Rainbow Candies (Harry Styles y Cadie Grey)

Miro las delgadas piernas de las bailarinas, sus brazos se flexionan con parsimonia sobre sus cabezas y desbordan gracia con cada movimiento. Me hago un ovillo sobre mi cuerpo, pegando mis rodillas a mi pecho, y las observo con envidia.
Ha costado más de lo que creí, pero he podido avanzar. Ahora como más que unos simples caramelos y eso me trae múltiples beneficios, como el que Harry decida pasar las 24 horas del día a mi lado, o el que mis padres se interesen por mi salud y por lo que pienso, más que en sus trabajos.
Por eso estoy en el estudio de ballet de mi madre, porque me preguntó hace dos días si me gustaría participar en las clases y yo lo dije que sí. Y Harry también, aunque todavía no llega y eso me pone sumamente nerviosa, me he acostumbrado a su presencia como si fuera mi sombra.
—Cadie, cariño, levántate, no aprenderás nada sentada —me dice mi madre, cuando me busca con la mirada entre las otras chicas y me encuentra sentada en un rincón.
Me pongo de pie con cuidado, a pesar de que he estado alimentándome mejor, mi cuerpo sigue débil y no resiste mucha actividad.
Las alumnas de mamá me miran como si fuera una exhibición andante. Odio esa atención, no me deja respirar ni comportarme como me gustaría.
Finjo una sonrisa y doblo las rodillas para hacer un clásico paso de ballet. Pero me tambaleo y tengo que apoyar una mano en la barra que hay al lado de las paredes de espejos.
Sin embargo, nadie ríe ni hace un comentario. Levanto la vista y me doy cuenta de que han regresado a lo que sea que estaban haciendo, menos mi madre, que aún me espera con la mirada melancólica y ahogada en angustia.
Le sonrío de medio lado para tranquilizarla y eso parece funcionar. Extiende su mano y yo la acepto.
—Primero, relájate, nadie te juzgará aquí, Cadie —murmura. Y le creo, porque veo en esta habitación más cosas en común de las que imaginé. Salvo con una excepción: A pesar de que estas chicas son como yo, ellas no lo son al mismo tiempo. Lo hacen con un propósito justificado. Sus vidas es el ballet y harían cualquier cosa por ser las mejores en ello. Mi vida aún no tiene un objetivo o sentido claro, así que no tengo mayor excusa para mi enfermedad que eso, una enfermedad. Porque siempre supe que estaba enferma.
—¡Hey, ¿cómo luzco con malla?! —escucho de pronto y me giro en dirección a la entrada. Allí, Harry está recostado en el umbral, con ambas manos en la cintura, un elástico dividiendo y separando su frente del flequillo de rizos, con una malla negras y medias blancas.
Y claro, los zapatos de ballet.
Soy la primera en reír y sé que contagio a las demás cuando hacen lo mismo al fijarse en Harry.
Simplemente, luce ridículo.
Cruza la habitación, imitando a un cisne, o al menos eso creo, y cuando está frente a mí, me abraza tan fuerte que los huesos de mi espalda crujen.
—Me vas a pulverizar —logro decir, con el rostro estampado contra su pecho.
Me suelta de inmediato y me mira a los ojos. Su mirada sigue haciendo que me ponga más nerviosa de lo que me encuentro.
De repente, la voz de mi madre suena por sobre la música del ensayo y comienza a dar instrucciones para la clase.
—¿Por qué tardaste? —le pregunto.
—Porque sabía que me extrañarías. Además, valió la pena… No todos los días me ves con una malla, torturando a mi entrepierna y haciendo que pierda todo resto de hombría y dignidad por ti, así que siéntete halagada.
Y así me siento, aunque la risa es más fuerte que la ternura y no puedo evitar reírme en su cara.
Harry frunce el ceño, pero ambos sabemos que no está enfadado de verdad.
—Tienes razón, te extrañé —le digo, para que olvide la burla evidente que tengo en el rostro. Pero él no parece estar decidido a olvidarlo y me dice:
—Sabías que si tu mano es más grande que tu cara, corres el riesgo de padecer una enfermedad mortal… —por inercia levanto mi mano y la pongo a la altura de mi cara, para comprobar lo que me dice, pero en el mismo instante en que lo hago, Harry, con su mano, empuja a la mía y hace que ésta golpee mi rostro.
Antes de reaccionar, él se escapa y se va al otro extremo de la habitación, interrumpiendo una lección que justo mi madre estaba dando. Ella le dedica una mirada fulminante, mas Harry hace caso omiso y se concentra más en no ser asesinado por mí.
Suspiro cansada, por más ganas que tenga de golpearlo por lo que me hizo, no tengo fuerza suficiente para hacer una persecución en estos momentos, por lo que me limito a mirar la clase y colarme en la barra para imitar algunos pasos, aunque ninguno sale como yo espero y sé de antemano que no tengo ni una pizca de bailarina en mi cuerpo.
Mamá se pasea por el salón, sus pies son como un susurro sobre la madera con sus zapatillas de ballet. Es magnífica y todos lo saben, cada movimiento que hace al bailar es como si brotara magia de cuerpo. Y a pesar de que ya no puede bailar como antes, hasta para dar clases y caminar no abandona esa magia.
Otra razón por la cual quise ser perfecta. Quería serlo por ella, porque se merecía tener a alguien de quién sentirse orgullosa.
Sin darme cuenta de lo concentrada que estaba mirando los pies de mi madre, unos brazos me rodean el cuerpo por la espalda y me abrazan con fuerza, pegándome a él.
—Harry, ese no es el paso… —le regaño.
—Ya lo sé, pero haría furor si estuviéramos en un escenario, ¿no lo crees? —su voz y su aliento están contra mi oído, casi puedo sentir la frescura de nuestro primer beso.
—Sigue soñando, Harry —contesto. Ambos reímos, pero de la nada sus labios besan mi mejilla y se quedan allí por un buen rato.
Me gusta sentirlo cerca, tan cerca que casi no hay límites. También me gusta cuando, sin avisar, comienza a tararear una canción contra mi oído, con esa voz ronca y baja tan suya.
—Menos noviazgo y más baile, los invité para que bailen, no para que avancen en su relación —nos separamos tan pronto como escuchamos la voz de mi madre a nuestro lado. Se hace un silencio incómodo, hasta que ella agrega—: Es broma, chicos, pero me están distrayendo a la clase.
Es verdad. Todas las chicas nos miran de nuevo. Algunas con ternura, otras con risa, pero la gran mayoría con aprobación, y eso me hace sentir fresca, como nueva.
Se alejan demasiado a las miradas que nos dan en la escuela, en especial a la de Zayn y su desaprobación total de todo esto.
Asentimos y dejamos que mamá haga la clase como acostumbra. No la pasamos tan mal, entre Harry y la malla, no habían razones para tener la cara larga.
Cuando terminamos y las chicas se marcharon, Harry y yo nos quedamos esperando a que mi madre termine de hacer unas cosas y ordenar algunos papeles con el director de la academia.
Nos sentamos en el suelo, no nos hemos cambiado las mallas, así que puedo ver a Harry con descaro en todo su esplendor y su complejo de bailarina.
—Sí, te queda bien la malla, deberías ir así más seguido a la escuela —comento.
—¿Y dejar que se burlen de mí? Sí, cómo no. A la que le queda de maravillas la malla… es a tu madre.
—¡Harry!
—Es broma, es broma, es ti —frunzo en ceño, sé que es una broma, pero no me causa gracia en absoluto.
Me alejo de él y me siento unos cuántos metros más a la izquierda, jugando con mi cabello. Pero Harry no tarda en acercarse y colocar su cabeza en mi hombro.
—Vete, Harry —le espeto, mosqueada pero divertida a la vez.
—Lo siento, en serio, sólo era una broma inocente.
—Si no te alejas… publicaré en internet una fotografía de ti con esa malla —se aparta con la boca abierta y el rostro desconcertado.
—¿En qué momento sucedió eso? —en ninguno, no tengo foto alguna, pero al menos la mentira sirvió para que me hiciera caso—. Cadie, por favor, tienes mi dignidad en tu poder…
Río otra vez, ya me cansé de esto y las paleas sin sentido. Así que hago lo que siempre hacemos cuando llegamos a este punto.
—Harry, ¿qué tienes ahí? —le digo, apuntando su cara. Él se la toca, paranoico y se pone a chillar.
—Dime que no es un bicho —no me cabe en la cabeza el cómo el chico temido y admirado a la vez de la escuela, se encuentra frente a mí vestido de esa forma y lloriqueando por un bicho inexistente.
—No, espera, déjame ver —me acerco lo suficiente y coloco mi mano sobre su mejilla. Harry se queda quieto, esperando a que aparte “eso” de su inmaculada piel. Sin embargo, deslizo mi mano hasta el cuello de la malla y tiro de él hasta hacer que nuestros labios choquen en un suave roce.
Se olvida del bicho rápidamente, cuando tira de mi cuello y me acerca más a él. Siento su aliento en mi boca y pongo mis manos sobre sus hombros. Profundiza el beso hasta el punto de perder el aliento, y aun así, no nos detenemos para respirar, no lo necesitamos.
Me acorrala contra la pared y golpea suavemente mi cabeza contra el cristal, no me duele, pero eso me da una clara advertencia: perdemos el control de la situación.
Cuando su respiración se agita más de lo normal, a un nivel que ni corriendo llega, y su aliento se torna sumamente cálido y estremecedor, oímos un carraspeo. Al igual que la otra vez con el abrazo, nos separamos y nos sentamos a un metro de distancia del otro, mirando al suelo para no ver la cara de mi madre.
—Recuérdenme no dejarlos solos otra vez, al menos no aquí, en mi estudio, ¿sí? —no está enojada, y eso me relaja. Sonrió para mis adentros y nos ponemos de pie.
Nos vestimos con la misma ropa, pero nos la colocamos encima de la malla, ya habrá tiempo de quitársela en casa. Al cruzar el umbral, Harry busca mi mano, y cuando la encuentra, la aferra dándome un fuerte apretón. Entrelaza nuestros dedos y nos ponemos en marcha.
Llegando a la recepción de la academia de ballet, varias chicas de la clase y otras más, se despiden mi madre al verla pasar. La admiran y eso hace que algo se infle en mi pecho.
Sin embargo, antes de salir finalmente de allí, Harry se queda estancado al piso, sin mover ni un músculo. Tiro de su mano, pero se libera y se queda mirando un punto fijo. O mejor, a una de las chicas.
Me sorprende no sentir celos, tal vez se deba a que la chica que está mirando es idéntica a él, con la excepción de que no tiene el cabello rizado ni castaño. Pero sus ojos, son la misma mirada.
—Gemma… —oigo que susurra, y sí que me escandalizo cuando veo sus ojos empañados.