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Memorias de una vida miserable |Terminada|

Capítulo #41

Comparar un día festivo castigado con un día festivo encarcelado es muy acertado. Es básicamente lo mismo: hiciste algo malo o incorrecto, te condenaron a un encierro y te arrepentirás —o fastidiarás, por lo menos— mientras tanto; sólo que uno era impuesto por algún familiar y el otro era impuesto por la ley, más otras diferencias bastante obvias como para nombrarlas todas. Así me sentí ese Cuatro de Julio: amonestado a estar encerrado sin posibilidades de disfrutar el día que se vivía en el exterior.
 
Sabía que no tendría ni un instante de normalidad relativa; Marc iba a pasar una buena parte del día con Paula, por lo que se le haría imposible visitarme. No me molestó, era obvio que todos tuviesen sus propios planes para la festividad. Esa iba a ser una más de mis fechas perdidas, no le daría tanta importancia. Casi diez meses de aislamiento me hicieron acostumbrarme a la monotonía de cierta manera, porque ya no me tomaba tan mal las cosas constantes. Deseaba una rutina menos repetitiva, pero no me quejaría si me dejaran esperando por ella.
 
Eso sí, el día se me hizo más largo de lo que ya me daban la sensación los demás. Por cada día menos, más interminables se sentían. La alarma despertadora duró más tiempo sonando de lo que soportaba, la fila para recoger cada comida era más lenta, incluso durante el baño era como si saliera menos agua de la regadera y el jabón lavase menos. Todo conspiró a ser más tedioso que nunca, al menos para mí.
 
Por un momento se me cruzó por la cabeza la curiosa idea de cómo sería una fuga un día como ese en el que se conmemoraba un año más desde la Independencia. Sería algo gracioso de algún modo; un grupo de personas liberándose de su carencia de libertad después de haber seguido una estrategia que llevó a la victoria, como si de una guerra se tratase, aunque en un contexto completamente diferente. Salir en una fecha así cambiaría el significado del Día de la Independencia para ese individuo, sin dudas.
 
Ese hubiese sido tu caso de haber hecho todo dos semanas antes, ¿sabes?
 
Regresar a casa durante un día en el que todo era celebración habría sido espectacular, pues la alegría se elevaría al cuadrado. Reencontrarme con los míos en medio de fuegos artificiales y decoraciones daría el ambiente festivo que tendría por dentro.
 
Imagina el momento incómodo si la reunión de Marc y Paula es en su casa y no en la de ella.
 
Oh, vaya. Lo más probable es que sea donde ella porque es la que vive sola, pero vaya.
 
Hubiese tenido que buscar otra parte donde celebrar, porque mi casa no era una opción —quedarme solo con mi papá nunca es buena idea— y no aceptaría estar en solitario. Bien, quizás fue conveniente no haber salido ese día.
 
De vuelta al martirio de aburrimiento que fue esa fecha hasta la noche, minutos después de haber regresado a mi celda luego de la cena, Harold caminó por mi pasillo y se detuvo justo enfrente de mi espacio. De esto me percaté al dejar de oír sus pasos, ya que yo estaba acostado como siempre: viendo hacia la pared y no hacia afuera. Una vez confirmada la sospecha al voltearme, él inició la conversación.
 
—Tengo buenas noticias.
 
—¿Nos dejarán ver los fuegos artificiales? —pregunté más por no quedarme callado, era obvio que no y menos si ya se escuchaban algunos a la distancia.
 
—No, mejor —contestó luego de borrar el ceño fruncido de su rostro.
 
—¿Mejor? —El interruptor de mi interés fue encendido. Me senté en la orilla de la cama, expectante.
 
—Tu buen comportamiento te ahorrará dos semanas de encierro. Mañana serás hombre libre.
 
—¡¿Qué?!
 
¡¿Qué?! ¡¿Qué-qué-qué-qué-qué?! ¡¿En serio?! ¡¿Libre mañana?! ¡¿De verdad?! ¡¿Qué?!
 
—Esperaba algo más similar a un brote de alegría. Nunca he presenciado uno, pero estoy casi seguro de que no se ve como tú ahora.
 
En shock. No hay otras palabras. Estaba simplemente en shock. No podía reaccionar. Mi mente iba más rápido de lo que podía procesar. ¡No me lo esperaba! ¡Me tomaron por desprevenido por completo!
 
—Que enmudecieras fue la última cosa que imaginé. Bueno, adelantaré que tu liberación será alrededor del mediodía, así que tendrás el primer receso de mañana para despedirte y eso, porque cuando suene de nuevo el timbre, irás con un oficial a cambiarte y a recoger todos los papeles y objetos que te entregarán…
 
Apenas escuchaba bien lo que me contaba. ¡Era tan irreal! ¿De veras ese seré yo mañana? Estaba flotando por algún sitio de mi dimensión, incapaz de aterrizar de vuelta al plano real.
 
—Ahora llamaré a tu hermano para que esté aquí a la hora de…
 
—¡No, espera! —Finalmente desperté del trance—. Quiero sorprenderlo apareciéndome en casa o en su trabajo, no le digas nada.
 
—¿Seguro? Es bueno contar con apoyo en el momento de la salida…
 
—¡Seguro! Todos estos días he estado planeando cómo sorprenderlo, no me lo arruines todo.
 
Sí, sabía que Marc me estaba preparando una celebración para cuando volviera, pero yo quería ser el de la primera sorpresa. Mi plan era ir a mi casa —la que vendería— para cambiarme de ropa y preparar las maletas, luego ir a la comisaría para cacharlo completamente despistado —esperaba que no estuviese muy ocupado con un caso— y así también saludar a algunos amigos. Conocería a su novia en el proceso, todavía no estaba listo para eso, pero era inevitable. Ni siquiera me molestaría toparme con papá por casualidad de la felicidad que tendría en ese momento. Después de todo eso, pediría las llaves para poder empezar la mudanza y el festejo real tomaría lugar cuando mi hermano regresara del trabajo.
 
No muy convencido, Harold aceptó mi solicitud e igual llamó a Marc, sólo que para avisarle que las visitas no estarían permitidas el día siguiente, lo cual era mentira.
 
—Disfruta tu última noche aquí, esta será la última vez que duermas en esa cama, espero que no la extrañes —dirigió a mí al colgar.
 
—Eso es lo que menos haré —aseguré casi riendo.
 
¡Era oficial! ¡Iba a recuperar mi vida normal en algo más de doce horas! Bueno, lo más normal que pudiese estar mi vida siendo un impredecible con cardioma recién salido de la cárcel. Difícilmente iba a dormir esa noche, ¡la emoción era demasiado grande! Haría el intento para no quedarme dormido en medio de mi primer día afuera, eso sería muy triste. Me acosté apenas Harold continuó su caminata rutinaria por el pasillo antes del fin de su turno, no me importaba que todavía no fuesen ni las nueve; mientras más temprano comenzara a tratar de dormir, más posibilidades tenía de lograrlo a buena hora y no despertar hasta que sonase el timbre, acumulando así la energía suficiente para el gran día que llegaría pronto.
 
La alarma despertadora no me perturbó por primera vez en casi diez meses, en cambio, me llenó de ánimos y me levanté tan pronto como sonó. Hice lo necesario en el baño durante los tres minutos de escándalo y salí apenas se abrió la reja, dándome cuenta bastante tarde de que esa había sido la última vez que cruzaría ese lugar. Tampoco es que quiera despedirme de ese lugar como si tanta falta me fuese a hacer. Sólo me encogí de hombros momentáneamente al percatarme. Fui casi el primero en tener la bandeja lista con el desayuno y sentarme en la mesa de siempre.
 
—¿Hoy amaneciste con un agujero en el estómago? —Richard se sentó frente a mí con una cara indescifrable.
 
—No, ¿por qué?
 
—Ya te comiste como un tercio del plato y yo ni estaba aquí —señaló.
 
—Oh. —¡De la emoción me había olvidado de esperar a Richard!—. Justo la última vez…
 
—¿Última vez? —Me interrumpió, inclinando un poco la cabeza a un lado.
 
—Hoy me voy —informé con una sonrisa.
 
—¿Es broma? —Tardó en contestar.
 
—No. Ya no estaré aquí para la hora del almuerzo, así que este receso será la despedida.
 
—Qué repentino. —Se echó un poco para atrás—. Felicidades, lograste llegar hasta el final —celebró y me dio unas palmadas en el hombro.
 
—Sí, lo logré. —Algo que no esperaba con esa revelación era el silencio que se presentó—. ¿Por qué no te ves tan contento?
 
—Sí me alegro por ti, después de todo salir es lo que más deseamos y es una meta bastante complicada de conseguir, es sólo que apenas me estaba preparando para quedarme solo dentro de dos semanas, no ahora —descendió el tono de su voz.
 
—Algo así debí imaginar. Sí va a ser bastante fastidioso estar solo, pero dudo que vaya a ser una desventaja para ti. Lo que sí es que te van a dar más brotes porque eso es lo que le sucede a un impredecible sin compañía; aunque como tú tiendes más al enojo, eso es muchísimo más conveniente aquí que mis brotes de tristeza.
 
—¿Ya me estás enseñando a sobrevivir en solitario? —comentó un tanto divertido.
 
—De alguna manera pasé dos meses así teniendo más puntos en mi contra, tú deberías pasar el doble de ese tiempo sin problemas.
 
—Casi te mataron una semana antes de que me metieran preso —resaltó.
 
—Porque no sabía de defensa propia y era muchísimo más débil en ese entonces —justifiqué. ¿Por qué me estaba haciendo difícil animarlo?—. Tú llegaste aquí y de una ya tenías la fuerza para matarlos, ahora ni les tendría miedo. El punto es que vas a estar bien y dentro de cuatro meses estarás viviendo la misma emoción que yo en este momento.
 
—No me estoy dando por muerto, siempre he dicho que no me dejaré matar. Lo que sucede es que se hará aburrido y más trabajoso.
 
—No creas que desapareceré del plano. Pienso visitarte de vez en cuando, aunque no esperes que la primera sea muy pronto; primero quiero olvidar un poco cómo era estar aquí antes de regresar. —Reímos un poco.
 
—Es completamente comprensible.
 
Paramos de conversar para comer antes de que se nos enfriara el desayuno que de por sí ya sabía mal. Esa última vez sí que me tenía feliz, estaba a sólo un par de horas para al fin degustar algo digno de saborear.
 
A pesar de que el receso del desayuno no era tan largo, nos dio tiempo de hablar y de hacer una última rutina improvisada en el gimnasio antes del timbre de entrada. Nos despedimos con un: “Hasta luego” y tomamos distintos caminos. En el camino me encontré con Jason y Joseph, quienes arrugaron la cara confundidos al ver que yo iba al sentido opuesto, para casi inmediatamente transformarlas en miradas de odio al entender la razón. Sonreí con satisfacción, haber frustrado los planes de esos dos y haber presenciado sus reacciones al percatarse de su fracaso fue de lo mejor.
 
Crucé una puerta que había sido prohibida por casi diez meses y lo primero que recibí fue mi ropa, ordenándome ponérmela antes de continuar. Jamás creí que vestirme fuese a emocionarme tanto, ¡pero al fin estaba usando ropa normal y mía! El cambio de textura sobre mi cuerpo fue extraño y agradable a la vez; había recuperado mi individualidad al ya no estar uniformado con el resto. Además, verme de vuelta con prendas de otros colores me terminó de ubicar en la realidad: en serio iba a salir. Es más, con sólo quitarme la pulsera de interno comencé a sentirme libre.
 
La sensación de libertad iba creciendo conforme me entregaban mis cosas. Me sorprendí un poco porque el día que me encarcelaron sólo se quedaron con lo que tenía puesto ya que no cargaba nada más conmigo, entonces me explicaron que Marc había llevado las pertenencias que me iban a hacer falta para el momento de mi salida cuando faltaba un mes para la fecha original de mi liberación, entre ellas las llaves de mi casa, algo de dinero y mi celular. Este último no sé cómo pensó que sería útil si no tenía saldo para nada, a menos que tuviese planeado llamarme a la hora que calculase que me iban a soltar para ir a buscarme.
 
Lo siguiente fueron puros papeles, la parte aburrida —y desesperante— de todo. Cada vez que terminaba con un papel, de inmediato venía otro y otro, impacientándome porque sólo estaban retrasando más la hora de mi partida. Tuve que firmar algunos —trabajo bastante complicado luego de no haber sostenido un bolígrafo por tanto tiempo— y escuchar qué querían decir otros durante varios minutos eternos. Saltándome todo ese proceso, finalmente me permitieron pasar a un pasillo que reconocí como el primero que caminé como un recluso. Mis ojos se iluminaron, ¡ya estaba listo!
 
Rápidas memorias volaron por mi mente por cada paso que daba. La primera vez había ingresado con un guardia a mis espaldas sosteniéndome del brazo como si fuese a escapar, con Marc brindándome algo de calma y con temor debido a la incertidumbre de lo que sería de mí allá adentro; la incomodidad era inmensa, el tormento mental también, el nivel de ansiedad me daba ganas de salir corriendo a cualquier otra parte donde pudiese sentirme más a salvo. En cambio, la segunda y última vez había salido con un guardia adelante guiando el camino, sin nadie que me transmitiese buena energía, mas no era necesaria la presencia de alguien más debido a que el entusiasmo por la anticipación me bañaba por completo; la alegría era inmensa, el optimismo también, el nivel de euforia me daba ganas de salir corriendo para reencontrarme con la ciudad cuanto antes y así sentirme más a gusto.
 
La primera puerta se abrió y ya no vi más instalaciones oscuras. La brisa fresca me daba una bienvenida por adelantado, el sol quemaba sin ser desagradable y el ambiente por delante era más similar a la civilización a la que quería volver. Suspiré. Unos diez metros y la segunda puerta fue abierta. Atravesar su umbral marcaría el final de la vida sin futuro que reinaba dentro de los muros con cimas de púas y electricidad. Suspiré de nuevo. Una cerrada sonrisa pequeña, un paso adelante y me despedí de la miseria para saludar lo que desde ese momento en adelante sería una vida mejorable.
 
Allí, de pie en la acera, un estremecimiento sacudió mi cuerpo antes de que mi sonrisa fuese completa. No más cercas, no más rejas, no más gris alrededor. Lo que tenía por delante podía no ser lo mejor, pero sí que superaba los espacios solitarios que apenas se visualizaban desde el área del patio. Llevé mis manos a la cabeza, aún no era capaz de reaccionar. Sentí una mano sobre mi hombro antes de darme la vuelta.
 
—Cruza dos calles y luego ve a la derecha hasta encontrar una parada de taxi. No tardarás en regresar a casa si tomas uno de esa línea. —Era Harold.
 
—Gracias, no sabía hacia dónde ir. —Quizás por eso no había reaccionado. Él sonrió.
 
—Eres el primer impredecible que sale de aquí desde que los Conrad fueron aprisionados. Aprovéchalo, no seas el primero en reincidir —bromeó.
 
—¡Por supuesto que no! —Reí, no había manera de que eso sucediera.
 
—Que tengas un buen regreso. —Con una palmada en el mismo hombro, retrocedió para cerrar la entrada.
 
—Gracias por tanta ayuda.
 
—Es mi trabajo. —Le restó importancia.
 
—No lo es —contradije y la corta conversación finalizó.
 
Mi primera caminata fuera de la cárcel fue casi un sueño, no podía creer que fuese real; sólo avanzaba incrédulo, cada paso dado iba convenciéndome lentamente de que al fin había recuperado mi libertad.
 
Las calles por ahí eran bastante intransitadas, no fue hasta que di con la parada de taxi que mencionó Harold que vi a otras personas. Otras personas con vestimentas casuales, formales y uniformadas, mas no de naranja. Mujeres y niños, ¿cuánto tiempo hacía desde que había visto a una mujer? ¿Desde cuándo no veía algún niño? Quizás alguno de lejos cuando me hospitalizaban después de un paro, pero nada de lo que estuviese seguro. No sé cuál era mi expresión, aunque apostaría que era una similar a la de alguien descubriendo lo desconocido.
 
Como me avisó, no aguardé mucho antes de estar dentro de un taxi camino a mi casa. Más novedades —que eran más bien reencuentros—, ¿cuándo había sido la última vez que había oído una canción? Ni siquiera conocía la que estaba puesta en la radio, seguramente era un nuevo éxito. Cómo extrañé la música. Cómo extrañé la ciudad por la que conducía varios minutos después. Reconocía muchos lugares, estaban tal cual como la última vez que los había visitado, sólo que algunos aún estaban decorados de la festividad del día anterior. Otros habían sido remodelados y unos pocos locales se habían mudado. Algo similar ocurrió con las casas: unas cuantas estaban pintadas de un color distinto.
 
Estacionado frente a una casa blanca, pagué la cuenta y bajé del taxi. Suspiré —realmente di varios suspiros ese día— ante la vista de la que era mi propiedad; por más que quisiera deshacerme de ella por la carga emocional negativa que me iba a contagiar si me quedaba por mucho tiempo, volver a verla era señal de que ya estaba iniciando la siguiente etapa de mi vida. Saqué las llaves, las pasé y entré. Cierto bombardeo de recuerdos me atacó, pues me gustó estar de vuelta en mi entorno, mas las escenas de lo último que aconteció ahí adentro se repitieron en mi cabeza y me dejaron con una sensación agridulce. Por suerte, mi ánimo estaba muy arriba, de lo contrario, temía que me fuese a dar un brote estando solo.
 
Saqué las cosas de mis bolsillos; lo primero que haría sería darme un buen baño y cambiarme de ropa, tampoco me tenía muy cómodo tener puesto lo mismo que tenía cuando me arrestaron. Fui a mi habitación a buscar el cambio, ¡cómo extrañé mi habitación! No dormiría ahí, pero estar dentro de un cuarto especialmente diseñado para descansar y ordenado a mi manera fue asombroso. Me provocaba acostarme en el colchón que era suave de mi cama; aguanté porque sino no iba a levantarme en horas y esa no era la idea. Escogí una de mis camisas preferidas —menos mal que era verde, no planeaba usar ningún color similar al naranja en meses— y un jean, después elegiría los zapatos.
 
Al entrar al baño comprobé que Marc no me había engañado: de verdad se encargó de cuidar la casa de vez en cuando, estaba bastante limpio. Eso sí, me extrañó ver algunos productos que yo no usaba. De repente él los había dejado ahí, supuse. Describir un baño no es necesario, así que saltaré a lo siguiente.
 
Ya con los zapatos puestos, busqué una maleta para empacar lo principal de lo que me llevaría a la casa de mi hermano en la mudanza. Metí lo mismo que uno suele guardar cuando irá a un hotel, lo demás ya tendría tiempo de llevármelo. Seguí topándome con objetos que no conocía que continué suponiendo que Marc los había olvidado. Acabé alrededor de las doce, hora perfecta para mi visita sorpresa. Tomé nada más las llaves de la casa y estaba a punto de desguindar las de mi auto de su lugar cuando escuché como si hubiesen abierto la puerta de entrada. Fruncí el ceño, ¿qué había sido eso?
 
Dudo que sea Marc, es poco probable que venga durante su receso de almuerzo.
 
¿Y si tu racha de mala suerte sigue en pie y has acabado viniendo justo cuando un ladrón que pensaba que la casa estaba abandonada aprovechó para salirse con la suya?
 
No voy a mentir, me asusté. ¿Y si de verdad me iba a enfrentar contra otro delincuente recién saliendo de un recinto de delincuentes? Sería el colmo, pero todo era posible con mi suerte.
 
Frené lo que hacía para ir a echar un vistazo al recibo, preparándome mentalmente por si lo que me esperaba era una amenaza. Oí llaves que no eran las que sostenía en mi mano, lo cual me desorientó. Marc era el único que contaba con una copia de las llaves, pero igual no me terminaba de encajar que fuese él quien abría la puerta, agregando el dato de que él tiene el hábito de exclamar: “¡Ya llegué!” cada vez que entra a una casa sin importar que no haya más nadie presente. Casi pregunté si era él, sin embargo, me contuve para no delatar mi posición en caso de que fuese un ladrón.
 
Cuando quedé de frente a la puerta, ésta recién se había cerrado. Me paralicé al descubrir de quién se trataba, por más que me hubiese convenido esconderme hasta que se fuera. Él se paralizó de igual manera al percatarse de que no estaba solo. Ambos abrimos muy bien los ojos, ambos nos miramos sin movernos durante varios segundos, ambos estábamos sorprendidos y de seguro ambos pensamos: “¡¿Qué hace él aquí?!”.
 
—¿Patrick? —Apenas salió mi voz.
 
—Leonardo… —gruñó, notándose cómo iba enfureciéndose.
 
Y si están perdidos, aquí está el mapa: el hombre delante de la puerta de mi casa era nadie más que Patrick O’Malley, el sobreprotector hermano mayor de Pauline, a quien yo había secuestrado en septiembre.
 
—¡¿Qué haces aquí tan pronto?! —masculló, su tono de voz más alto con cada palabra.
 

Y en ese instante, algo me dijo que debía correr por mi vida.
por Spencer
el Miér 15 Feb 2017, 11:33 am
 
Buscar en: Novelas Terminadas
Argumento: Memorias de una vida miserable |Terminada|
Respuestas: 78
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Más Que Cosas De Policías

Bien, luego de haber desaparecido por dos meses, he vuelto. Otra vez LO SIEEEENTO pero estos fueron mis dos últimos meses como estudiante de diversificado, porque ya lo único que me falta son los eventos de graduación. Como ya estoy de caasi vacaciones, creo que al fin podré recuperar mi ritmo, por lo menos hasta septiembre que inicio el curso introductorio.


Aprovecho para dar noticias sobre mis novedades: he agregado un cuento a mi lista de novelas, es el que escribí para un concurso y que forma parte de una novela que puede que publique pronto  Tag 41 en O W N 1857533193 Es Condenados, ya la he anunciado en la galería y depende de mis ganas, quizás hoy mismo publique el prólogo.


Sí, vengo con muchas ganas de todo, porque también seguiré a MDUVM en breve.


Para no seguir retrasando, aquí la siguiente parte sin editar, así de apurada estoy.


Capítulo #41: "Vacaciones inesperadas" (Tercera parte).


Marc está sentado en la silla ubicada al centro del amplio espacio casi vacío. Se espanta —aunque casi nada— cuando siente un objeto apoyado contra su nuca.
 
—¡Hola! —El secuestrador de alguna manera ha entrado sin que el retenido se enterara.
 
—¿Cómo entraste?
 
—De la misma forma que tú.
 
—¿Qué apoyas en mi cabeza? —cuestiona al percatarse de que no es un arma.
 
—Algo que de seguro extrañas. —Le da su teléfono.
 
—¿Mi celular? ¿Es en serio? —Se esperaba otra cosa. Ve que tiene varias cosas pendientes, pero al querer revisarlas, el hombre lo detiene.
 
—Ah, ah. Nada de eso.
 
—¿Qué quieres que haga?
 
—Usarlo, es obvio.
 
—Entonces, ¿por qué el “ah, ah”? —No entiende por qué lo ha dejado con los dedos preparados.
 
—Porque no lo usarás de esa manera.
 
—¿Cómo lo usaré?
 
—Hablarás por mensaje con una persona, pero sólo tendrás cinco minutos para hacerlo. La persona debe ser una de las tres de la lista de los que pueden saber esto.
 
—No sé quiénes están en la lista.
 
—¿No te di pistas ayer? Deberías saber. —Lo sabe, pero quería asegurarse—. Otra cosa, leeré la conversación. Si dices algo revelador, lo descubriré.
 
—¿Y si la persona llama?
 
—Que sea porque quiso y no porque le hayas dicho. Pon el altavoz si llama. Estaré aquí.
 
—De acuerdo.
 
Al mismo tiempo, en su hogar, Leo está con Daisy consiguiendo algo que ver en televisión en el sofá de la sala de estar.
 
—¿Por qué es que cuesta tanto conseguir algo bueno que ver en la mañana? —ella se queja.
 
—¿Ves televisión en la mañana?
 
—Buen punto. —Un celular suena—. Ese fue el tuyo.
 
—Revisaré. —Saca el móvil de su bolsillo, abriendo bien los ojos—. Espérame un momento.
 
—Ok, seguiré buscando qué ver.
 
Leo se va al lado opuesto de la casa con velocidad y lee el mensaje. Ni piensa en responder con otro texto, llama inmediatamente.
 
—¿Hola? —Marc atiende del otro lado usando un saludo poco habitual.
 
—Supe lo que pasó. ¡¿Estás bien?!
 
—Estoy bien —confirma con calma para contagiársela si es posible—. No te preocupes por eso, no me han hecho nada.
 
—Te secuestraron, ¡seguiré preocupado!
 
—Ahora no tanto. ¿Cómo estás tú?
 
—Preocupado. No pensé que fuera a pasarte algo.
 
—Yo menos. Quería decirte que estaba bien, sabía que de seguro te habías enterado. Debes buscar compañía —y en vez de buscar soluciones para él, busca por el bien de su hermano menor.
 
—¡¿Con qué excusa?! No puedo decir nada.
 
—¡Invéntate lo que sea! No debes estar solo ahora.
 
—Lo intentaré… ¿A quién le pido?
 
—Tienes opciones. Puedes…
 
—El tiempo se acabó —el hombre le arrebata el celular a Marc, colgando la llamada abruptamente.
 
—¡¿Qué fue eso?! —reclama, eso no estaba en lo avisado.
 
—El tiempo de llamada era menor —da a conocer tarde—. Contando el tiempo que tardó en llegar el mensaje, pasó el tiempo.
 
—¡No dijiste eso!
 
—¿No lo dije? Ups —se hace el desentendido.
 
—¿Ahora cómo saldrás sin que vea? —desafía.
 
—Así. —Le da un golpe que lo desmaya.
 
Sin idea de lo que sucedió, Leo se devuelve a la sala de estar con una confusión difícil de ocultar.
 
—No conseguí nada —Daisy da la razón del televisor apagado.
 
—Ah —suelta por soltar.
 
—¿Qué tienes?
 
—No es nada.
 
—Has estado raro hoy. —Se levanta para hablarle de frente—. Esto no es porque no has desayunado.
 
—¿Sabes qué? Tienes razón. No es por nada —admite luego de pensarlo.
 
—¿Qué es lo que tienes?
 
—No sé si deba decírtelo.
 
—¿Es algo personal?
 
—Algo así. —No le dura mucho la utilidad de levantarse a ella, pues Leo se sienta.
 
—De acuerdo, no seguiré insistiendo. —Él no responde—. Te tengo una pregunta. ¿Te estoy estorbando?
 
—¿Qué? ¡No! Más bien, que estés aquí me alegra, Daisy. —Sonríe mínimamente.
 
—Pensé que querrías estar solo. —Ella también curva los labios.
 
—No, solo empeoro.
 
—Tendré que irme en algún momento.
 
—Lo sé, no puedes quedarte todo el día. Estaré solo.
 
—O quizás no —sugiere.
 
—¿Qué se te ocurrió?
 
—Puedes quedarte en mi casa si quieres. —Bingo, lo que busca se le presenta sin intentar.
 
—Voy a estorbar —aunque no acepta de inmediato.
 
—¡No! No pienses eso. No vas a estorbar nada.
 
—No lo sé. ¿Estás segura?
 
—¡Segura! —insiste—. No le molestarás a Daniela.
 
—¿Qué hay de Rex? ¿No les molestará un perro?
 
—Nunca hemos tenido mascotas, pero Rex no será un problema.
 
—Probaré por hoy —es terco y no da el sí total.
 
—Espero que te anime.
 
—De seguro lo hará.
 
Aún en el suelo, sólo que ahora despertándose, Marc se agarra la cabeza con algo de dolor.
 
—Últimamente olvido lo que pasa —dice para sí mismo. A los lados no hay nadie esta vez—. ¡Oigan, quiero ir al baño! —Una puerta se abre al fondo—. Al menos esta puerta me la abren.
 
Apenas entra al extrañamente amplio baño, la puerta se cierra automáticamente. Algo fuera de orden lo distrae: la grifería del lavamanos estaba torcida. Decide acomodarla. En eso, se oye un sonido raro. No suelta al no ver nada de qué preocuparse a los lados. Mueve un poco el objeto hacia el centro y siente que algo se mueve a su alrededor. Sin soltar, voltea atrás y se asusta al darse cuenta de que la pared va hacia él. Libera la grifería, lo que retrocede la pared. Intrigado, vuelve a tomarlo y la pared avanza, frenando y yendo atrás al momento de no tocarlo más.
 
El miedo no desaparece, su corazón aún late velozmente y no se calma al lavarse las manos. Cuando usa la toalla, la pared se activa, ahora mucho más rápida. Marc se espanta dejando caer el paño.
 
—¡Abran! —grita porque no puede salir—. ¡Abran la puerta! —Le da golpes con los puños, desesperándose—. ¡¡Abran!! —Obedecen, porque la puerta corrediza empieza a ceder algo lento para su gusto. En el segundo que le es posible caber por el espacio, se lanza por ahí, cayendo acostado boca abajo y con los pies aún dentro a sólo centímetros de las paredes. Los eleva para apartarlos justo a tiempo. Pocos segundos después, un fuerte ruido se origina a sus espaldas. Marc está casi en shock, pero aliviado. Se queda viendo a donde estaba —supone que se ha destruido— el baño. Resopla sin pararse.
 
Carlos recibe un correo más. Antes de abrirlo, rastrea la dirección IP sin resultados nuevamente. No le agrada. Piensa, agarra el teléfono y marca un número que no es atendido por nadie, lo cual se le hace inusual. Repite el procedimiento con otra serie de números que sí es atendida por un chico extrañado.
 
—¿Hola?
 
—Hola. ¿Cómo estás?
 
—Igual que ayer.
 
—Quiero… Mejor dicho, necesito tu ayuda —acomoda por si lo original sonaba feo en oídos inestables.
 
—¿Te mandaron algo que dice que me necesitas? —cree que es la única manera de que lo llame
 
—No, es porque de verdad no sé quién puede tenerlo. Tú eres el policía, puedes ayudarme a descubrirlo.
 
—Nunca he participado en un caso de secuestro. No estoy autorizado para eso, no me lo han enseñado aún.
 
—Pero debes tener alguna idea —no da su brazo a torcer—. Igual no es un caso del trabajo, no importa si participas.
 
—No iba a decir que no, sólo digo que no sé bien cómo actuar en estos casos.
 
—Si puedes venir ahora, sería bueno. ¿Estás libre?
 
—Por un rato. Voy allá.
 
—Te espero —cuelgan.
 
Leo guarda el celular en su bolsillo. Saliendo del cuarto de invitados, le avisa a Daisy que volverá pronto.
 
—¿Tienes alguna idea de lo que está pasando con Leo? —pregunta ella a Daniela cuando él se va.
 
—¿En qué sentido?
 
—¡¿No lo has visto?! Desde ayer ha estado raro.
 
—Sabes que Leo tiene cambios emocionales repentinos de vez en cuando. Debió ponerse así al quedarse solo y a lo mejor no se le ha pasado —explica.
 
—Haces que suene muy psicológico.
 
Algo da un respingo en Daniela.
 
—Soy doctora, uso términos que hacen que cualquier cosa suene más intensa de lo que es —excusa.
 
—Creo que es eso. —Logra respirar al ver que le cree—. ¿Has hablado con Paula?
 
—Sigue mal. Quise hablarle, pero no pude.
 
—Es que fue tan repentino…
 
—Demasiado. Yo no me la creo.
 
—Yo tampoco.
 
No es cuestión de mucho tiempo para que Leo y su padre estén reunidos en la casa playera.
 
—¿En qué te ayudo?
 
—A descubrir quién lo tiene. —Carlos opta por lo obvio.
 
—Como te dije, no sé cómo investigar secuestros. No estoy autorizado para eso aún —repite.
 
—Pensé que sabrías un poco. —Chasquea la lengua en decepción.
 
—Oh, ya capté. Crees que sé porque he estado secuestrado dos veces —concluye con un tono que pretende hacerlo sentir incómodo. Permanece en silencio, lo que le afirma lo dicho—. Nunca he participado en la parte del rescate.
 
—Pero, ¿no puedes descubrir o al menos crear una lista de sospechosos?
 
—Más o menos. —No está muy seguro.
 
—Eso es lo que quiero. ¿Hay alguien enojado con Marc?
 
—Si alguna de las personas que arrestó lo está, probablemente no libre.
 
—¿Algún caso que quedó pendiente?
 
—No me informan de esos casos.
 
—¿Algún familiar de alguien de algún caso? —persiste el ligeramente canoso.
 
—Si vas a preguntarme de cosas del trabajo, pídele ayuda a Paula. Ella debe saber mejor —aconseja.
 
—Cierto, ella no estuvo desinformada por nueve meses y medio. —Sólo se gana una mirada exterminadora de su hijo.
 
—¿Preguntarás algo que no tenga que ver con el trabajo? —No cambia de expresión.
 
—¿Crees que haya sido alguien fuera de él?
 
—Buen punto.
 
—Aunque… Dime razones por las que se secuestra. —Carlos parece tener una idea.
 
—Por lo menos, a mí me secuestraron por costumbre y por venganza.
 
—Puede ser cualquiera de las dos.
 
—Si fue por costumbre, será más difícil —da una diferencia.
 
—Más si es un grupo nuevo de secuestradores.
 
—No tiene que ser un grupo, pero sí.
 
—A investigar secuestradores de Daytona.
 
—Mejor Florida. Si eligieron a Marc, debieron estar aquí —corrige antes de comenzar la búsqueda.
 
En el almacén, la voz del hombre vuelve a presentarse sola.
 
—¿Qué tal el baño? —incluye cierto tono de risa macabra.
 
—No estaba así antes.
 
—Hay que cambiar las cosas, sino es aburrido —justifica.
 
—¿Qué sigue, un lavamanos que eche fuego?
 
—No, eliminaste el factor sorpresa.
 
Marc no sabe si asustarse porque sonó a que lo consideró o si ignorarlo.
 
—¿A qué viniste?
 
—A hablar un poco. ¿El que llamó era tu hermano? —decide averiguar.
 
—¿No es que sabes bien quién es quién?
 
—Quería asegurarme. Me sorprendió.
 
—¿Pensabas que llamaría alguien más?
 
—No, lo que me sorprendió fue que sólo preguntó cómo estabas. No es normal —opina—. Lo primero que casi todos hacen es preguntar quién te tiene y dónde te tienen.
 
—Mi hermano ha estado secuestrado dos veces, sabe que preguntar eso causa problemas.
 
—¿Igual no pudo intentarlo en clave?
 
—Cuando le pasó fue en clave y eso casi lo mató, por eso no preguntó. Sabe que el secuestrador estará cerca.
 
—También es bastante sentimental.
 
—Después de todo, no lo sabes todo —Marc comenta para sí mismo.
 
—¿Por qué lo llamaste?
 
—Porque firmaste su entrada a un psiquiátrico —hace escapar su rabia. Es de lo que más le enfurece.
 
—¡Oh! —sale casi como una sorpresa grata—. Ya entiendo. Salió mejor de lo que pensé.
 
—¿Qué? —No entiende—. ¿Ibas a hacerle algo a él?
 
—No, pero hice algo indirectamente. Es genial —celebra.
 
El castaño le rompería la cara en ese preciso momento de tenerlo en frente.
 
—¡¿Qué es lo que tienes en nuestra contra?!
 

—Algo más que deberás descubrir. —Y se marcha sin más.
por Spencer
el Miér 08 Jul 2015, 1:03 pm
 
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Más Que Cosas De Policías

Creo que ya se sabe qué tan exageradamente pediré disculpas.


¡DOS MESES MÁS Y AÚN NO AVANZO NADA! De veras, últimamente he estado más en mis otras historias y enganchada a otra cosa, lo siento  Tag 41 en O W N 1054092304


Finalmente, a descubrir lo que les espera a los hermanos aquí  Tag 41 en O W N 77880782


Capítulo #41: "Vacaciones Inesperadas" (Segunda parte).


—¿Aún no sabes por qué el cambio? —Daniela comienza a mostrarse interesada en la posible discusión de la pareja.
 
—No. Le preguntaré en un rato. Si es porque peleó con Marc, debe estar alterada y no quiero alterarla más. Esperaré a que se le pase, no me arriesgaré.
 
—Cierto, es mejor esperar. ¿Y si llamamos a Marc?
 
—¿No sería obvio? —¿Cómo se le ocurrió tan mal plan?—. “Hey, ¿tú y Paula pelearon? Es que Paula está rara y no le queremos preguntar” —mofa.
 
—No le hablamos así. Le hablamos normalmente y dependiendo de su ánimo sabremos qué pasó.
 
—Se dará cuenta porque casi nunca lo llamamos.
 
—¿Y si llamamos a Leo? Seguro ha hablado con Marc.
 
—¿Cómo le preguntamos sin que suene muy obvio?
 
—Pásame el teléfono, sé cómo hablarle a Leo sin que sospeche nada —Daniela exige y eso cumple.
 
—¿Hola? —contesta rápido.
 
—¡Hola, Leo! ¿Cómo estás?
 
—Bien, ¿y tú?
 
—Bien. ¿Qué tal te ha ido cuidando la casa?
 
—Lo único fue lo de la serpiente. De resto, excelente —se oye bastante relajado, eso es bueno.
 
—¿No te sientes solo? ¿No te hace falta Marc?
 
—Sí, pero como hablo por mensajes con Marc de vez en cuando, no me afecta.
 
—Ah, ¿y cómo le ha ido en Daytona? —Listo, ya metió el tema sin ningún inconveniente de un hermano sospechando.
 
—Le gusta. No le he hablado desde ayer en la noche. No sé si es que no tiene señal o si no le han llegado. No me apresuro porque quizás no quiera pasársela en el celular. —Sí, el normalmente estresado muchacho está completamente despreocupado.
 
—Cierto. ¿Entraste en brote por la serpiente? —incluye otro tema para despistarlo más.
 
—Si supieras cómo reaccioné. ¡Claro! Lo bueno es que el brote de miedo se quita solo cuando se va lo que causa el temor… —La conversación continúa por un largo rato en el que hasta en un momento colocan el altavoz para hablar los tres.
 
A unas horas hacia el norte, Kim está manejando su auto con Marc sentado atrás por haber querido acostarse de a momentos. Paran en un semáforo en rojo.
 
—Viniste a una tienda por aquí —indica ella. Él ve a la calle sin reconocerla—. Supongo que buscabas algún regalo para tus amigos para cuando regreses a tu ciudad.
 
—Es posible. —Ni siquiera se le hace raro que una desconocida sepa por dónde estuvo el día anterior supuestamente. Sólo se ocupa en detallar la calle más.
 
Un hombre pasa caminando por la acera y se monta rápido al auto desde la puerta izquierda trasera, a lo que Marc voltea extrañado.
 
—¿Qué…?
 
El hombre presiona un pañuelo impregnado en cloroformo entre su nariz y boca. Marc trata de evitarlo, no puede. Intenta abrir la puerta, está con seguro. Prueba subir el seguro, está bloqueado. Sabe que no debe respirar esa cosa. Si llegaba a inhalarlo, caería inconsciente. Vuelve a forcejear, pero el tipo es muy fuerte y le es imposible zafarse. Es complicado aguantar la respiración así, pronto se le acaba el aire y no hay más salida que inspirar. Se rinde, igualmente terminaría desmayado por falta de oxígeno si no lo hacía.
 
—¡Este hombre si se resiste! —se queja el infiltrado.
 
—Es policía, conoce estas cosas —Kim informa como algo obvio—. ¿Qué esperabas?
 
Las primas aún no encuentran la explicación a sus incógnitas. La llamada no fue más que puro entretenimiento.
 
—¿Qué quisiste decir con “entraste en brote por la serpiente”? —Daisy despejaría una duda más reciente y sencilla. No nota que Daniela se asusta un poco, no se acordaba de que la estuvo escuchando antes de activar el altavoz.
 
—No, no es nada. Sabes que Leo exagera un poco cuando se asusta. Yo por bromearle les digo “brotes” —inventa.
 
—Ah, qué raro.
 
—Sí, no me lo vayas a copiar.
 
—Okay… En serio que si no fuera tan obvio, llamaría a Marc.
 
—¡Si llamo…! —Daniela reconsidera su opción. No era factible al tener que revelar ciertos aspectos—. Olvídalo, no funcionará.
 
En la casa Molander, Leo decide llamar a su hermano. El celular repica mas no es atendido. Le extraña un poco, pero sigue pensando que dejó el celular. Lo que no sabe es que en realidad no está ni en el hotel, ni en la playa, ni en un centro comercial ni en nada turístico.
 
—¿Qué rayos es esto? —Él despierta más tarde en un lugar oscuro que sólo cuenta con un colchón en el suelo y una silla de madera. No se le ve ninguna clase de salida.
 
—Vaya, al fin despertaste —escucha la voz de un hombre invisible desde ahí.
 
—¿Quién habla? —Ve a su alrededor, desorientado. No hay absolutamente nadie más.
 
—Eso no se pregunta.
 
—¿Al menos puedo saber dónde estoy?
 
—En un cuarto sin salida.
 
—Si no la tuviera, menos podrías haberme metido aquí.
 
—Sin salida para ti —aclara.
 
—¿Y por qué estoy aquí?
 
—No estoy aquí para responder preguntas tontas —la voz va aseverándose—. Seré preciso, no saldrás. Acostúmbrate a este cuarto.
 
—¿No puedo…?
 
—La sesión de preguntas acabó —establece. Se oye el estruendo de una puerta cerrándose.
 
Marc no tiene idea de dónde lo han metido ni qué hace ahí, sólo está seguro de que sus vacaciones han sido interrumpidas bruscamente. Ahora preferiría haberse quedado en casa, donde Leo vuelve a llamar a su celular siendo atendido por la contestadora. Nuevamente lo deja pasar, aunque ahora mucho más extrañado.
 
—¿Crees que ya sea tiempo de llamar a Paula? —Daisy está perdiendo la paciencia.
 
—No. Yo la llamaría mañana.
 
—¡¿Qué?! —sale agudo—. Nos llamó en la mañana, ¿no llamarías en la tarde?
 
—No en este caso.
 
—Ni siquiera sabes qué pasó. —Cruza los brazos.
 
—Tú tampoco. Hay que esperar para no tomar riesgos.
 
—¿Desde cuándo tienes tanta paciencia?
 
—Soy paciente cuando hace falta.
 
—¡Yo no! —replica en alto—. Quiero saber.
 
—Lamento tocar el tema, pero tengo que explicarte por qué hay que esperar.
 
—¿Qué vas a decir? —le permite hacerlo, eso no elimina su disgusto al saber lo que sería.
 
—Cuando mataron a Diego, tú no querías hablar con nadie. Si acaso hablabas con Paula y conmigo por desahogo. Te molestabas cada vez que alguien te preguntaba cómo te sentías, cómo conseguiste el cuerpo, cómo reaccionaste y cosas así del tema. Sólo lo mencionabas casualmente si querías comentarlo —relata con cuidado de no disgustarla mucho—. Sé que no se compara, pero si lo que pasa es que pelearon, Paula no va a querer hablar de eso por un tiempo, no se sabe cuánto, pero para esperar un tiempo considerable, le preguntaremos mañana.
 
—Sólo porque sé cómo se siente, esperaré —acuerda no muy feliz, sacando su celular del bolsillo de su short.
 
—Y no, si vas a decirle a Leo que hable con Marc, no —adivina sus intenciones, provocando que la pelirroja rezongue—. Es posible que él tampoco quiera hablar.
 
—No le diría que hable del tema.
 
—Pero con el “háblale” él de inmediato te responderá “¿por qué?” ya que le parecerá raro y sabrá del tema.
 
—¡Okay, ya entendí!
 
Algo luego, en la renovada casa en la playa de Carlos, éste está tranquilo revisando su correo cuando recibe un mensaje de una dirección desconocida. Está a punto de ignorarlo hasta que algo en él le llama la atención. Con dos clics lo abre y la cara le cambia totalmente. Intenta rastrear la dirección IP al no aparecer el remitente, pero la misma ha sido borrada de alguna manera. Relee varias veces, levemente perturbado.
 
Paula también recibe un mensaje, en su caso, en el celular de parte de un número privado.
 
“Ayudar o no ayudar. Es decisión tuya”.
 
Al pensar que es un número equivocado, hace caso omiso de él.
 
El cielo ha oscurecido y el número del reloj ha aumentado. Es la hora de Leo encerrado en su habitación con el aire frío y una buena serie en la pantalla plana. Bueno, ni tan encerrado, olvidó empujar unos milímetros más la puerta para que Rex no fuese capaz de abrirla y saltar a su cama.
 
—¡Rex! —Estaba tan concentrado con el programa que no se fijó del perro hasta que no se volvió loco sobre su cama—. Te dejaré arriba si te calmas —condiciona, mas ladra—. ¿No quieres quedarte aquí? —Rex continúa ladrando—. Baja —ordena señalando al piso. Obedece con una pequeña trampa: le hala la sábana para quitársela—. ¿Te estás vengando? —Toma el otro extremo y hala hacia él para recuperarla—. Suelta… Suelta… ¡Suelta! —A la tercera fue la vencida. El pastor alemán deja de morder su lado, haciendo que el castaño se eche para atrás con rapidez, quedando acostado—. ¿Qué te está pasando? —No entiende ese comportamiento, ahora pasa a estirar la manga de su franela—. ¡Ya, suelta! —Se desespera y se levanta para que no lo fastidie más—. ¿Qué quieres? —El peludo lo guía hasta el teléfono de la casa—. ¿En serio? ¿No podías traerme el teléfono y ya? —se queja. Marca primero un número que sale apagado—. Contestadora, ya es demasiado, un día entero sin saber nada. Él me dijo que no pasaría más de eso sin siquiera mandarme una foto —comienza a preocuparse. Marca un segundo número que sí es atendido por una persona.
 
—¿Hola?
 
—¡Hola! ¿Será que puedes decirle a Paula que llame a Marc?
 
—Leo… —Daisy descarta la opción de sacarle la información a su mejor amigo—. No puedo.
 
—¿Por qué no?
 
—Paula no está de buen humor hoy, no sé por qué. Para no empeorarla, no hablaré con ella hasta mañana.
 
—Ah, bueno. Gracias.
 
—De nada. —Cuelgan.
 
—Opción de última hora. —Leo marca un tercer número que también es atendido por una persona.
 
—¿Hola?
 
—Hola, papá —saluda completamente seco.
 
—¿Leonardo? —Le extraña.
 
—Sí, soy yo. ¿Cómo estás?
 
—Extrañado. ¿Tú?
 
—Extrañado de mí mismo. —Qué conversación tan incómoda.
 
—¿Qué necesitas?
 
—Comprobar algo. —Por suerte, su padre lo dirige directo al grano—. Sabes que no puedo estar solo con preocupaciones. Marc me dijo que lo llamara cuando quisiera para hablar. Desde ayer en la noche no he podido, su celular está apagado. Ya me está comenzando a preocupar. Necesito saber si es la señal, su celular o si pasó algo.
 
—Leonardo… —Lo piensa.
 
—Ese tono nunca me ha agradado en nadie. ¿Pasó algo?
 
Una respiración profunda afirma lo cuestionado.
 
—Marc está secuestrado.
 
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo puedes saber eso y yo no?! —vocifera, alarmado.
 
—Me mandaron un correo con la información.
 
—¿No sabes quién lo envió?
 
—No puedo rastrear nada. El que lo envió es un experto.
 
—¿Qué sabes? —habla rápido.
 
—Lo atraparon hoy. Se supone que no debo decirle a nadie, tienes suerte de que están en la lista de los que pueden saber.
 
—¡¿Una lista?! —Se angustia más—. ¡Ese hombre nos espió!
 
—Sólo podemos saber Paula, tú y yo según la lista.
 
—¡Oh, qué perfecta combinación! —usa un sarcasmo muy obvio.
 
—No puedo dar muchos detalles. Puedes saber, pero soy el único que tiene acceso a todo.
 
—Ok. Si puedo ayudar en algo o saber más, me dices.
 
—Claro, chao. —Cuelgan.
 
Rex mira fijo a Leo dejando el teléfono en su base, expectante.
 
—Rex… —Al no hallar qué decir, simplemente niega con la cabeza lentamente, entristeciéndose ambos.
 
Ese es el final del día.
 
—¡Hola! —Paula saluda a Daisy en la mañana cuando le abre la puerta de su casa.
 
—¡Hola! ¿Cómo estás?
 
—Como ayer, ¿y tú?
 
—Bien. Vine a recoger el regalo —informa, desanimándola.
 
—Oh, el regalo…
 
—¿Qué fue lo que pasó que te pones así? —no lo puede guardar por más.
 
—Yo pensaba que Marc era diferente.
 
—¿Qué hizo? —Eleva las cejas, confundida.
 
—Besó a otra en Daytona.
 
—¿Qué? Sé que no conozco perfectamente a Marc, pero él nunca haría eso, estoy segura.
 
—Pues lo hizo.
 
—¿Y cómo lo sabes?
 
—Fotos. Sé que no son trucadas —cada palabra la pone peor.
 
—Hey, si quieres, para —sugiere su melliza—. No tengo que saberlo todo, eso es privado. Sólo quería saber qué pasó, ya. Aunque no lo crea, si no quieres seguir, sólo dime.
 
—De acuerdo. —Busca la bolsa con el regalo y se la da—. Aquí tienes.
 
—Gracias. ¿Quieres que me quede?
 
—Si tú quieres y puedes, claro.
 
Ambas hermanas se quedan conversando sobre otros temas que nada tuviesen que ver con relaciones ni parecidos.
 
—¿Viste que no hay salida? —la misma voz de hombre de ayer le habla desde un sitio invisible.
 
—Sí hay, que no le encuentre es otra cosa —persiste Marc.
 
—Tu búsqueda será en vano.
 
—Se supone que alguien debe rescatarme. —De alguna manera le sacaría información, seguramente lo lograría con preguntas ocultas en simples oraciones.
 
—Sí, ya al menos una persona sabe que no estás precisamente de vacaciones.
 
—¿Quién?
 
—Eso tendrás que adivinarlo tú. Son tres personas las que se enterarán, creo que con eso te doy muchas pistas.
 
—Esto no será bueno —preocupado, se dice a sí mismo.
 
—¿Qué no será bueno? —La voz tiene un oído excelente, no creyó que lo escucharía.
 
—Todo —no siente ánimos de explicar—. ¿El rescate? —retoma.
 
—Suponiendo que se llevará a cabo uno, no debería contestarlo hasta que no llegue el momento.
 
—¿Dinero o me dejarás por ahí?
 
—¡Dios, se nota que eres detective! —Se exaspera—. Haces demasiadas preguntas, ¡eso no es normal!
 
—¿Me harás algo por eso? —reta, no planea mostrarle temor.
 
—Eso lo irás descubriendo poco a poco. Interrogatorio terminado —culmina similar a la última vez.
 
—¿Qué tal, Marc? —En su lugar, luego de una puerta estruendosa, una voz femenina conocida entra.
 
—¿Kimberly? ¿Eres tú? —No se la cree.
 
—Y me olvidaste de nuevo.
 
—¡Tú! —espeta con rabia—. ¡No debí creerte nada ayer! De seguro ni te había hablado antes.
 
—Qué equivocado estás.
 
—¿Cómo pude pensar que ibas a ayudarme a recordar? ¡Me tendiste una trampa! —Marc está indignado con sí mismo.
 
—Realmente, sí te iba a ayudar. Ya no.
 
—Claro, ya lograste lo que querías —reprocha.
 
—Si con eso me estás diciendo “traicionera”, yo no fui quien besó a otra persona que no era mi pareja.
 
—¡Yo no recuerdo eso! —Se ofende.
 
—Yo lo recuerdo perfectamente —agrega cierto tono satisfecho.
 
—¿Cómo puedes…? —Capta—. ¡Tú!
 
—Al fin lo notas.
 
—Te quedó buenísima —usa sarcasmo, enfadado.
 
—Excelente, ¿no?
 
Marc no contesta. No se perdona la clase de trampa en la que cayó y que lo trajo hasta acá.
 
Casi al mediodía, en la enorme casa, Rex está rascando la puerta de la habitación de Leonardo. Al no pasar nada, va hasta la sala, devolviéndose corriendo. Rasca la puerta con más fuerza y ladrando. Del otro lado, Leo está acostado en su cama, aparentemente recién despierto.
 
—¡Me vas a rayar la puerta! ¡Para! —No hace caso—. Sólo eres así conmigo. —Se resigna, levantándose y saliendo de ahí—. ¿Qué tienes? —Rex ladra apuntando hacia el interior del cuarto—. ¿Qué? ¿Que vuelva a entrar? Ya me despertaste, iré al baño. —El peludo le obstruye el paso—. ¡Déjame ir! —Corre a la habitación, toma una camisa y un pantalón y se los lleva. Leo lo ve raro—. ¿No me puedo quedar así? —Estaba en su casa, ¿por qué no usar pijamas? Rex sólo esconde la cabeza y retrocede lentamente—. ¿Por qué estás tan raro?
 
—¿Rex te elije la ropa? —la voz casi risueña de cierta pelirroja pesca al castaño, quien voltea sólo por asegurarse de que no fue su cabeza, y al verla con una mirada divertida detrás de él, le da la espalda y se tapa el rostro con un brazo sólo para asegurarse de no ser visto, apenado.
 
—¿Cómo entraste? —pregunta viendo a la pared.
 
—La puerta estaba abierta, aproveché para saludar.
 
—¿Tan temprano? —Con la mano libre hace el intento de acomodarse el cabello desordenado por la almohada.
 
—Son las once y cuarenta.
 
—¡¿Qué?! —suena más a un bostezo.
 
—Ya veo que acabas de despertar —resalta halándole levemente la costura inferior de la camisa del pijama, haciendo que él se aparte un poco—. Deja de taparte.
 
—No, iré a cambiarme. —Sin dejar de cubrirse, va al baño seguido por Rex con su ropa aún entre sus dientes. Daisy ríe por eso. Un par de minutos luego, Leo sale más presentable.
 
—¿Ahora sí puedo verte?
 
—No me estoy tapando.
 
—Normalmente no sueles dormir tanto.
 
—En vacaciones duermo como no tienes idea —rectifica.
 
—Ya veo. ¿Cómo estás?
 
—Normal. Ya me hacía falta ver a alguien —confiesa, aunque su expresión se mantiene neutra.
 
—Te afecta estar solo, ¿no?
 
—Siempre, nunca me ha gustado eso.
 
—¿Y no has podido hablar con Marc?
 
—No —se vuelve aun más neutral—. Algo debió pasarle a su celular.
 
—Y aún faltan cinco días para que vuelva —oculta la extrañeza que le nace por su neutralidad.
 
—Sí… —termina de afectarse, no está para nada convencido de esa afirmación.
 
—¿Qué te pasa? —lo nota, ser así no es parte de él.
 
—Nada, no tengo nada.
 
—No te pones así de repente.
 
—¿Así cómo? —se hace el desentendido.
 
—Tan neutro.
 
—Acabo de despertar, tengo hambre, no he cargado mi energía totalmente.
 
—Si tú lo dices… Te dejaré desayunar —lanza una indirecta a irse.
 
—¿Ya para qué? Almuerzo como a las doce y media, así desayuno y almuerzo a la vez.
 
—Típico de vacaciones. ¿De verdad estás bien?
 
—Me pondré mal si vuelves a preguntar.
 

Carlos y Paula vuelven a recibir mensajes extraños al correo y al celular, no pudiendo rastrearlo e ignorándolo respectivamente.
por Spencer
el Miér 29 Abr 2015, 6:11 pm
 
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