Adicción (Damon Salvatore)

Regresé del río algo avergonzado, había jurado enamorarme de una muchacha de la cual solo conocía su nombre y apariencia. –“Eso te pasa por fijarte en los exteriores”- me reprendí mentalmente y entré a la casa. La sala se encontraba completamente vacía y el silencio reinaba en la estancia. Sabia que mi padre tardaría en regresar pero esperaba encontrar a Stefan y sus continuas quejas.

Curioso seguí con mi caminar y subí las escaleras, la puerta de la habitación de Katherina se encontraba abierta y su interior estaba completamente vacío, mi pieza estaba en las mismas condiciones. -¿Dónde estarán?- me pregunté, quizás mi hermano estaba aún dormido pero ¿Katherina?, ella no conocía los alrededores y dudaba que hubiera salido a caminar. Golpeé la puerta de Stefan para preguntarle si la había visto pero no recibí ninguna respuesta por lo que abriendola con cautela me asomé al interior. La escena que me recibió fue una de las peores de mi vida; Stefan y Katherina estaban en el lecho besándose de manera apasionada y la ropa estaba dispersa por la habitación. Balbuceé un tímido –Lo siento.- y me disponía a salir de la habitación cuando la voz de Katherina me detuvo.
–Damon, no te vayas tan pronto. Estoy seguro de que a Stefan no le importa que nos acompañes-
La observé sorprendido y mi sorpresa fue mayor cuando Stefan asintió a sus palabras, lo conocía demasiado bien como para saber que cuando estaba en sus cabales detestaba que hubiera más compañía en su cama.
–No se preocupen, estoy bien así.- dije saliendo del lugar y acto seguido me refugie en mi habitación, era increíble que en menos de dos días tuviera la cabeza hecha un amasijo de problemas y confusión, todo por una chica.

No sé cuantas horas pasaron, lo más probable es que me hubiera quedado dormido ya que el sol se terminaba de esconder y las primeras estrellas brillaban en el cielo. A pesar de aquel descanso seguía muy molesto y por sobre todo estaba muy herido, mi orgullo masculino se había visto aplastado y ese era uno de mis mayores puntos débiles porque después de todo… soy un hombre. Miles de ideas surcaban en mi cabeza, la mayoría de las cuales incluía a Stefan con hematomas y algunas fracturas. En mi interior sabía que Stefan no era el culpable de nada y que lo más probable es que Katherina lo hubiera seducido, pero me empeñaba en negarlo, ya que tal hecho significaría que ella era una cualquiera, me daría a entender que se acostaba con el primero que se le cruzara, y esa, no era la mejor imagen que podía tener de la mujer que me volvía loco.

Sin saber cómo, me quedé dormido. ¿Pero como sabía que estaba dormido?, la lógica así me lo demostraba. Decenas de acontecimientos sucedían delante de mis ojos a una velocidad inigualable.

Me encontraba de pie frente a una gruta tallada en oro, sabía que la conocía, de seguro la había visitado cuando pequeño. Mi padre solía contar que mi madre era una devota cristiana y en nuestra niñez, había intentado inculcarnos algunos de sus valores. Lamentablemente en nuestras mentes y corazones no estaba aquel sentimiento de creer en algo que no fuera tangible, por lo que cuando cumplí los 10 años, él simplemente dejó de intentarlo. Pero algo en el lugar era diferente, quizás las finas gotas de sangre que se deslizaban desde la cruz que coronaba la gruta o el fino laurel que la envolvía, no lo sé, pero algo en el lugar era siniestro y me causaba desconfianza.

La imagen cambió drásticamente, un gran lago apareció frente a mis ojos, lo recordaba a la perfección, ese era nuestro sitio favorito para vacacionar, podíamos pasar tardes enteras sobre un bote. Aquel lago, siempre tranquilo, nos había dado muchos recuerdos agradables y me había enseñado lo que significaba ser un hermano mayor. Pero este lugar también estaba diferente, el mismo laurel que antes envolvía la gruta, se encontraba enrollado a lo largo del muelle y unas finas gotas de sangre, teñían su característico tono verde.

Esto era extraño, ¿por qué tenía esas imágenes en mi mente?¿acaso eran una advertencia?. Completamente bañado en transpiración me incorporé en la cama, las manos me temblaban, el pulso estaba acelerado y un lejano eco arremetió en mis oídos.
-Serás mío, serás mío, serás mío…. Y ten en cuenta que jamás me equivoco- la voz era claramente femenina, pero mi perturbada mente no fue capaz de asociarla a nadie conocido.

En un estado de total incongruencia, intenté volver a dormir, aunque a decir verdad eso fue casi imposible.

La vida parecía sonreír, en mi mente bullían decenas de pensamientos y todos ellos eran completamente felices, mi cabeza no se esforzaba en comprender como luego de estar semanas en una completa apatía y desilusión había pasado en menos de un segundo a la euforia total, solo por una prolongada mirada de Katherine. Era extraño, mis pensamientos parecían haber sido encerrados en una oscura y profunda caja para ser reemplazados por los que “alguien” quería poner, era una sensación demasiado agradable como para dejarla ir o quizás, ese alguien que había puesto esos sentimientos no quería que los dejara ir.

De una u otra forma, me agradaba esta nueva forma de vida. Sin preocupaciones, obedeciendo esos pequeños impulsos mentales que eran introducidos diariamente en mi mente y disfrutando de todos los placeres que la vida era capaz de otorgarme. ¿A quién debía agradecerle todas aquellas felicidades?, a ella y solo a ella, la musa que inspiraba mis sueños, aquella por la que cada día respiraba y sin la cual, estaba seguro que moriría… su bello nombre era Katherine. Sí, porque de un día a otro entendí que si era necesario compartirla para estar a su lado, gustoso lo soportaría. Ella repetía constantemente que nos amaba a ambos, a Stefan y a mí, y sus argumentos eran completamente lógicos y válidos.

Así transcurrieron tres semanas, el tiempo parecía deslizarse con rapidez, sigiloso y sin que pudiera percatarme, no sabía si se debía a la continua compañía de Katherine o a la poderosa droga que me tenía atrapado, el amor. De una u otra forma habían sido las mejores tres semanas de mi vida, lástima que estaban por acabar y que el desenlace que lo seguiría, sería francamente horroroso.

Una fría tarde de día martes, Aradia atravesó la puerta, cargaba entre sus brazos un juguetón cachorro llamado Belfast que con insistencia mordía sus manos. Aradia era la infaltable prima guapa, aquella que nos visitaba cada verano y con la que jugábamos, reíamos, ensuciábamos y amábamos en secreto. Ese amor infantil, donde sueñas con casarte y ser feliz para siempre, al crecer esa fantasía se había derrumbado con lentitud y de manera dolorosa, más cuando hace solo unas semanas nos habían enviado invitaciones para su inminente boda con un Lord.

Fue curioso, porque por primera vez en la vida verla atravesar el umbral de la puerta no produjo ninguna sensación en mi interior, era como si el amor que le había tenido desde niño simplemente se hubiera esfumado. Seguramente se percató de mi inusual lejanía, porque rápidamente me pidió que la acompañara al jardín.
-Sé que debes estar odiándome, pero sabes que no escogí casarme- dijo Aradia dándome la espalda.
Entonces era eso, creía que estaba enfadado porque iba a casarse. –No es eso. Confieso que cuando me enteré que te casarías, me dolió pero ya lo superé. Ahora estoy enamorado de otra.-
-¡¡¿Otra?!! Por favor, no me digas que te enamoraste de Kath…-
-¿La conoces?- pregunté con curiosidad, ya que su anterior tono de preocupación me había desconcertado.
-¡Noo!... bueno si, fuimos amigas. Pero fue tiempo atrás, lo importante es que ella no te conviene.-
-¡No digas eso!- exclamé enfadado- es la mujer más perfecta que he conocido-
Sus ojos se abrieron en gesto de profundo asombro, mientras sostenía mi rostro entre sus manos. –Dime que es mentira, por favor… ¡Dime que no es verdad!- sus palabras parecían no ser dirigidas a mí y en efecto, sin esperar respuestas me tomó de la mano mientras me obligaba a seguirla a su habitación. –Siéntate aquí- me ordenó mientras revolvía su bolso, su actitud me estaba preocupando ya que jamás la había visto actuar de esa forma.
-¿Puedes decirme que sucede?- ignoró mis palabras, mientras vaciaba uno de sus tantos bolsos, con curiosidad miré sobre su hombro pero ella con una leve mirada me hizo volver a la cama.
-¡Aja!-exclamó con satisfacción- aquí estabas- se volteó sosteniendo una pequeña bolsa entre sus manos, está contenía una pequeña rama con flores azulosas.
-¿Y eso es?- pregunté, con la esperanza de que esta vez si respondiera.
-Esto es verbena, algo muy difícil de cultivar y mucho más de encontrar, por suerte para ti. Tengo una pequeña reserva que compartiré contigo, mi descuidado muchacho. Ahora vamos a la cocina.-

Luego de unos largos minutos me entregó un té. –Bébelo todo y toma esto- agregó mientras deslizaba en mi mano un gran anillo, que recordaba haber visto en la mano de su padre –Eso te protegerá-
-¿De qué?- dije mientras deslizaba el anillo en mi dedo anular y tomaba la infusión preparada por Aradia.
-Ya lo verás- fue lo único que salió de sus labios, mientras sonreía.