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Mensaje por pixie. Vie 09 Oct 2020, 7:16 pm

Capítulo 01
El momento decisivo.

PARTE 1:
La desaparición de Françoise Reynaud.


Giverny, o la villa de Monet, es uno de los lugares más famosos de Francia. Pese a ser un lugar con apenas quinientos habitantes, la villa siempre había sido conocida y admirada por turistas que acudían continuamente al museo y la vivienda del famoso pintor Claude Monet. Sin embargo, en estos meses de transición tan extraños el turismo había bajado y las calles ya no se encontraban abarrotadas de gente. Lo cual era un respiro para los residentes, quienes se habían visto agobiados por las oleadas turísticas. Las noches volvían a respirar algo de paz y los insectos podían andar libremente de flor en flor. Y en una de esas noches, una de las pocas niñas que habitaban en el pueblo, desapareció.

Françoise subía las calles adoquinadas de Giverny, a paso ligero mientras admiraba las flores y plantas que adornaban los balcones de las casas. Eran más de las seis, era conciente que su madre estaría atacada por los nervios preguntandose donde estaba mientras su hermana pequeña estaría aprovechando para seguir jugando con los juguetes de Lucien.

Con gesto dudoso, empezó a pensar en los posibles castigos que tendría al cruzar la puerta: limpiar los platos por una semana, no salir más tarde de las cuatro, visitar a la señora Marion a por mermelada…

Sin embargo nada de aquello importaba, Françoise sabía que tanto él como su daimonion necesitaban salir de casa de vez en cuando. Y que cabe decir, que ver a aquél colibrí danzando libremente por el campo era una de las mejores imágenes que guardaría en sus recuerdos. Pero su madre y su hermana nunca lo entenderían, tan solo Lucien.

Eran los únicos que conocían los secretos de los daemons y podían entenderse. Oh y una amiga de su hermano mayor, Lexa.

— A este paso no llegarás antes de las siete —dijo el colibrí cerca de la oreja de la niña.

— No fui yo la que insistió en cruzar la veja de los jardines por que quería verlas de cerca — respondió Françoise.

—Y aún así me escuchaste y cogiste un buen ramo —le reclamó el animal.— ¡Date prisa si no quieres comer coles de bruselas por una semana!

La niña se apresuró a tratar de coger al pájaro que le adelantaba sobrevolando la calle, sin embargo no es que fuera muy veloz. — ¡Espérame, yo no tengo alas!

Al cruzar la pequeña avenida que cruzaba la villa giró hacia la calle donde se encontraba el pequeño hotel. El sol amenazaba con esconderse por el horizonte y las pocas luces que iluminaban el pequeño pueblo empezaron a encenderse. La callejuela a penas tenía dos farolas encendidas, era bastante tenue y los adoquines estaban bastante sueltos y rotos del abundante uso de los viajeros.

En la puerta del hotel, el señor Thierry dormía profundamente sobre la silla de madera probablemente cegado por el sueño que le provocaba su adición al chardonnay de las viñas de su hermano. A pesar de los ronquidos del viejo y los susurros de las cigarras, no se escuchaba a penas ningún ruido.

Françoise observó los pequeños panecillos que asomaban por una de las ventanas del hostal, tan solo con verlos su barriga empezó a quejarse por no haberla alimentado durante horas. Aun que al principio dudó, el olor y el humillo que salía del pan recién hecho le reclamó que tratara de coger un pedazo. Se aseguró que no había nadie más al traspasar la ventana y que el viejo seguía roncando como si cantara, cogió uno de los más pequeños y echo a correr calle arriba.

Dejó el hotel calle abajo, y aprovechó para comerse el pan mientras su amigo alado esperaba sobre su hombro. En caso de que no cenara por llegar tan tarde, tendría algo sólido en el estómago antes de ir a dormir.
Un adoquín pareció salirse de su hueco, Françoise giró su cabeza hacia la derecha de donde procedía el sonido. Sin embargo no halló rastro de vida alguna. La sombra permanece en la oscuridad de la calle, dejando que el juego comience. La niña no sabe por quien está siendo observada, y aún que no acaba de caer en que es esa extraña sensación que se le ha introducido en la espina dorsal, sabe que hay algo extraño y peligroso en ello. Su daimonion se ha puesto en alerta, trata de alzar vuelo y adelantarse a ella para protegerla.

Unos ojos amarillos verdosos se hacen paso a través de la penumbra, dos puntos de luz en medio de aquella extraña oscuridad. El colibrí se acerca, al igual que Françoise cuidadosamente. Entonces el pájaro se queda frente a frente con aquellos ojos, que pertenecían a un felino de gran tamaño, más concretamente a una pantera negra. Cuando el daemon de la niña estuvo a la altura de la cabeza de la pantera esta se alzó y mostró su inmensidad. Recordándole al colibrí, lo pequeño que era.

Ambos estaban asustados, tenían miedo recorriendoles las venas y aun así no eran capaces de dar un paso, tan solo permanecían tan quietos como podían.

La pantera trató de acariciar al pájaro y sin quitarle el ojo de encima, lo atrajo un poco más hacia las tinieblas.

Françoise se quedó por un instante sola, al no ser capaz de visualizar a su daimonion gritó asustadiza: — ¡Adrien!

— No te preocupes cariño, probablemente nunca había visto a otro daemon tan grande como el mió, solo están conociéndose —se pronunció la sombra, con una voz femenina. — ¿Como te llamas?

— Françoise Reynaud, señora. ¿Por qué no puedo verla bien?

— Estoy aquí sentada en un pequeño banco, estoy muy cansada sabes. —le explicó con voz calmada y amable.— ¿Por qué no te acercas un poco para que pueda verte y conocernos mejor?

La niña sabía muy bien que no debía hacerlo, siempre había escuchado que no se debe hablar con extraños y mucho menos hacer caso a peticiones tan inusuales. Sin embargo era la primera persona que conocía más allá de su familia con un daimonion al igual que ella, y además no era un animal pequeño. La curiosidad pudo con su voluntad y resistencia, y se dejó llevar por la inocencia y los modales de aquella persona aparentemente afable.

Tan pronto como confió en las palabras convitorias de aquella extraña mujer sin rostro y su daimonion se fió de las caricias de un felino astuto y sigiloso, ambos obtuvieron su perdición. Ni la niña ni el colibrí volverían a ver recientemente la luz del sol, no volvería a ver a su madre ni sus hermanos, ni tampoco disfrutaría de aquello que no había añorado nunca en su vida; libertad.

Así es como Françoise Reynaud desapareció de la faz de la tierra, o al menos el último día que pisó el suelo de la villa de Giverny.

___________________________________________


ausente.
pixie.
pixie.


http://lachicaimposible.tumblr.com
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Mensaje por pixie. Vie 09 Oct 2020, 7:30 pm

Capítulo 01
Todas las casualidades causadas por el destino,
son conexiones que nos entrelazan.

PARTE 2:
El París de Lexa y Lucien.


Lexa y René atravesaron los pasillos de la École Polytechnique como si fueran caballos trotando en el campo. La joven cargada de libros y carpetas, hacía todo cuando estaba en su mano para llegar lo más rápido posible al despacho de su tutor sin perder su investigación por el camino. Mientras que el hurón hacía lo posible por esquivar las piernas y pisadas de los estudiantes y profesores con los que se topaban por el camino.

La biblioteca estaba justo en la parte contraria de donde se encontraba el despacho del departamento de su profesor, y tenían que llegar en menos de diez minutos antes de que el horario de consultas se cerrará. Al alcanzar el departamento, casi se da de frente con la puerta al frenar de golpe. Se permitió un segundo para poder retomar el aliento después de la carrera a dos con su daemon y reorganizó alguno de los documentos que portaba entre sus brazos.

— ¡Casi no llegas! —recalcó el hurón.

El reloj de la muñeca marcaban las cuatro menos cinco, había llegado justo a tiempo. Cuando fué a llamar se dió cuenta de que la puerta estaba entreabierta, así que decidió entrar. Podía escuchar el susurro de René reclamando en el oído; No has llamado a la puerta eres una maleducada.

Al cruzar las puertas del departamento se encontró en el centro de la sala, no había nadie. La joven miró a su amigo con la ceja alzada como diciendo Ves, no pasa nada y el hurón suspiró en señal de desaprobación. Cruzó la sala y se apresuró hacia la puerta de su profesor para llamar a la puerta como su amigo requería, pero al acercarse a la puerta las voces alteradas de dos personas la inquietaron.

— Te digo que todo está relacionado Roger —aseguraba una de las voces.— ¿Crees que es mucha casualidad que todo esto esté pasando por todo el mundo?

— Puede que se trate de una red de trafico o algo parecido —le respondió la otra voz con acento nórdico.— Sacar este tipo de conclusiones y teorías no nos hará bien ni a ti, ni a mi.

— No soy el único que lo piensa, muchos otros miembros de Polaris también creen que todo está relacionado.

— chsss —hizo callar la voz nórdica, y soltó un suspiro.— No podemos tratar estas cosas aquí, es peligroso. Trata de calmarte, por favor.

— ¿Cómo voy a calmarme? —inquirió la voz más joven.— Tengo hijos, los demás también tienen familia, estamos asustados.

— El miedo no hará que los rumores se hagan realidad o que las desapariciones incrementen, solo nuestra percepción sobre ellas cambiará. —le aseguró el hombre.— Tened paciencia, cuando nos reunamos veremos que podemos hacer.

— Pedir que tengamos perseverancia es como pedir al Magisterio que tenga clemencia ante los que les contradicen.

La voz nórdica del hombre mayor se apagó por un momento, y pensativo respondió: — Entiendo que es difícil, pero por el bien de todos debemos mantener estas reuniones en otro lugar más seguro. Hay ojos por todas partes, y ante todo debemos ser cautelosos. Toma algo de té y descansa, luego lo discutiremos como es debido. No debemos sacar deducciones desorbitadas.

— En el fondo, sabes tan bien como yo que todo esto tiene un único punto de inflexión; El polvo.

Dicho aquello la voz más joven se dirigió a la puerta y la abrió, topandose con el rostro asustadizo de Lexa que se escondía tras su documentación.

Bonjour dijo ella con un hilo de voz casi inaudible para el oído humano. Ante la obviedad de que la chica se había quedado escuchando tras la puerta y había sido captada por las personas que anteriormente habían mantenido una discusión de los más extraña para los oídos de Lexa, el joven simplemente siguió su camino hacia la salida del departamento. Ella se quedó ahí paralizada sin saber si debía entrar al despacho o salir por la misma puerta de la que había salido el joven asustadizo.

— Bonjour, Lexa. —le habló aquel hombre de acento nórdio— Por favor, pasa.

— Buenas tardes profesor, venía solo para ver si podía corregirme la información que he recopilado a la investigación complementaria sobre la literatura Belga... —le explicó ella tratando que no se notara demasiado su voz temblorosa.

Lexa se perdió entre las palabras de su tutor, de aquella reunión no sacaría nada limpio, estaba demasiado abstraída por la conversación que había sido testigo hacía un segundo. Había algo de aquella disputa que no acababa de olvidar, le inquietaba todo aquello.

¿Acaso estarían hablando de los rumores de las calles bajas de París que  hablan de que el hombre del saco vino a llevarse a los niños? ¿Por qué hablaban del Magisterio como si pudieran escucharlos a través de las paredes? ¿Qué era eso de Polaris y por qué allí sí podían hablar tranquilamente de sus asuntos?

Pero más allá de eso, ¿de qué tipo de Polvo hablaban aquellos eruditos de la universidad?




Lucien siempre había sabido a que quería dedicarse cuando fuera mayor, más bien, sabía donde debía dirigirse en un futuro. Nunca ha podido saber a ciencia cierta que es lo que le evocaba el seguir los pasos de la iglesia de manera tan fiel, al igual que Lexa nunca ha sabido muy bien por qué siempre ha soñado con el norte. Aún así ambos niños soñadores, habían sido guiados por los susurros inaudibles escondidos en el aire siguiendo un camino que solo el destino podía haberles preparado.

Ambos se habían encontrado perdidos entre los libros; Lexa trataba de embadurnarse de las intrépidas aventuras de los personajes de las historias añorando con vivir algún día con tal pasión su vida. Lucien por otra parte había leído todo cuanto podía absorbiendo todo rastro de conocimiento como si de una esponja se tratara.

Fue así como Lucien siguió el camino del conocimiento y decidió vender su voto de castidad a la iglesia y adentrarse en uno de los territorios más oscuros y despiadados que tenía este mundo. Sin embargo, siempre ha permanecido fiel a su decisión y su voluntad. Para Lucien las respuestas eran mucho más importantes que cualquier otra cosa en el universo, y el lugar donde podía encontrar más información era entre los libros escondidos de la universidad católica dirigida por el magisterio.

Como cada viernes a las siete de la tarde, Lucien se dirigía al ala oeste. A paso ligero y con la educación propia de un pupilo de la iglesia, cruzaba con valentía los pasillos esperando encontrarse con el menor número de personas pues la cena ya había sido servida en el comedor.

Lo cierto era, que en estos momentos en el que el corazón se le aceleraba por la adrenalina y le cerraba la garganta, añoraba la posibilidad de tener un daemon a su lado. Dejó caer una bocanada de aire tratando de relajar los latidos de su corazón, se aseguró de que nadie se encontraba cerca y entró como una flecha dentro de la habitación.

El despacho del rector se había convertido en un sitio familiar para el joven, su continuo paso por aquellos aposentos habían hecho que supiera donde se encontraba cosa al milímetro y había llegado a aprender mucho de las costumbres de aquél viejo. Por ejemplo sabía que después de tres copas de Brandy caía rendido a cualquier pregunta sutil que pudiera hacerse, sabía que por norma a las ocho y a las cuatro iba al servicio como si un reloj se lo dictase, y sabía que los viernes era el día que más tardaba en volver al despacho después de la cena.

Se dirigió con cautela al armario robusto del rector, donde a primera vista guardaba sus vestiduras oficiales: la toga, el traje de los funerales y ropajes para las visitas del magisterio. Al fondo, se escondía una empuñadura tan pequeña como un botón, que tras girarla abría paso al doble fondo de su armario. Allí aguardaba un ala pequeña de apenas metro y medio de altura, donde la biblioteca privada del rector escondía algunos de los secretos que la iglesia quería mantener fuera de la vista del resto de los mundanos. En otras palabras, allí se hallaban incontables documentos y libros que contradijeran o cuestionaran al magisterio de algún modo.

Lucien se adentró en el fondo del armario, y con una pequeña linterna iluminó el ala tratando de buscar el libro por donde se había quedado la otra vez; el Canon Pali. Aquella colección de libros budistas le habían llamado la atención, de entre su ropa sacó un libro y lo apoyó al lado de este devolviéndolo a su sitio. Cogió el libro que le seguía y lo guardó en el arnés que tenía en el interior de su toga, acomodándolo de forma que no pudiera percibirse. Acto seguido salió tan rápido como pudo, observando que todo siguiera exactamente como se lo había encontrado.

Volvió tan pronto como pudo a sus aposentos, donde el doble fondo de su colchón esperaba a ser alimentado con otra adquisición prohibida. Esa noche sería otra en vela, tratando de descifrar más secretos de entre las páginas de un libro y tratando de acallar sus pesadillas con un insomnio constante.



— LaFevre —sorprendió a la muchacha una voz masculina.

— Victor, no esperaba encontrarte por aquí —respondió ella, mientras René se burlaba de ella con muecas de asco sobre su hombro.
— Teniendo en cuenta que estás en el aula para los consagrados al señor, es más lógico que estuviera yo aquí y no tú, ¿no?

— Touché —respondió ella con un leve rubor en sus mejillas— Estaba buscando a Lucien para ver si puede revisarme unas traducciones de mi trabajo.

— Vosotros siempre tan dedicados, dime que al menos tu paras para descansar, Lucien no parece dormir a penas.

— ¿De verdad? —preguntó ella preocupada.

— El otro día se quedó dormido en el documental que proyectaron, si no fuera por que el profesor está vizco, le habría caído un buen castigo —le explicó, a lo que la joven Lexa solo podía asentir y sentirse mal por su amigo.— ¿Hay algo que te preocupe? Parecías estar hablando sola antes.

— Oh, es solo que escuché una conversación en el college y no consigo quitármelo de la cabeza.

— ¿De que se trata? —inquirió el castaño acercándose a la joven.

— Probablemente sea una tontería, pero no paraban de hablar sobre el Polvo.

Los músculos del joven sen tensaron de forma que tuvo que tragar saliva para destensarse y seguir con la conversación: — ¿Polvo? ¿De quién has oído tal cosa?

Lexa miró a Victor y sintió una sensación inquietante, como si en vez de una pregunta inquiriera respuestas:

— Solo unos alumnos de la politécnica, no creo que los conociera o haya visto antes. Estaban en una de las estanterías de la biblioteca, hablando a susurros. Yo me los encontré buscando entre los diccionarios y escuché que hablaban sobre algo llamado Polvo, pensé en el polvo que hay en las estanterías, porque tal vez tenían alergia... Pero parecían tener más bien miedo. —mintió, esperando algún tipo de respuesta que revelara más detalles.

— Tal vez eran del departamento de ciencias y estaban haciendo algún proyecto relacionado con el polvo y la suciedad. Tal vez quieran eliminarlo de una vez por todas. —respondió el castaño agregando una carcajada.

— Lexa —dijo alguien a las espaldas de ambos. Era Lucien, que por fin había hecho acto de presencia.

— Un placer charlar contigo LaFevre, espero que podamos seguir la conversación más adelante —se despidió Victor, saludando a su compañero y volviendo a su camino. — Tal vez algún día podamos tomar un café.



Escondidos detrás de una de las chimeneas inactivas del tejado de la universidad se acomodaron ambos, preparados para contemplar cómo el sol se escondía en el horizonte de París. Sobre aquél tejado se podía observar casi toda la ciudad, como ante ellos los edificios se convertían en un mosaico de distintos colores y más allá la Torre Eiffel. No había vista más impresionante que la de aquel lugar escondido, Lexa siempre aguardaba hasta el día que pudiera visitar a Lucien en su universidad para ser espectadora de aquella vista.

Lexa le acercó un poco de vino a René para que lo probara, quien solo de olerlo se mareó y cayó al suelo, No entiendo como puedes beber eso renegó su hurón lavándose la lengua con las manos.

— Cada vez que te veo hablando con él se me eriza la piel.

— ¿Celos? —bromeó la joven bebiendo el primer sorbo de Tokay. A lo que Lucien respondió con una mirada aterradora.— Lo se, no parece precisamente una persona fiable, pero tampoco iba a ser maleducada ignorandole.

— Es peor, es una serpiente.

— Estas exagerando, siempre lo haces con estos temas, olvidas que ya no soy una niña.

En cierto modo, Lexa era consciente de que su amigo tenía razón sobre Victor. Era tan solo un joven adinerado nacido de casta burguesa y con familia cercana al Magisterio, sin embargo sus modales y cercanía distaban de su estatus social. La primera vez que Lexa lo conoció creyó estar tragando vinagre cuando al presentarse nombró todos sus titulos familiares, vió a un francés más con aires de superioridad y una forma de hablar tan teatral como irritante.

Su percepción cambió cuando se encontraron por segunda vez, Lexa trataba de entrar por primera vez para ver a Lucien pero los vigilantes no la dejaban pasar. La joven insistía que tenía que ver a su amigo que estudiaba en la universidad, sin embargo ellos no cedían a sus palabras. Victor acudió al ver la escena, con su traje elegante y su insignia como estudiante de la universidad católica enganchada a la solapa de la chaqueta. Con un tono tranquilo y educado les explicó que era a él a quien buscaba, y los vigilantes la dejaron marchar.

El mismo chico que le había tratado de forma despectiva la vez pasaba le había ayudado la segunda vez que se vieron, de hecho le explicó que ver a Lucien no era la cosa más corriente debido a los votos que había firmado. Esperaron a que acabara la misa de las cuatro, sentados mirando la pared de piedra. Al final él rompió el silencio preguntando con descaro el tipo de relación que tenían Lucien y ella, a lo que ella respondió con sinceridad que eran dos personas unidas por una larga amistad.

Lo cierto es que entre las escasas conversaciones que había tenido con Victor, su percepción había cambiado, y en cierto modo le resultaba fascinante. Aun que eso no era tan extraño, ya que a Lexa le resulta interesante todo aquello rodeado de conocimiento que es lo más cercano que conoce a una posible aventura. Pese a ser alguien con aires de grandeza y tan agudo como un gato, Victor resultaba acabar pareciendo bastante humilde. Pero fue una de sus conversaciones variopintas, donde habló sobre haber estado en el instituto del ártico lo que hizo que Lexa sintiera una profunda admiración hacia el joven.

— De todas formas, ¿de qué estabais hablando?

— Nada una tontería, una conversación que escuché en el college. Hablaban sobre algo llamado Polvo, pero no parecía ser el polvo que tú y yo conocemos, el de la suciedad, parecía... otra cosa.

— Bueno, yo solo sé que el polvo es una partícula que se acumula y genera ese conjunto al que llamamos vulgarmente polvo. Tremendamente horrible para mis pulmones, eso te lo puedo asegurar —le explicó él con gracia, puesto que era un maniático de la limpieza y siempre tosía a raíz de los ácaros del polvo.— ¿Qué creías, que se trataba de polvo de hadas?

— Pues tal vez, tú no estabas allí. —respondió ella sacándole la lengua, haciendo que este le respondiera con otra mueca graciosa— Si se tratara de polvo de hadas, eso explicaría el secretismo de los licenciados. Tal vez sepan donde hay un remanso de polvo de hadas y quieran quedarselo todo para ellos.

— ¿Y qué harías tú con polvo de hadas?

— Es fácil, como si se tratara de tres deseos pediría que existiera un mundo más justo…

— La justicia es relativa, para lo que unos es justo para otros es injusto.

— Justicia nivel que no se vulneren los derechos humanos, ese tipo de justicia. —le respondió Lexa.

— Para mi, pediría volar. Tan alto como mis alas me permitieran.

— ¿Alas?¿Vas a ser un pájaro?

— Digo yo que con polvo de hadas me convertiría en un hada, ¿no? —le debatió burlona, y agregó:— Déjame acabar por favor.

— Muy bien, acaba con tus teorías de niña de seis años.

— Y lo último, pediría que no tuvieras que preocuparte por tus pesadillas. Simplemente haría que desaparecieran.

— Nada me gustaría más en este mundo que pudiera ser así de sencillo.

Las luces de las casas empezaron a encenderse de manera aleatoria, el azul de la noche empezaba a cubrir el cielo. Dos amigos compartían un vino robado de las bodegas de la universidad católica, un vino húngaro que guardaban para cuando los miembros del magisterio o la iglesia acudían a sus reuniones con los rectores. Como muchas de las obras de arte que el sistema católico mantiene en cautividad o símbolo de sus riquezas, las catacumbas bajo el edificio que estaban sentados, se hallaba una de las bodegas secretas más grandes de toda Francia.

Ambos sabían, que si no fuera por su picardía, jamás habrían probado tal brebaje. Puesto que solamente aquellos que disfrutan de la riqueza y sus beneficios eran capaces de permitirse aquello diariamente, mientras el resto malvivía trabajando a deshoras y nunca llegarían a apoderar tanta riqueza como aquella institución o el organismo que la controlaba. Solo podían dejarse llevar por aquellos placeres tan mundanos y disfrutar de los obsequios, que a veces les regalaba la vida.

Polvo somos, y en polvo nos convertiremos. —reflexionó Lucien antes de beber el último sorbo de la botella de Tokay.



El sonido de la lluvia replicaba contra el cristal de la pequeña ventana, mientras la madera vieja se quejaba debido a la humedad. A penas se escuchaba nada más que aquellos sonidos de la naturaleza, propios de una casa vieja cuando había tormenta. El cuarto a penas estaba iluminado por la poca luz que entraba de la ventana y apenas una bombilla que se esforzaba por dar luz a la estancia, sin demasiado éxito.

En la esquina de la derecha, el cuerpo de una niña se dejaba caer contra la pared de la habitación. Vestía ropa vieja de domingo y estaba empapada por la lluvia y el barro con el que se había tropezado esa misma mañana, sus pies estaban descalzos y entrelazados buscando calor.

La pequeña pese a estar con los ojos enrojecidos y dejando caer constantemente lagrimas sobre sus mejillas, a penas emitía ruido alguno. Resultaba inútil. No importaba si lloraba con grandes sollozos, gritaba o tiraba los pocos muebles que habían en la habitación, ellos nunca la oirían. Así que ya no lloraba para que la escucharan o por que sufría, lloraba del odio que les tenía y el odio que se tenía a si misma.

Era domingo cuando una Lexa LaFevre de seis años quiso acudir a la iglesia con el resto de miembros de su familia. Cogió el único vestido bonito que tenía, estudió la noche anterior los versículos de la biblia y se preparó para unirse a su familia en el sermón de la mañana. Sin embargo cuando salió a su encuentro tratando de subirse al vehículo con ellos su madre la tiró del coche en marcha sobre un charco de barro. Su padre se la llevó con su tío y la dejaron encerrada en su habitación, el sótano.

Al volver ni si quiera se prestaron a darle de comer, solo la dejaron ahí abajo mientras cantaban canciones en la sala de estar. Como si solo fueran sus padres y sus dos hermanos los únicos habitantes de la casa, como si ella no existiera y solo fuera un fantasma más entre las paredes viejas.

T'inquiète pas, je suis avec toi. la calmó René colocándose alrededor de su cuello para calentarla.


Lexa se despertó sobresaltada con una de las copias de las historias de los Hermanos Grimm pegada en su mejilla izquierda. Se había quedado dormida de nuevo leyendo aquellos cuentos infantiles, que le transportaban a sus tiempos más oscuros. Aquellas historias terroríficas que mezclaban andanzas populares y mitología alemana, que de algún modo por muy espeluznante que fueran ni siquiera se acercarán a su propio horror.

El primer ejemplar original con el que se había hecho Lexa cuando tenía alrededor de doce años, no solo le resultó entretenido, si no que aquellos cuentos crueles y macabros le resultaban cercanos. Puesto que al fin y al cabo, como cualquier sociedad cercana al catolicismo, representaban siempre esa idea tan necia e hipócrita sobre el bien y el mal. Algo que Lexa había tenido presente toda su vida.

La joven se levantó de la silla de madera tan rápido, que tuvo que pararse a estirar la espalda y sus articulaciones. Menos mal que no parecía haber estado durmiendo mucho tiempo, si no, a saber quien iba ayudarla a levantarse después de haberse quedado dormida sobre la mesa.

Se acercó a la cocina para ver que podía hacer para la cena, pero como de costumbre, había olvidado acercarse a comprar provisiones. Cansada y sin demasiadas ganas cogió las llaves y hizo una seña a René para que se subiera a su hombro. Al salir al rellano contempló los cuatro pisos que le aguardaban para descender por las escaleras, dudando si merecía la pena bajar a por comida o si prefería quedarse con el estómago vacío.

Al pisar la calle maldeció de inmediato el hecho de no haber cogido el abrigo y haber bajado simplemente con un suéter, René recalcaba de nuevo que se lo había advertido a lo que ella solo podía responder con un suspiro. La brisa otoñal empezaba a meterse por los pequeños agujeros del punto del suéter, se cruzó de brazos para tratar de calentarse aun que resultaba tarea inútil. A paso ligero fue cruzando las calles en dirección a la tienda de comestibles de su amigo Mohammed, quien era la mejor opción pasadas las nueve si quería comer algo.

El camino le resultó pesado, tal vez era su trasero vago que no quería caminar o que después de una semana de sobrevivir a cuatro horas de sueño y siestas entre libros, estaba bastante cansada. Pero lo más extraño de aquella noche, era el poco ruido que había en el ambiente. Apenas se podía escuchar el barullo de la gente o los coches por las carreteras, de alguna forma resultaba silencioso y eso resultaba inquietante. No había forma de que aquella ciudad concurrida fuera de algún modo sigilosa.

Un sonido extraño resonó por toda la calle, algo así como un gruñido felino, pero para nada resultaba salir de la boca de un gato, parecía más bien salir de un animal de gran tamaño…

— Va, date prisa Lexa —le animó René con voz temblorosa.

— Ya voy, no hace falta ser tan miedica.

— No-o tengo miedo, pero tampoco quiero pasarme toda la noche en la calle por que andas más distraída que un pollo sin cabeza.

Lexa volvió a resoplar tan fuerte como pudo para que René fuera consciente y lo dejó bajar de su hombro, juntos entraron al 24h. Mohammed le saludó con una sonrisa amable como de costumbre para luego seguir centrado en su teléfono, ella correspondió saludandolo con la mano y se dirigió directa a la zona de neveras para empezar comprando leche. Cogió cosas básicas: leche, pasta, tomate, huevos... Luego empezó a coger patatas fritas, comida precocinada y de otras guarrerías que encontraba a su paso.

— En vez de cogerte tanta tontería podrías conseguir algo que te aporte más vitaminas— le riñó el hurón.

— Siempre tienes que darme sermones como una madre?

—  Acabarás doblando el peso cuando acabes la tésis —refunfuñó su amigo que iba de estante en estante haciendo acrobacias y esquivando productos.— Luego no me vengas lloriqueando.

Lexa solo respondió sacándole la lengua como regalo, pues resultaba cargante tener que escuchar a René cada vez que hacía la compra comiéndole la oreja. Antes de acercarse a la caja pasó por la zona de dulces y cogió una bolsa con malvaviscos para enseñarsela a René, quien al verla se le agrandaron los ojos y solo pudo asentir ante su petición.

Pagó a su amigo dejándole algo de propina y guardándose la cartera en el bolsillo de atrás del pantalón, mientras cogía la bolsa como podía para acomodarla en el hombro. Salió triunfante de la tienda y empezó a pensar en que podía cenar aquella noche; estaba tan animada después de comprar que pensó en hacer ratatouille, aunque para ella sola resultaría demasiado... O tal vez una sopa de cebolla, que sería más sencillo... Al final, después de pensar en un millón de platos para comer, cayó en la cuenta que se había comprado una pizza precocinada, así que ese iba a acabar siendo el menú de la noche.

Lexa seguía danzando calle abajo en dirección a su finca cuando sintió un pinchazo enorme en el pecho que casi hace que le cayera la bolsa al suelo, desconcertada y con aún el dolor en el pecho giró la cabeza a ambos lados para tratar de visualizar a René. Pero no le veía.

— ¿Donde demonios te has metido René? —exclamó enfadada tratando de hacerle salir. Pero el hurón no respondía.

Tras ver que no recibía respuesta y no veía señal de su amigo empezó a preocuparse, haciendo que no solo tuviera dolor en el pecho por la distancia física que les separaba, si no que una agonía empezaba a agobiarle en la garganta. Trató de seguir el camino calle arriba de nuevo para tratar de encontrarlo, halló a René en una pequeña calle mirando a la nada.

— ¡¿Qué haces ahí parado?! —exclamó ella furiosa con el hurón, pero este ni siquiera se giró para verla. Cansada y dolorida por la situación lo agarró del lomo y lo forzó a dejar de mirar aquella calle oscura.

— ¡No, espera!—reclamó su amigo pataleando.— Hay algo ahí Lexa, pero no consigo ver que es…

Con René aún en la mano, la joven se paró frente al callejón para tratar de ver lo que decía su amigo. Tuvo que pararse un par de minutos para ver de lo que hablaba, a penas podía verse con clardidad pero dos puntos amarillos parecían asomarse entre la oscuridad.

— ¿Qué es eso? — preguntó ella dudosa por la imagen tan extraña.

¿Cómo podían dos puntos de luz estar ahí parados sin ningún tipo de señal que indicara de donde salían esos haces de luz? ¿Serían luciérnagas? ¿En otoño?

Lexa empezó a atosigarse a sí misma con preguntas de lo más dispares y extrañas, de forma que no se dió cuenta al principio que aquellos dos puntos de luz empezaban a acercarse hacia ellos. Cuando volvió la vista a la calle pudo ver cómo se habían movido y estaban a mitad de camino y se acercaban peligrosamente a ellos, Lexa tragó saliva y con un escalofrío que le recorría el cuerpo decidió hacer caso a sus sentidos y echar a correr tan rápido como pudo calle abajo.

Cogió tanta velocidad que René se le cayó de la mano, pero seguidamente corría al lado de sus piernas corriendo tan rápido como ella. En el momento que tenía que girar a la calle de la derecha se aseguró de que aquellas luces no les seguían y no vió al doblar la esquina la calle por la que se iba a adentrar, como era obvio, se topó con alguien en la esquina dándose como si de una escultura se tratase.

— Auch —dejó caer Lexa mientras se frotaba la frente debido al golpe.

— ¿Encima te quejas? —dijo una voz anglosajona ante ella.—  Debería ser yo quien se queje, tienes la cabeza más dura que el cemento.

Lexa alzó su mirada para ver al sujeto, que con la tenue luz de la calle apenas podía distinguirse demasiado el rostro del muchacho que vestía una gorra ascot y se frotaba el pecho donde ella había aterrizado.

La joven trató de encontrar las palabras para disculparse sin embargo antes de que pudiera hacerlo el inglés se marchó topándose con su hombro en señal de fastidio y siguió su camino. Para cuando pudo visualizarlo en la esquina observó que a su lado iba un gato de tres colores, con porte elegante que les dedicó una mirada felina antes de girar con su amo.

Lexa se quedó petrificada durante un rato en aquél punto con la frente aún dolorida y desconcertada: — Lexa, ¿lo has visto?

— Si René, parecía... Extraño.

— ¿No lo has sentido? —preguntó el hurón indagando.— Lexa, creo que eran como nosotros. Ese gato, no parecía ser corriente y se veían... Se parecían a nosotros Lexa.

La joven trató de seguir el camino pensativa, pero cada dos segundos giraba el rostro para volver a ver la esquina, esperando de algún modo que aquél inglés volviera a aparecer. Si lo había sentido, era algo muy extraño, pero de algún modo ella también creía que aquellos dos se parecían a ellos. Como si se hubiera mirado a un espejo opuesto.

A paso de caracol, finalmente llegaron al portal de su finca, ambos aún desconcertados por lo que había ocurrido esa noche dedicaron un suspiro a la luna. Lexa fue a sacar las llaves de la puerta cuando notó que había algo que no cuadraba en sus bolsillos, cuando fue a meter la mano en el bolsillo trasero del pantalón se dió cuenta de una cosa:

— ¡Ese maldito bastardo inglés me ha robado la cartera!


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Mensaje por PARACETAMOL Vie 09 Oct 2020, 8:09 pm

hola, qué emoción
lo leo en dos segundos
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Mensaje por PARACETAMOL Mar 13 Oct 2020, 11:43 pm

*dos segundos después*

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Mensaje por hange. Dom 18 Oct 2020, 3:43 pm

Voy a estar dejando mis comentarios pronto The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 1796689324
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Mensaje por pixie. Lun 19 Oct 2020, 5:18 am

PARACETAMOL escribió:*dos segundos después*

the auDACITy-:
AY HANS ♥ muchas gracias por tu comentario, en verdad me dió la alegría de una niña al leerte. me alegra un montón que te haya gustado The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 2686721104
pd. si era el bae kieth que dejó su marca de bandido(?) xdd
pd2. ahora lo hablaremos por el muro, pero tengo ganas de leer y ver a tus personajes que me traen mucha curiosidad ^^

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Mensaje por hange. Mar 08 Dic 2020, 2:33 pm


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Mensaje por Jaeger. Jue 21 Ene 2021, 11:43 pm

zoe:
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Mensaje por indigo. Dom 25 Abr 2021, 1:50 pm

Holaaa, voy a estar comentando esta semana. Perdón por la tardanza The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 2998878722
indigo.
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Mensaje por pixie. Mar 27 Abr 2021, 4:48 am

Está bien kate, no worries The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 1922094727

y muchas gracias chicas por vuestros comentarios The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 1477071114, no se si había llegado a decíroslo pero os lo agradezco <33

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Mensaje por indigo. Lun 17 Mayo 2021, 1:23 am

zoe  The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 4098373783 :
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Mensaje por pixie. Jue 27 Mayo 2021, 8:58 am

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muero por tu comentario, jo gracias The Stars That Fell to Earth l n.c - Página 2 1477071114

la verdad es que muchas gracias a todas por vuestros comentarios por que muero de amor al leerlos de nuevo y como que tenía mucho cariño a esta historia y me alegra de haberle hecho algo de justicia en el primer capitulo. Y espero que pronto o tarde, veamos las aventuras de todos  [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

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