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Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 7 "La visita" (Parte 1)
Domingo, 1 de julio de 2012
Abrí los ojos sobresaltada. Carlota estaba riendo y gritando en el corral. Miré la hora en el reloj de muñeca y vi que eran las once de la mañana pasadas. No solía dormir tanto, pero el sueño había podido conmigo y me había sentado estupendamente.
Reflexioné durante unos segundos sobre lo que nos había pasado el día anterior. Hasta que no pinchamos todo había ido estupendamente, incluso me pareció que Niall me quería besar, hasta que apartó la mirada. Todo iba genial, y me estaba divirtiendo mucho con él. Chasqueé los labios y negué con la cabeza. De repente me vi entre sus brazos, él empezaba a besarme el cuello e iba subiendo poco a poco hasta mis labios… No, no podía ser. Me estaba dejando llevar por mi imaginación. Estaba saliendo con la imbécil de Alba, y yo no era más que su medio hermana. No sé qué podía ver en ella. Y no porque fuera pija, sino porque era tan insoportable que la mitad de las chicas del pueblo no la aguataban. Se dedicaba a tontear con todos los novios de mis amigas hasta enrollarse con ellos.
Después del pinchazo, todo lo que siguió mejor olvidarlo. Aún no podía creer que alguien anduviera por el bosque con una escopeta y que nos disparara. Tenía la sensación de que quienfuera que nos había disparado no quería hacernos daño. Más bien daba la impresión de que nos quería alejar del bosque. Pero ¿qué quería esconder? ¿Tenía algo que ver con el grito desesperado que oímos antes de los dos disparos?
Me estiré sobre el colchón y bostecé antes de levantarme.
Miré la herida cuando me senté en la cama. Deslicé los dedos por ella, reprimiendo un escalofrío. Afortunadamente, los puntos no se me habían infectado y ya no me dolía tanto.
—¡Otra vez, Niall! —exclamó Carlota.
—¿Mi princesa quiere más alto? —le preguntó él como si estuviera cometiendo una travesura.
Me estremecí al oír su voz. Todavía me preguntaba por qué había salido de madrugada al bosque. Me asomé a la ventana para saber qué juego se traían Niall y mi hermana pequeña. Él la tiraba hacia arriba y ella reía sin parar. Se les veía tan bien juntos que por un instante sentí celos. Entre ellos existía la complicidad que siempre había deseado tener cuando papá y mamá todavía estaban casados, cuando aún éramos una familia y yo les pedía una hermana.
Él estaba relajado y volvía a tener esa mirada de pillo y de niño grande. ¿Por qué él y yo no nos podíamos llevar así de bien? Solo esperaba que el buen rollo de bienvenida siguiera hasta que me marchara otra vez a Madrid. No tenía ganas de volver a pasar un verano en el que yo fuera el blanco de sus burlas.
—Más, más —pidió Carlota.
Mi hermana solo llevaba unas braguitas de bañador de Hello Kitty, su personaje favorito, y dos manguitos en los brazos. Supongo que estaba preparándose para bañarse en la piscina. Aunque nos parecíamos mucho físicamente, ella era mucho más morena que yo de piel y ahora llevaba el pelo más largo que el mío. A su madre solo se le parecía en el azul de los ojos.
Niall llevaba solo unos pantalones vaqueros que le caían por debajo de la cintura y la camiseta la llevaba colgada del hombro. Me llamó la atención que llevara un rosario colgado del cuello. Nunca se lo había visto. Iba descalzo y tenía el cabello revuelto, como si se hubiera peleado con alguien. Esa mañana estaba realmente guapo.
—¿Quieres más? —preguntó él.
Instintivamente asentí con la cabeza. ¿Quería algo más con él? Cerré los ojos para no dejarme llevar por esa idea estúpida y oí cómo mi hermana le contestaba:
—Sí, más alto.
Parecía no cansarse de volar en el aire. Ella abría los brazos en cruz mientras estaba arriba como si fuera un avión y los volvía a cerrar cuando él la tenía en sus manos.
Enseguida llegó Maura con un trapo en las manos. Les mandó callar chistándoles y llevándose el dedo índice en los labios.
—Vais a despertar a ____. Dejadla que descanse. —Después señaló a su hijo con el mismo dedo que se había llevado a los labios—. Y deja de tirarla por los aires, que va a vomitar las galletas y la leche del desayuno.
La escena me hizo sonreír. Mi madrastra hacía todo lo posible para que me sintiera como en casa.
Niall desvió la mirada hacia Carlota, alzó una ceja y ambos se echaron a reír. Él le dijo algo al oído, y ella asintió. Mi hermana extendió un brazo hacia su madre para tocarle la mejilla.
—Mami —dijo con voz melosa, como si lo tuviera tan ensayado que le saliera de manera muy natural—, no te enfades. Estás muy fea… —Esperó a que él volviera a decirle más palabras al oído—. Y no te voy a dar más besos de bombón.
—¿Qué te ha dicho tu hermano? —Levantó el brazo en el que llevaba el trapo y le atizó con él en la cabeza—. ¿Eso es lo que le enseñas a la niña? Ya verás qué fea me pongo. La bruja de Blancanieves a mi lado te va a parecer encantadora.
Él se cubrió la cabeza de un modo teatral y se apartó de su madre hasta llegar a la puerta del corral en dos zancadas. Protegía a Carlota con un brazo mientras no paraban de reír. Los tres parecían estar disfrutando del momento.
—Ten cuidado con tu hija pequeña y no le pegues en la cabeza —repuso él de manera socarrona—. Aún puedes hacer de ella alguien respetable, no como yo…
Maura se detuvo de pronto, y el gesto de su cara cambió. Lo atizó con fuerza.
—No me gusta que bromees con estos temas, Niall, y lo sabes.
Me pareció que contuvo el aliento y reprimió unas lágrimas. Él se encogió de hombros y la atrajo hacia sí. No sabía de qué iba aquello, pero por cómo había reaccionado su madre entendí que se trataba de algo que yo desconocía. ¿Cuántas cosas me quedaban por conocer de Niall? ¿Qué era aquello que provocaba tanto dolor en Maura? Nunca me había interesado nada de Niall y qué había sido de su vida hasta ese momento. ¿Realmente era tan insoportable como yo creía o tal vez era yo la que había cambiado y lo veía con otros ojos?
Bajé a la cocina con esa idea en la cabeza. Desde las escaleras se olía a café recién hecho. No me gustaba cómo sabía, pero sí el aroma que dejaba en la casa. Me daba la impresión de que le daba sabor a hogar. Quizá era porque también me recordaba a cuando mi padre vivía con nosotras. Mamá y yo preferíamos el té.
Papá estaba sentado en el sofá del rincón de al lado de la chimenea con un periódico doblado en una mano y en la otra sostenía un vaso grande hasta arriba de café. Conociéndolo, sabía que era el segundo de la mañana. Le gustaba saborearlo leyendo las noticias del día.
Domingo, 1 de julio de 2012
Abrí los ojos sobresaltada. Carlota estaba riendo y gritando en el corral. Miré la hora en el reloj de muñeca y vi que eran las once de la mañana pasadas. No solía dormir tanto, pero el sueño había podido conmigo y me había sentado estupendamente.
Reflexioné durante unos segundos sobre lo que nos había pasado el día anterior. Hasta que no pinchamos todo había ido estupendamente, incluso me pareció que Niall me quería besar, hasta que apartó la mirada. Todo iba genial, y me estaba divirtiendo mucho con él. Chasqueé los labios y negué con la cabeza. De repente me vi entre sus brazos, él empezaba a besarme el cuello e iba subiendo poco a poco hasta mis labios… No, no podía ser. Me estaba dejando llevar por mi imaginación. Estaba saliendo con la imbécil de Alba, y yo no era más que su medio hermana. No sé qué podía ver en ella. Y no porque fuera pija, sino porque era tan insoportable que la mitad de las chicas del pueblo no la aguataban. Se dedicaba a tontear con todos los novios de mis amigas hasta enrollarse con ellos.
Después del pinchazo, todo lo que siguió mejor olvidarlo. Aún no podía creer que alguien anduviera por el bosque con una escopeta y que nos disparara. Tenía la sensación de que quienfuera que nos había disparado no quería hacernos daño. Más bien daba la impresión de que nos quería alejar del bosque. Pero ¿qué quería esconder? ¿Tenía algo que ver con el grito desesperado que oímos antes de los dos disparos?
Me estiré sobre el colchón y bostecé antes de levantarme.
Miré la herida cuando me senté en la cama. Deslicé los dedos por ella, reprimiendo un escalofrío. Afortunadamente, los puntos no se me habían infectado y ya no me dolía tanto.
—¡Otra vez, Niall! —exclamó Carlota.
—¿Mi princesa quiere más alto? —le preguntó él como si estuviera cometiendo una travesura.
Me estremecí al oír su voz. Todavía me preguntaba por qué había salido de madrugada al bosque. Me asomé a la ventana para saber qué juego se traían Niall y mi hermana pequeña. Él la tiraba hacia arriba y ella reía sin parar. Se les veía tan bien juntos que por un instante sentí celos. Entre ellos existía la complicidad que siempre había deseado tener cuando papá y mamá todavía estaban casados, cuando aún éramos una familia y yo les pedía una hermana.
Él estaba relajado y volvía a tener esa mirada de pillo y de niño grande. ¿Por qué él y yo no nos podíamos llevar así de bien? Solo esperaba que el buen rollo de bienvenida siguiera hasta que me marchara otra vez a Madrid. No tenía ganas de volver a pasar un verano en el que yo fuera el blanco de sus burlas.
—Más, más —pidió Carlota.
Mi hermana solo llevaba unas braguitas de bañador de Hello Kitty, su personaje favorito, y dos manguitos en los brazos. Supongo que estaba preparándose para bañarse en la piscina. Aunque nos parecíamos mucho físicamente, ella era mucho más morena que yo de piel y ahora llevaba el pelo más largo que el mío. A su madre solo se le parecía en el azul de los ojos.
Niall llevaba solo unos pantalones vaqueros que le caían por debajo de la cintura y la camiseta la llevaba colgada del hombro. Me llamó la atención que llevara un rosario colgado del cuello. Nunca se lo había visto. Iba descalzo y tenía el cabello revuelto, como si se hubiera peleado con alguien. Esa mañana estaba realmente guapo.
—¿Quieres más? —preguntó él.
Instintivamente asentí con la cabeza. ¿Quería algo más con él? Cerré los ojos para no dejarme llevar por esa idea estúpida y oí cómo mi hermana le contestaba:
—Sí, más alto.
Parecía no cansarse de volar en el aire. Ella abría los brazos en cruz mientras estaba arriba como si fuera un avión y los volvía a cerrar cuando él la tenía en sus manos.
Enseguida llegó Maura con un trapo en las manos. Les mandó callar chistándoles y llevándose el dedo índice en los labios.
—Vais a despertar a ____. Dejadla que descanse. —Después señaló a su hijo con el mismo dedo que se había llevado a los labios—. Y deja de tirarla por los aires, que va a vomitar las galletas y la leche del desayuno.
La escena me hizo sonreír. Mi madrastra hacía todo lo posible para que me sintiera como en casa.
Niall desvió la mirada hacia Carlota, alzó una ceja y ambos se echaron a reír. Él le dijo algo al oído, y ella asintió. Mi hermana extendió un brazo hacia su madre para tocarle la mejilla.
—Mami —dijo con voz melosa, como si lo tuviera tan ensayado que le saliera de manera muy natural—, no te enfades. Estás muy fea… —Esperó a que él volviera a decirle más palabras al oído—. Y no te voy a dar más besos de bombón.
—¿Qué te ha dicho tu hermano? —Levantó el brazo en el que llevaba el trapo y le atizó con él en la cabeza—. ¿Eso es lo que le enseñas a la niña? Ya verás qué fea me pongo. La bruja de Blancanieves a mi lado te va a parecer encantadora.
Él se cubrió la cabeza de un modo teatral y se apartó de su madre hasta llegar a la puerta del corral en dos zancadas. Protegía a Carlota con un brazo mientras no paraban de reír. Los tres parecían estar disfrutando del momento.
—Ten cuidado con tu hija pequeña y no le pegues en la cabeza —repuso él de manera socarrona—. Aún puedes hacer de ella alguien respetable, no como yo…
Maura se detuvo de pronto, y el gesto de su cara cambió. Lo atizó con fuerza.
—No me gusta que bromees con estos temas, Niall, y lo sabes.
Me pareció que contuvo el aliento y reprimió unas lágrimas. Él se encogió de hombros y la atrajo hacia sí. No sabía de qué iba aquello, pero por cómo había reaccionado su madre entendí que se trataba de algo que yo desconocía. ¿Cuántas cosas me quedaban por conocer de Niall? ¿Qué era aquello que provocaba tanto dolor en Maura? Nunca me había interesado nada de Niall y qué había sido de su vida hasta ese momento. ¿Realmente era tan insoportable como yo creía o tal vez era yo la que había cambiado y lo veía con otros ojos?
Bajé a la cocina con esa idea en la cabeza. Desde las escaleras se olía a café recién hecho. No me gustaba cómo sabía, pero sí el aroma que dejaba en la casa. Me daba la impresión de que le daba sabor a hogar. Quizá era porque también me recordaba a cuando mi padre vivía con nosotras. Mamá y yo preferíamos el té.
Papá estaba sentado en el sofá del rincón de al lado de la chimenea con un periódico doblado en una mano y en la otra sostenía un vaso grande hasta arriba de café. Conociéndolo, sabía que era el segundo de la mañana. Le gustaba saborearlo leyendo las noticias del día.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 7 "La visita" (Parte 2)
Me lo quedé mirando un rato. Estaba absorto en la lectura.
—Buenos días —lo saludé desde el otro extremo de la cocina.
Mi padre soltó el periódico y el vaso de las manos, y corrió hacia mí. Yo me quedé quieta. Le había prometido que me dejaría mimar. No era muy dada a los abrazos ni a que me colmara de besos como estaba haciendo entonces.
—¿Has dormido bien? —me preguntó acariciándome la cabeza.
—Sí, muy bien.
—¿No te habrán despertado tus hermanos?
Negué con la cabeza. ¿Por qué se empeñaba en decir que Niko y yo éramos hermanos cuando no nos unía ningún lazo de sangre?
—No, llevaba un rato dando vueltas en la cama.
—Hoy hemos pensado en hacer tu comida favorita. Hay que celebrar que volvemos a estar juntos.
Asentí con la cabeza. Si había una cosa que me gustaba de venir a su casa es que Maura, como buena vasca, cocinaba muy bien, y dos veces a la semana me hacía lo que yo le pedía, otros dos días le daba el gusto a Niall y los otros dos se lo daba a Carlota. El domingo era el único día que cocinaba para papá, así que ese día era una excepción.
—«¡Buenos días, Yasmine… y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches!»
Puse los ojos en blanco y solté un suspiro, no podía evitar que me hiciera gracia su comentario. Me separé de papá y busqué una frase de El Show de Truman con que contestar a Niall. Encontré una que le iba como anillo al dedo.
—«Estás chiflado, ¿lo sabías?» —repliqué acercándome al armario donde estaban los vasos y las tazas para hacerme un té con leche.
Pasó por detrás de mí, muy cerca, y alargó un brazo para coger un plato con las galletas que tanto me gustaban. Me ofreció una para que comiera.
—«Cuéntame algo que no sepa» —soltó llevándose una galleta de chocolate blanco a la boca—. «Pero no cabe ninguna duda, la gente me sigue… Ni siquiera Dios ha logrado caerle bien a todo el mundo.»
Se mordió el labio arrastrando un trocito de chocolate blanco. Alargué la mano y le robé un trozo de galleta. Me miró a los ojos con esa mirada entre soñadora y jovial.
—«Mira, Yasmine, he pintado un sol maravilloso para las dos princesas de la casa.» —Señaló por la ventana hacia el cielo—. ¿Ves? Nunca es tarde para pintarlo.
—¡Cuántas cosas hay que no sé de ti! Ahora resulta que también sabes pintar. —Me gustaba la idea de que pensara en mí y de que me hiciera soñar.
—«Te sorprendería saber que no hay más verdad ahí fuera que el mundo que he creado para ti… y para Carlota» —dijo poniéndose un vaso de leche fría con canela.
No quería mirar su pecho desnudo ni tampoco lo bien que le sentaban los pantalones vaqueros, así que desvié la vista hacia la ventana y hacia Carlota, que se estaba bañando junto a su madre.
—¿Quieres que te prepare algo? —me preguntó Niall.
Aquella pregunta me pilló por sorpresa. Era la primera vez que se ofrecía a prepararme algo. Normalmente solía quitarme lo que llevaba en las manos, ya fuera un té, las pastas que hacía su madre o un trozo de bizcocho.
—¿Te apetece un té con leche fría y unas cookies? —Sacó del armario un bote sin abrir de té English Breakfast, mi favorito—. Maura me recordó que te gustaba y te lo compré en Londres.
—Perfecto —respondí con una sonrisa.
Mi padre me agarró de la cintura y me llevó hasta la mesa rectangular que ocupaba el centro de la cocina. Desde el primer día que pisé esa casa siempre había un jarrón con las flores y rosas que crecían en el corral.
—Venga, cuéntame cómo os va a Nieves y a ti con Roberto, y deja que tu hermano te prepare el desayuno —comentó mi padre sentándose a mi lado con el café y el periódico.
—No somos hermanos —le solté de golpe.
—Como si lo fuerais —replicó él con un tono que no me gustó—. Y deja de refunfuñar, que ya sabes lo que pienso sobre este tema.
Habíamos discutido muchas veces esa cuestión, y yo me negaba una y otra vez a considerarlo como un hermano. No iba a ceder nunca. Se hizo un silencio incómodo, de esos en los que se podía cortar la tensión con un cuchillo. Yo miraba a mi padre, y él me miraba a mí. En sus ojos había una mezcla de tristeza y súplica. Poco a poco fue alargando los labios hasta esbozar una sonrisa. Recordé entonces la promesa de dejarme mimar, y todo lo que implicaba. Al final solté una carcajada. No quería enfadarme con él, por lo menos no el primer día.
Niko me dejó un plato con las galletas que hacía su madre y también un té como a mí me gustaba.
—Me voy a cambiar y a darme un chapuzón con la princesa de la casa. Le he prometido a Carlota que le enseñaría a nadar.
Antes de que subiera el primer escalón llamaron a la puerta de delante. Él hizo amago de abrir, pero papá se le adelantó.
—Hola, Dani, ¿qué hay? —saludó mi padre—. ¿Quieres acompañarnos a tomar algo?
—Hola, Paco… —Tenía el semblante serio.
Dani venía de paisano y no llevaba el uniforme de guardia civil.
—Esta mañana he estado con tu hermano —dijo Niall—. ¿Ha pasado algo?
—Han encontrado a Andrea en el río… —contestó con un hilo de voz.
—¿Está bien? —En la voz de Niall había una nota de temor, como si temiera lo peor.
Dani negó con la cabeza y soltó un suspiro.
—Ha sido asesinada sobre las seis de esta madrugada muy cerca de donde Louis y tú habéis estado pescando. Pensé que te gustaría saberlo.
Sentí un escalofrío y busqué con la mirada a Niall. Estaba pálido y se retiró un mechón de la cara con cierto nerviosismo. Se llevó la cruz del rosario a los labios y la mordió. Parecía sinceramente afectado, a la vez que su mirada se mostraba huidiza. ¿Realmente podría haberle dado tiempo de hacer lo que me negaba a creer?
Me lo quedé mirando un rato. Estaba absorto en la lectura.
—Buenos días —lo saludé desde el otro extremo de la cocina.
Mi padre soltó el periódico y el vaso de las manos, y corrió hacia mí. Yo me quedé quieta. Le había prometido que me dejaría mimar. No era muy dada a los abrazos ni a que me colmara de besos como estaba haciendo entonces.
—¿Has dormido bien? —me preguntó acariciándome la cabeza.
—Sí, muy bien.
—¿No te habrán despertado tus hermanos?
Negué con la cabeza. ¿Por qué se empeñaba en decir que Niko y yo éramos hermanos cuando no nos unía ningún lazo de sangre?
—No, llevaba un rato dando vueltas en la cama.
—Hoy hemos pensado en hacer tu comida favorita. Hay que celebrar que volvemos a estar juntos.
Asentí con la cabeza. Si había una cosa que me gustaba de venir a su casa es que Maura, como buena vasca, cocinaba muy bien, y dos veces a la semana me hacía lo que yo le pedía, otros dos días le daba el gusto a Niall y los otros dos se lo daba a Carlota. El domingo era el único día que cocinaba para papá, así que ese día era una excepción.
—«¡Buenos días, Yasmine… y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches!»
Puse los ojos en blanco y solté un suspiro, no podía evitar que me hiciera gracia su comentario. Me separé de papá y busqué una frase de El Show de Truman con que contestar a Niall. Encontré una que le iba como anillo al dedo.
—«Estás chiflado, ¿lo sabías?» —repliqué acercándome al armario donde estaban los vasos y las tazas para hacerme un té con leche.
Pasó por detrás de mí, muy cerca, y alargó un brazo para coger un plato con las galletas que tanto me gustaban. Me ofreció una para que comiera.
—«Cuéntame algo que no sepa» —soltó llevándose una galleta de chocolate blanco a la boca—. «Pero no cabe ninguna duda, la gente me sigue… Ni siquiera Dios ha logrado caerle bien a todo el mundo.»
Se mordió el labio arrastrando un trocito de chocolate blanco. Alargué la mano y le robé un trozo de galleta. Me miró a los ojos con esa mirada entre soñadora y jovial.
—«Mira, Yasmine, he pintado un sol maravilloso para las dos princesas de la casa.» —Señaló por la ventana hacia el cielo—. ¿Ves? Nunca es tarde para pintarlo.
—¡Cuántas cosas hay que no sé de ti! Ahora resulta que también sabes pintar. —Me gustaba la idea de que pensara en mí y de que me hiciera soñar.
—«Te sorprendería saber que no hay más verdad ahí fuera que el mundo que he creado para ti… y para Carlota» —dijo poniéndose un vaso de leche fría con canela.
No quería mirar su pecho desnudo ni tampoco lo bien que le sentaban los pantalones vaqueros, así que desvié la vista hacia la ventana y hacia Carlota, que se estaba bañando junto a su madre.
—¿Quieres que te prepare algo? —me preguntó Niall.
Aquella pregunta me pilló por sorpresa. Era la primera vez que se ofrecía a prepararme algo. Normalmente solía quitarme lo que llevaba en las manos, ya fuera un té, las pastas que hacía su madre o un trozo de bizcocho.
—¿Te apetece un té con leche fría y unas cookies? —Sacó del armario un bote sin abrir de té English Breakfast, mi favorito—. Maura me recordó que te gustaba y te lo compré en Londres.
—Perfecto —respondí con una sonrisa.
Mi padre me agarró de la cintura y me llevó hasta la mesa rectangular que ocupaba el centro de la cocina. Desde el primer día que pisé esa casa siempre había un jarrón con las flores y rosas que crecían en el corral.
—Venga, cuéntame cómo os va a Nieves y a ti con Roberto, y deja que tu hermano te prepare el desayuno —comentó mi padre sentándose a mi lado con el café y el periódico.
—No somos hermanos —le solté de golpe.
—Como si lo fuerais —replicó él con un tono que no me gustó—. Y deja de refunfuñar, que ya sabes lo que pienso sobre este tema.
Habíamos discutido muchas veces esa cuestión, y yo me negaba una y otra vez a considerarlo como un hermano. No iba a ceder nunca. Se hizo un silencio incómodo, de esos en los que se podía cortar la tensión con un cuchillo. Yo miraba a mi padre, y él me miraba a mí. En sus ojos había una mezcla de tristeza y súplica. Poco a poco fue alargando los labios hasta esbozar una sonrisa. Recordé entonces la promesa de dejarme mimar, y todo lo que implicaba. Al final solté una carcajada. No quería enfadarme con él, por lo menos no el primer día.
Niko me dejó un plato con las galletas que hacía su madre y también un té como a mí me gustaba.
—Me voy a cambiar y a darme un chapuzón con la princesa de la casa. Le he prometido a Carlota que le enseñaría a nadar.
Antes de que subiera el primer escalón llamaron a la puerta de delante. Él hizo amago de abrir, pero papá se le adelantó.
—Hola, Dani, ¿qué hay? —saludó mi padre—. ¿Quieres acompañarnos a tomar algo?
—Hola, Paco… —Tenía el semblante serio.
Dani venía de paisano y no llevaba el uniforme de guardia civil.
—Esta mañana he estado con tu hermano —dijo Niall—. ¿Ha pasado algo?
—Han encontrado a Andrea en el río… —contestó con un hilo de voz.
—¿Está bien? —En la voz de Niall había una nota de temor, como si temiera lo peor.
Dani negó con la cabeza y soltó un suspiro.
—Ha sido asesinada sobre las seis de esta madrugada muy cerca de donde Louis y tú habéis estado pescando. Pensé que te gustaría saberlo.
Sentí un escalofrío y busqué con la mirada a Niall. Estaba pálido y se retiró un mechón de la cara con cierto nerviosismo. Se llevó la cruz del rosario a los labios y la mordió. Parecía sinceramente afectado, a la vez que su mirada se mostraba huidiza. ¿Realmente podría haberle dado tiempo de hacer lo que me negaba a creer?
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
He intentado contestarte antes, pero como soy nueva en esto, creo que no lo he sabido enviar bien o algo. Bueno, pues muchas gracias por comentar. Y si en una adaptación de un libro que me estoy leyendo. Entiendo que no puedas comentar, yo antes tampoco comentaba mucho en las novelas que leia.earthtoAnnn escribió:Hello there!
Me gusta mucho la novela, ¿es una adaptación de un libro o de un fic? Sea como sea, no la dejes, que es interesante. Y tú sube capítulos que yo los leeré, aunque quizás no comente porque el instituto no me deja mucho tiempo, pero lo intentaré.
besos xx
Besos xx :)
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 8 "La nota" (Parte 1)
El doctor House tiene una máxima que dice que todo el mundo miente. Yo también creo en esa máxima. No hay nada que siga siendo durante mucho tiempo un misterio. Si quieres guardar un secreto, lo mejor será que te muerdas la lengua, porque si no tarde o temprano se acabará sabiendo. Eso era algo que tenía muy claro como futura estudiante de criminología. ¿Era posible que Niall estuviera mintiendo o eran imaginaciones mías que estaba ocultando algo?
—¡La podríamos haber salvado! —exclamó él sentándose en el primer escalón negando con la cabeza—. ¿Cómo es posible que no oyéramos nada?
—No te culpes. No fue asesinada en el río —repuso Dani—. Aunque la hubieseis encontrado no habríais podido hacer nada por ella.
Como le había indicado mi padre, Dani se sentó con nosotros a la mesa y cogió una galleta al tiempo que yo le preparaba una taza de café. Llevaba en la mano derecha un anillo con una piedra roja que giraba de vez en cuando.
—Louis y yo hemos quedado esta mañana para pescar cangrejos. —Me giré hacia él, y nuestras miradas se encontraron. Se mordió el labio, tragó saliva y siguió hablando—. Ya sabes que es buena época para pescarlos, el agua está relativamente caliente en el remanso que hay en la Peña del Rojo y tampoco baja mucha. Solo buscábamos un sitio tranquilo para colocar los retenes.
¿Ese era el motivo por el que había salido de madrugada? En parte me sentía aliviada, aunque también un poco culpable, porque había dudado de él. Los cangrejos a la barbacoa eran uno de mis platos favoritos, y estaba segura de que Niall había querido darme una sorpresa. A él no le apasionaban tanto como a mí.
Coloqué en la mesa la taza de café, junto a un azucarero y un poco de leche caliente.
—¿La han ahogado? —pregunté yo.
Dani se puso tres cucharillas de azúcar y se le derramaron unas gotas de café sobre el plato. Cogió una servilleta y lo limpió como si estuviera absorto en sus pensamientos. La pasó varias veces. Me pregunté si le estaba sacando brillo.
—¿Dani…? —volví a preguntarle.
—Perdón, ¿qué decías?
—Te preguntaba si la habían ahogado.
—No, las causas de la muerte son secreto de sumario.
—¿Quién la ha encontrado? —quise saber.
Si las miradas mataran yo estaba segura de que ya estaría muerta por la que papá me lanzó. Hizo un gesto para que no siguiera hablando, aunque yo sentía curiosidad por saber si el asesino quería que descubrieran el cadáver, y por lo tanto había una intención y pudiera tratarse de un psicópata, o por el contrario estaba medio escondido y era una chapuza de un novio secreto y celoso de Andrea.
—Una pareja de bañistas la ha encontrado esta mañana, pero no te preocupes —Posó su mano sobre la mía—, cogeremos al responsable. Nosotros ya estamos trabajando.
Si una pareja la había encontrado eso quería decir que muy pronto sabríamos más sobre el asesinato. Las pocas noticias que había en el pueblo eran esperadas como agua de mayo y se comentaban de puerta en puerta.
—Nos gustaría hacer una serie de recomendaciones a los más jóvenes… —siguió hablando Dani.
—Sí, ya sabes el accidente que tuvieron anoche Niall y ____ en el bosque —replicó papá. Estaba nervioso y, para desfogarse un poco, se llevó a la boca un cigarrillo electrónico. Era la cuarta vez, desde que había nacido Carlota, que estaba intentando dejar de fumar.
—Por eso mismo me gustaría que no os acercarais al bosque, ni tampoco que las chicas fuerais solas —concluyó el guardia civil—. Procurad ir siempre acompañadas. —Después señaló a Niall—. Y no se os ocurra pescar solos de noche.
—Tiene que estar loco para matar a una chica —murmuró mi padre mascando con tanta fuerza el cigarro que lo partió en dos.
—Nunca se sabe lo que pueden pensar estos sujetos. —Dani se encogió de hombros. Volvió a coger una galleta y le puso cuatro cucharillas de azúcar al segundo café—. En fin, quiero que seáis cautos. Dejadnos trabajar a nosotros.
—¡Vaya! —exclamó papá señalando hacia el anillo que llevaba en la mano—. Llevas el anillo de tu madre.
—Es un recuerdo de familia. —Lo mostró. Era de oro y estaba bastante gastado—. Perteneció a mi abuelo, y luego pasó a mi madre. Lo recuperé cuando faltó mamá.
—Claro, yo también conservo una medalla que perteneció a mi abuela. —Se llevó una mano al bolsillo y sacó una estampita que llevaba junto al carnet de identidad—. Hasta conservo el recordatorio de mi primera comunión. Uno, que es un sentimental.
Se la pasó a Dani, y él la miró durante unos segundos.
—Sara y yo la hicimos juntos. Yo esperé un año y a ella la adelantaron para estar en el mismo grupo de catequesis.
Le devolvió el recordatorio a mi padre y sonrió. Recogió las migas de la mesa que habían caído y las devolvió al plato. Se sacudió, además, con los dedos de la mano derecha alguna miga que se le había quedado pegada. Se levantó cogiendo la tercera galleta del plato, arrastró la silla sin hacer ruido hasta la mesa y se acercó a la entrada para marcharse.
—Lo dicho, sed cautos. Hay un asesino suelto por ahí.
Antes de que mi padre le abriera la puerta le preguntó cómo llevaba el tema de su madre. Hacía menos de tres meses que la habían enterrado. Yo la conocía poco, porque ella apenas salía a la calle, pero era una mujer fuerte y con carácter que nunca había padecido ninguna enfermedad, y de la noche a la mañana se murió.
—Vamos tirando, gracias a Dios —replicó Dani—. Aunque mi tía Pepa quería que nos fuéramos a vivir a su casa, Louis y yo estamos bien donde estamos. Yo me haré cargo de él hasta que cumpla los dieciocho años. Solo nos tenemos el uno al otro.
Recordé entonces la desgracia que parecía perseguir a su familia. Primero perdieron al padre en un accidente de tráfico, después su hermana pequeña se fugó de casa y la encontraron meses después asesinada y con indicios de haber sido violada. Y ahora se les había muerto la madre. No me hubiera gustado estar en la piel de esos dos hermanos.
Papá le dio una palmada en el hombro antes de que saliera a la calle y le dijo:
—Mucho ánimo. No somos nadie.
Me dejé caer en la silla. Mi padre se fue un momento al corral para hablar con Maura. Niall miraba hacia donde yo estaba.
—«La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar» —dijo él tras unos segundos en silencio.
Cerré los ojos y sonreí. Agradecí que tuviera siempre la frase perfecta con la que levantarme el ánimo.
—¿Por qué no me dijiste que ibais a ir Louis y tú al río a pescar?
—Si tuvieras Twitter lo habrías sabido desde ayer por la tarde. —Sacó su smartphone del bolsillo y comenzó a teclear algo—. Nunca subestimes el poder del lado oscuro.
—¿Y cómo sabes que no tengo Twitter?
—¿Lo tienes? —Alzó una ceja y se marcó una media sonrisa que me dejó sin habla.
Negué con la cabeza.
—¿Ves? Te he buscado y no te he encontrado. Únete a mí y juntos dominaremos el mundo. —Volvió a guardarlo en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero—. Es más, si hubieras mirado mi estado en el WhatsApp lo habrías visto.
—Bueno, parece que te las has apañado para darme una sorpresa.
—En realidad me las he arreglado para que te quedes aquí. ¿No me digas que no te gusta lo que ves?
—¿Te refieres a ti?
—No —sonrió—, me refiero al sol que he pintado para ti y para Carlota.
Giré sobre mis talones y recogí los vasos que había en la mesa. Guardé las galletas en un bote de hojalata que Maura tenía en el armario de al lado de la ventana. Después fregué las tres tazas que había dejado en el fregadero y las dejé secar en el alféizar de la ventana.
Él parecía seguir todos mis pasos. Estaba apoyado en la pared de las escaleras con un brazo descansando sobre su rodilla. Me ponía nerviosa que se quedara callado y que no siguiera hablándome.
—Por cierto, eres odioso.
—Lo sé —replicó él—, pero es parte de mi encanto.
Me acerqué hasta la puerta del corral y antes de salir le dije abriendo mucho la boca:
—Perdona que bostece y te deje recreándote con este sol que has pintado, pero esta conversación es de lo más aburrida.
No quise esperar a escuchar su respuesta. Por la ventana, vi de soslayo cómo se reía.
Maura y Carlota estaban en la piscina mientras mi padre preparaba la leña para hacer los cangrejos a la barbacoa.
—Yasmine, mira lo que hago… —me saludó Carlota.
—¿Cómo que Yasmine? ¿Es que se te ha olvidado mi nombre? —le pregunté un poco más seria de lo que hubiera querido.
Carlota hizo un puchero y enseguida me sonrió. Como me había dicho mi padre las últimas veces que habíamos hablado por teléfono, se le había roto un trozo de incisivo, haciendo que pareciera más traviesa. Solté una carcajada. Si dejaba que mi hermana fuera abducida por Niall, entonces no tendría nada que hacer con ella. Serían dos contra mí. Así que utilizaría todas mis armas para ganar esa batalla.
—A ver, enséñame qué haces.
Mi hermana metió un poco la cabeza en el agua.
—Estoy buceando.
—Vaya, pero si pareces una sirena. —Mostré admiración por el pequeño logro de Carlota.
—No sabes las ganas que tenía de verte. Lleva toda la mañana preguntando por ti —me comentó Maura.
El doctor House tiene una máxima que dice que todo el mundo miente. Yo también creo en esa máxima. No hay nada que siga siendo durante mucho tiempo un misterio. Si quieres guardar un secreto, lo mejor será que te muerdas la lengua, porque si no tarde o temprano se acabará sabiendo. Eso era algo que tenía muy claro como futura estudiante de criminología. ¿Era posible que Niall estuviera mintiendo o eran imaginaciones mías que estaba ocultando algo?
—¡La podríamos haber salvado! —exclamó él sentándose en el primer escalón negando con la cabeza—. ¿Cómo es posible que no oyéramos nada?
—No te culpes. No fue asesinada en el río —repuso Dani—. Aunque la hubieseis encontrado no habríais podido hacer nada por ella.
Como le había indicado mi padre, Dani se sentó con nosotros a la mesa y cogió una galleta al tiempo que yo le preparaba una taza de café. Llevaba en la mano derecha un anillo con una piedra roja que giraba de vez en cuando.
—Louis y yo hemos quedado esta mañana para pescar cangrejos. —Me giré hacia él, y nuestras miradas se encontraron. Se mordió el labio, tragó saliva y siguió hablando—. Ya sabes que es buena época para pescarlos, el agua está relativamente caliente en el remanso que hay en la Peña del Rojo y tampoco baja mucha. Solo buscábamos un sitio tranquilo para colocar los retenes.
¿Ese era el motivo por el que había salido de madrugada? En parte me sentía aliviada, aunque también un poco culpable, porque había dudado de él. Los cangrejos a la barbacoa eran uno de mis platos favoritos, y estaba segura de que Niall había querido darme una sorpresa. A él no le apasionaban tanto como a mí.
Coloqué en la mesa la taza de café, junto a un azucarero y un poco de leche caliente.
—¿La han ahogado? —pregunté yo.
Dani se puso tres cucharillas de azúcar y se le derramaron unas gotas de café sobre el plato. Cogió una servilleta y lo limpió como si estuviera absorto en sus pensamientos. La pasó varias veces. Me pregunté si le estaba sacando brillo.
—¿Dani…? —volví a preguntarle.
—Perdón, ¿qué decías?
—Te preguntaba si la habían ahogado.
—No, las causas de la muerte son secreto de sumario.
—¿Quién la ha encontrado? —quise saber.
Si las miradas mataran yo estaba segura de que ya estaría muerta por la que papá me lanzó. Hizo un gesto para que no siguiera hablando, aunque yo sentía curiosidad por saber si el asesino quería que descubrieran el cadáver, y por lo tanto había una intención y pudiera tratarse de un psicópata, o por el contrario estaba medio escondido y era una chapuza de un novio secreto y celoso de Andrea.
—Una pareja de bañistas la ha encontrado esta mañana, pero no te preocupes —Posó su mano sobre la mía—, cogeremos al responsable. Nosotros ya estamos trabajando.
Si una pareja la había encontrado eso quería decir que muy pronto sabríamos más sobre el asesinato. Las pocas noticias que había en el pueblo eran esperadas como agua de mayo y se comentaban de puerta en puerta.
—Nos gustaría hacer una serie de recomendaciones a los más jóvenes… —siguió hablando Dani.
—Sí, ya sabes el accidente que tuvieron anoche Niall y ____ en el bosque —replicó papá. Estaba nervioso y, para desfogarse un poco, se llevó a la boca un cigarrillo electrónico. Era la cuarta vez, desde que había nacido Carlota, que estaba intentando dejar de fumar.
—Por eso mismo me gustaría que no os acercarais al bosque, ni tampoco que las chicas fuerais solas —concluyó el guardia civil—. Procurad ir siempre acompañadas. —Después señaló a Niall—. Y no se os ocurra pescar solos de noche.
—Tiene que estar loco para matar a una chica —murmuró mi padre mascando con tanta fuerza el cigarro que lo partió en dos.
—Nunca se sabe lo que pueden pensar estos sujetos. —Dani se encogió de hombros. Volvió a coger una galleta y le puso cuatro cucharillas de azúcar al segundo café—. En fin, quiero que seáis cautos. Dejadnos trabajar a nosotros.
—¡Vaya! —exclamó papá señalando hacia el anillo que llevaba en la mano—. Llevas el anillo de tu madre.
—Es un recuerdo de familia. —Lo mostró. Era de oro y estaba bastante gastado—. Perteneció a mi abuelo, y luego pasó a mi madre. Lo recuperé cuando faltó mamá.
—Claro, yo también conservo una medalla que perteneció a mi abuela. —Se llevó una mano al bolsillo y sacó una estampita que llevaba junto al carnet de identidad—. Hasta conservo el recordatorio de mi primera comunión. Uno, que es un sentimental.
Se la pasó a Dani, y él la miró durante unos segundos.
—Sara y yo la hicimos juntos. Yo esperé un año y a ella la adelantaron para estar en el mismo grupo de catequesis.
Le devolvió el recordatorio a mi padre y sonrió. Recogió las migas de la mesa que habían caído y las devolvió al plato. Se sacudió, además, con los dedos de la mano derecha alguna miga que se le había quedado pegada. Se levantó cogiendo la tercera galleta del plato, arrastró la silla sin hacer ruido hasta la mesa y se acercó a la entrada para marcharse.
—Lo dicho, sed cautos. Hay un asesino suelto por ahí.
Antes de que mi padre le abriera la puerta le preguntó cómo llevaba el tema de su madre. Hacía menos de tres meses que la habían enterrado. Yo la conocía poco, porque ella apenas salía a la calle, pero era una mujer fuerte y con carácter que nunca había padecido ninguna enfermedad, y de la noche a la mañana se murió.
—Vamos tirando, gracias a Dios —replicó Dani—. Aunque mi tía Pepa quería que nos fuéramos a vivir a su casa, Louis y yo estamos bien donde estamos. Yo me haré cargo de él hasta que cumpla los dieciocho años. Solo nos tenemos el uno al otro.
Recordé entonces la desgracia que parecía perseguir a su familia. Primero perdieron al padre en un accidente de tráfico, después su hermana pequeña se fugó de casa y la encontraron meses después asesinada y con indicios de haber sido violada. Y ahora se les había muerto la madre. No me hubiera gustado estar en la piel de esos dos hermanos.
Papá le dio una palmada en el hombro antes de que saliera a la calle y le dijo:
—Mucho ánimo. No somos nadie.
Me dejé caer en la silla. Mi padre se fue un momento al corral para hablar con Maura. Niall miraba hacia donde yo estaba.
—«La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar» —dijo él tras unos segundos en silencio.
Cerré los ojos y sonreí. Agradecí que tuviera siempre la frase perfecta con la que levantarme el ánimo.
—¿Por qué no me dijiste que ibais a ir Louis y tú al río a pescar?
—Si tuvieras Twitter lo habrías sabido desde ayer por la tarde. —Sacó su smartphone del bolsillo y comenzó a teclear algo—. Nunca subestimes el poder del lado oscuro.
—¿Y cómo sabes que no tengo Twitter?
—¿Lo tienes? —Alzó una ceja y se marcó una media sonrisa que me dejó sin habla.
Negué con la cabeza.
—¿Ves? Te he buscado y no te he encontrado. Únete a mí y juntos dominaremos el mundo. —Volvió a guardarlo en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero—. Es más, si hubieras mirado mi estado en el WhatsApp lo habrías visto.
—Bueno, parece que te las has apañado para darme una sorpresa.
—En realidad me las he arreglado para que te quedes aquí. ¿No me digas que no te gusta lo que ves?
—¿Te refieres a ti?
—No —sonrió—, me refiero al sol que he pintado para ti y para Carlota.
Giré sobre mis talones y recogí los vasos que había en la mesa. Guardé las galletas en un bote de hojalata que Maura tenía en el armario de al lado de la ventana. Después fregué las tres tazas que había dejado en el fregadero y las dejé secar en el alféizar de la ventana.
Él parecía seguir todos mis pasos. Estaba apoyado en la pared de las escaleras con un brazo descansando sobre su rodilla. Me ponía nerviosa que se quedara callado y que no siguiera hablándome.
—Por cierto, eres odioso.
—Lo sé —replicó él—, pero es parte de mi encanto.
Me acerqué hasta la puerta del corral y antes de salir le dije abriendo mucho la boca:
—Perdona que bostece y te deje recreándote con este sol que has pintado, pero esta conversación es de lo más aburrida.
No quise esperar a escuchar su respuesta. Por la ventana, vi de soslayo cómo se reía.
Maura y Carlota estaban en la piscina mientras mi padre preparaba la leña para hacer los cangrejos a la barbacoa.
—Yasmine, mira lo que hago… —me saludó Carlota.
—¿Cómo que Yasmine? ¿Es que se te ha olvidado mi nombre? —le pregunté un poco más seria de lo que hubiera querido.
Carlota hizo un puchero y enseguida me sonrió. Como me había dicho mi padre las últimas veces que habíamos hablado por teléfono, se le había roto un trozo de incisivo, haciendo que pareciera más traviesa. Solté una carcajada. Si dejaba que mi hermana fuera abducida por Niall, entonces no tendría nada que hacer con ella. Serían dos contra mí. Así que utilizaría todas mis armas para ganar esa batalla.
—A ver, enséñame qué haces.
Mi hermana metió un poco la cabeza en el agua.
—Estoy buceando.
—Vaya, pero si pareces una sirena. —Mostré admiración por el pequeño logro de Carlota.
—No sabes las ganas que tenía de verte. Lleva toda la mañana preguntando por ti —me comentó Maura.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 8 "La nota" (Parte 2)
—¿Vale que yo soy Ariel? —dijo agitando las piernas.
—Mejor, podemos jugar a que tú eres Blancanieves. ¿Sabes que te he traído muchos regalos? —Me dejé caer en una hamaca haciéndome la interesante—. Pero si no sales de la piscina no te los voy a poder dar.
—Yo quiero verlos, mami, porfi —dijo con una voz muy aguda—, yo quiero ir con Yasmine…
—¿Cómo has dicho que me llamo?
Carlota se llevó las dos manos a la boca. Cogí una toalla para secarla.
—____. —Hinchó los carrillos frunciendo el ceño, haciendo ver que estaba enfadada.
Maura me la acercó hasta el borde para que la sacara. Cuando la tuve entre mis brazos le tapé la cabeza.
—¡Huy!, ¿dónde se ha metido Carlota? Pero si hace un momento que la tenía aquí.
Carlota no dejaba de reír. Maura y papá me siguieron la corriente.
—¿Y qué vamos a hacer ahora sin Carlota? —soltaron los dos a la vez como si estuvieran gimiendo.
—No lo sé. Vamos a tener que traer a otra niña que quiera vestirse con el vestido de Blancanieves que tengo en la maleta.
Carlota se retiró la toalla que le tapaba la cara y la soltó sonriendo.
—¡Que estoy aquí!
Me llevé una mano al pecho y fingí que me dolía.
—Por favor, Carlota, no me des estos sustos.
—¿Quieres que te dé un beso de bombón? —me contestó sin dejar de parpadear y frunciendo los labios.
Suspiré. Había echado tanto de menos las caídas graciosas de mi hermana que la achuché con fuerza.
—Yo sí que te voy a dar besos de vainilla, y de chocolate y de…
—De fresa no, que no me gustan.
Asentí con la cabeza. En algo nos teníamos que diferenciar. Yo era una adicta al sabor de fresa, y a mi hermana le producía alergia. Me la llevé cogida del brazo. Tenía ganas de darle los besos que no le daba durante casi todo el año. Olía muy parecido a Niall, pero su aroma era un poco más suave. Al subir las escaleras nos lo encontramos saliendo de la habitación. Iba con un bañador azul de pata con flores que le llegaba hasta las rodillas.
—¿Qué estáis tramando?
—Nada, cosas de chicas, ¿verdad que sí, Carlota?
Mi hermana asintió con seriedad.
—_____ me ha traído un vestido de Blancanieves…
—¿Cómo que _____? ¿Cómo se llama la pecosa? —dijo él frunciendo el ceño.
Mi hermana me miró sin saber qué contestar.
—_____ —respondió haciendo un mohín.
—Eso es jugar sucio, Yasmine. —Me señaló con el dedo índice—. Da igual, la venganza se sirve fría y yo soy paciente.
—Uf, mira cómo me tiemblan las rodillas. —Abrí la puerta de mi cuarto y la cerré en sus narices.
¡Cómo me gustaba jugar con él!
—¿Sabes que hay un refrán que dice: «El que ríe el último ríe mejor»? —me dijo desde el otro lado, posiblemente bajando las escaleras.
Una vez dentro de mi habitación la tumbé en la cama, le quité los manguitos y me acerqué hasta la maleta. Comencé a sacar unos cuantos cuentos, que le leería cuando se fuera a la cama. Cogió uno de ellos y se lo colocó sobre las rodillas. Hizo como si estuviera leyendo.
—Había una vez una niña que vivía en mitad…
—No sabía que leyeras tan bien.
Ella siguió pasando su dedo índice sobre la página, en la que había un dibujo. Eché un vistazo y advertí que era la historia de Caperucita, aunque solo estaba recordando de memoria el cuento.
—Y mira lo que me he comprado yo. —Saqué también unas camisetas de Hello Kitty e hice como si me las fuera a poner. Me puse a saltar en la cama emocionada.
—No, que a ti no te caben.
—¡Ay, es verdad! Entonces, ¿para quién son estas camisetas?
—Para mí —alargó la última palabra—. Ya verás como son de mi talla. —Trató de buscar la posición de sus dedos hasta encontrar el tres.
Dejé para el final el vestido de Blancanieves. Me hubiera gustado hacerle una foto a la cara de sorpresa que puso Carlota. Hasta me emocionó ver que lo cogió y se abrazó a él como si fuera la niña más feliz del mundo.
—Yo me voy a casar con este vestido.
—Claro que sí.
Antes de vestirla le sequé el bañador. Le pasé varias veces el peine tratando de no hacerle daño y le coloqué una diadema roja. Después saqué un brillo labial que llevaba un poco de purpurina.
—¿Quieres que le gastemos una broma a Niall?
—Sí —respondió ella.
—Cuando te vea le vamos a decir que Carlota se ha ido y que en su lugar tenemos a una princesa muy guapa que se llama Blancanieves.
Mi hermana comenzó a dar saltos de alegría en la cama. Era como si no pudiera aguantar las ganas de gastarle una broma. Tiró de mi mano para salir de la habitación, pero antes cogí el móvil. Lo tenía apagado. Esperaba, al menos, un mensaje de mi madre. Por lo menos para decirme que estaba cansada de probar tantas posturas. Papá y yo habíamos acordado que no le diríamos nada hasta que no volviera de viaje de novios, porque no queríamos estropearle la luna de miel. Conociéndola, era capaz de coger el primer avión y plantarse en el pueblo en menos de tres horas.
Comprobé con cierto disgusto que nadie, ni ella ni Nat, se había acordado de mí.
Cuando llegamos al corral Niall se estaba secando con una toalla. Me dio un vuelco el corazón ver cómo se secaba.
—Acabo de encontrarme a esta princesa en la puerta de la calle. ¿Qué podemos hacer con ella? —le pregunté a él.
Se arrodilló y la miró a los ojos.
—Pero qué guapa que es. —Carlota se mordió un labio y comenzó a estrujar la falda del vestido—. ¿Cómo te llamas, bella princesa?
—Blancanieves Carlota Ojeda —repuso ella muy digna.
—Creo que me he enamorado… —dijo Niall mirándome y tirándose al suelo—; no, creo que me ha dado un ataque al corazón… no, creo que me he enamorado…
En ese momento llegó un mensaje a mi smartphone, al mismo tiempo que entraba uno al de Niall, que estaba encima de la mesa de debajo de la sombrilla.
Sonreí para mis adentros. A las doce y media mi madre se dignaba escribirme unas líneas. No obstante, el mensaje no era de ella, sino de Andrea. Había creado un grupo con bastante gente. Lo abrí con las manos temblorosas.
Ven, que te voy a mostrar el juicio de la famosa prostituta que se sienta al borde de las grandes aguas; con ella pecaron los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se emborracharon con el vino de su idolatría. El ángel me llevó en espíritu al desierto: era una nueva visión. Había allí una mujer sentada sobre una bestia de color rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Esta bestia estaba cubierta de títulos y frases que ofendían a Dios.
Además del texto había una imagen de Andrea de rodillas llorando y sosteniendo una cartulina que parecía contener el mismo mensaje que alguien había escrito. Posiblemente fuera la última foto que recordaría de ella.
Tiré el móvil al suelo y lo miré.
—¿Tú también lo has recibido? —dije con un hilo de voz.
Asintió antes de contestarme.
—Sí, y parece ser que no somos los únicos.
—¿Vale que yo soy Ariel? —dijo agitando las piernas.
—Mejor, podemos jugar a que tú eres Blancanieves. ¿Sabes que te he traído muchos regalos? —Me dejé caer en una hamaca haciéndome la interesante—. Pero si no sales de la piscina no te los voy a poder dar.
—Yo quiero verlos, mami, porfi —dijo con una voz muy aguda—, yo quiero ir con Yasmine…
—¿Cómo has dicho que me llamo?
Carlota se llevó las dos manos a la boca. Cogí una toalla para secarla.
—____. —Hinchó los carrillos frunciendo el ceño, haciendo ver que estaba enfadada.
Maura me la acercó hasta el borde para que la sacara. Cuando la tuve entre mis brazos le tapé la cabeza.
—¡Huy!, ¿dónde se ha metido Carlota? Pero si hace un momento que la tenía aquí.
Carlota no dejaba de reír. Maura y papá me siguieron la corriente.
—¿Y qué vamos a hacer ahora sin Carlota? —soltaron los dos a la vez como si estuvieran gimiendo.
—No lo sé. Vamos a tener que traer a otra niña que quiera vestirse con el vestido de Blancanieves que tengo en la maleta.
Carlota se retiró la toalla que le tapaba la cara y la soltó sonriendo.
—¡Que estoy aquí!
Me llevé una mano al pecho y fingí que me dolía.
—Por favor, Carlota, no me des estos sustos.
—¿Quieres que te dé un beso de bombón? —me contestó sin dejar de parpadear y frunciendo los labios.
Suspiré. Había echado tanto de menos las caídas graciosas de mi hermana que la achuché con fuerza.
—Yo sí que te voy a dar besos de vainilla, y de chocolate y de…
—De fresa no, que no me gustan.
Asentí con la cabeza. En algo nos teníamos que diferenciar. Yo era una adicta al sabor de fresa, y a mi hermana le producía alergia. Me la llevé cogida del brazo. Tenía ganas de darle los besos que no le daba durante casi todo el año. Olía muy parecido a Niall, pero su aroma era un poco más suave. Al subir las escaleras nos lo encontramos saliendo de la habitación. Iba con un bañador azul de pata con flores que le llegaba hasta las rodillas.
—¿Qué estáis tramando?
—Nada, cosas de chicas, ¿verdad que sí, Carlota?
Mi hermana asintió con seriedad.
—_____ me ha traído un vestido de Blancanieves…
—¿Cómo que _____? ¿Cómo se llama la pecosa? —dijo él frunciendo el ceño.
Mi hermana me miró sin saber qué contestar.
—_____ —respondió haciendo un mohín.
—Eso es jugar sucio, Yasmine. —Me señaló con el dedo índice—. Da igual, la venganza se sirve fría y yo soy paciente.
—Uf, mira cómo me tiemblan las rodillas. —Abrí la puerta de mi cuarto y la cerré en sus narices.
¡Cómo me gustaba jugar con él!
—¿Sabes que hay un refrán que dice: «El que ríe el último ríe mejor»? —me dijo desde el otro lado, posiblemente bajando las escaleras.
Una vez dentro de mi habitación la tumbé en la cama, le quité los manguitos y me acerqué hasta la maleta. Comencé a sacar unos cuantos cuentos, que le leería cuando se fuera a la cama. Cogió uno de ellos y se lo colocó sobre las rodillas. Hizo como si estuviera leyendo.
—Había una vez una niña que vivía en mitad…
—No sabía que leyeras tan bien.
Ella siguió pasando su dedo índice sobre la página, en la que había un dibujo. Eché un vistazo y advertí que era la historia de Caperucita, aunque solo estaba recordando de memoria el cuento.
—Y mira lo que me he comprado yo. —Saqué también unas camisetas de Hello Kitty e hice como si me las fuera a poner. Me puse a saltar en la cama emocionada.
—No, que a ti no te caben.
—¡Ay, es verdad! Entonces, ¿para quién son estas camisetas?
—Para mí —alargó la última palabra—. Ya verás como son de mi talla. —Trató de buscar la posición de sus dedos hasta encontrar el tres.
Dejé para el final el vestido de Blancanieves. Me hubiera gustado hacerle una foto a la cara de sorpresa que puso Carlota. Hasta me emocionó ver que lo cogió y se abrazó a él como si fuera la niña más feliz del mundo.
—Yo me voy a casar con este vestido.
—Claro que sí.
Antes de vestirla le sequé el bañador. Le pasé varias veces el peine tratando de no hacerle daño y le coloqué una diadema roja. Después saqué un brillo labial que llevaba un poco de purpurina.
—¿Quieres que le gastemos una broma a Niall?
—Sí —respondió ella.
—Cuando te vea le vamos a decir que Carlota se ha ido y que en su lugar tenemos a una princesa muy guapa que se llama Blancanieves.
Mi hermana comenzó a dar saltos de alegría en la cama. Era como si no pudiera aguantar las ganas de gastarle una broma. Tiró de mi mano para salir de la habitación, pero antes cogí el móvil. Lo tenía apagado. Esperaba, al menos, un mensaje de mi madre. Por lo menos para decirme que estaba cansada de probar tantas posturas. Papá y yo habíamos acordado que no le diríamos nada hasta que no volviera de viaje de novios, porque no queríamos estropearle la luna de miel. Conociéndola, era capaz de coger el primer avión y plantarse en el pueblo en menos de tres horas.
Comprobé con cierto disgusto que nadie, ni ella ni Nat, se había acordado de mí.
Cuando llegamos al corral Niall se estaba secando con una toalla. Me dio un vuelco el corazón ver cómo se secaba.
—Acabo de encontrarme a esta princesa en la puerta de la calle. ¿Qué podemos hacer con ella? —le pregunté a él.
Se arrodilló y la miró a los ojos.
—Pero qué guapa que es. —Carlota se mordió un labio y comenzó a estrujar la falda del vestido—. ¿Cómo te llamas, bella princesa?
—Blancanieves Carlota Ojeda —repuso ella muy digna.
—Creo que me he enamorado… —dijo Niall mirándome y tirándose al suelo—; no, creo que me ha dado un ataque al corazón… no, creo que me he enamorado…
En ese momento llegó un mensaje a mi smartphone, al mismo tiempo que entraba uno al de Niall, que estaba encima de la mesa de debajo de la sombrilla.
Sonreí para mis adentros. A las doce y media mi madre se dignaba escribirme unas líneas. No obstante, el mensaje no era de ella, sino de Andrea. Había creado un grupo con bastante gente. Lo abrí con las manos temblorosas.
Ven, que te voy a mostrar el juicio de la famosa prostituta que se sienta al borde de las grandes aguas; con ella pecaron los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se emborracharon con el vino de su idolatría. El ángel me llevó en espíritu al desierto: era una nueva visión. Había allí una mujer sentada sobre una bestia de color rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Esta bestia estaba cubierta de títulos y frases que ofendían a Dios.
Además del texto había una imagen de Andrea de rodillas llorando y sosteniendo una cartulina que parecía contener el mismo mensaje que alguien había escrito. Posiblemente fuera la última foto que recordaría de ella.
Tiré el móvil al suelo y lo miré.
—¿Tú también lo has recibido? —dije con un hilo de voz.
Asintió antes de contestarme.
—Sí, y parece ser que no somos los únicos.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 9 "El espejo" (Parte 1)
Después de que Niall y yo recibiéramos el mensaje no me cabía la menor duda de que se trataba de un psicópata. Con aquellas líneas nos estaba diciendo que se sentía orgulloso de lo que había hecho, aunque estaba segura de que todavía quedaban muchas cosas por descubrir. Tenía ganas de mostrar su obra al mundo para que la admirásemos, aunque yo era de la opinión de que no hay ningún psicópata listo. Todos llevan una vida tan anodina que antes o después terminan cometiendo un error y finalmente sus propios actos acaban delatándolos. El caso que nos ocupaba no iba a ser diferente. Si había enviado un mensaje desde el móvil de Andrea, Dani podría averiguar desde dónde había sido, siempre y cuando tuviera GPS. El primer error ya lo había cometido.
Nunca me había parado a pensar en cómo sería mi muerte, pero lo que tenía claro era que no deseaba terminar como Andrea, en manos de alguien incapaz de diferenciar entre el bien y el mal. Esa es una característica innata en todos los psicópatas. El comportamiento de estos perturbados (aunque a ellos no les guste que se les denomine así) puede variar a capricho, por lo que antes de acabar con su víctima pueden torturarla durante varios días, como le había pasado a Andrea.
A pesar de que Niall y su madre trataron de amenizar la comida, no podía dejar de pensar en Andrea, en lo sola y desesperada que tuvo que sentirse en aquella habitación mugrienta. Aún no tenía claro que se tratara de un psicópata con delirios de grandeza y persiguiera a pobres desgraciadas como Andrea para su causa.
De vez en cuando Niall y yo cruzábamos alguna mirada. Tenía la sensación de que todo lo que hacía era para arrancarme una sonrisa. Sin embargo, no podía pasar página tan deprisa y hacer como si no hubiera ocurrido nada. Me limité a poner mi mejor sonrisa, a darle de comer a Carlota, por petición expresa de ella, y a responder las preguntas que me hacía Maura.
—Bueno, ¿cómo os va todo por Madrid?
—Bien, nos va bien. Tampoco hay mucho que contar.
—Has vuelto a sacar las mejores notas de tu curso. Eso se merece un regalo, ¿verdad, Paco?
Él asintió y dejó que fuera ella quien siguiera hablando. No sabía de qué iba aquello.
—Dentro de unos días cumplirás diecisiete años y tu padre, Nieves y yo hemos pensado regalarte una moto. Desde luego te la puedes llevar cuando te vayas a Madrid.
—¿Una moto? ¿De verdad?
Era la mejor noticia que recibía en todo el día. Mi padre y mi madrastra asintieron con la cabeza.
—Llevas un tiempo queriendo que te compremos una.
Me levanté corriendo arrastrando la silla y le di un beso a mi padre.
—Gracias. Eres el mejor padre del mundo… y tú la mejor madrastra.
—No —se quejó Carlota—, mi mamá no es una madrastra como la de Blancanieves. Mi mamá es mi mamá.
—Claro que sí. Maura es la mejor mamá del mundo.
Mi hermana sonrió dejando a la vista el trozo de incisivo que le faltaba.
—Vaya, Yasmine, cambias mi alfombra voladora por una moto. —Niall enseguida cambió de tema y puso una mueca de desilusión—. Bueno, ya me había hecho a la idea de mostrarte un lugar secreto al que solo se puede acceder volando.
—¿Me llevarás a mí también? —preguntó Carlota con curiosidad—. Yo nunca he volado en una alfombra.
Mi hermana todavía continuaba en su papel de Blancanieves, y Niall le seguía el juego.
—Claro que sí. Ya sabes que me voy a casar contigo.
—¿Dónde vamos a vivir?
—¿Dónde quieres que vivamos? ¿Te parece bien un castillo pintado de rosa?
A Carlota se le iluminó la cara, aunque enseguida, después de reflexionar detenidamente, frunció el ceño.
—¿Y dónde vivirá ____? —Se giró hacia mí—. ¿Con quién te vas a casar?
—Ufff, creo que los príncipes azules ya están todos cogidos y los que quedan están desteñidos y son muy sosos —respondí yo acariciándole la mejilla y sentándome de nuevo en mi silla.
—Por cierto, ¿has conocido a algún chico? —interrumpió mi padre.
¿A qué venía aquella pregunta tan fuera de lugar? Me miraba como si fuera la mejor pregunta que me habían hecho en todo el día. No sabía si tenía ganas de que me echara novio para comprobar lo mayor que me había hecho y el papel que había tenido él en todo el proceso, pero a mí no me apetecía empezar a salir con chicos. Mi padre a veces no sabía cuándo tenía que cerrar la boca. Era un poco bocazas.
Niall bajó la mirada hacia el plato intentando aguantar la risa. ¿Por qué nadie le preguntaba a él? ¿Eso quería decir que tenía a una rubia americana esperándole en su Universidad de Columbia? Pues si era así, me alegraba mucho por él y que le fuera muy bien.
—No, no salgo con ningún chico, aunque cuando lo haga serás el primero en saberlo. Te prometo que te llamaré a la hora que sea.
—Ay, te tomas los estudios demasiado en serio, lo cual, por otra parte, está muy bien. Tienes que intentar salir un poco más, que por lo que veo no te da mucho el sol.
—Paco, cariño, déjala respirar, que acaba de llegar —nos cortó mi madrastra—. Además, esas cosas no se hablan con los padres.
—Papá, ¡por favor! —exclamé exasperada. ¿Cómo habíamos acabado hablando de mí y de mis ligues?—. Estoy bien como estoy. Ya tengo mi grupo de amigas. ¿Por qué nadie le pregunta a Niall si tiene novia?
Suspiré. Maura, al menos, parecía entender lo incómoda que me sentía hablando de esos temas con mi padre. Entre nosotras hubo una mirada de complicidad, y yo le agradecí el gesto con una sonrisa sincera.
—¿Yo? —El aludido se encogió de hombros y siguió manteniendo un gesto travieso—. Ya habéis oído que me voy a casar con Blancanieves. —Giró la cabeza hacia mí—. Lo siento, Yasmine. Es que se lo he pedido a ella antes que a ti. Pero no sufras, ya encontraremos a alguien para ti.
—Si tengo que depender de tu criterio mejor me ocupo yo.
—Como desees —su voz se volvió más profunda—, pero te asombraría saber el buen criterio que tengo.
Le guiñó un ojo a mi hermana, y esta puso los ojos en blanco. Después corrió a mis brazos para sentarse encima de mí.
—____, no te preocupes. Si nadie quiere casarse contigo yo te dejaré que vivas en mi castillo, ¿vale?
—Claro que sí, preciosa. Te aseguro que no es tan importante tener novio.
—¿De verdad? —No terminaba de creerse esa afirmación que le había hecho su hermana mayor. Me miró con un poco de desconfianza.
—De verdad de la buena. Yo no me voy a casar nunca.
—Yo sí, me voy a casar con este vestido.
Tras recoger los platos de la comida, me fui a echar la siesta con Carlota mientras Maura preparaba café y Niall fregaba los platos. También había hecho un plumcake de nueces y de chocolate. Me llevé un pedazo para comer a la habitación de mi hermana. No me podía resistir a las comidas de mi madrastra. Quien escribió que estas mujeres no eran buenas era porque no conocía a Maura. ¿Por qué no se podía parecer mamá en ese sentido a ella? Entonces sería la madre perfecta. Hablando de mi madre, aún no había recibido ningún mensaje de ella. Decididamente estaba muy ocupada y no me echaba nada de menos.
Mi hermana corrió a abrir la puerta de mi habitación. A Carlota siempre le había gustado más la mía.
—____, ¿dormimos en tu cama? —Inclinó la cabeza hacia un lado y se posó las manos en la mejilla—. Es que se está muy a gustito.
Mi cuarto todavía conservaba la decoración que elegí cuando tenía doce años. Papá consintió en comprarme una cama muy grande con dosel y unas cortinas de tul blancas que caían por los lados. No era para nada mi estilo, aunque él quería que me sintiera lo más a gusto posible. Sin embargo, en aquel momento estaba tan enfadada con él que elegí los muebles más caros y más feos para sumar otro a los muchos motivos que ya tenía para no querer ir al pueblo. Al final me acostumbré a los muebles de cuento de hadas y aprendí la lección de que todo el mundo miente, yo la primera.
Tenía además un tocador con un gran espejo en el que me solía sentar con mi hermana para hacer nuestras clases de peluquería y maquillaje. Creo que eso era lo que realmente le gustaba de mi habitación.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 9 "El espejo" (Capitulo 2)
—Vale, vamos a dormir un rato.
En cuanto nos acostamos en mi cama, Carlota se levantó con una sonrisa pícara en los labios. No había consentido quitarse el vestido de Blancanieves.
—¿Me cuentas un cuento?
—Te lo cuento, si me prometes que luego te dormirás.
Ella asintió muy seria y enseguida repuso con una sonrisa que le iluminaba toda la cara:
—¿Te sabes el de Blancanieves?
—Claro que sí.
Hizo como que pensaba antes de hacerme la siguiente pregunta.
—¿Me pintas los labios?
—Cuando nos despertemos te los pinto.
—Es que si viene el príncipe y me ve durmiendo no voy a estar guapa.
¿Quién le habría metido la idea en la cabeza de que una chica estaba más guapa si se pintaba los labios? Hubiera jurado que era la abuela Marga, la madre de papá.
Frunció los labios y bisbiseó varias veces: «Porfi». Esa niña era imposible. Cuando cumpliera unos cuantos años más iba a tener a todos los chicos haciendo cola a la puerta de casa. Con tres años y medio hacía de nosotros lo que quería. Qué demonios, pensé, yo era su hermana mayor, y si me apetecía malcriarla un poco, pues lo hacía.
—Está bien, pero cuando te lo cuente nos dormimos.
—De rojo… —Parpadeó varias veces.
Suspiré. No podía negar que tenía gracia para pedir las cosas. Le pinté los labios como me había pedido. Se recostó en la almohada. Entretanto bostezó varias veces.
—¿Estás preparada? —No esperé su respuesta. Carlota se había abrazado a mi osito de peluche y dejó que comenzara—. Había una vez, hace mucho tiempo, en mitad del invierno, en que los copos de nieve caían del cielo como si fueran plumas, un reino muy lejano. Allí vivían un rey y una reina…
—¿Puedes contarme lo del espejo? —Poco a poco los ojos se le iban cerrando—. Es que estoy cansadita.
—El rey se volvió a casar con una mujer tan hermosa como malvada. Continuamente se pasaba el día mirándose en el espejo y diciendo aquello de: «Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa del reino…?».
—Yo —contestó automáticamente mi hermana con los ojos ya cerrados.
—Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa de todo el mundo? Nadie, majestad, os aventaja en esta sala, pero nadie es más hermosa que Blancanieves galana…
De repente tuve una sensación rara al nombrar otra vez el espejo. ¿Qué era lo que se me escapaba? «Eso es», reflexioné tras repasar todos los detalles del día.
Carlota suspiró fuerte. Seguí contando el cuento y esperé unos minutos antes de levantarme para no despertarla. Sabía que el que había hecho la foto había cometido un error y no me había dado cuenta hasta ese instante.
Cuando tuve la certeza de que no se despertaría pasé la foto que había recibido en mi smartphone a mi tablet. Desde allí trabajaría mucho mejor y podría agrandarla y buscar todos los detalles de la habitación en la que había pasado sus últimas horas Andrea. No guardaba mucho misterio aquel lugar, pero sí me había llamado la atención un espejo que había al fondo, detrás de mi amiga. También advertí que ella no miraba a la cámara, que el terror que había en sus ojos tenía que ver con ello. Entonces vi una sombra reflejada en el cristal. No se podía intuir quién era, pero sí me daba otra pista. No se trataba de un psicópata, sino de dos. Mientras uno le hacía la foto el otro la miraba.
Posiblemente uno fuera más temible que el otro. Dos psicópatas dispuestos a arruinar vidas en un pueblo de no más de cuatro mil quinientos habitantes en verano.
Se me ocurrió llamar a Nat. La echaba de menos y necesitaba hablar con alguien. Al tercer tono me contestó con uno de sus grititos.
—¡____! ¿Qué tal por el pueblo?
—Estoy en mi habitación y acabo de dormir a Carlota. No quiero hablar muy fuerte. Si te digo la verdad no sé si tenía que haber venido. Y encima mi madre no me ha llamado todavía. No podía haber empezado peor mis dos meses de vacaciones en este pueblucho de mala muerte.
Le expliqué un poco por encima lo que nos había sucedido a Niall y a mí.
—¡Qué ganas tengo de volver a Madrid! —terminé por reconocer.
—¡Qué fuerte! Bueno, no hay mal que por bien no venga. Este va a ser tu primer caso como criminóloga. Pero prométeme que no te vas a meter en líos, que te conozco.
—Déjate de tonterías.
—No, bonita, no son tonterías, que nos conocemos desde la guardería y sé cómo te gustan este tipo de cosas. Tengo la amiga más friki de todo el mundo. ¿A quién si no a ti se le ocurre apuntar frases de cine o ir a la sección de sucesos de un periódico? Prométemelo.
—Está bien, te lo prometo. Tampoco puedo hacer mucho. Te recuerdo que llevo siete puntos en una pierna.
—¡Con el miedo que me dan a mí!
—¿Crees que debería decirle algo de lo que he descubierto a Niall?
—¿Y por qué no? ¿No sospecharás de tu hermano?
—No somos hermanos. ¡Cómo te lo tengo que decir! Y no, no sospecho de Niall.
—Por cierto, ¿te ha dado tiempo de ver La princesa prometida?
—¡Qué manía con que vea La princesa prometida! No, no la he visto y tampoco me apetece verla.
—No sabes lo que te pierdes. Bueno, preciosa, tengo que dejarte, que viene Carlos a buscarme. Nos vamos al cine.
—Pásalo genial y ya me contarás qué has ido a ver.
—Ciao.
—Un besito —dije, y colgué el móvil.
Me vino bien hablar con ella.
Carlota volvió a suspirar fuerte. Dormía como un tronco, así que bajé a la cocina y me senté al lado de Niall. Mi padre y Maura estaban sentados en el sofá, ella tumbada con los pies encima de las rodillas de él.
—Tengo que contarte algo —le susurré al oído para que no lo escucharan nuestros padres.
—¿Al fin te has dado cuenta de que no puedes vivir sin mí?
Le di un codazo. Niall pegó un bote, exagerando el daño que le podía haber hecho.
—Déjate de tonterías. Esto es serio.
—¿Y qué hay más serio que reconocer que soy el chico que te conviene?
—¿Os apuntáis a ver una peli con nosotros? Hoy veremos Sospecha, de Hitchcock, y tu padre ha hecho palomitas. Al fin se atreve a cocinar en el microondas.
Solté una carcajada por el comentario de Maura.
—No, muchas gracias —respondí a mi madrastra—. Niall y yo tenemos otros planes.
—Ah, ¿sí? No me había enterado. Tiene que ser que el tumor ya me ha afectado al cerebro, porque no recuerdo que tengamos una cita.
Pasé de contestarle.
Me tomé el té, que ya se había enfriado, y después me corté un buen trozo de plumcake.
—Vale, perdona —replicó él. Se encogió de hombros. Después de mucho tiempo parecía decaído—. Debes de pensar que me importa un bledo que Andrea esté muerta, cuando no es así.
—Si te digo la verdad, lo he pensado.
—Es que no sé cómo voy a mirar a sus padres a la cara. Estoy seguro de que soy el sospechoso número uno, y eso me da miedo. Supongo que lo hago para protegerme. No tengo coartada para el día que desapareció. Salí a correr como todos los días por el bosque, y nadie me vio.
Me llevé el dedo corazón a la boca y comencé a morderme la uña con nerviosismo.
—Venga, acompáñame a casa de Dani, y por el camino te cuento lo que he descubierto. Y que conste que no es una cita.
—Está bien.
Si Niall iba a replicar algo, se lo guardó para sí.
Al salir a la calle sentí que algo no iba bien. Los mellizos corrían en dirección al centro del pueblo. Detrás de ellos iba Alba, la tercera hermana en discordia en la relación de esos trillizos.
—¿Qué crees que pasará? —le pregunté a Niall.
—No tengo ni idea, pero si nos quedamos aquí no lo sabremos nunca.
Nos decidimos a seguirlos. Ni siquiera recorrimos trescientos metros cuando supimos qué era lo que pasaba. En la puerta de la casa de Andrea alguien había colgado la cartulina que hacía unas horas, o tal vez algún día, ella había sostenido en las manos.
El párroco del pueblo, Cristóbal, estaba acompañado por una feligresa y su hijo, que no dejaban de persignarse, y trataba de calmar los ánimos de los presentes. Cristóbal iba vestido con camisa negra de manga larga y alzacuelloss, a pesar del calor que hacía a esas horas de la tarde. Llevaba en una mano un rosario de dedo, de puntas redondeadas y rematado por una cruz. Era el cura más joven que había conocido, no creo que tuviera más de veinticinco años.
—¡Los caminos del Señor son inescrutables! ¡A saber qué nos tiene reservado!
Dani llegó no mucho después que nosotros. Venía acompañado de Louis, quien no quitó ojo a la cartulina. Se le veía tan asustado como todos los allí presentes. Los únicos que parecían conservar la calma eran el guardia civil y Niall.
—Gracias a Dios que se han llevado esta mañana a sus padres a Valencia —soltó el hijo de la beata, Sergio, que llevaba una medalla de una Virgen colgada del cuello—. ¡No sé dónde vamos a ir a parar!
—¡Solo nos queda rezar por el alma de esta pobre chica! —exclamó Cristóbal. Iba pasando las cuentas del rosario que llevaba en el dedo y cada vez que llegaba a la cruz sus ojos se iluminaban.
—¡Ay, virgencita! Dios te salve María… —se puso a rezar la feligresa en mitad de la calle.
La escena me pareció, cuando menos, surrealista.
Entonces sonó un móvil. Era el de Dani.
—¿Cómo? ¿Que también hay otro mensaje en la puerta de la iglesia? —dijo a voz en grito.
Los mellizos fueron los primeros en salir corriendo hacia la plaza del pueblo. Eso me gustaba cada vez menos, pero la curiosidad me podía, así que no me lo pensé dos veces y tiré de Niall hacia la iglesia. Efectivamente, en la puerta había otro mensaje escrito en una cartulina con recortes de papel de periódico.
—¿Qué quiere decir esto? —se preguntó Alba, que estaba detrás de mí.
Cuando me giré parecía a punto de echarse a llorar.
—Que Andrea solo ha sido la primera —dijo Niall en un tono grave.
—Vale, vamos a dormir un rato.
En cuanto nos acostamos en mi cama, Carlota se levantó con una sonrisa pícara en los labios. No había consentido quitarse el vestido de Blancanieves.
—¿Me cuentas un cuento?
—Te lo cuento, si me prometes que luego te dormirás.
Ella asintió muy seria y enseguida repuso con una sonrisa que le iluminaba toda la cara:
—¿Te sabes el de Blancanieves?
—Claro que sí.
Hizo como que pensaba antes de hacerme la siguiente pregunta.
—¿Me pintas los labios?
—Cuando nos despertemos te los pinto.
—Es que si viene el príncipe y me ve durmiendo no voy a estar guapa.
¿Quién le habría metido la idea en la cabeza de que una chica estaba más guapa si se pintaba los labios? Hubiera jurado que era la abuela Marga, la madre de papá.
Frunció los labios y bisbiseó varias veces: «Porfi». Esa niña era imposible. Cuando cumpliera unos cuantos años más iba a tener a todos los chicos haciendo cola a la puerta de casa. Con tres años y medio hacía de nosotros lo que quería. Qué demonios, pensé, yo era su hermana mayor, y si me apetecía malcriarla un poco, pues lo hacía.
—Está bien, pero cuando te lo cuente nos dormimos.
—De rojo… —Parpadeó varias veces.
Suspiré. No podía negar que tenía gracia para pedir las cosas. Le pinté los labios como me había pedido. Se recostó en la almohada. Entretanto bostezó varias veces.
—¿Estás preparada? —No esperé su respuesta. Carlota se había abrazado a mi osito de peluche y dejó que comenzara—. Había una vez, hace mucho tiempo, en mitad del invierno, en que los copos de nieve caían del cielo como si fueran plumas, un reino muy lejano. Allí vivían un rey y una reina…
—¿Puedes contarme lo del espejo? —Poco a poco los ojos se le iban cerrando—. Es que estoy cansadita.
—El rey se volvió a casar con una mujer tan hermosa como malvada. Continuamente se pasaba el día mirándose en el espejo y diciendo aquello de: «Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa del reino…?».
—Yo —contestó automáticamente mi hermana con los ojos ya cerrados.
—Espejo, espejito, ¿quién es la más guapa de todo el mundo? Nadie, majestad, os aventaja en esta sala, pero nadie es más hermosa que Blancanieves galana…
De repente tuve una sensación rara al nombrar otra vez el espejo. ¿Qué era lo que se me escapaba? «Eso es», reflexioné tras repasar todos los detalles del día.
Carlota suspiró fuerte. Seguí contando el cuento y esperé unos minutos antes de levantarme para no despertarla. Sabía que el que había hecho la foto había cometido un error y no me había dado cuenta hasta ese instante.
Cuando tuve la certeza de que no se despertaría pasé la foto que había recibido en mi smartphone a mi tablet. Desde allí trabajaría mucho mejor y podría agrandarla y buscar todos los detalles de la habitación en la que había pasado sus últimas horas Andrea. No guardaba mucho misterio aquel lugar, pero sí me había llamado la atención un espejo que había al fondo, detrás de mi amiga. También advertí que ella no miraba a la cámara, que el terror que había en sus ojos tenía que ver con ello. Entonces vi una sombra reflejada en el cristal. No se podía intuir quién era, pero sí me daba otra pista. No se trataba de un psicópata, sino de dos. Mientras uno le hacía la foto el otro la miraba.
Posiblemente uno fuera más temible que el otro. Dos psicópatas dispuestos a arruinar vidas en un pueblo de no más de cuatro mil quinientos habitantes en verano.
Se me ocurrió llamar a Nat. La echaba de menos y necesitaba hablar con alguien. Al tercer tono me contestó con uno de sus grititos.
—¡____! ¿Qué tal por el pueblo?
—Estoy en mi habitación y acabo de dormir a Carlota. No quiero hablar muy fuerte. Si te digo la verdad no sé si tenía que haber venido. Y encima mi madre no me ha llamado todavía. No podía haber empezado peor mis dos meses de vacaciones en este pueblucho de mala muerte.
Le expliqué un poco por encima lo que nos había sucedido a Niall y a mí.
—¡Qué ganas tengo de volver a Madrid! —terminé por reconocer.
—¡Qué fuerte! Bueno, no hay mal que por bien no venga. Este va a ser tu primer caso como criminóloga. Pero prométeme que no te vas a meter en líos, que te conozco.
—Déjate de tonterías.
—No, bonita, no son tonterías, que nos conocemos desde la guardería y sé cómo te gustan este tipo de cosas. Tengo la amiga más friki de todo el mundo. ¿A quién si no a ti se le ocurre apuntar frases de cine o ir a la sección de sucesos de un periódico? Prométemelo.
—Está bien, te lo prometo. Tampoco puedo hacer mucho. Te recuerdo que llevo siete puntos en una pierna.
—¡Con el miedo que me dan a mí!
—¿Crees que debería decirle algo de lo que he descubierto a Niall?
—¿Y por qué no? ¿No sospecharás de tu hermano?
—No somos hermanos. ¡Cómo te lo tengo que decir! Y no, no sospecho de Niall.
—Por cierto, ¿te ha dado tiempo de ver La princesa prometida?
—¡Qué manía con que vea La princesa prometida! No, no la he visto y tampoco me apetece verla.
—No sabes lo que te pierdes. Bueno, preciosa, tengo que dejarte, que viene Carlos a buscarme. Nos vamos al cine.
—Pásalo genial y ya me contarás qué has ido a ver.
—Ciao.
—Un besito —dije, y colgué el móvil.
Me vino bien hablar con ella.
Carlota volvió a suspirar fuerte. Dormía como un tronco, así que bajé a la cocina y me senté al lado de Niall. Mi padre y Maura estaban sentados en el sofá, ella tumbada con los pies encima de las rodillas de él.
—Tengo que contarte algo —le susurré al oído para que no lo escucharan nuestros padres.
—¿Al fin te has dado cuenta de que no puedes vivir sin mí?
Le di un codazo. Niall pegó un bote, exagerando el daño que le podía haber hecho.
—Déjate de tonterías. Esto es serio.
—¿Y qué hay más serio que reconocer que soy el chico que te conviene?
—¿Os apuntáis a ver una peli con nosotros? Hoy veremos Sospecha, de Hitchcock, y tu padre ha hecho palomitas. Al fin se atreve a cocinar en el microondas.
Solté una carcajada por el comentario de Maura.
—No, muchas gracias —respondí a mi madrastra—. Niall y yo tenemos otros planes.
—Ah, ¿sí? No me había enterado. Tiene que ser que el tumor ya me ha afectado al cerebro, porque no recuerdo que tengamos una cita.
Pasé de contestarle.
Me tomé el té, que ya se había enfriado, y después me corté un buen trozo de plumcake.
—Vale, perdona —replicó él. Se encogió de hombros. Después de mucho tiempo parecía decaído—. Debes de pensar que me importa un bledo que Andrea esté muerta, cuando no es así.
—Si te digo la verdad, lo he pensado.
—Es que no sé cómo voy a mirar a sus padres a la cara. Estoy seguro de que soy el sospechoso número uno, y eso me da miedo. Supongo que lo hago para protegerme. No tengo coartada para el día que desapareció. Salí a correr como todos los días por el bosque, y nadie me vio.
Me llevé el dedo corazón a la boca y comencé a morderme la uña con nerviosismo.
—Venga, acompáñame a casa de Dani, y por el camino te cuento lo que he descubierto. Y que conste que no es una cita.
—Está bien.
Si Niall iba a replicar algo, se lo guardó para sí.
Al salir a la calle sentí que algo no iba bien. Los mellizos corrían en dirección al centro del pueblo. Detrás de ellos iba Alba, la tercera hermana en discordia en la relación de esos trillizos.
—¿Qué crees que pasará? —le pregunté a Niall.
—No tengo ni idea, pero si nos quedamos aquí no lo sabremos nunca.
Nos decidimos a seguirlos. Ni siquiera recorrimos trescientos metros cuando supimos qué era lo que pasaba. En la puerta de la casa de Andrea alguien había colgado la cartulina que hacía unas horas, o tal vez algún día, ella había sostenido en las manos.
El párroco del pueblo, Cristóbal, estaba acompañado por una feligresa y su hijo, que no dejaban de persignarse, y trataba de calmar los ánimos de los presentes. Cristóbal iba vestido con camisa negra de manga larga y alzacuelloss, a pesar del calor que hacía a esas horas de la tarde. Llevaba en una mano un rosario de dedo, de puntas redondeadas y rematado por una cruz. Era el cura más joven que había conocido, no creo que tuviera más de veinticinco años.
—¡Los caminos del Señor son inescrutables! ¡A saber qué nos tiene reservado!
Dani llegó no mucho después que nosotros. Venía acompañado de Louis, quien no quitó ojo a la cartulina. Se le veía tan asustado como todos los allí presentes. Los únicos que parecían conservar la calma eran el guardia civil y Niall.
—Gracias a Dios que se han llevado esta mañana a sus padres a Valencia —soltó el hijo de la beata, Sergio, que llevaba una medalla de una Virgen colgada del cuello—. ¡No sé dónde vamos a ir a parar!
—¡Solo nos queda rezar por el alma de esta pobre chica! —exclamó Cristóbal. Iba pasando las cuentas del rosario que llevaba en el dedo y cada vez que llegaba a la cruz sus ojos se iluminaban.
—¡Ay, virgencita! Dios te salve María… —se puso a rezar la feligresa en mitad de la calle.
La escena me pareció, cuando menos, surrealista.
Entonces sonó un móvil. Era el de Dani.
—¿Cómo? ¿Que también hay otro mensaje en la puerta de la iglesia? —dijo a voz en grito.
Los mellizos fueron los primeros en salir corriendo hacia la plaza del pueblo. Eso me gustaba cada vez menos, pero la curiosidad me podía, así que no me lo pensé dos veces y tiré de Niall hacia la iglesia. Efectivamente, en la puerta había otro mensaje escrito en una cartulina con recortes de papel de periódico.
¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra cuando resuene el sonido
de las trompetas que los tres últimos ángeles van a tocar!Y tocó el
quinto ángel. Vi entonces una estrella que había caído del cielo a
la tierra. Le fue entregada la llave del pozo del abismo. Abrió,
pues, el pozo del abismo y del pozo subió una humareda como la de
un horno inmenso que oscureció el sol y el aire. De esa humareda
salieron langostas, que se esparcieron por la tierra, y se les dio la
misma capacidad que tienen los alacranes de la tierra. Se les ordenó
que no causaran daño a las praderas, ni a las hierbas, ni a los ár-
boles, sino solo a los hombres que no llevara en sello Dios en la
frente.
—¿Qué quiere decir esto? —se preguntó Alba, que estaba detrás de mí.
Cuando me giré parecía a punto de echarse a llorar.
—Que Andrea solo ha sido la primera —dijo Niall en un tono grave.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 10 "Sospechas" (Parte 1)
Suspiré larga y profundamente. Niall tenía razón. Muy pronto habría otro cadáver en el pueblo si nadie lo impedía. Lo cierto es que en aquellas circunstancias me sentía un poco más a salvo estando cerca de Dani, un miembro de los cuerpos de seguridad. Estaba segura de que haría todo lo posible para resolver cuanto antes la muerte de Andrea. Pero antes tenía que saber lo que había descubierto.
Giré un poco la cabeza y alcé ligeramente el mentón para mirar por encima del hombro. No podía precisar cuántos éramos en aquella plaza, pero puede que hubiera alrededor de unas cincuenta personas.
Y en mitad de la gente era posible que estuvieran los dos psicópatas analizando cuáles eran nuestras reacciones. Todos parecían ser sospechosos e inocentes a la vez, pero ¿quiénes eran?
Harry y Liam eran los mejores amigos de Niall, junto con Louis, el hermano de Dani. Nadie hubiera dudado nunca de la apariencia angelical de los mellizos. Eran rubios, altos, guapos, de ojos azules y casi tan simpáticos como Niall. Pero, siguiendo la máxima de House de que todo el mundo miente, tras esas caras de buenos chicos podían esconderse los dos psicópatas que estaban aterrorizando al pueblo. Porque si algo tenía claro era que había dos asesinos.
Ya me pasó una vez con un amigo de mamá que tenía una imagen muy parecida a Harry y a Liam. Era un actor que trabajaba como camarero con bastante éxito entre las mujeres. Todo parecía indicar que no tenía problemas. Hubiera puesto la mano en el fuego por él cuando cuidaba niños y sin embargo se descubrió con el tiempo que era un pederasta.
Harry y Liam podían ser un caso muy parecido al de Rafa, el amigo de mi madre.
Todo el mundo coincidía en que los cuatro, D’Artagnan y los Tres Mosqueteros, como se les conocía en el pueblo, amantes del cine clásico, eran buenos chavales. Habían organizado talleres de verano para los más pequeños, así como campeonatos de parchís, bailes, juegos populares, y siempre con Niall como cabeza pensante. En definitiva, eran los chicos que cualquier madre querría como yernos. Claro está que los asesinos no llevaban en la frente un cartel que los señalaba como tales.
Liam llevaba pegado al móvil desde que nos encontramos, tecleaba sin parar y hacía fotos desde varios ángulos. Harry, por su parte, agarraba de la cintura a Belén, su novia. Él se mordía las uñas, luego jugaba con ellas, las masticaba y después las escupía al suelo.
También podía ser el panadero el asesino que estábamos buscando. Era buena persona, aunque poco hablador. Tenía un tic nervioso en un ojo, que parecía que lo guiñaba cada poco tiempo. También tenía la manía de arrancarse el cabello y dejarse calvas por toda la cabeza. O tal vez fuera Gabriel, el carnicero, que, con ayuda de un cuñado que estaba enamorado de Andrea, la hubiera matado. Aun así, esa hipótesis no tenía mucho sentido. El crimen no era pasional, era intencionado, y formaba parte de algo mucho más grande a lo que todavía no le encontraba una lógica. En el pueblo se sabía que Gabriel tuvo problemas con la coca, aunque estaba rehabilitado. Se metió en un grupo cristiano que lo ayudó a superar la adicción.
¿Quién de ellos había cometido el asesinato? Jordi, el dueño del bar Capri, se pasaba un pañuelo por la frente; mi amiga Begoña se había agarrado del brazo de su novio; Pepita, la tía de Louis, permanecía al lado de Dani, quien jugaba con el anillo que llevaba en la mano. Él la reconfortaba pasándole el brazo por encima del hombro. José le cogía la otra mano y le daba besos en la palma. Y Juan, el mejor amigo de mi padre, estaba junto a sus dos hijos adolescentes.
También podía ser Cristóbal, que no dejaba de mojarse los labios resecos. Silabeaba un padrenuestro mientras pasaba las cuentas del rosario que llevaba en el dedo. Aunque fuera muy obvio, el asesinato tenía un componente religioso.
—Tengo que hablar contigo —le murmuré a Dani—. Creo que he descubierto algo que puede ser importante para el caso.
—¿Quieres que lo comentemos en mi casa? Estaremos más tranquilos.
Advertí que tras los mellizos, Harry y Liam, había alguien que miraba mal a Niall. Se trataba de Gabriel. Tenía el gesto algo descompuesto y el puño de su mano derecha parecía una roca por lo apretado que lo mantenía.
—Dime si disfrutaste matándola, yanqui —soltó subiendo los dos primeros escalones de la iglesia.
Niall negó con la cabeza. Di los dos pasos que me separaban de él y lo cogí de la mano. Lo vi desamparado, no podía dejarlo en la estacada tal y como se había portado conmigo. Sentía la necesidad de abrazarlo y de protegerlo, y no solo porque fuera parte de mi familia. Tenía que saber que estaba a su lado, que yo creía en su inocencia. El que no tuviera coartada no significaba que fuera un asesino.
—Le sacaron los ojos… le apuñalaron la cara —explicó el hijo de la feligresa, que llevaba un gran crucifijo en la mano—. Le marcaron una cruz en la frente y le dejaron un rosario.
—¿Cómo sabes eso? —le pregunté a Sergio.
—Esos datos son confidenciales —comentó Dani.
La mujer mayor que estaba al lado de Cristóbal hablaba un poco más fuerte de lo normal mientras se persignaba cada vez que alguien decía algo. Su hijo la abanicaba, porque parecía que le iba a dar un ataque de ansiedad.
—A mí me han dicho que Andrea se sentía intimidada por alguien, pero nunca dijo quién era —soltó una de las mujeres.
—Y a mí me dijo su madre que la semana pasada recibió una carta muy rara. A saber de dónde venía —comentó otra.
El corro se había ido agrandando. Ya se había corrido la voz de que se había encontrado la nota que había llevado Andrea en la foto.
—¿Dónde estabas el miércoles por la mañana? —quiso saber Gabriel apuntando con su dedo amenazador a Niall.
—Estuve corriendo. Dime, ¿es un crimen correr?
—Matar a una chica es de ser un mierda y un cabrón. —Al hablar se le escapaban algunos perdigones de saliva. Tenía los ojos inyectados en sangre—. Me voy a encargar de que todo el mundo sepa la clase de tipo que eres.
Las rodillas me temblaron. No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿La mataste tú? —murmuró Alba—. Dime que no.
—¿Por qué no dices nada ahora, eh? —le increpó otra vez Gabriel—. ¿Eso es lo que os enseñan en las universidades yanquis?
Niall se mantenía impasible tratando de conservar la calma.
Dani se desembarazó de su tía y se colocó delante de nosotros, en mitad de la escalera, para que todo el mundo pudiera verlo y escucharlo.
—Por favor, amigos. Estamos un poco nerviosos. Aun estando de paisano no puedo consentir este tipo conductas. Si seguís por ese camino me veré obligado a deteneros por amenazas.
—Dejemos a la policía trabajar —dijo Cristóbal—. El nombre del Señor se está pronunciando en vano. ¡Va en contra del segundo mandamiento! ¡Esto que está ocurriendo es un pecado mortal!
Tragué saliva. La multitud tenía el ánimo crispado y necesitaba a alguien para descargar la rabia que sentía. Niall parecía ser el principal sospechoso para mucha gente que nos rodeaba. Ya habían emitido un veredicto antes de haber celebrado el juicio. Y Gabriel se había erigido como juez.
—No nos pongamos nerviosos —comentó Dani—. Estamos trabajando para resolver el caso. Será mejor que nos marchemos a casa y mañana será otro día.
—No, ese cabrón de ahí la mató sin contemplaciones —soltó de nuevo Gabriel.
—¿Tienes algún problema conmigo? —respondió Niall.
Me agarró de la cintura y me colocó detrás de él. No obstante, no lo dejé solo.
—Es increíble que estéis emitiendo un veredicto antes de conocer todos los datos. —Me acerqué hasta Gabriel. Quería evitar a toda costa que los ánimos se calentaran mucho más.
Gabriel, pese a la advertencia de Dani, siguió hablando.
—Si no hacemos nada este yanqui se irá de rositas, y aquí paz y después gloria.
—Te lo advierto, deja que los profesionales nos ocupemos del caso. —Dani hablaba con seguridad, a pesar de que Gabriel le sacaba un palmo—. Si sigues hablando te pasarás un tiempo entre rejas.
El carnicero se quitó el sudor de la frente con un gesto nervioso.
—¿Por qué la policía y vosotros os ponéis siempre de parte de los más capullos?
—A ver, ¿a ti qué te pasa? —le espeté—. Nosotros sufrimos anoche el acoso de un loco que nos disparó con una escopeta.
—¿Y si tiene un compinche? —dijo Gabriel.
—Claro, un compinche que dispara a su compañero. Eso es muy inteligente, tío. —Me llevé dos dedos a la frente—. Te estás pasando de la raya. No tenéis pruebas de nada. Niall no ha hecho daño a nadie en toda su vida.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 10 "Sospechas" (Parte 2)
—Todos sabemos que a Andrea le molaba este… —Me empujó de malos modos y me tiró al suelo.
Niall no dejó que terminara la frase. Le pegó un puñetazo en la mandíbula, que lo tiró de espaldas. Gabriel cayó al suelo todo lo largo que era.
—Cállate. No sabes una mierda de Andrea… Y no le vuelvas a poner una mano encima a ____ —repuso, tan furioso que daba miedo mirarlo a los ojos.
—Os recuerdo que estáis en la casa del Señor —profirió Cristóbal elevando los ojos al cielo.
—Ya no se tiene respeto por las tradiciones y las buenas costumbres —apostilló la feligresa—. ¡Ay, señor, señor!
—¡No, Niall, no! —grité, y después me dirigí a todos. Miré a la mujer, que no dejaba de lamentarse, para que se callara de una maldita vez—. Aquí hay un psicópata que está jugando con nosotros, que nos está observando, y ese loco no es él. —Lo señalé.
Dani me ayudó a levantarme. Tenía que reconocer que tal y como estaban los ánimos de caldeados no había sabido manejar la situación. Alba fue la primera en gritar de manera histérica y llorar sin poder controlarse.
—Escúchame, esto es una locura —le dije a Niall—. Él se toma la justicia por su mano, y luego te la tomas tú. Es el cuento de nunca acabar. —Traté de empujarlo hacia la puerta de la iglesia—. No me ha hecho daño. Vámonos a casa.
—Está bien, necesito salir de aquí o… —Se retiró el pelo de la cara. Su mirada era puro fuego.
¿O qué? ¿Qué había querido decir que se había guardado para sí?
Gabriel se incorporó con la ayuda de Liam y de Harry. La cosa no iba a quedar como una pelea de patio de colegio. El carnicero tenía ganas de presentar batalla y se abalanzó sobre Niall con el brazo en alto, pero este paró el ataque con una patada en el pecho. El carnicero volvió a caer de espaldas. Enseguida Niall se puso en guardia, con la respiración agitada, y miró a quienes estaban al lado del carnicero uno a uno a la cara.
—¿Nos hemos vuelto locos o qué nos pasa? —pregunté a voz en grito. Estaba realmente cabreada y los señalé con el dedo. Nadie estaba ayudándonos, salvo Dani. No sé qué habría pasado si no hubiera sido guardia civil—. ¿Cómo podéis dudar de él? ¿Cuántas veces le habéis pedido ayuda y os ha dado todo lo que tenía?
Harry, con la ayuda de Dani, intentó calmar un poco los ánimos. Agarró del brazo al carnicero y se lo llevó al otro lado de la plaza.
—Mejor dejamos la cosa aquí, Gabriel. ____ tiene razón. ¿Quién puede dudar de él?
El carnicero giró la cara para mirar hacia nosotros. Se pasó el dorso de la mano para quitarse la sangre que salía de su boca. Harry tiró de él.
—Esto pasa porque la gente ha dejado de ir a misa —replicó la madre del carnicero—. Mi hijo se ha salvado gracias a la palabra del Señor. Todos conocéis los problemas que tuvo mi Gabriel. —Después señaló a algunos de los muchachos más jóvenes—. Estos chiquitos de aquí, Louis, Dani, Begoña y Juan, cumplen todas las semanas con su deber cristiano.
—Carmen, cállese, por favor —le indicó Dani.
—No, Carmen, tiene razón —replicó Cristóbal—. Los jóvenes de hoy han perdido el norte y ya no saben distinguir lo que está bien de lo que está mal.
—Esto no es una cuestión de moralidad, Cristóbal —respondió Dani—. Esto es algo mucho más grave. Por favor, vamos a tranquilizarnos un poco. Estos corrillos no nos ayudan en nada. Dejadnos trabajar a la policía.
La gente se fue dispersando cuando llegaron unos policías para analizar la cartulina, pero yo tenía el presentimiento de que no iban a encontrar muchas pistas.
Antes de marcharnos hacia casa, Dani llegó a la carrera hasta nosotros.
—Os invito a un café en casa y me cuentas qué has descubierto. —Me pasó una mano por el hombro—. Esta vez no habrá interrupciones.
—Dani, perdona —nos interrumpió Cristóbal, a quien siempre acompañaba la devota mujer con su hijo—, vamos a celebrar una misa especial por el alma de esta pobre chica. ¡Que Dios la tenga en su gloria!
—Claro, Sagrario, sus padres sabrán apreciar el detalle —respondió Dani, y me apretó contra sí.
Niall caminaba con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Durante el tiempo que tardamos en llegar a casa de Dani, permanecimos en silencio. Él y su hermano vivían en una casa bastante vieja, aunque a mí siempre me había parecido que tenía encanto. En tiempos de la República fue la vivienda del maestro del pueblo, y en una de las habitaciones conservaban una pizarra. Lo que hubiera dado de pequeña por tener una.
Dani retiró una cortina metálica y nos hizo pasar a una pequeña salita con chimenea. Pese a los años que tenía aquella casa, él y su hermano la mantenían muy ordenada y bastante limpia. Había un aparador con muchas fotos de la familia.
—¿Os apetece un café?
Niall asintió, y yo le pedí un té. Pasó a la cocina y sacó unas galletas de mantequilla en una caja de hojalata.
Observé un poco más las fotografías. Me llamó la atención una en la que salía junto a su hermana en las fiestas del pueblo. La cogí y la miré detenidamente. Hacía tres años de aquello, cuando nombraron a Sara dama de las fiestas, junto a cuatro chicas más. Él la acompañaba del brazo. Ambos se parecían mucho, aunque Dani era mucho más guapo. Se les veía felices.
Trajo una cafetera en una bandeja con dos tazas pequeñas de loza, de dos juegos de vajilla diferentes, y una taza de aluminio con té para mí.
Unas gotas de café se le cayeron encima de la mesa y enseguida se levantó para limpiarla. Al regresar de la cocina giró la cabeza hacia el aparador. Parecía mirar el portafotos que había cogido. Lo movió unos centímetros, limpió con la servilleta una mota de polvo imaginaria, y después se sentó con nosotros.
Mientras le contaba lo que había descubierto, Dani me escuchaba atentamente y tomaba notas en una libreta de bolsillo. Me fijé en que sus rasgos eran armoniosos y dulces. Era de piel bastante blanca, moreno de cabello y tenía unos ojos oscuros como el carbón. Era ciertamente bastante atractivo.
—Vaya, me has sorprendido, ____. Eso está muy bien. —Le gustaba girar el anillo que llevaba en el dedo.
Sonreí. En realidad estaba orgullosa de poder aportar mi pequeño grano de arena en el asunto de Andrea. Sin quererlo ni beberlo, estaba participando en el primer caso de mi futura carrera como criminóloga.
—¿Un café o una galleta más? —me preguntó.
—No, gracias. Estamos bien.
Niko también negó con la cabeza.
Durante más de una hora, tras relajar un poco nuestro ánimo, estuvimos hablando de diversas cosas, de estrenos de cine, libros leídos y de todo lo que se nos iba ocurriendo. Creo que tanto a mí como a Niall (que se permitió alguna broma que otra) nos sentó bien estar con Dani. Era un chico bastante agradable con el que podías hablar de cualquier cosa, desde temas filosóficos hasta de literatura.
La tarde iba cayendo, y nos despedimos de él. Mi padre y su madre debían de estar preguntándose dónde nos habíamos metido.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —Le cogí del brazo.
Me miró como si no entendiera qué quería saber de él.
—Claro, pregunta, porque, si te digo que no, no vas a parar hasta que sepas qué te oculto.
—Bueno, igual es una tontería, pero esta mañana, mientras estabas en el corral con Carlota, le has dicho a tu madre algo que parece que no le ha sentado muy bien.
—¿De verdad quieres saber qué es lo que escondo? Te advierto que mi vida ha sido muy aburrida…
Asentí mordiéndome el labio inferior.
—Está bien. —Tomó aire y lo expulsó con calma. Se estaba tomando su tiempo para contestarme—. Con ocho años me diagnosticaron una leucemia linfática crónica, un tipo de leucemia muy común en los niños. Durante tres años estuve entrando y saliendo de los hospitales de Nueva York, hasta que consiguieron un trasplante de médula para mí. En mis horas libres me aficioné al cine y me aprendía los diálogos de las películas…
Se calló. Se quedó pensando en qué iba a decir a continuación, pero las palabras se negaban a salir.
—Lo siento…
No sabía qué más decir. Se produjo un silencio. Volvía a parecer un niño pequeño al que no me hubiera importado abrazar y decirle que todo iba a salir bien. Que me tenía a su lado para lo que quisiera.
—¿Por qué? Tú no tienes la culpa. Son cosas que pasan. Ahora estoy aquí, pero en un minuto todo puede cambiar. Me propuse vivir cada segundo como si fuera el último. ¿Sabes? Hasta mi abuela me regaló un rosario —se metió una mano por el cuello de la camiseta para mostrármelo—, como si con ello pudiera protegerme de todo mal. Dice que está bendecido por el papa Juan Pablo Segundo. Yo le doy el gusto de llevar este colgante, pero para mí no significa nada.
Hubo otro silencio.
—¿Y yo te puedo hacer una pregunta?
—Sí —moví la cabeza—, claro. Parece que nos estamos sincerando.
Antes de hacerme la pregunta se detuvo y me miró fijamente. Me dejé atrapar por su mirada azul. Se acercó un poco más a mí y yo avancé un paso hacia él. Nuestros labios estaban a punto de rozarse. Mi respiración comenzó a agitarse, al tiempo que mi corazón bombeaba tan deprisa que notaba mi pecho a punto de estallar.
—¿Has dudado en algún momento de mí?
Abrí los ojos como platos. No podía responderle a esa pregunta, no, si no quería hacerle daño.
—Contéstame, ____, por favor.
—Yo… —Tragué saliva y me rasqué la mejilla. Noté cómo me iba encogiendo y cómo el suelo se abría a mis pies.
¿Tanto se me había notado que había sospechado de él en algún momento? El corazón me decía que le mintiera, y la razón me decía otra cosa. ¿Era tan difícil dejarme llevar por mis sentimientos?
El maldito silencio se había instalado como un muro entre nosotros. Era mucho más fácil mentirle, pero por alguna razón no podía hacerlo.
—No hace falta que me digas más. Ya veo.
Se giró y me dejó plantada en mitad de la calle.
—Niall, por favor, no es lo que parece.
No me contestó. Siguió caminando y lo perdí de vista cuando torció la esquina. Cerré los ojos y me senté en un portal. La había fastidiado, pero a base de bien.
—Todos sabemos que a Andrea le molaba este… —Me empujó de malos modos y me tiró al suelo.
Niall no dejó que terminara la frase. Le pegó un puñetazo en la mandíbula, que lo tiró de espaldas. Gabriel cayó al suelo todo lo largo que era.
—Cállate. No sabes una mierda de Andrea… Y no le vuelvas a poner una mano encima a ____ —repuso, tan furioso que daba miedo mirarlo a los ojos.
—Os recuerdo que estáis en la casa del Señor —profirió Cristóbal elevando los ojos al cielo.
—Ya no se tiene respeto por las tradiciones y las buenas costumbres —apostilló la feligresa—. ¡Ay, señor, señor!
—¡No, Niall, no! —grité, y después me dirigí a todos. Miré a la mujer, que no dejaba de lamentarse, para que se callara de una maldita vez—. Aquí hay un psicópata que está jugando con nosotros, que nos está observando, y ese loco no es él. —Lo señalé.
Dani me ayudó a levantarme. Tenía que reconocer que tal y como estaban los ánimos de caldeados no había sabido manejar la situación. Alba fue la primera en gritar de manera histérica y llorar sin poder controlarse.
—Escúchame, esto es una locura —le dije a Niall—. Él se toma la justicia por su mano, y luego te la tomas tú. Es el cuento de nunca acabar. —Traté de empujarlo hacia la puerta de la iglesia—. No me ha hecho daño. Vámonos a casa.
—Está bien, necesito salir de aquí o… —Se retiró el pelo de la cara. Su mirada era puro fuego.
¿O qué? ¿Qué había querido decir que se había guardado para sí?
Gabriel se incorporó con la ayuda de Liam y de Harry. La cosa no iba a quedar como una pelea de patio de colegio. El carnicero tenía ganas de presentar batalla y se abalanzó sobre Niall con el brazo en alto, pero este paró el ataque con una patada en el pecho. El carnicero volvió a caer de espaldas. Enseguida Niall se puso en guardia, con la respiración agitada, y miró a quienes estaban al lado del carnicero uno a uno a la cara.
—¿Nos hemos vuelto locos o qué nos pasa? —pregunté a voz en grito. Estaba realmente cabreada y los señalé con el dedo. Nadie estaba ayudándonos, salvo Dani. No sé qué habría pasado si no hubiera sido guardia civil—. ¿Cómo podéis dudar de él? ¿Cuántas veces le habéis pedido ayuda y os ha dado todo lo que tenía?
Harry, con la ayuda de Dani, intentó calmar un poco los ánimos. Agarró del brazo al carnicero y se lo llevó al otro lado de la plaza.
—Mejor dejamos la cosa aquí, Gabriel. ____ tiene razón. ¿Quién puede dudar de él?
El carnicero giró la cara para mirar hacia nosotros. Se pasó el dorso de la mano para quitarse la sangre que salía de su boca. Harry tiró de él.
—Esto pasa porque la gente ha dejado de ir a misa —replicó la madre del carnicero—. Mi hijo se ha salvado gracias a la palabra del Señor. Todos conocéis los problemas que tuvo mi Gabriel. —Después señaló a algunos de los muchachos más jóvenes—. Estos chiquitos de aquí, Louis, Dani, Begoña y Juan, cumplen todas las semanas con su deber cristiano.
—Carmen, cállese, por favor —le indicó Dani.
—No, Carmen, tiene razón —replicó Cristóbal—. Los jóvenes de hoy han perdido el norte y ya no saben distinguir lo que está bien de lo que está mal.
—Esto no es una cuestión de moralidad, Cristóbal —respondió Dani—. Esto es algo mucho más grave. Por favor, vamos a tranquilizarnos un poco. Estos corrillos no nos ayudan en nada. Dejadnos trabajar a la policía.
La gente se fue dispersando cuando llegaron unos policías para analizar la cartulina, pero yo tenía el presentimiento de que no iban a encontrar muchas pistas.
Antes de marcharnos hacia casa, Dani llegó a la carrera hasta nosotros.
—Os invito a un café en casa y me cuentas qué has descubierto. —Me pasó una mano por el hombro—. Esta vez no habrá interrupciones.
—Dani, perdona —nos interrumpió Cristóbal, a quien siempre acompañaba la devota mujer con su hijo—, vamos a celebrar una misa especial por el alma de esta pobre chica. ¡Que Dios la tenga en su gloria!
—Claro, Sagrario, sus padres sabrán apreciar el detalle —respondió Dani, y me apretó contra sí.
Niall caminaba con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Durante el tiempo que tardamos en llegar a casa de Dani, permanecimos en silencio. Él y su hermano vivían en una casa bastante vieja, aunque a mí siempre me había parecido que tenía encanto. En tiempos de la República fue la vivienda del maestro del pueblo, y en una de las habitaciones conservaban una pizarra. Lo que hubiera dado de pequeña por tener una.
Dani retiró una cortina metálica y nos hizo pasar a una pequeña salita con chimenea. Pese a los años que tenía aquella casa, él y su hermano la mantenían muy ordenada y bastante limpia. Había un aparador con muchas fotos de la familia.
—¿Os apetece un café?
Niall asintió, y yo le pedí un té. Pasó a la cocina y sacó unas galletas de mantequilla en una caja de hojalata.
Observé un poco más las fotografías. Me llamó la atención una en la que salía junto a su hermana en las fiestas del pueblo. La cogí y la miré detenidamente. Hacía tres años de aquello, cuando nombraron a Sara dama de las fiestas, junto a cuatro chicas más. Él la acompañaba del brazo. Ambos se parecían mucho, aunque Dani era mucho más guapo. Se les veía felices.
Trajo una cafetera en una bandeja con dos tazas pequeñas de loza, de dos juegos de vajilla diferentes, y una taza de aluminio con té para mí.
Unas gotas de café se le cayeron encima de la mesa y enseguida se levantó para limpiarla. Al regresar de la cocina giró la cabeza hacia el aparador. Parecía mirar el portafotos que había cogido. Lo movió unos centímetros, limpió con la servilleta una mota de polvo imaginaria, y después se sentó con nosotros.
Mientras le contaba lo que había descubierto, Dani me escuchaba atentamente y tomaba notas en una libreta de bolsillo. Me fijé en que sus rasgos eran armoniosos y dulces. Era de piel bastante blanca, moreno de cabello y tenía unos ojos oscuros como el carbón. Era ciertamente bastante atractivo.
—Vaya, me has sorprendido, ____. Eso está muy bien. —Le gustaba girar el anillo que llevaba en el dedo.
Sonreí. En realidad estaba orgullosa de poder aportar mi pequeño grano de arena en el asunto de Andrea. Sin quererlo ni beberlo, estaba participando en el primer caso de mi futura carrera como criminóloga.
—¿Un café o una galleta más? —me preguntó.
—No, gracias. Estamos bien.
Niko también negó con la cabeza.
Durante más de una hora, tras relajar un poco nuestro ánimo, estuvimos hablando de diversas cosas, de estrenos de cine, libros leídos y de todo lo que se nos iba ocurriendo. Creo que tanto a mí como a Niall (que se permitió alguna broma que otra) nos sentó bien estar con Dani. Era un chico bastante agradable con el que podías hablar de cualquier cosa, desde temas filosóficos hasta de literatura.
La tarde iba cayendo, y nos despedimos de él. Mi padre y su madre debían de estar preguntándose dónde nos habíamos metido.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —Le cogí del brazo.
Me miró como si no entendiera qué quería saber de él.
—Claro, pregunta, porque, si te digo que no, no vas a parar hasta que sepas qué te oculto.
—Bueno, igual es una tontería, pero esta mañana, mientras estabas en el corral con Carlota, le has dicho a tu madre algo que parece que no le ha sentado muy bien.
—¿De verdad quieres saber qué es lo que escondo? Te advierto que mi vida ha sido muy aburrida…
Asentí mordiéndome el labio inferior.
—Está bien. —Tomó aire y lo expulsó con calma. Se estaba tomando su tiempo para contestarme—. Con ocho años me diagnosticaron una leucemia linfática crónica, un tipo de leucemia muy común en los niños. Durante tres años estuve entrando y saliendo de los hospitales de Nueva York, hasta que consiguieron un trasplante de médula para mí. En mis horas libres me aficioné al cine y me aprendía los diálogos de las películas…
Se calló. Se quedó pensando en qué iba a decir a continuación, pero las palabras se negaban a salir.
—Lo siento…
No sabía qué más decir. Se produjo un silencio. Volvía a parecer un niño pequeño al que no me hubiera importado abrazar y decirle que todo iba a salir bien. Que me tenía a su lado para lo que quisiera.
—¿Por qué? Tú no tienes la culpa. Son cosas que pasan. Ahora estoy aquí, pero en un minuto todo puede cambiar. Me propuse vivir cada segundo como si fuera el último. ¿Sabes? Hasta mi abuela me regaló un rosario —se metió una mano por el cuello de la camiseta para mostrármelo—, como si con ello pudiera protegerme de todo mal. Dice que está bendecido por el papa Juan Pablo Segundo. Yo le doy el gusto de llevar este colgante, pero para mí no significa nada.
Hubo otro silencio.
—¿Y yo te puedo hacer una pregunta?
—Sí —moví la cabeza—, claro. Parece que nos estamos sincerando.
Antes de hacerme la pregunta se detuvo y me miró fijamente. Me dejé atrapar por su mirada azul. Se acercó un poco más a mí y yo avancé un paso hacia él. Nuestros labios estaban a punto de rozarse. Mi respiración comenzó a agitarse, al tiempo que mi corazón bombeaba tan deprisa que notaba mi pecho a punto de estallar.
—¿Has dudado en algún momento de mí?
Abrí los ojos como platos. No podía responderle a esa pregunta, no, si no quería hacerle daño.
—Contéstame, ____, por favor.
—Yo… —Tragué saliva y me rasqué la mejilla. Noté cómo me iba encogiendo y cómo el suelo se abría a mis pies.
¿Tanto se me había notado que había sospechado de él en algún momento? El corazón me decía que le mintiera, y la razón me decía otra cosa. ¿Era tan difícil dejarme llevar por mis sentimientos?
El maldito silencio se había instalado como un muro entre nosotros. Era mucho más fácil mentirle, pero por alguna razón no podía hacerlo.
—No hace falta que me digas más. Ya veo.
Se giró y me dejó plantada en mitad de la calle.
—Niall, por favor, no es lo que parece.
No me contestó. Siguió caminando y lo perdí de vista cuando torció la esquina. Cerré los ojos y me senté en un portal. La había fastidiado, pero a base de bien.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Holaaa!!!! Que tal Laura? Me llamo Laura XD, y tambien soy Española. Soy tu nueva lectora, me encanta tu novela :hug:
Emma Scott
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 11 "Furia" (Parte 1)
Permanecí un buen rato sentada en el portal. No me gustaba el silencio que se había producido después de la pregunta de Niall, así como tampoco la soledad que experimenté tras su marcha. Me sentía vacía por dentro, como si me hubieran arrancado a bocados una parte muy importante de mí. Y nadie más que yo tenía la culpa de esa situación que se había creado entre él y yo. Si ya me lo decía mamá muchas veces: «La verdad es un arma muy poderosa, letal y a la vez liberadora». Y mi verdad había resultado letal.
De repente tuve la sensación de que lo había traicionado y de que iba a ser complicado recuperar su confianza. Mis condenadas dudas. Siempre trataba de buscar tres pies al gato, de llevar todo lo extraordinario que me ocurría al campo de la criminología. Era una obsesión. Con lo fácil que hubiera sido decirle que en ningún momento había dudado de él, pero la pregunta me pilló totalmente desprevenida y con la guardia baja. Me maldije mentalmente por no haberle respondido, y por no haberme permitido mentirle. No había podido aplicar la máxima de House de que todo el mundo miente.
Estuve varios minutos pensando en cómo se tenía que sentir él y en cómo me disculparía por ser tan estúpida. No encontraba las palabras, pero no quería dejar ese momento a la improvisación.
Vi volar una urraca, que se posó en el alféizar de una ventana. Nos quedamos mirando. Graznó y después salió volando.
Dos señoras mayores, una de ellas vestida de negro y la otra con un vestido de flores, paseaban por la calle. Reconocí a la más joven, la que llevaba el vestido floreado. Era la madre del panadero. Venían agarradas del brazo cuchicheando. La que vestía de negro señaló hacia donde yo estaba. Por cómo me miraban entendí que hablaban de Niall. Que las dudas se hubieran instalado como un veneno ponzoñoso entre la gente del pueblo me molestó especialmente. Me parecía injusto que los chismes corrieran de boca en boca y nadie saliera en su defensa. Quizá porque yo no vivía en el pueblo no iba a dejar pasar ese tipo de chismorreos.
—¡No ha sido él! —les grité cuando pasaron por mi lado. Las mujeres se sobresaltaron y pegaron tal bote que no pude evitar sonreír—. Buscad al culpable en otro sitio.
—¡Ay, santo cielo! —exclamó la madre del panadero—. ¡Dónde vamos a ir a parar con la poca educación que tiene esta juventud de hoy en día!
—No me dé clases de educación. A saber qué hizo su hijo el miércoles por la mañana.
Decían las malas lenguas que el panadero era gay y bajaba dos días a Valencia para ver a su novio, y que estaba esperando a que se muriera su padre para salir del armario. Había pasado una temporada en una casa de reposo, cuando las malas lenguas decían que había intentado suicidarse. Si era cierto o no, era algo que me traía sin cuidado.
—Mi hijo es un hombre de bien. Se pasa el día trabajando —respondió levantando el mentón y girando sobre sus talones.
—Qué poca vergüenza tienen algunas —replicó la mujer que vestía de negro.
—¿Alguien lo vio trabajar? —Las dos mujeres se alejaron a paso ligero de mí para no oír lo que tenía que decirles. La que vestía de negro se abanicaba con insistencia—. Si no es así, deje que le diga que su hijo es tan sospechoso como Niall y como cualquier persona del pueblo. Hasta usted podría serlo.
No sé si había hecho lo correcto, pero lo cierto era que me había hecho sentir bien. Tuve un ataque de risa. No podía creer que hubiera actuado así. Mamá me habría llamado la atención y también me habría echado una bronca monumental.
Me levanté sin ganas de regresar a casa. Al final, como temí cuando me subí al tren, se había producido el primer desencuentro entre Niall y yo. Ahora dependía solo de mí que la cosa no se alargara en el tiempo.
Oí que alguien me llamaba a mis espaldas. Me giré para saber quién era el que quería hablar conmigo. Esperaba al menos que los mellizos y Louis no nos hubieran puesto en su lista negra. Crucé los dedos sin darme cuenta.
—¿Vas para casa? Niall necesita que estemos a su lado —comentó Harry.
—Sí, no podemos dudar de él. —Me mordí la parte interna de la mejilla. Y yo era la primera que tenía que demostrárselo.
—El miércoles celebraremos nuestro cumpleaños —repuso Liam tragando saliva—. Estás invitada. —Llevaba las manos en los bolsillos y seguía con la mirada el movimiento de su pie.
—Mamá dice que tenemos que seguir con nuestras vidas —replicó Harry. Era mucho más jovial que su hermano y siempre había sido el bromista del grupo, junto a Niall—. Ha sido un golpe duro para todos, pero no sería justo no celebrar nuestra mayoría de edad. No todos los días unos trillizos cumplen años.
Me alegré de que me hubieran incluido en su lista de invitados. Si hubiera tenido que esperar una invitación por parte de Alba, la tercera trilliza, lo habría llevado claro.
—¿Estáis seguros de que queréis que vaya? —quise saber. Nunca me habían invitado, y aquel detalle me llamó la atención. Alba pondría el grito en el cielo.
Liam se puso colorado y volvió a bajar la mirada al suelo.
—Por supuesto —respondió Harry mordiéndose una uña—. ¿Verdad que sí, Liam? Ya verás el corto digital que ha hecho mi hermano para proyectar en el baile. Si es que es un virtuoso de las teclas.
Su hermano asintió con la cabeza y evitó mirarme a la cara. No sé cómo, Harry y Louis se adelantaron y yo me quedé con Liam sin saber qué decirle. Me sentía un poco incómoda por la situación. De repente me di cuenta de que me habían preparado una encerrona y que yo había caído en la trampa.
—¿Cómo te va? —preguntó él. Llevaba el móvil en la mano, pero cuando nos quedamos a solas lo guardó.
—Bien… —Liam se me quedó mirando. Temí que me hiciera preguntas para las que no estaba preparada, así que seguí hablando sin darle opción a que continuara—. O sea, todo lo bien que se puede estar después de que un loco nos persiguiera con una escopeta y de que me dieran siete puntos. Y ahora todo el mundo parece haber emitido un veredicto con respecto a Niall.
—¿Te dolió? —me interrumpió.
Solté un bufido tratando de quitarle importancia.
—Me pusieron anestesia.
—Oye, ____, me preguntaba si…
Se me encogió el estómago y de pronto noté que me faltaba la respiración.
—Perdona, Liam, me acabo de acordar de que tengo que darle la cena a Carlota. Lleva sin verme desde Semana Santa y quiere recuperar el tiempo perdido.
Me alejé corriendo sin esperar a que me hiciera la pregunta. El verano pasado habíamos estado tonteando unos días, pero luego no sé qué le pasó que de la noche a la mañana dejó de venir a buscarme a casa. Luego yo salí dos semanas con Zayn y después regresé a Madrid.
Al llegar a casa me sentí aliviada cuando Carlota se tiró a mis pies. Aún llevaba el vestido de Blancanieves. La tomé en brazos y le di un fuerte abrazo. Eché un vistazo para ver dónde se habían metido Niall y los chicos. No estaban en la cocina.
—____, mamá dice que tengo que comer verduras. Yo le he dicho que dos, y mamá me ha dicho que cinco cucharadas. —Hizo un mohín y me acarició la mejilla.
—Venga, vamos a hablar con tu madre —le contesté.
—Dos, ¿vale, ____?
—Deja que lo piense. —Puse cara de estar pensando.
Maura y mi padre nos miraban con una sonrisa. Hablaban entre ellos sobre algo que les debía de hacer mucha gracia, pero que no entendí hasta que papá habló.
—Tú hacías lo mismo cuando eras pequeña. Sois casi idénticas. —Soltó una carcajada—. Menudas brujillas estáis hechas.
—Ya, con la diferencia de que ella tiene una hermana mayor que la malcría y que la defiende de unos padres malvados.
Me senté a la mesa junto a mi hermana. Enseguida llegó Liam, y evité mirarlo a la cara. Mi cuerpo se tensó, y cogí un vaso de agua y el tenedor con el que comía Carlota para hacerle ver que estaba ocupada.
—Buenas noches. Vengo a ver a Niall… —Me dio hasta pena. Apenas le salía la voz. Volvió la cabeza a las teclas de su móvil.
—Anda, pasa. —Papá se levantó y le ofreció la mano—. Están arriba, en su habitación. A saber qué estaréis tramando.
—¡Que aproveche! —dijo antes de subir las escaleras.
Me alegré en parte de que ni Maura ni papá estuvieran al corriente de lo que había pasado en la plaza. Mi madrastra se habría llevado un buen disgusto.
—Vaya, ____, ¡qué mirada te ha echado! —dijo Maura—. ¿Qué nos estamos perdiendo?
—¿Es tu novio? —preguntó Carlota.
—No, yo no quiero novios. —Suspiré y me relajé en la silla—. Pero no me distraigas, señorita. Tu mamá te ha dicho que cinco, y yo te propongo tres.
—No, cuatro.
Tuve que aguantarme las ganas de reír. Aproveché la ventaja de que una niña de tres años y medio todavía no supiera contar.
—Vale, tú ganas. Cuatro —comenté con fingida voz de abatimiento.
Su madre me guiñó un ojo, y tanto ella como papá se levantaron de la mesa. Siempre se me habían dado bien los niños pequeños. Mientras le daba de cenar a mi hermana, estuvimos cantando algunas canciones infantiles. También estuvimos jugando a ver quién de nosotras se llevaba antes el tenedor con la verdura a la boca.
—No se vale —comenté cuando ya se había comido cuatro cucharadas—. Te estás comiendo mi cena.
Permanecí un buen rato sentada en el portal. No me gustaba el silencio que se había producido después de la pregunta de Niall, así como tampoco la soledad que experimenté tras su marcha. Me sentía vacía por dentro, como si me hubieran arrancado a bocados una parte muy importante de mí. Y nadie más que yo tenía la culpa de esa situación que se había creado entre él y yo. Si ya me lo decía mamá muchas veces: «La verdad es un arma muy poderosa, letal y a la vez liberadora». Y mi verdad había resultado letal.
De repente tuve la sensación de que lo había traicionado y de que iba a ser complicado recuperar su confianza. Mis condenadas dudas. Siempre trataba de buscar tres pies al gato, de llevar todo lo extraordinario que me ocurría al campo de la criminología. Era una obsesión. Con lo fácil que hubiera sido decirle que en ningún momento había dudado de él, pero la pregunta me pilló totalmente desprevenida y con la guardia baja. Me maldije mentalmente por no haberle respondido, y por no haberme permitido mentirle. No había podido aplicar la máxima de House de que todo el mundo miente.
Estuve varios minutos pensando en cómo se tenía que sentir él y en cómo me disculparía por ser tan estúpida. No encontraba las palabras, pero no quería dejar ese momento a la improvisación.
Vi volar una urraca, que se posó en el alféizar de una ventana. Nos quedamos mirando. Graznó y después salió volando.
Dos señoras mayores, una de ellas vestida de negro y la otra con un vestido de flores, paseaban por la calle. Reconocí a la más joven, la que llevaba el vestido floreado. Era la madre del panadero. Venían agarradas del brazo cuchicheando. La que vestía de negro señaló hacia donde yo estaba. Por cómo me miraban entendí que hablaban de Niall. Que las dudas se hubieran instalado como un veneno ponzoñoso entre la gente del pueblo me molestó especialmente. Me parecía injusto que los chismes corrieran de boca en boca y nadie saliera en su defensa. Quizá porque yo no vivía en el pueblo no iba a dejar pasar ese tipo de chismorreos.
—¡No ha sido él! —les grité cuando pasaron por mi lado. Las mujeres se sobresaltaron y pegaron tal bote que no pude evitar sonreír—. Buscad al culpable en otro sitio.
—¡Ay, santo cielo! —exclamó la madre del panadero—. ¡Dónde vamos a ir a parar con la poca educación que tiene esta juventud de hoy en día!
—No me dé clases de educación. A saber qué hizo su hijo el miércoles por la mañana.
Decían las malas lenguas que el panadero era gay y bajaba dos días a Valencia para ver a su novio, y que estaba esperando a que se muriera su padre para salir del armario. Había pasado una temporada en una casa de reposo, cuando las malas lenguas decían que había intentado suicidarse. Si era cierto o no, era algo que me traía sin cuidado.
—Mi hijo es un hombre de bien. Se pasa el día trabajando —respondió levantando el mentón y girando sobre sus talones.
—Qué poca vergüenza tienen algunas —replicó la mujer que vestía de negro.
—¿Alguien lo vio trabajar? —Las dos mujeres se alejaron a paso ligero de mí para no oír lo que tenía que decirles. La que vestía de negro se abanicaba con insistencia—. Si no es así, deje que le diga que su hijo es tan sospechoso como Niall y como cualquier persona del pueblo. Hasta usted podría serlo.
No sé si había hecho lo correcto, pero lo cierto era que me había hecho sentir bien. Tuve un ataque de risa. No podía creer que hubiera actuado así. Mamá me habría llamado la atención y también me habría echado una bronca monumental.
Me levanté sin ganas de regresar a casa. Al final, como temí cuando me subí al tren, se había producido el primer desencuentro entre Niall y yo. Ahora dependía solo de mí que la cosa no se alargara en el tiempo.
Oí que alguien me llamaba a mis espaldas. Me giré para saber quién era el que quería hablar conmigo. Esperaba al menos que los mellizos y Louis no nos hubieran puesto en su lista negra. Crucé los dedos sin darme cuenta.
—¿Vas para casa? Niall necesita que estemos a su lado —comentó Harry.
—Sí, no podemos dudar de él. —Me mordí la parte interna de la mejilla. Y yo era la primera que tenía que demostrárselo.
—El miércoles celebraremos nuestro cumpleaños —repuso Liam tragando saliva—. Estás invitada. —Llevaba las manos en los bolsillos y seguía con la mirada el movimiento de su pie.
—Mamá dice que tenemos que seguir con nuestras vidas —replicó Harry. Era mucho más jovial que su hermano y siempre había sido el bromista del grupo, junto a Niall—. Ha sido un golpe duro para todos, pero no sería justo no celebrar nuestra mayoría de edad. No todos los días unos trillizos cumplen años.
Me alegré de que me hubieran incluido en su lista de invitados. Si hubiera tenido que esperar una invitación por parte de Alba, la tercera trilliza, lo habría llevado claro.
—¿Estáis seguros de que queréis que vaya? —quise saber. Nunca me habían invitado, y aquel detalle me llamó la atención. Alba pondría el grito en el cielo.
Liam se puso colorado y volvió a bajar la mirada al suelo.
—Por supuesto —respondió Harry mordiéndose una uña—. ¿Verdad que sí, Liam? Ya verás el corto digital que ha hecho mi hermano para proyectar en el baile. Si es que es un virtuoso de las teclas.
Su hermano asintió con la cabeza y evitó mirarme a la cara. No sé cómo, Harry y Louis se adelantaron y yo me quedé con Liam sin saber qué decirle. Me sentía un poco incómoda por la situación. De repente me di cuenta de que me habían preparado una encerrona y que yo había caído en la trampa.
—¿Cómo te va? —preguntó él. Llevaba el móvil en la mano, pero cuando nos quedamos a solas lo guardó.
—Bien… —Liam se me quedó mirando. Temí que me hiciera preguntas para las que no estaba preparada, así que seguí hablando sin darle opción a que continuara—. O sea, todo lo bien que se puede estar después de que un loco nos persiguiera con una escopeta y de que me dieran siete puntos. Y ahora todo el mundo parece haber emitido un veredicto con respecto a Niall.
—¿Te dolió? —me interrumpió.
Solté un bufido tratando de quitarle importancia.
—Me pusieron anestesia.
—Oye, ____, me preguntaba si…
Se me encogió el estómago y de pronto noté que me faltaba la respiración.
—Perdona, Liam, me acabo de acordar de que tengo que darle la cena a Carlota. Lleva sin verme desde Semana Santa y quiere recuperar el tiempo perdido.
Me alejé corriendo sin esperar a que me hiciera la pregunta. El verano pasado habíamos estado tonteando unos días, pero luego no sé qué le pasó que de la noche a la mañana dejó de venir a buscarme a casa. Luego yo salí dos semanas con Zayn y después regresé a Madrid.
Al llegar a casa me sentí aliviada cuando Carlota se tiró a mis pies. Aún llevaba el vestido de Blancanieves. La tomé en brazos y le di un fuerte abrazo. Eché un vistazo para ver dónde se habían metido Niall y los chicos. No estaban en la cocina.
—____, mamá dice que tengo que comer verduras. Yo le he dicho que dos, y mamá me ha dicho que cinco cucharadas. —Hizo un mohín y me acarició la mejilla.
—Venga, vamos a hablar con tu madre —le contesté.
—Dos, ¿vale, ____?
—Deja que lo piense. —Puse cara de estar pensando.
Maura y mi padre nos miraban con una sonrisa. Hablaban entre ellos sobre algo que les debía de hacer mucha gracia, pero que no entendí hasta que papá habló.
—Tú hacías lo mismo cuando eras pequeña. Sois casi idénticas. —Soltó una carcajada—. Menudas brujillas estáis hechas.
—Ya, con la diferencia de que ella tiene una hermana mayor que la malcría y que la defiende de unos padres malvados.
Me senté a la mesa junto a mi hermana. Enseguida llegó Liam, y evité mirarlo a la cara. Mi cuerpo se tensó, y cogí un vaso de agua y el tenedor con el que comía Carlota para hacerle ver que estaba ocupada.
—Buenas noches. Vengo a ver a Niall… —Me dio hasta pena. Apenas le salía la voz. Volvió la cabeza a las teclas de su móvil.
—Anda, pasa. —Papá se levantó y le ofreció la mano—. Están arriba, en su habitación. A saber qué estaréis tramando.
—¡Que aproveche! —dijo antes de subir las escaleras.
Me alegré en parte de que ni Maura ni papá estuvieran al corriente de lo que había pasado en la plaza. Mi madrastra se habría llevado un buen disgusto.
—Vaya, ____, ¡qué mirada te ha echado! —dijo Maura—. ¿Qué nos estamos perdiendo?
—¿Es tu novio? —preguntó Carlota.
—No, yo no quiero novios. —Suspiré y me relajé en la silla—. Pero no me distraigas, señorita. Tu mamá te ha dicho que cinco, y yo te propongo tres.
—No, cuatro.
Tuve que aguantarme las ganas de reír. Aproveché la ventaja de que una niña de tres años y medio todavía no supiera contar.
—Vale, tú ganas. Cuatro —comenté con fingida voz de abatimiento.
Su madre me guiñó un ojo, y tanto ella como papá se levantaron de la mesa. Siempre se me habían dado bien los niños pequeños. Mientras le daba de cenar a mi hermana, estuvimos cantando algunas canciones infantiles. También estuvimos jugando a ver quién de nosotras se llevaba antes el tenedor con la verdura a la boca.
—No se vale —comenté cuando ya se había comido cuatro cucharadas—. Te estás comiendo mi cena.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 11 "Furia" (Parte 2)
Carlota no dejaba de reír a carcajadas.
—Es que yo soy más rápida que tú —repuso con la boca llena. Se había subido varias veces el vestido y había estado dando botes en la silla.
—Pues esta me la voy a comer yo. —Me puse seria, totalmente convencida de que lograría mi objetivo—. Y no me vas a pillar.
Carlota se abalanzó sobre el tenedor y después se metió con las manos las últimas verduras que había en el plato. Se tapó la boca con el brazo sin dejar de reír y de señalarme con la mano que tenía libre.
—No me puedo creer que no me hayas dejado nada —dije llevándome, como si estuviera sorprendida, las manos a la cara—. Me has engañado. Y ahora, ¿qué ceno yo?
Cuando Carlota terminó de tragar la bola que tenía en la boca me contestó:
—Yo soy la que más corre de mi clase.
—¿Me estás diciendo que también me ganarías si echáramos una carrera?
—Sí, ven. —Se bajó de la silla y tiró de mí hasta el corral.
—¡Carlota! —Maura la detuvo antes de que abriera la puerta—. Aún no has terminado de cenar. Sabes que no te puedes levantar de la mesa hasta que te hayas acabado todo.
—¡Jopetas! —Se cruzó de brazos.
—Primero tómate el postre y luego hacemos una carrera… —le dije.
Advertí un ruido en el corral. Estaba casi segura de haber oído un chirrido y de que alguien había cerrado la puerta de atrás.
—Yo no quiero postre…
—¿Pasa algo? —preguntó Maura al ver mi cara.
—¿Está papá fuera? —Me extrañaba que hubiera salido sin que me hubiera dado cuenta.
—No, ¿por qué? Está en la ducha. Ya sabes que le gusta cenar fresquito.
Me abalancé hacia el corral. Efectivamente, alguien había salido corriendo y en su huida había tirado una hamaca. Además, la puerta de atrás se había vuelto a abrir. Maura y Carlota llegaron hasta mí.
—Alguien ha entrado aquí.
Mi madrastra no dudó de mis palabras al ver la puerta abierta.
—Le he dicho a tu padre mil veces que arregle esa puerta.
¿Qué interés podía tener la persona que había entrado en casa? Al corral daban tres ventanas, la mía, la de Carlota y el cuarto de baño grande. La única de las tres que estaba abierta era la mía, y estaba segura de haberla cerrado antes de salir de la habitación, temerosa de que mi hermana se subiera a una silla y tuviera un accidente. No era muy difícil llegar hasta mi ventana. Alguna vez me había descolgado por ella y luego me había apoyado en el muro para salir de fiesta sin que mi padre se enterara. Me extrañó volver a ver una urraca posada en el muro del corral. Echó a volar cuando Maura cerró la puerta.
Carlota reclamó mi atención.
—Vamos a jugar a un juego —le dije—. Tú te comes el postre muy deprisa mientras yo me escondo. A ver si eres muy rápida y me encuentras.
—Te voy a ganar.
Asentí con la cabeza y salí corriendo hacia mi habitación. Desde las escaleras se oían las voces de los chicos, y al parecer Niall había recuperado su buen humor, cosa de la que me alegré. En el momento de abrir la puerta y encender la luz no me cupo ninguna duda de que esa persona había estado en mi habitación. Las cortinas de tul de mi cama estaban rajadas y parecía que las habían rociado con sangre, pero lo peor no era eso, lo peor era el mensaje en un papel que me habían dejado en el cristal de la cómoda, con lápiz de labios rojo.
Eres una zorra. Arderás en el infierno
Estás avisada
Me temblaron las rodillas, y busqué apoyo en la pared. Creo que perdí el color de la cara y hasta me falló la voz. No podía gritar, de tan abrumada como me sentía.
Niall y sus amigos salieron en ese momento de su habitación.
—¿Te pasa algo? —me dijo Liam al pasar por mi puerta y encontrarme sentada en el suelo.
Le señalé el cristal de la cómoda.
—Alguien ha estado aquí y me ha dejado un mensaje —respondí con un hilo de voz.
—¡Cabrón! —exclamó Louis echando un vistazo a la nota, aunque no la llegó a tocar.
Después de respirar hondo y de calmarme saqué mi smartphone y le hice una foto al papel.
—Voy a llamar a mi hermano —repuso Louis—. Él sabrá qué hacer.
Oí que Carlota subía por las escaleras gritando mi nombre.
—No, que no venga. Cógela, Niall —le ordené.
Enseguida salió corriendo hacia ella y pareció convencerla para llevársela abajo. No sé qué pasó en la cocina ni lo que comentó Niall, pero mi padre subió corriendo a mi habitación.
—¿Estás bien? —El pobre estaba lívido—. Ya hemos llamado a la policía. Me han dicho que tenemos que salir de la habitación y que nadie toque nada.
Sí, tenían razón, y no me había dado cuenta. No podíamos contaminar las pruebas. Cerré la puerta, y esperamos a que llegaran los profesionales.
Dani fue el primero en llegar.
—Sentimos que tengas que trabajar en tu día de descanso —dijo papá invitándolo a entrar.
—No te preocupes. Uno nunca olvida cuáles son sus obligaciones.
—Es cierto. Los veterinarios tampoco nos libramos. —Lo acompañó hasta mi habitación.
En media hora más o menos llegó la Guardia Civil. Se había formado un pequeño corrillo en la puerta de mi casa. El consejo de sabios del pueblo estaría dictaminando qué habría ocurrido para que hubiera dos coches.
Mientras ellos trabajaban y hacían las preguntas de rigor a los chicos, Maura nos obligó a que comiéramos algo.
Durante buena parte de la cena estuve estudiando el mensaje que me habían dejado. Me llamaba mucho la atención esa «T» extraña. La había visto en algún sitio, pero no recordaba dónde. Hice un repaso mental de por dónde había estado esa tarde. Recorrí las calles una y otra vez intentando recordar dónde había visto esa letra. Habría sido más fácil hacer un recorrido real por las calles, aunque ni papá ni Maura me habrían dejado salir. Tal vez fuera el cansancio, que no me dejaba ver lo que era evidente, por lo que decidí olvidarme del asunto cuando la policía se marchó.
Esa noche no dormiría en mi habitación, así que me fui a la de invitados. Carlota me quiso acompañar. Nos metimos las dos en la misma cama, y mi hermana se quedó dormida acariciándome el pelo.
Supongo que yo también caí rendida enseguida. En mis sueños me veía corriendo sin descanso por las calles del pueblo y siempre me paraba en el mismo sitio, pero ¿dónde?
En mitad de la noche me incorporé sobresaltada y sudando. Carlota seguía durmiendo plácidamente a mi lado. Ya sabía de qué me sonaba esa letra. La había visto en la carnicería, lo que significaba que Gabriel había escrito esa nota y había entrado en mi habitación. Eran las tres de la mañana, pero Dani me había dicho que podía llamarlo a cualquier hora si se me ocurría quién podía haber escrito la nota. No quise alargar la llamada, le di todos los datos y me aseguró que llamaría a la Guardia Civil, luego me deseó buenas noches y yo me sentí un poco más tranquila.
Me surgió otra duda. Alguien dijo en la plaza que Andrea había recibido una carta muy extraña. ¿Eso quería decir que yo podía haber sido la siguiente en la lista de no haberlo pillado? Porque por lo que sabía, eran dos los psicópatas, y solo habíamos descubierto a uno.
El Diario De Alto Turia
Hallan sin vida a la joven de 20 años
desaparecida en Caños del Agua
2-07-2012
Una pareja de pescadores ha encontrado sin vida a la joven, Andrea G. M., que desapareció el pasado 27 de junio en Caños del Agua. Las autoridades locales no han querido revelar más detalles sobre este homicidio, aunque todo apunta a un ritual por un motivo religioso. El sepelio se hará en la más estricta intimidad por expreso deseo de la familia.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Hahaha, holaaa Laura!!! Me alegro de que te guste.Emma Scott escribió:Holaaa!!!! Que tal Laura? Me llamo Laura XD, y tambien soy Española. Soy tu nueva lectora, me encanta tu novela :hug:
xx :))
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 12 "La ira"
Miércoles, 4 de julio de 2012
S obre la mesilla de la habitación de paredes que en otro tiempo fueron blancas descansaba una Biblia muy usada. En un lateral de la cama había un espejo con estampitas de santos, vírgenes y Cristos crucificados. Había varias velas que se iban consumiendo, como la vida de la mujer que permanecía acostada, tapada hasta el mentón.
El calor era insoportable, aunque en ningún momento la mujer se quejó. No obstante, lo peor era el olor, que verdaderamente se hacía repugnante conforme avanzaba el verano. No había ni siquiera una ventana para poder ventilar el cuarto.
Sobre el cabecero de la cama colgaba una gran cruz de madera, que daba la sensación de que de un momento a otro caería sobre ella.
Uno de los chicos que había en el cuarto se sentó en el borde de la cama de matrimonio con cuidado, temiendo provocar la ira de la mujer que estaba acostada, la cual siguió con los ojos cerrados. Se acercó a sus labios para escuchar lo que tenía que decirle. Se irguió para mirar al otro muchacho.
—Tengo un mensaje de mamá.
—Dime qué tiene que decirnos. —Parecía impaciente.
—«Por haber escuchado a la mujer y haber comido del árbol del que ella nos había prohibido comer, maldita sea la tierra por su causa —respondió el que estaba al lado de esta—. La denuncia contra Sodoma y Gomorra es terrible, y su pecado es grande. El Padre vendrá a visitarnos y comprobará si hemos actuado según esas denuncias que han llegado hasta él. Si no es así, lo sabrá.»
—«¿Es cierto que va a exterminar al justo junto con el malvado?» —preguntó con inquietud el chico que permanecía de pie al lado de la puerta—. «Tal vez haya cincuenta justos dentro de la ciudad.»
El que estaba sentado se acercó de nuevo para preguntar al oído de la mujer mayor, a la que escuchaba con adoración:
—«¿Es cierto que el Padre va a acabar con todos y no va a perdonar el lugar en atención a esos cincuenta justos?»
—«¡Nosotros no vamos a hacer algo semejante, permitir que el bueno sea tratado igual que el malvado!» —dijo el que permanecía de pie—. «¿O es que el juez de toda la tierra no aceptará lo que es justo?»
Se hizo el silencio antes de que recibieran la respuesta que esperaban.
—Mamá ha dicho que si encuentra en Sodoma a cincuenta justos dentro de la ciudad, el Padre perdonará a todo el lugar en atención a ellos.
Se calló unos momentos y después buscó la mirada de la mujer que estaba acostada para preguntarle:
—«Madre, pregúntale al padre que sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza, pero si faltan cinco justos para llegar a los cincuenta, ¿destruirás la ciudad por esos cinco que faltan?»
—¿Qué ha dicho? —preguntó el joven que estaba de pie intentando aguzar el oído para captar las palabras de la mujer mayor, aunque sin mucho éxito.
—Ella me ha dicho que no habrá destrucción si el Padre encuentra allí a cuarenta y cinco hombres justos —respondió el otro tras recibir la respuesta que esperaba, y luego se echó a llorar de felicidad. Iba bajando la cifra de hombres justos que podría hallar en la ciudad.
El que permanecía de pie dejó escapar un suspiro y volvió la mirada hacia la mujer. Los dos chicos se miraron a los ojos antes de que ella se pusiera en contacto con uno de ellos.
—No te enojes con nosotros, sabemos que necesitas descansar. Una última cuestión antes de marcharnos. Puede ser que se encuentren allí solo diez —insistió el que se comunicaba con la mujer, quien acercó de nuevo la oreja a los labios de ella. Enseguida asintió a las palabras que escuchaba de la mujer—. «En atención a esos diez, no destruirá la ciudad» —repuso a continuación mirando al otro chico.
Durante unos segundos el silencio volvió a reinar en la habitación, hasta que nuevamente comenzó a hablar.
—«¡Cómo está solitaria la ciudad populosa! No hay nadie que la consuele entre todos los que la amaban: todos sus amigos la han traicionado, se han convertido en enemigos.»
El chico que se hallaba de pie negó con la cabeza y suplicó con la mirada al que estaba sentado.
—¿Por qué?
—¿Acaso dudas de lo que dice ella? —preguntó.
Este se inclinó sobre la mujer para darle un beso en la frente y escuchó con atención lo que le decía.
—¿Qué hacemos ahora? —quiso saber el que se hallaba cerca de la puerta. Se acercó a la cómoda y apoyó un brazo sobre ella.
—Mamá ha dicho que nos levantemos y salgamos de aquí, pues Yahvé va a destruir la ciudad.
Después de las palabras de ella, el otro chico se sintió impotente. Enseguida preguntó:
—¿Qué vamos a hacer? —Cogió una estampita de una Virgen para guardársela en el bolsillo de su pantalón vaquero.
—Ya la has escuchado —respondió el que estaba sentado, levantándose para dirigirse a la puerta y abrirla.
—¿Por qué?
—¿Quiénes somos nosotros para desobedecer la palabra del Señor?
—Sí, ¿quiénes sois vosotros dos? —dijo de pronto una chica joven que había en un rincón sentada en una silla de enea—. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias.
Después de esta respuesta, los dos chicos salieron de la habitación preparados para hacer cumplir la palabra del Señor.
Miércoles, 4 de julio de 2012
S obre la mesilla de la habitación de paredes que en otro tiempo fueron blancas descansaba una Biblia muy usada. En un lateral de la cama había un espejo con estampitas de santos, vírgenes y Cristos crucificados. Había varias velas que se iban consumiendo, como la vida de la mujer que permanecía acostada, tapada hasta el mentón.
El calor era insoportable, aunque en ningún momento la mujer se quejó. No obstante, lo peor era el olor, que verdaderamente se hacía repugnante conforme avanzaba el verano. No había ni siquiera una ventana para poder ventilar el cuarto.
Sobre el cabecero de la cama colgaba una gran cruz de madera, que daba la sensación de que de un momento a otro caería sobre ella.
Uno de los chicos que había en el cuarto se sentó en el borde de la cama de matrimonio con cuidado, temiendo provocar la ira de la mujer que estaba acostada, la cual siguió con los ojos cerrados. Se acercó a sus labios para escuchar lo que tenía que decirle. Se irguió para mirar al otro muchacho.
—Tengo un mensaje de mamá.
—Dime qué tiene que decirnos. —Parecía impaciente.
—«Por haber escuchado a la mujer y haber comido del árbol del que ella nos había prohibido comer, maldita sea la tierra por su causa —respondió el que estaba al lado de esta—. La denuncia contra Sodoma y Gomorra es terrible, y su pecado es grande. El Padre vendrá a visitarnos y comprobará si hemos actuado según esas denuncias que han llegado hasta él. Si no es así, lo sabrá.»
—«¿Es cierto que va a exterminar al justo junto con el malvado?» —preguntó con inquietud el chico que permanecía de pie al lado de la puerta—. «Tal vez haya cincuenta justos dentro de la ciudad.»
El que estaba sentado se acercó de nuevo para preguntar al oído de la mujer mayor, a la que escuchaba con adoración:
—«¿Es cierto que el Padre va a acabar con todos y no va a perdonar el lugar en atención a esos cincuenta justos?»
—«¡Nosotros no vamos a hacer algo semejante, permitir que el bueno sea tratado igual que el malvado!» —dijo el que permanecía de pie—. «¿O es que el juez de toda la tierra no aceptará lo que es justo?»
Se hizo el silencio antes de que recibieran la respuesta que esperaban.
—Mamá ha dicho que si encuentra en Sodoma a cincuenta justos dentro de la ciudad, el Padre perdonará a todo el lugar en atención a ellos.
Se calló unos momentos y después buscó la mirada de la mujer que estaba acostada para preguntarle:
—«Madre, pregúntale al padre que sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza, pero si faltan cinco justos para llegar a los cincuenta, ¿destruirás la ciudad por esos cinco que faltan?»
—¿Qué ha dicho? —preguntó el joven que estaba de pie intentando aguzar el oído para captar las palabras de la mujer mayor, aunque sin mucho éxito.
—Ella me ha dicho que no habrá destrucción si el Padre encuentra allí a cuarenta y cinco hombres justos —respondió el otro tras recibir la respuesta que esperaba, y luego se echó a llorar de felicidad. Iba bajando la cifra de hombres justos que podría hallar en la ciudad.
El que permanecía de pie dejó escapar un suspiro y volvió la mirada hacia la mujer. Los dos chicos se miraron a los ojos antes de que ella se pusiera en contacto con uno de ellos.
—No te enojes con nosotros, sabemos que necesitas descansar. Una última cuestión antes de marcharnos. Puede ser que se encuentren allí solo diez —insistió el que se comunicaba con la mujer, quien acercó de nuevo la oreja a los labios de ella. Enseguida asintió a las palabras que escuchaba de la mujer—. «En atención a esos diez, no destruirá la ciudad» —repuso a continuación mirando al otro chico.
Durante unos segundos el silencio volvió a reinar en la habitación, hasta que nuevamente comenzó a hablar.
—«¡Cómo está solitaria la ciudad populosa! No hay nadie que la consuele entre todos los que la amaban: todos sus amigos la han traicionado, se han convertido en enemigos.»
El chico que se hallaba de pie negó con la cabeza y suplicó con la mirada al que estaba sentado.
—¿Por qué?
—¿Acaso dudas de lo que dice ella? —preguntó.
Este se inclinó sobre la mujer para darle un beso en la frente y escuchó con atención lo que le decía.
—¿Qué hacemos ahora? —quiso saber el que se hallaba cerca de la puerta. Se acercó a la cómoda y apoyó un brazo sobre ella.
—Mamá ha dicho que nos levantemos y salgamos de aquí, pues Yahvé va a destruir la ciudad.
Después de las palabras de ella, el otro chico se sintió impotente. Enseguida preguntó:
—¿Qué vamos a hacer? —Cogió una estampita de una Virgen para guardársela en el bolsillo de su pantalón vaquero.
—Ya la has escuchado —respondió el que estaba sentado, levantándose para dirigirse a la puerta y abrirla.
—¿Por qué?
—¿Quiénes somos nosotros para desobedecer la palabra del Señor?
—Sí, ¿quiénes sois vosotros dos? —dijo de pronto una chica joven que había en un rincón sentada en una silla de enea—. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias.
Después de esta respuesta, los dos chicos salieron de la habitación preparados para hacer cumplir la palabra del Señor.
laus_98
Re: Como desees. (Niall Horan y tu) (Adaptación)
Capitulo 13 "La fiesta" (Parte 1)
Miércoles, 4 de julio de 2012
La detención de Gabriel no hizo que me sintiera mucho más segura. Había alguien más por ahí suelto dispuesto a atacar de nuevo, un segundo psicópata nervioso, y eso se traducía en furia. Lo que no tenía claro era cuándo iba a ejecutar su siguiente movimiento, pero mucho me temía que iba a ser antes de lo que esperábamos. Sospechaba que uno de ellos era el que llevaba la voz cantante, mientras que el otro se limitaba a ejecutar las órdenes. Por cómo se había comportado Gabriel en la plaza y la agresividad que demostró al acusar a Niall, intuía que la cabeza pensante era el otro. Quizá por ese motivo estaba tan intranquila. Cuando volviera a atacar mostraría una violencia incontrolable.
A pesar de haber detenido al presunto asesino, Dani nos recomendó que siguiéramos manteniendo la calma y no bajásemos la guardia. Gabriel aún no se había declarado culpable y tampoco había delatado a nadie. Si no encontraban más pruebas en su casa, aparte de dos piezas de ropa interior mías, lo más probable era que saliera muy pronto a la calle. Solo de pensarlo, me producía escalofríos. A saber qué había hecho con mi ropa interior.
El lunes por la mañana todo el mundo hablaba del entierro de Andrea, y de que se la llevaron a otro pueblo para darle sepultura. También se hablaba del carnicero y de la sorpresa que causó su detención. Había pasado de ser un vecino ejemplar que no se metía con nadie a ser alguien detestable que trataba mal a la clientela. También Niall pasó de ser el principal sospechoso a ser el chico simpático al que todo el mundo conocía. Aquellos que lo habían criticado se presentaron en casa para hacerle saber que siempre habían creído en su inocencia. Esa demostración de fariseísmo me incomodaba bastante. Incluso se acercó la madre del panadero con unos dulces para la familia, aunque me negué a probarlos, a pesar de que me encantaban, porque no podía soportar tanta falsedad. ¡Cuántas veces tuve que escuchar!: «Nos tienes para lo que necesites, las puertas de mi casa están abiertas para ti», o también lo de: «Qué faena ha hecho Gabriel a la pobre Andrea», o para terminar con: «¡Qué miedo tuviste que pasar!».
Presentía que si volvía a escuchar todas aquellas tonterías me pondría a vomitar en la cocina lo que pensaba de las viejas chismosas del pueblo. Lo peor era que se habían instalado en casa y se negaban a irse. Incluso alguna sintió la curiosidad de subir a mi habitación para comprobar de primera mano, como si fuera un lugar de peregrinación, qué había ocurrido tras aquellas cuatro paredes. No sé si esperaban ver una casa del terror o qué, pero cuando bajaban lo hacían un poco desilusionadas. Sin embargo, para mí no era poca cosa que el intruso hubiera apuñalado las cortinas, las hubiera rociado con la sangre de Andrea y que hubiese dejado una nota.
Pero lo que más me molestaba era que nadie se interesara por cómo me sentía en realidad. Un desgraciado había profanado mi intimidad, invadido mi espacio más privado y durante unas horas había tenido en su poder unas braguitas mías y un sujetador a juego. No estaba segura, pero creo que también eché en falta una camiseta de tirantes y un biquini que creía haber metido en la maleta.
Tal vez creían que las necesitábamos, que sin ellas no podríamos superar todo el dolor que nos había causado Gabriel, cuando lo que realmente queríamos era volver a la normalidad y pasar página. Contaba los días para que se fueran; de lo contrario, me volvería loca.
No sé si fueron los dulces envenenados que trajo la madre del panadero (seguro que toda la ponzoña que había largado sobre Niall la había vertido sobre ellos) o un virus estomacal que circulaba por el pueblo, pero mi hermana, papá y Maura estuvieron en cama durante todo el martes y el miércoles. Así que no nos libramos de las visitas de las vecinas. Para terminar de poner la guinda al pastel, desde el domingo Niall me evitaba y solo venía a casa a comer y a dormir. Yo intentaba provocar una conversación con él, pero todo era en vano.
La tarde del miércoles, después de haber dormido a Carlota y de contarle por enésima vez el cuento de Blancanieves, bajé al corral con la tablet para olvidarme un poco de la pesadilla de esos últimos tres días. También tenía ganas de hablar con alguien, y Nat era la que mejor me entendía. Mamá llevaba cuatro días sin ponerse en contacto conmigo.
Enseguida vi que estaba conectada.
____: Estás ahí?
Estuve esperando unos segundos hasta que recibí su respuesta.
Nat: Hola, ____. k tal?
____: Estoy hecha un lío.
Nat: Has visto ya La princesa prometida???
____: NOOOOOO. Y deja de darme el coñazo con la película.
Nat: Ok… Espero k no te hayas encontrado con el otro asesino ya, porque estás insoportable.
____: Ufff, esto no es broma.
Nat: Y cómo va la relación con el extraterrestre? Ha decidido ya perdonarte?
____: No, pasa de mí. Es un imbécil. Te puedes creer k cada vez k me acerco tiene 1 excusa y sale X patas? Anoche no me quiso abrir la puerta de su habitación
Nat: No querías pasar de él???
La verdad es que no tenía tan claro qué era lo que deseaba. Durante el sábado y buena parte del domingo habíamos estado bien y había descubierto que me gustaba estar a su lado.
Nat: Sigues ahí???
____: Sí, sigo aquí.
Nat: K piensas?
____: K no es tan malo como yo pensaba. Me gusta estar a su lado y k el otro día estuvimos a punto de besarnos… o eso creo. Bueno, no sé.
Nat: keeeeeeeeeeeeeeeeeeeee???? K fuerte, tía!!! No me comentaste nada el otro día. Eres una pedorra. Cuéntamelo todo con pelos y señales.
____: Tampoco hay mucho k contar. Pero tú crees que Niall querría algo conmigo? Si somos casi familia.
Nat: Y tú quieres algo con él?
Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. ¿Qué contestarle? No podía mentirle, porque era mi mejor amiga. Había pensado en muchas ocasiones en ello, pero me daba miedo hablarlo con alguien; ni siquiera con Nat. Desde la distancia era más fácil expresar mis sentimientos. De alguna manera, el hecho de que yo no estuviera en Madrid y de no poder verla en dos meses lo facilitaba todo. Si yo no estuviese en el pueblo de vacaciones mi amiga se habría presentado ya en casa. Era lo bueno de mantener ciertas distancias para que no pudiera ver que otra vez pensaba en él.
Nat: Estás pensando!!! Ayyy, dios!!! No me lo puedo creer. Tú estás enamorada de tu hermano. Lo sabía. Siempre lo he sabido.
____: NOOO ES MI HERMANO, CÓMO TE LO TENGO QUE DECIR, Y NO ESTOY ENAMORADA DE ÉL!
Nat: Sí k lo estás, jajajaja. Te pasas la vida hablando de él. Y creo k él también lo está de ti.
____: NO ES CIERTO, NO ME PASO LA VIDA HABLANDO DE ÉL… o sí???
Me sonrojé. Al menos no podía comprobar lo nerviosa que me había puesto.
Nat: Que a mí no me engañas. K si mira lo k ha hecho, k si tiene morro, k si me trata mal, k si…
____: Eso es xq es un imbécil…
Nat: K nos conocemos, guapa, y te has enamorado de Niall
Cerré los ojos. Era cierto que me pasaba el día hablando de él. Siempre lo había achacado a que se portaba mal conmigo. ¡Qué ingenua había sido al pensar que no me interesaba nada cuando en realidad quería llamar su atención! Al fin tenía que admitir lo que llevaba tiempo ocultando.
Nat: K notas cuando estás con él???
No sabía, o no podía responderle. Me había gustado compartir canciones y hasta me imaginé que me besaba. Entonces me sinceré con Nat y le conté cómo me sentía al estar a su lado. Fue liberador.
____: Me siento bien. Es como si estuviera en una nube. Estos días han sido maravillosos…
Nat: Irás al cumple de Liam esta noche?
____: Sí, xq? Es una fiesta temática, y no sé de k podría disfrazarme.
Nat: Se me ocurre una manera de hacerte perdonar. Tienes que confiar en mí.
Me daba miedo leer la propuesta de Nat, porque estaba segura de que no saldría nada bueno de todo aquello. Y es más, era capaz de convencerme para que hiciera algo humillante. Así que dejé que hablara y que me comentara cuál era ese plan infalible. Tras leerlo varias veces llegué a pensar que Nat me apreciaba muy poco y que estaba loca. No era la única que lo decía, sus padres también lo pensaban.
Nat: Lo harás???
____: No sé… voy a hacer el ridículo.
Nat: Lo vas a hacer genial, ya verás. Kisses, kisses, me tengo k ir.
____: Ya te cuento.
Nat: No lo dudes. Mañana a primera hora ya me estás contando k ha pasado esta noche. Teloviu.*
____: Sí, mañana hablamos.
laus_98
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