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41 - Memorias de una vida miserable |Terminada| - Página 6 Empty Re: Memorias de una vida miserable |Terminada|

Mensaje por Spencer Mar 14 Feb 2017, 9:15 am

Capítulo #40
 
Las visitas de Marc en junio fueron emoción pura. Mi liberación estaba pautada para el diecinueve de julio, que faltase algo más de mes y medio para ese esperado momento nos tenía a ambos entusiasmados. Él ya planeaba de qué manera celebraría cuando regresara a casa. Sí, después de lo que pasó en la mía y de saber que como impredecible —sin contar el cardioma— lo menos recomendable era quedarme solo, me mudaría de vuelta a la casa de mi hermano.
 
—Siempre tuve el presentimiento de que regresarías, así que tu habitación no ha sufrido cambios. No tendrás problemas para instalarte —admitió al contárselo.
 
—¿Tan poca fe me tenías viviendo en solitario? Auch, eso dolió. —Fingí ofensa—. La verdad es que no sé qué estaba pensando, ¿por qué me dejaron comprar esa casa?
 
—Creímos que vivir aparte, en un sitio que no te hiciera recordar el pasado, era lo que necesitabas. ¿Qué harás con ella? —preguntó.
 
—La venderé, por supuesto. Tengo muy malos recuerdos en esa casa como para que siga a mi nombre, ya no la quiero.
 
—Parece que ya tienes tu primer objetivo a cumplir al salir de aquí. —Su comentario alegre me sacó una sonrisa inesperada. Tener algo que hacer se sentía bien—. Y pensar que hace unos meses te deprimías porque creías que habías acabado con tu vida, ahora hasta ganarás mucho dinero rápido.
 
—En realidad, eso es lo único que sé que haré —admití algo bajo, estaba seguro de que no iba a agradarle ese dato.
 
—¡¿Qué?! —Sí, se alarmó—. ¡Leo, deberías estar pensando en lo que harás desde al menos abril!
 
—Estoy tratando de sobrevivir a este lugar para poder realizar lo que debería estar pensando. Lo siento mucho si mis prioridades no coinciden con las tuyas.
 
—Buen punto. —Resopló—. ¿No tienes alguna idea, aunque sea?
 
—Conseguiré un trabajo, no sé cómo, pero esa será mi meta al salir.
 
Era como armar mi lista de propósitos de Año Nuevo, sólo que a mitad del año y eran propósitos de reintegro a la ciudad, o algo así los llamé. No estaba para nada seguro de qué haría exactamente, pero era bueno tener una mínima idea para guiarme.
 
Ver a Marc era recordar que había un mundo diferente aguardando afuera, donde hallaría alguna manera de desenvolverme y superaría las expectativas que alguna vez apenas tenía al ser encarcelado. Era recordar que no estaría solo, aún había quien se preocupara por mí y no permitiría que me menospreciara. Era recordar que no debía rendirme, por más que todo apuntase en mi contra y ni siquiera yo creyese que había más para dar.
 
Cada visita comenzó a llenarse de temas más comunes de los cuales hablar, como si estuviese en libertad. Me informaba más de lo que sucedía afuera para no estar tan desorientado del contexto al reintegrarme. Incluso me contaba de películas y series nuevas, sabiendo él perfectamente que soy seguidor del cine y la televisión; hasta había algunas que aguantaba las ganas de verlas mientras estuviesen en cartelera para verlas conmigo en casa porque le parecía que eran de mi tipo. Pensaba en mí como un miembro de sus planes, eso me alegraba más de lo que pudiese imaginar.
 
En ocasiones caíamos en tópicos más serios, como qué debía hacer con mi secreto del cardioma. Si bien ya había decidido no dar la noticia, tarde o temprano todos conocerían mi situación y no sabía qué era mejor: enterarse por palabra o por hechos. Nunca nos pusimos de acuerdo, yo desviaba la conversación a otro lado tan pronto me fuese posible y Marc entendía que lo conveniente era alejarse de ese punto.
 
Ya no me era deprimente escuchar historias de lo que hacían mis amigos mientras yo estaba desperdiciando el tiempo en una celda; en cambio, me fascinaba que no faltara mucho para que hubiese historias mías también. Sí, puede que tenga mucho por relatar de tanto que me sucedió en la cárcel, pero hacerlo me genera una sensación incómoda que prefiero evitar que se manifieste. Escribirlo era una cosa, contárselo directamente a alguien más era distinto.
 
Las últimas visitas de Marc fueron más dispersas. A mediados de junio, un caso que le fue asignado a su unidad le consumió casi todo el tiempo libre, por lo que comenzó a ir menos. Se trataba de un incendiario en serie que ya había cobrado más que algunos dólares: también había vuelto cenizas unas cuantas vidas. Era bastante escurridizo, por lo que nunca dejaba la más mínima pista para rastrearlo. Ningún fuego era igual al anterior, ocurrían a variadas horas del día y la noche; se daban en autos, casas e incluso directamente en la ropa de las víctimas. La única constante era la combustión, de ahí que fuese tan arduo dar con él.
 
Llegué a contarle a Richard sobre el caso. De repente, como bombero, había tratado con alguien así en el trabajo y sabría algunos datos útiles acerca de los incendiarios que facilitaran su búsqueda. Terminó hablando de un chico que quemaba lugares abandonados y vegetaciones descuidadas, todo para decepcionarme cuando resultó ser un pirómano que fue enviado a un hospital psiquiátrico.
 
—¡¿Para qué me hiciste escuchar una historia de muchos minutos si no va a servir de nada?! —Me frustró, creí que iba a ayudar.
 
—Era lo más parecido que tenía a lo que buscabas. —Se encogió de hombros, para nada afectado por mi explosión de molestia.
 
—¡Pero no es lo mismo! Sabes la diferencia entre un pirómano y un incendiario, ¿no? —cuestioné.
 
—Claro que la sé, no me creas tan ignorante —dijo con un aire divertido que no sé de dónde salió.
 
—¡¿Entonces?! —repliqué.
 
—Sólo no quería quedarme callado, eso es todo —confesó—. Lo siento si te ilusioné.
 
—Sí, lo hiciste. Gracias.
 
—Avísame cuando atrapen al tipo, me gustaría saberlo.
 
—Claro, te haré recordar la grandiosa aportación que hiciste.
 
—¡Ya dije que lo siento! —Se defendió y reí, lo había dicho a propósito.
 
Nunca me actualicé más del caso en el tiempo que estuve aislado. Marc no mencionó casi nada de él en sus últimas dos visitas, probablemente quería olvidarse de lo ineficaz que estaba siendo su investigación aunque fuese por unos minutos estando conmigo, por eso no le insistía para que soltase algo; además, siempre había información clasificada.
 
Faltando tres semanas para salir, nuestras conversaciones ya eran casuales. Quizás, las palabras más serias fueron cruzadas al recordar que mudarme con mi hermano sería igual a mudarme con mi papá, puesto que ninguno se había conseguido su propia casa porque no les dio la gana. No obstante, por no querer pelear debido a nuestras diferencias notables en todo lo que tenía que ver con papá, cortábamos el tema en el segundo que ambos fruncíamos las cejas. De resto, se sentía como si estuviésemos en cualquier otra parte.
 
En cuanto a los JJ, creo que su desesperación los perjudicó, ya que sus ataques se volvían tan predecibles que los esquivábamos sin el mayor esfuerzo. De algún modo inesperado, los últimos días fueron los más relajados cuando al inicio juraría que serían la peor pesadilla. Era satisfactorio; si no me equivocaba, sería el primer impredecible en sobrevivir a ese par. Agréguenle a eso que ellos tenían razones extra para quererme hecho un cadáver y captarán mi orgullo. Me preocupaba de sobremanera que Richard se quedase solo en unas semanas, pero confiaba en que era un experto defendiéndose y que había comprobado que podía llegar a ser más fuerte que ellos, a pesar de que los malos presentimientos no paraban de atormentarme.
 
El tres de julio me acosté un tanto triste. El día siguiente era festivo, y si algo me pegaba como caer acostado al agua, era saber que afuera se divertirían celebrando mientras yo me pudría de aburrimiento. Extrañaría los fuegos artificiales y la decoración de nuevo, como en diciembre.
 

A dos semanas de la fecha pautada para mi liberación, en medio del festejo que se oía a la distancia, le pregunté a Harold sin mucha esperanza a que la respuesta fuese afirmativa si nos permitirían ver la pirotecnia. La contestación ha sido una de las más emocionantes de mi vida.
Spencer
Spencer


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41 - Memorias de una vida miserable |Terminada| - Página 6 Empty Re: Memorias de una vida miserable |Terminada|

Mensaje por Spencer Miér 15 Feb 2017, 11:33 am

Capítulo #41

Comparar un día festivo castigado con un día festivo encarcelado es muy acertado. Es básicamente lo mismo: hiciste algo malo o incorrecto, te condenaron a un encierro y te arrepentirás —o fastidiarás, por lo menos— mientras tanto; sólo que uno era impuesto por algún familiar y el otro era impuesto por la ley, más otras diferencias bastante obvias como para nombrarlas todas. Así me sentí ese Cuatro de Julio: amonestado a estar encerrado sin posibilidades de disfrutar el día que se vivía en el exterior.
 
Sabía que no tendría ni un instante de normalidad relativa; Marc iba a pasar una buena parte del día con Paula, por lo que se le haría imposible visitarme. No me molestó, era obvio que todos tuviesen sus propios planes para la festividad. Esa iba a ser una más de mis fechas perdidas, no le daría tanta importancia. Casi diez meses de aislamiento me hicieron acostumbrarme a la monotonía de cierta manera, porque ya no me tomaba tan mal las cosas constantes. Deseaba una rutina menos repetitiva, pero no me quejaría si me dejaran esperando por ella.
 
Eso sí, el día se me hizo más largo de lo que ya me daban la sensación los demás. Por cada día menos, más interminables se sentían. La alarma despertadora duró más tiempo sonando de lo que soportaba, la fila para recoger cada comida era más lenta, incluso durante el baño era como si saliera menos agua de la regadera y el jabón lavase menos. Todo conspiró a ser más tedioso que nunca, al menos para mí.
 
Por un momento se me cruzó por la cabeza la curiosa idea de cómo sería una fuga un día como ese en el que se conmemoraba un año más desde la Independencia. Sería algo gracioso de algún modo; un grupo de personas liberándose de su carencia de libertad después de haber seguido una estrategia que llevó a la victoria, como si de una guerra se tratase, aunque en un contexto completamente diferente. Salir en una fecha así cambiaría el significado del Día de la Independencia para ese individuo, sin dudas.
 
Ese hubiese sido tu caso de haber hecho todo dos semanas antes, ¿sabes?
 
Regresar a casa durante un día en el que todo era celebración habría sido espectacular, pues la alegría se elevaría al cuadrado. Reencontrarme con los míos en medio de fuegos artificiales y decoraciones daría el ambiente festivo que tendría por dentro.
 
Imagina el momento incómodo si la reunión de Marc y Paula es en su casa y no en la de ella.
 
Oh, vaya. Lo más probable es que sea donde ella porque es la que vive sola, pero vaya.
 
Hubiese tenido que buscar otra parte donde celebrar, porque mi casa no era una opción —quedarme solo con mi papá nunca es buena idea— y no aceptaría estar en solitario. Bien, quizás fue conveniente no haber salido ese día.
 
De vuelta al martirio de aburrimiento que fue esa fecha hasta la noche, minutos después de haber regresado a mi celda luego de la cena, Harold caminó por mi pasillo y se detuvo justo enfrente de mi espacio. De esto me percaté al dejar de oír sus pasos, ya que yo estaba acostado como siempre: viendo hacia la pared y no hacia afuera. Una vez confirmada la sospecha al voltearme, él inició la conversación.
 
—Tengo buenas noticias.
 
—¿Nos dejarán ver los fuegos artificiales? —pregunté más por no quedarme callado, era obvio que no y menos si ya se escuchaban algunos a la distancia.
 
—No, mejor —contestó luego de borrar el ceño fruncido de su rostro.
 
—¿Mejor? —El interruptor de mi interés fue encendido. Me senté en la orilla de la cama, expectante.
 
—Tu buen comportamiento te ahorrará dos semanas de encierro. Mañana serás hombre libre.
 
—¡¿Qué?!
 
¡¿Qué?! ¡¿Qué-qué-qué-qué-qué?! ¡¿En serio?! ¡¿Libre mañana?! ¡¿De verdad?! ¡¿Qué?!
 
—Esperaba algo más similar a un brote de alegría. Nunca he presenciado uno, pero estoy casi seguro de que no se ve como tú ahora.
 
En shock. No hay otras palabras. Estaba simplemente en shock. No podía reaccionar. Mi mente iba más rápido de lo que podía procesar. ¡No me lo esperaba! ¡Me tomaron por desprevenido por completo!
 
—Que enmudecieras fue la última cosa que imaginé. Bueno, adelantaré que tu liberación será alrededor del mediodía, así que tendrás el primer receso de mañana para despedirte y eso, porque cuando suene de nuevo el timbre, irás con un oficial a cambiarte y a recoger todos los papeles y objetos que te entregarán…
 
Apenas escuchaba bien lo que me contaba. ¡Era tan irreal! ¿De veras ese seré yo mañana? Estaba flotando por algún sitio de mi dimensión, incapaz de aterrizar de vuelta al plano real.
 
—Ahora llamaré a tu hermano para que esté aquí a la hora de…
 
—¡No, espera! —Finalmente desperté del trance—. Quiero sorprenderlo apareciéndome en casa o en su trabajo, no le digas nada.
 
—¿Seguro? Es bueno contar con apoyo en el momento de la salida…
 
—¡Seguro! Todos estos días he estado planeando cómo sorprenderlo, no me lo arruines todo.
 
Sí, sabía que Marc me estaba preparando una celebración para cuando volviera, pero yo quería ser el de la primera sorpresa. Mi plan era ir a mi casa —la que vendería— para cambiarme de ropa y preparar las maletas, luego ir a la comisaría para cacharlo completamente despistado —esperaba que no estuviese muy ocupado con un caso— y así también saludar a algunos amigos. Conocería a su novia en el proceso, todavía no estaba listo para eso, pero era inevitable. Ni siquiera me molestaría toparme con papá por casualidad de la felicidad que tendría en ese momento. Después de todo eso, pediría las llaves para poder empezar la mudanza y el festejo real tomaría lugar cuando mi hermano regresara del trabajo.
 
No muy convencido, Harold aceptó mi solicitud e igual llamó a Marc, sólo que para avisarle que las visitas no estarían permitidas el día siguiente, lo cual era mentira.
 
—Disfruta tu última noche aquí, esta será la última vez que duermas en esa cama, espero que no la extrañes —dirigió a mí al colgar.
 
—Eso es lo que menos haré —aseguré casi riendo.
 
¡Era oficial! ¡Iba a recuperar mi vida normal en algo más de doce horas! Bueno, lo más normal que pudiese estar mi vida siendo un impredecible con cardioma recién salido de la cárcel. Difícilmente iba a dormir esa noche, ¡la emoción era demasiado grande! Haría el intento para no quedarme dormido en medio de mi primer día afuera, eso sería muy triste. Me acosté apenas Harold continuó su caminata rutinaria por el pasillo antes del fin de su turno, no me importaba que todavía no fuesen ni las nueve; mientras más temprano comenzara a tratar de dormir, más posibilidades tenía de lograrlo a buena hora y no despertar hasta que sonase el timbre, acumulando así la energía suficiente para el gran día que llegaría pronto.
 
La alarma despertadora no me perturbó por primera vez en casi diez meses, en cambio, me llenó de ánimos y me levanté tan pronto como sonó. Hice lo necesario en el baño durante los tres minutos de escándalo y salí apenas se abrió la reja, dándome cuenta bastante tarde de que esa había sido la última vez que cruzaría ese lugar. Tampoco es que quiera despedirme de ese lugar como si tanta falta me fuese a hacer. Sólo me encogí de hombros momentáneamente al percatarme. Fui casi el primero en tener la bandeja lista con el desayuno y sentarme en la mesa de siempre.
 
—¿Hoy amaneciste con un agujero en el estómago? —Richard se sentó frente a mí con una cara indescifrable.
 
—No, ¿por qué?
 
—Ya te comiste como un tercio del plato y yo ni estaba aquí —señaló.
 
—Oh. —¡De la emoción me había olvidado de esperar a Richard!—. Justo la última vez…
 
—¿Última vez? —Me interrumpió, inclinando un poco la cabeza a un lado.
 
—Hoy me voy —informé con una sonrisa.
 
—¿Es broma? —Tardó en contestar.
 
—No. Ya no estaré aquí para la hora del almuerzo, así que este receso será la despedida.
 
—Qué repentino. —Se echó un poco para atrás—. Felicidades, lograste llegar hasta el final —celebró y me dio unas palmadas en el hombro.
 
—Sí, lo logré. —Algo que no esperaba con esa revelación era el silencio que se presentó—. ¿Por qué no te ves tan contento?
 
—Sí me alegro por ti, después de todo salir es lo que más deseamos y es una meta bastante complicada de conseguir, es sólo que apenas me estaba preparando para quedarme solo dentro de dos semanas, no ahora —descendió el tono de su voz.
 
—Algo así debí imaginar. Sí va a ser bastante fastidioso estar solo, pero dudo que vaya a ser una desventaja para ti. Lo que sí es que te van a dar más brotes porque eso es lo que le sucede a un impredecible sin compañía; aunque como tú tiendes más al enojo, eso es muchísimo más conveniente aquí que mis brotes de tristeza.
 
—¿Ya me estás enseñando a sobrevivir en solitario? —comentó un tanto divertido.
 
—De alguna manera pasé dos meses así teniendo más puntos en mi contra, tú deberías pasar el doble de ese tiempo sin problemas.
 
—Casi te mataron una semana antes de que me metieran preso —resaltó.
 
—Porque no sabía de defensa propia y era muchísimo más débil en ese entonces —justifiqué. ¿Por qué me estaba haciendo difícil animarlo?—. Tú llegaste aquí y de una ya tenías la fuerza para matarlos, ahora ni les tendría miedo. El punto es que vas a estar bien y dentro de cuatro meses estarás viviendo la misma emoción que yo en este momento.
 
—No me estoy dando por muerto, siempre he dicho que no me dejaré matar. Lo que sucede es que se hará aburrido y más trabajoso.
 
—No creas que desapareceré del plano. Pienso visitarte de vez en cuando, aunque no esperes que la primera sea muy pronto; primero quiero olvidar un poco cómo era estar aquí antes de regresar. —Reímos un poco.
 
—Es completamente comprensible.
 
Paramos de conversar para comer antes de que se nos enfriara el desayuno que de por sí ya sabía mal. Esa última vez sí que me tenía feliz, estaba a sólo un par de horas para al fin degustar algo digno de saborear.
 
A pesar de que el receso del desayuno no era tan largo, nos dio tiempo de hablar y de hacer una última rutina improvisada en el gimnasio antes del timbre de entrada. Nos despedimos con un: “Hasta luego” y tomamos distintos caminos. En el camino me encontré con Jason y Joseph, quienes arrugaron la cara confundidos al ver que yo iba al sentido opuesto, para casi inmediatamente transformarlas en miradas de odio al entender la razón. Sonreí con satisfacción, haber frustrado los planes de esos dos y haber presenciado sus reacciones al percatarse de su fracaso fue de lo mejor.
 
Crucé una puerta que había sido prohibida por casi diez meses y lo primero que recibí fue mi ropa, ordenándome ponérmela antes de continuar. Jamás creí que vestirme fuese a emocionarme tanto, ¡pero al fin estaba usando ropa normal y mía! El cambio de textura sobre mi cuerpo fue extraño y agradable a la vez; había recuperado mi individualidad al ya no estar uniformado con el resto. Además, verme de vuelta con prendas de otros colores me terminó de ubicar en la realidad: en serio iba a salir. Es más, con sólo quitarme la pulsera de interno comencé a sentirme libre.
 
La sensación de libertad iba creciendo conforme me entregaban mis cosas. Me sorprendí un poco porque el día que me encarcelaron sólo se quedaron con lo que tenía puesto ya que no cargaba nada más conmigo, entonces me explicaron que Marc había llevado las pertenencias que me iban a hacer falta para el momento de mi salida cuando faltaba un mes para la fecha original de mi liberación, entre ellas las llaves de mi casa, algo de dinero y mi celular. Este último no sé cómo pensó que sería útil si no tenía saldo para nada, a menos que tuviese planeado llamarme a la hora que calculase que me iban a soltar para ir a buscarme.
 
Lo siguiente fueron puros papeles, la parte aburrida —y desesperante— de todo. Cada vez que terminaba con un papel, de inmediato venía otro y otro, impacientándome porque sólo estaban retrasando más la hora de mi partida. Tuve que firmar algunos —trabajo bastante complicado luego de no haber sostenido un bolígrafo por tanto tiempo— y escuchar qué querían decir otros durante varios minutos eternos. Saltándome todo ese proceso, finalmente me permitieron pasar a un pasillo que reconocí como el primero que caminé como un recluso. Mis ojos se iluminaron, ¡ya estaba listo!
 
Rápidas memorias volaron por mi mente por cada paso que daba. La primera vez había ingresado con un guardia a mis espaldas sosteniéndome del brazo como si fuese a escapar, con Marc brindándome algo de calma y con temor debido a la incertidumbre de lo que sería de mí allá adentro; la incomodidad era inmensa, el tormento mental también, el nivel de ansiedad me daba ganas de salir corriendo a cualquier otra parte donde pudiese sentirme más a salvo. En cambio, la segunda y última vez había salido con un guardia adelante guiando el camino, sin nadie que me transmitiese buena energía, mas no era necesaria la presencia de alguien más debido a que el entusiasmo por la anticipación me bañaba por completo; la alegría era inmensa, el optimismo también, el nivel de euforia me daba ganas de salir corriendo para reencontrarme con la ciudad cuanto antes y así sentirme más a gusto.
 
La primera puerta se abrió y ya no vi más instalaciones oscuras. La brisa fresca me daba una bienvenida por adelantado, el sol quemaba sin ser desagradable y el ambiente por delante era más similar a la civilización a la que quería volver. Suspiré. Unos diez metros y la segunda puerta fue abierta. Atravesar su umbral marcaría el final de la vida sin futuro que reinaba dentro de los muros con cimas de púas y electricidad. Suspiré de nuevo. Una cerrada sonrisa pequeña, un paso adelante y me despedí de la miseria para saludar lo que desde ese momento en adelante sería una vida mejorable.
 
Allí, de pie en la acera, un estremecimiento sacudió mi cuerpo antes de que mi sonrisa fuese completa. No más cercas, no más rejas, no más gris alrededor. Lo que tenía por delante podía no ser lo mejor, pero sí que superaba los espacios solitarios que apenas se visualizaban desde el área del patio. Llevé mis manos a la cabeza, aún no era capaz de reaccionar. Sentí una mano sobre mi hombro antes de darme la vuelta.
 
—Cruza dos calles y luego ve a la derecha hasta encontrar una parada de taxi. No tardarás en regresar a casa si tomas uno de esa línea. —Era Harold.
 
—Gracias, no sabía hacia dónde ir. —Quizás por eso no había reaccionado. Él sonrió.
 
—Eres el primer impredecible que sale de aquí desde que los Conrad fueron aprisionados. Aprovéchalo, no seas el primero en reincidir —bromeó.
 
—¡Por supuesto que no! —Reí, no había manera de que eso sucediera.
 
—Que tengas un buen regreso. —Con una palmada en el mismo hombro, retrocedió para cerrar la entrada.
 
—Gracias por tanta ayuda.
 
—Es mi trabajo. —Le restó importancia.
 
—No lo es —contradije y la corta conversación finalizó.
 
Mi primera caminata fuera de la cárcel fue casi un sueño, no podía creer que fuese real; sólo avanzaba incrédulo, cada paso dado iba convenciéndome lentamente de que al fin había recuperado mi libertad.
 
Las calles por ahí eran bastante intransitadas, no fue hasta que di con la parada de taxi que mencionó Harold que vi a otras personas. Otras personas con vestimentas casuales, formales y uniformadas, mas no de naranja. Mujeres y niños, ¿cuánto tiempo hacía desde que había visto a una mujer? ¿Desde cuándo no veía algún niño? Quizás alguno de lejos cuando me hospitalizaban después de un paro, pero nada de lo que estuviese seguro. No sé cuál era mi expresión, aunque apostaría que era una similar a la de alguien descubriendo lo desconocido.
 
Como me avisó, no aguardé mucho antes de estar dentro de un taxi camino a mi casa. Más novedades —que eran más bien reencuentros—, ¿cuándo había sido la última vez que había oído una canción? Ni siquiera conocía la que estaba puesta en la radio, seguramente era un nuevo éxito. Cómo extrañé la música. Cómo extrañé la ciudad por la que conducía varios minutos después. Reconocía muchos lugares, estaban tal cual como la última vez que los había visitado, sólo que algunos aún estaban decorados de la festividad del día anterior. Otros habían sido remodelados y unos pocos locales se habían mudado. Algo similar ocurrió con las casas: unas cuantas estaban pintadas de un color distinto.
 
Estacionado frente a una casa blanca, pagué la cuenta y bajé del taxi. Suspiré —realmente di varios suspiros ese día— ante la vista de la que era mi propiedad; por más que quisiera deshacerme de ella por la carga emocional negativa que me iba a contagiar si me quedaba por mucho tiempo, volver a verla era señal de que ya estaba iniciando la siguiente etapa de mi vida. Saqué las llaves, las pasé y entré. Cierto bombardeo de recuerdos me atacó, pues me gustó estar de vuelta en mi entorno, mas las escenas de lo último que aconteció ahí adentro se repitieron en mi cabeza y me dejaron con una sensación agridulce. Por suerte, mi ánimo estaba muy arriba, de lo contrario, temía que me fuese a dar un brote estando solo.
 
Saqué las cosas de mis bolsillos; lo primero que haría sería darme un buen baño y cambiarme de ropa, tampoco me tenía muy cómodo tener puesto lo mismo que tenía cuando me arrestaron. Fui a mi habitación a buscar el cambio, ¡cómo extrañé mi habitación! No dormiría ahí, pero estar dentro de un cuarto especialmente diseñado para descansar y ordenado a mi manera fue asombroso. Me provocaba acostarme en el colchón que era suave de mi cama; aguanté porque sino no iba a levantarme en horas y esa no era la idea. Escogí una de mis camisas preferidas —menos mal que era verde, no planeaba usar ningún color similar al naranja en meses— y un jean, después elegiría los zapatos.
 
Al entrar al baño comprobé que Marc no me había engañado: de verdad se encargó de cuidar la casa de vez en cuando, estaba bastante limpio. Eso sí, me extrañó ver algunos productos que yo no usaba. De repente él los había dejado ahí, supuse. Describir un baño no es necesario, así que saltaré a lo siguiente.
 
Ya con los zapatos puestos, busqué una maleta para empacar lo principal de lo que me llevaría a la casa de mi hermano en la mudanza. Metí lo mismo que uno suele guardar cuando irá a un hotel, lo demás ya tendría tiempo de llevármelo. Seguí topándome con objetos que no conocía que continué suponiendo que Marc los había olvidado. Acabé alrededor de las doce, hora perfecta para mi visita sorpresa. Tomé nada más las llaves de la casa y estaba a punto de desguindar las de mi auto de su lugar cuando escuché como si hubiesen abierto la puerta de entrada. Fruncí el ceño, ¿qué había sido eso?
 
Dudo que sea Marc, es poco probable que venga durante su receso de almuerzo.
 
¿Y si tu racha de mala suerte sigue en pie y has acabado viniendo justo cuando un ladrón que pensaba que la casa estaba abandonada aprovechó para salirse con la suya?
 
No voy a mentir, me asusté. ¿Y si de verdad me iba a enfrentar contra otro delincuente recién saliendo de un recinto de delincuentes? Sería el colmo, pero todo era posible con mi suerte.
 
Frené lo que hacía para ir a echar un vistazo al recibo, preparándome mentalmente por si lo que me esperaba era una amenaza. Oí llaves que no eran las que sostenía en mi mano, lo cual me desorientó. Marc era el único que contaba con una copia de las llaves, pero igual no me terminaba de encajar que fuese él quien abría la puerta, agregando el dato de que él tiene el hábito de exclamar: “¡Ya llegué!” cada vez que entra a una casa sin importar que no haya más nadie presente. Casi pregunté si era él, sin embargo, me contuve para no delatar mi posición en caso de que fuese un ladrón.
 
Cuando quedé de frente a la puerta, ésta recién se había cerrado. Me paralicé al descubrir de quién se trataba, por más que me hubiese convenido esconderme hasta que se fuera. Él se paralizó de igual manera al percatarse de que no estaba solo. Ambos abrimos muy bien los ojos, ambos nos miramos sin movernos durante varios segundos, ambos estábamos sorprendidos y de seguro ambos pensamos: “¡¿Qué hace él aquí?!”.
 
—¿Patrick? —Apenas salió mi voz.
 
—Leonardo… —gruñó, notándose cómo iba enfureciéndose.
 
Y si están perdidos, aquí está el mapa: el hombre delante de la puerta de mi casa era nadie más que Patrick O’Malley, el sobreprotector hermano mayor de Pauline, a quien yo había secuestrado en septiembre.
 
—¡¿Qué haces aquí tan pronto?! —masculló, su tono de voz más alto con cada palabra.
 

Y en ese instante, algo me dijo que debía correr por mi vida.
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41 - Memorias de una vida miserable |Terminada| - Página 6 Empty Re: Memorias de una vida miserable |Terminada|

Mensaje por Spencer Jue 16 Feb 2017, 12:44 pm

Capítulo #42
 
Si de algo me sirvió estar en la mira de dos asesinos seriales, fue para identificar con rapidez cuándo alguien no pretendía nada bueno con sólo mirarlo. Gracias a esa nueva habilidad, logré correr antes de que él fuera por mí y me atrapara sin complicaciones; no le dejaría las cosas tan sencillas como creo que las planeó.
 
Necesitaba huir de la casa, sólo que no podía salir por la puerta principal porque él estaba en todo el medio del camino, así que me quedaban tres opciones: buscar una ventana —no me agradaba mucho la idea de parecer un ladrón escapando—, salir por atrás y lograr rodear la casa para desaparecer de su vista antes de que él acortase el camino por dentro —aunque quizás seguiría detrás de mí en vez de tomar ese atajo— o sacarle la suficiente ventaja como para devolverme a la sala. Tenía la velocidad y el mejor conocimiento del espacio a mi favor, él parecía desarmado, ganar sería fácil sin importar la elección.
 
Opté por la segunda opción. Aparentaba ser la más riesgosa pues tenía varios puntos en contra, la única circunstancia que me convenía era que me persiguiera. Si la astucia le llegaba y decidía acortar camino ya fuese por una ventana o por la otra puerta, estaba prácticamente frito. Sin embargo, estaba muy confiado de que no tomaría desvíos.
 
Y como siempre, mi suerte me acompañó de la mejor manera: no estando. Aquella puerta a la que nunca le pasaba llave porque era imposible de abrir desde afuera estaba cerrada con ella por primera vez desde que fue parte de mi vivienda. Ya podrán imaginarlo; como jamás la usé, no tenía idea de cuál era la llave y tampoco era que recordase bien a las demás como para descartar. Perdí todo lo que había ganado, algo impactó mis piernas por detrás derribándome al instante. No tuve la oportunidad de descubrir qué fue ni de cambiar de posición, ya lo tenía encima antes de hacerlo.
 
Sus manos estaban preparadas para envolver mi cuello, mas bloqueé su camino con mis brazos. Él no se rindió, trató de hacer que mis propios brazos fueran los que me estrangularan debido a la posición en equis que tenían. Comencé a lanzar patadas arbitrarias para ver si con alguna lo distraía o golpeaba lo suficientemente fuerte como para apartarlo.
 
—¡¿Por qué no sigues pudriéndote en la cárcel?! —gritó en mi cara al ejercer más presión sobre mis brazos, logrando empujar mi cabeza algo hacia atrás.
 
—¡¿Qué haces tú en mi casa?! —rebatí.
 
—¡Lo que hago ahora, maldito! ¡No recibiste suficiente castigo, me encargaré de que sufras lo que te mereces! —Aplicó aún más fuerza. Sentí que mi cuello no daba para más flexión.
 
—¡¿Qué le hice yo a tu hermana?!
 
—¡¿Lo preguntas?! —retumbó con muchísima rabia.
 
—¡Sólo la dejé encerrada acá si a eso te refieres! ¡Nunca le hice daño! —¡¿Por qué mis patadas no funcionan?!
 
—¡No te creo! —Una de sus manos soltó uno de mis brazos para aprovechar la vía despejada que ahora tenía hacia mi garganta, mas reaccioné a tiempo para volver a estropear sus planes y, con el brazo liberado, le propiné un veloz puñetazo justo encima de su pecho con el que logré hacerlo retroceder.
 
Apenas me dio tiempo para girarme y empezar a levantarme cuando Patrick me haló de los pies hacia atrás. ¡Se recuperó demasiado rápido! Caí plano al suelo boca abajo y así seguí mientras me arrastró lejos de las puertas.
 
—¡Mereces un castigo peor que diez meses incompletos!
 
No tardó ni un segundo en darme la vuelta con brusquedad al acabar de barrer el piso conmigo, menos demoró en sacar provecho de mi aturdimiento para colocar sus manos alrededor de mi cuello.
 
Estoy frito.
 
—¡Te haré pasar lo mismo que le hiciste a mi hermana y lo que no tuviste chance de hacerle también! —masculló al ir apretando lentamente.
 
—Yo no… —susurré, pero no continué por el estrangulamiento.
 
Si me quiere dejar inconsciente, lo está haciendo mal. Si sigue así, acabará matándome de asfixia en vez de desmayarme por falta de circulación de sangre al cerebro. Tienes menos de medio minuto para pensar en una salida o estás muerto.
 
Comprobado que mis golpes y patadas eran inútiles en él, sólo me quedaba el método de emergencia: actuar y rogar que se lo creyera antes de que perdiera el conocimiento. Frené toda lucha, aflojé el cuerpo, detuve mi respiración —que de por sí ya estaba bastante restringida— y cerré los ojos.
 
Por favor, que se la crea.
 
Sus manos aún forraban mi cuello.
 
Por favor, para ya.
 
Aguantaba la respiración, sin embargo, no haber inhalado bien antes me estaba afectando.
 
Por favor, suéltame.
 
Era demasiado el control que debía tener para no tratar de quitármelo de encima en vano.
 
Por favor, funciona.
 
Mi cuello dolía terriblemente.
 
Por favor, no quiero morir así.
 
—Perfecto, ya está listo.
 
¡Gracias! No celebrar por fuera fue complicado, evitar dar una bocanada de aire de inmediato fue casi imposible.
 
Esperé a escuchar que se alejara para respirar de a poquito. Qué alivio fue sentir que aún entraba aire a mis pulmones. Todavía debía permanecer lo más inmóvil posible, él no había salido del lugar. Oía sus pasos a los lados, no yendo a un sitio en específico, sino más bien como dudando a dónde ir. Entonces cesaron unos cuatro segundos y luego se marcharon por la derecha.
 
Bien, se ha ido. Hora de improvisar a contrarreloj sin conocer el tiempo disponible exacto.
 
Me puse de pie y fui de puntillas hacia la puerta de antes. Con sumo cuidado para que las llaves no sonasen, tanteé una por una en la cerradura hasta que al fin una se insertó y giró, abriéndola. Por suerte, esa puerta no era ruidosa, por lo que pude salir y cerrarla sin alertar mi escape.
 
 
Ya estaba afuera de la casa, ahora debía tener cuidado de no pasar frente a una ventana durante el oportuno momento en el que Patrick estuviese viendo a esa ventana. Le echaba vistazos a cada una antes de correr agachado, la precaución era crucial. Después de lo que se sintió como un campo minado, llegué a la acera.
 
—¡¿A dónde se fue?! —Percibí un grito a unos metros.
 
¡Hora de huir por la izquierda!
 
Aceleré tanto como mis piernas eran capaces sin siquiera fijarme bien de hacia dónde me dirigía. En ese instante agradecía ser rápido en carrera. Doblé en la primera esquina, crucé una calle, crucé dos pasos peatonales y doblé dos esquinas sin parar. Quizás no estaba tan lejos de mi casa, pero el recorrido me pareció lo suficientemente no recto como para que me encontrase pronto.
 
¿Qué debía hacer ahora? No había tomado mi billetera, no tenía dinero en los bolsillos por casualidad —consideré comenzar a dejarme propinas en mis pantalones para recibir “premios” por ponérmelos la próxima vez que los usara o billetes de emergencia para ocasiones como esa—, no cargaba mi celular; estaba completamente sin recursos que me ayudasen a alejarme más o a pedir auxilio. Decidí entrar a algún local para perderme entre la gente y tener la opción de ocultarme en el baño por si acaso, ahí fue cuando me acordé de que estaba cerca de una panadería donde solía comprar cuando estaba de buen humor. Sólo debía cruzar una calle más para llegar a ella.
 
Sin pensarlo dos veces, fui hasta allá y entré. ¿Saben qué creí que jamás me alegraría tanto? El olor a pan recién horneado. Una vez más estaba disfrutando de los placeres de reencontrarme con la libertad, mas ese no era el momento indicado para distraerme en medio de las maravillas de la vida diaria. No era como si fuese a comerme uno, no tenía el dinero para comprarlos. De todos modos, la panadería era un escondite perfecto y más al mediodía, hora en la que estaba repleta de clientes. Disimulando mi falta de ideas de qué hacer para quedarme adentro por demasiado tiempo, comencé a ver qué había como si estuviese eligiendo qué iba a comer.
 
Ojalá pudiese comer algo. Qué tortura.
 
No se imaginan lo horrible que es tener tantos postres deliciosos frente a ti después de meses sin saber de su existencia y no poder pagar por uno para satisfacer el antojo; aunque el miedo que aún restaba en mí disminuyó las ganas. Miraba a los lados y hacia la entrada más a menudo que a la exhibición.
 
—¡Leonardo, volviste!
 
—¿Ah? —Levanté la mirada de la bandeja de pasta seca para encontrarme con una de las despachadoras—. ¡Hey! —Saludé con la mano.
 
—¡No venías desde el año pasado! ¿Dónde te habías metido?
 
—Tuve que irme por unos meses, acabo de regresar.
 
—Te oyes un poco cansado, ¿fue un largo viaje de vuelta? Te invitaré un jugo. —Algo curioso es que nunca supe los nombres de los empleados, pero todos me conocían, probablemente por mi familia. Ella era la que casi siempre me atendía, por lo cual sabía lo que me gustaba.
 
—Bueno, digamos que no he pasado ni dos horas aquí y ya estoy en aprietos —confesé luego de pensarlo. Quizás conseguiría la ayuda que necesitaba.
 
—¿Cómo? ¿Qué hiciste? —Caminó hacia la zona de bebidas.
 
—Alguien se dio cuenta de que mi casa estuvo sola por este tiempo, se quedó en ella y me emboscó cuando estaba adentro, así que tuve que huir. Ahora me estoy escondiendo de él porque no tengo idea de qué me quiere hacer exactamente —inventé un poco, no iba a revelar la verdad estando tan en público.
 
—¡¿Qué?! ¡Leo, esto es asunto policial! ¿Qué haces perdiendo el tiempo aquí? —Frenó lo que estaba haciendo, horrorizada.
 
—No me dio tiempo de traer dinero conmigo ni mi celular, no tengo manera de llamar al 911 ni de ir a la comisaría. Opté por esconderme aquí mientras hallaba qué hacer.
 
—Ten. —Inmediatamente me entregó su teléfono—. Es una urgencia, necesitas ayuda lo antes posible. Te daré el jugo cuando termines la llamada.
 
—Gracias. —Lo acepté.
 
Ventajas de ser un cliente recurrente: “Lo de siempre” es aplicable y te hacen favores inimaginables.
 
Marqué al número de mi hermano, sabía que era lo más efectivo. Si él llegaba a toparse con Patrick en el camino, lo detendría de una vez.
 
—¿Quién es? —Marc siempre es directo al atender el teléfono, ni siquiera saluda.
 
—Sorpresa —dije plano, sin ningún adorno.
 
—¡¿Leo?! —habló casi gritado. Si en este momento está acompañado, ya sabrán que estoy libre también—. ¡¿De dónde sacaste un celular?!
 
—De la panadería. —Me dio risa que no se le ocurriera que estaba libre.
 
—¿Panadería? ¿Qué panadería…? Espera, ¡¿qué?! ¡¿Ya?! —Pagaría por haber visto su rostro.
 
—Hace hora y media, aproximadamente. Pero no celebremos aún, ahora necesito ayuda urgente. De alguna manera Patrick entró a mi casa, así que casi me deja inconsciente cuando iba a salir. Tuve que salir corriendo hasta acá porque no sé si me piensa secuestrar o matar o ambas. Sólo tengo las llaves de la casa, por lo que no puedo ir a la comisaría y por eso llamo por este número que me prestaron.
 
—¿Quieres que te vaya a buscar?
 
—Y que lo encuentres si es posible, para mi mayor tranquilidad —completé.
 
—Ya voy para allá. ¿De qué está hecha tu suerte? No puedo creer que ya estés en peligro si acabas de salir.
 
—Yo también quisiera entender eso. ¿Dónde estás?
 
—Estaba por salir a comprar el almuerzo. Ahora decidí comer en…  —Pausó, dándose cuenta de un dato que no estaba claro—. ¿Es la panadería que queda como a tres cuadras de tu casa?
 
—La siguiente me queda demasiado lejos como para ir corriendo, Marc.
 
—Dame unos diez minutos, ¿de acuerdo? Escóndete en un baño por si acaso.
 
—Eso pensaba hacer. Estoy usando una camisa verde, para que me encuentres rápido.
 
—Y yo no tengo nada que resalte mucho, así que pendiente si estás a la vista. —Y tan directo como fue al atender, colgó.
 
El jugo ya estaba listo cuando devolví el celular. Me senté en una de las mesas menos visibles y de espalda a la mayoría. Que Marc hubiese dicho “resalte” me alarmó. Patrick debía recordar que llevaba puesta una camisa verde, no había muchas personas de ese color adentro, sería fácil ubicarme de esa manera. Antes de que mi cabeza inventara mil maneras de hacerme entrar en pánico, saboreé el jugo —que hasta ese momento no me había fijado ni del sabor— y me entretuve pensando en lo bueno que estaba. Tampoco era una gran novedad, después de todo, siempre he dicho que lo mejor que servían en la cárcel era el jugo de algunos días.
 
Acabada la bebida, fui a regresar el vaso, agradecí de nuevo y me acerqué a los baños. Iba a quedarme afuera mientras me sintiera seguro, pero luego supuse que se vería extraño, así que terminé ingresando. Revisé en el espejo que mi ropa no estuviese sucia por haber sido arrastrado, sólo tuve que sacudir un poco de polvo de mis pantalones. También me peiné un poco con los dedos. Si iban a salirme marcas de estrangulamiento en el cuello, todavía no había señales de ello. Para hacer tiempo, entré a uno de los cubículos por más que no tuviese ningunas ganas de ninguna de las dos, calculé más o menos el tiempo que duraría de estarlo usando, bajé —realismo, vamos— y salí a lavarme las manos.
 
¿Cuánto le falta? Ya no sé qué hacer para seguir aquí sin parecer extraño.
 
Eligiendo las opciones más inútiles pero a la vez las que más me convenían, puse a secar mis manos con el secador de aire caliente que lo único que hacía era ventilar y hacerte tardar el doble de lo que tomaría secarse las manos con papel. Como remate a la imagen de chico obsesionado con la higiene que estaba exhibiendo con mi improvisación, también usé el antibacterial y me lo apliqué tan lento como pude. Casi como un cirujano antes de operar, gastas demasiados minutos en dejar tus manos limpias. Justo al quedarme en blanco con respecto a lo siguiente que haría a la vez que colocaba mis manos sobre mi nariz para oler el antibacterial, alguien apurado se paró en el marco de la puerta.
 
—¡Aquí estás!
 
—¡Bien! —Sonreí, ya me consideraba a salvo.
 
—¿Quién hubiese dicho que nos íbamos a reencontrar en un baño público? —Abrió los brazos, también sonriente.
 
—No lo hagas sonar tan mal. —Reí y nos dimos un abrazo de celebración. Luego caminamos fuera del baño.
 
—¿Por qué no me dijiste nada, ah? —Me dio un codazo al costado.
 
—Me enteré ayer y quería sorprenderte.
 
—Y me has sorprendido, bastante. No de la manera deseada, claro está, pero lo lograste.
 
—¿Cuál es el plan? —pregunté al notarlo tan relajado. Esperaba identificar rastros de preocupación, los cuales estaban completamente ausentes.
 
—Ir a la comisaría y tomar las declaraciones, ¿por? Eso es algo que ya sabes.
 
—¿Sólo vas a tomar mi declaración para levantar los cargos o qué? —Arqueé una ceja.
 
—¿Crees que estaría tan tranquilo si Patrick estuviera por ahí cazándote? —Él también arqueó una ceja. Yo me detuve y abrí bien los ojos—. ¡Claro que ya lo tengo esposado! ¿Cuántas veces te he fallado un pedido?
 
—Muchas, en realidad…
 
—Urgentes, Leo, urgentes —enfatizó ante mi broma—. Por eso demoré un poco más. Inspeccioné el área y me lo encontré demasiado cerca de aquí, así que lo detuve de una vez para que no se me escape.
 
—Espera, no pudiste llevarlo a la comisaría y devolverte en menos de veinte minutos. ¿Sigue en el auto?
 
—Por supuesto. —Me paralicé por un segundo—. No temas, no hay manera de que te ponga las manos encima estando esposado en los asientos traseros de un auto policial. Puedes ir en el puesto del copiloto sin problemas.
 
—¿Seguro?
 
—¿Cómo crees que sobrevivimos transportando criminales y más yo que soy de la Unidad de Secuestros y Homicidios?
 
—No siempre sobreviven —murmuré.
 
—Casos muy desafortunados que sólo verás en las noticias. —Retomó el andar—. Vamos.
 
—¿No ibas a almorzar aquí?
 
—Sí, pero no me agrada mucho tener a alguien solo en mi auto. Ya veré qué como.
 
Nada hizo desaparecer mis nervios por estar en un espacio tan cerrado y disminuido con la persona que hacía minutos casi me estrangulaba; ni siquiera la presencia de Marc me calmaba, aunque sí me daba algo de seguridad, al menos tendría ayuda si pasaba algo.
 
El respiro que tuve al bajar del auto una vez en la comisaría fue de lo más gratificante. Mi hermano me mandó a adelantarme e ir a la oficina de su unidad, no dudé en alejarme apenas me dio la oportunidad aunque no tenía idea de dónde quedaba. En cambio, me senté a esperar en la recepción. Lo vi pasar con Patrick agarrado del brazo hacia donde recordaba que se ubicaban las salas de interrogatorios, pocos minutos más tarde ya estaba guiándome hacia su oficina. No había nadie, ni siquiera su perro, sus compañeros estaban almorzando.
 
—Ahora cuéntame bien qué fue lo que pasó, de aquí saldrán los cargos y creo que ya puedo ir adivinando una invasión a la propiedad privada e intento de homicidio.
 
Saltaré los datos ya conocidos. En fin, le conté cómo fue todo, a mitad de la declaración llegaron sus compañeros —y el perro— quienes se sorprendieron al verme, hubo un pequeño paréntesis de saludos y explicaciones breves antes de finalizar. Marc le dijo a uno de ellos que fuera a interrogar a Patrick para él poder comer en lo que restaba de la hora, yo me quedé en la oficina acariciando a Rex mientras tanto.
 
—¿Quieres saludar a Diana? Ya terminó de comer —Alex, el compañero de Marc que se quedó conmigo, ofreció.
 
—¿No está la novia de mi hermano en su grupo? —Recordé de repente, arrugando la cara.
 
—Oh —alargó—, sí. Olvídalo, no es buena idea.
 
La novia de mi hermano.  Mentiría si dijera que estaba listo para conocerla sabiendo que ella era la mujer que más odiaba a quien hubiese dormido en una celda. Lo bueno era que al parecer eso era algo que iba a ser para después.
 
Pasé varias horas en la comisaria en las que respondí unas cuantas preguntas más para el caso, conversé con el integrante del equipo de Marc que estuviese desocupado —no tenían más casos pendientes— y saludé a algunos amigos. Diana me presentó al único hombre de su equipo, comentando ella misma que no sería quien me presentara a Paula y que por eso sólo se había traído a Sebastián con ella; también buscó a Cristian y Cristian buscó a mi papá. Conté la historia un montón de veces por cada persona con la que me reencontraba, pero eso no me importó. Finalmente estaba interactuando con buenos conocidos y eso era refrescante. Claro, el trabajo no les permitió conversar por más de un par de minutos, mas los valían. Incluso los segundos que duró mi papá frente a mí fueron bienvenidos.
 
Me dejaron ir a eso de las cuatro y media; Patrick aceptó su culpabilidad con todas las pruebas que había en su contra, por lo cual ya no hacía falta que me pidieran más detalles por los momentos. Marc me dio el dinero para un taxi a mi casa, luego ya tendría mi auto para arrancar la mudanza. Fue en el camino que me percaté del hambre que tenía: no había comido con todo lo ocurrido. Sin más dinero y sin nada comestible en mi cocina, modifiqué un poco mis planes. Primero fui a comprar un perro caliente —era la tienda más cercana, no me importaba lo que fuera mientras me llenase— y después fue que reanudé donde había sido interrumpido.
 
¿Otra cosa que se sintió de maravilla? Manejar. Por alguna razón estar al volante me ha dado una sensación de libertad desde la primera vez que puse mis manos en uno pisando el acelerador. Conducir por primera vez en casi un año —si me siento deprimido me alejo de todo lo relacionado con salir, así que poco antes de ser encarcelado casi no usé el auto— fue aún más liberador. Y sí, suspiré también justo antes de encender el motor.
 
No fue necesario pedirle las llaves de su casa a Marc, había una copia de ellas en mi llavero y ni siquiera me acordaba; cosas que hace el aislamiento. Suspiré otra vez al ver esa casa. Ahí había mejores recuerdos, vamos, casi toda mi vida era esa casa. Estacioné dentro de una vez, bajé la maleta y finalmente entré al nuevo lugar donde viviría. Esta vez fue diferente: las emociones fueron del todo positivas; mi sonrisa fue la más grande del día, tan grande que se transformó en una corta risa emocionada. Le hice un recorrido fugaz a la casa —¡cómo extrañé sus espacios amplios!— antes de ir a mi habitación —que estaba apenas distinta de como la había dejado— a desempacar.
 
Una hora más tarde, oí el típico: “¡Ya llegué!” de Marc, pero no le contesté. Mi cama estaba tan cómoda, como si se hubiese suavizado por cada día que no me acostaba en ella, que no me provocaba levantarme. Prácticamente lo obligué a encontrarme con el olfato de Rex en mi cuarto, sin intenciones de abandonar el colchón. Eso sí, nos dio un ataque de risa cuando a su perro se le ocurrió subirse y acostarse boca arriba, imitándome.
 
Ahí supe que lo que me esperaba en los siguientes días sería una serie de pasos que me llevarían a recuperar todo lo que perdí en esos nueve meses y medio —con unos meses extra de estado anímico malo previos— de prisión, más un montón de experiencias que, con suerte, apartarían la poca miseria que me perseguiría sin remedio.
 

A partir de ahora, todo lo que haga será para mejorar mi vida. 
Spencer
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41 - Memorias de una vida miserable |Terminada| - Página 6 Empty Re: Memorias de una vida miserable |Terminada|

Mensaje por Spencer Vie 17 Feb 2017, 10:04 am

Con esta publicación, llegamos al final de la historia, así que, apenas la suba, mandaré el mensaje para que la pasen a novelas terminadas. Muchas gracias, si es que hay alguien leyendo esto  41 - Memorias de una vida miserable |Terminada| - Página 6 85208408 


Epílogo
 
Una vez leí por ahí algo con una idea que me llamó bastante la atención, creo que es perfecto para esta ocasión. Se trata de hablarle a tu yo de hace cinco años, ya sea aconsejándole o contándole lo que le sucederá. Me pareció interesante la propuesta, así que la aprovecharé para ver qué reflexión saco de ella.
 
¿Cómo debería empezar? Quizás debería presentarme, o quizás sería preferible imitar un formato de carta. Veamos, ¿cómo presentarme sin sonar a locura?
 
Estás tomándotelo demasiado en serio. No es como si de verdad tu yo de hace cinco años la fuese a recibir.
 
Correcto, correcto. Lo más sencillo es arrancar de una vez sin muchas vueltas, así que aquí voy:
 
Primero que nada, yo soy tú cinco años mayor. Para estas fechas, finalizando febrero, debes estar disfrutando de tus últimos meses de escuela secundaria, por lo que todo lo que pasa por tu cabeza son cosas felices y divertidas referentes a la graduación. Yo ya viví todo eso, lamento advertirte que no será como lo imaginas. Justo cuando lleguen esas fechas de cierre, estarás deseando que el tiempo se hubiese detenido en los días que estás viviendo ahora. Sí, estoy empezando con adelantos que no dan ganas de continuar leyendo, pero esta es tu verdad.
 
Voy a animar un poco las cosas: ganarás una vez más el concurso de talentos junto a Marc y a Cristian, lograrás ser el último primero que tanto decías en broma que serías y darás tu primer beso —o mejor dicho, te lo darán y te gustará—, sólo que hasta el día de hoy, en mi presente, todavía no has añadido otro, pero estoy seguro de que no debe faltar demasiado para eso. En tu mente, como el exagerado que siempre serás, comenzarás a llamarte “medio virgen” por esa nimiedad. ¡Lo peor del caso es que aún tengo ese tonto título atascado en la cabeza!
 
Ahora paso a lo serio: estás en tus últimos meses de felicidad por un largo tiempo. Algo que quiero que hagas por mí es que abraces, beses y le digas “te quiero” a mamá tanto como puedas, porque un día antes de la fecha que tanto has estado esperando ella se irá para siempre. Será un golpe demasiado repentino, fuerte y doloroso; no lo verás venir, mas presentirás que algo malo está por suceder, por lo que romperás en llanto apenas te enteres de qué se trataba tu presentimiento. Ese día será el final de la vida que llevas ahora; a partir de ahí, irás cuesta abajo.
 
Vas a sentirte solo: no sólo perderás a mamá, también se irán —a otras ciudades, pero lo sentirás igual de fuerte— Daniela y Cristian a continuar con sus estudios muy pocas semanas luego. Dos de tus amigos de toda la vida desaparecerán del plano y eso sólo causará que te cierres más. Cuando se den cuenta, Marc será el único con permiso de entrometerse en tus asuntos y nada más porque él es demasiado insistente. Te encerrarás en tu habitación, pasarás casi las veinticuatro horas del día en la cama haciendo nada o durmiendo, te levantarás sólo porque tu hermano te recordará las razones por las que debes comer e ir al baño. Sí, la depresión será muy destructiva.
 
Hibernarás casi un año, recuperarás lentamente tu motivación durante el siguiente y de repente entrarás en una buena racha después de dos años de incertidumbre. Presentarás la prueba de admisión y obtendrás el cupo en la universidad, que por cierto, adelanto de una vez que no has llegado ni a la mitad de la carrera. Sí, uno se gradúa en cuatro años, ¿cómo es que no estarás en la segunda mitad después de tres? Simple: no seguirás. No me malinterpretes, te encantará la universidad, serás excelente, harás amigos y te animarás un montón; sin embargo, tu depresión se reactivará cuando el periodismo aparezca y te bombardeen con preguntas sobre mamá, al punto de desaparecer las ganas de continuar.
 
Ese fracaso brusco en medio de tanto éxito te hará devolverte a la época de hibernación, quizás no tan mala como antes, pero peor en el sentido de que estarás solo por la brillante idea que tuviste de mudarte cerca de la universidad. Por supuesto, Marc no se olvidará de ti, la única manera de que él te deje atrás sería bajo estrictas órdenes de reposo en un hospital. Seguirá chequeando día a día que estés mejorando, mas no será lo mismo porque su horario estará más ocupado y no tendrá tanto tiempo para ti como antes.
 
De todos modos, esa segunda depresión se desvanecerá más pronto, pero tanto ensimismamiento acumulado te afectará como no lo imaginas. Un día que saldrás a caminar, te toparás con Pauline O’Malley en la calle con la peor pinta que jamás le habrás visto. Esa imagen desatará tanta rabia que te la llevarás a tu casa y la encerrarás con la intención de alejarla y tratar de convencerla de abandonar el estilo de vida que estaba acabando con ella. No la herirás, no la tratarás mal, sólo la secuestrarás.
 
¿En qué resultará esa locura? Como iniciarás sin un plan, todo saliendo de un arrebato, está obvio que nada irá bien. Primero, tu hermano será ascendido a detective de la Unidad de Secuestros y Homicidios en esos días y no planeará contártelo hasta no haber resuelto su primer caso, ¿ya ves por dónde acabará esto? Segundo, cuando él, junto a su equipo, vayan a arrestarte, casi matarás a Marc. Es más, te convencerás de que lo has asesinado. Tercero, la culpabilidad te despertará un lado suicida que pedirá una pena de muerte; por poco y no te salvas, tu hermano sólo tendrá un yeso en el brazo izquierdo.
 
“¿Qué, ahora me estás escribiendo desde la cárcel?”, estarás pensando. Pasarás por ahí, pero te estoy escribiendo desde casa, por suerte. Regresarás tan rápido porque antes de encarcelarte te evaluarán dos psicólogos quienes te diagnosticarán como impredecible. Sí, yo adolescente, tendrás una enfermedad mental que te hará más dependiente de tus emociones de lo que ya eres e incluso te controlarán de a momentos. Sólo estarás en una celda por nueve meses y medio, aunque en ese tiempo ocurrirán muchísimas cosas que mejor te aviso.
 
Pendiente con el primer juicio importante que tu padre gane después de la muerte de mamá: esos dos asesinos en serie te van a hacer la vida imposible al enterarse de que eres el hijo de Carlos Molander e impredecible. Intentarán matarte muy seguido, casi lo lograrán varias veces. Una semana antes de tu cumpleaños ingresará Richard Clay, un bombero que dejó morir a un colega en medio de un incendio por culpa de su impredecibilidad. No estarás más solo ahí adentro, habrá alguien igual a ti. Él te salvará la vida en muchas ocasiones y tú le ahorrarás varios enfrentamientos. A él también agradécele todo lo que puedas cuando lo conozcas.
 
Dentro de poco llegará lo bueno, pero aún me falta la que creo que será la peor noticia. Yo de dieciséis años, si estuviese escribiendo esto a mi yo de veintiséis, quizás acabaría siendo en vano. No te darán tiempo de recuperarte de haberte sabido con una enfermedad mental ni de adaptarte por completo a la cárcel cuando tu corazón comenzará a fallar. No será por arritmias, sino por paros. Dichos paros acabarán matándote en un máximo de cinco años si no se encuentra la cura, porque la nueva enfermedad a tu repertorio será el cardioma. No hace falta advertir cuánto te va a afectar esto, es completamente imaginable.
 
Esos meses en prisión no serán tiempo perdido: aprenderás a defenderte mejor, harás ejercicio —el cuerpo que tienes ahora no será el de un modelo de ropa interior, ¡pero sí que atraes!—, reflexionarás temas profundos y, al salir, apreciarás más cada pequeñez de la cotidianidad. Entrarás como un muchacho sin muchas miras al futuro, saldrás como alguien dispuesto a seguir adelante con lo que se le presente. A partir de aquí viene una racha de buenos eventos con algunos no tan buenos de por medio, mas todo irá mejorando para ti.
 
Al día siguiente de recuperar la libertad —por cierto, Patrick intentará secuestrarte, pero descuida, escaparás— ya estarás rearmando tu vida. Buscarás un trabajo, investigarás con qué actividad útil entretenerte y conocerás a varias personas que formarán parte de tu nuevo círculo social, una en particular será importante. En sólo un día desmentirás algunos de tus temores infundidos por haber estado tras las rejas.
 
Venderás la casa, te volverás un imitador de voces más completo y tu impredecibilidad se apaciguará un poco. Daniela —que para el momento de tu salida ya estará de vuelta en Miami— y otros doctores iniciarán un programa de investigación para hallar la cura del cardioma; por supuesto, serás parte de él. ¿Quién sabe? Quizás sobrevivirás gracias a ella. Cristian también regresará, si te lo preguntas. Te costará más ocultar la enfermedad como querrás hacerlo. Reunirás el valor suficiente para enfrentar a tu padre; papá será la única persona que detonará los brotes con facilidad.
 
Debido a una nueva ordenanza, te verás obligado a ir al psicólogo y luego a una institución psiquiátrica durante ocho semanas. No enloqueciste ni nada, cosas de esa ordenanza. Marc te hará pasar el susto de tu vida y eso te conducirá a la peor racha de brotes que has tenido. Vas a descubrir sentimientos que no habías experimentado antes, aunque tardarás en darte cuenta.
 
Después de todo esto, llegamos al día de hoy. Tu yo de veintiún años es mucho más feliz de lo que creíste que sería a pesar de todas sus dificultades. Él siempre encuentra una manera de solucionar los problemas que se le atraviesan, por complicados que sean. Él siempre ve a futuro, porque aunque su tiempo posiblemente esté muy limitado, quiere ser capaz de cumplir tantas metas se proponga sean posibles. Él ahora es una persona mucho más estable. Y, lo más importante, él cree en sí mismo.
 
Te aconsejaría jamás creer que estarás solo. Ese es uno de tus grandes miedos. Lo entiendo, ahora que soy impredecible y puedo tener un paro cardíaco en cualquier segundo, la idea de quedarme solo me da escalofríos. Sin embargo, nunca has estado del todo solo. Los demás no te abandonarán, si se van no es por alejarse de ti; es más, tú eres el que se cierra y no responde las llamadas o mensajes de quienes están lejos. Realmente te causas sufrimiento por eso. Nunca creas que todo ha acabado, por muchas razones que lo indiquen.
 
En fin, disfruta de tus últimos meses normales, porque creo que los cinco años que te esperan serán justo los más revueltos de tu vida. Demuéstrale toneladas de amor a mamá, prepárate para los altibajos, no te dejes ahogar. Si por algo te conocen es por gustarte estar alegre, así que lucha por mantenerte así y no ser reconocido como el depresivo. Eres más fuerte de lo que crees; puedes parecer vulnerable en el momento, luego sabes cómo recuperarte y salir fortalecido, aprovechas las experiencias.
 

Yo de hace cinco años, lamento no ser lo que esperabas de mí, pero eres mejor de lo que esperabas hace un año y seguirás mejorando, porque ahora esa es tu misión.
Spencer
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