asomándose al pasillo.

Nadie contestó. En la casa no se escuchaba ningún sonido, todo estaba en silencio. Aún estaría fuera.

Cogió su ropa y entró al baño. No tardó mucho en ducharse, afeitarse y vestirse. Una vez aseado, volvió a la habitación. Se detuvo en la puerta al ver a _____. Llevaba unos vaqueros muy ajustados y una sudadera negra que ocultaba esas curvas que él se moría por acariciar. El pelo suelto le daba una apariencia muy sugerente.

Se acercó en silencio a ella, que estaba de espaldas, y vio que estaba mirando la papelera. Sin hablar, inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.

En cuanto sus labios la rozaron captó su aroma.

No era _____.

Era Tabitha.
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