Save me Life |NC| Audiciones Cerradas!

Jay observaba la habitación embelesado. Era todo lo que él siempre había soñado. Las paredes de un color beige con muchos dibujos, algunos de animales y otros simplemente muchos garabatos. El estado de las paredes no era tan relevante para él, lo único que contaba era que tenía una habitación en el sótano que era muy espacioso y sobre todo, tenía mucha privacidad.
Inhalo y se estremeció a su vez, una brisa helada lo cubrió, extrañándole porque no había ventanas en aquella parte del hogar. Lo ignoro y decidió comenzar a empacar. Con tan solo diez años, Jay Goth se podía considerar una persona bastante perfeccionista y pulcra; todo debía estar en perfecto orden y como él lo decidiera.
Dio un brinco cuando una caja reboto por el suelo, con la espiración entre cortada y un poco inquieto decidió subir y buscar a su madre. Podía ser muy joven, pero tenía la edad suficiente para saber que aquellos acontecimientos no eran normales ni mucho menos gratos. Encontró a Paula, su madre, en la cocina con el teléfono entre su hombro y su oreja mientras se hacía un café.
—Mami.
—Sí, no te preocupes. Estará todo listo para el Jueves —Le hablo al teléfono, ignorando por completo a su niño.
—Mamá —Jay insistió.
—Espera un momento —Observo al niño de cabello negro—. Cariño, ahora no, estoy ocupada.
—Pero…
—Ve y ayuda a tu hermana con sus cosas, ¿vale? —La mujer ordeno y sin darle tiempo a su hijo de contestar, lo arrastro suavemente de vuelta al pasillo.
Las paredes de la casa, o palacio en concreto, eran de un rojo muerto y bastante sombrío. Los pasillos estaban llenos de cuadros con personas que Jay apostaba que ya estaban muertas. El palacio consistía en unas siete habitaciones, pero él siempre había sido de estar más alejado de su familia; tal vez por ser el hijo menor de seis o por ser él más “diferente”, como sus hermanos le decían simplemente porque era muy serio, o prefería leer un buen libro que jugar a los piratas en el patio.
Toco la puerta blanca del final del pasillo que estaba algo rasgado, paso sus manos por ella y sintió un escalofrió, casi como si hubiese sentido que alguien ya la había tocado antes. Le restó importancia y abrió la puerta tras no haber recibido una contestación de su hermana de seis años, la encontró dormida y en el quinto sueño.
Jay suspiro y se arrodillo frente a una maleta de princesas, la abrió lentamente y tal fue su sorpresa al ver que solo estaba llena de muñecas. Rodo los ojos y fue sacando una por una. Cora había tenido dos opciones; las muñecas o su ropa —obviamente no era una opción válida, necesitaba su ropa si o si— y parecía que había elegido estar el resto de su vida desnuda por sus muñecas. Él sabía que a la niña le esperaba un buen sermón de parte de su madre, pero eso solo dependía de si la mujer se daba cuenta o no. La segunda opción era la más viable.
Dejo de desalojar las maletas cuando sintió un ruido a su lado, miro a la derecha y se encontró con una de las Barbies sentada y observándolo. Jay no hizo más que volver a su labor anterior. Miro al frente lo más rápido que pudo cuando sintió como le tocaron el hombro y trago saliva, giro su cabeza paulatinamente. Una niña con vestido rosa y zapatillas azules se encontraba frente a él. Ella sonreía dulcemente y pregunto:
—¿Me la prestas? —Tenía una muñeca Barbie doctora en sus manos.
Jay no respondió, la quedo observando por un corto tiempo y luego salió corriendo por el largo pasillo, gritando incoherencias y despertando a su hermanita a la vez.
Corrió hasta llegar a la gran sala tétrica y sin vida, donde su madre seguía hablando por teléfono y se aferró a su pierna. Ni se dio cuenta cuando comenzó a llorar. Paula ya se encontraba irritada.
—Espera un momento —gruño al teléfono—. Jay, te he dicho que ya basta.
—¡Mami, hay un fantasma en la casa! —lloriqueo.
—¡Jason, ya basta! —Está claro que ese no era su nombre, pero la mujer estaba tan concentrada en su trabajo que hasta olvidaba el nombre de sus propios hijos—. Jay —Corrigió abochornada—. Basta con eso, los fantasmas no existen.
El niño no tuvo tiempo a protestar de nuevo, porque su madre ya lo había encerrado en el sótano con llave. Su intento de abrir fue en vano y no pudo evitar llorar más fuerte cuando la niña de antes estaba frente a él otra vez.
—¿Por qué lloras? —Jay sollozo
—¡Vete! —La sonrisa de la niña se fue ocultando y sus ojos que parecían entre verdes y mieles, cambiaron a un negro combinado con rojo sangre.
Él comenzó a respirar entre cortadamente y a gritar más fuerte. La puerta se abrió de golpe.
—¡JAY, ¿QUE TE ACABO DE DECIR?! —El niño corrió a los brazos de su madre, la niña frente a ellos se reía como desquiciada.
—¡Mami, hay un fantasma! ¡Mírala! ¡Mírala! —Paula suspiro y llevo su vista al gran sótano, encontrándose con todo regado por el suelo—. ¿Por qué esto esta así? Te he dicho que te encargues de tu habitación, Jason —De nuevo lo confundió.
Pero Jay no respondía, solo observaba como la niña se iba acercando a él con una sonrisa siniestra. Ella susurro:

—Tu mami no me puede ver, Jay. Tu sí.