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The Honey System

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The Honey System - Página 3 Empty Re: The Honey System

Mensaje por indigo. Vie 06 Sep 2019, 10:36 am

Capítulo 02.
Honey is Lua || Master is Jonathan || betty.


Mi camino y el de Jonathan Lys se cruzaron poco antes de que cumpliera catorce años. Estaba en el patio del instituto, incapaz de concentrarme en mis deberes de Literatura y deseando que llegara alguien que los hiciera por mí. Y apareció Jonathan.

Supe de inmediato que era una de las Flores por su uniforme. En la parte menos exclusiva del Hoj este grupo era el tema de conversación por excelencia. Circulaban toda clase de rumores a su alrededor. Desde que vivían en islas exclusivas hasta que les honeys que no cumplían con sus deseos eran encarceladas. En el instituto es difícil saber qué leyenda urbana es verídica. Pues no son más que híbridos que cabalgan entre realidad y ficción. Pero tardé poco en comprender que Jonathan no protagonizaba ninguna de estas.

Se dejó caer a mi lado con la seguridad de aquel que no teme a las consecuencias de romper las reglas. Y, sin más, me preguntó si quería ayuda, como si hubiera sido mi deseo quien lo había traído. En ese rato hablamos de Virginia Woolf y del último capítulo de The Walking Dead. Al tiempo que trataba de entender por qué aquel chico estaba haciéndome los deberes o por qué había decidido acercarse a mí.  

Cuando sonó el timbre se marchó tan rápido como había llegado, sin siquiera decirme su nombre. Corrí a contárselo a mi amiga Leah como una anécdota única, extraña y sin repetición. Para mi sorpresa, Jonathan regresó al día siguiente y al siguiente y al siguiente… Todavía hoy no sé por qué prefería pasar los recreos sentado conmigo tras el edificio de la cafetería, con el culo adolorido por la gravilla, pudiendo estar en sus lujosas instalaciones.  

Durante un tiempo me sentí como el nuevo juguete del niño pijo. Una excusa que usaba para desafiar las normas y escaparse de su bonita jaula de diamantes. Pero nunca me marché. Jonathan era una brecha en la monotonía. Pasados los meses dejé de verlo como un niño pijo aburrido de los almidones. Supongo que a partir de entonces empecé a considerarlo mi amigo. Profundizamos en las charlas, compartiendo preocupaciones y frustraciones que quedaban abandonadas en ese trozo de patio.

Era fácil estar con Jonathan. O, al menos, con la versión que mostraba durante esa media hora de recreo. A mediados del año pasado descubrí que tiene otras versiones que tolero menos.

Me llamo Lua Stryker. Hasta no hace mucho creí que amar y ser alérgica a los gatos era lo peor que me había pasado en mis dieciséis años de vida. Pero eso fue antes de perder una apuesta estúpida y acabar siendo esclava de Jonathan y todas sus versiones...

—¡Ha desaparecido!

El grito despedazado de Willa me recorre el tímpano, lo destroza y termina encajado en mi sistema nervioso. Pego un bote sobre la cama, todavía dormida, con el infarto preparado para atacar en el pecho.

—¿Señora Morrison? ¿Qué…? —Aparto el móvil de la oreja, intentando distinguir la hora a través de mi visión desenfocada.

—Lua, no damos con él —escucho cuando vuelvo a acercar el teléfono a la oreja. Su voz se ha vuelto comedida, aunque tomada y frágil.

—¿Con quién?

Me rasco la cabeza conteniendo un bostezo. Un capítulo de Hawaii 5. 0 se reproduce en el portátil a los pies de mi cama. El aire dentro de la habitación es pegajoso y sofocante por el sol abrasador que se cuela por la ventana abierta. He debido de quedarme dormida mientras veía la serie. Hoy me he levantado a las cinco de la mañana para recibir un pedido para la librería y anoche me acosté cerca de las dos de la madrugada.

Mi reconstrucción de los hechos es interrumpida por un gemido en la línea telefónica. Recordándome que tengo a Willa Morrison y sus gritos destrozando mi canal auditivo.

—Con Jonathan. Tenía que acompañarme a una reunión hace unas horas y no se ha presentado. —Hago esfuerzos por que mi atención se centre en sus palabras y delego el sueño a segundo plano. —¡Su teléfono está apagado! Y yo… —Willa deja el final de la frase a mi imaginación.

«Por supuesto, quién sino». Muerdo uña y tormentas ante la implicación de la llamada. Cuando firmé para ser honey, suavizaron el asunto aclarando que mis funciones se limitarían al ámbito académico. Nada más que publicidad engañosa, ni la Teletienda, vaya.

—Tranquilícese, señora Morrison. —Me levanto con torpeza y camino al armario—. Tal vez esté con sus amigos.

Saco unos shorts y me los pongo al tiempo que meto los pies en las deportivas, haciendo malabares con el móvil sujeto entre el hombro y la oreja.

—Alba los ha llamado, no saben nada de él.

—¿Su coche?

—En el garaje.

—Vale, pues… —Me aparto el pelo de la cara —¿Habéis echado un vistazo en el invernadero?

Jonathan es escurridizo, pero solo hay un puñado de lugares a los que se escapa cuando quiere estar solo. Si su madre no se pusiera así de histérica ya lo habrían encontrado hace rato y nadie habría perturbado mi merecida siesta.

El suspiro de Willa impacta en mi piel a pesar de la distancia geográfica.

—¡Hemos mirado en todas partes! —brama—. ¡No somos estúpidos!

Mi reflejo en el tocador discrepa en silencio, a continuación, mis ojos viajan al pendiente que me acredita como honey; una pequeña flor de lirio, en representación al apellido de la familia. Aprieto el borde del mueble y ordeno a mi pulso relajarse. Mastico las palabras que quisiera escupirle. Que no es estúpida, aunque sí impertinente. Y que yo no soy una máquina que se apaga hasta que alguno de los Lys requiere mis servicios de nuevo.

—Sé dónde está —digo al fin, soltando aire. En contraposición, Willa inspira con fuerza—. La avisaré cuando esté con el. No se preocupe.

—Gracias, Lua. No sé qué haríamos sin ti.

Si soy justa y me alejo de la irritación, la madre de Jonathan no me trata como a una máquina. Solo que la preocupación le nubla las buenas formas cuando a Jonathan le da por escaparse sin decirle a nadie dónde está.

—Ponerle una pulsera GPS —bromeo, animada ante el cumplido.

—¿Es eso posible?

—No, no… Era una broma. Muy mala. —rectifico. Se me olvida que esta mujer no entiende la retórica y todo se lo toma de forma literal.  

—Estaré esperando —anuncia antes de finalizar la llamada.

Me ato el pelo con un lápiz y guardo el teléfono entre pantalón y cadera antes de abandonar la habitación. Antes de marcharme me asomo al salón para comprobar que mis abuelos están allí, dormitando mientras una telenovela se reproduce en el televisor. Recojo el monopatín del armario de la entrada y las llaves del aparador.

Una vez fuera, me recibe la calma en el barrio de Hensley, todos los vecinos refugiados en sus casas para evitar el calor. Tan solo se escucha el trajín de mi monopatín en el asfalto, pisando las sombras danzantes que las ramas de los árboles dibujan en el suelo. Empiezo a cantar Lover de Taylor Swift para entretenerme. Desde la vez en la que casi me atropellaron por ir escuchando música, he desistido de usar auriculares mientras patino.  

Tardo media hora en llegar a Horace Mann. Concretamente, al 441 de St. John St. Freno frente a un local en apariencia abandonado que solía ser una tienda de jabones artesanales. Las ventanas están selladas con papel marrón y hay un cartel en la puerta que indica que está disponible para alquilar. Me seco el sudor de la nariz antes de hendir la llave en la cerradura. En mi estómago se despierta un cosquilleo molesto por la anticipación que se transforma en un nido de avispas zumbantes cuando entro en el local y lo encuentro vacío. Abandono el monopatín a un lado de la puerta y la cierro a tientas con el pie, resoplando de fastidio.

Este local forma parte del gran elenco de propiedades de su familia. Jonathan lo transformó en su estudio de pintura el año pasado, tras tomar su padre la costumbre de analizar sus cuadros en busca de un estado de ánimo que pudiera considerarse alarmante. Evian y yo somos los únicos que estamos al tanto del uso que hace de él, incluso nos dio una llave a cada uno por si había alguna emergencia.

El local se conforma por una única sala diáfana, con una bombilla desnuda en medio del techo que no alcanza a iluminar su totalidad. Varias sábanas machadas de pintura se extienden en el suelo. Contra las paredes se apilan lienzos de distintos tamaños, algunos ocultos a la vista, otros acabados y otros abandonados a mitad de creación.
En el centro del local descansan varios caballetes. Por el suelo hay desperdigadas cajas con pinturas, botes con materiales y pinceles derramados de cualquier forma. Cuadernos de dibujo y papeles rotos.

Resoplo otra vez. Estaba convencida de que lo encontraría aquí, ya que es su escondrijo preferido. Pruebo a llamarlo al móvil tras dejarme caer en la butaca cercana a los caballetes. Me sale el contestador, como temía. Me obligo a no desesperar. He encontrado a Jonathan más veces de las que Steve y Daniel han resuelto crímenes. Rebusco en mi cabeza otra posible localización. No se ha llevado el coche, así que es improbable que esté fuera de la ciudad. Lo que reduce las opciones a...

Pierdo la concentración al fijarme en el lienzo que está frente a mí. Es una pintura del océano, hecha con colores que van desde el índigo al amarillo. Se adivina una silueta humana que flota en la inmensidad, hecha con trazos borrosos en la confluencia de la mezcla de colores. Una ilusión óptica generada por los oscuros del océano y la luz que se filtra desde la superficie. Es increíble. Pero también agobiante, triste y dolorosa. Me genera la urgencia de apartar la mirada y a la vez, el deseo de zambullirse en ese océano para rescatar a la silueta de sombras.

Entiendo por qué su padre busca encontrar el estado de ánimo de su hijo en las pinturas, cuentan más de sí mismo que cualquier cosa que salga de su boca.

Un quejido de madera me saca del cuadro. Aparto la mirada justo para ver la puerta que conduce a la trastienda entornarse. La espalda de Jonathan aparece segundos después y el nido de avispas que me picoteaba el estómago se disuelve por fin. Ni siquiera me había planteado mirar en la trastienda porque la mantiene cerrada con una llave que no tengo. No sé qué narices esconde ahí dentro que se niega a dejarme verlo.

—¡Hostia, Lua! —grazna al girarse y verme de brazos cruzados en medio de su estudio. Se da de espaldas contra la puerta y la paleta se le escurre de las manos, estrellándose en el suelo.

Al incorporarse después de recogerla nos quedamos observándonos. No nos habíamos visto desde la semana pasada. Cuando peleamos por una tontería que ya no recuerdo. Lo que me ha mantenido apartada de él es la tarea de Alemán que me dejó como venganza por haberlo echado de mi casa. Así que dejo que sea él quien pronuncie la primera palabra.

Mientras aguardo a que repliegue el orgullo, me dedico a reconocerlo. En busca de cambios que no encuentro. La misma piel pálida, suave y sin imperfecciones. El rostro ovalado, frente ancha, mejillas llenas y barbilla delineada sujeto a un cuello larga y estilizado. Sus ojos rasgados de color marrón, ávidos pero escurridizos tras las gafas, que se convierten en dos pequeñas medias lunas cuando sonríe. El pelo castaño partido en la mitad, que le cae hasta las sienes, liso y alborotado. Por último, la boca pequeña de labios gruesos. Jonathan es de aspecto angelical, casi irreal. De no ser por el aire de inaccesibilidad, huracán y lejanía que lo rodea y le infiera un aspecto intimidante.

—Qué haces aquí. —La frialdad de su voz me sobresalta, sumida como estoy en contemplarlo.  

—Pasar mi último día de vacaciones buscándote. —Sueno más cortante de lo que pretendo. Jonathan deposita la paleta en la butaca, inclinándose sobre mí. Mi nariz se inunda de olor a pintura y su aroma a vainilla y almendras.

—¿Me echabas de menos? —Levanta una ceja cómica, aunque aún suena distante.  

Sí. Estoy tan acostumbrada a estar con él que me resulta extraño no verlo cada día. Pero me guardo mi honestidad porque estoy aún más acostumbrada a llevarle la contraria y no darle esa satisfacción.

—Tu madre me ha llamado desquiciada porque no has aparecido en la reunión —respondo en su lugar, sentándome al borde del sillón—. Te imaginas el resto.

La frente se le llena de pequeñas arrugas. Une las manos tras el cuello y me mira desde las alturas con los ojos entrecerrados y la boca tirante.

—Vaya.

—Sí, vaya —concuerdo con sarcasmo—. Eres un desconsiderado. Cualquier día le provocas un infarto.  

Jonathan pierde la pose. Se aleja de mí y me da la espalda antes que pueda ver el arrepentimiento fugaz que aborda sus ojos. Comienza a limpiar un pincel con el trozo de tela que le cuelga del bolsillo trasero del pantalón. Con movimientos bruscos y constantes.

—Es su problema —masculla sin convicción. Sube y baja los hombros, queriendo resultar indiferente.

Aparece el Jonathan insensible de bordes afilados, tajante como un corte limpio, sin titubeos. Al que dan igual las consecuencias que acarren sus actos. Que nada más se preocupa de él y no tiene en cuenta los sentimientos de los demás. Esta es la versión que menos soporto. Casi parece otra persona, muy diferente al que yo he conocido durante estos años y que todavía me cuesta relacionar con él.

—Ahí te equivocas. Porque me salpica a mí. Y al contrario de lo que piensas, no puedes disponer de mí cada vez que me necesites.

—¿Te necesitaba? Primera noticia. —Me lanza una mirada por encima del hombro. —Además, seguro que estabas viendo la serie esa de policías. Tampoco he interrumpido nada importante.

—Claro, mi tiempo de ocio no tiene ningún valor si lo comparamos con el de un heredero mimado.

Jonathan no responde pero se crispa como un felino. Sé que he tocado un tema sensible. Utilizar sus debilidades a mi favor no me produce placer alguno. Pero a veces es la única manera para que deje de comportarse como un idiota.

—Márchate.

—Vienes conmigo.


Antes de levantarme, escribo un mensaje a Willa para informarle de que lo he encontrado. A continuación, me acerco a Jonathan, quien limpia el pincel con tanta intensidad que parece determinado a arrancarle las cedras. Se lo arrebato de las manos y lo lanzo al suelo. Sus ojos siguen la trayectoria del pincel, con el paño colgando en una mano y la otra abierta. Entrecierra los párpados hasta que casi le desparecen las pupilas y me fulmina.

—Voy a quedarme un rato más.

—No. —Lo agarro de la muñeca y tiro de él.  

—Suelta.

Estira el brazo cuan largo es, se le marcan los tendones, pero no se mueve un centímetro. Su apariencia flacucha y frágil no es más que una ilusión, tiene mucha más fuerza de la que aparenta. Afianzo los pies en el suelo flexionando las rodillas. Coloco la otra mano en su muñeca y vuelvo a tirar. Pero no funciona. Lo miro echando chispas y soplo para sacarme un mechón que se me ha metido en los ojos. Me sonríe de lado con lascivia, divertido con mi lucha. Lo que hace que me cabree más.

—Jonathan. Por. Favor. —resoplo entre dientes, tirando de él por tercera vez. Mi temperatura corporal aumenta por el esfuerzo y la frente se me llena de sudor.

Me incorporo en busca de otra táctica de extracción que no me desencaje los hombros. Jonathan se observa las uñas de la mano libre con premeditado aburrimiento, como parte de su interpretación para alterar mis nervios. No me altero con facilidad; paz, amor y esas bobadas. Pero alguien le pasó la fórmula mágica con la que crisparme hasta los átomos a Jonathan Lys. No sé si es mi Némesis o el karma de mi vida pasada. Solo sé que puede transformarme el carácter en segundos, tanto para bien como para mal.

Antes de tener oportunidad de urdir mi siguiente plan, Jonathan recoge el brazo y, como aún lo tengo agarrado, salgo volando hacia su cuerpo. Termino rebotando en su pecho antes de poder reaccionar. Me separo unos centímetros y lo observo preparada para otra pelea.

—Oye, no te me tires encima —bromea arrugando su nariz de botón. Nuestras manos aún están unidas, colgando en el aire.

—Es que con ese cuerpo… —ironizo con una sonrisa abriéndose paso en mi rostro.

Terminamos riéndonos a la vez. Mi risa es estridente y aguda, la de Jonathan calmada y reverberante. La tensión se disipa a la misma velocidad con la que suele aparecer. Podemos pasar de discutir a jugar en cuestión de segundos. Vamos del blanco al negro sin pasar por los grises. Nuestra relación siempre ha sido así, un poco volátil. Desde hace meses, además, es complicada. Porque Jonathan era la persona con la que soltaba todas mis frustraciones. Pero a base de pasar la mayor parte del día juntos y de conocer sus versiones más insoportables, ha pasado a ser él quien me produce esas frustraciones. Y mi manera de lidiar con ello, a parte de criticarlo con mis amigues, es no darle demasiada importancia a nuestras peleas.

Le suelto la mano y retrocedo un paso. Es entonces cuando reparo en las gafas que le cubren los ojos. Las he visto antes. Solo que mi cabeza acaba de procesar que Jonathan no lleva, que no deberían estar allí. Son de esta variedad moderna vintage, con los cristales grandes y la montura dorada.

—¿Desde cuándo te pones gafas?

—Un mes o así. Solo para pintar.

Asiento con los labios apretados. Sacudo la cabeza.

—Son gafas, no un tercer ojo —replica descolocado.

—Es que estás raro.

Me echo a reír sin poder evitarlo. Resulta de lo más tierno cuando está confuso; se le arruga la frente y sus labios forman un pequeño mohín, dándole aspecto de niño.

—¿Quieres acomplejarme?

—Raro pero guapo, tranquilo. —Le doy unas palmaditas en el hombro para animarlo. Carraspea y ahora es Jonathan quien aparta la vista. Se agacha para recoger el pincel y guardarlo en el bote.

—Ordeno un poco y nos vamos.

Realizo un gesto victorioso con el brazo sin que me vea al escuchar sus palabras. Al final siempre me salgo con la mía.

—Te ayudo.

Recogemos el estudio en silencio y nos marchamos. Recibo un mensaje de su madre diciendo que mandará la limusina a mi casa cuando Jonathan está echando la llave. Se lo comunico y acepta sin presentar batalla. El silencio se prolonga todo el camino de vuelta. Patino al ritmo de sus zancadas, planeando con los brazos como si fuera un pájaro. Jonathan va con las manos en los bolsillos, con la cabeza gacha, replegado en su interior.

—¿Estaba muy preocupada?

Pregunta cuando desembocamos en mi calle. La caída de la temperatura ha sacado a la gente de sus casas y estamos rodeados de familias que van al parque, paseantes de mascotas y ancianos que beben limonada en el porche. Bajo del monopatín antes de responder. Jonathan se agacha para recogerlo y se lo coloca bajo el brazo.

—Está a nada de contratar una brigada especial para buscarte cada vez que te escapes.  

El arrepentimiento cruza sus ojos. Se rasca la nuca y tensa los labios.

—Lo siento. —En principio, siempre actúa como si le diera igual lo que sus desapariciones provocan en su familia. Pero la culpabilidad acaba por alcanzarlo, porque a pesar de todas sus discrepancias, Jonathan los adora. Solo le falta demostrarlo siendo un poco menos impulsivo y considerado con ellos—. He llegado a la editorial —añade como justificación.

—Un paso cada vez, campeón.

—Eres un gran apoyo —replica con sarcasmo.  

—Se me rifan en las subastas como roca emocional. —Lo cierto es que soy deplorable en ese trabajo. No soy nada intuitiva, me distraigo y pierdo el hilo de las conversaciones sin pretenderlo. Pero con Jonathan lo intento—. Va, cuéntame—. Le propino un codazo amistoso.

—No hay nada que contar. —Deja escapar el aire de los pulmones con fuerza—. La misma historia de siempre.

Su familia es dueña de Lys Editorial, creada en 1920 pero un antepasado del que no recuerdo el nombre. Es la editorial más importante del mundo. Cuenta con sucursales en todos los continentes y tienen comprados otros sellos editoriales más modestos. Les autores más exitoses del globo terráqueo firman con ellos. Nadie les hace sombra y su competencia es más bien vacua. Si la monopolización del mercado literario no fuera suficiente, también tienen en propiedad varias cadenas de supermercados, empresas de cosméticos y unos cuantos hoteles por Europa. Por no mencionar los millones de libros que vende Christopher, el padre de Jonathan, que también les agasaja otros cuantos ceros en la cuenta bancaria. El año pasado figuraron en el top diez de las familias más ricas del mundo. De las más prestigiosas, además. Colaboran con gran cantidad de ONG’S, financian investigaciones sobre el cáncer y enfermedades raras, donan dinero para limpiar los océanos, crean programas para personas en riesgo de inclusión y ese tipo de cosas.

Su hermana Alba ha tomado el mando de las empresas de cosmética —a veces pienso que sus padres las crearon solo para ella— y de dos hoteles. Pero el resto es para Jonathan. La editorial, los supermercados y lo que sea que les dé por comprar hasta que se gradúe en la universidad. El problema es que Jonathan no quiere nada esto (he perdido la cuenta de los recreos que ha pasado quejándose de sus padres). Básicamente, todo cuanto desea es que lo dejen en paz. Durante los últimos años el futuro de los bienes familiares ha estado en segundo plano. Pero ahora que la salud de Jonathan ha mejorado, han comenzado a exigir de él lo que se espera. Compromiso, entrega y responsabilidad.

Estoy cansada de decirle que ponerse en plan transgresor y huir de sus compromisos no servirá para nada. Debe ser honesto con sus padres, las veces que sean necesarias hasta que lo escuchen. Pero Jonathan prefiere escaquearse y provocarles infartos en lugar de tener un conversación madura.

—Escaparte a tu estudio no va a solucionarlo. Habla con tu madre. No desaparezcas así —repito, una vez más, en balde.

—No puedo decirles que esto me parece una tontería porque es posible que no cumpla los diecinueve.

—Pues a mí bien que me lo dices —replico agachando la vista al suelo.

—A ti te da igual.

Vale que yo no ponga el grito en el cielo cuando se las da de escapista o recurre a su ironía tórrida. Después de todo, es lo que busca, alterar a los demás con este tipo de comentarios. Pero que no le haga caso, no quiere decir que no se me atenace la garganta ante la posibilidad de que le ocurra algo malo. Aunque sea un gilipollas que me hace la vida imposible la mayor parte del tiempo.

Jonathan me observa con los ojos bien abiertos tras las gafas. Me muerdo la uña. «No me das igual». Cuatro sencillas palabras, de no ser porque se me cierra la garganta y mis cuerdas vocales olvidan su capacidad de generar sonido. La conversación se zanja y nace un silencio viciado y tirante entre nosotros. Lo observo buscando..., no sé qué busco. ¿Decepción porque por una razón desconocida soy incapaz de desmentir sus palabras? Pero encuentro una expresión plana. Quizás a él le trae sin cuidado que me importe o no.

Por suerte, llegamos a mi casa en unos segundos y dejo de darle vueltas. La limusina de su familia está aparcada en la acera y ocupa todo el largo de la fachada. Negra y reluciente al atardecer. Algunos paseantes reducen el ritmo para curiosear. Así como los clientes que salen de la librería, que miran por encima del hombro al alejarse. Quizás preguntándose a qué persona importante pertenece y si existe posibilidad de que estuviera en la librería. Nadie la relaciona al adolescente con la ropa manchada de pintura que se para al lado.  

—¡Jack!

La cabeza de Alba asoma por la ventanilla de la limusina. Abre la puerta y se cuelga del cuello de su hermano pequeño en cuestión de segundos. Jonathan tira mi monopatín al suelo para recibirla. Se tambalea unos centímetros hacia atrás por el impacto. Rodea a su hermana con fuerza y le apoya la barbilla entre su cabellera morena.
Nunca he echado de menos tener hermanos. Pero cuando veo a Alba y Jonathan Lys siéndolo me da un poco de envidia. Eso de tener un compinche de travesuras y alguien que me guarde las espaldas cuando lo necesite.

—¿Dónde estabas? —dice con la voz ahogada. Se aparta de él y le da un puñetazo suave en el estómago.

—Por ahí.

—Déjate de crípticos, idiota. —Alba hace amagos por darle otro puñetazo, a lo que Jonathan extiende los brazos para defenderse—. A nuestros padres miénteles cuanto quieras, pero a mí me lo cuentas.

Alba tiene la voz dulce y titilante, como campanillas mecidas al viento. Sin embargo, en este momento suena autoritaria y enfadada. Por detrás del cuerpo de Jonathan advierto el empaño en sus ojos, el dolor y preocupación que nunca los abandonan del todo.

—Venga, tranquila. No ha sido para tanto. —La tranquiliza él, dándole palmaditas en la cabeza.

—Eres… —Su hermana aprieta la mandíbula frustrada. A estas alturas debería saber que sus esfuerzos no servirán de nada. Jonathan es de hierro y por mucho que insista, no conseguirá que le confiese dónde suele esconderse—. ¿Tú no me dirás dónde estaba?

Alba aparta a su hermano y se encara conmigo. Echo un vistazo acusatorio a Jonathan al tiempo que recorro la superficie rugosa del monopatín con los dedos. No sé cómo lo hago, pero siempre acabo metida en las peleas de Jonathan y su familia. Esperan que sea una chivata y sea yo quien se lo cuente, ya que él se niega. Los ojos rasgados de Alba me retan, fuertes e incisivos, buscando intimidarme. Alba se cree que le debo alguna clase de favor y respeto como honey de su hermano.

—En el parque —miento sin culpa.

—La tienes bien entrenada. —Le dice a su hermano. Alba suspira y se da la vuelta para regresar a la limusina, rendida. Despego los labios para decirle que no soy una mascota a la que enseñar truquitos estúpidos antes que desaparezca. Jonathan se posiciona a mi lado y me da un apretón en el brazo pidiendo que me calle.

Cuando Alba desaparece en la limusina, estallo:

—Un día de estos voy a meterle el tacón...

Jonathan se ríe y frena mi declaración.

—Perdón.

—No eres tú quien debe pedirlo.  

—Te veo mañana.

Choca su cuerpo con el mío a modo de despedida. Sonrío y se lo devuelvo, abandonando el escozor venenoso que me ha provocado Alba. Jonathan se adelanta a la limusina para marcharse. Ya con la mano sobre la manilla, tuerce el cuello y planta una sonrisa presuntuosa. Unos mechones de pelo le caen en el centro de la frente por efecto de la gravedad.

—Entonces, ¿me has echado de menos?

Siento una leve opresión en el pecho. De estas raras que me dan de pronto, sin motivo. Pero solo es un segundo. Acorto la distancia entre los dos para no alzar la voz. Como si estuviera a punto de confesar un secreto.  

—A lo mejor un poco.

—Lo sabía.

En esta ocasión sonríe de verdad, con toda la cara, haciendo que le salgan pliegues en las mejillas, se le contraiga la nariz y los ojos se le transformen en lunas. Le he puesto el ego por las nubes. Tener razón es su objetivo en la vida. Salirse con la suya. Ya sea en temas serios o preguntas tontas como esta.

—He dicho a lo mejor, no te emociones —replico alzando la barbilla.

En lugar de responder, me da un beso rápido en la mejilla y finalmente se mete en la limusina. Que arranca de inmediato en cuanto está dentro. Permanezco en la acera hasta que desparece en la esquina de la calle, con el fantasma de sus labios haciendo cosquillas en mi piel.

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—Luaaaaaa, ven perrita.

—Tía, no seas cabrona.

Lloriqueo ante el comentario de Daia, arrepentida por contarle mi altercado con Alba Lys. Le sacudo el plumero en la cara y ella suelta una carcajada que se propaga por los pasillos de la librería. Hemos cerrado hace media hora y mandado a mis abuelos al piso de arriba. Estamos ordenando la tienda y colocando los libros que han llegado esta mañana mientras escuchamos a Drake.

—Solo de imaginarme tu cara. —Se seca una lágrima invisible del ojo, con la voz tomada aún por la risa—. La honey perruna.

Acabo riendo también mientras sacudo el polvo de la parte superior de la estantería. Nuestra condición de esclavas es mejor tomársela con humor y, Daia es la mejor compañera para ello. La conocí a mitad del año pasado al entrar en el programa de honeys. Fue la encargada de hacerme un tour por las instalaciones y explicarme el funcionamiento del programa. Pero en su lugar, me llevó a la cafetería a beber refrescos mientras nos contamos el por qué acabamos como niñeras de dos niños ricos. Daia es esa clase de personas que no pide explicaciones para ser, transparente y dada a las aventuras. Se rige por sus reglas y las de nadie más. Hicimos clic desde el principio. Y este verano hemos pasado mucho tiempo juntas por su trabajo a tiempo parcial en la librería de mi familia.

—He estado a punto de partirle el monopatín en la cabeza.

—¿Por qué no lo has hecho? —Daia sigue colocando libros a mi lado y mueve el torso al ritmo de God’s Plan.

—Una posible denuncia por homicidio…, y Jonathan.

Tengo la lengua aplastada de todas las veces que me la he mordido delante de Alba. Solo por él. Pues a mí no me gustaría que dijeran cosas malas de las personas que quiero. Por acertadas que fueran.

—Recuerda lo que te dije cuando nos conocimos, mi joven padawan.

Frunzo el ceño.

—Me gusta tu culo.

—Lo otro.

Espera demasiado de mi memoria. Ni siquiera me acuerdo de lo que he desayunado hoy. Rebusco en mi cabeza hasta que me duele.

—Dos tetas tiran más que dos carretas. —Asiente y se deja caer en el suelo para sacar el resto de libros de la caja.

—Y tiran del cerebro de los tíos. No hay nada que un vistazo que a estas dos—Se señala las preciosas tetas que tiene—no puedan solucionar. Ni siquiera un homicidio.

Me echo a reír.

—También me dijiste que tuviera cuidado con Jonathan.

—Has demostrado ser más inteligente que Eli.

Eli era la antigua honey de Jonathan y, también su exnovia. La ruptura de esa relación es el motivo por el que yo terminé ocupando su puesto. Jonathan nunca me ha hablado de ella, vine a enterarme que tenía novia en mi primer día de honey. Nadie sabe qué pasó entre ellos. Solo que un día Eli no apareció más por la academia y unos cuantos más tarde llegué yo.  

—Somos amigos —explico sin necesidad—. Ni él caerá a mis encantos ni yo a los suyos.

—Razón de más para intentar aprovecharte de los tuyos.  

Continúo sacando libros de la caja sin hacer caso a su recomendación. No soy una letrada en el arte de la seducción como Daia. Pero a veces consigo realizar una caída de ojos que me cede el sitio en el tranvía o que anima a los proveedores a traer los pedidos a tiempo. Algún provecho tenemos que sacarle a que nos vean como meros agujeros donde meter su cerebro. Pese a ello, utilizarlos con Jonathan no entra en mis planes. Enturbiaría la situación más de lo que ya está desde que soy su honey. Jonathan no es controlador, ni exigente o aprovechado, es decir; que no me trata como a su esclava. Pero me da cierto miedo que se convierta en el máster. No quiero quiero perder al chico que me traía Snickers a los recreos, con el que puedo hablar de las cosas que callo con el resto o discutir por las que no tienen importancia alguna. Ni al que me abraza o da besos en mi mejilla cuando menos lo espero. Necesito conservar a mi amigo. Así que me esfuerzo porque las cosas sigan como antes, aunque hayan cambiado tanto.

Daia me da un toque con la zapatilla en el tobillo para captar mi atención de nuevo.

—Mejor no —digo con retraso.

—Oh no, disfrutas siendo el sabueso de esa familia.

Pongo los ojos en blanco. Cuando le he explicado el motivo por el que he llegado tarde a trabajar Daia ha estado a punto de exorcizarme.

—Claro que no. Pero no me queda más remedio.

—Negarte es mejor que el paracetamol.

—Quedarme tres años sin estudiar no.

—Es Jonathan quien tiene la última palabra, no su madre —recuerda, perdida en la portada de un libro que ha captado su interés.

Daia piensa que los Lys se han hecho con el control de mi vida. Aunque no sea así en lo absoluto. He marcado muy bien los límites entre lo que pueden exigirme o no. No salgo a buscar a Jonathan cuando desaparece porque esté obligada, sino porque se lo prometí a su madre la primera vez que la vi.

Regreso a ese momento de hace tantos meses atrás…

La residencia de los Lys era algo sin igual. Pensé que, si a partir de entonces tenía que gastar mis tardes detrás de Jonathan, no me importaba si era en ese lugar. Era deslumbrante, desde el estanque con palmeras y cascada que adornaba la entrada hasta el vestíbulo. Todo de mármol y cristal. Techos que se extendían al infinito. Una escalera que ni la de los castillos de las princesas Disney.

—¿Eso es un Velázquez?

Pregunté a Jonathan cuando entramos, señalando un cuadro colgado en la parte superior de las escaleras.

—No te entretengas.

Me agarró por la muñeca para arrastrarme a través de un amplio pasillo, con más ventanales y piezas de colección que seguramente costaban más que los inmuebles de toda mi estirpe.

—Vives en un museo.

—Es una casa, Lua —replicó desinteresado.

Me molestó que le diera tan poco valor. Como si cualquiera pudiera vivir en un palacio como aquel. Cuando había millones de personas en el mundo que ni tan siquiera podían acceder a una comida decente al día.

—¿Me vas a decir por qué estamos en tu casa?

Era mi primer día como honey y había echado mucho de menos a Leah y William. Pero fue mejor de lo que esperaba. Las clases no parecían más complicadas que las que daban en mi lado de la escuela. El resto de honey eran simpátiques y había hecho buenas migas con Daia y Mei, quien también era nueva y amaba a Los Beatles tanto como yo. Después del primer día, había una pequeña parte de mí que incluso estaba curiosa por ver qué me deparaba mi estancia en la academia. Pero al salir de clases lo único que había querido era marcharme al hospital a ver cómo estaba el abuelo. No ir de excursión a casa de Jonathan.

—Mi madre quiere conocerte.

Frené en seco en mitad del pasillo, arrastrando a Jonathan conmigo. Se giró con una expresión cáustica preparada en los ojos.

—¿¡Con estas pintas!?

Me echó un vistazo calculador de arriba abajo. Hizo un gesto desinteresado con los labios.

—Estás bien.

—Para ti siempre estoy bien, tu opinión no cuenta.

Había cambiado la chaqueta del uniforme por una sudadera abierta de color verde. La camisa estaba arrugada por los bordes y tenía una mancha de zumo de arándanos a la altura del pecho. Por no mencionar que llevaba el pelo sucio atado en una coleta porque me había quedado dormida y no tuve tiempo de ducharme por la mañana.

—Ya estás contratada. No es una prueba, solo quiere conocerte —explicó retomando la marcha. Lo seguí medio corriendo para no rezagarme—. Tan solo evita parlotear sobre los olmecas o alguna de tus cosas raras.

—He visto Dowtown Abbey. Sabré comportarme.

—No me refería a eso. —Jonathan me miró de reojo con un poco de culpa.

—Seguro.

Llegamos a otro pasillo que se perdía en dos direcciones distintas. Jonathan abrió las puertas correderas que ejercían de pared. Daban a un porche amplio de piedra, que desembocaba en un jardín infinito. A lo lejos podía apreciarse una piscina impresionante.

—Mamá.

Me había quedado tan absorta con el paisaje que no me di cuenta que sentada a una mesa de al menos tres metros, estaba la madre de Jonathan. Se me retorció el estómago. Jonathan se separó de mí y acudió a su encuentro. La mujer se levantó con ímpetu y lo atrapó en sus brazos. Jonathan se revolvió entre quejas, las mejillas enrogecidas. Me mordí el labio para no reírme.

—¿Qué tal el día, cariño? ¿Cómo te sientes? ¿Has estado bien?

Soltó todas estas preguntas como si las tuviera memorizadas. Al tiempo que recorría a Jonathan y le toqueteaba la frente. Él se apartó de ella con los hombros tensos, sin responder ninguna de sus preguntas.

—Esta es Lua Stryker.

Su madre reparó en mí por primera vez. Una mujer despampanante, aquella. Poseía la belleza de los ricos. El pelo liso hasta los hombros, de color castaño claro, perfecto y brillante. Un rostro indulgente, con facciones marcadas pero delicadas y redondeadas. Llevaba un vestido negro de corte recto que le llegaba hasta las rodillas y se le ceñía al cuerpo como una segunda piel.

Era mucho más alta que yo, lo que hizo que me sintiera más intimidada. Jonathan volvió conmigo para situarse detrás de mi cuerpo. No sé si para brindarme apoyo o evitar que saliera por patas en dirección contraria.  

—Es un placer conocerla, señora Lys. —Mi voz emergió sin fuerza, vergonzosa y aguda.

«Solo es una persona», me reprendí. Claro que esta era la mujer que había pagado la operación de espalda de mi abuelo y quien iba a ingresar varios miles de dólares en mi cuenta bancaria todos los meses. La primera impresión que se llevara de mí contaba. Si no le gustaba, quizás se arrepentía de haberme contratado y teníamos que devolverle el dinero de la operación.  

—En realidad, es Morrison. No adopté el apellido de mi marido cuando nos casamos. —No supe descifrar la emoción en su tono de voz, demasiado monótono. En eso me recordó a Jonathan. Los dos igual de impertérritos.

—Disculpe.

Empezó a sudarme la espalda. Escondí las manos dentro de las mangas de la sudadera. Cuanto notaba era mi pulso despedido dando un concierto acústico a mis huesos. No podía sacudirme de los hombros la sensación de que esa mujer podía ver todos mis fallos, todos los aspectos de mi personalidad y mi cuerpo que me hacían sentir insegura.

—Me gustaría hablar contigo —dijo sin atender mi metedura de pata—. Jack, déjanos solas.

La mano de Jonathan apareció en mi hombro, apretando con suavidad. Quise esconderme detrás de él y estamparlo contra la pared por la emboscada que me había tendido. Lo miré atónita por encima del hombro.

—Mamá… —advirtió. Escuché cómo le crujía la mandíbula.

Pensándolo bien, tal vez la emboscada nos la habían tendido a ambos.

—Tráele un refresco a tu amiga.

—Pero…

—Ahora, Jack.

Incluso un agente de inteligencia del gobierno se hubiera derrumbado ante tal tono. Por lo que Jonathan me soltó después de darme un apretón animoso y desapareció dentro de la casa, ignorando la súplica en mis ojos.

—Siéntate, por favor.

La señora Morrison retomó su asiento y yo acabé sentándome en la mesa contigua a la suya en el lateral de la mesa. Me mordisqué la uña, un mal hábito que salía en situaciones de estrés. Aún más nerviosa porque sabía que Willa percibía mi turbación. A mí todo se me refleja en el rostro, no domino el arte de ocultar mis emociones.

—Tranquila, solo quiero conocerte un poco. —Willa estaba recta como un palo, con las manos apoyadas sobre el regazo. Más que tranquilizarme, me revolvió el estómago. Me sentía como si estuvieran a punto de juzgarme por un crimen.

—Puedo tocarme la punta de la nariz con la lengua —Me pellizqué el muslo ante la tontería que se me acababa de escapar. El corazón más desbocado si cabía y la nariz arrugada de vergüenza ajena hacia mí misma—. No sé por qué he dicho eso. Olvídelo, por favor.  

—Háblame de tu historial académico —dijo sin más, igual de impasible.

—Estudio en el Hoj…, en la otra parte—. Interpreté la aclaración realizando un gesto con el dedo—. Me dieron una beca completa.

—¿Cuáles son tus planes de futuro?

Empecé a tomarme aquello como una entrevista de trabajo y me relajé un tanto. Solo debía dar respuesta concisas, nada de divagaciones.

—Quiero hacer un doble grado en Comunicación e Historia.

Willa movió la cabeza con aprobación.

—Eres una chica de letras.

Ladeé la cabeza en desaprobación.

—Prefiero el mundo audiovisual. Quiero ser documentalista —aclaré. Tarde, me di cuenta que acababa de desmerecer su profesión y me puse a sudar de nuevo—. ¡Pero valoro mucho las palabras!

—No debes matizar todo lo que dices por temor a ofenderme. —Hizo una mueca que se asemejaba a una sonrisa.

Enrojecí. Me hundí en la silla. ¿Dónde narices estaba Jonathan? ¿Se había ido a buscar el refresco a la tienda más alejada de la ciudad?

—Vale.

—Jack ha insistido mucho en que seas su honey. Dice que sois amigos.

—Sí.

Si eso le parecía bien o mal, era imposible decidirlo. Así que me mordí la lengua para no mencionar que había acabado siendo su honey por haber perdido una apuesta contra su hijo.

—E imagino que estás al tanto de su situación.

En un principio, no supe a qué se refería. Pero mis dudas se resolvieron al ver que la careta indulgente se le fue a pique. La piel tersa se llenó de arrugas y en su mirada nació esa clase de miedo que te deja sin palabras. Se refería a su estado de salud.

—Lo estoy.

—Bien. —Apretó los labios—. Porque él parece olvidarlo. Es imprudente y no tiene en cuenta todos los peligros que corre con su forma de comportarse. Y me temo que no hay quien le haga entrar en razón.

Desde mi perspectiva estaba exagerando, quizás influenciada por todas las conversaciones con Jonathan acerca de la sobreprotección de su familia. Pero yo no era madre y no podía juzgarla. Su hijo estaba en una situación complicada. Estable y esperanzada, pero no menos delicada.

—Es bastante testarudo —concordé.

Apartó la mirada unos segundos. La dejó suspendida en el aire, en un punto detrás de mí. Aguardé lo más tranquila que pude. El tono que acababa de adquirir la conversación me hizo sentir aún más incómoda.

—Sé que lo que te voy a pedir no compete a tus responsabilidades como honey.

Tragué saliva y me obligué a asentir.

—Usted dirá.

—Vas a pasar mucho tiempo con él a partir de ahora —comenzó, rascaba la superficie de la mesa con la uña de manera inconsciente—. Quiero pedirte que lo vigiles e intentes que no haga muchas tonterías. Tiene muy buenos pronósticos, pero si no se cuida…

Solté el aire aliviada. No era nada del otro mundo. Podría hacerlo mientras me aseguraba de que cumplía con todas sus responsabilidades.

—Lo haré.

Asintió repetidas veces, como para asimilarlo. Cuando sus ojos volvieron a chocar con los míos, me sobresaltó la impetuosidad que cargaban. Vi en esos iris marrones una desesperación antigua, infinita e indescriptible. Me sentí como si acabara de sumergirme en un lago helado en pleno invierno.

—Él…, mi hijo resta importancia a su estado de salud. —Volvió a explicar. En un tono decadente e implorante—. Puede pasarse días en mal estado antes de contárselo a alguien. Arriesgando su recuperación. Confío en que tú serás más responsable y…

—Se lo contaré. No tiene de qué preocuparse.

Apoyó la mano en mi antebrazo a modo de agradecimiento. En ese gesto yo sentí que me traspasaba el peso de una responsabilidad inmensa. Pero, cómo negarme. Aquella mujer estaba desesperada.

—Gracias.


Y este es el motivo por el que hago todo lo que hago. Por un madre temerosa con un hijo cabezota e irresponsable.

—Eh, nave nodriza. Pon los pies en la tierra.

Sacudo la cabeza de vuelta al presente. Sin ser consciente de cuánto tiempo he estado ausente. Daia me observa a expensas de que hable. Retomo el hilo de la conversación:

—Jonathan no tiene la última palabra. La tengo yo.

Sonríe malévola.

—Y la alumna, se convierte en maestra.

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Nací en Turquía y durante los diez primeros años de mi vida recorrí el mundo junto a mis padres. He conocido diversas culturas, presenciado amaneceres ardientes en Kenia y atardeceres helados en Finlandia. Posiblemente, he llenado más pasaportes de los que llenará una persona en toda su vida. Pero no conocí la rutina y seguridad de un hogar hasta que llegué a San José. Tener un sitio al que volver, donde refugiarme y sentirme segura cuando todo tiembla. Dudo que lo hubiera llegado a encontrar sin mis abuelos. Si no hubieran aceptado acogerme en su casa, seguiría dando tumbos entre países en busca de animales exóticos junto a mis padres. Nunca habría ido al colegio ni tendría amistades que durasen más allá de la estancia en el país en cuestión.

Cuando me mudé a su casa, solo los había visto en un par de ocasiones y escuchado su voz en llamadas esporádicas de contados minutos. Para mí eran personajes en las historias que mamá me relataba durante las horas muertas entre aeropuertos.  Elena Pryce y Alfred Geiszler: cocineros, libreros y supervivientes. Judíos nacidos en la Alemania nazi. Su historia, como la de millones de personas, está teñida por la sangre y horrores del Holocausto.

Mi abuelo tenía diez años cuando lo mandaron a Auschwitz. Había pasado los tres primeros años de la guerra escondido en el sótano de una familia junto a su hermana pequeña. Pero la SS acabó dando con ellos. A su hermana la mandaron a la cámara de gas nada más bajar del tren. Él la evadió escapándose a la fila de los útiles. Durante el registro, el hombre que se encargaba de la tarea cambió su fecha de nacimiento. Fue uno de los muchos gestos humanos que le salvó la vida durante su estancia en el campo de concentración. Llegó al final de la guerra y pasó años buscando a sus padres. Emigró a Estados Unidos tras descubrir que su padre fue fusilado y su madre murió de inanición en Birkenau. La abuela no estuvo en ningún campo de concentración. Era un bebé cuando estalló la guerra. Sus padres lograron sacarla de Alemania en 1938 y creció con la hermana de su padre en San José. Pero el resto de su familia no tuvo tanta suerte. Sus padres, hermanos, tíos, tías, primos… Todos murieron a manos de los nazis.

Se conocieron en los años cincuenta en Nueva York, en la cafetería en la que trabajaba ella. El abuelo iba allí todas las noches después de salir del trabajo. Él siempre se quedaba hasta el cierre para acompañarla a casa. Ella no le cobraba el primer café. Y acabaron por enamorarse.  Años después, al morir la tía de Elena, se mudaron a San José. Invirtieron sus ahorros en su negocio y se embarcaron en el sueño americano. Son unos luchadores, este par. Les costó mucho empezar a obtener beneficios del negocio. Mientras lidiaban con la posibilidad de no poder ser padres como querían. Según los médicos, la abuela tenía un útero hostil y existía muy poca probabilidad de que se quedara embarazada. Pero no dejaron de intentarlo hasta que, tras varios abortos, nació mamá. Y, tras varios años de pérdidas, lograron sacar la librería adelante.

Esto es lo que eran mis abuelos cuando llegué a su casa con una mochila enorme a la espalda y muchos temores. Historias sobre masacres, superación y rechazo a una religión que marcó irremediablemente el curso de sus vidas. Pero después de seis años viviendo con ellos, he descubierto que sobre todo son amor. La abuela, que me atiborra a comida y nuestras conversaciones mientras lavamos los platos. Los domingos sentada a los pies de la butaca del abuelo viendo películas de vaqueros y el vaso de leche que me trae todas las noches a mi habitación.

Les debo mucho, no solo por acogerme, sino por todo el apoyo que me han dado en estos años. Son las personas que más quiero y cuanto deseo es hacer que se sientan orgullosos de mí.

—Solo una taza, por favooooor.

Suplico por tercera vez con las manos en posición de rezo, los labios fruncidos hacia afuera. Las arrugas del rostro de la abuela se contraen en una sonrisa dulce. No me mira, sin embargo. Sino que sigue cepillándome el pelo con movimientos profesionales y constantes, igual que todas las noches.

—Cielo, si tomas té no vas a dormir. Mañana es el primer día de clase.

—Ya, pues díselo a la tarea de Alemán.

Mi resquemor hacia Jonathan ha renacido con aires renovados cuando he vuelto a mi habitación tras la cena y he visto los deberes que me encasquetó la semana pasada. Llevo dos horas traduciendo textos y aún me faltan cuatro más. Tengo buen dominio del alemán. Pero me distraigo con tanta facilidad que casi voy a frase por cuarto de hora.
La abuela me da unos toquecitos en la coronilla entre la reprobación y el cariño. Coloca sus manos venosas en mis hombros y sus ojos azules se reúnen con los míos en el espejo del tocador. Sonrío con cariño. Es tan guapa… Con su rostro en forma de corazón lleno de arrugas, de ojos amorosos y boca alargada. Los rulos en el pelo canoso y su bata de algodón color púrpura.

—Si esta bonita cabecita tuya se estuviera quieta…

—Me aburriría mucho.

—¿Estás emocionada por tu último año?

Apoyo la cabeza en su estómago con cuidado y cubro sus manos con las mías. Son suaves y cálidas. Son hogar. Encojo los hombros ante su pregunta.

—Mucho. Quiero ver cuánto aguanto antes de matar a Jonathan —bromeo.

La abuela chista repetidas veces, tomándose mi declaración con seriedad.

—Esta familia ha sido un regalo que nos ha mandado Dios, querida. Asegurarte de que Jonathan cumple con sus obligaciones es lo menos que podrías hacer.

Voy a morderme la uña, pero la abuela me lo impide de un manotazo rápido. Escondo las manos en el regazo. Se me dispara el corazón. Los Lys no nos han regalado nada. Darme una beca para la universidad y darme dinero es el pago por mis servicios. Trabajo para ellos. No son mis mecenas ni mis ángeles de la guarda. Aunque la abuela los vea como tal. Es cierto que no podría haber optado a la Ivy League de no ser por el programa de honeys. Ni aún consiguiendo que me admitieran, no tendríamos dinero para pagar las cuotas. Pero no es ningún regalo. Me lo voy a ganar este año asegurándome de que Jonathan se gradúe y cumpla con sus obligaciones.

—Lo sé —miento por contentarla. Es mayor y tozuda, nadie consigue que cambie de opinión.

—Y han pasado por mucho. Si puedes contribuir a mejorar la situación debes hacerlo.

Suspiro. La abuela creció en una época en la que la consciencia social lo era todo. No existía el yo, sino el nosotros. Tiene está predisposición natural a tender la mano a quien lo necesite y la creencia de que el mundo funciona a favores. Si ella sirve una porción de tarta, está haciendo el favor de alimentar a una persona y esta se lo agradece con dinero, para que pueda continuar alimentando a los demás.

—También lo sé. Haré todo cuanto esté en mi mano.

—¡Se me olvidaba! —exclama. Se da una palmada en la frente—. Wilbur vino a buscarte mientras estabas fuera.

—William, ¿dices?

—Ese, ese.

—Mañana le llamo.

Lanzo otra reprobación al pendiente del lirio en el tocador. William ha pasado todo el verano en Ámsterdam en casa de unos parientes. Estaba deseando que llegara para que me contara todas sus aventuras antes de que comenzaran las clases y tener un rato para vernos. Con mi horario inhumano ha sido casi imposible quedar con Leah y William y he perdido otra oportunidad por estar jugando al gato y al ratón con Jonathan.

—Ajá.

Un brillo travieso le atraviesa los ojos. Se da unos toquecitos conspirativos en la barbilla. Me cubro las mejillas con las manos, enternecida.

—William es homosexual —explico matando sus ilusiones. Ya familiarizada con lo que esconde su ajá.

—Hoy en día los hombres se depilan, gracias al cielo.

Irrumpo en carcajadas.

—No, abuela —corrijo—. Es homosexual, no metrosexual.  Eso quiere decir que le gustan los chicos.

—Oh. —Se atusa los rulos mirándose al espejo—. Una lástima, es un muchacho encantador.

Cualquier chico que se me acerca le causa la misma impresión. Es una romántica sin remedio. Ama el concepto del amor. Piensa que yo caeré en sus garras cualquier día próximo, entre las estanterías de la librería, a ser posible. Pero a mi edad es fácil confundir el amor con las feromonas adolescentes. Crees estar enamorada cuando solo es una atracción que dura un par de semanas y que te hace cometer tonterías, incentivada por lo que te venden en las películas y las series.

—De todas formas, sabes que no salgo con chicos.

Tomé esta decisión a una edad bien temprana. Nada de relaciones hasta que me gradúe, lograr entrar en la Ivy League es mucho más importante que vivir un romance. Ya tendré tiempo de que me rompan el corazón cuando cumpla mi objetivo. Por el momento, prefiero recibir mi dosis de amor adolescente con historias ficticias empalagosas y cuestionables.

—Te encanta hacer las cosas al revés ¡Estás en la edad! Luego te haces mayor y con todas las responsabilidades no encuentras hueco.

La puerta de la habitación se abre de pronto. Mi abuelo aparece sujetando un platito en el que lleva mi vaso de leche. Agradezco la interrupción, no quiero sumergirme en otro debate con la abuela.

—Aquí están mis chicas. ¿A quién estáis calumniando esta noche?

Camina a pasitos cortos, procurando que la leche no se derrame. Lo deja al filo del tocador y me pellizca la mejilla antes de colocarse las gafas, que siempre le resbalan hasta la punta de la nariz.

—A tu nieta.

Pongo los ojos en blanco.

—Está enfadada porque no sigo los designios del amor.

Me levanto del escritorio y le doy un beso al abuelo en su cabeza pelada. En los últimos años ha menguado en estatura y soy más alta que él. La abuela se sitúa a su lado.

—Bien hecho, los hombres no servimos para nada. —Cabecea con orgullo.

Su mujer rebolea los ojos al tiempo que le coloca el jersey sobre los hombros.

—Con lo poco romántico que eres, qué vas a decir.

—¿No lo soy? —Se ofende. A continuación, se inclina a su oído y le susurra unas palabras que escapan a mi audición. La abuela enrojece riendo como un ratoncito.

—Viejo pícaro.

—Soy romántico.

Me dice rodeando a la abuela por los hombros. Los observo conmovida y el pecho lleno de nudos. Parpadeo para deshacer las lágrimas. Para una persona que rechaza tanto el amor, soy una sentimental que se conmueve ante el mínimo gesto de cariño.

—Es hora de irse a la cama —concluye la abuela—. Puedes levantarte temprano para terminar la tarea.

Asiento. Me acerco para darles un abrazo y las buenas noches. Marchan hacia la puerta cogidos de la mano. El abuelo se detiene en el pasillo para lanzarme una última mirada. Alza el dedo índice y me apunta con él.

—El último año de instituto, cómo pasa el tiempo… Princeton está a la vuelta de la esquina. Cada vez queda menos para que eches a volar.

De pronto, la idea de marcharme a la otra punta del país me aterra. Separarme de ellos y no estar aquí para cuidarlos. Desde que el abuelo tuvo el accidente rechazo la idea de apartarme de su lado durante más de un día, aunque puedan valerse por sí mismos. Por eso me he pasado el verano en San José y rechacé irme con mis padres a Rabaul o pasar dos semanas en la villa italiana de los Lys. Pero, si todo va bien y me admiten en Princeton, mi marcha será inevitable... Sacudo la ansiedad que me produce ese pensamiento y me tumbo en la cama.

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Me bajo del tranvía unas cuantas paradas antes de llegar a la Academia Hoj. Las mañanas son mi parte preferida del día para patinar. La humedad sigue dormida y el viento mantiene mis mejillas frescas. Me termino mi desayuno —una piruleta de fresa— y espero a que el sueño que agacha mis párpados desaparezca. He tenido que despertarme a las cuatro de la mañana para terminar la tarea de Alemán y ni aún así he podido hacerlo.

La Academia Hoj se materializa, como si de la Atlántida se tratara, frente a mí; impoluta y brillante. Rodeada de alumnos con uniforme que se adentran hacia el patio. Busco a Leah y William al sumergirme en el gentío, con la esperanza de pasar un rato juntos antes del comienzo de clases, sin éxito. Nuestro encuentro tendrá que relegarse a otro momento de la semana. Lo que sí encuentro entre el gentío son miradas a mi uniforme. Hay de todo. Curiosidad, desprecio, lástima… Trato de no prestarles atención, a pesar del sudor que perla mis manos.

Veo a Jonathan a un par de metros de distancia bajándose de la limusina. Tomo impulso con el pie para ganar velocidad.

—¡Piensa rápido! —grito cuando estoy apunto de arrollarlo.

Jonathan reacciona por instinto y usa las manos para frenarme y evitar que me estampe contra él. Yo también freno con el pie un poco. Tampoco es plan de romperme la rodilla el primer día. Eso también podemos relegarlo a otro momento.

—Hola a ti también —saluda con una sonrisa perezosa, aún sujetándome por los hombros. Lleva el pelo revuelto, como si no se hubiera molestado en peinarse, lo que es probable.

—Hoy no te mezclas con la plebe.

Señalo la limusina con la barbilla al tiempo que coloco el monopatín entre las tiras de la mochila. Pone los ojos en blanco y empieza a caminar hacia la entrada. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta y la mochila colgando de un solo hombro.

—Mi madre ha amenazado con ponerme una pulsera GPS. —Tomo nota mental de no darle más ideas a Willa—. Prefiero esto, hasta que se relaje.

—¿Quieres decir que vas a ir a clase y hacer los deberes como un niño bueno? —chillo con falso tono meloso. Aunque me vendrían bien unos días para habituarme a la rutina sin tener que estar pendiente de que no haga una de las suyas.

—Depende, ¿tienes pensado ponerme una pulsera? —reta con expresión elocuente. Lo que significa que está de buen humor.

—Depende —imito su tono arrastrado. Me adelanto a él y empiezo a caminar de espaldas—. ¿Puede ser rosa, con purpurina y lentejuelas?

—Sin lentejuelas —declina.

Le saco la lengua antes que me haga girar antes que me tropiece con las escaleras. Las subo de carrerilla y lo espero en lo alto, rebuscando mi teléfono en los bolsillos de la mochila. El resoplido ahogado de Jonathan hace que me olvide de ello. Al levantar la vista lo encuentro a mi lado, con las manos apoyadas en los muslos y respirando con dificultad. Trago el trozo de cemento de mi garganta. Le sostengo la barbilla para que me mire y comienzo a buscar algún signo de malestar en su piel. Salvo por las ojeras y el tono pálido de su piel, no veo nada fuera de lo normal.

—Hey, ¿estás bien?

Jonathan asiente con los ojos cerrados. Me apoya una mano en el hombro. Aguardo a que recupere el aliento, apartando unos cuantos mechones de pelo que le caen sobre la frente. Me digo que no es nada de lo que alarmarse. Algunas veces se fatiga en exceso con actividades pequeñas como subir las escaleras.

—Ya está.

Me suelta y se aparta un paso. Amaga una sonrisa para afianzar sus palabras. No sé si creerlo, pues cuesta saber cuándo está fingiendo. En esto Willa no exageró. Jonathan es muy descuidado con su salud. Pero por esta vez, decido fiarme. Después de todo, si está mal de verdad, acabará por notársele.

Le sostengo la puerta para que entre. El pasillo se encuentra desierto, en un silencio sepulcral. Echo de menos el alboroto de los pasillos del otro lado de la academia. Las charlas junto a las taquillas, chocarte con alguien que conoces y quejarte del profesor de turno durante los cinco minutos de descanso. Aquí no somos los suficientes para que esto ocurra.  Aun así, me alegra volver. Tengo ganas de ver a la loca de Sakura, hacer experimentos con Evian desde el tejado y hablar con Mei sobre Los Beatles a la hora del almuerzo. Este lado tampoco está tan mal. Quizás un tanto irreal porque lo construyeron para un puñado exclusivo de adolescentes y abogan por la esclavitud. Pero mejor de lo que creí.

—Se me olvidaba.

Giro el cuello hacia Jonathan, que rebusca algo en el bolsillo de la chaqueta mientras avanzamos por el pasillo. Cuando lo encuentra, me tiende un rectángulo de cartón. Al ver de qué se trata, una sonrisa inmensa me tira de todos los músculos de la cara. Es una postal de Ringo Starr en blanco y negro, con él detrás de la batería, las baquetas alzadas y la mirada perdida en un lugar fuera de la fotografía.  

—¡Te has acordado! —Lo zarandeo por el brazo presa de la felicidad.

Colecciono postales desde que soy niña. Tengo una de todos los países, ciudades y pueblos que he visitado. También de artistas, películas o animales. De cualquier cosa. Me he pasado el verano recordándole a Jonathan que tenía que traerme una postal.

—Iba a dártela antes, pero como no me hablabas… —comenta con una ceja alzada y expresión de falsa indignación.

Me llevo una mano al pecho.

—¡Tú no me hablabas!

Se le desencaja la mandíbula.

—Joder, si me echaste de tu casa a patadas.  —Entrecierro los ojos rebuscando en mi cabeza. Jonathan pone los ojos en blanco—. Ni siquiera te acuerdas del motivo.

—Bueno…, sería porque…, esto. —Jonathan suelta una carcajada y a mí me asciende un calor furioso por el estómago— ¡Algo harías! Además, me dejaste tu tarea de Alemán. Te merecías mi silencio.

—Conclusión, no me hablabas tú.

Le saco la lengua de nuevo. Miro en mi reloj de muñeca, extrañada porque no haya un solo alma en los pasillos. Y, con razón no hay nadie:

—¡Puñetas!

—¿Ahora qué te pasa?

—Llego tarde a la reunión.

Salgo disparada escaleras arriba sin despedirme. La impuntualidad también podría haberla dejado para otro día de la semana.


Última edición por betty. el Jue 04 Feb 2021, 1:03 pm, editado 21 veces
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The Honey System - Página 3 Empty Re: The Honey System

Mensaje por indigo. Vie 06 Sep 2019, 10:37 am

Capítulo 02.02
Honey is Lua || Master is Jonathan || betty.


¿Cosas que me ha aportado ser honey? Responsabilidad. Soy buena estudiante, pero despistada y desastrosa. La posibilidad de quedarme tres años sin estudiar ayuda a que me aplique. El dinero también es un buen aliciente. Mis gastos para el primer año de universidad están cubiertos y hemos podido contratar a una persona que ayude a mis abuelos en las tareas más pesadas, ya que yo no paso mucho por casa entre semana.

En las desventajas prefiero no pensar a menudo. Sin embargo, estas encuentran la manera de hacerme recordar que están aquí…

—Lua, espera un momento.

Lola me corta el paso cuando me dispongo a abandonar la sala, ya vacía, para ir a clase. La reunión del primer lunes del año acaba de finalizar. Todo ha sucedido como siempre. La única novedad ha sido la incorporación de dos nuevos honeys: Baztan e Ian.  

—Dime.

Lola sonríe para hacer ver que todo está en orden. Su melena pelirroja reluce bajo la luz del techo.

—¿Cómo está Jonathan?

—Bien. Mucho mejor.

—¿Y tú?

—Perfecta. Un poco hambrienta, eso sí. —Una piruleta de fresa no es el desayuno más nutritivo del catálogo. —¿Ocurre algo? —Intento cotillear los papeles que está mirando poniéndome de puntillas.

Lola es nuestra consejera. Se asegura de que la situación con nuestro máster sea adecuada y está disponible siempre que necesitemos orientación. Pero no deja de sorprenderme que quiera hablar conmigo a una altura tan temprana del curso.

—Lo cierto es que sí. —Levanta la cabeza y me pilla curioseando. Enrojezco un poco—. Quiero hablar sobre tu rendimiento.

—Vale.

¿A qué rendimiento se refiere si aún no he empezado el curso?

—Del tuyo y del de Jonathan, en realidad. Los profesores se han quejado de la falta de este —explica. Sonríe de nuevo, solo que a mí no me tranquiliza—. Sé que tuviste que hacer todos sus trabajos y tareas al final del curso. Además de estudiar para tus propios exámenes.

—¿Adónde quieres llegar?

Estoy muy orgullosa de mi desempeño académico. Lola acaba de decirlo, hice mi trabajo y el del vago de Jonathan y logré aprobar todo sin sufrir alopecia temprana.

—Es vuestro último año. Va a ser el más difícil de todos y a estos chicos se les exige excelencia. Si no la alcanzan, la dirección culpa a su honey. Porque es vuestro trabajo aseguraros de que cumplan con las expectativas. —Voy a replicar, pero Lola me detiene apoyando la mano en mi hombro—. Ya sé que es injusto y que la situación de Jonathan es complicada, pero sabes cómo funcionan las cosas aquí.

Respiro hondo. Lo sé. No merece la pena enfadarme, sabía dónde me estaba metiendo. Espero a que Lola continúe tirándome de la chaqueta del uniforme hacia abajo. Ya que no me quedan uñas que morder.

—Debes poner empeño en que Jonathan atienda sus responsabilidades. Ayudarlo, no hacer las cosas por él—. Me río, como si fuera así de fácil—. Porque si él no da lo mejor de sí, tú no podrás dar lo mejor de ti. Tienes una beca asegurada, pero aún tienen que aceptarte en Princeton.

Lo que traduzco a «O mantienes tu historial impecable o despídete de tus sueños». Si no logro que Jonathan mueva el culo, me relegarán de mis funciones como honey. Es lo que está diciendo. No solo perderé Princeton. Puedo perderlo todo.

—No te preocupes, Lola. Me las arreglaré.

Me despido de ella y abandono la sala de honey. Justo cuando suena el timbre de la primera clase. Jonathan está sentado en el suelo en la pared de enfrente, con su cuaderno de dibujo abierto sobre el regazo y un carboncillo detrás de la oreja mientras usa un bolígrafo para dibujar.

—Muévete. —Le arranco el cuaderno y empiezo a andar hacia las escaleras.

—¡Qué mosca te ha picado!

Jonathan me alcanza y recupera su cuaderno con la misma brusquedad con la que yo se lo he quitado.

—Ninguna. Arréglate el uniforme. —Con manos bruscas, le aprieto la corbata y bajo las solapas de la chaqueta. Jonathan me analiza, labios apretados y gesto receloso.

—Lua…

—Tienes que ponerte las pilas —apostillo entre dientes—. Vamos a quedar para estudiar tres veces por semana, como mínimo. Estudiarás para los exámenes. Harás los trabajos y no te saltarás ninguna clase. El empollón más empollón del país será un mediocre a tu lado, ¿lo pillas?

Reprime una carcajada y comienza a descender por las escaleras. Su reacción hace que me detenga un escalón por encima de él. Notando una oleada de frustración.

—Estoy hablando en serio —rebato. Jonathan termina por retroceder, colocándose un par de escalones por abajo, aún confuso por mi cambio de humor—. La dirección me culpa de que vayas de culo.

Rueda los ojos.

—Siempre están igual. Ya se les pasará. —Resta importancia con un encogimiento de hombros.

Ahí está. El Jonathan del apellido que vale oro. Que hace y deshace a su antojo sin pensar en nadie más que en él. El que no se toma nada en serio porque sabe que nunca habrá consecuencias porque mamá, papá y sus millones lo arreglarán.

Me muerdo el labio para no gritarle.

—Lua, todo va a ir bien —añade al ver mi expresión.

Extiende la mano, supongo que para tocarme. Pero subo otro escalón para apartarme. Deja caer la mano y se le ensanchan las aletas de la nariz. El resto de su rostro se mantiene impasible.

—Por supuesto que irá bien —respondo todo lo calmada que puedo. No quiero discutir—. En cuanto entiendas que tu vida está resuelta pero la mía no. Y que estoy en esto—abro los brazos para abarcar la inmensidad del edificio—por uno de tus caprichos.  

A medida que las palabras salen de mi boca, Jonathan se endurece. Se oscurece el marrón de sus ojos y se vacían en emoción. Cuando habla, su voz es helada y distante:

—Perdón por joderte tanto la vida.

Doy un respingo, consciente de mi metedura de pata y de lo injusto de mi comentario.

—No es eso lo que quería decir… —rectifico acercándome a él—. ¡Es que es complicado! Y tú a veces…—Me sale un tono infantil nada conveniente. Ordeno mis pensamientos antes de continuar—. La conversación con Lola me ha recordado que mi futuro académico depende del tuyo y que te lo tomes a broma no…

—Vamos a clase. —Me corta. Gira sobre sus pies y desaparece por el siguiente tramo de escaleras.


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Me centro en las clases durante toda la mañana. A ratos, miro a Jonathan de reojo, quien toma apuntes de cada asignatura sentado a mi lado. Parece que ha captado el mensaje. Aunque no arriesgaría ninguna extremidad en afirmarlo. Conociéndolo, lo más probable es que esté prestando atención solo para restregarme en la cara que me equivoco al dudar de él. Es de lo más vengativo, y si lo combinamos con su fijación por llevar razón obtenemos una bomba atómica.

Cuando mi concentración se echa la siesta en la cuarta clase, me entretengo en desentrañar su indiferencia entrenada. Busco las emociones que esconde en cada movimiento contenido que realiza. Admirando el auto control que posee, muy a mi pesar. A mí las emociones me invaden y zarandean y mueven, actúo acorde a lo que me dictan; incapaz de dominarlas. Mientras que Jonathan las domestica, filtra y rechaza. Las mías se van tan pronto como llegan, nunca tardo mucho en dejarlas ir. En Jonathan pueden quedarse viviendo días, meses; hasta que explota y salen mezcladas, contrariadas y malogradas. Me crispa los nervios que sea tan pragmático y él me tacha de inmadura por no esforzarme lo más mínimo en reprimirlas.

No me extraña que choquemos tanto. Nos lo tomamos todo de formas muy distintas.  Yo soy de las que cree que todo depende del enfoque con el que decidamos mirar. La realidad es la que es, cómo interpretarla y qué hacer con ella depende de cada quien. Me gusta mirarla con optimismo, en colores cálidos. La realidad de Jonathan, por el contrario, está empapada de azules triste, fríos y crudos.    

Pero, siendo honesta, antes no tendría que haberme dejado llevar por la frustración. Ahora que me he serenado, me doy cuenta que mi enfado no era con él, sino con este sistema injusto. He sobre reaccionado. A pesar de tener que estar encima de él y que los estudios le traen sin cuidado, al final siempre termina por aplicarse. Incluso más que yo.  Y si el año pasado tuve que hacer sus trabajos fue porque estuvo ingresado en el hospital. La dirección debería tenerlo en cuenta.

Reprimo el impulso de pedirle perdón y decido que sea él quien se acerque. Pues mi orgullo y mi negativa inamovible a darle la razón son quienes me retienen. Después de todo, no anda muy desencaminado afirmando que a veces soy inmadura.

Cuando llega la hora del almuerzo, sigue dispensando el mismo trato huraño a cualquiera que se le acerque. Paso la hora de la comida hablando con Mei sobre la salida que tenemos planeada para esta noche en La Bahía, ultimando los detalles. Una vez finaliza, camino con Daia hacia la clase de Matemáticas, quien tiene un humor espléndido porque Evian se ha perdido el primer día de clases.

—¿Qué le pasa a Jonathan? Está más arisco que de costumbre. —Lo señala con la barbilla. Quien camina unos metros por delante de nosotras en compañía de Jude y Mei.

—Echa de menos a su novio —miento.  

—Prueba otra excusa.

Claro que Daia es de lo más perspicaz.

—¡No es una excusa! En serio pienso que echa en falta a Evian. —Además es el único que logra templarle el carácter cuando está cascarrabias.  

—Pues tiene toda la pinta de que se va a ir a buscarlo —comenta mi amiga señalando en su dirección.

—¿Qué…?

Daia me agarra por el brazo y señala hacia delante. Llego a ver cómo Jonathan se despide de Jude con la mano y toma una dirección distinta. Los alcanzamos momentos después.

—¿Adónde va? —pregunto a Jude, viendo cómo la silueta de Jonathan se aleja por el pasillo. Mi lado más optimista se aferra a la idea de que solo vaya al baño.

Jude se encoge de hombros. Dándome una sonrisa ladea que significa que sus labios están sellados. Maldito idiota.

—Ha dicho que se iba a casa —explica Mei.

«Ni un día».

—Me estoy empezando a plantear lo de la pulsera GPS como una posibilidad… —suspiro, preparada para salir detrás de él. Mei y Daia me miran con las cejas alzadas—. Olvidadlo. Nos vemos luego.

—¡Ánimo, perrita! —Chilla Daia con las manos colocadas a ambos lados de la boca como megáfono cuando ya me estoy marchando.

—¡Que te den!

Alcanzo a Jonathan en el segundo piso. El profesor de Matemáticas siempre da dos minutos de margen a los alumnos y si los astros se alinean quizás pueda arrastrarlo a clase en este lapso de tiempo.

—Podrías esperar al menos hasta el segundo día para faltar a clase —espeto tras cortarle el paso.

Arruga el gesto con cara de pocos amigos. Al tiempo, subo mi barbilla con cara de que me importan una mierda sus pocos amigos. Se acabó lo de darle espacio. Agarra el asa de la mochila con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos.

—Me encuentro mal, Lua —confiesa a regañadientes, casi susurrando. Tiene el cuello tenso y se le marca la nuez de Adán—. He avisado al profesor. Nadie te echará la bronca por mi culpa.

Hago caso omiso a su pulla porque estoy demasiado ocupada buscando indicios de ese malestar que ha mencionado. Ahora que me fijo bien, luce un poco apagado. Los ojos enrojecidos e hinchados y los hombros hundidos como si le pesara mucho el cuerpo. Pero es que siempre luce un poco enfermo por los síntomas que le producen la cantidad de medicamentos que toma.

—Ah —respondo colocándome el pelo tras las orejas. Hubiera preferido que dijera que iba a escaparse porque sí. No se me da nada bien lidiar con estas situaciones y odio tener que hacerlo—. ¿Quieres que vaya contigo?

—No, vuelve a clase. —Me esquiva y prosigue su camino.

Me doy la vuelta en el acto y lo observo desaparecer una vez más. Sus pasos resuenan en la inmensidad de las paredes. Tendría que marcharme ya para llegar a clase, pero me quedo pegada en medio del pasillo, debatiéndome. Es cierto que Jonathan pide ayuda cuando la necesita. Pero es un orgulloso de mierda y existe una alta posibilidad de que se haya negado a que lo acompañe porque sigue enfadado. Al final, salgo corriendo detrás de él. Si le pasa algo su madre reabrirá Alcatraz solo para mí.

Vuelvo a alcanzarlo en el vestíbulo de entrada. Acelero el paso para adelantarlo. Me planto delante de él, jadeando encorvada sobre mi cuerpo, con las manos sobre las caderas. Levanto un dedo indicándole que espere a que recobre el aliento.

—Te…, acompaño —resuello.

Jonathan alza una ceja.

—¿Y eso de esperar al segundo día para saltarse las clases? —inquiere, cruzándose de brazos.

—Tú serás mi justificante.  

Por un par de clases que me salte, no pasará nada. Podemos tomárnoslo como un ensayo — uno que ha salido pero que aquella vez en la que le chamusqué las cejas a Leah durante un experimento de química—. Además, estoy cumpliendo con mis obligaciones como honey. O eso es lo que me digo para no sentirme una completa hipócrita. Hace unas horas estada dispuesta a matarlo por su falta de responsabilidad y aquí estoy ahora saltándome las clases sin una pizca de remordimiento.

Salgo de la academia antes de que vuelva a replicar. El sol me ciega momentáneamente y freno al borde de las escaleras para no despeñarme. Jonathan choca contra mi espalda. Estiro el cuello hacia atrás y lo observo del revés.

—¿Llamo a Ella? —pregunto.

Niega. Los ojos entrecerrados por la luz, que le hace relucir la piel tersa e ilumina el pendiente del lirio en su lóbulo izquierdo, idéntico al que llevo yo en el derecho. Un accesorio insignificante pero que, dadas las circunstancias, me marca como si fuera una propiedad suya y de su familia. Aprieto el puño contra la cadera inconscientemente.

—Vamos andando hasta el tranvía. —Sortea mi cuerpo y empieza a bajar los escalones de dos en dos.

Parpadeo de sorpresa al verlo tan enérgico de pronto.

—¿Tú no te encontrabas mal? —chillo.

Aterriza al pie de las escaleras de un salto. Me mira por encima del hombro y guiña un ojo. Enfurezco, las orejas hirvientes de indignación. No soporta que le den un trato especial pero luego no le tiembla la hipocresía a la hora de usar su condición para su beneficio.  

—A veces, cuando haces algo, pienso—empiezo a decir al reunirme con él, en zancadas marcadas que me hacen retumbar las rodillas—: Jonathan no puede ser más gilipollas, ha alcanzado su límite. Pero es que no paras de superarte.

—Qué cosas más bonitas me dices —responde sin desmentir mis sospechas.  

Le hago un corte de mangas y lo dejo atrás. Ando hasta el tranvía con la sangre burbujeante bajo la piel. Es agotador lidiar con él, con su ambigüedad y sus cambios de humor. Me desplomo en el banco y tiro la mochila al suelo. Jonathan me da un puntapié para captar mi atención cuando se reúne conmigo. Echo el cuello hacia atrás para encontrar su mirada. Está de pie frente a mí, mordisqueándose el labio inferior.

—¿Sigues enfadada? —murmura.

—¿Y tú?

En lugar de responder, se sienta a mi lado en el banco. Las piernas abiertas y las manos sujetas en el arco que describen estas. Oriento mi cuerpo hacia el suyo, aguardando a que hable. Observo la línea ensombrecida de su mandíbula, tan tensa como el resto de su cuerpo.

—No me lo tomo a broma. Sabes de sobra que no haría nada que pusiera en peligro tu futuro académico. Te lo prometí—. Mantiene los ojos fijos en las manos, que se restriega con ahínco, según habla. Los tendones del cuello a la vista, duros y marcados.  

En el fondo, lo sé. Sin embargo, hay ocasiones en las que me resulta imposible no dejarme invadir por las dudas. Jonathan puede llegar a ser de lo más egoísta, demasiado decidido a hacer lo que él quiere sin tener en cuenta cómo afectarán sus acciones al resto. Es por ello que antes he reaccionado de esa forma. Aunque meses atrás me prometiera que mis estudios no se verían comprometidos por ser su honey.

Apoyo una mano en su rodilla. Jonathan me dedica una mirada de reojo fugaz. Mi otra mano se tensa en un puño y tardo unos minutos en hablar:

—Perdona si he dado a entender… —Se me seca la boca. Aparto la mano de sus rodillas y cruzo los brazos bajo las costillas. Suspiro—. Tú también sabes de sobra que si estamos en este lío no es por tus caprichos. Sino por mi incontrolable espíritu competitivo.

«No me has jodido la vida», habría sido más sencillo decir. Todavía no entiendo por qué batallo para expresar sentimientos: como que le eché de menos en verano o que no crea que me ha jodido la vida porque no es así. Expresar mis emociones en voz alta nunca ha sido un inconveniente, menos si se trata de mis amigos. Imagino que con Jonathan se deberá a que nuestra amistad siempre ha sido despreocupada y ligera, por lo que me cuesta cambiar de matiz.

Me dedica una sonrisa cálida y sin dientes que derrite los bordes afilados de su expresión.  

—Ya lo sé —bufa muy pagado de sí mismo.

El tranvía llega poco después. Está casi vacío y camino hasta la parte trasera. Me siento junto a la ventana y Jonathan toma el asiento contiguo al mío. Busco los auriculares en la mochila, dispuesta a amenizar el camino con música. Pero no me da tiempo ni a conectarlos al móvil:

—Antes lo decía en serio. No me acompañes porque te dé pena, no eres mi niñera —Su tono es tan serio que parece molesto.

Me cuido de no poner los ojos en blanco. Tiene una fijación malsana por creer que cualquier acto de consideración hacia él está movido por la pena que genera. Y eso lo vuelve incluso más cabezota. Emperrado en hacer todo por su cuenta y no dejarse ayudar nunca. A no ser que sea absolutamente necesario.

—Nadie ha mencionado la pena —rebato, dejándome caer contra el respaldo. Miro por la ventana, a los edificios de colores desdibujados de San José. —A parte, es lo que soy. Tu niñera.  

Gruñe y, aún sin mirarlo, sé que tiene un mohín dibujado en los labios.

—Lo nuestro no es así —reniega.

Sonrío para mis adentros antes de girarme. Me acerco a él con parsimonia, una sonrisa tentativa dibujada. Jonathan frunce el ceño y se echa hacia atrás.

—¿Lo nuestro? —pregunto con voz insinuante. Parpadeo con encanto y me llevo una mano al corazón.

Suspira y me empuja hacia atrás cubriéndome la cara con la mano. Cuando me suelta, se deja caer contra el respaldo del asiento, rendido. Me apunto un tanto. Después de todo, saltarme las clases no está tan mal si puedo dedicarme a mi pasatiempo favorito: sacarlo de quicio.  

—Recuérdame que te dé mis deberes de Literatura —dice de pronto, con una expresión maligna.

—No hagas esto —advierto, perdiendo el buen humor en cuestión de segundos.

—¿El qué? —Imita mi parpadeo inocente, al combo añade una sonrisa maquiavélica.  

—Encasquetarme tus deberes cuando te enfadas. Como hiciste con la tarea de Alemán. —Le recuerdo mascullando. Apoyo la espalda contra la ventana y subo las piernas al siento para rodearlas con los brazos.

—Pero si lo hago por tu futuro académico —dice con indignación apostillada—. Se me dan fatal las asignaturas de letras. Es mejor que los hagas tú.    

El labio superior le tiembla al tratar de reprimir una sonrisa. Le propino un empellón en el hombro. Indignada porque no le falta razón. Es una ironía que sus padres se ganen la vida con las letras y a Jonathan se le den tan mal. Pero sé que no está pensando en la excelencia académica al decirme que los haga yo.

—Encima no te regodees, que todavía te tiro por la ventana.




Jonathan se baja en mi parada en lugar de irse a su casa para hacer tiempo hasta que finalice el horario escolar. Si sus padres se enteran que se ha saltado las clases va a ganarse una regañina monumental. Pero si Willa no lo ha bombardeado a llamadas significa que la dirección no ha avisado de que se ha marchado. La Academia Hoj ejerce mucha presión sobre las Flores, con todo esto de son el futuro del capitalismo. Pero dadas las circunstancias de Jonathan con él son un pelín más permisivos.

Entramos a mi casa por la puerta abierta al público. Desde que la introdujeron en un blog de viajes como uno de los sitios con más encanto de San José, las ventas se han duplicado. Ya sea porque vienen en busca de ediciones o libros descatalogados que llevarse a casa o bien para disfrutar de los postres de la abuela, siempre tenemos clientes. Es un alivio, porque la librería todavía estaba sufriendo los estragos de la última crisis financiera.

La librería no es demasiado grande y al estar tan abarrotada empequeñece. Después de todo, no es más que una casa reformada. Pero da para abarcar al menos tres estanterías grandes en medio de la sala. Además de la que está en la pared del fondo —que la ocupa en su totalidad— y las dos pequeñas que hay encajadas entre las ventanas de la pared derecha. Sobra un pequeño espacio junto a la entrada que hace la función de cafetería: con tres mesas redondas y pequeñas donde los clientes pueden sentarse a leer su nueva lectura mientras se toman algo. A mano izquierda está el mostrador para pagar, junto a las escaleras que llevan a la planta superior, que es donde vivimos nosotros. Siguiendo por el pasillo se haya la cocina y un baño abierto al público.

Al entrar, veo a un par de chicas hablando en español mientras beben café y toman tarta. Otra de las mesas está ocupada por una señora de mediana edad que tiene la cabeza metida en un libro. Entre las estanterías hay unas cuantas personas más. De quienes no hay rastro es de mis abuelos y de Max.

Dejamos las mochilas tras el mostrador y sigo el olor a galletas en dirección a la cocina.  Allí dentro está la abuela, con un delantal rosa que reza «La abuela más chachi del mundo», que le regalé el año pasado. Está decorando unas galletas en forma de libro encorvada sobre la isla de la cocina. La estancia huele a mantequilla fundida, chocolate y un calor asfixiante emerge de los hornos.

La cocina es mi habitación preferida porque es muy acogedora. Con las vigas asomando en el techo, una pared entera de piedra de la que cuelgan cacerolas, fotografías familiares y artículos enmarcados en los que se menciona la librería. Todos los muebles son de madera clara y gracias a la luz que se cuela a través del amplio ventanal que hay sobre el fregadero, la estancia parece más espaciosa. Aunque la isleta central ocupa gran parte del lugar.
Paso la mayor parte del tiempo en la cocina. Bien haciendo los deberes, cotilleando con la abuela o intentando que me enseñe a cocinar postres.

—Mira a quién te he traído.

Se sobresalta al escuchar mi voz, tan concentrada como está escribiendo el nombre de la librería en la portada de los libros. Tras unos segundos de confusión, alza la cabeza. Le crece una sonrisa arrebatadoramente tierna al ver a Jonathan a mi lado.

—¡Jonathan! —exclama de lo más alegre, dado una fuerte palmada con las manos pegadas al pecho. Me entra un poco de celos. Entre Sakura y él me da la impresión de que cualquier día me cambia por alguno de los dos.

Abandona la manga pastelera y se limpia las manos en el delantal al tiempo que rodea la isla para acercarse a nosotros. Tiene manchas de harina en la mejilla y un par de mechones rubio canosos le asoman bajo la redecilla.

—Hola, Elena —dice Jonathan con un tono meloso y educado nada propio de él.

Lo agarra por las mejillas y le da un beso sonoro y fuerte en cada una de ellas. Jonathan se agacha para facilitarle la tarea. Sin fruncir el ceño ni tratar de apartarse, como sí hace con su madre.

—¿Cómo estás, querido? —pregunta al separarse, tras darle unas cuantas palmaditas en el hombro.

—Bien, gracias.

—Más guapo cada día, por lo que veo ¿No es cierto, Lua?

—Si tú lo dices —Encojo los hombros, ignorando su insinuación. Más concentrada en encontrar algo que picar.

Mi abuela adora a Jonathan y se pasa el día alagando su aspecto y lo encantador que es. Que viene a ser su forma sutil de comunicarme que lo ha escogido como protagonista de la película de Disney que desea para mí. Yo la dejo ser sin prestarle  atención. Si es feliz fantaseando, no seré yo quien le diga que Jonathan, como mucho, aspiraría al papel de amigo insoportable.

Jonathan se rasca la nuca, avergonzado por el comentario. Reprimo una carcajada.

—Vosotros dos deberías estar en clase —menciona la abuela con aire suspicaz.

Miro a Jonathan de reojo mientras me siento en el taburete, en busca de ayuda. Mis abuela me pilla las mentiras incluso antes de pronunciarlas. Él también se sienta, dejándose caer con un quejido, antes de responder:

—Han faltado los profesores de las últimas clases.

La abuela asiente satisfecha por la excusa, rendida a la sonrisa compradora de Jonathan. Podría decirle que viene de disparar gatitos que mientras le sonría así a ella le traería sin cuidado.

—¿Dónde está el abuelo? —Agarro unas cuantas pepitas de chocolate de manera disimulada. Pero me pilla y aparta la bolsa de mi alcance.

—Con Max en alguna parte de la ciudad —suspira rellenando la manga pastelera—. Terminará por volver majara al pobre muchacho.

Max es el chico que los ayuda en la tienda. Pero que especialmente se asegura de que mi abuelo no se fuerce en exceso. El año pasado se cayó de las escaleras mientras ordenaba unos libros y se hizo una fisura muy fea en la espalda. Esa es la razón por la que al final decidí convertirme en honey. El seguro médico no cubría la operación y no iba a permitir que usaran sus ahorros para el viaje a Australia que tienen planeado para el año que viene. Es su sueño de toda la vida y yo tenía la oportunidad de que no se hiciera añicos. Así que no me lo pensé dos veces. Aunque hasta el momento estaba dispuesta a negarme a cumplir el pago de la apuesta.

Esta es la razón por la que mi abuela piensa que los Lys son nuestro salvavidas. Pagaron la operación y gracias al dinero que me dan todos los meses, pudimos contratar a Max. Mi abuelo es testarudo como nadie y siempre quiere hacerlo todo él, a pesar de la prohibición del médico de forzar la espalda. Así que Max se pasa el día siendo su sombra, asegurándose de que no hace tonterías.

—Hay gente en la tienda —comenta Jonathan.

—Por favor, quedaos en el mostrador hasta que vuelvan. Tengo postres en el horno.

—Claro —dice este levantándose, de lo más servicial.

—Eres un encanto.

Pongo los ojos en blanco.

—Llevaos estas magdalenas. —La abuela coloca unas cuantas en el plato y se lo tiende a Jonathan.

—Gracias, pero…

—Tonterías —interrumpe. Le apunta con el dedo de manera amenazante—. Debes alimentarte bien para estar fuerte.

Jonathan tensa la mandíbula. Está muy acostumbrado a salirse con la suya. Pero a mi abuela no se atrevería a contradecirla ni el diablo.

—Sí, señora —cede, aceptando el plato.

—A mí sí que me apetecen. —Agarro una magdalena y me dirijo a la tienda.

La siguiente hora la paso cobrando y comiendo magdalenas. Jonathan dibuja en su cuaderno a mi lado de lo más callado. Una vez desciende la actividad en la librería, me meto en mi blog de historia preferido, dedicado a civilizaciones antiguas, desde el ordenador del mostrador para ver si hay alguna actualización.

Paso un rato leyendo sobre una cultura matriarcal que existió en Ucrania durante el Neolítico. Voy a comentarle una curiosidad a Jonathan, pero me detengo al ver que está apoyado en la mesa con los ojos cerrados, usando los brazos como almohada.

—¿Estás mal otra vez? —inquiero enfatizando el sarcasmo.

Extiendo la mano y la coloco en su mejilla. Jonathan se sobresalta y abre los ojos. No lo noto excesivamente caliente, pero mis manos siempre están heladas. Me muerdo el labio. Cuando su madre lo hace el gesto parece más efectivo que un termómetro.

—Mmm.

Dejo caer la mano.

—¿Puedes dejar de hacerte el misterioso y decirme si estás mal de verdad o solo intentas sacarme de quicio? —suplico.  

—Solo estoy cansado. —Se incorpora frotándose la cara para despejarse—. Voy a irme a casa —añade desperezándose, reprimiendo un bostezo.

Quizás debería indagar más, asegurarme al cien por cien de que no miente. Pero como quiere irse a casa, no lo hago. Allí estará Rafa, si al final se encuentra mal, él podrá hacerse cargo. Así que le pido un Uber desde mi móvil mientras guarda el cuaderno en la mochila.

—El coche estará aquí en tres minutos, vamos fuera.

Me levanto de la silla y le quito la mochila de las manos. También se levanta, solo que se queda quieto tras el mostrador son las cejas alzadas.

—¿Qué coche?

—Te he pedido un Uber. —Tiro de la manga de su chaqueta para que camine. Abre la boca para replicar, pero le interrumpo—. Ahórratelo.

Si va en el Uber puedo seguirle el rastro hasta su casa. No sería la primera vez que dice una cosa y luego me manda una foto desde Tokio, Cancún o donde sea que le haya llevado su jet privado. El año pasado se fue con Evian a por algo de comer a la cafetería y la siguiente noticia que tuvimos de ellos fue un vídeo montando en burro en Atenas que Evian le envió a Sakura.  

—Iba a irme a casa de verdad —refunfuña.

—Claro que sí, Willy Fog.

Me saca la lengua a modo de despedida antes de caminar hasta el coche sin presentar batalla.


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Cuando salta la notificación con el nombre de Jonathan y el icono de una fotografía, lo primero que pienso es que ha encontrado la forma de escaquearse a la otra punta del mundo. Pero solo es una captura en la que salen sus piernas y su televisor, donde está viendo The Walking Dead. Su confirmación de que está en casa.

Ayudo a mis abuelos en la librería hasta que llega Daia a media tarde. Nos arreglamos en mi habitación con J Balvin de sintonía y, cuando las chicas nos avisan de que están listas cogemos el autobús hacia La Bahía.

La noche está yendo de perlas. Me emborracho al segundo daikiri y hago buenas migas con un pelirrojo con el que paso un rato hablando sobre sus gatos antes de irme a la pista a bailar. O al menos intentarlo. Porque nuestra noche de fiesta se va a pique en el momento que Jude y Evian deciden aparecer para amargarnos.

Jude se lleva a Mei en contra de su voluntad después de montar un numerito que atrae la atención de todos los presentes. Después de todo, no se ve todos los días que veinte gorilas uniformados arrastren a un grupo de chicos fuera del local por orden de dos adolescentes.

—Julián vendrá a por mí —dice Olivia, rompiendo el silencio que se ha instaurado tras la marcha de Mei.

—Nosotras hemos pedido un taxi —añade Maxie.

—¿Perdona? —chilla Daia indignada—. Si la noche no ha hecho más que empezar.

Liv mira de reojo a Evian, quien enarbola en el dedo las llaves que le ha entregado Jude, con una actitud de lo más prepotente. No soporto cuando se transforma en Niño Pijo.

Los clientes vuelven a sus actividades al ver que el espectáculo ha finalizado del todo y no habrá segunda parte. Bailan a nuestro alrededor como si fuéramos un agujero negro, evitando acercarse demasiado.

—Voy a pedir más daikiris —anuncio, negándome a que me amarguen la noche.

—Alto ahí.

Evian me detiene agarrándome por la muñeca. Me suelto de un tirón, mirándolo con desprecio.

—Perdona, pero no tengo por qué obedecerte.

—Lua, te vienes con nosotros.

Me echo a reír. Vaya iluso. He venido a bailar hasta que me duelan los pies y de momento solo me duele el orgullo.

—¿Nosotros? —interfiere Daia. Se enreda un mechón de pelo en el dedo y se le acerca en actitud seductora—. ¿Te refieres a ti y a tu falta de inteligencia?                

Evian ensancha las aletas de la nariz. Los ojos verdes brillando cual kriptonita por la rabia y las luces del local.

—Sabes a qué me refiero. ¡Moved el culo!

Daia lo empuja en el pecho.

—Mira qué bien lo nuevo.

Pilla el ritmo de la canción en un segundo y se pone a menear el trasero para provocarlo. Me uno a ella y empiezo a bailar, aunque con mucha menos gracia.

—¡Basta! —chilla Evian con la cara roja.

Cruzamos una mirada conspirativa y lo encerramos entre nuestros cuerpos, sin llegar a tocarlo. Pero impidiendo que se mueva.

—Julián ya está aquí. Nos vemos mañana.

Se despide Olivia apresurada.

—Y el taxi.

Jennie agarra a su gemela de la mano. Lily nos guiña un ojo antes de seguirlas, menos dispuesta a marcharme.

—¡Traidoras! —grito parando de bailar.

—Nosotras también nos vamos.

Evian agarra a Daia por los antebrazos para que deje de moverse. Este se retuerce. Voy su rescate y le tiro de la oreja, haciendo que chille como un bebé.

—¡Auch, auch!

—Está bien, vamos. —Daia da un paso atrás recolocándose el pelo. Desprende poder y peligro—. Pero al vertedero, para dejarte allí.

Evian se frota la oreja intentando pulverizarme con la mirada, sin hacer cosa al comentario de Daia. Le mando un beso con la mano.

—No seáis cabezotas. Este sitio es chungo, podéis tener problemas.

Cambia a la táctica de la preocupación.

—Todo iba bien hasta que habéis aparecido —replico, la voz me sale arrastrada y gangosa. Cada vez me noto más mareada y zumbante.

—¡Tengo una idea! —exclama Daia—. Iremos a rescatar a Mei.

Aplaudo emocionada. Una aventura nocturna.

—Steve McGarrett y Danial Williams en misión Kono Kalakakuaaa. —Se me enreda la lengua en el último apellido. Me río de mi propia estupidez.

—Planearemos la maniobra de extracción en el coche.

Daia y yo chocamos los cinco sin miramos. Evian se aprieta el puente de la nariz resoplando.

—Suelta.

Evian trata de zafarse dando vueltos en círculo sobre sus pies. Parpadeo para enfocar la vista y me saco el móvil del escote dispuesta a grabarlo. Es entonces cuando veo las diez llamadas perdidas de la madre de Jonathan y el mensaje que reza: «No puedo localizarte. Han ingresado a Jack. Pensé que deberías saberlo».

El mensaje es como un bofetón. Pierdo el aire festivo, grados alcohol y quizás un poco de vida. Pero solo durante unos segundos. Hasta que me obligo a recuperar la calma. Willa siempre es muy catártica, cualquier cosa se lo toma como una sentencia de muerte.

—¡Evian!

El chico se detiene, con Daia medio subida a su espalda, todavía tratando de hacerse con las llaves.

—¿Tú sabías que han ingresado a Jonathan?

Su rostro ensombrece de inmediato. Se sacude a Daia de la espalda con un movimiento brusco y incorpora.

—No. Hemos estado en su casa hace unas horas. Estaba bien —explica sacándose el móvil del bolsillo. Supongo que para escribirle.

—Bueno, esto sí que ha terminado con la diversión —comenta Daia. Evian le lanza una mirada aviesa que logra encogerla—. Solo era una contemplación, no me estoy burlando ¿Por quién me tomas?

—Voy a llamar a su madre.

Salgo del local como puedo. Tambaleándome por el alcohol y siendo zarandea por las personas que bailan. La brisa fresca me despeja un poco de la cabeza. Marco el número de Willa. No me lo coge. Pruebo con Christopher y Alba. Nada. Como último recurso llamo a Jonathan. El teléfono suena sin respuesta.

—¿Qué te ha dicho?

Evian aparece acompañado por Daia. Se planta delante de mí en actitud exigente. Como si fuera mi culpa que hayan ingresado a Jonathan.

—No lo coge —aprieto el móvil entre los dedos—. Creo que voy a ir a ver qué pasa…

Si fuera grave, Willa habría mandado a alguien a peinar San José en mi busca. Como ya ha hecho en otras ocasiones. Pero que no me respondan el teléfono me inquieta. Suspiro. «Solo es para asegurarte. Todo está bien».

—Te llevo.

Evian echa a andar hacia el aparcamiento sin comprobar que lo seguimos. Tenemos que correr para alcanzarlo y el coche ya está en marcha cuando llegamos.

Nadie habla durante el trayecto. Yo abro la ventana trasera para se me pase un poco el mareo. Mi cabeza da vueltas a toda velocidad. No puedo evitar sentirme culpable. Esta mañana no tendría que haberle restado importancia al malestar que se reflejaba en su cara. Debería haber llamado a su madre y no fiarme de Jonathan.

Evian da un volantazo que me estampa contra la puerta y me saca del ensimismamiento.

—Quieres desacelerar. Si sigues así llegaremos en ambulancia. —Le reprende Daia cuando nos detenemos en un semáforo. Por la ventana compruebo que hemos llegado al centro de la ciudad.

—Seguro que está bien.

Trato de tranquilizarlo cuando nuestras miradas se cruzan por el espejo retrovisor. Aprieta el volante con fuerza, sin decir nada. Él no es tan optimista como yo.

Llegamos al Santa Clara Medical Center unos diez minutos después.

—Voy a dejar a Daia. Vuelvo ahora. —Me dice Evian desde la ventanilla, cuando ya he salido del coche.

—Le he dicho a mi abuelo que dormía en tu casa.

Daia hace un gesto desinteresado con la mano, inclinada hacia delante.

—Llámame cuando llegues, te abriré la puerta.

Emulo una sonrisa y me quedo observando cómo se marchan a una velocidad que supera los límites.                                


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A Jonathan le diagnosticaron leucemia mieloblástica aguda a los siete años. Un trasplante de médula ósea terminó con la enfermedad por primera vez. Volvió a aparecer para un segundo asalto cuando tenía trece años. En esa ocasión, inició un tratamiento de quimioterapia y radioterapia que acabó con las células cancerígenas de nuevo. Desde hace un año entró hay una actividad residual mínima de la enfermedad en su cuerpo. Está siguiendo un tratamiento de consolidación desde entonces para eliminar las células cancerígenas de su médula ósea por completo. Recibe dosis de quimioterapia cada cuatro semanas y toma unas cuantas drogas prescritas para paliar las secuelas que le han dejado tantos tratamientos.

En la actualidad, la leucemia se encuentra dormida dentro de él, pero hay posibilidades de que se reproduzca de nuevo. Hasta que no pasen cinco años, no podrá considerarse que está curado del todo. Además, la quimioterapia deja su sistema inmunológico para el arrastre. Lo expone a infecciones que, si bien en una persona sana no supondría un problema, para Jonathan puede resultar fatal porque su cuerpo no está en condiciones de combatirlas. También lo expone a problemas a largo plazo: como fallos hepáticos, renales, deterioro de los pulmones y problemas cardíacos, entre otros.

El caso es que siempre hay algo dispuesto a amenazar su salud. Por eso sus padres están tan encima de él. Cualquier inconveniente puede mandar a la mierda los progresos de los dos últimos años.

No estuve muy al tanto de todo el asunto de su enfermedad hasta que me convertí en su honey. Creo que al principio solo me lo contó porque no le dejé más remedio. Hubo una época en la que estuvo sin aparecer a nuestras citas en el recreo durante cinco meses. Me enfadé mucho con él porque pensaba que se había aburrido de pasar tiempo conmigo. Resulta que había estado ingresado en el hospital. Cuando regresó, tras pasarme quince minutos seguidos gritándole, me lo soltó a bocajarro. Pero se negó a hablar de verdad.

Tengo esa conversación grabada a fuego en mi cabeza. Porque ahí fue cuando me di cuenta de  cuánto me importaba ese niño rico que me hacía compañía en los recreos.

—¿Te vas a morir?

—No sé.

—No te vas a morir —sentencié tras pensarlo un momento.

—¿Por qué estás tan segura?

—Porque lo digo yo.

No volvimos a hablar del tema —sin importar cuánto insistiera yo— hasta que un día cualquiera, sin más, me dijo: «Al parecer tenías razón. De momento no me voy a morir». Aquello sucedió unos meses antes de que me convirtiera en su honey.

Siempre he tenido la impresión de que prefiere mantenerme fuera de esta parte de su vida. Como si esperara que no me fijara en ella. Y no me fijo. Prefiero actuar como si la leucemia no formara parte de su vida que vivir con el corazón en un puño como sus padres. Prefiero fijarme en que ahora está bien y en que va a seguir estándolo por el resto de su vida.

Pero cuando le ingresan en el hospital o hay evidencias reales de que existe, no puedo ignorarlo. Me nace una presión en el pecho que no me impide respirar con normalidad y me embarga una sensación de alerta e inseguridad. Igual que ahora.

La magnitud sobria del edificio me marea. Todo cristal y metal. Dudo unos segundos antes de precipitarme dentro. El cambio de luz me ciega y uso las manos de viseras intentando taparla. El chico que está en la recepción principal me mira con curiosidad. Cuadro los hombros y procuro erguirme. Procuro no mostrarme borracha y me dirijo hacia los ascensores. Durante el ascenso observo mi aspecto en el espejo; el maquillaje un poco corrido y las pupilas dilatadas. Me hago un moño rápido y me palmeo las mejillas para espabilarme.

Nada más abrirse las puertas en la planta de oncología infantil me embarga el olor a desinfectante, comida hervida y derrotismo. Hay varias personas en la sala de espera. Sus sombras cansadas se alzan sobre las paredes pintadas con arcoíris, nubes y mariposas. Un hombre me persigue cuando me dirijo hacia el pasillo.

—Disculpa, no puedes pasar. La hora de visitas ha finalizado.

Retrocedo unos pasos hacia el mostrador. Desconozco a la enfermera que me ha llamado la atención y al que está en una silla tras ellas jugando al solitario.  

—He venido a ver a Jonathan Lys —carraspeo, balanceándome sobre los talones.  

Los Lys son dueños del hospital. No sé si lo compraron antes o después de que Jonathan cayera enfermo. Pero debido a ello, no existen restricciones de visitas —a no ser que esté en la UCI o tenga una infección— y tiene una habitación privada que nadie usa en su ausencia. La enfermera suspira con desaprobación, pero me indica que continúe caminando. Sonrío a modo de disculpa.

Me introduzco en el pasillo. Ando con la cabeza gacha, intentando no mirar hacia los lados y no hacer mucho ruido. El pitido de las máquinas inunda mis oídos y se une al que me ha dejado la música del bar.

Siento el alcohol balanceándose en mis tripas. Mis movimientos son lentos, torpes. Me cuesta horrores coordinar las piernas. Llego a la habitación de Jonathan. Procuro ser silenciosa cual ninja cuando bajo la manilla de la puerta. Pero esta chirría como una sirena a la que le están pisando la cola. Y, para más índole, termino estrellándome contra ella. Me cuelo por el hueco antes de que la enfermera venga a echarme a patadas. Hago mi segundo intento por ser un ninja. Pero, de nuevo, al ir a cerrarla, se me escapa de las manos y se cierra de forma abrupta generando un ruido seco.

—Shhhhh. —Le digo a la puerta con un dedo en los labios.

—¿Lua?

Cierro los ojos a modo de preparación, por lo que pueda encontrarme, antes de darme la vuelta. Pero no hay nada.

—Estás bien.

Parpadeo, aun acostumbrándome a la oscuridad de la habitación. Quizás la falta de luz me ha jugado una mala pasada. Pero no es así. Jonathan están tumbado en la camilla, con el cuaderno de bocetos sobre las rodillas y la lámpara alumbrando débilmente. A parte de su expresión, dividida entre asombro y fastidio, lo veo bien. Mejor que esta mañana, incluso.

—Claro que estoy bien —resopla, a media voz. Abandona el cuaderno y se baja de la camilla tras quitarse algo que no alcanzo a ver del dedo. Agarra el gotero para arrastrarlo con él—. ¿Qué narices haces aquí? —En su última palabra, se sitúa frente a mí.

—Tu madre me ha escrito. —Trasteo con mis pantalones para sacar el móvil. La luminosidad me agujera las retinas cuando busco el mensaje. Levanto el brazo para que lo lea. No calculo bien la distancia y le doy en la nariz. Se echa hacia atrás—. ¿Ves? Me ha asustado, te he llamado y…, solo quería saber qué te pasaba.

Me guardo el teléfono en el bolsillo sin esperar a que lo lea. Jonathan dulcifica la expresión. O eso creo. La verdad es que es todo sombras. Lo único que distingo con exactitud son sus ojos, relucientes.

—Lo tengo en silencio. Lo siento —susurra.

—¿Por qué te han ingresado?

Tarda más de la cuenta en responder, con el labio apresado entre los dientes.

—Fiebre, una tontería —dice escueto. Le alzo una ceja para que se explaye—. Pocos grados, pero era el día libre de Rafa. Así que mi madre me ha traído a rastras. No hay infección, los glóbulos blancos están bien y hoy no voy a morirme. Me han dejado aquí encerrado hasta mañana por precaución.

—Vale, gruñón. Tranquilo. —El hospital le empeora el humor a límites insospechados.

—No hacía falta que vinieras —bisbisea.

Ignoro su comentario y lo empujo de vuelta a la cama. Se tumba y coloco el gotero en su sitio. Cierro los ojos un momento saboreando el alivio porque está bien y tan gilipollas como de costumbre. La fiebre en una persona en su situación es como una partida a la ruleta rusa. Puede ser nada o serlo todo.

—Qué te parece si no me ahorcas.

Cuando me giro para mirarlo, el cable que le sale del pecho lo tiene enredado al cuello. Me frunce el ceño, sacándoselo de encima. Aprieto los labios para no reírme. Tampoco es que me haga gracia, pero el alcohol es de lo más inoportuno. Vuelve a colocarse el tensiómetro en el dedo y la máquina empieza a pitar, midiendo sus constantes.

—¿No está tu madre? —De pronto me acuerdo de ella. En lo raro que resulta que no esté como un centinela a los pies de su cama.

—Le he pagado al residente que me ha hecho las pruebas para que le dijera que era mejor que me quedara solo. Así evitaba el riesgo de infecciones.  

Resoplo con desaprobación. Me dejo caer en la silla de las visitas, de cuero frío y demasiado dura para resultar cómoda. Las costuras se me clavan en la espalda y el trasero. Cuando apoyo las manos en los reposabrazos de madera, casi puedo sentir que dos grilletes se ciernen en torno a mis muñecas. Odio esta silla. Y lo que a veces implica.

—Al final era verdad que salíais de fiesta —suelta Jonathan, cerrando el cuaderno para depositarlo encima de la mesilla.

—Sí —respondo—. ¿Cómo lo sabes?

Encoge los hombros, hunde el cuerpo en los almohadones, con las manos enganchadas en la nuca. Clava la mirada en el techo. Con la luz de lámpara bañándole a trozos, su expresión toma un cariz cadavérico. Me obligo a desechar ese pensamiento de inmediato, como si estuviera prohibido tener ese tipo de reflexiones frente a una persona que baila con la muerte desde hace años.

—Evian y Jude  lo han mencionado y apestas a alcohol.

La mención de su mejor amigo enciende una bombilla en mi cabeza. Le escribo un mensaje rápido a Evian diciéndole que todo está en orden, que no es necesario que venga al hospital.  

—Han montado todo un espectáculo en el bar. —Noto un azote de rabia al recordar la forma en la que han irrumpido en el lugar, sin plantearse siquiera que estaban haciendo algo erróneo. Es lo que tiene ser rico y a cientos de personas orbitando a tu alrededor cumpliendo tus deseos, que acabas creyendo que tienes derecho a todo—. Tus amigos son bastante gilipollas. —Sentencio, presa de una renacida impotencia.

—Al final todos damos la imagen de nosotros mismos que más nos conviene —suspira, cerrando los ojos, hundiéndose un poco más en la camilla.

Tiene razón, elegimos quienes queremos ser dependiendo de quién nos rodeamos o cómo nos sintamos. Jonathan el primero. Conozco tantas versiones de sí mismo que a veces no sé cuáles finge o cuáles son reales. El Jonathan distante, narcisista e irritable o, por el contrario, el Jonathan divertido, dulce y bromista. Lo único que sé a ciencia cierta es que siempre hay una parte que esconde. Y que solo se atisba en algunos de sus dibujos.

—Gracias por no venir a sacarme a rastras de allí —comento, sin ser consciente del todo de lo que estoy diciendo. Supongo que cuando Jude y Evian se presentaron en la discoteca en busca de mis amigas, fue todo un alivio que Jonathan no los acompañara.

—Bueno, por lo que parece no ha hecho falta —bromea, aún sin mirarme a la cara.

—Sabes a qué me refiero.

Comienzo a trazar círculos invisibles con los pies en el suelo, incapaz de estarme quieta. Jonathan abre los ojos, volcando toda la intensidad avellana de estos en los míos.

—No me perteneces. Puedes hacer lo que quieras cuando quieras.

Sonrío. Puede que se aproveche de su posición en más de una ocasión para sacarme de quicio. Pero hay límites que nunca traspasa.

—Ahora mismo lo que quiero es una montaña de Snickers —confieso en tono lastimero, llevándome las manos al estómago. Casi saborear la celestial mezcla de cacahuete, caramelo y chocolate fundiéndose en mi boca me da ganas de llorar.
Salgo de mi ensoñación, pegando un bote sobre la silla, cuando algo duro me impacta en la mejilla.

—Toma, borracha —dice Jonathan, que está apoyado sobre el codo, ladeado en mi dirección.

Bajo la vista para ver lo que me ha tirado y  siento una emoción infantil en mi cuerpo cuando veo que es un Snicker, que aguarda en mi regazo a que lo despedace. Rajo el envoltorio con ansía y pego un bocado de inmediato. Me hundo en el asiento de puro placer.

Escucho la risa de Jonathan inundando el silencio atroz de la habitación. Abro un ojo y realizo un corte de mangas.

—Si tu madre se entera que tienes esto escondido, te matará —advierto, dando otro mordisco—. Será mejor que me des todas tus reservas para que no acaben en la basura.

—No puedo alimentarme solo de batido de alcachofas porque ha leído que ataca las células cancerígenas —argumenta irritado, rechazando mi idea—. Correré el riesgo. Después de todo, no es la única que quiere matarme.

Un trozo de cacahuete se me atasca en el pecho. Trago con fuerza, intentando no toser. Mantengo una expresión neutra sin alterar ni un solo músculo. Porque Jonathan es exhaustivo en su forma de taladrarme, aguardando el cambio de actitud que siempre conllevan palabras como aquellas. Como si me retara a que fuese como sus padres y su hermana. Como si buscase una excusa para cerrarse en banda.

—Si alguien se merece matarte soy yo —rebato, bocetando una sonrisa que no me alcanza los ojos—. El resto que se ponga a la cola.

Es mi forma de decirle que se vaya a la mierda. Puede ponerse todo lo grotesco, duro y radical que quiera respecto a su situación, que no conseguirá que lo mire con pena. No sé por qué lo busca, ni qué tipo de satisfacción puede hallar en ello, cuando es el primero que suele mantenerme al margen. Solo sé que es una costumbre que tiene desde hace unos meses.

Para mí sigue siendo el mismo chico que se escabullía desde su exclusivo edificio en el colegio hasta el mío para hablar de Harry Potter. Con el que tengo conversaciones de horas por mensaje solo utilizando memes. El mismo chico que tan pronto como le apetece jugar a un videojuego cambia de opinión, se monta en el coche y acaba en Santa Monica porque le vuelven loco los perritos calientes de uno de los puestos del paseo marítimo y no ve motivos para no comerse no.

Es Jonathan y ya.

—Vete a casa, Lua.

Sin darme la oportunidad de responder, me da la espalda mientras se tapa con la sábana hasta la barbilla. Pero yo no he venido hasta aquí y he abandonado la misión de rescate de Mei para que se enfurruñe. Escribo un nuevo mensaje, estaba vez a Daia, para que se duerma tranquila. Camino al pequeño armario que hay empotrado en la pared para coger ropa antes de ir al baño. Me lavo la cara y las manos e intento quitarme el maquillaje con jabón. A continuación, me pongo la camiseta y el pantalón que le he cogido a Jonathan.

Al salir, tiro mis prendas sobre la silla. Jonathan sigue dándome la espalda. Lo único que se escucha es el pitido de la máquina. Me subo a la cama por la parte que donde no están los barrotes y gateo hasta llegar a la parte de arriba. En cuanto mi espalda toca el colchón, todo empieza a darme vueltas como si me hubiera caído dentro de una batidora.

—Te has equivocado de cama. —Escucho la voz de Jonathan entre el mareo.

—¿En serio? ¿No duerme aquí el tío más desagradecido del planeta?

Abro los ojos a tiempo de ver cómo se revuelve en la camilla para quedar de cara a mí. El espacio es tan reducido que noto el calor de su piel invadiendo la mía. Nuestras miradas se cruzan en la oscuridad, tan cerca que veo me veo reflejada en sus ojos castaños.

—Voy a quedarme a dormir. Por si no te has dado cuenta —comento en voz baja.

—¿Por qué?

—Porque estoy borracha y fuera hace frío y tú estás calentito.

Presa de un sueño atroz a causa del alcohol, me acurruco contra él. Jonathan abre los brazos y los deja caer alrededor de mi cuerpo. Apoya la barbilla en mi cabeza y su respiración me hace cosquillas. Escucho el latido de su corazón retumbando. El sonido me relaja. Paro de sentirme dentro de una batidora casi de inmediato.

Una parte de mí me susurra que es raro dormir abrazada a él, que no está bien y que el alcohol me convierte en una estúpida. Pero en su mayoría me siento tranquila. Segura y cómoda entre sus brazos. Con los latidos de su corazón en mi oído y el olor a vainilla y almendras que lo caracteriza.

Todo es confuso en este momento. Invadida por pensamientos que estallan en mi cabeza, que se distorsionan, se, se mezclan y se borran en el acto mientras caigo en el sueño. Lo último escucho es la voz de Jonathan decir:

—No me des patadas.

—Hmmm.


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The Honey System - Página 3 Empty Re: The Honey System

Mensaje por indigo. Vie 06 Sep 2019, 10:39 am

Extra.
mmmmmmmmmmmm


—Señorita.

—¡No he sido yo!

El subconsciente tira de mi cuerpo hacia delante. Y la resaca me saluda con un pinchazo sórdido en el cráneo.

—Puñetas —lloriqueo, colocando las manos a ambos lados de la cabeza para que mi cerebro deje de bailar.

—Señorita, está incumpliendo la política del hospital.

Consigo abrir un ojo, pegajoso por los restos de rímel que no pude eliminar ayer. Una mujer de media edad, de pelo ensortijado y malas pulgas me taladra con la mirada. Me echo hacia atrás por instinto, con temor a que me suelte un tortazo.

—¿Qué política? ¿Quién es usted? ¿Por qué está en mi casa?

—Esto es un hospital, no su casa. —Hace un gesto con la mano que abarca la habitación—. Haga el favor de bajarse de la camilla.

La observo sin llegar a entender lo que está diciendo. Noto un movimiento a mi lado que hace que me sobresalte. Al girar la cabeza, me encuentro a Jonathan: los ojos dos rendijas a penas visibles, despeinado, somnoliento y a mi lado. Entonces, lo recuerdo. Vine al hospital para ver qué le pasaba y me salté la parte de volver a casa de Daia. La imagen fugaz de anoche abrazada a Jonathan me atraviesa como un aguijonazo.

—Roncas —dice este, sin apenas voz, girando para tumbarse de espaldas.  

—Buenos días a ti también.

—Los acompañantes deben usar esa cama. Esta es una zona esterilizada...

La enfermera de malas pulgas continúa con su perorata. Al mirarla de nuevo, más despierta, caigo en cuenta de que es la misma que ayer me detuvo en la recepción. Probablemente crea que soy de la misma clase social que Jonathan. Una niña rica acostumbrada a obrar como quiere, saltándose todas las normas.

—Ya me bajo, lo siento —mascullo avergonzada. Gateo hasta los pies de la camilla con la cabeza zumbando. La mujer sigue mis movimientos con exhaustividad.

—Debería darle vergüenza —recrimina en cuanto mis pies tocan el suelo.

—Susan, no es para tanto —interfiere Jonathan.

Infla las mejillas, guardando ahí la siguiente amonestación. Se acerca a la cabecera de la cama y yo me dejo caer en la silla, donde está desperdigada mi ropa.

—¿Cómo te sientes? —Le pregunta sacándose un termómetro electrónico del bolsillo del uniforme.

Jonathan se encoge de hombros, bostezando. Susan le pone el termómetro sobre la frente, que suelta un pitido unos segundos después.

—36 grados. Buena temperatura —asiente satisfecha. A continuación, rodea la camilla para comprobar el monitor que mide sus constantes vitales.  

—¿Significa que puedo largarme?

—Esperemos a que llegue el médico.

Jonathan resopla y ella lo reprende con una mirada de reojo. Aunque tiene los bordes de los labios tirantes, intentando retener una sonrisa.

—Incorpórate, voy a tomarte la tensión.


—Te espero fuera —anuncio, recogiendo todas mis cosas.  

En el pasillo, varias enfermeras reparten el desayuno en las habitaciones. El ambiente es menos tétrico que ayer por la noche. Pero a mí sigue erizándome el vello de los brazos. El ambiente sobrecargado y viciado, como si en el aire flotaran partículas de cemento que se cuelan en mis pulmones con cada inhalación, impidiendo que respire con normalidad. Saber que detrás de cada puerta hay una persona enferma.

Camino rápido en busca del baño público, con la vista puesta al frente. Me desplomo en el retrete, abrazada a mi ropa. La cabeza me palpita y la boca pastosa, seca como una piedra. Saco el móvil del bolsillo del pantalón: son las ocho de la mañana y las clases empiezan dentro de media hora. Mi mochila y el uniforme están en casa de Daia. Donde también tendría que haber estado también. Menuda irresponsable estoy hecha. No llevo ni dos días de curso y ya he faltado a más clases que el año pasado. Todo por Jonathan.

Marco el número de mi amiga, con el corazón palpitando en todo el ancho de mi pecho.  

—¡Hola, Steve McGarrett! —saluda con ánimo, por encima del ruido de fondo que la acompaña—. ¿Lista para otra misión de rescate?

—Sí, de la mía —respondo—. Necesito que…

—Llevo tus cosas al Hoj. —Me interrumpe.

Sonrío.

—¡Eres la mejor!

—Antes de que lo pidas. Sí, avisaré a Lola del motivo de tu retraso… ¡Que ahora se lo pregunto, pesado! —Escucho el sonido de una voz mezclada con el ruido. Imagino que la de Evian, por lo que acaba de decir mi amiga—. ¿Cómo va todo por allí?

—Salvo mi cabeza, todo de perlas. Creo que le van a dar el alta, dile a Romeo que se relaje.

—Tu Julieta está bien. —Le pasa la información. Silencio—. Pues bien significa bien, te hago un esquema si quieres.

Suelto una carcajada cuando la discusión estalla. Finalizo la llamada sin despedirme, consciente de que no se va a enterar. Cuando se enzarzan en sus peleas el resto del mundo desaparecer.

Abandono el baño un momento, para comprar un cepillo de dientes de la máquina expendedora y me froto los dientes con fuerza para deshacer el mal sabor de boca. Intento desenredarme el pelo con los dedos, pero al final vuelvo a apresarlo en un moño. De vuelta a la sala de espera, me cruzo con la mano de Jonathan.

—Lua, no sabía que estabas aquí —comenta, en su habitual tono monocorde. El rostro sin expresión. Por lo que me cuesta decidir si está molesta por encontrarme aquí o es una mera contemplación.

Echo un vistazo por detrás de su espalda, esperando encontrar a Christopher o Alba.

—Mi marido tenía una reunión inamovible. No ha podido acompañarme.

«No se le escapa una a esta mujer». Me rasco el codo con una sonrisa impostada. Ya tengo asumido que nunca me sentiré cómoda en presencia de Willa Morrison. Siempre me dispensa un trato amable. Pero es demasiado correcta y distante. Un témpano sin emociones con el que no sé tratar. Mis dotes sociales se ven comprometidas cuando tengo que hablar con personas tan pragmáticas.

—Vi su mensaje. Perdón por no responderle el teléfono… No es que no quisiera, claro. —Frases coherentes, Lua—. Solo quería ver cómo estaba Jonathan y se me hizo tarde. Tome su ropa.

Un atisbo de emoción le cruza como una estrella por los ojos cuando le pongo las prendas en las manos.

—Me alegra que no haya pasado la noche solo. —Echa a andar por el pasillo, los tacones resonando en las baldosas. Me veo obligada a correr para acoplarme a su ritmo—. Eres la única a la que no evita.

—Tampoco le dejo muchas opciones. —«Qué puede hacer si me cuelo en su cama y me niego a marcharme».

Me gustaría decirle que, si no lo atosigara tanto, sería distinto. Jonathan necesita su espacio e independencia. No soporta que lo traten como si estuviera incapacitado. Cuanto más encima de él estás, más se aleja. Pero no soy quién para hacer que lo entienda.

—¿Se encuentra bien?

—La enfermera está con él ahora —informo cuando llegamos a la puerta.

La señora Morrison se precipita hacia dentro antes siquiera de que termine de hablar, abandonándome en el pasillo. Dudo si entrar o quedarme fuera, ya que me ha cerrado la puerta en las narices. Regreso a la sala de espera, donde aguardo a que regresa bebiendo un té aguado para engañar el estómago. Media hora después, una prenda de ropa me cae en la cara.  

—Vámonos.

Al apartarla, veo a Jonathan está de pie frente a mí, fresco como una rosa. Con el uniforme puesto y una sonrisa deslumbrante. Está de buen humor, todo el que le faltaba ayer.

—¿Qué quieres que haga con esto? ¿Estrangularte? —Agarro la sudadera por la capucha, estirando el brazo.  

—Ponértela. Hace frío fuera.

Recorre con la mirada la facción de estómago desnudo que no alcanza a tapar el top de tirantes que llevo. Me paso la sudadera por la cabeza notando las mejillas calientes. Huele a suavizante y a él. Mi cuerpo se pierde en ella. Jonathan no es mucho más robusto que yo, pero le gusta vestir con ropa holgada.

—Venga.

Hace un gesto hacia la salida. Me agarra del codo y me levanta sin esfuerzo. Dejo que me arrastre hasta los ascensores, deseosa de salir del hospital de una vez, desesperada por respirar aire fresco. Cuando nos montamos en el ascensor, una idea toma mi cabeza.

—¿Te han dejado marcharte?

Lo observo a través del espejo del ascensor con el ceño fruncido.  

—No sé, me he largado de la habitación cuando mi madre ha empezado a hablar de mi depresión —bufa a mi reflejo, mesándose el pelo—. ¿Sabías que estaba deprimido? Yo me acabo de enterar.

—Por favor, dime que no nos estamos dando a la fuga. —Suplico con las manos en posición de rezo bajo la barbilla, ya mirándolo a él, no al del espejo. Sonríe tanto que le desaparecen los ojos— ¡Jonathan! —Intento darle una patada, pero me esquiva.

—Me han dado el alta. No nos estamos fugando.

—Jo, que tengo resaca. No me vaciles —lloriqueo.  

El ascensor se detiene. Jonathan entrelaza nuestras manos y me arrastra de nuevo, riendo. Está de lo más alegre esta mañana. Este es el Jonathan que más me gusta, el que conocí en los recreos. Que no es difícil, ni contradictorio y con el que me río a carcajadas. Contagiada por su buen humor y aliviada porque estamos a punto de abandonar este condenado edificio: Me impulso en sus hombros y le salto a la espalda como un koala. Suelta un quejido por la sorpresa, pero engancha los brazos por debajo de mis muslos para que no me caiga.

—¿Adónde, señorita? —imita a Jack Dawson.

Sonrío. Cada vez que le toca quimioterapia, hacemos maratones de cine durante toda la tarde. Ya que lo deja sin fuerzas y sin ánimos de hacer nada más durante el resto del día. Al principio, se negaba a que lo visitara cuando tenía sesión. Pero yo no sigo sus órdenes, aunque haya un contrato que me en teoría me obligue a hacerlo. Al final, lo hemos convertido en una costumbre y nos gusta parodiar las películas que no nos gustan.

Aunque, en este caso concreto, solo es a mí a quien no le gusta Titanic.

A las estrellas –Mi imitación de Rose deja mucho que desear—pero para antes en el Starbucks, me muero de hambre.  

Jonathan empieza a andar conmigo a la espalda. Apoyo la mejilla en su cuello y cierro los ojos. La instantánea de anoche, acurrucándome entre sus brazos, hace su segunda aparición. Acompañada por un oleada cálida que me recorre desde los dedos de los pies hasta la cabeza.  


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Llegamos a la escuela en el descanso de quince minutos que hay entre tercera y cuarta hora. En la arcada que precede al patio de la academia, recuerdo que ayer no hice mis deberes. Estuve tan ocupada ayudando en la librería y después con Daia que me olvidé por completo. Se lo comunico a Jonathan.

—Tranquila, los he hecho yo —replica como si nada.  

Se me desencaja la mandíbula. Jonathan resopla ante mi reacción exagerada, sin dejar de caminar hacia las escaleras de entrada.

—¿En serio?

Asiente. Frunzo el ceño, todavía sin querer creerlo.    

—No te sorprendas tanto —masculla en falsa indignación—. Me escribiste un mensaje diciendo que llevabas toda la tarde ayudando a tus abuelos. Luego Evian y Jude me contaron que ibais a salir. —Detiene la explicación como si eso fuera suficiente. Pero al ver mi confusión continúa hablando. Esta vez, en un tono más bajo y más inseguro—. Te conozco, sabía que te olvidarías. Por eso los hice. Para que luego me eches la bronca por no aplicarme —añade jocoso porque soy yo quien ha quedado de irresponsable.

Sé que solo bromea y no me está echando nada en cara. Pero me siento culpable igual. A pesar de ser un poco desastrosa, soy buena alumna. No falto a la escuela ni siquiera cuando estoy enferma. Llevo los trabajos al día y estudio concienzudamente para aspirar al sobresaliente. No sé por qué estoy tan descentrada al inicio de este curso, ni por qué he empezado con tan mal pie. Hasta casi me siento mal por haber gritado a Jonathan ayer cuando, claramente, soy yo la que necesita empezar a aplicarse.  

—¿Seguro que se te ha ido la fiebre? —Trato de bromear también cuando entramos en el edificio. Tratando de deshacer la culpabilidad.

—Exagerada —apostilla, rodando los ojos—. También he hecho los horarios de estudio y de entrenamiento para los juegos. No hace falta que me des las gracias.

—Quién eres tú y qué has hecho con mi Jonathan.  

A mí se me da mal organizarme y me rijo por un sistema caótico. Jonathan, ahí donde se lo ve, tan impredecible, necesita tener un sentido del orden y el control en algunos aspectos. Así que es él quien se encarga de hacer los horarios, aunque luego deba invertir toda mi paciencia en que los siga. Incluso para que los haga tengo que insistirle. Esta es la primera vez que toma la iniciativa.

Jonathan opta por no responder, dirigiéndose al primer piso.  

—¿Cuál es mi segundo nombre? —insisto, más que nada para molestarlo.

Alza una ceja y yo le insisto con un movimiento de barbilla para que responda.  

—Adalgisa.

Mi madre quiso honrar a su bisabuela materna y me puso su nombre. Que es feo de narices. Además de mi familia, Jonathan es el único que lo sabe. Se lo conté hace tres años. Al principio, cuando no nos conocíamos mucho, usábamos un juego estúpido de preguntas y respuestas. Uno preguntaba y si respondía, el otro tenía que confesar algo de sí mismo que no conociera. Es así como averigüé que tuvo un crush casi obsesivo con Zac Effron después de ver todas las películas de High School Musical.  

—Sí que eres tú.

—Claro que soy yo.  

Me sigue pareciendo más factible que sea un clon usurpador. Desconozco si lo que le ha movido a hacer los deberes fue nuestra discusión de ayer, para demostrarme que exageraba o lo ha hecho porque de verdad sabía que me olvidaría. Bajo todas las capas duras que tiene, cuando se trata de sus amigos, no duda a la hora de ayudar. Pero es difícil conocer las verdaderas intenciones de Jonathan si no es él mismo quien te las explica. Todas las versiones que he ido conociendo de él a lo largo de estos meses me confunden.

—Gracias. —Termino por decir. Pero no me parece suficiente, así que, movida por un impulso, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla. Pero como vamos caminando, acabo por dárselo en la barbilla.

Jonathan carraspea y acelera el paso.

—Todo por tu futuro académico —ironiza, restándole importancia.  

Finalmente llegamos al aula de Historia. Algunos de nuestros compañeros se encuentran charlando en el pasillo.

—¡Colega!

Evian empuja a Mei a un lado en cuanto ve a Jonathan. Emocionado como quien acaba de encontrar dinero en una chaqueta que llevaba tiempo sin utilizar.

—Oye —reclama la chica, que de no ser por Jude, habría acabado estampada contra la pared. Se lo sacude de encima rápido y vuelve a colocarse al lado de Daia.

Los amantes trágicos se dan un abrazo lleno de palmadas resonantes en la espalda. Pareciera que llevaran años sin verse, aunque con lo intensos que son, es posible que lo sientan de esa manera. Les traspaso para reunirme con Mei y Daia.

—La perra pródiga. —Mei se engancha a mi brazo, sonriendo con lascivia. Es en gestos como estos en los que da la impresión que debajo de toda su dulzura, esconde unos cuantos pecados.

Me alegra comprobar que parece de buen humor, a pesar de lo que le pasó ayer con Jude.

—Dejad de hablarme como a una mascota.

—Ay, que se ha enfadado la perrita —pincha Daia pellizcándome la mejilla.

—¿Qué tal, tío?

Jude le estrecha la mano a Jonathan cuando este y Evian se unen al círculo, menos efusivo que su amigo. Jonathan responde de manera escueta. Sé que le resulta incómodo y le molesta que, cuando regresa después de haber estado ingresado o enfermo, lo reciban como si viniera de librar una batalla.

—¿Dónde estabais? —pregunta Mei.

—Durmiendo acaramelados. —Evian menea las cejas con gracia y sonrisa insinuante. Jonathan le da tal colleja que le echa la cabeza hacia delante.

—Vas a provocarle una contusión cerebral —comenta Jude divertido al ver cómo Evian se frota la cabeza, fulminando a Jonathan.  

—Podemos provocarte una a ti. —Se me escapa. Me sorprendo incluso a mí misma por el comentario.

—¡Lua! —Mei me zarandea para que me calle. Daia suelta una carcajada.

—Tiene resaca, no le hagas caso —interviene Jonathan.

Jonathan siempre se pone de parte de Jude en nuestros altercados. Se conocen desde que son niños y, como con Evian, pasan la mayor parte del tiempo juntos.

Tira de mí hasta que mi espalda se choca contra su pecho. Cierra las manos en mis hombros, como medida de contención. Pongo los ojos en blanco, no tengo intención de agredir a Jude. Y, de hacerlo, tampoco conseguiría nada. Me saca dos cabezas y es todo músculo. Estoy segura de que si le diera un puñetazo el torso acabaría por hacerme una fisura en la mano.

Este me observa desde todo lo alto que es, con su engañosa apariencia de cachorro inofensivo: los ojos grandes y brillantes. Sus labios tironean hacia los lados en una sonrisa satisfecha que me crispa los nervios. No es que odie a Jude, mi mayor problema con él es que no logro pillarle el punto y no me siento cómoda tratando con él. Sus tendencias controladoras y que piense que siempre lleva la razón, tampoco ayudan.

—Es una suerte que no me haya dado ninguna, porque somos compañeros de proyecto en Economía.

Evian y Daia reprimen una carcajada. Se pasan el día discutiendo, pero ambos son igual de cabrones. Giro la cabeza hacia Mei, escandalizada. Trabajar con Jude es un suplicio. Quiere hacerlo todo él y se niega a escuchar las propuestas de los demás. Actuando como si estuviera al mando.

—Tenemos que crear una empresa para dentro de dos semanas —explica ella.  

—Será divertido. —Jude guiña un ojo, prometiendo una experiencia tortuosa.
Mi cuerpo se impulsa hacia delante por inercia, pero Jonathan hace un collar con sus brazos alrededor de mis clavículas que me frena. Resoplo y me dejo caer contra su cuerpo.

—Cuanto tocamiento veo aquí…

Ante el comentario de Evian, Jonathan me suelta como si me hubiera dado calambre y fulmina a su amigo con la mandíbula apretada y las cejas arqueadas.

—No te pongas celoso que ya te devuelvo —comento divertida.  

Entro en clase y me acerco al pupitre de Daia, donde está mi mochila. Aún tengo cinco minutos para adecentarme antes de que llegue la profesora. Saludo a Lyel y Elliot chocando el puño antes de darme la vuelta para salir. Es entonces cuando veo a un chico desconocido sentado en uno de los pupitres del fondo. El pelo negro le cae sobre la frente, facciones rasgadas y redondos, bien abiertos, curiosos.

—Tú ayer no estabas —comento al detenerme a su lado.

—Soy Zack, he llegado hoy.

—Lua, un placer.

Sonrío para darle la bienvenida y regreso al pasillo.

—¿Por qué hay un chico llamado Zack en clase? —pregunto colocándome la mochila al hombro.

—Es el nuevo honey de Sakura —explica Khal antes de meterse en el aula, sin levantar la vista de su teléfono.

«Pobre chico». Si aguanta más de un mes le fabrico yo misma una medalla conmemorativa. Sakura espanta a todos sus honey. La última no tuvo tiempo ni de firmar el contrato.

—He oído pronunciar mi precioso nombre.

Sakura llega por el otro lado del pasillo como invocada. Trae consigo una nube de tormenta y el veneno en sus bonitos ojos verdes. Es como una de esos anfibios con la piel preciosa pero letal al tacto. Claro que eso no me impide abrazarla cuando la tengo al alcance, conmigo no es tan letal.

—Me estás arrugando el uniforme.

Se sacude de mis brazos, pero me dedica una sonrisa casi imperceptible. Sakura es un terror para gran parte de las personas. Caprichosa, posesiva, mezquina y de ideas fijas. Si te quedas un rato con ella, también descubres que es divertida y adorable —en su particular forma de serlo—. Para mí, su mayor virtud es que es honesta. Se muestra como es y no da expectativas falsas a nadie.

—Ayer no viniste. —Es su mi manera de decirle que la eché en falta. Aunque cené con ellas y los gemelos solo un par de días atrás.

—Tenía cosas más importantes que hacer.  

A continuación, se gira hacia Jonathan. Sus ojos brillan con maldad en cuanto los de Jonathan reparar en ella, con un leve gesto de desprecio.

—Mala hierba nunca muere.

Jonathan le guiña un ojo. Siendo el único que se toma bien el comentario, porque Evian parece a punto de desterrarla del universo y Jude la mira con desaprobación más contenida. Aunque ambos adoren a Sakura.

—Por eso sigues en el mundo, Belceboob. —Le dedica una sonrisa ladina.

—¡No me llames así! —aprieta los puños a los costados y da una patada contra el suelo.

Estos dos se llevan a matar. Pelean todo el tiempo y se hacen jugarretas el uno a la otra. Sakura suele ganarle siempre, es la maestra de las trastadas. Y para Jonathan, que adora salirse con la suya, es la mayor de las vergüenzas. Pero en el fondo sé que le tiene cariño. Especialmente porque nunca lo trata como si fuera a deshacerse con un simple soplo de aire.

—A las cosas hay que llamarlas por lo que son.

—En ese caso... ¿Retrasado mental? ¿Adefesio deforme? Los dos te van bien, no puedo decantarme.

Por mucho que me gustaría quedarme a presenciar su primera pelea del año, me marcho al baño a ponerme el uniforme. Regreso al aula justo unos segundos antes que la profesora. Evian me ha quitado el sitio al lado de Jonathan. Así que me siento con Daia en la parte más alejada de la clase, justo detrás de Khal y Batzan.

Mi promesa de empezar a aplicarme de verdad muere cuando nos ponemos a jugar al tres en raya en la contraportada de su cuaderno. Pero me consuelo diciendo que Historia es la asignatura que mejor se me da. No necesito prestar atención, ya que la mayoría de los contenidos ya los tengo memorizados, pues uno de mis pasatiempo preferidos es leer libros históricos.

—Has dormido con Jonathan.

Suelta de súbito, tras hacerse con la victoria de la tercera partida. Empieza a dibujar la siguiente tabla escrutándome de reojo. Me agacho en el pupitre para salir del radio de visión de la profesora.

—Menudo don para darle una connotación sexual a todo.

Daia frunce los labios.

—Perrito caliente… —expone con su tono sugerente.

Reprimo la risa.

—¿La tiene?

—Depende de tus fetiches personales —medito.

Daia resopla, dibujando un círculo en la tabla. Coloco una cruz al lado de este.

—Me refiero a ti durmiendo con Jonathan.

—A qué viene eso.

Esta mañana ni siquiera me acordaba de dónde estaba y sigo sin recordar el momento en el que me tumbé en la cama. Fue una decisión impulsiva influenciada por los cuatro daikiris de anoche, la pereza y el sueño. Y esto lo que le digo a Daia.  

—Sin connotaciones sexuales —termino—. Como si durmiera con mi hermano.

Mi amiga asiente cautelosa. Su mano acaba sobre la mía.

—Espero que seas consciente de lo jodido que sería mantener una relación con tu máster. No tengo que recordarte lo que pasó con Eli.

Me sorprende que Daia pase de decirme que utilice mis armas de mujer con Jonathan para beneficiarme a pensar que existe una posibilidad real de que Jonathan y yo tengamos una relación. La sola idea me hace reír de manera estruendosa.

—¿Quiere compartir algo con la clase, Stryker?

«Mierda». Daia aprieta los labios para no echarse a reír también. La taladro con la mirada.

—No —respondo a la profesora. Toda la clase está girada hacia mí—. Solo que es desternillante que los españoles se dejaran engañar por Napoleón. Solo conquistaré Portugal, tranquilos, vecinos. —Pongo voz de señor mayor. La profesora me mira con intención de lanzarme la Tablet a la cabeza—. Mejor me callo.

—Será mejor, sí —concuerda.

Aplasto la cara contra la superficie del pupitre, aliviando así el calor que la vergüenza ha dejado en mis mejillas.  

—Me mata tu capacidad para ponerte en evidencia.

Empujo a Daia con el brazo a la que me incorporo.

—Tus jodidas connotaciones sexuales tienen la culpa —rechino los dientes, inclinada hacia ella.

—Lo decía en serio. Ten cuidado.

Decido no responder porque el tema me hace sentir incómoda. Es absurdo. ¿Jonathan y yo? Nunca. Hubiera sido más probable que Rose le hiciera un hueco a Jack en la puerta a que yo salga con Jonathan. No existe chispa, ni el calor abrasador que conduce a los adolescentes a babearse la cara contra las taquillas. Ni tampoco esa atracción convulsa que te hace escribir iniciales unidas en el cuaderno y trazar planes inviables de futuro. Lo que tengo con Jonathan Lys no es más que una amistad. De eso estoy completamente segura. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme qué ha visto Daia para pensar que podría transformarse en otra cosa.

Me doy cuenta de que tengo los ojos fijos en él cuando se da la vuelta en la silla, como atraído. Me saca la lengua antes de girarse de nuevo. Las manos empiezan a sudarme y se me resbala el lápiz.

«Maldita Daia».


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Mensaje por Bart Simpson Lun 09 Sep 2019, 1:57 am

Prólogo:

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Mensaje por Bart Simpson Lun 09 Sep 2019, 2:01 am

CANDE!  The Honey System - Página 3 2917199994 :

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Mensaje por Bart Simpson Lun 09 Sep 2019, 2:07 am

Kate  The Honey System - Página 3 1440745896 :

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Mensaje por Kida Sáb 05 Oct 2019, 6:15 pm

OMAIGA tengo demasiado que leer The Honey System - Página 3 961472736

Voy leyendo y haciendo comentarios a ver si en algún momento los termino The Honey System - Página 3 3136398239

(Las amo)

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Mensaje por Bart Simpson Jue 07 Nov 2019, 1:33 am

Capitulo 03
Master is Sakura || Honey is Zack || Bart Simpson.




- No creo que esto sea correcto.
- ¿Quieres relajarte, abuela?

Revoleo los ojos ante sus persistentes ojos pardos llenos de sentimientos de culpa. Ignoro el ligero puchero en su rostro y me concentro en colocar de manera correcta la hierba en la pipa que Alex, la honey pasada, “olvidó”. Claramente, no soy la fumadora experta, y obviamente, la nueva honey tampoco lo es.

- Sakura, ¿qué pasará si tus padres nos descubren?
- No pasará nada, no te preocupes, los patrones seguro se encuentran en Japón ahora mismo. Ahora fuma – acerco la boquilla de la pipa a sus labios y ella me observa espantada – Anda – su entrecejo fruncido y el ligero sudor que empieza a aparecer en su frente me hacen soltar una risa. La chica da una calada larga – Pusiste el seguro a la puerta de cualquier modo, ¿verdad?

De inmediato se atraganta con el humo y comienza a toser como loca, se levanta enseguida tomándose la garganta y corriendo en dirección de la ventana en busca de oxígeno, me quedo sentada en mi lugar conteniendo las risas hasta el momento en que la puerta se abre de golpe dejándome ver a una rubia con expresión de verdugo, me limito a deshacer la sonrisa en mis labios y observarla. La mujer apuñala con la mirada a la morena que se asoma casi por completo en la ventana, ella ni siquiera se ha percatado de la presencia de mi madre.

- Buenas tardes, señoritas – su voz suena profunda y grave. La chica se gira de inmediato con expresión aterrada – ¿Puedo saber qué estaban haciendo?
- Yo… yo – las palabras se tropiezan en su boca sin oportunidad de salir por completo, la chica lucha contra sí misma en busca de un frase coherente para decir, mi madre exasperada voltea a verme a mí.
- Fumando – levanto ambos hombros con desdén.

Regreso la vista hacia Marie quien continúa la batalla contra sí misma, luego observo a Serena, sus ojos verdes se han tornado azules, casi como si fuese una bruja conjugando alguna clase de hechizo poderoso contra mí. Señalo a la morena culpabilizándola del todo y luego recargo la mandíbula sobre mis manos, segura de que la poca diversión que comenzaba a tener se ha esfumado por completo.

- ¡Estás despedida! – la observo al instante, jamás le había levantado la voz a ninguna de mis honeys, me observa apretando la mandíbula, seguro conteniéndose a sí misma de hablar.

Revoleo los ojos antes de observar a Marie, de alguna manera ella sigue esforzándose por formar al menos una oración que suene coherente.

- Estás despedida, Marie.

Me levanto de ahí y me encamino hacia la salida del cuarto de baño siendo detenida por mi madre.

- Dame eso. Y ve a la sala de juntas de tu padre.

Me arrebata con bastante fuerza, debo agregar, la pequeña pipa entre mis manos. Continúo mi camino por mi habitación alcanzando a escuchar la voz de mi madre dando un sermón a Marie sobre las obligaciones de un honey.
De cualquier modo Marie no me agradaba, parecía como si estuviese preparándose para ser regañada casi cada minuto de las últimas veinticuatro horas que compartimos.

Camino a través del pasillo esperando llegar a la sala de juntas de mi padre, fuera de la enorme puerta de sequoia, yacen de pie ambas rubias, honeys de mis hermanos. Las observo extrañada, cuando se percatan de mi presencia ambas sincronizan un respingo, se observan un instante y después me dirigen una sonrisa bastante forzada. Sonrío de oreja a oreja, es divertido cuando ambas están cerca.

- ¿Qué suceso histórico ha ocurrido para que se hagan presentes en esta casa?

Digo mientras llego hacia ellas y las observo hacia abajo, ambas son como dos pequeños  duendes. Jennie da un pequeño codazo a su gemela quien al instante carraspea.

- Tu madre nos llamó para ajustar el papeleo correspondiente para ti y tu honey, y no esperar a que transcurran todas las vacaciones.

Me recargo sobre la puerta con los brazos cruzados, a continuación levanto una ceja y chasqueo la lengua negando despacio.

- No creo que eso sea posible en este momento.
- ¿Por qué no? – pregunta Jennie con intriga genuina.

Es fácil distinguir quién es quién, Jennie usa lentes y su vestimenta es más cómoda, además que su cabello es notablemente más lacio, en cambio, Maxie tiene el cabello como un  estropajo con treinta años de uso, e intenta disimular su estatura de enano con zapatos de tacón. Me toco la garganta y carraspeo antes de hablar.

- Antes necesito un poco de agua, mi garganta está seca.

Las observo a ambas apostando contra mí misma cuál de las dos reaccionará primero.

- Iré por un vaso con agua – la ganadora es Maxie.
- Gracias, Jennie.

Sonrío sin mostrar los dientes  y la sigo con la mirada hasta perderse por el pasillo.

- Mamá no tardará, ella les va a explicar.
- ¿Sucedió algo?

Observo mis uñas tomándome todo el tiempo del mundo antes de responder la pregunta de la rubia.

- Algo terrible – aprieto la mandíbula. Jennie abre los ojos como dos enormes platos.
- ¿Qué? – puedo percibir el tono de preocupación en su voz.
- Necesito un manicure inmediatamente.

Giro las manos frente a su rostro, de tal manera que pueda apreciar mis uñas. Las observa con la boca entre abierta y luego se obliga a bajar la mirada para guardarse sus palabras. Suelto una carcajada ante su reacción, seguro me maldice en sus adentros. Mi vista viaja hacia el pendiente en su oreja derecha y mi estómago se revuelve, me disgusta que lleve la flor que distingue a mi familia porque simplemente no termina de agradarme por completo. Bajo la mirada hacia sus manos, entre ellas sostiene un folder color amarillo, reparo en el anillo adornado con un pequeño globo en su dedo anular de la mano derecha; es color dorado y una gema rosa le da el relleno al globo. Tomo su mano, ella ni siquiera se esfuerza por apartarla, a continuación, deslizo el anillo sin dejar de observarla, su expresión es tal cual estuviese extrayendo su propia alma.

- Me quedaré con esto, es lindo… – anuncio mientras coloco el anillo en mis dedos – Tus dedos son bastante gordos, Maxie.

Le echo una mirada burlona, finalmente el anillo queda bien en el dedo índice de mi mano derecha.

- Tu vaso con agua – Maxie, quien se había ido hacia la cocina minutos atrás, estira el vaso con agua hacia mí.

Observo en su dedo anular derecho el mismo anillo que acabo de quitarle a su hermana, sin embargo, la gema de éste es color azul. Detrás de ella distingo a Serena acercarse.

- Gracias, enana.

Tomo el vaso y camino hacia el lado contrario.

- ¿A dónde crees que vas? – se interpone en mi camino bloqueándome el paso.
- Por ahí – la observo directamente a los ojos.
- Más te vale estar presente para la cena, señorita.

Dice con voz autoritaria una vez que me abro camino y paso a su lado, como si de antemano supiese cuál será mi próximo movimiento. Lo que no sabe, es que estoy ansiosa por saber cuál será el tema de conversación en la cena el cual, puedo adivinar, será por mí y mi honey quien no duró más de un día a cargo de mí a pesar de que hoy fue nuestro último día de clases antes de vacaciones de verano.



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Presiono los botones del control con extrema rapidez, Lyel frunce el entrecejo y la lengua de Elliot se asoma entre sus labios.

- ¡Sí!

Me pongo de pie y levanto ambas manos en el aire, no sólo he vencido a ambos tontos, también he logrado un nuevo récord en uno de los mini juegos. Estamos jugando Mario party en el nintendo switch de mis hermanos.

- Espero que el rápido movimiento de tu mano no sea por practicar con chicos.

Lyel me observa con expresión seria refiriéndose a que esa habilidad pudiese obtenerse después de masturbar  una cantidad considerable de chicos.

- Qué idiota.

Lo empujo y regreso la mirada al televisor esperando la ceremonia de premiación para poder ir a cenar.

- Ya quítalo, es obvio que ganó Sakura – Elliot lanza el control sobre la cama de Lyel y a continuación se levanta de la misma con la finalidad de salir de la habitación de nuestro hermano.
- No, no, no – jalo su playera para que no se vaya – Vamos a quedarnos hasta el final.
- Bien – revolea los ojos y toma asiento.
- Creí que estarían aquí para recibir a duende uno y duende dos – anuncio sin dejar de observar el televisor, por el rabillo del ojo distingo que ambos castaños se echan un vistazo entre sí.
- ¿Jennie y Maxie estuvieron aquí? – pregunta con bastante interés Lyel.
- ¿No lo sabían?
- No – responde Elliot con amargura.
- Parecen interesados en ambas enanas – los miro de mala gana.

Es bastante evidente que ambos se hacen los locos, y es ahora que yo me pregunto si la idiotez viene de familia y debería preocuparme por mí, vaya que interesarse en tremendo par de hobbits es algo de otro planeta. Meses atrás, ambas tipas estarían rondando la casa tanto que pareciera que son parte de esta familia, a veces me pregunto si hice bien en provocar que sus visitas sean cada vez más distanciadas, después de todo era gracioso joderlas con cualquier tontería mientras estaban por aquí.

- ¿Viste a papá? – pregunta Lyel cambiando repentinamente el tema.
- ¿Crees que podría verlo si me la pasé en casa con la nueva honey?
- ¿Dónde está ella, por cierto? – interviene Elliot.

Sonrío de lado y el chico comprende del todo.

- ¡Hora de cenar! – anuncian mientras golpetean la puerta.

Me levanto de ahí y me encamino hacia el comedor, detrás de mí viene Elliot y mucho más atrás viene Lyel quien se encargó de apagar la consola y la televisión.
Cuando abro la puerta distingo a papá hablando con Marjorie, la jefa del equipo de limpieza y cocina, ellas ayudan a mi madre a mantener el orden en casa mientras ella y papá están fuera.

- ¡Papi!

Corro hacia el hombre, éste me atrapa en el aire y da unas tres vueltas sosteniéndome entre sus brazos.

- ¡Princesa! Te extrañé – me paro de puntitas para poder abrazarlo, mi padre es un hombre muy alto – Hola, otros hijos.
- ¡Oye! – se quejan al unísono.
- ¡Hey! Vengan para acá – sin dejar de abrazarme los saluda chocando los cinco y con un pequeño abrazo.
- ¿Cómo van los negocios? – pregunta Elliot tomando asiento.
- Acabamos de expandirnos a las farmacéuticas – papá toma asiento a mi lado – ¿Dónde está Serena?

Levanto ambos hombros sin saber la respuesta, y justo como invocada, la rubia aparece en el comedor con el teléfono celular pegado a su oído derecho.

- Está bien, lo pensaremos – me echa un vistazo, el cual respondo formando un corazón con mis manos – Sí, claro. Mañana lo llamaré, hasta luego.

Se lleva las manos a las caderas y respira de manera controlada durante unos segundos, antes de volver a caminar, me observa un instante con bastante frustración, y respira profundamente. Primero abraza a Lyel con fuerza, Elliot y yo nos echamos una mirada burlona ya que nuestro hermano ha sido de alguna manera su consentido desde que tengo memoria. A continuación, abraza a Elliot y besa su mejilla, éste la levanta entre sus brazos emocionado de verla, luego, camina hacia papá, besa la comisura de sus labios, después de todo viajaron juntos, no creo que lo extrañe demasiado. A continuación besa mi frente, despeina mi cabello intentando ser maternal, no lo logra obviamente, y luego toma lugar en la mesa.

- Elliot me envió un larguísimo vídeo de tu presentación – irgo la espalda instantáneamente – Lo hiciste excelente.
- Lo sé, ensayé demasiado – sonrío sin mostrar los dientes.
- Hay algo que quiero preguntarte, Sakura – el tono tranquilo y lento de mi madre hace que todos volteemos a verla.  Sus manos tomadas entre sí ocultan su barbilla, y sus ojos están perdidos en algún punto de la mesa.

Observo a Lyel y Elliot, ambos me miran fijamente con el ceño fruncido, como si rebuscasen en sus más escondidos recuerdos alguna travesura que haya realizado para ponerla tan seria.

- Sólo pregunta – la animo a hablar, ella desvía la vista hacia mí.
- ¿Por qué específicamente despediste Mónica?
- ¿De qué Mónica hablas?

Levanto una ceja completamente extrañada.

- Cariño, Mónica es la anterior honey a Alex – explica papá, acto seguido bebe de su copa.

Ahora recuerdo a Mónica, una chica tan pálida que parecía fantasma, y tan flacucha que creí que en cualquier momento se rompería las piernas.

- ¿Qué sucede con ella? – empiezo a devorar la cena que acaba de ser servida.
- Stacey de control escolar me llamó – hace una pausa, como si quisiera agregarle drama al asunto.
- ¿Y?
- Preguntó si ya había una respuesta – hace una pausa nuevamente, revoleo los ojos ante tanto misterio.
- ¿Respuesta de qué? – interviene Lyel. La rubia ni siquiera se inmuta, continua con la vista fija en mí.
- ¿En qué momento ibas a contarnos que vas a saltarte un año?
- ¡¿Qué?! – los gemelos se sobresaltan.
- Ah, eso – doy un bocado y me tomo mi tiempo para masticarlo – Pues… justo ahora. Se supone que sería una sorpresa, pero acabas de arruinarla.
- ¿Vas a estar en nuestro curso? – pregunta Elliot dejando de comer. Levanto los hombros una y otra vez, porque simplemente aún no lo sé, y me da pereza dar explicaciones de cualquier cosa.
- ¿Hiciste que Mónica trabajase duro y luego la despediste? – regresa al tema de la chica fastidiándome por completo – Amor, ellos también tienen tareas. Es duro cumplir con sus deberes y aparte hacer los tuyos.
- Okey – coloco los cubiertos a los lados del plato – Me has fastidiado la cena por completo. En primer lugar, Mónica era una inútil, sus trabajos al igual que su ortografía eran una mierda – enfatizo la “r”.
- Sin palabrotas – pide Darien sin dejar de prestarme atención, blanqueo los ojos y prosigo.
- En segundo lugar, no entregué ninguno de los trabajos de la tal “Mónica” – hago comillas en el aire – Porque, como ya mencioné, eran una mierda. Tercero, adelantaré año porque me lo gané no porque haya explotado a nuestra querida “Mónica”, ahora, ¿quieres dejar de joderme, por favor?
- Sakura…
- ¡Está bien! – alzo ambas manos en son de paz – Sin palabrotas, madre.
- ¿Tienes alguna explicación para lo sucedido el día de hoy? – se lleva la copa con vino tinto a los labios, creí que nunca lo preguntaría.
- Nada en especial, puedes sacar tus propias conclusiones – sonrío de lado y a continuación doy un sorbo a mi copa con agua natural.
- No deberías responder así – interviene Lyel.
- Lyel – advierte Elliot, anunciándole que no debería meterse.
- Encontré a tu hija fumando marihuana en el baño de su habitación en compañía de su honey – explica a mi padre, éste abre los ojos pareciendo un dibujo de anime.
- Dijimos que nada de sustancias ilegales – sus regaños son graciosos y no suelen ser tan restrictivos como los de mi madre.
- Bien, lo siento – revoleo los ojos y levanto nuevamente las manos en señal de paz.
- No vas a adelantar curso, por cierto – introduce un trozo de filete a su boca, lo mastica y prosigue una vez que lo traga – A menos que presentes los exámenes.
- ¡Estás tergiversando todo! Ya te dije que no robe sus ideas, menos sus tareas – endurezco la mirada – ¿Crees que entregaría un proyecto final en el cual mi nombre está mal escrito?
- Si quieres adelantar curso, vas a presentar los exámenes correspondientes, fin de la discusión.
- ¡Mierda! – tomo el único cambio que tengo en mi bolso delantero del pantalón y lo coloco con fuerza sobre la mesa.

Está prohibido decir palabrotas en presencia de mis padres, a la tercera amonestación debemos contribuir con dinero que va directamente al jarrón de gastos de viaje, aunque, en realidad no entiendo el por qué, después de todo no es como si necesitasen de éste para costear los viajes familiares.

- Basta de maldecir en la mesa – pide mi padre tratando de ser mediador entre Serena y yo.
- Tomaré los putos exámenes y cuando los apruebe los restregaré en tu cara, de ese modo no pensarás que me ando robando las tareas de los demás – empujo el plato hacia adelante y me levanto de la silla – Anota en mi cuenta lo que debo por las palabrotas… ¡Mierda, mierda, mierda!

Me alejo a grandes zancadas por el extenso comedor.

- ¡No hemos decidido quién será tu próximo honey! – Serena habla alto para que pueda escuchar debido a la distancia entre nosotras. Paro en seco, giro y regreso hacia ellos nuevamente.
- No necesito un jodido honey para las vacaciones – aprieto los puños.
- Es obligatorio una vez que terminen – anuncia Lyel metiéndose nuevamente a la conversación.
- Buscaré a alguien adecuado para ti para la escuela, despreocúpate por ahora – papá se levanta y me toma del hombro.
- Asegúrate que por lo menos tenga el mínimo conocimiento de ortografía.
- Lo haré – acerca su rostro ligeramente al mío – Y no creas que te has escapado del tema pasado.

Me giro sin responder y prosigo mi camino, una de las chicas que lleva entre sus manos una tarta de fresas para el postre se cruza en mi camino, y por el simple gusto de arruinar un poco de la tranquilidad de todos, empujo el recipiente lejos de sus manos. Éste cae al piso ensuciándolo por completo de fresas.

- ¡Oye! Ese era mi postre favorito – la voz de Elliot se hace presente después de un rato de no hablar.
- ¡Díselo a alguien que le importe!

Dicho esto, salgo de ahí en dirección de mi habitación.



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Mis vacaciones perfectas en Grecia, en compañía de mi familia (la mayor parte del tiempo de mis hermanos), se vio frustrada por el castigo a mi patético intento de fumar la hierba de Alex.
Esas tres semanas de descanso en Mykonos y Santorini fueron intercambiadas por trabajo forzado en un pequeño pueblo en Tanzania. ¿Acaso mi madre es pariente de algún dictador loco? Quién sabe, pronto podría comenzar un campo de concentración en el que yo sería, probablemente, su única prisionera.
Aunque no puedo quejarme del todo, jugar con pequeños fue divertido. Probablemente lo único malo del asunto fue la vacuna para prevenir la malaria.

- ¡Ya vámonos! – alejo la vista de mi desayuno para encontrarme con la rubia – ¿No comiste nada? Ya es tarde, Sakura. Llévatelo, te lo comes en el camino.
- No tengo apetito – me levanto del asiento y tomo mi mochila para encaminarme hacia la salida.

La mujer revolea los ojos pero camina detrás de mí, espero a regañadientes a que la limusina color blanca termine de estacionarse para poder subir, una vez que lo hace, me adentro de un salto estilo Capitán América vs las balas de sus enemigos.

- ¡No te avientes así nada más! Buenos días, Jim – escucho sus tacones resonar contra el piso apresurada detrás de mí – No entiendo cómo no te has roto un hueso.

Se asoma con los ojos bien abiertos en mi dirección, sonrío divertida ante su excesiva preocupación. Acto seguido, se adentra  y toma asiento a un lado de la puerta, la cual es cerrada por Jim, el conductor.
Coloca una pierna encima de la otra sin quitarle la vista a su celular.

- ¿Podré encontrarlos en Malta? – pregunto de repente.
- Primero, ¿podrías sentarte bien? Llevas puesta una falda, Sakura – blanqueo los ojos pero obedezco su orden – Y segundo, sí, hablaré con tu director para saber la fecha de los resultados de tus exámenes, y si no hay problema alguno, nos vamos mañana.

Sonrío triunfante, mis vacaciones comenzaron mal pero al menos terminarán bien.

- Gracias, mami.

Exagero mi mirada tierna, ella despega la vista de su teléfono y me observa con la vista entornada, a continuación, extiende la mano, la tomo y Serena me jala para quedar a su lado.

- ¿Estudiaste mucho? – pregunta después de darme un beso en la sien.
- No necesito estudiar, ya te dije que yo misma hice mis trabajos – levanto ambos hombros restándole importancia al asunto.
- Bien – suelta un suspiro y me rodea con su brazo disponible mientras con la mano del otro sostiene el celular y observa algunas gráficas.

Recargo la cabeza en su hombro y me dispongo a observar por la ventana durante el trayecto restante a la academia Hoj. Cuando Jim estaciona el vehículo bajo de éste y me encamino hacia la entrada, el lugar está completamente vacío, tan sólo el director y un profesor, a quien en realidad jamás había visto, se encuentran en los pilares del pasillo que se dirige hacia la sección donde estudian las Flores.

- Buenos días, señorita Tegeirian – saluda cortés y con ese tono elegante que lo caracteriza.
- ¿Qué hay? – digo sin prestarle atención mientras me llevo la mano a la frente para cubrir el sol de mis ojos en lo que llego hasta ellos.
- Sakura… – dice mi madre entre dientes a modo de regaño – Buenos días, director Ronald. Buen día, profesor Carnahan – asiente con la cabeza mientras estrecha las manos de ambos hombres – Lamentamos las molestias.

Su voz se vuelve repentinamente tímida, quizás al ver que somos las únicas personas ahí.

- ¡Para nada! – responde Carnahan con entusiasmo.
- Es un honor que Sakura quiera rectificar su conocimiento y presentar los exámenes para adelantar curso. No hay muchos alumnos que tengan el valor para hacerlo.

Revoleo los ojos, si no paran de hablar terminaré de responder los jodidos exámenes el siguiente milenio.

- Cuando presente los exámenes tendré sesenta años, ¿puedo tomarlos ya? – los observo sin expresión alguna.
- Eh… sí, vamos. Tus pruebas serán en el aula de conferencias.

El director hace una seña para que avancemos, me encamino a zancadas grandes hasta llegar al edificio, me adentro y tomo las escaleras hacia la planta baja, antes de entrar espero a que los viejos lleguen de una vez por todas.

- ¿Tienes todo listo? – pregunta la rubia con interés, yo asiento – Perfecto, en ese caso, estaré aquí cuando termines – se acerca y me abraza.

Después, me adentro al aula y tomo asiento justo en medio de los asientos de la primera fila. Giro el rostro en busca de un alma más aquí, pero soy la única. No es de esperarse, hasta ahora, no conozco a nadie que haya presentado exámenes para adelantar curso, en primer lugar, porque son demasiado difíciles y los herederos de las Flores son justo eso, unas florecillas cobardes. Y en segundo lugar, al parecer todos quieren permanecer en preparatoria para siempre y de este modo no enfrentarse a la realidad de tener grandes responsabilidades. El profesor coloca una pequeña mesa improvisada frente a mí y empieza a parlotear indicaciones para los exámenes.

- ¿Se entendió todo? – la verdad es que ni siquiera le puse un gramo de atención, de cualquier modo, asiento – Éxito entonces.

Coloca frente a mí el primer examen y no tardo más de dos segundos en darle vuelta y comenzar.



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A estas alturas, debo usar mis anteojos porque tengo la vista muy cansada, no estoy segura de cuánto tiempo me ha tomado pero al parecer me falta la mitad.

- Señorita Tegeirian – giro la cabeza ante el llamado del director August Ronald – Es momento de que tome un descanso.
- Prefiero terminarlo – me giro y tomo el siguiente tomo de hojas.
- Son pasadas las dos de la tarde, debe comer algo antes de seguir.

Suspiro con pesadez antes de dejar el lápiz sobre la mesa, asiento para mí misma y me levanto de ahí para salir. Observo a mamá agitar la mano en el segundo piso, entrecierro los ojos tratando de enfocar la vista y me dirijo hacia las escaleras para llegar hasta ella.

- Te traje algo para comer – pasa su brazo por encima de mis hombros y me guía hasta una sala de descanso, quizás de los profesores.
- ¿Carl’s Jr? – la observo extrañada antes de dejarme caer en uno de los sillones.
- ¿No te gusta? La verdad fue lo primero que se me ocurrió, pero puedo pedir comida, ¿qué te apetece? – pregunta con el celular en sus manos, posiblemente lista para buscar números telefónicos de comida gourmet con servicio a domicilio.
- Esto está bien – tomo el vaso con soda y me llevo el popote a la boca, la verdad no me importa demasiado el precio de un platillo mientras sepa bien.
- Come entonces – toma una hamburguesa y quita la envoltura de tal modo que la mitad queda descubierta, me la entrega y a continuación se levanta – Director Ronald y profesor Carnahan, pedí comida para ustedes también.

Escucho en un murmullo un “en un momento vamos” por parte del director antes de que Serena regresase. Toma asiento y después desenvuelve a medias el papel de una hamburguesa y se la lleva a la boca dando una gran mordida. Al instante suelto una risa, ella me observa con intriga y diversión en su mirada, se apresura a masticar y tragar antes de hablar.  

- ¿Qué sucede? – da un sorbo a su bebida.
- Jamás creí verte comer una hamburguesa que no sea de Honky Tonk – frunce el entrecejo.
- Amo cualquier hamburguesa – sorbe del popote nuevamente – Pero las de Honky Tonk son mis favoritas.

Se encoge de hombros y luego continúa comiendo como si nada. La miro divertida, me es difícil aceptar esta faceta de ella cuando se pasa la mayor parte del tiempo regañándome, aunque siempre ha sido una mujer amable y sencilla con tremenda elegancia, que incluso comiendo una hamburguesa, pareciera que se alimenta de un platillo gourmet y estirado.

- Muchas gracias, Serena. No debió molestarse – dice con timidez el profesor Carnahan.
- No es molestia, adelante – se hace hacia un lado para que puedan tomar asiento – Si quieren más podemos pedirlas, o si no les gusta podemos pedir comida de un restaurante.
- Esto está perfecto, gracias.

Me dispongo a comer lo más rápido que puedo para seguir con mi trabajo, pero una vez que termino, lo único que quiero es dormir una buena siesta, ¿les pasa que están tan llenos que sus sentidos se nublan haciéndolos cabecear del sueño?
Pues justo así me encuentro. Sin embargo, me obligo a levantarme de ahí y dirigirme hacia el aula de conferencias nuevamente.



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- ¿Cómo te fue? – pregunta Elliot entrando a la habitación.

No tengo ni media hora de haber llegado a Malta, y cinco minutos de haberme registrado en el hotel junto a Serena. Mi humor es una mierda justo ahora, no he dormido casi nada y no pudimos volar por el mal tiempo durante tres días; eso quiere decir que tengo menos días para disfrutar de las vacaciones.

- Bien – me recuesto sobre la cama y cierro los ojos.
- ¿Sólo bien? – pregunta nuevamente, siento cómo la cama se hunde a mi derecha.
- Elliot, Sakura, el instructor ya está abajo – ahora es la voz de Lyel.
- ¿Instructor de qué? – abro los ojos para encontrarme con ambos, Elliot está sentado sobre la cama y Lyel está a un lado de él de pie con ambas manos en las caderas.
- Snorkel – explica – Creímos que te gustaría.
- No tengo ánimos de hacer nada, estoy cansada – cubro mi rostro con mis brazos.
- ¡Vamos! Las vacaciones van a terminar en un abrir y cerrar de ojos.
- Está bien, Elliot. Trae a mamá para que le busque un traje de baño – lo observo extrañada antes de que se acerque a mí y me tome en sus brazos – Tus vacaciones hasta ahora han sido una mierda, y nosotros – señala a Elliot con la barbilla – Nos encargaremos de que no terminen así.
- Bien.

Lo abrazo por el cuello y dejo que me lleve por todo el hotel hasta la playa, al menos me está ahorrando la molestia de caminar.



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Lyel construye conmigo un enorme castillo de arena encima de Elliot, éste se ha quedado dormido y aprovechamos para enterrarlo y agregarle más peso para que le sea difícil salir de ahí. Coloco una pequeña bandera con el símbolo de la NASA, que Lyel trajo de quién sabe dónde, en una de las torres y después observo a mi hermano echado sobre la arena, el puente de su nariz está tan enrojecido que creo que se le han formado pecas nuevas.
Echo un vistazo a mi otro hermano y ambos reímos en silencio, acto seguido, mis ojos son cubiertos.

- ¿Quién soy? – su voz gruesa está tan guardada en mi memoria que lo reconocería incluso en una multitud hablando en voz alta.
- Santa Claus y el hada de los dientes, todo en uno – suelto una risita antes de que mi padre me abrace, detrás de él camina Serena hasta llegar y abrazar a Lyel, luego le echa una mirada divertida a Elliot.
- Perdón por no haber ido por ustedes al avión, estuve arreglando unos asuntos…
- Está bien, al menos ya estás aquí – respondo su abrazo.
- ¿Vamos a comer? – pregunta Serena – Muero de hambre.
- Vamos.

Empezamos a caminar de vuelta al hotel en busca del vehículo de papá.

- ¡Tu hermano! – avisa la rubia a Lyel provocándonos una carcajada.
- A la una, a las dos… – Lyel empieza a contar para despertar al chico – Y a las tres.
- ¡Elliot! – gritamos todos al unísono, mi hermano abre los ojos de golpe e intenta moverse sin éxito alguno.
- Te esperamos en el hotel – avisa Darien y seguimos nuestro camino.

Elliot tardó aproximadamente veinte minutos en llegar, al inicio estaba serio pero cambio su semblante cuando mamá se sentó entre él y Lyel en la camioneta. Yo voy de copiloto mientras papá maneja hacia algún lugar ya conocido por los viejos. Una vez que bajo, cierro la puerta detrás de mí y me encamino hacia el local sin despegarme del lado de papá, al entrar, lo primero que percibo es el clima, el aire acondicionado contrarresta el calor de unos 38 grados centígrados que hace afuera. Nos dirigimos a la sección privada del restaurante y tomamos asiento en una de las mesas.
Tomo entre mis manos una carta del menú y mi vista viaja de platillo en platillo antes de levantar la mirada y encontrar a ambos viejos acaramelados entre sí, Serena le sonríe a Darien y luego le da un corto beso en los labios.

- Qué asco – me quejo llamando su atención.
- ¿Te da asco esto? – vuelve a besar a la rubia cortamente en los labios.

Revoleo los ojos y devuelvo la mirada al menú.

- ¿Puedo probar un vino? – pregunto sin despegar la vista de la carta.
- No – responde la voz femenina al instante.
- ¡Oh, vamos! Está con nosotros – excusa mi padre.
- Ni loca – niega.
- ¿Y nosotros? – pregunta ahora Elliot.
- Creo que ya sabes la respuesta, amor – asiente con media sonrisa, mi hermano se limita a blanquear los ojos y seguir buscando en la sección de bebidas.
- ¿Qué hay del champagne rosa? – intento nuevamente.
- Sabes la cantidad de alcohol que contiene, ¿no?
- Serena, sólo tomará una copa, deja que lo pruebe – observo a Elliot y Lyel, probablemente ellos también tengan la esperanza de probar algo de alcohol – ¿Está bien, cariño?
- Bueno – suspira con pesadez – Espero que no hagas de tu hija una borracha.
- No será así – me guiña el ojo – Supongo que ustedes también quieren, ¿es así?
- Si tú lo dices – el primero en responder es Elliot.
- Gracias, pá.

Después de ordenar, observo la manera en que Darien se esfuerza por contentar a Serena. No es como si la rubia estuviese molesta, sin embargo, no está del todo de acuerdo. Si tan sólo supiera que soporto más alcohol en mí organismo que ella, y que sus preciados angelitos Lyel y Elliot también.
Su mirada se cruza con la mía y sonríe, yo imito su acción. Creo que es momento de que se relaje, siempre está pensando en el trabajo.

Quizás siga sintiendo la presión de mis abuelos, aunque ellos ni siquiera toman importancia a cosas estresantes, he escuchado a la abuela pedirle que se relaje una más de una vez en un lapso de cinco minutos. Mamá es empresaria, aunque no comenzó así, al principio inició estudiando medicina y terminó por añadir la especialidad de pediatría a su lista de títulos, luego de un corto lapso de tiempo de dedicarse a la medicina pediátrica, decidió que lo suyo era ser madre, aunque, para ser honesta, no estoy del todo segura en qué momento decidió casarse. Pero en fin, una vez que fue madre de dos monstruos, decidió que quería un tercer monstruo en su vida. Al parecer fue difícil porque luego cambió de parecer y decidió que en lugar de tratar con seres humanos, trataría con máquinas, esto la alentó a estudiar una licenciatura en ingeniería biomédica a la vez que obtenía un título como laboratorista. Esta mujer cambia mucho de parecer, pero en lo último dio justo en el clavo.
En cuanto a mi padre, siempre ha sido bueno con la probabilidad, estadística y economía, quizás debería agregar que es buenísimo participando en conversaciones de estirados. Estudió negocios internacionales y economía, probablemente tenga algún otro título, su oficina está tapizada de tantos reconocimientos que me da flojera observarlos todos, en cada uno está su fotografía a blanco y negro, y él vistiendo un traje y corbata.

- Encontré una honey para ti – las palabras de papá interrumpen mi análisis interno provocando que la pasta que estaba llevando a mi boca quede a medio camino. Corto el espagueti de un mordisco y trago lo que tengo en la boca.
- ¿Una? – levanto la ceja.
- Así es – revuelve el vino en su copa y luego le da un sorbo.
- ¿Por qué deben ser sólo mujeres? – dejo los cubiertos sobre la mesa.
- No estaría tranquilo si tu honey fuera un chico – interviene Elliot.
- ¿Por qué no?
- Duh, los chicos son idiotas.
- ¿Eres idiota? – pregunto entrecerrando los ojos.
- Idiota cuenta como palabrota – anuncia Serena.
- Pues anótala en mi cuenta – respondo de mala gana.
- Ya debes aproximadamente un millón de dólares, amor – sonríe de lado con diversión.
- Chicos no – advierte papá con ese tono de sobreprotección que suele tener conmigo.
- Yo estoy incómoda con Duende uno y Duende dos, no me gusta que estén rondando a Elliot y a Lyel todo el tiempo – me excuso involucrando a las enanas.
- Es diferente – niega.
- ¿Por qué?
- Porque tus hermanos son chicos.
- Vaya, papá, eso sonó estúpidamente machista.
- Sakura – advierte la rubia.
- ¿Tienes miedo de que me enamore de él o algo por el estilo?
- ¿Qué? – su ceño se frunce – No…
- ¿De que me lo tire y termine por convertirte en abuelo?
- ¡Basta, Sakura!
- ¿Entonces Elliot y Lyel pueden tirarse a las enanas y está bien?
- ¡Silencio, Beverly Sakura! – la rubia levanta la voz – Deja de lado tus ideas raras, no se selecciona a tu honey por su sexo, sino por sus habilidades.
- Sí claro. Por eso la ortografía de todas ellas han sido una mierda.
- No creo que sea por sus habilidades académicas, hermana. Más bien es por su habilidad para soportarte – tomo un trozo de pan y se lo lanzo a la cara a Lyel.
- ¡Vete al carajo! – levanto mi dedo medio.
- ¿Podríamos comer sin peleas, por favor? – pide con clemencia Elliot, su rostro está rojo debido al sol, probablemente le arde como la mierda.
- ¿No se supone que debería elegirlo yo? – lo ignoro del todo y regreso al tema.
- Tu criterio aún no es el mejor.

Revoleo los ojos.

- Ya basta de considerarme una idiota, ¿quieres? – me cruzo de brazos.
- No creo que seas una idiota – responde la rubia con tranquilidad – Sólo no considero que tengas la madurez suficiente para hacer una elección adecuada. Te aseguro que si requieres un honey masculino, así será.
- Pues ya qué – bebo de golpe el contenido de mi copa y a continuación la lanzo detrás de mí escuchando cómo el cristal se hace pedazos.
- ¡Sakura! – la miro desafiante, ella se limita a apretar los labios para evitar soltar palabrotas. Tomo la botella y la llevo a mis labios dando un trago largo – ¡Mierda, Sakura! Basta de tus rabietas.
- Dijiste una palabrota – la señalo – Papá, asegúrate de que ponga la cantidad correcta de dinero en el jarrón.
- Sí, ya basta, termina de comer – lleva una mano a la espalda de la rubia para evitar que haga un show completo.
- ¿Puedo beber otra copa?
- Creo que ya bebiste la mayor parte del contenido de la botella, cariño – Darien me mira un instante y después regresa la mirada hacia mi madre quien no deja de observarme como si considerase qué fue lo que hizo mal en esta vida, o la pasada, para tener que lidiar con alguien como yo.
- ¿Y eso qué? ¿puedo? – levanta una ceja advirtiendo que deje el asunto pero lo ignoro – ¿Puedo, puedo, puedo, puedo, puedo? – alargo la última “o”.
- Bien – finaliza alzando ligeramente la voz para que deje de joder – Pero ya guarda silencio.

Mi vista triunfante viaja hacia Elliot, éste me observa entre sorprendido y divertido. Quizás piensa que no puedo llegar a ser más insoportable, pero creo que ni yo conozco mis límites.



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Tomo mi toalla deportiva y me limpio las gotas de sudor acumuladas en mi frente, a continuación, levanto mi botella de agua y sorbo de ésta mientras me observo al espejo.

- ¡Sakura! – escucho la voz de Lyel detrás de la puerta de mi estudio de baile, el castaño se asoma y me ofrece una sonrisa – Te busqué por todas partes.
- Me encontraste – le doy la espalda y practico nuevamente mis piruetas.
- ¡Wow! ¿cómo haces eso? – entre mis vueltas lo observo adentrarse – Los dedos de tus pies van a terminar rotos algún día.

Me detengo en seco, llevo las manos a las caderas y me esfuerzo por controlar mi respiración.

- Para eso son las puntas de los zapatos – levanto una pierna para que mi bobo hermano vea el zapato de ballet en mi pie derecho.
- ¿No te duele? – arruga la nariz con expresión de dolor, no puedo evitar observarlo divertida.
- En lo absoluto.
- El ballet parece una tortura – igual se lleva ambas manos a las caderas.
- El ballet es duro, ¿para qué estabas buscándome?
- Oh, cierto. Los jefes están por irse, papá quiere comunicarte algo.
- ¿Comunicarme algo? – entrecierro los ojos – ¿Algo como qué?
- No lo sé, hermana. Intenté averiguar un poco pero no pude descubrir nada – levanta los hombros – Vamos.

Asiento y a continuación tomo mi toalla para secar el sudor de mi rostro mientras caminamos por los pasillos, Lyel me guía.

- No me toques, estoy asquerosamente sudada – alejo su mano de mi espalda.
- Para mí es nada – vuelve a colocarla – He soportado tus mordidas con litros de baba.

Le doy un manotazo en el brazo. Antes de entrar a la oficina de mi padre, ahí dentro se encuentran él y Serena enfocados en la pantalla de su computador portátil, además, Elliot está tirado sobre uno de los sillones jugando con su nintendo switch, el castaño levanta la mirada percatándose de nuestra presencia.

- No tenemos ni cuatro horas que llegamos al país y ya estás metida en el estudio – sonríe de lado.
- En un mes hay audiciones para El Cascanueces – explico mientras me recuesto pesadamente encima de él.
- Estás sudada, mujer – me empuja y finjo quitarme el sudor de la frente para restregar mi mano en su rostro.
- ¡Sakura! – regaña mamá y me quedo quieta un instante para observarla – No seas sucia.
- Creí que ya te habías ido – Elliot me hace un campo y tomo asiento, mi otro hermano se sienta en el sillón individual.
- Estamos por irnos – responde papá cerrando la pantalla de la laptop.
- ¿Para qué me querías?
- Verás – se acerca y toma asiento en la mesa de centro de la sala de su oficina – ¿Recuerdas que te había dicho que he conseguido una nueva honey para ti?

Al instante blanqueo los ojos, ni siquiera recordaba el asunto.

- ¿Y quién es la afortunada? – pregunto con sarcasmo.
- Su nombre es Shayna – entrecierro los ojos al reconocer un nombre tan único.
- ¿Shayna?
- Shayna Ryan.
- ¿La de Hoj? – pregunto con fastidio – ¿Por qué?
- Ella es buena estudiante – responde mamá.
- Es hipocondriaca – interviene Lyel, metiéndose en la plática como siempre, pero siendo acertado.
- No sé si estaré a gusto con ella persiguiéndome por todos lados.
- Creo que en realidad perseguirá a Lyel y no a ti – comenta con mofa Elliot – El año pasado hizo hasta lo imposible por integrarse a la clase VIP – suelta una carcajada – Todo por Lyel – le lanza un beso.
- ¿Quieres callarte? – le avienta un cojín, el cual impacta en mi cara puesto que mi hermano me usa como escudo humano.
- ¡Idiota!
- ¡Silencio! – la intervención de mamá pone en silencio el estudio de papá – No estamos preguntando si la quieres a ella o no, Shayna será tu honey y punto. Vámonos – ordena a papá.
- Bien – se levanta sin dejar de observarla, a continuación besa mi frente.
- Deberías tener más pantalones en esta relación – sugiero a susurros.
- Tengo muchos pantalones en esta relación…
- Rápido, Darien – apresura al hombre mientras se dirige a despedirse de Lyel.
- Pero ella tiene más y no quiero que me pegue – su broma no me causa gracia en lo absoluto, vuelve a besar mi frente y prosigue a despedirse de Elliot quien permanece acostado detrás de mí.
- Volveremos en dos semanas. Por favor – la rubia me observa directamente a los ojos con mirada de súplica – En serio, por favor, compórtate.

Blanqueo los ojos cuando besa mi cabeza.

- Cuídense – dice Elliot.

Me levanto a regañadientes del sillón y sin decir nada camino a grandes zancadas de vuelta a mi estudio de baile para seguir practicando.


Atrapo una flor de lavanda y soplo para quitarle la espuma de encima, luego la dejo caer nuevamente al agua. Estoy tomando una larga y relajante ducha en el jacuzzi mientras pienso en mis posibilidades con respecto a Shayna, papá pudo haber elegido a cualquier otra persona pero ella está chiflada. Lyel jamás ha opinado respecto a mis honeys, creo que inclusive jamás les ha dirigido siquiera la palabra, pero en este caso, casi me suplicó que la despidiera. He visto la manera en que lo persigue casi corriendo por la entrada general de los estudiantes, mi pobre hermano tiene que correr o escudarse en Duende dos.
Creo que podría hacerla renunciar, de este modo sería prácticamente fácil despedirla y no tener problemas con la autoridad, o sea, los jefes. Y de paso darle una reprimenda por acosar con vehemencia a mi hermano. Si quizás Jude o Evian estuviesen aquí para ayudarme. Suspiro hundiendo mi cuerpo hasta la barbilla dentro del agua, tal vez Elliot podrá ayudarme, aunque él no es de hacer travesuras conmigo.
Me siento y giro para tomar una toalla y secar mis manos, a continuación tomo mi celular y marco primero el número de Evian. Suena una, dos, tres y cuatro veces, observo el reloj que marca las siete de la noche y me pregunto si la diferencia de horario provoca que no responda, aunque Evian es de estar despierto toda la noche con tal de seguir la fiesta.
El celular me manda a buzón y maldigo en voz alta, a continuación, marco el número de Jude advirtiéndome a mí misma de que no responderá, después de todo en París son las cuatro de la mañana. El teléfono timbra la primera vez…

- Sakura Card Captor – saluda con emoción en su voz.
- ¡Jude! – al instante me sobresalto – Creí que estarías dormido, ¿qué haces despierto a las cuatro de la mañana?
- No son las cuatro, pequeña, justo ahora son las diez de la mañana.
- ¿No estás en París?
- Nop – suelta una risita – Estoy en Hong Kong.
- Vaya, creí que estarías en el país de la torre Eiffel – empiezo a hacer círculos en el borde del jacuzzi.
- ¿Sucede algo? – pregunta casi leyendo mi pensamiento.
- Papá encontró una nueva honey para mí.
- ¿Nueva? – escucho su tono de confusión – Creí que ya tenías una, ¿cuál era su nombre? – puedo inclusive visualizarlo tomándose la barbilla – ¿No era Marie?
- Sí – rio al recordar lo sucedido – Marie ya no está.

Jude suelta una risa.

- ¿Qué le hiciste?
- Nada – suelto una sonora carcajada – Hubo un pequeño malentendido y mamá me obligó a despedirla.
- Haré de cuenta que eso es cierto – carraspea.
- ¡Lo es!
- Ajá. ¿Qué haces?
- Estoy en la bañera – tomo espuma en la palma de mi mano, la soplo y vuela hasta algún metro lejos de mí.
- Te encuentras en el centro del mediterráneo, rodeada de playas hermosas, pero prefieres estar dentro de un jacuzzi. Creo que sólo tú podrías hacerlo, Cherí.
- Estoy en San José, llegué esta mañana.
- Vaya mierda – lo escucho chasquear la lengua, después guarda silencio durante varios segundos – Hay mal clima en el país, estará así por aproximadamente unos tres días más. Ir incluso en jet privado por ti sería jodidamente arriesgado.

Instantáneamente doy por sentado que no puedo hacerlo venir, sería demasiado peligroso que vuele con un clima no adecuado.

- Está bien, ya tendré oportunidad de viajar a Hong Kong contigo algún día.

Su segundo celular suena escuchándose estruendoso incluso desde este lado.

- ¡Diablos! Pequeña…
- Anda, ve – no estoy cien por ciento al tanto de todas las actividades que Jude debe realizar, pero sé que son demasiadas.
- Lo siento, Cherí. Me comunicaré contigo en cuando pueda.
- Está bien, recuerda recompensarme más tarde.
- Lo haré, besos.
- Adiós.


Me recargo sobre el borde de la bañera, es frustrante que Jude no esté aquí y que esté tan ocupado como para ofrecerme al menos diez minutos de su tiempo. Al instante el timbre de llamada entrante empieza a sonar y dirijo la vista hacia la pantalla del teléfono, el nombre “Evian Hightopp”, haciendo referencia a Tarrant Hightopp, mejor conocido como el Sombrerero Loco, brilla en la misma.

- ¿Hola? – saludo curiosa.
- ¡Mi amor! – hace ese tono de voz de chiflado, al fondo distingo el sonido de la música.
- ¡EVIAN! – grito alargando la última sílaba de su nombre por aproximadamente treinta segundos.
- ¡SAKURA! – imita mi acción.
- ¿Dónde estás? Te extraño – me descubro a mí misma haciendo un puchero, justo como si me comunicase con mi mejor amiga, aunque después de todo, a Evian no le da ni una pizca de pena actuar como chica conmigo, está un poco demasiado loco.
- Estoy tomando un trago de pre copeo, con autorización de los jefes claramente, en el restaurante del Tegeirian sede Ipanema
- Río de Janeiro… ¡Ay! Yo quisiera estar allá también – exagero mi tono quejumbroso – ¿Qué estás tomando?
- Perla negra – deja de hablar un momento, luego exagera el sonido al beber de su trago y prosigue con un mini eructo.
- ¡Asqueroso! – arrugo la nariz divertida – Qué rico, quiero uno también.
- Pide uno donde quiera que estés, yo invito – me siento inevitablemente miserable – ¿Qué haces, dónde estás?
- Mi vida es una mierda – hago una mini rabieta provocando que gotas del agua salpiquen fuera de la tina debido a mis pataleos – Estoy en California ya.
- ¡Qué! – lo escucho gruñir del fastidio detrás de la bocina – Mierda, acabo de derramar mi bebida. ¿Podrías traerme otra perla negra, por favor? – dice lejos del teléfono – ¿Por qué ya estás de regreso? Todavía tenemos una semana de vacaciones.
- Darien y Serena tuvieron trabajo de imprevisto, han de seguir en el avión.
- ¿Trabajo dónde? – su voz se rompe un instante evidenciando su corta edad y provocándome una carcajada.
- Todavía tienes voz de niño.
- Tú también – carcajeo aún más – Dime, ¿a dónde fueron?
- Rusia.
- ¿No pudieron llevárselos? O al menos dejarlos en, ¿a dónde me dijiste que irían? ¿Malta?
- Estábamos en Malta, se suponía que iríamos también a Egipto – comento con bastante disgusto – Quería ver el Valle de los Reyes, Evian.
- Pero ya fuiste ahí…
- ¿Y qué? – una nueva rabieta se hace presente.
- Tengo una buena idea – se toma un instante para beber de su trago – ¿Por qué no vienes para acá?
- ¿Crees que Serena me dejará?
- La llamaré si es necesario.
- ¿En serio? – pregunto obvia – ¿Crees que mamá me dejará ir contigo sabiendo cómo eres?
- Bueno – alarga la palabra – Le pediré a Khal que le llame.
- Khal jamás querrá hacerlo, menos por mí, creo que me odia.
- No te odia, sólo le eres indiferente – explica con voz tierna.
- Gracias, me has reconfortado.
- Dirá que sí, ya verás.
- Muy bien – asiento – Pero antes debo hacer algo aquí, mierda, si tan sólo pudieras ayudarme.
- ¿A qué? – su tono me hace preguntar si se trata de interés o sólo anda de chusma.
- Shayna Ryan es mi nueva honey.
- ¿La loca de Hoj?
- Sí.
- ¿Por qué? ¿No estaba obsesionada con tu hermano?
- Yo qué sé, pero debo hacer que quiera irse…
- Eso es fácil, ¿tienes algo en mente?
- Claro, sólo me falta un cómplice – digo insinuando de cierto modo que mi cómplice debe ser él.
- Bien, estaré ahí por la mañana. Iremos a almorzar y armar el plan.
- ¿Qué?
- Prepara tu maleta, después de deshacernos de la loca regresaremos.
- ¿Vendrás a California sólo a ayudarme? – mi boca se abre de la sorpresa.
- Y por ti – suelto un grito – Mierda, mi oído – se queja serenamente.
- Eres lo máximo – festejo con un pequeño bailecito dentro de la bañera.
- Lo sé, justo ahora estoy de buen humor.
- Bien, saldré de la tina para comenzar las maletas. No olvides llamar a mamá.
- No olvides empacar tu traje de baño.
- No lo haré.
- Hasta mañana – truena un beso de manera exagerada.
- Que duermas bien – regreso el beso.

A continuación tranco la llamada y salgo de la tina. Me visto y hago mi maleta en menos de veinte minutos.

- ¡Sakura! – Elliot toca la puerta del otro lado – Lyel y yo tenemos hambre, saldremos por algo para cenar, ¿quieres acompañarnos?
- ¡Sí! – de inmediato me dirijo hacia la puerta – Invitaré a Lua.
- Perfecto – guiña el ojo y después camina de regreso.

Corro por mi celular y busco el número de la rubia. Marco y me responde durante el primer timbre.

- ¿Hola? – su voz suena apresurada.
- Hola, por motivos de odio del destino tuvimos que regresar a California. ¿Te encuentras en San José?
- Sí, aquí estoy, ¿qué sucedió? ¿Están todos bien?
- Oh sí, estamos bien. ¿Estás ocupada? Saldremos por algo para cenar, ¿quieres ir?
- ¿Cenar? – la escucho pasar saliva.
- ¿Se te antoja algo?
- Mi estómago acaba de rugir pero… no puedo por ahora.
- ¿Por qué? – pregunto extrañada.
- Jonathan acaba de darme toda su tarea – blanqueo los ojos.
- Que le den a Jonathan, tómate un momento. Te invitaré lo que quieras – hago la oferta más tentadora.
- Diablos – puedo presentir que se muerde las uñas.
- Puedes llevar la tarea del hijo de perra y hacerla mientras comes – tomo mi chaqueta y me encamino a la puerta.
- No sé…
- Elliot y Lyel quieren saludarte – canturreo escuchando la indecisión de la chica a través de la bocina – Puedo comprarte la comida que quieras – también canto eso.
- ¡Sakura! No me hagas esto…
- Y cualquier postre – continúo con mi canto chantajista.
- Quiero pay de manzana, se me hace agua la boca – su tono de voz revela una profunda nostalgia.
- ¿Mencioné que la barra es ilimitada? Siempre y cuando las bebidas no interfieran con nuestra edad, obviamente.
- ¡Está bien! Iré, ¿dónde los veo?
- No te preocupes por eso, continúa haciendo las tareas del idiota y pasaremos por ti.
- ¡Gracias!
- Te mandaré mensaje cuando vayamos llegando.
- Está bien, nos vemos.
- Bye, bye.

Camino hacia la salida donde Elliot me espera revisando su celular.

- ¿Lista?
- Sí. ¿Dónde está Lyel?
- Ya viene – señala hacia atrás y mi vista viaja hacia él.

Caminamos a la limusina y tomamos lugar.

- Jim, primero a la casa de Lua, por favor.
- Claro, abrochen sus cinturones.
- Pierde el cuidado, amigo – dice Lyel – Qué bueno que Lua nos acompaña.
- ¿A dónde iremos? Por lo que escuché en el teléfono tiene hambre.
- ¿A Elyse?
- Se me antoja más alguna parrillada…
- Podríamos ir a LB, pero esperemos a ver qué se le antoja a Lua.

Mando un mensaje a Lua una vez que Jim está estacionando el vehículo, la chica sale al instante cargando una mochila que parece pesar una tonelada y se adentra a la limo.

- Hola – saluda con voz agitada.
- ¿Irás a acampar? – pregunta Lyel divertido.
- Oh – deja caer la mochila en sus pies – Es la tarea de Jonathan.
- ¿Y por qué la dejaste para último momento? – ahora pregunta Elliot, la mirada azul de la chica viaja hacia el piso del vehículo.
- Apenas me la entregó.

Tal y como si estuviesen sincronizados, Elliot y Lyel abren la boca llenos de sorpresa y a continuación revolean los ojos al mismo tiempo, en serio da miedo que hagan eso.

- Vaya pendejo – Elliot niega.
- Está bien – se obliga a decir la rubia.
- En ese caso, debemos consentirte para que el amargo sabor se pase por lo menos un instante – abrocho su cinturón de seguridad.
- Tenemos dos opciones por lo pronto – interviene Lyel – La primera es comida francesa y la segunda es parrillada.
- ¡Parrillada, por favor! – casi grita provocándonos una risa.
- Parrillada será entonces – Lyel imita el saludo de los militares – Jim a LB, por favor.
- ¿Me dirás por qué están aquí una semana antes de que comiencen las clases?

La observo tomar un cuaderno, un libro y plumas para escribir suficientes de la mochila, a continuación me dirige una mirada para que por fin hable.


Última edición por Bart Simpson el Vie 31 Ene 2020, 11:34 pm, editado 3 veces

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The Honey System - Página 3 Empty Re: The Honey System

Mensaje por Bart Simpson Jue 07 Nov 2019, 1:35 am

Capitulo 03 |2|
Master is Sakura || Honey is Zack || Bart Simpson.




Estoy en el desayunador bebiendo jugo de naranja junto a Elliot y Lyel, al instante recibo un mensaje de Shayna y revoleo los ojos antes de verlo.


¡Buen día, master!
¿Qué estás haciendo? ¿Estás con tus hermanos? Me preguntaba si puedo visitarte, tú sabes, para hablar sobre mis obligaciones como honey y de paso saludar a Lyel y Elliot, hace mucho que no los veo, espero no confundirme, son iguales. ¿Está Lyel contigo? Regresé a la ciudad sólo para visitarte


Mis facciones gesticulan una mueca de fastidio y extrañeza, inevitablemente mi vista viaja hacia mis hermanos, para mí son bastante diferentes en todos los aspectos, los he bautizado como hermano uno y hermano dos, ordenando de mi hermano favorito al menos favorito; Elliot es hermano uno y Lyel hermano dos.
En cuanto a sus diferencias físicas, Lyel es un poco más alto que Elliot, en cambio el iris de los ojos de Elliot son ligeramente más azulados que los de Lyel, incluso su cabello es un tanto más castaño mientras que el de Lyel es más rubio. Siguiendo con sus personalidades, a pesar de que son bastante similares, Elliot es jodidamente celoso con cualquier chico que se me acerca, Lyel también lo es al principio, pero por alguna razón, termina siendo amigo de aquellos que juró destruir por celos. Con excepción de Jude, Lyel no lo soporta, aunque ciertamente lo hace más que Elliot.
Justo dos segundos después me llega otro mensaje de la loca.


Hola, ¿estás ahí? ¿Puedo marcarte?


Coloco el celular sobre el desayunador y me llevo ambas manos a las sienes, ¿cómo se le ocurrió a papá conseguirme a esta loca como honey?

- ¿Qué pasa? – pregunta Elliot con curiosidad.

Levanto el celular y lo coloco frente a ellos, ambos se dedican a leer el mensaje.

- ¡No! – golpea con ambas manos la superficie de granito del desayunador y se pone de pie – No permitas que esa loca venga a esta casa, Sakura.
- ¿Acaso viste respuesta alguna? – pregunto con hastío – Simplemente la ignoraré.
- ¿Y si viene? – inquiere Elliot divertido.
- No es gracioso, Elliot – se queja Lyel.
- Vaya que lo es – ríe como desquiciado.
- No vendrá…

Al instante el timbre suena y todos nos quedamos estupefactos, los ojos de Lyel se me clavan, me limito a tranquilizarlo con la mirada y dirigirme a revisar la cámara de seguridad. Se trata de Evian, dentro de su land rover 4x4, con lentes de sol puestos.

- ¿Es ella? – pregunta con voz temerosa mi pobre hermano uno.
- No – tomo mi bolso – Voy a salir.
- ¿A dónde vas? – la pregunta ahora es de Elliot.
- Saldré con Evian.
- ¡¿Qué?!

Lo ignoro por completo y salgo de ahí antes de que pueda siquiera continuar hablando, camino a pasos largos hasta la salida. Evian sonríe y agita la mano al verme. Me apresuro a salir y tomo asiento en el lugar del copiloto, luego lo abrazo con fuerza.

- No creí que fueras a llegar tan pronto – digo escéptica.
- Bueno, no pasaron ni dos horas después de nuestra llamada cuando tomé el avión privado hacia acá – mis ojos brillan de la sorpresa.
- Wow…
- Lo sé – pone el auto en marcha.
- ¿Llamaste a mamá?
- ¿Tú qué crees? – levanta una ceja – Oh, por cierto…

De algún lugar, del cual por cierto no tengo idea dónde, toma un vaso con tapa y popote de vidrio; el contenido es verde y las pequeñas semillas me hacen creer que contiene kiwi.

- ¿Y esto? – lo observo con rareza.
- No es una perla negra, ni contiene alcohol – me lo entrega – Pero debes empezar tus próximas mini vacaciones con una bebida refrescante.

Levanto una ceja y dudo un instante antes de tomar la bebida, le doy un trago y mi boca se refresca al instante gracias al hielo triturado.

- Me gusta – el chico guiña el ojo y continúa el camino.

Aparca en la entrada de su restaurante favorito y al salir entrega las llaves al valet parking. A pesar de que sigue siendo bastante temprano, una fila de al menos quince personas esperan fuera para tener la oportunidad de almorzar en el elegante local.

- Buenos días, joven Susique y señorita Tegeirían – saluda la host – Los llevaré a su mesa, síganme.

Pasamos a través de la sala de espera ya dentro del restaurante y tanto Evian como yo, seguimos a la castaña en busca de nuestra mesa, al instante un mesero llega con el menú y dos copas con jugo.

- Bienvenidos, ¿desean ordenar ya?
- Quiero el pollo a la parrilla pero remueve los espárragos de las verduras – sigue con la vista fija en la carta – Para beber quiero un aperol spritz. Y para la señorita – me observa.
- Quiero waffles.
- El desayuno ya pasó, niña – toca la punta de mi nariz.
- No importa – ahora observo al mesero – Quiero dos waffles con cerezas encima, también fruta pero sólo fresa, kiwi y durazno, para acompañar quiero jarabe de arce y café descafeinado. Luego risotto de zanahoria con hongos y un aperol spritz para beber.
- Enseguida llega su almuerzo.
- Tienes apetito.
- Me salté el desayuno – levanto ambos hombros.
- ¿Qué tienes planeado para que Shayna salga corriendo?

Sonrío mientras sorbo lentamente el contenido de mi copa.

- La llevaré al cementerio.

Las cejas del castaño se juntan casi por completo.

- ¿Vas a asesinarla o algo por el estilo?
- Sólo le daré un pequeño susto, ¿recuerdas la historia del asesino de Texas cuya arma era una motosierra?
- ¿Leatherface?
- Sí – levanto las cejas repetidamente.
- Yo seré leatherface, ¿no? – sus ojos se abren y se esfuerza por contener la emoción dentro de su cuerpo. Asiento – ¡Sí!

Se levanta con los brazos en el aire mientras empieza a realizar un baile del robot, el mesero entra sin previo aviso sosteniendo la orden. Tanto Evian como el mesero se quedan estáticos mirándose entre sí, quizás pasaron algunos cuatro segundos antes de que terminara por explotar en risas, Evian se sobresalta y de inmediato se sienta.
El hombre termina de adentrarse por completo, le echa un vistazo apenado al chico y sirve frente a nosotros los platos.

- Es bueno bailando, joven Susique.
- ¿Sí? – su sonrisa se ensancha y el mesero asiento – ¿Ves? Alguien reconoce mi talento.
- No le haga falsas ilusiones, luego lo veremos arruinar los escenarios de cualquier pobre alma que decida contratarlo.

El hombre sonríe medianamente sin saber con exactitud qué decir, se limita a colocar el plato con waffles, la fruta y el café frente a mí.

- No diga eso, señorita Tegeirian. Herirá los sentimientos del joven Susique – volteo a ver al chico quien esboza un puchero exagerado mientras asiente – Una vez que termine con sus waffles traeré su segundo platillo.
- Gracias – decimos al unísono.

Lo veo irse y antes de tomar el tenedor busco en mi celular un grupo de chat en el que alguien me agregó, después de la quincuagésima tercera vez de salir y bloquear los números, simplemente silencié el grupo. En éste, hay chicas que estudian en Hoj, ninguna de las clases VIP, he sido despreciable con ellas porque no me agradan en lo absoluto, pero simplemente parece no importarles ser mi tapete sobre el cual practico mis piruetas de ballet.


“¿Quieren hacer algo hoy?”


Coloco el celular sobre la mesa y a los dos segundos de esto, comienza a sonar y vibrar una y otra vez.

- Al parecer tus seguidoras locas te aman – dice el castaño antes de pinchar las verduras en su plato con el tenedor.
- Las detesto, me enfadan demasiado – utilizo el cuchillo para partir un trozo de waffle, le vierto jarabe de arce y luego lo llevo a mi boca. Mi celular empieza a sonar con un timbre en particular, al instante le dedico una mirada – Oh mierda.
- Es escalofriante que estén tan obsesionadas contigo – menciona divertido.
- Concéntrate en alimentarte – deslizo la pantalla y sonrío sin mostrar los dientes mirando la cámara.
- ¡Sakura! Estás hermosa – saluda la primera, a continuación las demás empiezan a alagarme también.
- Lo sé – alzo los hombros – Las veo esta noche en Calvary catholic, no lleguen tarde, estaré ahí a las ocho.
- ¿El cementerio? – es Shayna quien pregunta con el ceño levemente fruncido.
- Sí, sean puntuales.
- Estoy en Nueva York, no puedo – el tono preocupado de una castaña me hace mirarla detenidamente, no estoy segura de cuál es su nombre.
- Dije que sean puntuales.

Tranco la llamada y lanzo mi celular dentro de mi bolsa.

- Apuesto a que besarán tus pies en cuanto te vean.
- Qué asco.

Evian continúa haciendo bromas respecto a “mi” séquito de fans locas sin dejar de comer.



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- ¿Hablaste con Jude?

La pregunta de hermano uno es lo primero que escucho en cuanto entro a casa, de inmediato me llevo la mano al pecho después del sobresalto que me ha causado.

- Me asustaste, tonto – lanzo un manotazo a su hombro.
- ¡Oye! – se soba lentamente sin dejar de observarme – Sólo pregunté si hablaste con Jude.
- Sí hablé con él, ¿por qué?
- No me agrada que te acerques tanto a él, Sakura.
- No te metas, Elliot. También me molesta que Duende uno se la pase pegada a ti.
- Es diferente – intenta explicarme.
- ¡No lo es! Sé que te gusta y eso me produce náuseas. Tienes gustos pésimos, hermano.

Lo empujo antes de irme casi corriendo a mi recámara, había llegado con un buen humor y mi hermano tan idiota como puede ser acaba de arruinarlo, aunque no me sorprende que Jude no sea del completo agrado de Elliot, mi hermano suele odiar a cualquier chico que está cerca de mí, pero Jude tiende a consentir cualquier tipo de capricho que pueda llegárseme a ocurrir. Lo mismo pasa con Lyel, sin embargo, éste último aprendió a socializar un poco más que hermano uno. Giro el pomo de la puerta y al entrar un penetrante y peculiar aroma llega a mis fosas nasales.
Levanto la mirada y entiendo a la perfección el por qué el interés de Elliot en mi relación con Jude. Mi habitación está casi tapizada de orquídeas. Me acerco a mi cama, en ésta yace un sobre de color lila, lo tomo y me dedico a leer el contenido.


“Nos vemos el lunes, pequeña Cherí”


Sonrío ampliamente y acto seguido me dejo caer sobre la cama en espera de la hora de partir al cementerio. Mi celular suena y me estiro para tomarlo de mi bolsa, es un mensaje de mamá.


Hola, pequeña. Papá y yo estamos bien, lamento que no puedan seguir disfrutando de las vacaciones. Khal Susique habló conmigo, comentó que ella y Evian te invitaron a Brasil. Me comuniqué con Leia y Spencer, y están encantados de que puedas ir, así que está bien. Prepara tu maleta y diviértete, te llamaré en cuanto tenga tiempo de hacerlo.
Saludos a tus hermanos, los amo.


Tecleo la pantalla para responderle.


Gracias, má. Saludos a papi.



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Termino de subir el cierre de mi sudadera negra y a continuación me coloco la gorra de la misma observándome al espejo. Levanto el asa de mi maleta y me encamino hacia la salida evadiendo del todo las preguntas de mis hermanos cuando los encuentro en el lobby. Ahora Evian me espera justo afuera de la entrada, voy directamente al auto y al instante sale de su asiento levantando las manos.

- ¡Boo! – me quedo quieta observándolo, absteniéndome de darle un zape.
- ¿Ghostface? – pregunto con obviedad ante la máscara que ha traído.
- Es genial, ¿cierto? – se levanta la máscara y clava en mí sus traviesos ojos claros.
- Se supone que debías ser Leatherface – tomo asiento a su lado.
- Oh – se quita por completo la máscara y la pone frente a su rostro para observarla – Mierda.
- Así es, oh mierda – rectifico cuando voltea a verme, sigo arrastrando mi equipaje hacia el maletero de su vehículo – De cualquier modo, les daremos un susto de infarto, tan sólo espero que no ensucien sus pantalones.
- Eso sería asquerosamente divertido de observar.
- Ya lo creo – el chico levanta mi maleta y la acomoda – ¿Quién te abrió el portón?
- Lyel – levanta ambos hombros con despreocupación – Por cierto, lo invité a venir a Brasil. Le dije que Elliot también podía acompañarnos si era gustoso pero lo escuché gritar un “No” a través de nuestra llamada.
- ¿Por qué invitaste a mi hermano?
- Me agrada – se dirige hacia la puerta del piloto e imito su acción hacia el lugar del copiloto – Está menos a la defensiva que Elliot, no es como si fuese a lanzarme sobre ti, debe relajarse.
- ¿Aceptó?
- Por supuesto – coloca la llave en el contacto y enciende el motor – Lo veremos en el jet.
- Bueno.
- Echa un vistazo para atrás – lo observo confundida pero obedezco, giro tanto como el cinturón de seguridad me lo permite.
- ¿Me estás jodiendo? – mi mandíbula se abre tanto que creo que se va a dislocar – ¿Es real?
- Lo es – asiente – Pero tiene algunos ajustes; la hoja no tiene filo y sólo hace el ruido estruendoso y peculiar de las motosierras. En pocas palabras, es inofensiva.
- Perfecto.

El camino se fue en averiguar de dónde diablos Evian sacó una motosierra y quién la modificó, esta información podría servirme de ayuda en algún momento.

- ¿Crees que hayan llegado?
- Apuesto a que están ahí – bajo del auto – No olvides tu señal para aparecer, me adelantaré.
- Bien.

Volteo hacia todos lados, el lugar está vació, doy vuelta a la esquina y las encuentro como tontas en la entrada. Sonrío de lado ante eso y levanto una vara seca del piso que se me ha cruzado por la vista.

- Buenas noches, perdedoras – saludo dando un  varazo en el trasero a cada una.
- ¡Sakura!

Sus chillidos son tan agudos que debo cubrir mis oídos.

- ¡Me encanta tu cabello! – una de ellas toma un mechón suelto.
- Es hermoso – interviene Shayna.

En serio me cansan los halagos bobos.

- Sí – quito mi cabello de sus manos y lo escondo en mi capucha – Empecemos, vamos.
- ¿Hablaste con Keffeth? – Shayna se coloca mi lado – Desde que supo que seré tu honey me ha preguntado por ti.

Ni siquiera la observo, me dedico a ignorarla, a continuación las guío hacia la parte trasera y me siento en una roca, las demás toman asiento donde pueden.

- ¿Qué hacemos aquí? – pregunta mi Honey.
- Empezamos una pijamada – sus rostros se iluminan de emoción.
- Pero  está muy oscuro.
- Y no venimos preparadas.
- Está bien, yo les prestaré ropa para dormir – le resto importancia con la mano.
- ¿Conoceremos tu armario? – Jessica pregunta casi gritando.
- Escuché que tienes una tumba de perro egipcio – opina estúpidamente Kendall, la rubia “popular” entre los estudiantes comunes y corrientes de Hoj.

Revoleo los ojos tanto que creo que terminaré con las pupilas mirando hacia dentro de mi cabeza.

- No se llama “tumba de perro egipcio”, estúpida – corrijo con fastidio, tanto como para que ella misma se dé cuenta de que es una idiota – Es un sarcófago de Anubis.
- Eso debió costar una fortuna…
- ¿Han escuchado historias sobre nuestra ciudad? – pregunto cambiando el tema, quiero irme lo antes posible.
- Historias… – su voz se quiebra y antes de proseguir pasa saliva – ¿Historias de qué?
- De terror, por supuesto – de la bolsa de mi sudadera tomo una mini linterna que había guardado con antelación.
- No me gustan las historias de terror, menos aquí, estamos en un lugar santo – echo un vistazo hacia atrás.
- No estamos en las tumbas – levanto el cuello cual avestruz – La tumba más cercana está a unos tres metros de aquí, así que cállate y limítate a escuchar. Cuentan que hace algunos veinte años atrás, San José estuvo bajo amenaza debido a un asesino serial.
- Sakura…
- ¡Shh! – dirijo la luz de la linterna directamente a su rostro para que cierre el pico – Sus víctimas fueron mujeres adultas… pero esto sucedió sólo al inicio de sus crímenes.

El clima parecía estar conmigo hoy, una ventisca fresca remueve el cabello del séquito y bajo mi capucha dejando libre mi media coleta. Luego de esto, un fuerte crujido nos hace girar el rostro, debo morder mis labios con fuerza para no reír debido a sus expresiones.

- ¿Qué fue eso? – la castaña, quien en la mañana se encontraba en Nueva York y ahora está justo frente a mí se levanta.
- Es sólo el viento – asiente y vuelve a sentarse con la preocupación reflejada en el rostro – Como les decía, este asesino, mejor conocido como “El Cuarteador” de California…
- ¿Cuarteador? – escucho su voz temblar.
- Ajá – asiento – Inevitablemente, comenzó a interesarse por las jovencitas, según las investigaciones, las rubias eran sus favoritas – la luz de la linterna viaja del rostro de Shayna al de Kendall.
- ¿Por qué le decían El Cuarteador?
- Te explicaré, Emma.
- Gemma – corrige casi en susurros.
- Era conocido por llevar puesta una máscara de látex de un fantasma, ¿recuerdan la película Scream? – asienten y yo levanto las cejas repetidas veces – Pues fue fuente de inspiración para ocultar su rostro de sus crímenes y al mismo tiempo dejar una marca que lo caracterizase, a éste hombre le gustaba asfixiar a sus víctimas hasta dejarlas inconscientes, luego, dependiendo si eran rubias o no – mis ojos viajan nuevamente hacia las rubias cargados de sorna – Él las violaba.

La atención de todas está completamente centrada en mí, podría decir inclusive, que los ojos de Kendall y Shayna están por salirse de sus cuencas para colocarse frente a mi vista. Al instante, otro crujido más cerca de nosotras se hace presente, inevitablemente se levantan de su asiento soltando un grito.

- ¡¿Qué es eso?! – se abraza a mi cuello gritando con terror. La obligo a soltarme y llamo su atención.
- ¡Hey! – me poso frente a ellas – ¿Quieren tranquilizarse? No es nada, es el viento – camino en dirección de un árbol pasando por en medio de dos arbustos, ahí puedo ver a Evian escondido cubriendo su boca, seguramente muriendo de la risa – ¿Ven?
- ¿Podemos continuar en tu casa? – pregunta Shayna abrazándose a sí misma.
- No.
- ¿Por qué no?

Camino hacia mi lugar y les indico que se sienten, ellas lo hacen a regañadientes.

- Pedí comida tailandesa y va a tardar en llegar, hagamos tiempo aquí.
- ¡Pero tengo miedo!
- ¡A nadie le interesa! – la ignoro y llevo la luz de la linterna hacia mi rostro nuevamente – Una vez que las chicas estaban inconscientes, el hombre las llevaba a su casa. Y no satisfecho con lo que ya había hecho, le gustaba terminar de desnudarlas lentamente – alargo esta última palabra – Luego tomaba su motosierra y mientras ellas seguían con vida empezaba a cortar a sus víctimas en trozos.
- ¡Dios! Eso es asqueroso.
- Pero eso no es todo – apunto la luz en los rostros de cada una – No obstante, el cortarlas en trocitos no era su perversión más rara. Sino que ponía el tapón en su bañera y la llenaba con la sangre de sus víctimas para después desnudarse a sí mismo y sumergirse en ésta.
- ¿Qué carajo?
- ¿Qué le pasó a este tipo? – pregunta la castaña.
- Fue capturado, una de sus víctimas pudo escapar de él y acusarlo con la policía. Sin duda alguna le dieron pena de muerte – recuerdo la escena de Hocus Pocus en la que las brujas juran volver antes de ser colgadas – Y antes de ser electrocutado en la silla eléctrica, prometió volver. No fue hasta cinco años atrás en que la gente comenzó a atestiguar haber visto a un hombre con una máscara de fantasma, muchos pensaron que era una broma de algún idiota y lo siguen pensando hasta la fecha, pero no confiaría ni siquiera en un loco que va por la oscuridad gritando las palabras…
- ¡QUIERO SANGRE!

La motosierra se enciende justo después del grito de Evian, éste sale de entre los arbustos sosteniendo el artefacto encima de su cabeza. Los rostros del séquito se giran tan rápido que me preparo para escuchar sus cuellos crujir, luego sus estruendosos gritos se adentran como una espina a mis oídos. De inmediato se levantan de su lugar y corren en todas direcciones, con excepción de Shayna; la rubia se detiene en seco a medio camino y segundos después cae al piso. Al instante volteo a ver a Evian, quien ya no tiene la máscara puesta, y no puedo evitar soltar una risa antes de comenzar a caminar hacia ella.

- Pico, pico, picotón – toco su espalda una y otra vez con la vara de árbol seca que había levantado minutos atrás – ¿Shayna? – pico más fuerte – ¡La mataste, tonto!
- ¿Qué? – sus ojos se abren con una mezcla de sorpresa y temor en ellos – Préstame eso.

Toma la vara y comienza a picotear la espalda de la chica con más fuerza, me inclino y toco el hombro de la rubia con mi dedo índice. Shayna se remueve ligeramente en el piso lanzando un quejido. Echo un vistazo a mi amigo y ambos nos tapamos la boca para no reír fuerte.

- ¿Estás bien, Shay? – por fin abre los ojos.
- ¿Qué pasó?
- Venía por ustedes – me mira y asiento para que siga con su historia, luego se pone en cuclillas a mi lado – Ya sabes, para llevarlas a casa de los Tegeirian y pasar un rato divertido y hacerles compañía, pero un loco salió de los arbustos gritando, así que todas se fueron corriendo y gritando asustadas, pero tú te quedaste a medio camino, te desmayaste.
- Vaya.
- ¿Por qué no vas por el auto para llevar a Shay al hospital? – pido a Evian esperando que la loca se niegue.
- Está bien, creo que estoy bien.
- ¿Segura? Te llevamos a tu casa entonces, podemos dejar la pijamada para otro día – o mejor otro siglo.
- Creo que será lo mejor.
- Ya vuelvo, iré por mi camioneta – anuncia el chico, acto seguido se levanta y se va, lo veo tomar la motosierra modificada con disimulo y llevársela.
- ¿Estás segura de que no quieres que te lleve al hospital?
- Estoy muy segura – asiente y se queda un instante observando el piso – Sakura… sé que es mucho pedir pero, ¿podrías hacerme un favor?

Blanqueo los ojos antes de responder.

- Dime.
- Yo… – muerde su labio dubitativa – No quiero perder tres años…
- Estás…

Creo que mi rostro se ilumina de la felicidad, me esfuerzo demasiado por ocultarlo.

- No pensé demasiado antes de aceptar tomar el cargo como honey, es demasiada responsabilidad, y claramente, no necesito el dinero en lo absoluto.
- ¿Me estás pidiendo que te despida? – me llevo la mano al pecho fingiendo indignación.
- ¡Quiero seguir siendo tu amiga! Sólo quería acercarme más a ti, por favor no te enojes.
- ¿Sabes lo que me harán mis padres si te despido sólo porque sí?
- Puedo hablar con ellos si es necesario, haré todo lo que pueda para que ellos no se molesten contigo.

Honestamente creí que por su loca obsesión a mi hermano, aguantaría un poco más.

- Bien – asiento – Lo haré.
- ¿En serio?
- Sí, pero déjame asegurarme de que llegues bien a casa.
- Eres una gran amiga.
- Yo no soy tu amiga, Shayna.
- Te quiero, Sakura – se abraza a mi cuello. La alejo observando frente a nosotros el vehículo del castaño
- Vámonos.

Me levanto esperando que vaya detrás de mí y subo al asiento del copiloto rápidamente, choco los cinco con Evian y éste entiende que el plan resultó a la perfección.
Una vez que la rubia cierra la puerta de atrás me coloco el cinturón de seguridad y me preparo para mis mini vacaciones en Brasil.



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Zack Blake

Termino de vestirme con la gorra del uniforme del trabajo antes de obligarme a tomar un suspiro largo para seguir teniendo el valor necesario para continuar el día.

- ¡Que no decaiga ese ánimo, ya es jueves! – mi compañero y amigo Sam palmea mi hombro llamando mi atención – ¿Todo bien, hermano?
- No del todo, amigo.

Me dejo caer en sobre el banco de madera en el centro del vestidor para los empleados, Sam se deshace de su sudadera y luego se coloca el mandil verde del trabajo, pone en su lugar la gorra y voltea a verme.

- ¿Qué sucede? Te ves demasiado afligido.

Antes de responder giro el rostro hacia la entrada, temeroso de que alguien más pueda enterarse.

- Van a transferir a mi padre.
- ¿Qué? – sus facciones se arrugan de inmediato – ¿A dónde y por qué?
- No lo sé, mamá apenas y me lo quiso decir, lo llevarán a Detroit.
- Wow… hermano, Detroit está jodidamente lejos de Seattle, ¿qué harán?
- Para serte honesto, no tengo la menor idea, apenas y nos alcanza para sobrevivir día con día. Será imposible mudarnos hasta allá pronto.

Sam observa el piso, suelta un suspiro y luego coloca su mano derecha sobre mi hombro, pareciera no tener palabras pero al menos intenta reconfortarme. Asiento más para mí mismo, como si esto me ayudase a enfrentar la realidad, y después me levanto para comenzar con el trabajo.

- Zack, esa sonrisa.

Dice a modo de reprimenda el gerente, lo miro con expresión de pocos amigos pero me obligo a esbozar una sonrisa, es cierto que los clientes nada de culpa tienen de mi situación.

- Pareciera que los músculos de tu rostro tuvieran espasmos – se burla el pelinegro y me provoca sonreír naturalmente.
- Lo intento, amigo.

Me concentro en el chico frente a mí y tomo su pedido para después alcanzar a Sam quien prepara una bebida.

- Lo sé, así que descuida – se toma un momento antes de seguir hablando – Cambiaré de tema, ¿hiciste la tarea de cálculo? Apenas llevamos cuatro días yendo a clases y ya quiero tirar la toalla, ¿sabes?
- No quiero saber cómo te irá cuando veamos las integrales.
- Estás hablando de barras de trigo, ¿cierto? – pregunta entregando la bebida.
- Pff – lo observo levantando ligeramente la ceja – Vas a morir, amigo, ve preparándote – me giro a entregar la bebida.
- Mierda – su rostro se torna inclusive nostálgico – No sé qué… ¡Wow!

Lo miro extrañado y sigo su mirada hacia una de las ventanas cercanas a la entrada. Acaba de estacionarse una limusina exageradamente larga color blanco, detrás y delante de ésta hay dos camionetas Range Rover Evoque de color negro. De ambas camionetas salen por lo menos seis sujetos.

- ¿Qué sucede? – se acerca cual chusma el gerente.
- ¿Nos visita el presidente? – pregunta Sam más para sí mismo.

Al igual que todos dentro del Starbucks, observo la escena. El chofer de la limo aparece y camina hacia la parte trasera, abre la puerta y una mujer rubia de piernas largas sale de ahí. Camina a paso firme hacia la entrada del local seguida de los hombres. Una vez que se encuentra en la puerta, uno de ellos jala la puerta hacia adentro permitiéndole la entrada y se adentra detrás de ella mientras los demás se quedan vigilando afuera.
Se mantiene quieta en la entrada con el rostro en dirección del mostrador, inevitablemente la observo de arriba hacia abajo, viste un vestido pegado al cuerpo de color blanco, sin embargo, no es un vestido sexy, es uno elegante y sofisticado, además calza unos tacones del mismo color, con tacón de aguja tan alto que seguro sobrepasa el 1.85 de estatura. Regreso la vista hacia su rostro, se quita con elegancia los lentes oscuros revelando un lindo rostro, y sin gesticular ninguna expresión encaja la vista en nuestra dirección; de reojo puedo observar a Sam con la boca extremadamente abierta, casi a punto de babear, y a Roy, el gerente, lamer su mano para peinar su escasa cabellera.
La rubia retoma la caminata hasta quedar justo en frente del mostrador.

- Buenas tardes – saluda observándome.
- Bu… buenas tardes – saluda a tropezones Roy. La mujer lo mira hacia abajo y luego regresa la mirada a mí.
- ¿Podrías atenderme, por favor? – pide con amabilidad, sin embargo, su tono de voz es tan imponente que me sobresalto antes de posarme frente a la caja registradora – Quiero un café americano frío alto, sin crema batida, sin jarabe, con hielos, leche de coco y stevia.
- ¿A nombre de quién? – mi mano tiembla mientras sostengo el plumón frente al vaso.
- Serena – dice con tranquilidad. Lo escribo  y señalo los ingredientes, después tecleo la caja registradora.
- Serían tres dólares con noventa y cinco centavos – la mujer remueve su cabellera rubia de su hombro derecho con un movimiento de cabeza, a continuación, de su bolso toma su cartera y saca una tarjeta de crédito, escucho a Sam atragantarse con su propia saliva detrás de mí al notar que es una “Black”. La tomo con mano temblorosa y prosigo a concretar su compra – En un momento estará listo.

Me alejo de ahí y preparo la bebida tan rápido como mis manos temblorosas me lo permiten. Coloco la tapa, el popote y se lo entrego de inmediato.

- Muchas gracias, Zack.

Se aleja seguida del hombre y la mirada de todos, y toma lugar en uno de los sillones disponibles casi al centro del local

- ¿Cómo sabe tu nombre? – pregunta a susurros Sam.
- Pues por mi placa…

Me llevo la mano al pecho y fijo la mirada una vez que no siento la placa de metal donde se supone debería estar. Sam levanta las cejas con obviedad.

- ¿Crees que sea la mujer de algún capo? – baja la voz tan sólo para que yo lo escuche – ¿O que ella en realidad ella sea la capo?
- ¿De qué rayos estás hablando?
- Trae guaruras – señala hacia afuera y luego a ella – Yo que tú me andaría con cuidado.
- Basta, no seas paranoi…
- Joven – el hombre que acompaña a la rubia está frente al mostrador – La señora Tegeirian quiere hablar con usted un momento.

Se aleja de ahí y yo tan sólo trago saliva comenzando a sentir temor.

- ¿Ves? – exclama Sam con exageración.
- No la hagas esperar – interviene Roy empujándome hacia fuera de la barra.

Le echo una mala mirada antes de decidirme a ir con la mujer. Camino a pasos lentos y precavidos hasta quedar frente a ella.

- Toma asiento – extiende la mano hacia el frente señalando el sillón, yo obedezco – ¿Quieres algo para tomar, Zack?
- No – niego – Gracias.
- Bien – coloca el café sobre la mesa al centro de ambos sillones – Seguro estás curioso por saber el motivo por el cuál estoy aquí.
- Siendo sincero estoy muy confundido.
- ¿Respecto a qué?
- ¿Cómo sabe mi nombre?
- Iré directo al punto – posa una mano sobre la otra encima de su rodilla – Te he investigado, pero antes de que puedas asustarte, te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte. Antes de decirte lo demás, ¿podríamos hablar en un lugar más privado?

Ojeo el lugar, no hay demasiados clientes, y no sé si esto me da buena espina.

- El único lugar más privado es el vestidor de los empleados.
- Está bien, no hay problema por mí.
- Por aquí.

Me levanto seguido de ella, paso por el mostrador y sigo por el pasillo hasta colocarme frente a la puerta, la abro y señalo hacia dentro para que pase, el hombre que la acompaña se queda afuera una vez que cierra la puerta. La mujer observa el lugar luciendo calmada, me llevo las manos a mis pantalones para secarme el sudor de las palmas.

- ¿Has vivido siempre en Seattle? – pregunta de repente tomando asiento en uno de los bancos de madera.
- No, solía vivir en Portland – me recargo sobre la pared – Pero usted ya lo sabía, ¿no es así?
- Sí – responde sin pisca alguna de duda – También sé que eres un buen estudiante, las mejores notas en tu anterior escuela y en la actual, ¿sabías que estás entre los mejores treinta promedios del país?

Mi boca se entreabre de la sorpresa y confusión.

- ¿Por qué está aquí?
- No temas, no es lo que piensas. ¿Has escuchado algo sobre la academia Hoj?

Rebusco en mi memoria, y efectivamente, hay un leve recuerdo de la clase de economía del año pasado.

- Algo. Sé que es muy cara.
- ¿Sabes algo más?
- En una de mis clases mencionaron algo sobre las nueve flores, o algo así. Que se supone son familias con poder y dinero debido a sus negocios y…  – le echo otro vistazo comprendiendo el asunto – Oh.
- Oh – esboza una sonrisita – Soy Serena Tegeirian.

Extiende la mano y no puedo reaccionar, por lo contrario me siento agobiado tratando de asimilar por qué esta señora está frente a mí.

- Yo… no entiendo – estrecho su mano de inmediato – Lo siento, no logro entender por completo qué está sucediendo.
- Necesito tu ayuda, Zack.
- ¿Mi ayuda?

¿Por qué una persona como ella necesitaría la ayuda de alguien como yo?

- Así es, ¿sabes algo sobre el programa honey?
- Siendo honesto no sé qué sea eso.
- Te explicaré brevemente, este programa consiste en que estudiantes ejemplares, en este caso tú, ayuden a los estudiantes del curso avanzado de la academia Hoj en lo relacionado a asuntos académicos, puede llegar ser difícil e incluso abrumador para ellos tener tantas responsabilidades, podrías ser requerido inclusive fuera de clases, pero todo lo que hagas también será recompensado.
- Señora Tegeirian, debe saber que no soy exactamente la persona más inteligente. No sé si podría servir como… ¿cómo podría llamarlo? – pienso en la palabra adecuada – Tal vez maestro.
- Creo que tienes las cualidades para desempeñarte bien.  Ten esto – de su bolso toma un folder – Te daré un momento para que puedas leerlo con tranquilidad.

Recibo el documento y de inmediato me dedico a leerlo. Creo que la señora Tegeirian fue demasiado sutil al momento de explicar lo que hace un honey.

- En caso de que yo aceptase, ¿de quién sería Honey?
- De mi hija, su nombre es Sakura.

Asiento y dirijo la vista una vez más hacia las hojas en mis manos y continúo leyendo detenidamente.

- ¿Su hija cursa el último año?
- Bueno – duda un segundo – Ella tiene quince años de edad, sin embargo, fue promovida de curso.

Mi mirada se dirige una vez más hacia el documento. Me tomo mi tempo para leer, paso una hoja tras otra sin pasar por alto ninguna parte de la información hasta terminarla por completo.

- Entonces, ¿prácticamente sería niñero de su hija?
- No diría la palabra niñero para definir las actividades de un honey, más bien utilizaría la palabra “asistente”. No es un trabajo del todo fácil, pero es bien retribuido.
- Lo siento, señora Tegeirian,  no sé si sea un buen candidato. Parece requerir de mucho tiempo y yo no lo tengo, entre el trabajo y cuidar de mis hermanos no me queda demasiado tiempo disponible, además, por lo que tengo entendido, la academia Hoj está muy lejos del estado de Washington.
- Está bien, te dejaré pensarlo. Si decides hacerlo, no tendrás que preocuparte por nada de eso.

Un atisbo de interés aparece en mí, la observo con los ojos ligeramente entrecerrados.

- ¿A qué se refiere?
- Mi intención al venir aquí es que aceptes, Zack, no te lo voy a negar. Phillip – levanta la voz llamando a alguien, de inmediato entra el tipo fortachón y le ofrece una carpeta cuyo contenido es más grueso – Vine preparada con un contrato. Esta es una copia que puedes llevarte y leer con cuidado pero te adelantaré todo de manera general. Verás, no se supone que ofrezca todo hasta que mi hija te acepte como un honey oficial, y debo ser honesta, ella te pondrá a prueba, el lapso es por tres meses, pero esos tres meses no vienen con todos los beneficios, aun así te haré la oferta aunque estés a prueba pero esto debe quedar entre tú y yo. El contrato dice que debes ser su honey durante un año para poder gozar de todos los beneficios. La razón viene señalada en el folder en tus manos, además de lo que puede suceder en caso de que aceptes y renuncies.
- No me malinterprete pero parece darle demasiadas vueltas al asunto, ¿por qué?
- Bueno, mi hija es… – mueve las manos para ayudarse a encontrar las palabras correctas – Un poco difícil de sobrellevar, en realidad debes tener mucha paciencia con ella. Pero hablemos de los beneficios, vienen especificados todos ahí: te ofrezco un nuevo empleo para tu madre, el cual pueda retribuirle hasta cinco veces más de lo que hace el empleo que posee ahora, además, residencia para ti, tu madre y tus hermanos, gastos del hogar como agua, luz, internet, alimentos, etc. cubiertos, por lo tanto lo que tu madre gane en su trabajo será para gastarlo en lo que ella quiera. Aparte tu educación y la de tus hermanos, y si cumples con tu año, pagaré cualquier universidad del país o extranjera a la que quieras asistir, no importa el costo – mi boca se abre tanto que escucho crujir los huesos de mi mandíbula – Además, me encargaré de que tu padre no sea transferido a Detroit, sino al centro penitenciario de San José para que puedas visitarlo siempre que quieras y tus responsabilidades te lo permitan. ¿Qué opinas?

Simplemente me quedo en blanco, es demasiado.

- En realidad no sé qué decir.
- Está bien, puedes pensarlo, pero quiero tu respuesta más tardar a la media noche, las clases comienzan el lunes y es poco tiempo para tu traslado a la ciudad. Puedo permitir que faltes un día, pero ni uno más, debes saber que la educación de mis hijos es extremadamente importante para mí.
- Espere, es prácticamente nada de tiempo para una mudanza – me aclaro la garganta – En caso de aceptar.
- Déjame a mí lo de la mudanza, sólo lee el contrato con detenimiento y comunícate conmigo a este número – extiende una tarjeta, luego se levanta y abre la puerta – Fue un placer hablar contigo, espero tu llamada, Zack.
- Hasta luego.

Como un completo bobo la observo perderse en el pasillo, y una vez que llego al lado de Sam la veo marcharse en su vehículo lujoso seguida por sus empleados.

- ¿Qué quería? – pregunta mi amigo sin nada de disimulo.
- No vas a creerlo si te lo digo.
- ¿Acaso quiere ser tu Sugar Momma? – blanqueo los ojos.
- Claro que no, no seas idiota.
- Dijiste que no lo creería si me decías – levanta ambas manos en son de paz.
- Lee esto.

Le entrego el primer folder y el chico se apresura a leerlo, observo un instante el lugar y al asegurarme de que no hay clientes llegando, tomo mi celular y tecleo el nombre “Serena Tegeirian” en el buscador, al instante aparecen millones de resultados, me concentro en leer los más destacados.

- ¡Wow, es ella! – el rostro de mi amigo se recarga sobre mi hombro y acerco más el teléfono para que ambos podamos observarlo – Esa señora es demasiado bella.
- Ella mencionó algo de las nueve flores.

Tecleo las palabras en el buscador una vez más y de inmediato aparecen los resultados, se trata de nueve familias y su apellido está entre los nueve.

- A ver, quién es esta hermosa – Sam entromete su mano y con el dedo índice selecciona la foto de una rubia.
- Khaleesi Susique – leo en voz alta.
- Su nombre suena como de novela – el chico selecciona otra foto – Evian Susique… seguro son hermanos, se parecen demasiado.

Selecciono otra foto.

- Jonathan Lys – leo nuevamente en voz alta.
- Él me parece conocido de alguna forma – interviene mi amigo – Mira este, a lo mejor resulta ser tu familiar.
- Sam, que ambos tengamos rasgos asiáticos no nos hace parientes.
- Tienes razón, el tal Jude Uddobain es más atractivo que tú, tú eres feo, amigo.
- Cierra la boca – toco en la pantalla la foto de unos gemelos – Estos deben ser sus hijos.
- ¿De la rubia?
- Sí, tienen el mismo apellido: Elliot y Lyel Tegeirian.
- ¿Vas a ser niñero de ellos?
- No, en realidad, en caso de aceptar, sería niñero de ella – selecciono la foto de la chica.
- Sakura Tegeirian – lee lentamente el pelinegro – ¿Por qué los ricos tienen nombres tan raros?
- No lo sé – la observo con detenimiento, la chica sonríe levemente, sin mostrar los dientes.
- Ella es muy bonita, hermano – se acerca más – Pero se ve intimidante, pareciera que sus ojos son los de una serpiente.

Suelto una risa y hago zoom a su rostro, sus ojos se ven azules de lejos, sin embargo, de cerca son verdes. Tiene ciertos rasgos bastante similares a los de su madre, su padre y sus hermanos, no cabe duda de que sean parientes.

- No entiendo para qué me quiere su madre apoyándola con sus estudios si claramente ella puede hacerlo por su cuenta.
- ¿Por qué lo dices?
- Su madre dijo que fue promovida de curso, estudiará el último año y apenas tiene quince años.
- Oye, ¿y si está loca? Quizás por eso su mamá busca quién la contenga. O quizás, le busca futuro marido – levanta ambas cejas.
- ¿Qué dices?
- Es broma, amigo, es broma – palmea mi espalda – Pero considera que ella es millonaria, no tendrías que trabajar ni un día más.
- No seas idiota, Sam.
- Bueno, eso era también una broma. Relájate – continuamos observando la pantalla de mi teléfono celular – ¿Y qué opinas respecto al asunto?
- No lo sé, tendría que mudarme a San José California.
- ¿Qué hay de malo con eso?
- Debo estar allá para el lunes.
- Oh mierda – se toma la barbilla – eso es muy poco tiempo.
- Debo darle mi respuesta hoy.
- ¿Qué hay de tu familia? Espero no hayas pasado por alto el hecho de que tu padre será transferido a Detroit.
- No lo hice – observo a clientes entrar al local – Te contaré bien después del trabajo.

Luego de nuestra jornada laboral, Sam y yo llegamos al McDonald’s. Últimamente mi amigo Sam es quien me ha ayudado a aclarar mi mente y pensar objetivamente. Aunque, sigue siendo una propuesta bastante seria que simplemente no puedo tomar a la ligera.

Una vez que estoy a casa, el teléfono fijo suena y me levanto de la silla para dirigirme hacia la sala y responder.

- Mina, ¿quieres bajar el volumen del televisor un poco, por favor?
- Claro – la pequeña toma el control remoto y obedece sin dejar de mirar Paw Patrol y brincar junto a Seiya.
- ¿Hola?
- ¿Zack? – rápido reconozco la voz de mi padre.
- ¿Papá? ¿Qué sucede?
- ¿Está mamá en casa?
- No, sigue en el trabajo.
- ¡Demonios! – lo escucho tomar un suspiro profundo – Zack, escúchame, no puedo tardar demasiado en la llamada. Por favor avisa a tu madre que me van a trasladar mañana, necesito que se comunique con Ned.
- ¿Por qué lo adelantaron?
- Hijo, por favor hazlo, la llamada va a…
- ¿Papá?

La llamada se ha cortado de repente.

- ¿Es papá? – pregunta Seiya acercándose a mí – ¿Él está bien?
- Él está bien – observo el televisor y me tomo mi tiempo para pasar el nudo en mi garganta – Es tarde, vayan a dormir.
- Pero no hemos cenado – se queja mi hermanita.
- Bueno, les daré de cenar – tomo el control y apago el televisor – Pero vamos ya.

Ambos pequeños se dirigen hacia la cocina dando saltos y festejando por alguna razón ajena a mí, aunque creo que lo hacen simplemente porque son pequeños e inocentes. Toman asiento en la mesa y me encamino hacia la alacena, tomo dos platos, dos cucharas y el cereal, a continuación abro la puerta del refrigerador, el nudo vuelve a aparecer en mi garganta al percatarme que lo único dentro es un cartón de leche lleno a la mitad, un poco de queso y cuatro huevos.
Me las ingenio para verter lo poco que queda dentro de la caja de cereal en los dos platos, sirvo leche dentro y coloco un plato frente a Mina y el otro frente a Seiya. Me toma tres segundos de mi tiempo observando a mis hermanos comer los restos de la caja de cereal para tomar mi cartera y buscar la tarjeta de la señora Tegeirian.
Tecleo el número en mi celular y me alejo de los niños para realizar la llamada.

- Buenas noches, Zack – el celular no timbró ni dos veces.
- ¿Cómo sabía que era yo?
- Intuición. Pero dime, ¿te has decidido?
- Sí – observo a ambos pequeños, mi hermanita cruza la mirada conmigo y mueve su cuchara a modo de saludo, y después lanza un beso en el aire en mi dirección, me limito a sonreírle y responder el beso – Decidí que lo haré.
- Estoy muy feliz por tu decisión – puedo confirmarlo, su tono de voz lo demuestra.
- Pero dígame, ¿cómo haré para la mudanza?
- Ve a clases mañana como normalmente lo haces, y en tu trabajo pues, creo que lo mejor sería que renunciaras de una vez. De lo demás me encargo yo, ¿ya cenaron tú y tus hermanos?
- Estoy en eso – ojeo nuevamente a la pequeña y el pequeño.
- Muy bien, estaré en contacto contigo. Descansa.
- Bien.

La señora Tegeirian tranca la llamada y un escalofrío me recorre por completo.

Cuando mis hermanos terminan su cena me encargo de llevarlos a su habitación y después regreso para asear la cocina. Mientras lo hago escucho la puerta de la entrada abrirse, me asomo por el marco de la puerta y veo a mamá entrar.

- Buenas noches – saluda – ¿Qué haces? ¿Tienen hambre?
- Hola. No realmente, Mina y Seiya acaban de quedarse dormidos, cenaron cereal y yo pasé a McDonald’s. ¿Tú ya cenaste?
- Sí, amor – se quita el saco y lo cuelga en el perchero a un lado de la puerta, después camina a zancadas grandes hasta llegar a mí y me abraza.
- ¿Qué pasa?

Se aferra a mí con más fuerza, por consiguiente yo también la abrazo. De repente empieza a sollozar y doy por sentado que se ha enterado de lo de papá.

- Tengo buenas noticias – se separa de mí para observarme de frente – En realidad son excelentes noticias.

Cubre su boca evitando seguir sollozando y yo no puedo estar más confundido.

- Cuéntame qué pasa.
- Cariño, tu padre ya no va a ser transferido a Detroit.
- ¿Ah?

No ha pasado ni hora y media desde que hablé con papá.

- El director del centro penitenciario de Seattle se comunicó conmigo, lo mandarán a San José, que es mucho más cerca de aquí. Pero eso no es todo – se lleva las manos al pecho y suspira, luego sonríe en grande una vez más – Me hablaron para un trabajo en la ciudad, vamos a estar cerca de papá. ¡Es como un milagro!

¿Qué demonios está sucediendo?

Mi madre vuelve a abrazarme con fuerza y luego sin decir nada más se va hacia su habitación cantando con emoción. Estoy seguro que esto ha sido obra de Serena Tegeirian, ¿acaso esa mujer es el diablo? No me explico cómo hizo tanto en tan poco tiempo.



Última edición por Bart Simpson el Sáb 01 Feb 2020, 12:00 am, editado 2 veces

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The Honey System - Página 3 Empty Re: The Honey System

Mensaje por Bart Simpson Jue 07 Nov 2019, 1:35 am

Capitulo 03 |3|
Master is Sakura || Honey is Zack || Bart Simpson.




Zack Blake
La mudanza tuvo algunos pequeños e inevitables contratiempos así que hemos llegado el lunes y no el domingo, sin embargo, por fin estamos en San José, California. Creo que la expresión de mi mamá y hermanos es idéntica a la mía; estamos frente a la residencia que Serena ha conseguido para nosotros y no puedo creerlo. Ni siquiera cuando le iba bien a papá en la compañía tuvimos una casa así.

- Vayamos a verla – mamá es la primera en hablar.

Nos adentramos al lugar cargando sólo nuestras mochilas.

- ¡Wow! – exclamo al observar el lobby, es amplio.
- No creo que nuestros muebles puedan llenar este lugar, mami – avisa Mina sin dejar de observar la casa con la boca entreabierta.
- No importa, amor. Vamos a comprar muebles más grandes – carga a la pequeña.
- Me gusta esta casa, ¿puedo elegir mi habitación?
- ¡Elegiré primero! – me adelanto a Seiya y subo las escaleras corriendo.
- ¡No es justo, Zack! – lo escucho quejarse detrás de mí – ¡Mamá, dile algo!
- Cariño, todas las habitaciones son amplias y lindas. Ve a elegir la tuya.

Es lo último que escucho antes de girar el pomo de la que será mi habitación. Me quedo observando como bobo y hago una imagen mental de dónde irá cada uno de mis muebles.

- Zack, ¿podrías ir conmigo? – giro el rostro encontrándome con mi hermana.
- Claro, vamos.

Tomo su mano y salimos de ahí, la pequeña señala una puerta y la abro para ella. Se adentra un instante y observa detenidamente la habitación.

- Me gusta esta – anuncia – ¿Crees que pueda tener una cobija de Elsa cuando llegue mi cama?
- Creo que podrás tener lo que quieras de Elsa – pellizco levemente su mejilla.
- ¡Yo quiero en frente de Mina! – la estruendosa voz de Seiya hace eco en la casa vacía – Así te puedo cuidar.
- Tú no me cuidas, tú me peleas siempre.
- Pero ya va a cuidarte – intervengo – Porque tú eres su hermanita y es deber de los hermanos cuidar de nuestras hermanitas, ¿cierto?

El pequeño asiente.

- Entonces sí.
- Vamos a ver el jardín trasero – el niño toma la mano de Mina y se la lleva escaleras abajo.
- ¡Zack!

Corro por las escaleras rastreando el lugar del cual proviene su voz.

- ¿Qué sucede? – pregunto adentrándome a la cocina.
- ¿Qué es esto? – mantiene abierta la puerta del refrigerador.
- ¿Qué?

Me asomo para encontrarme con la nevera repleta de provisiones, creo que comienzo a enamorarme de la señora Tegeirian.

- ¿No te parece extraño, Zack? – arruga la nariz.
- Neh, seguro lo mandaron de tu nuevo trabajo. Tenías razón al decir que es magnífico.
- ¿Verdad que sí?
- ¡Claro! – mi celular comienza a vibrar dentro de mi bolsillo – Ya vengo, tengo una llamada entrante – salgo de la casa para responder al darme cuenta de que es Serena quien habla – Hola, señora Tegeirian.
- Hola, Zack, ¿qué les pareció su nueva casa? Me comuniqué con la mudanza y los muebles llegarán en aproximadamente media hora para que estén al pendiente.
- Sí, lo haremos.
- Ellos les ayudarán a instalar todo, por lo tanto será rápido, así que necesito que vengas a casa para que puedas conocer a Sakura, Elliot y Lyel, y presentarte a la presidenta y vicepresidenta de los honeys.
- Claro que sí – los gritos de mis hermanos llaman mi atención – Por cierto, gracias por el gesto de la nevera.
- No es nada – suelta una risita – Mandaré la limusina por ti a las cinco de la tarde.
- Está bien. Adiós, señora Serena.
- Sólo Serena.
- Adiós, Serena.
- Bye.

Entro nuevamente a la casa sin dejar de sonreír. El tiempo que tarda el camión de mudanza se pasa rapidísimo, una vez estacionado en la entrada salimos a ayudar, aunque básicamente sólo tenemos que dar indicaciones de dónde irá cada mueble, mamá pudo organizar eso durante el tiempo de espera.
Indico dónde van los muebles en mi habitación y me sorprendo al darme cuenta del espacio sobrante; literalmente tengo media habitación libre.

- Muchas gracias – mi madre sale hasta la entrada del jardín delantero a despedir a las personas de la mudanza – Que tengan una linda tarde.

Agita la mano incluso cuando ellos ya están casi perdiéndose en el horizonte.

- Má – llamo su atención – Debo ir a un lugar para hablar sobre asuntos de la escuela. Puedes dejar trabajo para mí, llegando terminaré de ordenar.
- Está bien, ve sin cuidado. Pero báñate y vístete presentable, no vayas así. John me hizo el favor de conectar las conexiones del gas y me dijo que hay calentador solar.
- ¿Quién es John?
- El de la mudanza – suelto una risa.
- Está bien.

La abrazo un instante y después me adentro a casa para tomar una ducha, no sé a dónde me dirijo pero seguro no puedo llegar luciendo tan informal. Termino por elegir un look monocromático; playera, jeans y tenis Vans de color negro, además de una chaqueta ligera encima del mismo color.
Me coloco mi reloj en la muñeca y antes de salir rocío un poco de loción, bajo corriendo antes de que mamá pueda ver la limusina y empiece a pensar cosas raras.

- Buenas tardes, mi nombre es Sam y voy a llevarlo a la residencia de los Tegeirian – saluda un hombre de mediana edad vestido de manera formal, a continuación abre la puerta para mí.
- Hola, Sam. Buenas tardes, te llamas como mi mejor amigo – sonrío y él me responde con una sonrisa aún más grande – Mi nombre es Zack.
- Adelante, joven Zack.
- Gracias.

Tomo asiento y no puedo evitar sentirme incómodo ante tanto espacio para mí solo.

- Por favor póngase el cinturón de seguridad, joven Zack.
- Ah, sí. Ya está.

Jamás había visitado San José, tiene una vista muy hermosa, así que no paro de observar todo el camino. Le lleva a Sam aproximadamente veinte minutos llegar hasta el lugar.
Tengo que recargar el rostro en la ventana y tallarme los ojos varias veces para ver con claridad el lugar en el que me encuentro, es impresionantemente enorme, en realidad jamás había visto una casa tan grande. Instintivamente empiezo a jugar con mis dedos, causa de mi nerviosismo.

Sam abre la puerta para mí y salgo del vehículo, mi rostro gira de un lado al otro al encontrarme con al menos cuatro limos más. El hombre me guía por unos cuantos metros hasta la entrada donde Serena espera por mí.

- ¡Hola, Zack! – abre sus brazos y de alguna forma me siento pequeño y no merecedor de saludarla de esa forma.
- Buenas tardes, Serena – respondo su pequeño abrazo.
- ¿Cómo fue la mudanza?
- Muy rápida, muchas gracias.
- ¿Hubo algún percance? ¿Necesitan algo más? Tal vez muebles, más comida, o algo por el estilo.
- Oh claro que no, estamos muy bien. Gracias por su preocupación.
- Perfecto, si necesitan algo, lo que sea, díganme. Vamos – abre las puertas de su casa mientras me guía – Primero comeremos algo y después hablaremos sobre tu contrato para que lo firmes. ¿Hablaste con tu madre respecto a esto?
- Lo siento, no lo he hecho. Para ser honesto, no estoy seguro de si pueda contárselo ya.
- No te preocupes, pero por favor no tomes tanto tiempo. Tus padres, ambos, deben estar al tanto.

Mientras la señora Tegeirian continua hablando, principalmente por la razón de que su marido no vaya a acompañarnos hoy, me dispongo a observar el camino, atravesamos un pasillo que me da vista al gigantesco lobby a mi derecha. Lo primero que noto es el cuadro enorme de un retrato de su familia pintado en óleo sobre lienzo, a continuación, mi vista se fija en el cuadro con la foto de su hija vestida de lo que parece ser un traje de ballet, estoy casi seguro que el vestuario es el de la obra “El lago de los cisnes”.

A continuación seguimos el camino por un extenso pasillo hasta atravesar una puerta de algunos tres metros de altura, mi vista viaja hacia arriba al pasar por debajo de los candelabros.

- Buenas tardes, señora Tegeirian – la saludan al unísono dos rubias de bellas facciones y baja estatura.
- Hola, hermosas – saluda a ambas de beso – ¿Cómo han estado? ¿Dónde están Lyel y Elliot?
- Ya nos comunicamos con ellos, Lyel me dijo que venían en camino, creo que no sabían que usted estaría aquí – responde la de lentes.
- No, linda. Yo les avisé.
- Quizás lo olvidaron – ahora la otra rubia.
- Los llamaré. Chicas, él es Zack – me señala – Será honey de Sakura, conózcanse un poco en lo que hago las llamadas.

Las chicas se observan un instante con expresión seria antes de volver a sonreírme.

- Soy Maxie.
- Y yo Jennie.
- Pueden decirme Zack – estrecho mi mano con ambas.
- ¡Ven para acá en este preciso momento, Sakura!

Serena grita al teléfono con notable molestia en su voz, cuando se percata de que fue demasiado ruidosa nos da la espalda y se aleja un poco más.

- ¿Conocen a Sakura? – pregunto con curiosidad a ambas.
- Zack, no voy a mentirte, ella es la reencarnación de Lucifer.
- ¡Jennie! – la regaña su hermana – No lo asustes, tonta. Ignórala por favor, debes tener en cuenta que todos tenemos nuestros momentos y  debes ser paciente. Siempre que recuerdes eso, todo saldrá bien. Te recomiendo también tener una agenda a la mano siempre, o un cuaderno para hacer anotaciones, te salvará la vida.
- Lo siento, Zack.
- Descuida.

Estoy incluso más ansioso de lo que ya estaba, las risas de dos chicos se hacen presentes, volteo por inercia encontrándome con los que parecen ser Elliot y Lyel. Incluso con sus vestimentas para hacer deporte denotan clase y elegancia.

- ¿Por qué no nos avisaste que estarías aquí? – saluda el más rubio abrazando a su madre.
- Yo les avisé, ¿por qué están vestidos así?
- Estábamos por practicar basketball – explica el otro.
- ¿Dónde está Sakura?
- No lo sé, estaba molesta por quién sabe qué cosa así que la dejamos hacer lo que quisiera.
- Lyel… – la rubia se lleva las manos a las caderas.
- ¿Qué podía hacer? Tu hija está loca – voltea a ver a las chicas – ¿Qué hacen ellas aquí?
- Están aquí por él – me señala.
- ¿Quién es este? – pregunta ahora el otro.
- Sin ser despreciable por favor, Elliot – lo regaña su madre.

El chico revolea los ojos y pasa por en medio de las chicas empujándolas levemente, a continuación, al que he reconocido como Lyel, hace lo mismo chocando su brazo izquierdo con la rubia de lentes. La mujer las observa apenada.

- Está bien, señora Tegeirian. No tiene que preocuparse o sentirse mal por nada.
- Tomen asiento por favor.

Me siento del lado de las rubias pequeñas, frente a nosotros están ambos hermanos ignorándonos por completo, simplemente están concentrados en sus teléfonos.

- ¿Qué vamos a comer? – pregunta el más rubio sin quitar la vista de su móvil.
- Comida – responde su mamá con sarcasmo, el chico la observa de mala gana y después regresa la vista a la pantalla de su celular – Primero vamos a esperar a su hermana. No se desesperen, no tarda en llegar – ahora nos dice a nosotros.
- Está bien, pierda cuidado – empieza a hablar la rubia que no lleva anteojos – ¿Cómo le fue en su viaje a Rusia?
- Se supone que debo estar allá, Maxie – explica recargándose con elegancia sobre la mesa – Pero tú sabes qué me hizo regresar.
- ¿Y volverá pronto, o se quedará aquí ya? – ahora cuestiona la rubia que usa los anteojos.
- Debo irme hoy en la madrugada.
- Rayos, imagino que ha de ser difícil.
- Sólo el viaje es pesado, de ahí en más me fascina mi trabajo.

Las tres rubias se enfrascan en una charla sobre trabajo y viajes, me quedo simplemente quieto sin hablar, me desconozco por completo pero en realidad no estoy seguro de qué decir.

- ¿Qué edad tienes, Zack? – pregunta la reconozco como Maxie.
- Cumplré diecisiete en noviembre – asiento brindándoles una pequeña sonrisa.
- ¡Genial! – da unos cuantos aplausos – Podemos festejar cuando se llegue el día.
- ¿Festejar? – pregunta Elliot burlón – ¿A alguien a quien acabas de conocer?
- Sí, Elliot.
- Ya llegó Sakura – anuncia Jennie removiéndose inquieta en su asiento.

Mi vista viaja de inmediato hacia la entrada, se acerca una chica alta y de complexión delgada, ojos claros que parecen los ojos de una serpiente, tal cual lo dijo Sam, y cabello largo de color castaño muy claro amarrado en una coleta de caballo. Centro mi atención en la su pierna derecha al descubierto con lo que parece ser sangre en la misma, luego en su rodilla izquierda. La chica viste un traje, bastante desaliñado, roto y empolvado, de equitación. Su expresión es de pocos amigos mientras camina con el casco debajo de su brazo derecho, cuando pasa por detrás de sus hermanos golpea la cabeza de ambos y ni siquiera voltea a verlos.

- ¡Auch! – se quejan ambos.
- Fíjate por dónde vas – pide Lyel llevándose la mano a la cabeza.
- ¿Qué te pasó? – pregunta su madre.
- ¿No es obvio? – el tono de su voz me provoca un escalofrío, luego lanza el casco sobre la mesa, éste impacta sobre la misma y después cae al piso.
- No es obvio, Sakura, por eso te estoy preguntando – Serena responde con tono calmado.
- Didi me tiró.
- ¡¿Te caíste del caballo?! Dios, espero que no te hayas fracturado ningún hueso.

Se levanta de su asiento y va hacia su hija quien se permite ser abrazada por su madre. La rubia toca ambos brazos de la chica y después la ayuda a sentarse para revisarla mejor, se pone de cuclillas y ve las heridas de la muchacha más de cerca. Segundos después entra una chica corriendo, en sus manos sostiene un botiquín de primeros auxilios y se lo entrega a Serena.

- Te dije que tuvieras cuidado – Elliot regaña a la chica mientras se pone de pie y va hasta ella.
- Tuve cuidado, pero resulta que aún no tengo la habilidad de controlar mentalmente a los caballos – responde la chica a regañadientes
- ¿Hay algo en lo que podamos ayudar? – se levanta de su silla Maxie.
- Tan sólo pega tu trasero en la silla, enana – le echa una mirada envenenada y después suelta un grito – ¡Eso me dolió, madre!
- Deja de ser odiosa.
- Pásame el alcohol, por favor – pide su hermano quien ayuda a Serena a limpiar las heridas.
- ¿Crees que quiero morir? – toma el envase con agua oxigenada – Ten.


Media hora pasó en lo que auxiliaban a la castaña, tanto las rubias pequeñas, Lyel y yo, fuimos inútiles, ya que sólo nos quedamos observando. Pero una vez Elliot y Serena terminaron, la comida fue servida.

- ¿Estás bien? – susurra a mi lado Maxie.
- Sí – respondo de la misma manera.
- Lyel, Elliot, Sakura – los tres la observan momentáneamente – Ahora que Shayna pidió a Sakura que la despidiera – los tres se observan con una sonrisa burlona, en especial Sakura y Lyel – Estuve hablando con su padre. Consideré la opinión de Sakura y este chico frente a ustedes, como ya les había comentado por teléfono, será el nuevo honey de su hermana.

Los tres dirigen la mirada hacia mí, la castaña simplemente parece no entender la situación, me observa como si ni siquiera se hubiese percatado de mi presencia en todo este tiempo a pesar de que estoy sentado frente a ella.

- ¿En qué momento nos dijiste que habías buscado un honey para Sakura? – pregunta el más rubio.
- No puedo creer que en serio le hayas buscado un chico como honey…

Los dos chicos se centran en iniciar una pequeña discusión con su madre por haber elegido un chico y no una chica, en cambio Sakura, bueno, ella no deja de observarme fijamente.

- ¿Por qué te ves tan pálido?

Pregunta sin siquiera gesticular algún tipo de expresión en su rostro.

- Yo... – echo un vistazo hacia las rubias – En realidad no lo sé.
- Más te vale hacer bien tu trabajo y sólo tu trabajo – advierte el más castaño.
- Le doy una semana – opina el otro más para sí mismo.
- Me gusta – la chica alza los hombros un instante – Pero debes cortarte ese cabello, rebaja ambos lados. ¿Ves a mis hermanos? – asiento sin entender del todo – Algo así quedaría bien porque con ese corte de hongo pareces un idiota.
- ¡Beverly!
- ¡¿Qué?! – mira a su madre sin entender la razón de su regaño – Es sólo un consejo de imagen. Si yo luciera como una idiota me gustaría que alguien me lo dijera.
- Guárdate tus comentarios.

Sakura levanta las manos en son de paz y una vez que llega el platillo fuerte se concentra en comer al igual que sus hermanos.

- ¿Cómo pasó sus vacaciones, Serena? – la rubia de lentes rompe el hielo.
- El tiempo que no estuve trabajando, fue asombroso – la sonrisa vuelve a su rostro – ¿Qué hicieron ustedes?
- Visitamos a nuestra abuela  en Arizona.
- ¡Grandioso! ¿Cómo les fue con el calor? Arizona es demasiado caluroso en estas fechas.
- A Jennie le dio insolación – se burla – Pero pasó rápido.
- ¿Qué hay de ti, Zack? – pregunta la mujer entornando su mirada esmeralda en mí.
- Mis vacaciones fueron tranquilas, de hecho estuve trabajando.
- ¿No saliste a ningún lado? – pregunta Maxie.
- No.
- Oh, ya habrá la oportunidad de hacerlo, no te preocupes – intenta consolar, me limito a asentir ante su gesto  – ¿Cómo pasaste tus vacaciones, Elliot?
- Bien – responde sin observarla. La chica asiente, traga saliva y después dirige su vista hacia la castaña.
- ¿Y tú, Sakura?
- Veamos… la mayor parte de mis vacaciones fueron una mierda, Duende uno. Me esperaba disfrutar del sol y las playas de Mykonos y Santorini, pero en su lugar, me la pasé vacunando a niños contra la malaria en un pueblo escondido de Tanzania.
- Es… uhm – aclara su garganta – Tu madre mencionó que se acerca tu fiesta de dulces dieciséis, ¿ya tienes los preparativos?
- ¿Qué te importa? No estarás invitada de todos modos.
- ¡Niña! – los regaños de Serena simplemente son inútiles.

Maxie regresa la vista hacia su plato, evidentemente la castaña frente a mí le ha robado el ánimo de hablar sobre cualquier tema que se le hubiese llegado a ocurrir. Evito la mirada de la castaña y de reojo puedo observar cómo su madre se lleva las manos hacia sus sienes y después las frota con fastidio.



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Sakura Tegeirian

Fijo la vista en la ventana ignorando por completo la charla de hermano uno y hermano dos, hablar de culos de chicas no es exactamente mi especialidad. El camino me lo sé al derecho y al revés, por lo tanto, me aburro casi instantáneamente. A continuación, aliso mi falda a cuadros rojos y negros, este día decidí vestir la falda lisa en lugar de la que lleva tablones, no es exactamente mi uniforme favorito.

- ¿Por qué estás tan seria? – la voz de hermano dos me hace voltear a verlo.
- Estás hablando de culos, ¿qué puedo decir? – levanto la ceja – No admiraré los traseros de quien sea que estén hablando, mucho menos si en su conversación están intrínsecas las enanas.

Lyel carraspea ante mi respuesta y después se dispone a acomodar el nudo de su corbata.

- ¿Ya renunció Zayn? – lo observo extrañada.
- ¿Quién demonios es Zayn?
- Tu honey – responde con tono serio y obvio.
- Ese no es su nombre – cruzo los brazos – Se llama Blake… creo.
- Creí que Will era su nombre – interviene Lyel, vaya sorpresa.
- Como sea, la respuesta es no, no ha renunciado.
- Te lo dije – Lyel levanta la mano a la altura de la barbilla de Elliot – Págame.
- ¿Qué? – me inclino a la par que ellos se pegan completamente al asiento huyendo de mí.
- Elliot apostó conmigo a que no duraría ni veinticuatro horas.

Le echo un vistazo a hermano uno, éste abre tanto sus ojos que parecen dos huevos duros a punto de salírsele de sus cuencas.

- ¿Es por eso que me evitan en la academia? Porque apuestan a mis espaldas, ¿es así, Samay?
- Es sólo un juego, Sakura. No te enojes.
- Ve a jugar con el culo de tu enana, seguro a Duende uno le encantará.
- ¡Oh, vamos!

Toma asiento a mi derecha e intenta sostener mi mano, la cual alejo con rapidez. Elliot ha comenzado a ponerme de genio desde la semana pasada, comenzó a ser especialmente odioso desde que Lyel y yo nos fuimos a Brasil con Evian. Apenas visualizo el instituto, mi mirada viaja directamente al jardín frente al enorme portón de la entrada, normalmente es el lugar donde los honeys esperan a sus masters. Las palabras de Elliot se desvanecen hasta ser un simple susurro inentendible en mis oídos, toda mi atención está completamente centrada en la conversación que sostienen Santa Mei y Blake, a su lado están Daia y Lua.

No observo a Elliot hasta que éste deposita un beso en mi sien, lo miro de mala gana y el chico levanta ambas manos en son de paz, luego abre la puerta detrás de él antes de que Jim pueda hacerlo y sale. Lyel se apresura a salir antes que yo, imito su acción y los observo caminar a grandes zancadas en dirección de la entrada de la academia.

Empiezo a caminar una vez que Jim cierra la puerta y se despide de mí. Escucho las risas estruendosas de Daia y la risa sutil de Lua sin quitar la vista de mis hermanos.

- ¡Concéntrate, Casanova!

Exclama Elliot pasando al lado de Blake y tirando al piso con un manotazo las hojas que sostenía entre sus manos, después besa la mejilla de Lua y a Daia casi en la comisura de los labios, siendo especialmente lento, puedo ver que la chica se derrite como un cono de helado bajo el sol intenso de las playas de Malibú. Lyel choca su hombro contra el chico que apenas iba a inclinarse para recoger lo que hermano uno tiró y después deposita un beso en la mejilla de Daia y otro en la frente de Lua.

Coquetos de mierda.

Aumento la velocidad en mis pasos y al pasar junto a mi honey vuelvo a tirar con otro manotazo los papeles que acaba de levantar esperando liberar un poco de la frustración que hermano uno ha provocado en mí. Tomo la mano de Lua y le lanzo un beso en el aire antes de seguir caminando.

- Te veo en clases.

Ella asiente entregándome una linda sonrisa, suelto su mano y antes de irme miro de mala gana a la morena frente a mí.

- ¿A mí no me vas a mandar beso?

Pregunta sin captar del todo mis celos de hermana, me limito a girar hacia el frente y seguir mi camino.

- Buenos días – saluda Blake alcanzándome.
- ¿Qué hacías con Mei?
- Uhm… Mei me explicaba más sobre el asunto de ser honey – paro en seco y lo miro de frente.
- ¿El “asunto”? – hago las comillas en el aire – No me hagas despedirte, Blake.
- Buenos días, Sakura. Buenos días, Zack.

Ambas enanas saludan con sincronía mientras pasan corriendo por un lado nuestro en busca de hermano uno y hermano dos, ojalá esos pies de pollo se enredaran y cayeran como res al piso.

- Buen día, chicas – el castaño a mi lado levanta la mano a modo de saludo – ¿Notas algo distinto en mí?

Es obvio que lo hice, fue lo segundo que vi después de notar que la madre Mei de Calcuta se ha acercado a él.

- ¿Te refieres a la anorexia extrema? – doy vuelta al pasillo – Sí, lo noté.
- Ah… no. En realidad, seguí tu consejo y rebajé ambos lados – se lleva una mano al cabello.
- ¿Y? ¿Esperas una fiesta de felicitaciones?
- No…

Antes de que pueda decir algo más, me adentro al aula y ubico instantáneamente a Jude, sin pensarlo dos veces corro hasta tomar asiento a su lado y abrazarlo. De inmediato dos pares de ojos claros se posan sobre nosotros, Jude ama joder la existencia de mis hermanos, así que no es de sorprender que me rodeara con sus brazos provocando miradas fulminantes sobre él.

- La madre superiora estaba esperando por ti en la entrada – el chico suelta una risita traviesa.
- Lo sé.

Los demás alumnos entran seguidos del otro al aula, siendo Santa Mei  la última, la chica entra corriendo por la puerta justo cuando la campana de clase está sonando, pasa al lado de nuestro escritorio apuñalando con la mirada a Jude. La observo un instante y después la ignoro por completo, sin embargo, Jude gira el rostro siguiéndola hasta
su asiento copiando con exactitud a la poseída Regan MacNeil.
El profesor de química se hace presente, camina a paso lento sosteniendo un maletín en una mano y un frasco de Dewar con café en la otra.

- Buenos días, alumnos – tan sólo los honeys responden el saludo, el hombre escanea al grupo levantando la ceja, después fija la mirada en nuestra dirección y empieza a golpetear la suela de su zapato contra el piso con impaciencia, por un momento creo que Jude es el dueño de esa mirada envenenada – Sakura Tegeirian…
- ¿Sí? – inquiero recargando la cabeza en el hombro de mi amigo.
- Regresa a tu curso, por favor.
- Yo estoy en este curso, profesor Russo.

El hombre endurece la mirada, al parecer ni se ha tomado la molestia de revisar las listas de clase que actualizan tan seguido como los masters cambian de honey. A continuación, de su portafolio toma una carpeta y sin apuros revisa algunas hojas hasta detenerse en una en específico, su mirada viaja del papel a mí una y otra vez hasta darse por vencido.

- En ese caso – carraspea – La señorita Maddox y el joven – inspecciona la lista una vez más – Blake, deberían saber dónde son sus lugares.

Ahora su mirada viaja en dirección de ambos. Giro el rostro observándolos con burla, Santa Mei hace lo posible por ocultar su expresión de fastidio, mientras que Blake no entiende un carajo de la situación. De reojo observo a Jude levantarse de su asiento, acaricia mi cabeza con delicadeza y procede a encaminarse hasta quedar frente al escritorio de Mei.

- Muévete.

Ordena a Blake, éste se levanta de inmediato aún sin comprender del todo lo que sucede, es como una jirafa con falta de memoria a corto plazo, está perdido en todo momento. Luego toma su mochila y se dirige hacia el asiento a mi lado.



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Mi cabeza yace sobre una de las mesas fuera de la cafetería, es tan sólo mi tercer día y honestamente, estoy muriendo de la aburrición. Un té frío de frambuesa es colocado frente a mí, sin moverme de mi posición, observo a Blake tomar asiento a mi lado.

- Esta escuela es asombrosa.
- Cuando te conocí parecías una oveja asustada, ¿por qué estás tan feliz?

Su sonrisa desaparece por un instante, luego regresa con más intensidad.

- Creo que simplemente estoy acostumbrándome.
- ¡Hola! – Lua nos acompaña en la mesa - ¿Estás bien?
- Estoy bien – alejo su mano de mi espalda y la llevo debajo de mi mejilla, a continuación, vuelvo a recargarme sobre la mesa.
- Sólo falta la última clase, hay que animarnos – con las yemas de sus dedos palmea suavemente mi piel – Zack, ¿te sirvieron las notas?
- Demasiado, te agradezco – ella asiente con una sonrisa –  ¿Mei te explicó lo demás?
- Sí, de hecho quedamos para hoy después de clases, ¿quieres acompañarnos?
- ¡Hola!

La estruendosa voz de Daia se hace presente, antes de siquiera poder voltear, estampa un beso en mi mejilla.

- ¡Ewww, qué asco! – uso la mano de Lua para limpiarme.
- ¡Oye! – se queja la rubia intentando alejar su mano de mí.
- No te duermas, pequeña Lucifer.

Revoleo los ojos.

- Juntarte demasiado con las enanas va a dejar seco tu cerebro como el de ellas, y no vuelvas a besarme, tu saliva de pobre es asquerosa – la morena suelta una carcajada.
- ¡Venga para acá, mi niña hermosa! – me abraza con fuerza mientras balbucea estupideces, ni siquiera puedo molestarme, es tan payasa que lo único que hace es hacerme reír – ¿De qué hablaban?

Se sienta entre Blake y yo.

- Estaba comentando a Lua – ahora soy invisible – Que me reuniré con Mei esta tarde, eres bienvenida si así lo quieres.
- ¡Oh, pero claro! – se acerca hacia él de manera coqueta – Estoy dentro.

Engancha su brazo con el del chico, éste sólo la observa sonriendo y después desvía la mirada hacia Lua sin obtener respuesta de la rubia.

- ¿Vamos, Lua?
- Ella no podrá ir a ningún lado, amigo – una quinta voz irrumpe en la mesa.
- ¿Disculpa? – la rubia lo mira de mala gana.
- ¿Qué? – Jonathan levanta los hombros con desdén.
- Me gustaría saber la razón por la cual no puedo salir con mis amigos.
- Tenemos que practicar para los juegos Drops.
- ¿Eso no es hasta noviembre? – cuestiona Blake más para Lua que para Lys.
- Dije que empezaremos a practicar – finaliza mirando a mi honey de mala gana.
- Lua no puede, irá conmigo de compras – intervengo fastidiando al castaño.
- ¿Por qué no vas a comer algo por ahí, Baal? – recarga su palma sobre la superficie de la mesa observándome desafiante.
- Lo único que me comeré es a tu padre – sonrío burlona, el chico revolea los ojos – Se ve tan bueno.
- ¿Quieren parar? – pide la rubia levantando ambas manos en son de paz.
- No – respondemos al unísono.
- Será mejor que te vayas, Augustus Waters – balbuceo con un gesto de mano, el chico ni siquiera me pone atención del todo, se encuentra sosteniéndole la mirada a Lua, como si estuviesen teniendo una discusión mentalmente, a continuación me observa irritado, su siguiente movimiento es levantar el dedo medio en mi dirección. Lua, nuestra eterna mediadora, lo baja de inmediato y lleva la mano del chico al bolsillo de su pantalón – Me sentaría… si fuera la entrepierna de tu papá.
- ¡Dios, qué asco!

Y dicho eso, simplemente se aleja enfurruñado provocándome una risa estruendosa.

- Su padre está muy bueno... sólo digo – Daia se une a mi pensamiento y no puedo evitar chocar los cinco con ella.
- No vas a librarte de mí esta tarde – sentencio señalando a Lua con el dedo índice, acto seguido me pongo de pie y camino hacia el aula.
- ¡Tu té! – Blake agita la botella en una mano.
- No lo quiero.



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Mi pie golpea el piso de la limusina con ritmo, uno acelerado. Mi mirada se fija en Lua quien ha estado al teléfono desde que tomamos rumbo hacia su casa.

- Diez minutos, Lua – hablo fuerte para que me escuchen del otro lado de la bocina – Llevamos más tiempo dentro del vehículo que los diez minutos que duramos en el centro comercial.
- Lo siento – susurra esbozando una mueca.

Regresa a su llamada y revolea los ojos, no necesito preguntar quién es para saber que habla con mi hijastro. Jim estaciona la limusina fuera de la puerta abierta al público de la librería por mis indicaciones, arrebato el celular de las manos de Lua y lo pongo en mi oído.

- Ya para tu mierda, acosador.

Tranco la llamada y antes de salir, le entrego el teléfono. Me adentro a la librería encontrándome el lugar abarrotado de personas leyendo mientras consumen café, galletas y pastelillos. Escaneo el lugar un instante hasta dar con una persona en específico, es como si los rayos del sol lo iluminaran especialmente a él obligándome a verlo; lee con aguda concentración un libro entre sus manos, en la mesita frente a él hay una taza blanca con lo que apuesto es chocolate caliente, qué absurdo, San José está ardiendo casi como el infierno en este momento y él sigue consumiendo bebidas calientes. Echo un vistazo hacia afuera y el primer vehículo que veo es su camioneta confirmándome que se trata de Keff y no una alucinación mía. Camino entre los clientes de la librería hasta colocarme frente a él.

- Con ese cabello pareces Rapunzel.

Sin alejar la vista de su lectura, sonríe de lado.

- No has ido a clases.
- Claro que sí, sólo que he avanzado un curso – el chico levanta la mirada entornando su mirada azul en mí.

La academia Hoj VIP tiene un curso especial para aquellos hermanos menores como yo, en total íbamos cinco personas más la o el respectivo honey de cada uno. Éste espacio se encuentra en el edificio más cercano al curso regular para aquellos que no son exactamente herederos de las nueve flores, por lo tanto, la convivencia entre el curso especial y los demás estudiantes es más fácil de darse entre sí, esta es la razón de la relación entre Keff y yo.

- ¿Por qué? – su ceño se frunce ligeramente y respondo alzando los hombros – Te llamé varias veces durante las vacaciones.
- Cambié de teléfono – enfoco la vista en el título de su libro “El retrato de Dorian Gray”.
- Entonces pásame tu nuevo número.
- No sabía que te gustaba frecuentar esta librería – cambio de tema instantáneamente.
- Aquí venden las mejores galletas – señala la mesita – Y el chocolate es delicioso.

Asiento, luego simplemente me doy la vuelta para regresar.

- Sakura – giro el rostro – ¿Hice algo mal?
- ¿De qué hablas?
- No me respondiste nada aquél día.

Me giro por completo hacia él.

- Keff, basta.

Sonríe divertido, a continuación, acomoda un mechón de su larga cabellera detrás de su oreja izquierda.

- Daré una fiesta la semana próxima.
- Bien por ti.

Doy la vuelta y camino hacia Lua quien ya se encuentra a un lado de su abuelo detrás del mostrador, éste guarda un libro dentro de una bolsa para regalo y después se lo entrega a un chico.

- ¡Sakura!  Cuánto tiempo sin verte – el hombre estira sus manos, yo las tomo con una sonrisa y después lo saludo con un abrazo pequeño.
- Hola, Alffie. Había estado fuera del país por las vacaciones, ansiaba verlos, ¿dónde está Elena?
- Justo ahora está sacando algunas galletas del horno – observa a Lua – Vayan a verla.
- Ya regresamos – anuncia la rubia tomando mi mano para llevarme hasta su abuela – ¿Con quién estabas hablando?
- La pregunta aquí es, ¿por qué debes actuar como la madre de Jonathan Lys cuando claramente eres la mía?
- Qué idiota.

Acompaño su risa, luego giro el rostro para ver nuevamente a Keff, sin embargo, lo he perdido de vista. Keffeth Uddobain es nada más y nada menos que el primo de Jude, sin embargo, la relación entre ambos es una mierda porque no se llevan en lo absoluto. Quizás el tener una relación de mierda entre familias es lo más afín de las nueve flores. Lo mismo sucede entre mis hermanos y yo, y los hijos de los hermanos de mi padre; mis primos me odian tanto como a Elliot y Lyel, pero a fin de cuentas, no es nuestra culpa que el abuelo creyera más apto a papá para manejar los negocios familiares.

Adentrándonos a la cocina, visualizo a Elena. Toma un muffin del molde que reposa sobre una de las mesas y lo coloca encima de un disco para repostería, a continuación, comienza a decorarlo con una manga rellena de lo que parece ser crema pastelera color rosa.

- Buenas tardes.

Saludo tocando la puerta con los nudillos una vez, la mujer levanta la mirada y sonríe en el acto.

- ¡Sakura! – de inmediato deja la manga repostera sobre la mesa, se limpia las manos en su delantal rosa y camina hacia mí.
- ¡Elena, te extrañé! – la abrazo con fuerza moderada porque si lo hiciera con el aprecio que la tengo, seguro quebraría alguna de sus costillas, ella corresponde mi abrazo.
- Yo a ti, linda.

Lua carraspea en busca de la atención de su abuela, la mujer la observa y sonríe con ternura, luego toma su mano sin dejar de abrazarme.

- Deberíamos intercambiar abuelas – sugiero a la chica, Elena suelta una risita.
- Qué cosas dices – niega divertida mientras se gira.
- Mi abuela está loca en serio.
- Creo que tu abuela se sentiría muy triste si te escuchara decir eso – tomo asiento en una de las sillas altas – Lua ya me había dicho que vendrías, así que te horneé algo especial.

Coloca frente a mí un plato de cristal, sobre el mismo yacen cuatro galletas en forma de unicornio, mas no es uno ordinario. Los colores que Elena utilizó son tonalidades oscuras que oscilan entre azul marino, grises y negros.

- Me hiciste un unicornio oscuro – me llevo la mano al pecho sintiéndome agradecida ante su gesto.
- Pruébalas.
- Yo quiero – la rubia roba una de mis galletas y se la lleva a la boca.
- ¡Hey! Son mías – la observo de mala gana y ella responde sacando la lengua.
- Puedo hornear muchas más, no discutan. Traeré café.

La mujer se retira de la cocina dejándonos a Lua y a mí. Como una de las galletas y concluyo que Keff tiene la razón por completa, Elena hornea las mejores galletas.

- Estuve platicando con Zack, es divertido, ¿cómo fue que lo encontraste?
- ¿Mi honey? – asiente – No lo sé, mamá me dijo que había encontrado a alguien y bueno, era él.
- Es un buen chico.
- ¡El café está listo! – anuncia dejando una taza frente a cada una.
- Amo tus galletas – sonríe con gratitud – Mi madre está planeando una fiesta para mis dieciséis, me preguntaba si podría tener el honor de que tú prepares el pastel.

Elena cubre su boca con la mano un instante y después se toma el pecho.

- Sería un honor, cielo.

Toma una de mis manos y la aprieta entre las suyas.

- ¡Basta de querer robar a mi abuela! – interviene Lua fingiendo celos.
- No la robaré, sólo te la cambiaré por la mía – guiño mordiendo otra galleta – Su novio treintañero viene incluido.
- ¿Novio? No me lo creo.
- Verlos juntos es simplemente asqueroso.
- Sakura…

Elena me brinda su mirada de regaño y yo simplemente levanto ambas manos en son de paz. Ella y Alfred son probablemente las únicas personas a las que no respondo cuando me reprenden.



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Las primeras tres clases han terminado más pronto de lo que pensé me cuelgo del brazo de Jude y lo apresuro a caminar por delante de los demás estudiantes.

- Tengo hambre – sobo mi barriga, Jude me observa al instante.
- ¿Qué se te antoja? – toma su celular del bolsillo y empieza a teclear.
- Muero por panqueques con moras azules y jarabe de arce, y una malteada grande de fresa.
- Eres como un bebé – pellizca suavemente mi mejilla soltando una risa – Vamos, Wiz ya está preparándolo.

Suelto su brazo y salto sobre su espalda, Jude me toma por los chamorros para no caerme y se dirige hacia su sala privada.

- ¡Sakura! Llevas una falda puesta, actúa como una chica, por favor – los regaños de Elliot me hacen revolear los ojos con fastidio pues usa casi exactamente las palabras que mi madre suele decirme.
- No hay problema – Evian interviene quitándose su blazer amarrándolo en mi cintura.
- Sólo por eso estás invitado a los aposentos Uddobain.

Evian dramatiza una escena de emoción mientras nos alejamos, en cambio, hermano uno se queda observando como idiota, uno muy molesto. Entramos al lugar de Jude y vamos directamente a la mesa, Wiz coloca frente a mí un plato con tres panqueques esponjosos y jodidamente apetitosos, además de fruta picada y un vaso grande de cristal con malteada de fresa. Vierte el jarabe de arce sobre el plato y me entrega un tenedor, sin pensarlo dos veces corto un trozo y lo llevo a mi boca.

- Tienes apariencia de ángel con el apetito de un demonio – comenta Evian haciéndome soltar una carcajada.
- Tú eres peor, una aspiradora no se compara a ti, amigo.

Wiz coloca otro plato para Evian y lo que Jude ha pedido, durante ese lapso de tiempo no hablamos, simplemente nos concentramos en comer.

- Esto es delicioso. Wiz, ¿puedes servirme otros dos, por favor?

El hombre sonríe divertido y se acerca a tomar el plato de Evian.

- Yo quiero otra malteada – entrego el vaso de cristal.
- Por supuesto.
- Qué raro que Santa Mei no te esté buscando – como si la invocara, la puerta se abre y la chica entra. Se lleva las manos a las caderas mientras observa a Jude con molestia, el castaño la observa y luego sonríe de lado.
- Grace… que inoportuna.
- Sí, claro. ¿Qué carajo haces? La siguiente clase va a comenzar pronto.

Después de visualizar la vena que sobresale ligeramente en su frente por causa del enojo, observo a Jude. El chico tan sólo levanta los hombros con desdén, así que volteo a ver a Santa Mei en espera de su respuesta mientras me llevo el popote a la boca y sorbo de mi deliciosa malteada. La mirada de Evian y la mía se encuentran ante el repentino silencio entre los otros dos.

- Sé que pareciera que puedo hacerlo, pero en realidad no puedo leer mentes.

El lado chusma de Evian se apresura a hablar, Mei le da una rápida mirada envenenada y después la regresa a Jude.

- Tienes cinco minutos para estar allá, de otro modo vendré y te llevaré de las pelotas.

Mis ojos brillan de sorpresa, la verdad es que jamás la había escuchado hablar así hasta ahora. Aunque su reacción me parece adecuada ante las acciones de Jude, y creo que está siendo infinitamente paciente con el castaño, si hubiese sido alguien más, seguro ni habla; simplemente hubiese entrado, tomado su oreja y se lo hubiera llevado por la fuerza.

- Ella muere por mí – asegura recargando la espalda en el respaldo de la silla.
- Claro – respondemos al unísono con intensa ironía.
- Dejaré que sigas creando esa pequeña realidad que usas como mecanismo de defensa mientras Evian se come hasta al pobre de Wiz. Iré al aula.

Termino por completo la bebida, después me levanto de ahí, deposito un beso en la mejilla de Jude y otro en la de Evian ya que señaló su mejilla con tremenda obviedad, y salgo de sala privada aka “Los aposentos Uddobain” en dirección del aula de “Educación para la vida”, que nombre tan pretencioso para una materia que en realidad nadie toma en serio.

- ¡Sakura!

Giro el cuello en busca de quien ha llamado mi nombre, Blake corre para alcanzarme mientras lo observo detenidamente.

- ¿Por qué mi nombre suena tan bello dicho con tus labios? – me observa aún más extrañado de lo que yo lo miro a él.
- Yo… uhm – se toma un breve momento y después carraspea antes de fijar el rostro en un punto del piso y ojearme esporádicamente – La clase va a comenzar, no sabía dónde estabas así que estaba buscándote.

Agacho el rostro en busca de su mirada, odio que me hablen sin mirarme a los ojos.

- En primer lugar, mírame a los ojos cuando me dirijas la palabra. Y en segundo, no es de tu incumbencia saber dónde estoy, Blake.

Continúo mi recorrido hasta el aula y tomo asiento en mi lugar asignado. Busco mi Nintendo Switch dentro de mi mochila y mato el tiempo jugando en lo que llegan los demás.

- Señorita Tegeirian, guarde su aparato, por favor.

Sin observarla, continúo mi partida durante al menos dos minutos hasta terminarla.

- Por favor, no te metas en problemas.

El tono de Blake suena exactamente como una súplica, aunque para mí es más parecido a un reto. Revoleo los ojos antes de apagar la pequeña consola y dejarla sobre el escritorio, después cruzo los brazos y dirijo la vista hacia la profesora.  La mujer niega provocándome una sonrisa, tiene algo que no me agrada en lo absoluto, quizás simplemente me estoy proyectando en ella pero creo que esta clase será divertida.

- Al mundo le hace falta humildad.

No volteo a ver quién ha casi susurrado esa frase, sin embargo, por esa voz chillona, engorrosa y llena de una pretenciosa moralidad, sé que es Duende uno.

- Concuerdo con eso – la profesora señala a la rubia quien se sorprende, puesto que parece había hablado más para sí misma que para los demás.
- Al mundo le sobra fragilidad – los ojos pardos de la mujer se enfocan en mí de un segundo a otro.
- ¿Disculpa? – pregunta con su marcado acento británico.
- ¡Que al mundo le sobra fragilidad!

Repito tan alto para que puedan escucharme las almas que rondan por los pasillos. De reojo puedo ver la manera en que Lyel parece interesado en mis siguientes palabras y cómo Elliot cubre su boca ocultando su sonrisa.

- No lo creo – se lleva las manos a las caderas – Cada vez la gente es más prepotente y sin una pizca de empatía.
- ¿Cómo define usted el concepto de prepotencia?
- El abuso de poder sería buena referencia, alumna – su ceja se levanta con obviedad.
- ¿En qué contexto? – ahora su entrecejo se frunce ligeramente – Las personas usan a su conveniencia los términos sin siquiera conocer del todo su significado. Un trabajador puede acusar a su jefe de ser soberbio, pretencioso y prepotente sólo porque es exigente con sus empleados, cuando en realidad el trabajador es un flojo de mierda, ¿es correcto denominarlo con ese adjetivo sólo porque no deja que sus empleados hagan lo que quieran en horario de trabajo? Después de todo le están pagando por trabajar.
Un limosnero en la calle puede pensar que una persona que no le ha dado una moneda no tiene un gramo de empatía o humildad, y está ahí juzgándolo por no darle el dinero que gana con esfuerzo mientras él sólo estira la mano. El mundo está lleno de gente frágil y estúpida que culpa a los demás de sus desgracias disfrazando la verdad en falta de empatía, humildad, amor o cualquier otro valor moral sólo porque las cosas no se hacen a su manera o de la forma que le gustaría se hiciesen.
- Las cosas no son así, qué puedes saber tú de la vida a tus quince años de edad.
- ¿Está siendo prepotente conmigo, profesora Umbridge? Después de todo está usando mi edad con respecto a la suya, dándome entender que por ser joven no tengo la sabiduría que usted sí ha llegado a obtener. O quizás simplemente no está teniendo ni una pizca de empatía hacia mí – entorna la mirada de tal manera que pequeñas arrugas se han formado en los extremos de sus ojos – Aunque, en realidad, qué podría saber una chiquilla como yo en comparación de todos los muchos años que ha vivido usted, después de todo, sus títulos, reconocimientos, maestría y doctorado avalan sus conocimientos.  ¿Sabe? – tomo mi mentón y dirijo la vista hacia arriba un instante, después clavo mis ojos en ella – Por alguna razón se me viene a la mente una frase que mi abuela dice con frecuencia: “Un doctorado, no quita lo tarado”.

Sonrío fácilmente con dulzura fingida, la mujer atiesa la mandíbula y noto que se esfuerza por relajarse pasando saliva una y otra vez.

- Quiero que en este momento tome sus cosas y salga de mi clase – ahora dirige la mirada hacia Blake – Joven Blake, usted se queda sólo por hoy y espero me otorgue tiempo extra después de la clase para discutir sobre los modales de su master.

La mirada afligida de Blake se posa sobre mí, lo veo sin gesticular expresión alguna un instante antes de ver nuevamente a Umbridge.

- No está siendo muy empática, profesora Umbridge. De lo contrario, está siendo prepotente al abusar de su poder.
- ¡Dije que te quiero fuera de mi aula! – está casi por completo fuera de sus casillas. Me esfuerzo por no reírme de su expresión y me tomo momento para mirar a mis compañeros, sin embargo, a la única que puedo visualizar por completo es a Daia quien parece morir por soltar una estruendosa carcajada.
- ¿En verdad quiere que me vaya?  
- Por favor… – Blake susurra a mi lado, pero deja de hablar ante el ruido que provoca el manotazo que Verónica le proporciona a su escritorio.
- Creo que no tengo que repetirlo.
- Entonces sáqueme.

Alzo ambos hombros con despreocupación sin dejar de cruzar los brazos. La mujer entreabre la boca con notable sorpresa, en verdad parece pensárselo. No obstante, estoy completamente segura que sabe que si me pone una mano encima le tirare los dientes antes de que pueda parpadear y terminaré saliéndome con la mía con las autoridades educativas, en cambio ella, podría perder la jugosa cantidad de dinero que le genera el dar clases en esta institución así que termina por mirar al piso y acto seguido se gira a escribir sobre la pizarra digital.
El día de hoy, Verónica Umbridge ha aprendido correctamente lo que es ser prepotente y frágil al mismo tiempo, además de probar de su propio chocolate. Me cuesta entender por qué algunos británicos se esfuerzan por pretender ser quienes deben enseñar valores morales y éticos al mundo cuando lo único que deben hacer es ducharse más seguido.





Última edición por Bart Simpson el Lun 25 Nov 2019, 1:00 am, editado 1 vez

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Mensaje por Jaeger. Vie 08 Nov 2019, 1:14 am

AHHHHHHHHHHH QUIERO LEER Y COMENTAR!

pero cuando gane la apuesta
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Sáb 01 Feb 2020, 10:03 pm

CANDELAAAA:

KATEEEE:
hange.
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Mensaje por hange. Sáb 01 Feb 2020, 10:10 pm

JEEEENNNN:
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http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por Jaeger. Jue 27 Feb 2020, 3:37 am

Give me love love love The Honey System - Página 3 1477071114 :
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por Jaeger. Jue 27 Feb 2020, 3:39 am

Jen, voy a estar subiendo pronto tu comentario The Honey System - Página 3 2841648573

Por cierto un poco tarde pero gracias por sus comentarios, las amo The Honey System - Página 3 1477071114
Jaeger.
Jaeger.


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