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UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
La favorita de la sociedad se atreve a acercarse al ermitaño coronel que se esconde tras la máscara para pedirle un donativo… y despierta así el deseo dormido del otrora legendario libertino de Londres...Una vez, hace tiempo, el adinerado Conde de Ashby fue un notorio libertino, endiabladamente apuesto y disoluto, pero la guerra contra Napoleón lo cambió. Ahora, años más tarde, el que fuera Comandante del Regimiento 18 de Húsares es un ermitaño que esconde sus cicatrices al mundo, atormentado por los horrores de la guerra, consumido por la soledad y por el odio que siente hacia sí mismo… _______ Aubrey necesita un caballero influyente que apadrine su obra de beneficencia para ayudar a viudas y huérfanos de combatientes de guerra, y el Coronel Joseph es su mejor candidato.
"Una vez, un libertino": Una irresistible pasión que sólo conduce... A la pasión más escandalosa.
CHICAS USTEDES ME DICEN SI LA COMIENZO!
"Una vez, un libertino": Una irresistible pasión que sólo conduce... A la pasión más escandalosa.
CHICAS USTEDES ME DICEN SI LA COMIENZO!
Invitado
Invitado
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
primera lectora
claro siguela ya quiero leer el primer capi
me encantan tus noves
:)
claro siguela ya quiero leer el primer capi
me encantan tus noves
:)
Invitado
Invitado
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
CAPÍTULO 1
Como pobre ermitaño recluido en la oscuridad intento vivir mis días de perpetua duda llorando las penas que el tiempo no cura donde nadie, salvo el Amor, me halle por ventura.
Sir Walter Raleigh
Londres, 1817.
____ Aubrey inhaló profundamente una bocanada de aire vivificante y ascendió la escalera principal de la residencia Lancaster. La residencia particular del conde de Ashby estaba ubicada en Park Lane, en la zona más elegante de Mayfair. Durante años había pasado frente a su hogar sabiendo que él se encontraba en algún lugar del continente, arriesgando la vida mientras luchaba contra Napoleón. Hacía ya dos años, poco después de Waterloo, que él había regresado.
Le latió el corazón aceleradamente cuando golpeó a la puerta con el llamador de bronce y aguardó. Apareció un voluminoso mayordomo.
—Buenos días, señorita. ¿En qué puedo ayudarle?
____ sonrió.
—Buenos días, he venido a ver a milord.
El mayordomo movió la cabera con gesto apesadumbrado.
—Milord no recibe visitas, señorita. Mil disculpas, y que tenga usted un buen día—le cerró la puerta en las narices.
«Maldito sea». ____ dio un paso hacia atrás, agitándose disgustada. Había estado tan preocupada intentando controlar sus emociones mientras iba a verlo que no se le había ocurrido que Ashby pudiera rehusarse a recibirla. Aunque en realidad no se había negado a verla a ella en particular, no recibía a nadie.
—¿No deberíamos volver a casa, señorita ____? —le preguntó su doncella, quien obedientemente se había quedado en la acera para vigilar si alguien pasaba por ahí. ____ miró hacia atrás. Salvo por un carro de frutas, la calle estaba desierta. Aún era muy temprano para que la alta sociedad abandonase sus suaves camas, pero debía tener cuidado con los jinetes madrugadores que solían cabalgar en el parque con las primeras luces del alba—. Tendremos serios problemas si alguien nos ve en el umbral de la Gárgola —añadió la doncella, mirando atemorizada a derecha e izquierda.
—Por favor, no lo llames así, Lucy —____ reprendió a su doncella—. Milord merece nuestra piedad, no nuestras burlas.
Aunque en realidad, ella tenía razón en ese punto. Si se supiese que ella había visitado a la Gárgola, cuando había una regla estricta que estipulaba que ninguna joven soltera, y con magníficas posibilidades para casarse bien, podía osar visitar a un caballero, salvo por estrictas cuestiones de negocios o profesionales... Su madre tendría un síncope, y su hermano mayor, el vizconde Stilgoe, la casaría en un santiamén con el primer caballero soltero con quien hubiese bailado el miércoles en Almack's. En realidad, ella había sobrepasado todo límite de propiedad rechazando a cinco candidatos aduciendo que ninguno le había parecido apropiado.
«¡Piensa!», se conminó. Debía haber alguna manera de acercarse al conde. Se mordió el labio al ocurrírsele una idea. Era un tanto osada, pero parecía ser su único recurso. Hurgó en su retículo y extrajo un lápiz y una elegante tarjeta de presentación donde, junto a su nombre, figuraba su designación como Presidente de la Sociedad de Viudas, Madres y Hermanas de Soldados Caídos en Combate. Escribió un breve mensaje al dorso de la tarjeta. Y antes de perder el valor, golpeó a la puerta de nuevo.
El mayordomo contestó prestamente.
—¿Tendría usted la gentileza de entregarle mi tarjeta a milord? Y, por favor, solicítele que lea el mensaje que escribí al dorso —alcanzó a indicarle al mayordomo cuando se disponía a cerrarle la puerta en las narices por segunda vez.
Los ojos amables del mayordomo se suavizaron y la miraron compasivamente.
—Usted no es la primera joven que ha venido a visitarlo, señorita. Y jamás ha querido recibir a ninguna de ellas. Lo siento.
____ se irguió desafiante.
—Yo no soy una de sus... jóvenes amigas. Milord fue amigo de mi hermano, y su oficial superior. Él me recibirá. Por favor, entréguele mi tarjeta.
El mayordomo la escudriñó primero a ella, y después a la recatada doncella que aguardaba unos pasos detrás de la joven. Cogió la tarjeta.
—Lo consultaré —la puerta se cerró nuevamente.
____ entrelazó nerviosamente las manos. Lo que jamás había podido imaginarse, ni siquiera en sus peores pesadillas, era que el formidable conde de Ashby, lord y coronel Joseph, comandante del Regimiento 18 de Húsares, quedase relegado a la triste situación de un recluso. Que una herida de guerra lo obligara a recluirse como un ermitaño era una idea que le resultaba... inconcebible. El Joseph que ella tan bien recordaba era un hombre de fuerza indómita, sagaz, encantador, fuerte, apuesto como un dios, además de fabulosamente rico, atributo este último que bastaría por sí solo para que la alta sociedad le perdonara cualquier desfiguración del rostro que tuviese, sin importar lo grave que fuese. Sin embargo, sus innumerables atributos parecían no resultar suficientes para que Joseph lo asumiera.
El mayordomo reapareció.
—Por favor, pase usted, señorita Aubrey. Milord la recibirá.
«Él la recordaba», pensó complacida con su triunfo, e ____ entró a la residencia Lancaster. Era un palacio imponente de color azul plateado con una lámpara de araña brillante que colgaba del techo de doble altura. Bueno, allí era donde él vivía, miró a su alrededor con excitación, allí era donde se había escondido durante los últimos dos años. Y aun así, no podía evitar preguntarse cómo un hombre tan animoso como Joseph podía pasar todo el tiempo enclaustrado en esa casa en solitario cautiverio. Si ella estuviese en su lugar, en una semana estaría subiéndose por las paredes... y eso que ella no había pasado años emprendiendo aguerridas cargas de caballería a cielo abierto.
Dejó a Lucy en el vestíbulo y siguió al mayordomo hasta una sala que daba al frente. Le llamó la atención una colección de pequeños monos tallados en madera exhibida en una vitrina. Notó con divertido espanto que uno de ellos guardaba una asombrosa similitud con Wellington. Otro era la viva imagen de lord Castlereagh.
—La Gárgola es un artista —sonrió cogiendo uno de los monos, que le recordó al príncipe George—, y tiene un mordaz sentido del humor...
—A la Gárgola le disgusta que personas extrañas fisgoneen sus efectos personales.
____ dio un respingo. Prinny le fue arrebatado de la mano y fue colocado nuevamente en el estante de cristal de la vitrina.
—¿Deseaba usted verme? —un adusto y desgarbado hombre de cabello cano estaba de pie frente a ella. No guardaba ninguna semejanza con el húsar despreocupado que años atrás Will había llevado a cenar a la casa de sus padres.
El corazón le dio un brinco. Por Dios.
—¿Qué pasó...? —enmudeció apretando los labios, al tiempo que le hacia una cortés reverencia. ¿La guerra le habría producido eso?
¿O su mente habría atesorado una imagen demasiado exaltada de él durante años? Incluso su abrigo de color dorado cobrizo era demasiado amplio para su desgarbada figura. Desolada, buscó la cicatriz en el rostro. No halló ninguna.
El conde la observó con circunspección.
—¿Puedo hacer algo por usted, señorita... ?
—Aubrey, milord. Hermana de Will —«no la había reconocido», se dijo. Pues entonces, ¿qué lo había inducido a verla cuando no recibía a nadie, ni siquiera a sus jóvenes amigas?
—Aubrey... ¿Mayor William Aubrey? Oh, sí, por supuesto, lo recuerdo. Por favor, acepte mis sinceras condolencias por la pérdida de su hermano; un hombre excelente, señorita Aubrey. Un oficial ejemplar.
____ frunció el ceño. Algo no encajaba. Will había sido su mejor amigo durante años, ¿y eso era todo lo que tenía para decir?
—¿Leyó usted... mi tarjeta, milord? —preguntó cautelosamente. Nadie, salvo Joseph, entendería la alusión atrevida que contenía el mensaje que había escrito en la tarjeta.
Como pobre ermitaño recluido en la oscuridad intento vivir mis días de perpetua duda llorando las penas que el tiempo no cura donde nadie, salvo el Amor, me halle por ventura.
Sir Walter Raleigh
Londres, 1817.
____ Aubrey inhaló profundamente una bocanada de aire vivificante y ascendió la escalera principal de la residencia Lancaster. La residencia particular del conde de Ashby estaba ubicada en Park Lane, en la zona más elegante de Mayfair. Durante años había pasado frente a su hogar sabiendo que él se encontraba en algún lugar del continente, arriesgando la vida mientras luchaba contra Napoleón. Hacía ya dos años, poco después de Waterloo, que él había regresado.
Le latió el corazón aceleradamente cuando golpeó a la puerta con el llamador de bronce y aguardó. Apareció un voluminoso mayordomo.
—Buenos días, señorita. ¿En qué puedo ayudarle?
____ sonrió.
—Buenos días, he venido a ver a milord.
El mayordomo movió la cabera con gesto apesadumbrado.
—Milord no recibe visitas, señorita. Mil disculpas, y que tenga usted un buen día—le cerró la puerta en las narices.
«Maldito sea». ____ dio un paso hacia atrás, agitándose disgustada. Había estado tan preocupada intentando controlar sus emociones mientras iba a verlo que no se le había ocurrido que Ashby pudiera rehusarse a recibirla. Aunque en realidad no se había negado a verla a ella en particular, no recibía a nadie.
—¿No deberíamos volver a casa, señorita ____? —le preguntó su doncella, quien obedientemente se había quedado en la acera para vigilar si alguien pasaba por ahí. ____ miró hacia atrás. Salvo por un carro de frutas, la calle estaba desierta. Aún era muy temprano para que la alta sociedad abandonase sus suaves camas, pero debía tener cuidado con los jinetes madrugadores que solían cabalgar en el parque con las primeras luces del alba—. Tendremos serios problemas si alguien nos ve en el umbral de la Gárgola —añadió la doncella, mirando atemorizada a derecha e izquierda.
—Por favor, no lo llames así, Lucy —____ reprendió a su doncella—. Milord merece nuestra piedad, no nuestras burlas.
Aunque en realidad, ella tenía razón en ese punto. Si se supiese que ella había visitado a la Gárgola, cuando había una regla estricta que estipulaba que ninguna joven soltera, y con magníficas posibilidades para casarse bien, podía osar visitar a un caballero, salvo por estrictas cuestiones de negocios o profesionales... Su madre tendría un síncope, y su hermano mayor, el vizconde Stilgoe, la casaría en un santiamén con el primer caballero soltero con quien hubiese bailado el miércoles en Almack's. En realidad, ella había sobrepasado todo límite de propiedad rechazando a cinco candidatos aduciendo que ninguno le había parecido apropiado.
«¡Piensa!», se conminó. Debía haber alguna manera de acercarse al conde. Se mordió el labio al ocurrírsele una idea. Era un tanto osada, pero parecía ser su único recurso. Hurgó en su retículo y extrajo un lápiz y una elegante tarjeta de presentación donde, junto a su nombre, figuraba su designación como Presidente de la Sociedad de Viudas, Madres y Hermanas de Soldados Caídos en Combate. Escribió un breve mensaje al dorso de la tarjeta. Y antes de perder el valor, golpeó a la puerta de nuevo.
El mayordomo contestó prestamente.
—¿Tendría usted la gentileza de entregarle mi tarjeta a milord? Y, por favor, solicítele que lea el mensaje que escribí al dorso —alcanzó a indicarle al mayordomo cuando se disponía a cerrarle la puerta en las narices por segunda vez.
Los ojos amables del mayordomo se suavizaron y la miraron compasivamente.
—Usted no es la primera joven que ha venido a visitarlo, señorita. Y jamás ha querido recibir a ninguna de ellas. Lo siento.
____ se irguió desafiante.
—Yo no soy una de sus... jóvenes amigas. Milord fue amigo de mi hermano, y su oficial superior. Él me recibirá. Por favor, entréguele mi tarjeta.
El mayordomo la escudriñó primero a ella, y después a la recatada doncella que aguardaba unos pasos detrás de la joven. Cogió la tarjeta.
—Lo consultaré —la puerta se cerró nuevamente.
____ entrelazó nerviosamente las manos. Lo que jamás había podido imaginarse, ni siquiera en sus peores pesadillas, era que el formidable conde de Ashby, lord y coronel Joseph, comandante del Regimiento 18 de Húsares, quedase relegado a la triste situación de un recluso. Que una herida de guerra lo obligara a recluirse como un ermitaño era una idea que le resultaba... inconcebible. El Joseph que ella tan bien recordaba era un hombre de fuerza indómita, sagaz, encantador, fuerte, apuesto como un dios, además de fabulosamente rico, atributo este último que bastaría por sí solo para que la alta sociedad le perdonara cualquier desfiguración del rostro que tuviese, sin importar lo grave que fuese. Sin embargo, sus innumerables atributos parecían no resultar suficientes para que Joseph lo asumiera.
El mayordomo reapareció.
—Por favor, pase usted, señorita Aubrey. Milord la recibirá.
«Él la recordaba», pensó complacida con su triunfo, e ____ entró a la residencia Lancaster. Era un palacio imponente de color azul plateado con una lámpara de araña brillante que colgaba del techo de doble altura. Bueno, allí era donde él vivía, miró a su alrededor con excitación, allí era donde se había escondido durante los últimos dos años. Y aun así, no podía evitar preguntarse cómo un hombre tan animoso como Joseph podía pasar todo el tiempo enclaustrado en esa casa en solitario cautiverio. Si ella estuviese en su lugar, en una semana estaría subiéndose por las paredes... y eso que ella no había pasado años emprendiendo aguerridas cargas de caballería a cielo abierto.
Dejó a Lucy en el vestíbulo y siguió al mayordomo hasta una sala que daba al frente. Le llamó la atención una colección de pequeños monos tallados en madera exhibida en una vitrina. Notó con divertido espanto que uno de ellos guardaba una asombrosa similitud con Wellington. Otro era la viva imagen de lord Castlereagh.
—La Gárgola es un artista —sonrió cogiendo uno de los monos, que le recordó al príncipe George—, y tiene un mordaz sentido del humor...
—A la Gárgola le disgusta que personas extrañas fisgoneen sus efectos personales.
____ dio un respingo. Prinny le fue arrebatado de la mano y fue colocado nuevamente en el estante de cristal de la vitrina.
—¿Deseaba usted verme? —un adusto y desgarbado hombre de cabello cano estaba de pie frente a ella. No guardaba ninguna semejanza con el húsar despreocupado que años atrás Will había llevado a cenar a la casa de sus padres.
El corazón le dio un brinco. Por Dios.
—¿Qué pasó...? —enmudeció apretando los labios, al tiempo que le hacia una cortés reverencia. ¿La guerra le habría producido eso?
¿O su mente habría atesorado una imagen demasiado exaltada de él durante años? Incluso su abrigo de color dorado cobrizo era demasiado amplio para su desgarbada figura. Desolada, buscó la cicatriz en el rostro. No halló ninguna.
El conde la observó con circunspección.
—¿Puedo hacer algo por usted, señorita... ?
—Aubrey, milord. Hermana de Will —«no la había reconocido», se dijo. Pues entonces, ¿qué lo había inducido a verla cuando no recibía a nadie, ni siquiera a sus jóvenes amigas?
—Aubrey... ¿Mayor William Aubrey? Oh, sí, por supuesto, lo recuerdo. Por favor, acepte mis sinceras condolencias por la pérdida de su hermano; un hombre excelente, señorita Aubrey. Un oficial ejemplar.
____ frunció el ceño. Algo no encajaba. Will había sido su mejor amigo durante años, ¿y eso era todo lo que tenía para decir?
—¿Leyó usted... mi tarjeta, milord? —preguntó cautelosamente. Nadie, salvo Joseph, entendería la alusión atrevida que contenía el mensaje que había escrito en la tarjeta.
Invitado
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Chicas ai esta un pedasito del primer cap!!!ustedes dicen si la continuo :)
Invitado
Invitado
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :) siguela :)
Invitado
Invitado
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
No le entendi muy bien...
But...
Se ve que esta buena!!
SIGUELA!!
2a Lectora!!
AHORA...
SIGUE EN Midnight Run!!
But...
Se ve que esta buena!!
SIGUELA!!
2a Lectora!!
AHORA...
SIGUE EN Midnight Run!!
s@r!!
Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
siguela plisss :D siguela plisss :) siguela plisss :o
siguela plisss :lol: siguela plisss :P siguela plisss ;)
siguela plisss siguela plisss siguela plisss
siguela plisss siguela plisss siguela plisss :bounce:
siguela plisss :cheers: siguela plisss :albino: siguela plisss :cherry:
siguela plisss :geek: siguela plisss :flower: siguela plisss :king:
siguela plisss :afro: siguela plisss :risa: siguela plisss :grupo:
siguela plisss siguela plisss :happy: siguela plisss :jeje:
siguela plisss siguela plisss :fiu: siguela plisss :polli:
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siguela plisss siguela plisss siguela plisss
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Invitado
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
Parte 2 Capitulo 1
Sin embargo, su anfitrión parecía totalmente despistado.
—¿Su tarjeta? —parpadeó desconcertado.
La verdad la sacudió como un rayo. «Ese hombre era un impostor». ¿Por qué otra razón inventaría una herida inexistente para justificar su aislamiento de la sociedad? Sólo podía haber una razón plausible. Sólo podía significar una cosa: Joseph estaba muerto, enterrado en algún frío campo de Bélgica junto a su hermano, ¡y ese villano usurpaba su identidad y vivía de sus bienes! Tenía que salir de allí. Necesitaba informárselo a alguien.
—Gracias por recibirme, señor; Dios mío, acabo de recordar que tengo un compromiso. Ha sido un placer —se dirigió rápidamente hacia la salida.
Al abrir la puerta de doble hoja descubrió la figura del mayordomo quien descubrió sus aprensiones por la expresión de su rostro. El hombre entró y cerró la puerta tras de sí.
—Señorita Aubrey, ambos estamos al servicio de milord —dijo quedamente.
—Oh, Phipps, eres un maldito idiota —despotricó el impostor—. Pueden colgarnos por esto. Tú y tus necias ideas.
—Habría sido una idea brillante si no te hubieses comportado como un miserable imbécil —replicó Phipps, bufando con exasperación.
—Lo único que debías hacer era averiguar qué quería.
—¿Cómo se suponía que podía hacer eso? ¿Qué soy yo... un maldito Bow Street Runner?
____ miró de manera penetrante al rollizo mayordomo primero, y después a su escuálido cómplice, mientras su mente discurría con velocidad acerca de qué debía hacer. Un policía... ¡un policía era con quien debía hablar!
El impostor se secó la frente húmeda con un pañuelo.
—Ella únicamente hizo mención de su tarjeta.
Phipps extrajo la tarjeta del bolsillo de su chaleco y leyó el escueto mensaje que contenía.
—¿Qué significa? —le preguntó con ostensible curiosidad.
—¿Por qué no se lo pregunta a su amo? —le contestó tajantemente. Dirigió la mirada hacia las puertas y gritó:
—¡Lucy! ¡Corre, ve con Stilgoe! ¡Dile que avise a la policía! ¡Este hombre es un impostor!
—¡Sí, señorita ____! —la respuesta de Lucy le llegó en tono apagado desde el vestíbulo.
—¡No la dejes salir! —le ordenó Phipps a su cómplice y salió corriendo. Fue detenida por el impostor, que se interpuso en el umbral; ____ escuchó el ruido de la puerta principal al abrirse, y cerrarse después de un portazo.
—¡El hombre está bloqueando la puerta principal, señorita ____! —gritó Lucy—. ¿Qué debo hacer?
—¡Rápido, Lucy! —exclamó ____—. ¡Clávale la punta de mi parasol en las costillas!
—¡Ay! —aulló el mayordomo en el vestíbulo—. ¡Maldita mocosa insolente!
—¡No funcionó! —comunicó Lucy—. ¿Qué debo hacer ahora?
____ miró furiosa al impostor. Él encogió los hombros como disculpándose. Maldiciéndolo, espió por encima de su hombro.
—Lucy, hay un florero en la esquina. ¡Párteselo en el cráneo!
—Dudley, ¿puedes hacerla callar? —rogó Phipps en voz alta—. ¡Me van a matar aquí!
Cuando Dudley desvió la mirada para ver qué sucedía en la entrada principal, ____ revoleó su retículo y se lo incrustó en la cabeza.
—¡Odiosos villanos! —gritó alejándose de él como una tromba—. ¡Se pudrirán en Newgate por esto! —Pudo ver cómo Phipps se cubría tras la puerta, al tiempo que Lucy lo apuntaba con el florero. Escuchó los pasos de Dudley que la perseguían dando traspiés, casi había llegado a la entrada, cuando un terrible mastín los dejó a todos petrificados. Lucy dejó caer el florero.
—Quieto, Héctor —ordenó una profunda y viril voz masculina desde el pasillo. ____ levantó la vista, jadeante. La araña le bloqueaba la visión, pero a través de la balaustrada de la escalera, pudo ver a un negro retriever sentando muy alerta junto a un brillante par de botas de Hesse negras—. ¿Es mi abrigo el que llevas puesto? —se escuchó la voz de Joseph resonar desde arriba.
Dudley se encogió atemorizado.
—Sí, milord, pero puedo explicarle...
—Espero que puedas hacerlo. Phipps, apártate. Deja ir a la mujer.
Phipps le echó una mirada desolada a la amedrentadora figura que se vislumbraba en la parte superior del vestíbulo.
—Milord, yo...
—¡Hazlo inmediatamente, Phipps! —Se escuchó el sonido de la fricción del cuero cuando Ashby giró sobre los talones.
____ reaccionó temblorosa. Era su oportunidad.
—Lord Joseph, ¿puedo verlo un momento en privado? Solamente para asegurarme que no sea un fraude, que usted sea realmente...
Él se detuvo. Unos ojos distantes la escudriñaron a través de los destellos de luz de la araña.
—Aguarde en la sala —dijo después de una pausa prolongada—. Me reuniré con usted enseguida —se escuchó el ruido de sus pisadas contra la madera al alejarse por el pasillo, y su eco fue ensordeciéndose hasta perderse en el interior de la casa.
Phipps se le acercó con expresión contrita.
—Señorita Aubrey, le ruego me perdone.
—Yo también —dijo Dudley asintiendo bruscamente, con el abrigo colgando prolijamente del brazo.
—No teníamos intención de asustarla —continuó Phipps.
—Como tampoco a su doncella —acotó Dudley—. Él no la habría recibido si no hacíamos algo...
—... Drástico. Nos disculpamos sinceramente —la miraron suplicantes al tiempo que Dudley se frotaba la cabeza en el lugar donde había recibido el golpe y Phipps se abrazaba las costillas.
____ les dispensó una mirada como si los considerase dos inadaptados sociales.
—Espero que también os disculpéis con Lucy —espetó en tono airado.
—Lo haremos de inmediato —prometieron al unísono, inclinándose en humilde reverencia.
____ regresó a la sala. Expectante, la recorrió de un extremo al otro intentando controlar su nerviosismo. Oyó las firmes pisadas, contuvo la respiración para ver si...
Cuando él atravesó el umbral, se le detuvo el corazón.
—Joseph .
Oculto tras una máscara de satén negra, el conde se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho fornido.
—Qué alivio. Por un momento temí dar con mis huesos en Newgate.
La espesa y brillante cabellera le caía irregular sobre los anchos hombros. A través de la fina camisa blanca de muselina se le notaban los latidos acelerados en la garganta y los músculos marcados del pecho. Los ceñidos pantalones de montar negros le moldeaban los muslos esbeltos y fibrosos, resultado de haber pasado tantos años sobre una montura. Alto, fornido y de porte amedrentador, exudaba una feroz virilidad.
Ella hizo una reverencia, con los ojos muy abiertos por el temor. Años atrás se comentaba que las mujeres se le abalanzaban cuando él entraba a un salón de fiesta, y que era el único caballero que necesitaba una tarjeta de baile. No lo había entendido muy bien cuando era pequeña, pero ahora podía hacerlo. Aun con la máscara, su oscuro encanto tenía una atracción magnética.
Este era un hombre que podía tener todo lo que quisiera, y a quien desease.
La observó de arriba abajo a través de las ranuras de la máscara, escudriñándola detenidamente, desde su agraciado sombrero amarillo que enmarcaba sus dorados castaños hasta el vestido matutino que hacía juego. Cuando sus miradas se encontraron, ella se percató de que su memoria le había fallado sólo en un detalle. Los ojos del hombre no eran azules, debió haberlos considerado de ese color por el reflejo azul de su uniforme, puesto que en realidad tenían una tonalidad verde azulina. Abruptamente, él se apartó del marco de la puerta.
—Dígame qué es lo que quiere y váyase.
____ se quedó inmóvil, mirándolo boquiabierta.
—Ya veo —sus labios sensuales se curvaron en una cínica sonrisa bajo la máscara—. Bien, ahora que ha averiguado lo que quería, además de satisfacer su curiosidad al mismo tiempo, me despido de usted —cruzó la habitación en cinco largos pasos con el perro negro trotando tras él. Con un movimiento brusco cerró las pesadas cortinas de la ventana que miraba a la calle sumergiendo a la habitación en penumbras. Se apenó al imaginarse lo que él debía enfrentar cada mañana al verse en el espejo. Debía resultarle terrible aislarse así del mundo.
____se recompuso.
—Lord Joseph, represento a la Sociedad de Viudas, Madres y Hermanas de Soldados Caídos en Combate. Es una organización de caridad para ayudar a las mujeres desposeídas que han perdido a los hombres que les proveían el sustento antes de la guerra. Comerciantes, herreros, granjeros que han dejado a su familia en una situación de desamparo. Esas pobres almas que hoy no tienen a nadie. Nuestro objetivo es ayudar a...
—Me importa un bledo sus objetivos, madame. Buenos días —se dirigió hacia la puerta.
Cuando pasó junto a ella, ____ le asió el brazo. Sintió sus músculos tensos bajo los dedos.
—Pues debería —afirmó—. Tienen que ver con las familias de los hombres que usted comandó, sus bravos soldados que murieron en el campo de batalla.
Clavó la mirada en el brazo que ella le mantenía aferrado y después la miró a los ojos.
—¿Y su punto es?
Lo soltó.
—Usted era responsable de esos hombres que ellas amaban. ¿No cree que sus hombres podrían esperar de usted que hiciera algo por sus familias?
Acercándosele, le clavó una punzante mirada.
—Mi deber era aniquilar. He cumplido con él.
Percibió el perfume de jabón de afeitar; ese aroma le hizo pensar en bosques y arboledas. Renuente a darse por vencida, le sostuvo la mirada.
—Quizás si supiese el nombre de mi hermano...
—Sé quién es usted, ____.
El corazón se le detuvo.
—¿Lo sabe? —preguntó, incapaz de respirar de repente. Deseó que la encontrara... atractiva, al menos por simple orgullo de mujer. De jovencita había estado loca por él, a pesar de su conocida reputación de sinvergüenza. Un notorio libertino, jugador y mujeriego, decían los que bromeaban sobre él; pero Will sostenía que la atención que su amigo despertaba era por haber heredado el título siendo aún demasiado joven. Aunque en opinión de ____, el carácter tan especial de Joseph era lo que lo destacaba del resto de los jóvenes libertinos de la alta sociedad.
—Ha crecido —murmuró él—. La última vez que la vi, llevaba faldas cortas azules y rebeldes tirabuzones.
Sintió fuego en las mejillas.
—Eso sucedió hace siete años —fue cuando lo había visto por última vez, él vestía el uniforme de su regimiento y con sus pantalones de montar blancos, chaqueta tipo dolmán de color azul con abotonadura plateada en el pecho, y la pelliza forrada en piel correspondiente que le colgaba del hombro... estaba magnífico. Ella había hecho el ridículo por él. Tenía quince años—. Se quedó con Héctor —dijo ella.
—Le prometí que lo haría —la negra máscara satinada le ocultaba la mayor parte del rostro, pero dejaba ver su poderosa mandíbula, el mentón y la boca, la que, como ella bien sabía, podía sentirse tan suave como parecía.
Apartando dificultosamente la vista, se arrodilló en la alfombra y emitió un suave y melodioso silbido. El imponente animal se sentó, moviendo las orejas. Decidido a investigar más de cerca, se le acercó para olfatearle la mano.
—Hola, Héctor. ¿Te acuerdas de mí? —hundió los dedos en el brillante pelaje, frotándolo y acariciándolo—. Éramos excelentes amigos en aquel entonces, cuando eras tan sólo un cachorrito —el animal ladró moviendo la cola alegremente. Ella rió—. Por Dios, cómo has crecido. Eres tan hermoso, grande y fuerte ahora —buscó la mirada inescrutable de Joseph —. Veo que han cuidado bien de ti.
—Lo he hecho —respondió Joseph, aunque ambos sabían que ella le había hablado al perro—. Héctor me salvó la vida dos veces. Somos prácticamente como hermanos —le ofreció la mano.
Con el corazón latiéndole con fuerza, ella colocó la mano sobre esa poderosa palma y le permitió que la ayudara a levantarse.
Permanecieron de pie muy cerca uno de otro, envueltos en la oscuridad provocada por los pesados cortinajes cerrados.
—Lamento lo de Will —dijo ásperamente—. Le prometí que lo traería de vuelta. Y fracasé.
—Yo también lamento... —murmuró ella—, lo que le sucedió a usted en Waterloo
Sin embargo, su anfitrión parecía totalmente despistado.
—¿Su tarjeta? —parpadeó desconcertado.
La verdad la sacudió como un rayo. «Ese hombre era un impostor». ¿Por qué otra razón inventaría una herida inexistente para justificar su aislamiento de la sociedad? Sólo podía haber una razón plausible. Sólo podía significar una cosa: Joseph estaba muerto, enterrado en algún frío campo de Bélgica junto a su hermano, ¡y ese villano usurpaba su identidad y vivía de sus bienes! Tenía que salir de allí. Necesitaba informárselo a alguien.
—Gracias por recibirme, señor; Dios mío, acabo de recordar que tengo un compromiso. Ha sido un placer —se dirigió rápidamente hacia la salida.
Al abrir la puerta de doble hoja descubrió la figura del mayordomo quien descubrió sus aprensiones por la expresión de su rostro. El hombre entró y cerró la puerta tras de sí.
—Señorita Aubrey, ambos estamos al servicio de milord —dijo quedamente.
—Oh, Phipps, eres un maldito idiota —despotricó el impostor—. Pueden colgarnos por esto. Tú y tus necias ideas.
—Habría sido una idea brillante si no te hubieses comportado como un miserable imbécil —replicó Phipps, bufando con exasperación.
—Lo único que debías hacer era averiguar qué quería.
—¿Cómo se suponía que podía hacer eso? ¿Qué soy yo... un maldito Bow Street Runner?
____ miró de manera penetrante al rollizo mayordomo primero, y después a su escuálido cómplice, mientras su mente discurría con velocidad acerca de qué debía hacer. Un policía... ¡un policía era con quien debía hablar!
El impostor se secó la frente húmeda con un pañuelo.
—Ella únicamente hizo mención de su tarjeta.
Phipps extrajo la tarjeta del bolsillo de su chaleco y leyó el escueto mensaje que contenía.
—¿Qué significa? —le preguntó con ostensible curiosidad.
—¿Por qué no se lo pregunta a su amo? —le contestó tajantemente. Dirigió la mirada hacia las puertas y gritó:
—¡Lucy! ¡Corre, ve con Stilgoe! ¡Dile que avise a la policía! ¡Este hombre es un impostor!
—¡Sí, señorita ____! —la respuesta de Lucy le llegó en tono apagado desde el vestíbulo.
—¡No la dejes salir! —le ordenó Phipps a su cómplice y salió corriendo. Fue detenida por el impostor, que se interpuso en el umbral; ____ escuchó el ruido de la puerta principal al abrirse, y cerrarse después de un portazo.
—¡El hombre está bloqueando la puerta principal, señorita ____! —gritó Lucy—. ¿Qué debo hacer?
—¡Rápido, Lucy! —exclamó ____—. ¡Clávale la punta de mi parasol en las costillas!
—¡Ay! —aulló el mayordomo en el vestíbulo—. ¡Maldita mocosa insolente!
—¡No funcionó! —comunicó Lucy—. ¿Qué debo hacer ahora?
____ miró furiosa al impostor. Él encogió los hombros como disculpándose. Maldiciéndolo, espió por encima de su hombro.
—Lucy, hay un florero en la esquina. ¡Párteselo en el cráneo!
—Dudley, ¿puedes hacerla callar? —rogó Phipps en voz alta—. ¡Me van a matar aquí!
Cuando Dudley desvió la mirada para ver qué sucedía en la entrada principal, ____ revoleó su retículo y se lo incrustó en la cabeza.
—¡Odiosos villanos! —gritó alejándose de él como una tromba—. ¡Se pudrirán en Newgate por esto! —Pudo ver cómo Phipps se cubría tras la puerta, al tiempo que Lucy lo apuntaba con el florero. Escuchó los pasos de Dudley que la perseguían dando traspiés, casi había llegado a la entrada, cuando un terrible mastín los dejó a todos petrificados. Lucy dejó caer el florero.
—Quieto, Héctor —ordenó una profunda y viril voz masculina desde el pasillo. ____ levantó la vista, jadeante. La araña le bloqueaba la visión, pero a través de la balaustrada de la escalera, pudo ver a un negro retriever sentando muy alerta junto a un brillante par de botas de Hesse negras—. ¿Es mi abrigo el que llevas puesto? —se escuchó la voz de Joseph resonar desde arriba.
Dudley se encogió atemorizado.
—Sí, milord, pero puedo explicarle...
—Espero que puedas hacerlo. Phipps, apártate. Deja ir a la mujer.
Phipps le echó una mirada desolada a la amedrentadora figura que se vislumbraba en la parte superior del vestíbulo.
—Milord, yo...
—¡Hazlo inmediatamente, Phipps! —Se escuchó el sonido de la fricción del cuero cuando Ashby giró sobre los talones.
____ reaccionó temblorosa. Era su oportunidad.
—Lord Joseph, ¿puedo verlo un momento en privado? Solamente para asegurarme que no sea un fraude, que usted sea realmente...
Él se detuvo. Unos ojos distantes la escudriñaron a través de los destellos de luz de la araña.
—Aguarde en la sala —dijo después de una pausa prolongada—. Me reuniré con usted enseguida —se escuchó el ruido de sus pisadas contra la madera al alejarse por el pasillo, y su eco fue ensordeciéndose hasta perderse en el interior de la casa.
Phipps se le acercó con expresión contrita.
—Señorita Aubrey, le ruego me perdone.
—Yo también —dijo Dudley asintiendo bruscamente, con el abrigo colgando prolijamente del brazo.
—No teníamos intención de asustarla —continuó Phipps.
—Como tampoco a su doncella —acotó Dudley—. Él no la habría recibido si no hacíamos algo...
—... Drástico. Nos disculpamos sinceramente —la miraron suplicantes al tiempo que Dudley se frotaba la cabeza en el lugar donde había recibido el golpe y Phipps se abrazaba las costillas.
____ les dispensó una mirada como si los considerase dos inadaptados sociales.
—Espero que también os disculpéis con Lucy —espetó en tono airado.
—Lo haremos de inmediato —prometieron al unísono, inclinándose en humilde reverencia.
____ regresó a la sala. Expectante, la recorrió de un extremo al otro intentando controlar su nerviosismo. Oyó las firmes pisadas, contuvo la respiración para ver si...
Cuando él atravesó el umbral, se le detuvo el corazón.
—Joseph .
Oculto tras una máscara de satén negra, el conde se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho fornido.
—Qué alivio. Por un momento temí dar con mis huesos en Newgate.
La espesa y brillante cabellera le caía irregular sobre los anchos hombros. A través de la fina camisa blanca de muselina se le notaban los latidos acelerados en la garganta y los músculos marcados del pecho. Los ceñidos pantalones de montar negros le moldeaban los muslos esbeltos y fibrosos, resultado de haber pasado tantos años sobre una montura. Alto, fornido y de porte amedrentador, exudaba una feroz virilidad.
Ella hizo una reverencia, con los ojos muy abiertos por el temor. Años atrás se comentaba que las mujeres se le abalanzaban cuando él entraba a un salón de fiesta, y que era el único caballero que necesitaba una tarjeta de baile. No lo había entendido muy bien cuando era pequeña, pero ahora podía hacerlo. Aun con la máscara, su oscuro encanto tenía una atracción magnética.
Este era un hombre que podía tener todo lo que quisiera, y a quien desease.
La observó de arriba abajo a través de las ranuras de la máscara, escudriñándola detenidamente, desde su agraciado sombrero amarillo que enmarcaba sus dorados castaños hasta el vestido matutino que hacía juego. Cuando sus miradas se encontraron, ella se percató de que su memoria le había fallado sólo en un detalle. Los ojos del hombre no eran azules, debió haberlos considerado de ese color por el reflejo azul de su uniforme, puesto que en realidad tenían una tonalidad verde azulina. Abruptamente, él se apartó del marco de la puerta.
—Dígame qué es lo que quiere y váyase.
____ se quedó inmóvil, mirándolo boquiabierta.
—Ya veo —sus labios sensuales se curvaron en una cínica sonrisa bajo la máscara—. Bien, ahora que ha averiguado lo que quería, además de satisfacer su curiosidad al mismo tiempo, me despido de usted —cruzó la habitación en cinco largos pasos con el perro negro trotando tras él. Con un movimiento brusco cerró las pesadas cortinas de la ventana que miraba a la calle sumergiendo a la habitación en penumbras. Se apenó al imaginarse lo que él debía enfrentar cada mañana al verse en el espejo. Debía resultarle terrible aislarse así del mundo.
____se recompuso.
—Lord Joseph, represento a la Sociedad de Viudas, Madres y Hermanas de Soldados Caídos en Combate. Es una organización de caridad para ayudar a las mujeres desposeídas que han perdido a los hombres que les proveían el sustento antes de la guerra. Comerciantes, herreros, granjeros que han dejado a su familia en una situación de desamparo. Esas pobres almas que hoy no tienen a nadie. Nuestro objetivo es ayudar a...
—Me importa un bledo sus objetivos, madame. Buenos días —se dirigió hacia la puerta.
Cuando pasó junto a ella, ____ le asió el brazo. Sintió sus músculos tensos bajo los dedos.
—Pues debería —afirmó—. Tienen que ver con las familias de los hombres que usted comandó, sus bravos soldados que murieron en el campo de batalla.
Clavó la mirada en el brazo que ella le mantenía aferrado y después la miró a los ojos.
—¿Y su punto es?
Lo soltó.
—Usted era responsable de esos hombres que ellas amaban. ¿No cree que sus hombres podrían esperar de usted que hiciera algo por sus familias?
Acercándosele, le clavó una punzante mirada.
—Mi deber era aniquilar. He cumplido con él.
Percibió el perfume de jabón de afeitar; ese aroma le hizo pensar en bosques y arboledas. Renuente a darse por vencida, le sostuvo la mirada.
—Quizás si supiese el nombre de mi hermano...
—Sé quién es usted, ____.
El corazón se le detuvo.
—¿Lo sabe? —preguntó, incapaz de respirar de repente. Deseó que la encontrara... atractiva, al menos por simple orgullo de mujer. De jovencita había estado loca por él, a pesar de su conocida reputación de sinvergüenza. Un notorio libertino, jugador y mujeriego, decían los que bromeaban sobre él; pero Will sostenía que la atención que su amigo despertaba era por haber heredado el título siendo aún demasiado joven. Aunque en opinión de ____, el carácter tan especial de Joseph era lo que lo destacaba del resto de los jóvenes libertinos de la alta sociedad.
—Ha crecido —murmuró él—. La última vez que la vi, llevaba faldas cortas azules y rebeldes tirabuzones.
Sintió fuego en las mejillas.
—Eso sucedió hace siete años —fue cuando lo había visto por última vez, él vestía el uniforme de su regimiento y con sus pantalones de montar blancos, chaqueta tipo dolmán de color azul con abotonadura plateada en el pecho, y la pelliza forrada en piel correspondiente que le colgaba del hombro... estaba magnífico. Ella había hecho el ridículo por él. Tenía quince años—. Se quedó con Héctor —dijo ella.
—Le prometí que lo haría —la negra máscara satinada le ocultaba la mayor parte del rostro, pero dejaba ver su poderosa mandíbula, el mentón y la boca, la que, como ella bien sabía, podía sentirse tan suave como parecía.
Apartando dificultosamente la vista, se arrodilló en la alfombra y emitió un suave y melodioso silbido. El imponente animal se sentó, moviendo las orejas. Decidido a investigar más de cerca, se le acercó para olfatearle la mano.
—Hola, Héctor. ¿Te acuerdas de mí? —hundió los dedos en el brillante pelaje, frotándolo y acariciándolo—. Éramos excelentes amigos en aquel entonces, cuando eras tan sólo un cachorrito —el animal ladró moviendo la cola alegremente. Ella rió—. Por Dios, cómo has crecido. Eres tan hermoso, grande y fuerte ahora —buscó la mirada inescrutable de Joseph —. Veo que han cuidado bien de ti.
—Lo he hecho —respondió Joseph, aunque ambos sabían que ella le había hablado al perro—. Héctor me salvó la vida dos veces. Somos prácticamente como hermanos —le ofreció la mano.
Con el corazón latiéndole con fuerza, ella colocó la mano sobre esa poderosa palma y le permitió que la ayudara a levantarse.
Permanecieron de pie muy cerca uno de otro, envueltos en la oscuridad provocada por los pesados cortinajes cerrados.
—Lamento lo de Will —dijo ásperamente—. Le prometí que lo traería de vuelta. Y fracasé.
—Yo también lamento... —murmuró ella—, lo que le sucedió a usted en Waterloo
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
chicas ustedes dicen si la sigo porque parece que no les gusta :(
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
no la dejes si me gusta :)
solo que no e tenido tiempo pero siguela plisssss
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
siguela plisss :D siguela plisss :) siguela plisss :o
siguela plisss :lol: siguela plisss :P siguela plisss ;)
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Re: UNA VEZ UN LIBERTINO... {נσє&тυ} // Adaptación.
siguela plisss :D siguela plisss :) siguela plisss :o
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