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"Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
ohhhh esta genial!!!
new reader tal vez llegue casi para el final pero igual me encantaaa!!!!
new reader tal vez llegue casi para el final pero igual me encantaaa!!!!
jennito moreno
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Oh noo., que feo que termine dentro de poquito :((
Pero bueno, es re linda la novela. Hahah, pobre Joseph tiene mas problemas que cualquiera con la imaginacion haha
Gracias por subir la novela!!
Pero bueno, es re linda la novela. Hahah, pobre Joseph tiene mas problemas que cualquiera con la imaginacion haha
Gracias por subir la novela!!
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Capítulo 9
El sabor de la libertad era maravilloso. _____ se había pasado años preguntándose cómo sería arreglarse, salir, bailar, reírse y coquetear. ¡Oh, sí, coquetear! Y nada de lo que hubiera imaginado era tan excitante como la realidad.
Joseph había farfullado que el pequeño club al que habían ido, en el centro de la ciudad, era muy ruidoso y estaba abarrotado; En realidad, el que estaba equivocado era él. Estaba lleno de vida y de entusiasmo. A ella le encantó en cuanto lo vio. El pinchadiscos, la música, las luces, las bebidas… Sobre todo, una cosa llamada whisky, que le pareció al principio fuerte, pero luego le encantó la bebida, que sabía cómo el paraíso y que hacía que uno se sintiera muy bien. Todo era maravilloso.
Estaba muy contenta porque el vestido que había comprado con Beth se ajustaba muy bien a su cuerpo y era hermoso. A Joseph no le gustaba. Era demasiado corto, y tenía demasiado escote. Pero él no quería reconocer la verdad: Le quedaba muy bien.
A todos los hombres les gustaba. Ella lo sabía por cómo la miraban. Hacía que se sintiera bien. ¿A quién le importaba lo que pensara Joseph cuando sentía tantas miradas de admiración? Joseph ni siquiera le había pedido que bailara con él. ¿Acaso iba a morirse por hacer algo tan sencillo?
No tenía importancia. No necesitaba a Joseph. Los hombres que había allí eran muy atractivos. En especial, uno de ellos: Aldo Epelnamn. Alto, rubio y elegante. Aldo era estupendo. No tanto como Joseph, quizá, pero sí lo suficiente.
Aldo se había quedado impresionado al conocerla.
― ¿Ésta es _____? ―le había preguntado a Joseph.
―Sí, soy yo ―había respondido ella, antes de que él pudiera responder.
Los labios de Aldo se habían curvado en una sabia sonrisa.
―Jonas ―le había dicho suavemente a Joseph―. Zorro astuto.
Después, le había tomado la mano a _____, se la había llevado a los labios, le había dicho que era la mujer más bella a la que había conocido en su vida, en español, claro, y ella no había vuelto a dirigirle la palabra a Joseph.
Joseph había acercado una silla a una de las mesas, y allí estaba sentado, cruzado de brazos, con la mirada fija en ella, vigilándola.
¡Que la vigilara todo el tiempo que quisiera!, a _____ no le importaba; Que se diera cuenta de que no parecía que Aldo pensara que ella era una niña tonta. Aldo no se había separado de su lado. Le había dado a probar una caipiriña por primera vez, le había presentado a mucha gente y había bailado con ella. _____ no necesitaba que Joseph le prestara atención. Tenía a Aldo, alto, hermoso y lo más importante: Soltero.
Ella se lo había preguntado enseguida.
Aldo había sonreído y le había tocado la punta de la nariz con el dedo índice.
―Querida ―le había respondido―. Pues claro que estoy soltero. ¿Qué clase de hombre crees que soy?
Un hombre para casarse, había pensado ella, pero no lo había dicho en voz alta. Era demasiado pronto para decirle a Aldo lo que necesitaba, y demasiado pronto para saber si él era el hombre idóneo para el trabajo. Aunque él no lo fuera, allí había muchos hombres argentinos, jóvenes y atractivos. No tan hermosos como Joseph, por supuesto, pero… ¿A quién le importaba? A ella no.
Joseph sólo tenía que encontrarle un marido. Él había dejado claro que era el único papel que quería desempeñar. Ella le había pedido que le enseñara lo más importante sobre los hombres y el sexo, ¿Y qué había hecho él? Nada. A decir verdad, apenas había vuelto a hablar con ella desde la noche en que se lo había pedido.
Lo único que había hecho era dejarle claro que ella no era más que una carga de la que quería deshacerse. Por eso la había mandado de compras con su ayudante personal, había telefoneado a su amigo Aldo, le había dado a entender que tenía una relación con otra mujer…
― ¿_____? ¿Estás bien?
_____ parpadeó. Aldo la estaba mirando como Joseph nunca la miraba, como si fuera el centro de su mundo.
―Sí, estoy bien ―dijo ella, alegremente―. Sólo tengo un poco de sed…
Él sonrió.
―Te gusta el whisky, ¿No es así? Espera un momento aquí. Voy a traerte otro.
_____ esperó. Mientras lo hacía, miró a Joseph de nuevo. ¿Qué le ocurría? ¿No sabía divertirse? ¿No sentía el ritmo de la música? ¿No era capaz de ver lo que veía Aldo? ¿Lo que a ella le confirmaba su espejo? ¿Que estaba muy guapa y sofisticada con su nuevo vestido de seda granate? ¿Con sus zapatos de tacón?
¿No quería decirle a Aldo que se apartara, que era él el que tenía el derecho de reírse a su lado, de susurrarle al oído, de bailar con ella…?
―Aquí tienes, querida.
Ella sonrió a Aldo, tomó el vaso helado y se lo bebió. Casi sintió el amargo de la bebida corriéndole por las venas.
―Mmm. Buenísimo. ¿Puedo tomarme otro?
―En un minuto ―respondió Aldo.
Él se llevó su vaso vacío y lo dejó sobre una mesa. Después la llevó a la pista para bailar un tango. Ella sabía tan poco de aquel baile como del alcohol e intentó decírselo, pero él le apretó la mano ligeramente en la espalda y comenzó a moverse. Y ella también. Antes de que se diera cuenta, Aldo estaba sonriendo, y ella se estaba riendo, y todo era maravilloso.
Que Joseph se quedara allí sentado, amargándose; Que mirara. Mira esto, pensó ella, y le pasó los brazos a Aldo por el cuello.
El tango dejó paso a otra música más lenta y más sensual.
―Es un vals ―le dijo Aldo, y la atrajo hacia su cuerpo.
―No sé bailar…
―Relájate. Siente cómo me muevo yo, querida, y tu cuerpo te dirá el resto.
Verdaderamente, ella lo sentía. Sentía el pecho de él. Sus muslos. Y algo que podría ser su… su…
―No pasa nada ―le susurró Aldo al oído―. Sólo tienes que dejarte llevar y sentir el ritmo.
Al cabo de unos segundos, la música cambió de nuevo. Aldo hizo que giraran en un círculo lento, y la sala comenzó a girar, también.
Jonas estaba paralizado. La rabia de ver a su pupila en brazos de su asqueroso amigo le calentaba la mejilla y la yugular comenzaba a latirle con ferocidad en el cuello.
_____ cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el hombro de Aldo. ¿Qué me está sucediendo? ¿Es para tanto?, se preguntó. Jamás llegó a acostumbrarse a tener consideraciones por sus amigos; Sin embargo, la imagen que ante él se deslizaba por la pista de baile, le resultaba de lo más descabellada; Al fin y al cabo, _____ ya era mayor de edad y entregarla en brazos de Aldo, sería para Joseph, una gran responsabilidad que se sacaría de encima. Entonces, ¿Por qué de repente me llega una rabia que no puedo controlarla? Un pensamiento se coló de pronto y lo enfureció: Se preguntó qué pasaría si él dejaba sola a _____ en esa fiesta y regresaba a su casa; ¡De seguro ella estaría feliz de librarse de él! Por primera vez, Joseph sintió celos de Aldo; Algo terrible en un hombre millonario y exitoso como él, pero eran unos infantiles e inmanejables celos, y esa revelación terminó por empeorar su ánimo, porque nunca había experimentado una sensación semejante. Todos se postraban a sus pies, incluso sus amantes, y poco le faltaban para que le rindieran obediencia. Pero _____ era una joven catorce años menor que él y había conseguido ponerlo en carne viva, mientras estaba allí coqueteando con Aldo. Acababa de arrancarle un sentimiento que, por nuevo y desconocido, lo empezaba a volver loco.
Entonces, mientras la veía hablar y acercarse cada vez más a Aldo, decidió intervenir:
―Increíble ―dijo ella a su compañero―. Pero estoy mareada.
―Probablemente, tienes sed de bailar tanto ―le dijo él, con la voz un poco ronca. Se separó de ella sin dejar de agarrarla por la espalda, y la condujo hacia la barra―. Lo que necesitas es otro vaso de alcohol.
―Lo que necesita es un café y una aspirina.
_____ alzó la mirada. Joseph estaba frente a ellos, hecho una fiera con una expresión tormentosa en el rostro. Era tan típico. Lo único que él quería era impedir que ella se divirtiera.
―No quiero café y aspirina ―respondió _____, desafiante―. Quiero otra… otra…
―No. Nos vamos a casa.
¿A casa? ¿Para que él pudiera encerrarse en su habitación mientras ella se iba a su cuarto, a preguntarse en la oscuridad qué había hecho Joseph con aquella mujer y qué no iba a hacer con ella?
―No quiero ir a casa. Me lo estoy pasando muy bien.
―Se lo está pasando bien ―dijo Aldo―. Y me doy cuenta de que tú no. Vete a casa, Joseph. Yo cuidaré de _____.
―Sí ―respondió Joseph, fríamente―. Estoy seguro de que sí ―añadió, y agarró a _____ por la muñeca―. Ella se va a casa, Epelnamn, y yo también.
―No hables como si yo no estuviera aquí ―dijo _____, irritada―. No me voy. Aldo no cree que tenga que marcharme a casa ya, ¿Verdad, Aldo?
―La opinión de Aldo me importa un comino ―gruñó Joseph―. Tú harás lo que yo diga.
― ¡No! Aldo, dile a mi hermano que él no dirige mi vida.
―Ya has oído a la señorita ―dijo Aldo, pero Joseph percibió la duda en su tono de voz.
― ¿Te he contado por qué ha venido _____ conmigo a Nueva York, Epelnamn? Está buscando marido.
_____ siseó.
― ¡Joseph! Éste no es el momento de…
―La mujer a la que has estado enseñando el tango podría enseñarte a ti un par de cosas, amigo. ¿A que no te imaginabas que está aquí para conseguir casarse?
― ¡Joseph!
―Los requisitos exigidos para el candidato son los siguientes: Debe ser argentino y rico. Además de soltero, claro está. ¿No es así, _____?
Aldo tenía una expresión de extrañeza en el rostro.
― ¿Es cierto?
Él se lo preguntó a _____, pero fue Joseph quien respondió.
―Completamente cierto. Y tú, amigo, cumples todas las exigencias.
Ella miró a Aldo, horrorizada.
―No es como él lo está contando, Aldo. Yo no… Yo…
―Me preguntó si yo era soltero ―le dijo Aldo a Joseph, y se estremeció―, pero no me dijo que…
―No ―respondió Joseph―. Claro que no.
_____ miró a los dos hombres alternativamente. Los odiaba a los dos, pero a Joseph sobre todo. Lo odiaba, tanto que sentía deseos de arrojarle una copa con bebida sobre su rostro, pero se controló para no pasar vergüenza.
―Es hora de despedirse, _____.
Ella tiró de la mano para zafarse de Joseph, pero no lo consiguió.
― ¡Desgraciado!
―Ese lenguaje… ―le dijo él, con una sonrisa fría―. ¿Qué pensaría la Madre Lujan?
― ¡Suéltame! ―gritó ella, dándole puñetazos en la espalda mientras él la arrastraba hacia la puerta.
La gente se reía y se apartaba para dejarles paso. Él se detuvo junto a la mesa que había ocupado, tomó sus abrigos y siguió hacia la salida. Lucas los estaba esperando en la calle. Joseph había llamado a su chofer antes de cruzar la pista de baile para recoger a _____, lo había telefoneado en cuanto se había dado cuenta de cuáles eran las intenciones de Aldo.
¡Demonios!, él se había dado cuenta de lo que pretendía Aldo mucho antes, pero al fin y al cabo, aquél era el espectáculo de _____, su propia búsqueda de marido; Que hiciera las cosas a su manera.
Sin embargo, un hombre no podía soportar ver aquel repugnante intento de seducción.
Aldo, con aquella sonrisa escurridiza; Aldo, dándole a _____ bebidas con un sabor inofensivo, pero que podían tumbar a una mula; Aldo, que supuestamente la estaba enseñando a bailar para poder tenerla entre sus brazos, para acariciarla; Aldo, esperando la oportunidad de quedarse a solas con _____ para hacer con ella lo que le viniera en gana.
Aldo no tenía derecho a hacer nada de aquello, porque _____ le pertenecía a… a…
― ¿Señor Jonas?
Joseph se volvió hacia Lucas, que estaba esperando con la puerta del coche abierta para que ellos entraran. Él se acercó al coche, pero _____ se resistió.
―Vamos, camina.
― ¡No! No tengo por qué aceptar tus órdenes.
Entonces, Jonas la aferró por el brazo y la tiró hacia él, y muy cerca de sus labios le susurró:
―Me has cansado niña caprichosa. Todos estos días he tratado de tenerte paciencia, pero tus remilgos de niña mimada, me han sacado fuera de sí; O vuelves conmigo o te doy un castigo que jamás olvidarás.
Sus protestas terminaron en un grito, cuando él la arrastró hacia el coche e hizo que se sentara en el asiento sin contemplaciones. En ese momento, _____ no tuvo otra decisión más obedecer porque la furia cincelaba el rostro de su protector. El miedo la paralizó. Era la primera vez que ese hombre se atrevía a hablarle de esa manera. Después Joseph se sentó a su lado, se cruzó de brazos y cerró los oídos para no escuchar todas las cosas que ella podría llegar a decirle por el camino.
Una cosa muy buena de tener un ático en el último piso de un rascacielos en el barrio Harem era que siempre se tenía garantizada una maravillosa vista. No importaba la estación del año. Incluso en invierno. A las dos y veinte de la mañana, Joseph estaba en la terraza de su casa, con una taza de café humeante entre las manos. Su aliento era una pluma de humo en el aire helado. Había nevado, y el parque se había cubierto de un prístino manto blanco. Era una preciosa vista. Al menos, él suponía que lo era.
Estaba demasiado enfadado, demasiado disgustado como para concentrarse en la belleza de la nieve. Había cometido demasiados errores aquella noche, empezando por haber perdido los estribos al llegar a casa y encontrarse a _____ preparándose para salir, y terminando con su actuación cuando se había dado cuenta de que Aldo quería seducirla.
Se había equivocado por completo al llevar a _____ aquel club, y entregársela a su amigo había sido como entregarle un cordero a un león hambriento.
¿En qué demonios he estado pensando? Aldo había echado una mirada y había deseado lo que había visto. ¿Qué hombre no lo habría deseado?
El problema era que _____ no sabía nada de manejar a un sujeto como Epelnamn. No podía saberlo. Aquélla era la razón por la que ella le había pedido ayuda. Enséñame, le había rogado. Y él no le había hecho caso.
Podría haberle dicho que sí, que le enseñaría. Podría haberla llevado a su cama, haberse perdido en ella, haberle hecho el amor hasta que ella suspirara de placer y entendiera que las caricias de un hombre… Demonios, no.
Hasta que entendiera que las caricias de sus manos, y sólo de sus manos, podían volverla loca, podían hacer que suspirara Joseph, te deseo. Joseph, te necesito. Joseph…
― ¿Joseph?
Él se dio la vuelta. _____ estaba en la puerta de la terraza, pero su susurro no tenía nada que ver con la pasión. Llevaba una bata y estaba muy pálida y sudorosa, a pesar del frío.
― ¿_____?
―Joseph ―gimió―. Voy a…
Él la tomó en brazos y se la llevó al baño sin perder un segundo. Allí la sostuvo mientras ella vomitaba. Vomitó mucho, pero él sabía que era lo mejor. Su estómago tenía que liberarse de tanto whisky que había ingerido. Cuando _____ terminó, él le dio agua para que se enjuagara la boca, le lavó suavemente la cara y después la llevó a su habitación.
Ella estaba temblando de frío. Suavemente, él le pasó la mano bajo el cuello de la gruesa bata y le tocó el cuello. Estaba empapada en sudor.
―_____. Tienes que cambiarte la ropa.
―Me siento fatal ―dijo ella, en voz tan baja que Joseph apenas la oía―. Me duele el estómago. Y la cabeza. ¡Oh, Dios, Joseph, me quiero morir…!
―Deja que te ayude a quitarte este pijama húmedo, y después te traeré algo que ayudará a que te sientas mejor.
― ¿Me lo prometes?
Él tuvo que sonreír.
―Te lo prometo.
Le dio un beso en la frente, fue a su armario y rebuscó en él. Encontró un camisón de franela y se lo llevó.
―Vamos, negrita ―la llamó con ternura―. Ponte de pie para que pueda ponerte este camisón.
Con su ayuda, _____ se puso en pie. Él le desató el cinturón de la bata y se preguntó dónde demonios había llevado Beth de compras a _____, para que ella hubiera podido encontrar una bata tan fea.
―Yo… ―intentó decir _____.
― ¿Qué?
―… sé que esta bata es muy fea, pero la conservo porque…
―Ah, ya entiendo. Te la hiciste tú.
―Sí. Y siempre hacía que me sintiera mejor cuando estaba enferma o me sentía triste ―dijo, y emitió un sonidito que fue más un sollozo que una risa―. Qué tonta, ¿No?
Joseph sintió una opresión en la garganta.
―En absoluto ―respondió él. Se la imaginó en el convento, sola y desesperada, envuelta en algo que parecía la manta de un caballo para consolarse.
Joseph la ayudó a quitarse aquella bata y el pijama para que se pusiera el camisón.
―Levanta los brazos, negra. Muy bien. Un poco más. Bien. Estupendo.
¿Estupendo? ¡Un cuerno! Hizo todo lo que pudo por mantener la vista fija en un punto del espacio, pero tuvo que mirarla para meterle el cuello del camisón por la cabeza, para que los brazos entraran por las mangas. ¡Y, Dios, querido Dios, era bonita, bella, delicada y suave…! Sin embargo, él no sintió pasión ni deseo al mirarla. Sintió… sintió…
Joseph tragó saliva.
―Está bien. Es hora de acostarse.
Joseph la llevó en brazos hasta la cama, pero se dio cuenta de que las sábanas y la almohada también estaban mojadas.
― ¿_____?
― ¿Mmm?
― ¿Podrás mantenerte despierta mientras cambio las sábanas de tu cama?
― ¿Mmm?
―Lo único que tienes que hacer es quedarte aquí sentada. Yo vuelvo enseguida con sábanas limpias y con esa bebida para que te sientas mejor.
―Mmm.
― ¿_____?
―Mmm ―susurró ella, y escondió la cara en su cuello.
Joseph se quedó inmóvil. Se sentía tan bien con ella en brazos. Era vulnerable, frágil. Él volvió la cara y le besó el pelo, cerrando los ojos.
―Esto es culpa mía ―murmuró―. Lo siento, negrita, no debería haberte abandonado.
Ella suspiró de nuevo. Un solo beso más y la dejaría en la cama… Pero ella no podría quedarse allí sentada mientras él iba por las sábanas y bajaba a la cocina a preparar aquel brebaje que conocía de sus días de universidad. Ella podía dormir en su cama. Él dormiría en el sofá del vestidor.
Ella estaría caliente y a salvo, y Joseph no tendría que preocuparse por si se despertaba en mitad de la noche y vomitaba de nuevo sin que él pudiera cuidarla.
Se la llevó por el pasillo hasta su habitación y la sentó en su enorme cama.
―Quédate despierta, ¿De acuerdo? Volveré en un minuto. ¿Podrás hacerlo por mí, _____?
Salió corriendo hacia la cocina, hizo la horrible mezcla que la curaría y se la llevó. Cuando llegó a su habitación, ella ya estaba medio dormida sobre la almohada.
―Todavía no, bella durmiente ―le dijo él. La incorporó con cuidado, le pasó el brazo sobre los hombros y le llevó la copa del horror a los labios―. Bebe.
_____ tragó. Abrió los ojos de repente.
― ¡Aj!
―Lo sé, cariño, pero hará que te sientas mejor. Te lo prometo.
Ella lo miró. Después separó los labios y le permitió que le diera el resto de la bebida. Joseph apretó la mandíbula.
_____ confiaba en él. Sólo Dios sabía por qué.
―Está bien ―dijo él―. Ahora, túmbate. Eso es. Métete debajo de la manta. Bien. Cierra los ojos…
Ella susurró algo. Joseph se inclinó hacia ella.
― ¿Qué?
―He dicho que lo siento. No quería que te enfadaras.
De nuevo, él sintió aquella opresión repentina en la garganta.
―Yo soy el que lo siente, _____. No debería haberte dejado a solas con Aldo. ¿Me perdonas?
Dos lágrimas se le deslizaron por las mejillas. _____ cerró los ojos y volvió la cara.
―Es culpa mía. Tú me dijiste que no fuera, y yo debería haberte hecho caso.
―_____ ―dijo él, y le tomó la barbilla con la mano. Ella estaba llorando en silencio, y aquello le rompía el corazón―. Quiero que te duermas. Hablaremos de esto por la mañana, ¿Está bien?
Después de un momento, ella asintió.
―Está bien.
―Buena chica ―él se inclinó y le besó la frente―. Si me necesitas…
―No te vayas.
―No me voy. Estaré en el vestidor.
Ella abrió los ojos, lo miró y le rodeó el cuello con los brazos.
―Quédate conmigo, Joseph. Por favor.
―_____, cariño…
Se había quedado dormida. Lo único que él tenía que hacer era quitarse suavemente sus brazos del cuello y posarlos en la manta.
En vez de eso, Joseph hizo lo que había estado deseando hacer desde que habían llegado a Nueva York. Se metió en la cama con ella y la abrazó. Ella suspiró y se acurrucó contra él, y él se quedó maravillado de lo bien que se sentía al tenerla así.
Durmieron abrazados hasta el amanecer, cuando un murmullo sacó a Joseph de sus sueños.
Era _____, mirándolo a los ojos y diciendo su nombre, diciéndolo como él había querido oírlo desde que la había besado por primera vez.
―Joseph ―suspiró ella―. Joseph…
―_____ ―respondió él, con la voz ronca, y la besó.
Joseph había farfullado que el pequeño club al que habían ido, en el centro de la ciudad, era muy ruidoso y estaba abarrotado; En realidad, el que estaba equivocado era él. Estaba lleno de vida y de entusiasmo. A ella le encantó en cuanto lo vio. El pinchadiscos, la música, las luces, las bebidas… Sobre todo, una cosa llamada whisky, que le pareció al principio fuerte, pero luego le encantó la bebida, que sabía cómo el paraíso y que hacía que uno se sintiera muy bien. Todo era maravilloso.
Estaba muy contenta porque el vestido que había comprado con Beth se ajustaba muy bien a su cuerpo y era hermoso. A Joseph no le gustaba. Era demasiado corto, y tenía demasiado escote. Pero él no quería reconocer la verdad: Le quedaba muy bien.
A todos los hombres les gustaba. Ella lo sabía por cómo la miraban. Hacía que se sintiera bien. ¿A quién le importaba lo que pensara Joseph cuando sentía tantas miradas de admiración? Joseph ni siquiera le había pedido que bailara con él. ¿Acaso iba a morirse por hacer algo tan sencillo?
No tenía importancia. No necesitaba a Joseph. Los hombres que había allí eran muy atractivos. En especial, uno de ellos: Aldo Epelnamn. Alto, rubio y elegante. Aldo era estupendo. No tanto como Joseph, quizá, pero sí lo suficiente.
Aldo se había quedado impresionado al conocerla.
― ¿Ésta es _____? ―le había preguntado a Joseph.
―Sí, soy yo ―había respondido ella, antes de que él pudiera responder.
Los labios de Aldo se habían curvado en una sabia sonrisa.
―Jonas ―le había dicho suavemente a Joseph―. Zorro astuto.
Después, le había tomado la mano a _____, se la había llevado a los labios, le había dicho que era la mujer más bella a la que había conocido en su vida, en español, claro, y ella no había vuelto a dirigirle la palabra a Joseph.
Joseph había acercado una silla a una de las mesas, y allí estaba sentado, cruzado de brazos, con la mirada fija en ella, vigilándola.
¡Que la vigilara todo el tiempo que quisiera!, a _____ no le importaba; Que se diera cuenta de que no parecía que Aldo pensara que ella era una niña tonta. Aldo no se había separado de su lado. Le había dado a probar una caipiriña por primera vez, le había presentado a mucha gente y había bailado con ella. _____ no necesitaba que Joseph le prestara atención. Tenía a Aldo, alto, hermoso y lo más importante: Soltero.
Ella se lo había preguntado enseguida.
Aldo había sonreído y le había tocado la punta de la nariz con el dedo índice.
―Querida ―le había respondido―. Pues claro que estoy soltero. ¿Qué clase de hombre crees que soy?
Un hombre para casarse, había pensado ella, pero no lo había dicho en voz alta. Era demasiado pronto para decirle a Aldo lo que necesitaba, y demasiado pronto para saber si él era el hombre idóneo para el trabajo. Aunque él no lo fuera, allí había muchos hombres argentinos, jóvenes y atractivos. No tan hermosos como Joseph, por supuesto, pero… ¿A quién le importaba? A ella no.
Joseph sólo tenía que encontrarle un marido. Él había dejado claro que era el único papel que quería desempeñar. Ella le había pedido que le enseñara lo más importante sobre los hombres y el sexo, ¿Y qué había hecho él? Nada. A decir verdad, apenas había vuelto a hablar con ella desde la noche en que se lo había pedido.
Lo único que había hecho era dejarle claro que ella no era más que una carga de la que quería deshacerse. Por eso la había mandado de compras con su ayudante personal, había telefoneado a su amigo Aldo, le había dado a entender que tenía una relación con otra mujer…
― ¿_____? ¿Estás bien?
_____ parpadeó. Aldo la estaba mirando como Joseph nunca la miraba, como si fuera el centro de su mundo.
―Sí, estoy bien ―dijo ella, alegremente―. Sólo tengo un poco de sed…
Él sonrió.
―Te gusta el whisky, ¿No es así? Espera un momento aquí. Voy a traerte otro.
_____ esperó. Mientras lo hacía, miró a Joseph de nuevo. ¿Qué le ocurría? ¿No sabía divertirse? ¿No sentía el ritmo de la música? ¿No era capaz de ver lo que veía Aldo? ¿Lo que a ella le confirmaba su espejo? ¿Que estaba muy guapa y sofisticada con su nuevo vestido de seda granate? ¿Con sus zapatos de tacón?
¿No quería decirle a Aldo que se apartara, que era él el que tenía el derecho de reírse a su lado, de susurrarle al oído, de bailar con ella…?
―Aquí tienes, querida.
Ella sonrió a Aldo, tomó el vaso helado y se lo bebió. Casi sintió el amargo de la bebida corriéndole por las venas.
―Mmm. Buenísimo. ¿Puedo tomarme otro?
―En un minuto ―respondió Aldo.
Él se llevó su vaso vacío y lo dejó sobre una mesa. Después la llevó a la pista para bailar un tango. Ella sabía tan poco de aquel baile como del alcohol e intentó decírselo, pero él le apretó la mano ligeramente en la espalda y comenzó a moverse. Y ella también. Antes de que se diera cuenta, Aldo estaba sonriendo, y ella se estaba riendo, y todo era maravilloso.
Que Joseph se quedara allí sentado, amargándose; Que mirara. Mira esto, pensó ella, y le pasó los brazos a Aldo por el cuello.
El tango dejó paso a otra música más lenta y más sensual.
―Es un vals ―le dijo Aldo, y la atrajo hacia su cuerpo.
―No sé bailar…
―Relájate. Siente cómo me muevo yo, querida, y tu cuerpo te dirá el resto.
Verdaderamente, ella lo sentía. Sentía el pecho de él. Sus muslos. Y algo que podría ser su… su…
―No pasa nada ―le susurró Aldo al oído―. Sólo tienes que dejarte llevar y sentir el ritmo.
Al cabo de unos segundos, la música cambió de nuevo. Aldo hizo que giraran en un círculo lento, y la sala comenzó a girar, también.
Jonas estaba paralizado. La rabia de ver a su pupila en brazos de su asqueroso amigo le calentaba la mejilla y la yugular comenzaba a latirle con ferocidad en el cuello.
_____ cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el hombro de Aldo. ¿Qué me está sucediendo? ¿Es para tanto?, se preguntó. Jamás llegó a acostumbrarse a tener consideraciones por sus amigos; Sin embargo, la imagen que ante él se deslizaba por la pista de baile, le resultaba de lo más descabellada; Al fin y al cabo, _____ ya era mayor de edad y entregarla en brazos de Aldo, sería para Joseph, una gran responsabilidad que se sacaría de encima. Entonces, ¿Por qué de repente me llega una rabia que no puedo controlarla? Un pensamiento se coló de pronto y lo enfureció: Se preguntó qué pasaría si él dejaba sola a _____ en esa fiesta y regresaba a su casa; ¡De seguro ella estaría feliz de librarse de él! Por primera vez, Joseph sintió celos de Aldo; Algo terrible en un hombre millonario y exitoso como él, pero eran unos infantiles e inmanejables celos, y esa revelación terminó por empeorar su ánimo, porque nunca había experimentado una sensación semejante. Todos se postraban a sus pies, incluso sus amantes, y poco le faltaban para que le rindieran obediencia. Pero _____ era una joven catorce años menor que él y había conseguido ponerlo en carne viva, mientras estaba allí coqueteando con Aldo. Acababa de arrancarle un sentimiento que, por nuevo y desconocido, lo empezaba a volver loco.
Entonces, mientras la veía hablar y acercarse cada vez más a Aldo, decidió intervenir:
―Increíble ―dijo ella a su compañero―. Pero estoy mareada.
―Probablemente, tienes sed de bailar tanto ―le dijo él, con la voz un poco ronca. Se separó de ella sin dejar de agarrarla por la espalda, y la condujo hacia la barra―. Lo que necesitas es otro vaso de alcohol.
―Lo que necesita es un café y una aspirina.
_____ alzó la mirada. Joseph estaba frente a ellos, hecho una fiera con una expresión tormentosa en el rostro. Era tan típico. Lo único que él quería era impedir que ella se divirtiera.
―No quiero café y aspirina ―respondió _____, desafiante―. Quiero otra… otra…
―No. Nos vamos a casa.
¿A casa? ¿Para que él pudiera encerrarse en su habitación mientras ella se iba a su cuarto, a preguntarse en la oscuridad qué había hecho Joseph con aquella mujer y qué no iba a hacer con ella?
―No quiero ir a casa. Me lo estoy pasando muy bien.
―Se lo está pasando bien ―dijo Aldo―. Y me doy cuenta de que tú no. Vete a casa, Joseph. Yo cuidaré de _____.
―Sí ―respondió Joseph, fríamente―. Estoy seguro de que sí ―añadió, y agarró a _____ por la muñeca―. Ella se va a casa, Epelnamn, y yo también.
―No hables como si yo no estuviera aquí ―dijo _____, irritada―. No me voy. Aldo no cree que tenga que marcharme a casa ya, ¿Verdad, Aldo?
―La opinión de Aldo me importa un comino ―gruñó Joseph―. Tú harás lo que yo diga.
― ¡No! Aldo, dile a mi hermano que él no dirige mi vida.
―Ya has oído a la señorita ―dijo Aldo, pero Joseph percibió la duda en su tono de voz.
― ¿Te he contado por qué ha venido _____ conmigo a Nueva York, Epelnamn? Está buscando marido.
_____ siseó.
― ¡Joseph! Éste no es el momento de…
―La mujer a la que has estado enseñando el tango podría enseñarte a ti un par de cosas, amigo. ¿A que no te imaginabas que está aquí para conseguir casarse?
― ¡Joseph!
―Los requisitos exigidos para el candidato son los siguientes: Debe ser argentino y rico. Además de soltero, claro está. ¿No es así, _____?
Aldo tenía una expresión de extrañeza en el rostro.
― ¿Es cierto?
Él se lo preguntó a _____, pero fue Joseph quien respondió.
―Completamente cierto. Y tú, amigo, cumples todas las exigencias.
Ella miró a Aldo, horrorizada.
―No es como él lo está contando, Aldo. Yo no… Yo…
―Me preguntó si yo era soltero ―le dijo Aldo a Joseph, y se estremeció―, pero no me dijo que…
―No ―respondió Joseph―. Claro que no.
_____ miró a los dos hombres alternativamente. Los odiaba a los dos, pero a Joseph sobre todo. Lo odiaba, tanto que sentía deseos de arrojarle una copa con bebida sobre su rostro, pero se controló para no pasar vergüenza.
―Es hora de despedirse, _____.
Ella tiró de la mano para zafarse de Joseph, pero no lo consiguió.
― ¡Desgraciado!
―Ese lenguaje… ―le dijo él, con una sonrisa fría―. ¿Qué pensaría la Madre Lujan?
― ¡Suéltame! ―gritó ella, dándole puñetazos en la espalda mientras él la arrastraba hacia la puerta.
La gente se reía y se apartaba para dejarles paso. Él se detuvo junto a la mesa que había ocupado, tomó sus abrigos y siguió hacia la salida. Lucas los estaba esperando en la calle. Joseph había llamado a su chofer antes de cruzar la pista de baile para recoger a _____, lo había telefoneado en cuanto se había dado cuenta de cuáles eran las intenciones de Aldo.
¡Demonios!, él se había dado cuenta de lo que pretendía Aldo mucho antes, pero al fin y al cabo, aquél era el espectáculo de _____, su propia búsqueda de marido; Que hiciera las cosas a su manera.
Sin embargo, un hombre no podía soportar ver aquel repugnante intento de seducción.
Aldo, con aquella sonrisa escurridiza; Aldo, dándole a _____ bebidas con un sabor inofensivo, pero que podían tumbar a una mula; Aldo, que supuestamente la estaba enseñando a bailar para poder tenerla entre sus brazos, para acariciarla; Aldo, esperando la oportunidad de quedarse a solas con _____ para hacer con ella lo que le viniera en gana.
Aldo no tenía derecho a hacer nada de aquello, porque _____ le pertenecía a… a…
― ¿Señor Jonas?
Joseph se volvió hacia Lucas, que estaba esperando con la puerta del coche abierta para que ellos entraran. Él se acercó al coche, pero _____ se resistió.
―Vamos, camina.
― ¡No! No tengo por qué aceptar tus órdenes.
Entonces, Jonas la aferró por el brazo y la tiró hacia él, y muy cerca de sus labios le susurró:
―Me has cansado niña caprichosa. Todos estos días he tratado de tenerte paciencia, pero tus remilgos de niña mimada, me han sacado fuera de sí; O vuelves conmigo o te doy un castigo que jamás olvidarás.
Sus protestas terminaron en un grito, cuando él la arrastró hacia el coche e hizo que se sentara en el asiento sin contemplaciones. En ese momento, _____ no tuvo otra decisión más obedecer porque la furia cincelaba el rostro de su protector. El miedo la paralizó. Era la primera vez que ese hombre se atrevía a hablarle de esa manera. Después Joseph se sentó a su lado, se cruzó de brazos y cerró los oídos para no escuchar todas las cosas que ella podría llegar a decirle por el camino.
Una cosa muy buena de tener un ático en el último piso de un rascacielos en el barrio Harem era que siempre se tenía garantizada una maravillosa vista. No importaba la estación del año. Incluso en invierno. A las dos y veinte de la mañana, Joseph estaba en la terraza de su casa, con una taza de café humeante entre las manos. Su aliento era una pluma de humo en el aire helado. Había nevado, y el parque se había cubierto de un prístino manto blanco. Era una preciosa vista. Al menos, él suponía que lo era.
Estaba demasiado enfadado, demasiado disgustado como para concentrarse en la belleza de la nieve. Había cometido demasiados errores aquella noche, empezando por haber perdido los estribos al llegar a casa y encontrarse a _____ preparándose para salir, y terminando con su actuación cuando se había dado cuenta de que Aldo quería seducirla.
Se había equivocado por completo al llevar a _____ aquel club, y entregársela a su amigo había sido como entregarle un cordero a un león hambriento.
¿En qué demonios he estado pensando? Aldo había echado una mirada y había deseado lo que había visto. ¿Qué hombre no lo habría deseado?
El problema era que _____ no sabía nada de manejar a un sujeto como Epelnamn. No podía saberlo. Aquélla era la razón por la que ella le había pedido ayuda. Enséñame, le había rogado. Y él no le había hecho caso.
Podría haberle dicho que sí, que le enseñaría. Podría haberla llevado a su cama, haberse perdido en ella, haberle hecho el amor hasta que ella suspirara de placer y entendiera que las caricias de un hombre… Demonios, no.
Hasta que entendiera que las caricias de sus manos, y sólo de sus manos, podían volverla loca, podían hacer que suspirara Joseph, te deseo. Joseph, te necesito. Joseph…
― ¿Joseph?
Él se dio la vuelta. _____ estaba en la puerta de la terraza, pero su susurro no tenía nada que ver con la pasión. Llevaba una bata y estaba muy pálida y sudorosa, a pesar del frío.
― ¿_____?
―Joseph ―gimió―. Voy a…
Él la tomó en brazos y se la llevó al baño sin perder un segundo. Allí la sostuvo mientras ella vomitaba. Vomitó mucho, pero él sabía que era lo mejor. Su estómago tenía que liberarse de tanto whisky que había ingerido. Cuando _____ terminó, él le dio agua para que se enjuagara la boca, le lavó suavemente la cara y después la llevó a su habitación.
Ella estaba temblando de frío. Suavemente, él le pasó la mano bajo el cuello de la gruesa bata y le tocó el cuello. Estaba empapada en sudor.
―_____. Tienes que cambiarte la ropa.
―Me siento fatal ―dijo ella, en voz tan baja que Joseph apenas la oía―. Me duele el estómago. Y la cabeza. ¡Oh, Dios, Joseph, me quiero morir…!
―Deja que te ayude a quitarte este pijama húmedo, y después te traeré algo que ayudará a que te sientas mejor.
― ¿Me lo prometes?
Él tuvo que sonreír.
―Te lo prometo.
Le dio un beso en la frente, fue a su armario y rebuscó en él. Encontró un camisón de franela y se lo llevó.
―Vamos, negrita ―la llamó con ternura―. Ponte de pie para que pueda ponerte este camisón.
Con su ayuda, _____ se puso en pie. Él le desató el cinturón de la bata y se preguntó dónde demonios había llevado Beth de compras a _____, para que ella hubiera podido encontrar una bata tan fea.
―Yo… ―intentó decir _____.
― ¿Qué?
―… sé que esta bata es muy fea, pero la conservo porque…
―Ah, ya entiendo. Te la hiciste tú.
―Sí. Y siempre hacía que me sintiera mejor cuando estaba enferma o me sentía triste ―dijo, y emitió un sonidito que fue más un sollozo que una risa―. Qué tonta, ¿No?
Joseph sintió una opresión en la garganta.
―En absoluto ―respondió él. Se la imaginó en el convento, sola y desesperada, envuelta en algo que parecía la manta de un caballo para consolarse.
Joseph la ayudó a quitarse aquella bata y el pijama para que se pusiera el camisón.
―Levanta los brazos, negra. Muy bien. Un poco más. Bien. Estupendo.
¿Estupendo? ¡Un cuerno! Hizo todo lo que pudo por mantener la vista fija en un punto del espacio, pero tuvo que mirarla para meterle el cuello del camisón por la cabeza, para que los brazos entraran por las mangas. ¡Y, Dios, querido Dios, era bonita, bella, delicada y suave…! Sin embargo, él no sintió pasión ni deseo al mirarla. Sintió… sintió…
Joseph tragó saliva.
―Está bien. Es hora de acostarse.
Joseph la llevó en brazos hasta la cama, pero se dio cuenta de que las sábanas y la almohada también estaban mojadas.
― ¿_____?
― ¿Mmm?
― ¿Podrás mantenerte despierta mientras cambio las sábanas de tu cama?
― ¿Mmm?
―Lo único que tienes que hacer es quedarte aquí sentada. Yo vuelvo enseguida con sábanas limpias y con esa bebida para que te sientas mejor.
―Mmm.
― ¿_____?
―Mmm ―susurró ella, y escondió la cara en su cuello.
Joseph se quedó inmóvil. Se sentía tan bien con ella en brazos. Era vulnerable, frágil. Él volvió la cara y le besó el pelo, cerrando los ojos.
―Esto es culpa mía ―murmuró―. Lo siento, negrita, no debería haberte abandonado.
Ella suspiró de nuevo. Un solo beso más y la dejaría en la cama… Pero ella no podría quedarse allí sentada mientras él iba por las sábanas y bajaba a la cocina a preparar aquel brebaje que conocía de sus días de universidad. Ella podía dormir en su cama. Él dormiría en el sofá del vestidor.
Ella estaría caliente y a salvo, y Joseph no tendría que preocuparse por si se despertaba en mitad de la noche y vomitaba de nuevo sin que él pudiera cuidarla.
Se la llevó por el pasillo hasta su habitación y la sentó en su enorme cama.
―Quédate despierta, ¿De acuerdo? Volveré en un minuto. ¿Podrás hacerlo por mí, _____?
Salió corriendo hacia la cocina, hizo la horrible mezcla que la curaría y se la llevó. Cuando llegó a su habitación, ella ya estaba medio dormida sobre la almohada.
―Todavía no, bella durmiente ―le dijo él. La incorporó con cuidado, le pasó el brazo sobre los hombros y le llevó la copa del horror a los labios―. Bebe.
_____ tragó. Abrió los ojos de repente.
― ¡Aj!
―Lo sé, cariño, pero hará que te sientas mejor. Te lo prometo.
Ella lo miró. Después separó los labios y le permitió que le diera el resto de la bebida. Joseph apretó la mandíbula.
_____ confiaba en él. Sólo Dios sabía por qué.
―Está bien ―dijo él―. Ahora, túmbate. Eso es. Métete debajo de la manta. Bien. Cierra los ojos…
Ella susurró algo. Joseph se inclinó hacia ella.
― ¿Qué?
―He dicho que lo siento. No quería que te enfadaras.
De nuevo, él sintió aquella opresión repentina en la garganta.
―Yo soy el que lo siente, _____. No debería haberte dejado a solas con Aldo. ¿Me perdonas?
Dos lágrimas se le deslizaron por las mejillas. _____ cerró los ojos y volvió la cara.
―Es culpa mía. Tú me dijiste que no fuera, y yo debería haberte hecho caso.
―_____ ―dijo él, y le tomó la barbilla con la mano. Ella estaba llorando en silencio, y aquello le rompía el corazón―. Quiero que te duermas. Hablaremos de esto por la mañana, ¿Está bien?
Después de un momento, ella asintió.
―Está bien.
―Buena chica ―él se inclinó y le besó la frente―. Si me necesitas…
―No te vayas.
―No me voy. Estaré en el vestidor.
Ella abrió los ojos, lo miró y le rodeó el cuello con los brazos.
―Quédate conmigo, Joseph. Por favor.
―_____, cariño…
Se había quedado dormida. Lo único que él tenía que hacer era quitarse suavemente sus brazos del cuello y posarlos en la manta.
En vez de eso, Joseph hizo lo que había estado deseando hacer desde que habían llegado a Nueva York. Se metió en la cama con ella y la abrazó. Ella suspiró y se acurrucó contra él, y él se quedó maravillado de lo bien que se sentía al tenerla así.
Durmieron abrazados hasta el amanecer, cuando un murmullo sacó a Joseph de sus sueños.
Era _____, mirándolo a los ojos y diciendo su nombre, diciéndolo como él había querido oírlo desde que la había besado por primera vez.
―Joseph ―suspiró ella―. Joseph…
―_____ ―respondió él, con la voz ronca, y la besó.
Andreita, no puedo subir maraton, porque quedan solo tres caps y quiero alargar lo que se pueda la novela (:
Nat♥!!
Natuu!
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Yay!!, Me encanta!!!!!!
Dios bendito! Que buena novela!!
Gracias por subir Natu.
Dios bendito! Que buena novela!!
Gracias por subir Natu.
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Ahhh estan en la cama O_O algo va a pasar
siguelaa!!!
siguelaa!!!
jb_fanvanu
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
natu pero como la dejas ahi???
ahh ahha ahh
en all mejor parte!!!!!!!
porfavor siguela
ya peor ya pqero ya
ahh ahha ahh
en all mejor parte!!!!!!!
porfavor siguela
ya peor ya pqero ya
andreita
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Capítulo 10
Quizás el beso de Joseph fuera parte de su sueño. Las imágenes ya estaban desvaneciéndose, pero _____ recordaba lo suficiente como para saber que había soñado que estaba en los brazos de Joseph. En la cama de Joseph.
Ella le acarició el rostro. Le apartó el pelo negro de la frente y musitó su nombre.
―Sí ―dijo él―. Sí, cariño.
Y entonces fue cuando _____ supo que el sueño se había terminado. Aquello era real. Joseph la estaba abrazando, besándola, dejando que ella lo besara. Sí, sí.
_____ dijo su nombre de nuevo, con una sonrisa, y le rodeó el cuello con los brazos. Él la besó de nuevo con un suave gruñido, pero después le agarró las manos e intentó apartarlas de él. Ella no permitió que lo hiciera.
―No pares ―le rogó―. Por favor, Joseph. He esperado durante tanto tiempo que lo hicieras… No pares ahora.
―_____ ―respondió él, con la voz ronca―. Cariño, esto no es buena idea. No debería haberte besado. No debería haberte traído a mi cama, pero estabas enferma y quería tenerte cerca para cuidar de ti.
―Eso es lo que has hecho durante todo el tiempo. Cuidar de mí.
―No lo he hecho. Me he portado muy mal contigo, _____. Te saqué de la escuela sin darte una explicación real. Te traje a Estados Unidos y no te he prestado la debida atención. Me he comportado como si detestara tenerte aquí, cuando la verdad es que… La verdad es…
― ¿Qué? ¿Cuál es la verdad, Joseph?
―La verdad ―dijo él, por fin―, es que eres maravillosa, y te deseo desde la primera noche en Buenos Aires.
―Entonces, hazme el amor, Joseph ―le pidió ella, suavemente.
―No puedo. No puedo.
―Pero acabas de decir…
Él la acalló con un beso tan profundo que la dejó temblando.
―Te deseo más de lo que he deseado a nadie ni a nada en mi vida. Pero no puedo tomar tu virginidad, cariño. No estaría bien.
―Sí estaría bien ―respondió _____, con fiereza. Y, al decir aquellas palabras, supo la verdad. Quería a Joseph con toda su alma.
Aunque sabía que no debía decírselo. El destino los había unido, pero la realidad podía separarlos. Sin embargo, sí podía decirle algo de lo que sentía.
―Joseph, ¿No lo entiendes? Hacer el amor contigo será lo único que tendré para recordar cuando… Cuando ya no estemos juntos.
Joseph tomó aire temblorosamente e intentó no escuchar lo que ella le estaba diciendo. Pero no pudo. La abrazó contra su corazón y la meció contra su cuerpo… Y después la besó con toda la emoción que había mantenido cuidadosamente escondida en su alma. Escondida de _____, escondida de sí mismo.
―Dime lo que te gusta ―le pidió él―. Cuando te acaricie… Dímelo.
―Cualquier cosa que hagas; Cualquier lugar que acaricies…
Ella echó la cabeza hacia detrás cuando él posó la boca abierta sobre su cuello. _____ sabía a miel salvaje. Su esencia hacía que le diera vueltas la cabeza. Joseph estaba sintiendo cosas que no había sentido en la vida.
Ella dejó escapar un sollozo de placer cuando él recorrió con la boca su pecho hasta atrapar uno de sus pezones con los labios y succionó. _____ sentía que le ardía el cuerpo. Sentía un cosquilleo en los senos. Sentía un calor líquido entre los muslos, en aquel lugar que la Hermana Ana llamaba la fuente definitiva del mal.
_____ quería sentir la mano de Joseph allí. Entre sus piernas. ¿Era mala por desear semejante cosa? No importaba. No podía pedírselo. Ella nunca… No tuvo que hacerlo.
Joseph deslizó la mano bajo su camisón y, con los dedos ásperos, le acarició el tobillo, la pantorrilla, la rodilla. _____ lo agarró por la muñeca.
― ¿Joseph? ―dijo, temblorosamente―. ¡Oh, Dios, Joseph…!
Su mano se quedó inmóvil. Ella notó que todo su cuerpo se ponía tenso.
―_____ ―le dijo―. Cariño, si quieres que pare, dímelo.
Ella lo miró durante un largo momento. Después le acarició la mejilla.
―No. Quiero… Quiero que me acaricies por todas partes. Necesito… lo quiero todo. Enséñamelo todo, Joseph. Eso es lo que quiero.
Aquella súplica le recorrió el cuerpo como una llama. Joseph la besó con fuerza, le mordisqueó los labios, gruñó de placer cuando sintió la lengua de _____ deslizarse delicadamente en su boca. Con un murmullo de impaciencia, le quitó el camisón y hundió la cara en ella, le besó los pechos, le lamió los pezones rosados. _____ se volvió loca en sus brazos. Su cabeza golpeaba contra la almohada, y su pelo se derramaba a su alrededor como la seda. ¿Cuántas veces se había imaginado él aquello? ¿_____, su hermanastra en su cama, repitiendo su nombre mientras él le hacía el amor?
Mantuvo la mirada fija en su rostro mientras le acariciaba los pechos y jugueteaba con sus pezones. Ella gemía suavemente. Era bella. Tan bella. Y era suya. Suya y de ningún tipo baboso y mujeriego como Aldo.
Él la besó en la boca, tragándose sus exclamaciones de placer. Le acarició la piel cálida de la cintura y fue descendiendo lentamente, recorriendo con los labios el camino hasta su vientre, y la levantó hacia él.
― ¿Joseph? ―murmuró ella.
Dijo su nombre mientras él seguía descendiendo, regando de besos la distancia que recorría hacia los rizos dorados que guardaban su inocencia. De repente, ella se incorporó con las manos extendidas para detenerlo. Él la agarró por las muñecas, le besó los dedos y la tumbó de nuevo.
―Quiero saborearte, _____.
Ella sacudió la cabeza.
―No. No está bien. No debes…
― ¿Cómo puede estar mal que quiera adorarte con mi cuerpo? ―le preguntó, y le besó los párpados, la boca, los pechos―. Todas las partes de tu cuerpo son bellas, amor mío. Y esa parte, esa flor escondida, es la más bonita de todas, porque me pertenece sólo a mí. A mí, _____. A mí…
_____ gritó cuando Joseph la abrió para él y la acarició. Después, él posó su boca en ella, y ella se levantó a medias de la cama. Volvió a caer, sollozando de placer. Él sabía que ella tenía miedo de lo que le estaba haciendo sentir, pero no tenía motivo. _____ volaría hasta el sol y él estaría allí para recogerla en sus brazos.
Joseph levantó la cabeza y la besó en la boca. Dejó que ella probara la pasión que estaban compartiendo en sus labios.
―Déjate llevar ―le susurró él―. Hazlo por mí, cariño. Déjate llevar.
―No puedo ―dijo ella, con la voz entrecortada―. No puedo. Joseph…
Él la besó de nuevo, deslizó la mano entre sus muslos y la acarició de nuevo, y al instante, ella suspiró y se estremeció en sus brazos.
―Joseph ―dijo _____, y voló en libertad, escapó del vacío que había sido su vida.
Joseph dijo su nombre y penetró en su cuerpo. Se hundió profundamente en su calor sedoso. Ella sintió una aguda punzada de dolor. Y después, sólo hubo éxtasis.
Debía de haberse quedado dormida. No le parecía posible, después de lo que había sucedido, pero cuando abrió los ojos, estaba entre los brazos de Joseph, con la cabeza apoyada en su pecho, y la habitación estaba llena de una extraña luz blanca.
―Es la nieve ―dijo Joseph, suavemente. Ella ladeó la cabeza y lo miró―. La luz. Es por la nieve. Debe de haber empezado a nevar otra vez durante la noche, y todavía continúa ―sus labios se curvaron en una sonrisa―. Buenos días.
Ella sabía que se había ruborizado. Era tonta, pero no podía evitarlo.
―Buenos días ―susurró, y escondió la cara contra su cuello.
― ¿Estás bien?
_____ se ruborizó aún más. Menos mal que él no lo veía.
―Sí, estoy muy bien.
―Si te hice daño…
―No, de verdad. Yo quería… Quería…
Él le puso los dedos bajo la barbilla e hizo que levantara lentamente la cara hacia él.
―Y yo también ―le dijo él, en voz baja.
Ella sonrió. Él sonrió también, y le dio un tierno beso. Después de un momento, la colocó sobre la almohada y se levantó.
―No te muevas ―le pidió―. Vuelvo en un segundo.
_____ se tapó con la manta hasta la nariz y observó la belleza del cuerpo de Joseph mientras él iba al baño. Al poco tiempo, él volvió y la tomó en brazos. De nuevo, aquel odioso rubor le cubrió las mejillas, y le preguntó:
― ¿Qué haces?
―Cuidarte ―respondió él.
― ¿Cuidarme? ―repitió _____, y miró a la cama.
Seguro que en aquel momento se había puesto muy colorada de pies a cabeza. Había una mancha roja en las sábanas blancas. Mortificada, escondió de nuevo la cara entre su cuello y su hombro.
― ¡Oh, no! ―gimió―. Joseph, lo siento. Soy una idiota…
― ¿Lo sientes? ¿Por hacerme semejante regalo?
Él le besó el pelo y se la llevó al baño. Un chorro de agua caía desde el grifo a la enorme bañera. Joseph entró en ella, con _____ en brazos. Se sentó y se la colocó en el regazo, y ella suspiró de placer cuando sintió el agua caliente en la piel.
―Cariño, si alguien debe disculparse soy yo. Ayer tomé algo precioso de ti.
―Tomaste lo que yo quise darte ―dijo ella, mirándolo a los ojos―. Sólo a ti ―susurró, y se sorprendió a sí misma, y a él, cuando tomó entre las manos su pene erecto y comenzó a acariciarlo.
―_____ ―dijo Joseph, con la voz tensa―, cariño, es demasiado pronto…
―No lo es ―respondió _____.
Entonces, Joseph entró en ella y le hizo el amor con el cuerpo y, que Dios lo ayudara, con el alma también. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo se había enamorado de su hermanastra?
Un par de horas después, envueltos en abrigos, con calcetines gordos, guantes y gorros, estaban en la terraza observando la ciudad convertida en el país de las hadas por la nieve. Al menos, _____ estaba mirando la ciudad. Pero Joseph no, sino que la estaba mirando a ella, intentando encontrar una salida de la pesadilla en la que estaba atrapado.
Se había enamorado de _____. Y tenía que casarla con otro hombre. De lo contrario, violaría los términos de ambos testamentos. El de los padres de _____ y el de su propio padre. Ella perdería su herencia, y él nunca conocería los nombres de sus hermanos.
―Mira ―dijo ella, con un gritito de alegría―. ¿Joseph? Ese hombre está esquiando. ¡Esquiando por la calle! ―Se volvió hacia él, con los ojos brillantes de emoción―. ¡Es maravilloso!
―Maravilloso ―repitió él.
Lo que era maravilloso era _____. ¿Podría separarse de ella? Era todo lo que un hombre podía desear, y más. Pero no era suya.
― ¡Y mira aquella mujer que lleva a aquel enorme perro negro! ¡Todo esto es precioso! Está intentando enterrar el hocico en la nieve.
―Ya lo veo ―dijo él ásperamente, abrazándola con más fuerza, pero en realidad, lo único que podía ver era lo que iba a suceder después. Al hombre que tendría que presentarle a _____. La búsqueda que tenía que organizar para que ella encontrara un marido adecuado… Sentía un dolor helado en el corazón.
No. No puedo hacerlo. ¿Cómo iba a dársela a otro hombre para cumplir con los términos de unos testamentos que nunca deberían haberse escrito? ¿Cómo iba a poder verla con aquel hombre y saber que nunca más sería suya?
― ¿Joseph? ―Ella se volvió hacia él con los ojos abiertos como platos, brillantes como estrellas―. ¿Podemos bajar al parque a hacer un muñeco de nieve?
Él tragó saliva y se las arregló para sonreír.
―Claro que podemos, negrita ―respondió.
Pero primero, la llevó a la cama e hicieron el amor de nuevo.
Aquella noche, mientras ella dormía en sus brazos, Joseph seguía preguntándose Cómo, por el amor de Dios, voy a ser capaz de alejarme de su lado. Y de repente supo, con toda certeza, que no tenía por qué hacerlo. Lo único que tenía que hacer era renunciar a conocer el nombre de sus hermanos. Saber aquello no le parecía tan importante como lo que ya había encontrado, como la alegría que tenía a su lado.
Sintió un júbilo tan poderoso que le hizo sonreír… Pero al segundo, la sonrisa se le borró de la cara. Sabía lo que él quería, pero la elección tenía que ser de _____.
Que él supiera, su herencia, la libertad y la independencia que representaba, significaban para ella más que él.
A la mañana siguiente, _____ se despertó sola. Joseph no estaba en la cama. Había dejado de nevar y debían de haber limpiado la nieve de las calles de la ciudad, porque oía los sonidos del tráfico.
La vida había vuelto a la normalidad. ¿Por qué le parecería aquello deprimente?
Apartó las mantas y se levantó. Se vistió y comenzó a bajar las escaleras.
―El desayuno está casi listo.
Joseph la estaba esperando en la puerta de la cocina, mirándola. La besó ligeramente, con una expresión extraña en el rostro. Llevaba unos pantalones vaqueros y un jersey azul oscuro. Tenía el pelo húmedo de la ducha, y estaba tan guapo, que a _____ se le encogió el corazón.
― ¡Oh…! ―murmuró, sin saber qué decir―. Muchas gracias.
_____ se acercó al fuego para ver qué estaba cocinando él.
―Huevos revueltos y tostadas. Judith ha llamado diciendo que no podía venir desde su casa, por la nieve.
―Claro ―respondió ella, y observó cómo él servía los huevos en dos platos, junto a dos tazas de café, un plato de beicon y unos vasos de zumo de naranja.
Sin embargo, había algo más en la cocina, con ellos. Algo oscuro y desagradable. Ella lo había notado en aquellos primeros segundos, cuando Joseph la había mirado con gravedad.
_____ sintió que los nervios se le ponían de punta por la impaciencia mientras se sentaba en un taburete y desplegaba su servilleta.
―Mmm ―dijo, forzando un tono de alegría―. Esto tiene muy buena pinta.
―Empieza a comer antes de que se enfríe.
Los huevos estaban deliciosos. En la escuela, los huevos revueltos eran grumos duros. Aquellos, sin embargo, eran esponjosos y ligeros, y se deshacían en la boca.
― ¿Dónde has aprendido a hacer estos huevos revueltos? ―le preguntó, en el mismo tono artificial.
―Trabajé en un restaurante cuando era adolescente.
― ¿Tú? ¿Trabajando en un restaurante?
Su sorpresa fue genuina. Pese a su malhumor, pese a lo que Joseph tenía que decirle, no pudo evitar sonreír.
―Trabajé en muchas cosas mientras me hacía mayor.
― ¿Tu familia pensaba que trabajar sería bueno para ti?
Joseph se rió.
―Mi familia está formada por una sola persona. Mi madre. Ella trabajó mucho para mantenerme. Y cuando pude, yo comencé a trabajar también, para ayudarla ―le explicó, y añadió, en un tono amable―: No me mires así, _____. No todos nacemos ricos.
―Claro que no. Sólo pensaba… ―ella dejó escapar un largo suspiro―. No sé lo que pensaba ―le dijo con sinceridad―. Salvo que… Salvo que hay algo que va muy mal y quiero que me digas lo que es.
―Primero termina el desayuno.
―No. Joseph, si te arrepientes de lo que… De lo que hemos hecho…
― ¿Lamentarlo? Cariño, ¿Cómo voy a arrepentirme de algo tan maravilloso?
―Entonces, ¿Qué te ocurre? Tienes una expresión tan triste…
―Sí. Ha llamado Aldo.
Ella tardó un momento en recordar quién era Aldo.
―Quería disculparse contigo. Y conmigo también. Dijo… Bueno, dijo muchas cosas. Sobre todo, dijo que lamentaba haberte dejado con una mala impresión. Le gustaste mucho, _____.
¿Qué era aquello? ¿Joseph hablando en nombre de otro hombre? ¿Joseph, que la había tenido en sus brazos durante horas, diciéndole que ella le gustaba a otro hombre?
Hacer el amor con Joseph había alejado sus problemas. Sin embargo, los problemas acababan de volver.
Nada había cambiado. Ella tenía que encontrar un hombre para casarse, y él tenía que ocuparse de que las cosas fueran así. De otro modo, ella perdería su herencia.
Pero a _____ ya no le importaba su herencia. ¡Al demonio con ella! Renunciaría a ella alegremente con tal de poder estar con Joseph. ¿Cómo iba a ser el dinero más importante que el amor que había encontrado, y que su corazón solitario había pensado que sólo existía en los cuentos de hadas?
La cuestión era… ¿Estaría Joseph dispuesto a romper la promesa que le había hecho a José Escobar? ¿Estaría dispuesto a renunciar a lo que le hubiera impulsado en un principio a acceder a buscarle un marido? ¿Estaría dispuesto a perder…?
Bueno, ella no sabía lo que él podía perder. Joseph todavía no se lo había dicho.
―Joseph, escucha…
―Aldo quiere verte esta noche. Tiene una casa muy cerca de aquí, y va a dar una fiesta. Algo de última hora, según me dijo. Y… ―a Joseph se le apagó la voz. Se acercó lentamente a ella, con los ojos fijos en su rostro―. Si quieres tu herencia, las cosas tienen que ser así ―añadió. Después, suspiró profundamente―. Sé que… Que yo he tomado lo que querías regalarle al hombre que se casara contigo.
― ¡No! Por favor…
―No voy a disculparme por ello ―ni loco pensaba disculparse. Ni siquiera podía pensar en _____ en brazos de otro hombre―. Pero tiene que haber otra forma.
Otra manera de conseguir que un tipo como Aldo coopere, pensó.
_____ sacudió la cabeza.
―Tendré que casarme de verdad ―dijo, en voz muy baja.
― ¡No! No. Tiene que haber algo que un hombre rico quiera… Y creo que yo tengo la solución.
― ¿Qué es? ¿Qué vas a ofrecerle? Yo no tengo…
―Pero yo sí. Tengo unas tierras, _____. En Maui. Es una propiedad frente al mar, en una zona en la que no queda suelo libre. Aldo lo sabe. Nosotros hemos hablado en varias ocasiones de esa tierra, ya sabes, una charla sin importancia en algún evento benéfico. A los dos nos encanta Hawái, y él me decía cuánto le gustaría tener una propiedad allí… ―Joseph la miró a los ojos―. Quizá Aldo y yo podamos hacer un trato.
A ella se le encogió el estómago. Unas tierras. Joseph se las vendería a Aldo, y Aldo accedería a casarse con ella y divorciarse después.
― ¿_____? ¿Lo entiendes?
Ella asintió. Tenía miedo de hablar, porque tenía la sensación de que iba a ponerse a llorar.
―Tú conseguirás tu herencia. Tu fortuna. Serás libre. Tendrás tu independencia. Eso era lo que más querías en el mundo ¿No?
Sus miradas se cruzaron, y ella esperó a que él le pidiera que olvidara su herencia, que le dijera que sólo lo necesitaba a él.
Sin embargo, él no lo hizo. No dijo nada. Finalmente, cuando le parecía que había pasado una eternidad, _____ levantó la barbilla y esbozó una sonrisa forzada.
―Sí ―dijo―. Eso es, Joseph. Yo consigo mi dinero. Tú consigues… lo que vayas a conseguir. Y después, los dos seremos libres.
Ella le acarició el rostro. Le apartó el pelo negro de la frente y musitó su nombre.
―Sí ―dijo él―. Sí, cariño.
Y entonces fue cuando _____ supo que el sueño se había terminado. Aquello era real. Joseph la estaba abrazando, besándola, dejando que ella lo besara. Sí, sí.
_____ dijo su nombre de nuevo, con una sonrisa, y le rodeó el cuello con los brazos. Él la besó de nuevo con un suave gruñido, pero después le agarró las manos e intentó apartarlas de él. Ella no permitió que lo hiciera.
―No pares ―le rogó―. Por favor, Joseph. He esperado durante tanto tiempo que lo hicieras… No pares ahora.
―_____ ―respondió él, con la voz ronca―. Cariño, esto no es buena idea. No debería haberte besado. No debería haberte traído a mi cama, pero estabas enferma y quería tenerte cerca para cuidar de ti.
―Eso es lo que has hecho durante todo el tiempo. Cuidar de mí.
―No lo he hecho. Me he portado muy mal contigo, _____. Te saqué de la escuela sin darte una explicación real. Te traje a Estados Unidos y no te he prestado la debida atención. Me he comportado como si detestara tenerte aquí, cuando la verdad es que… La verdad es…
― ¿Qué? ¿Cuál es la verdad, Joseph?
―La verdad ―dijo él, por fin―, es que eres maravillosa, y te deseo desde la primera noche en Buenos Aires.
―Entonces, hazme el amor, Joseph ―le pidió ella, suavemente.
―No puedo. No puedo.
―Pero acabas de decir…
Él la acalló con un beso tan profundo que la dejó temblando.
―Te deseo más de lo que he deseado a nadie ni a nada en mi vida. Pero no puedo tomar tu virginidad, cariño. No estaría bien.
―Sí estaría bien ―respondió _____, con fiereza. Y, al decir aquellas palabras, supo la verdad. Quería a Joseph con toda su alma.
Aunque sabía que no debía decírselo. El destino los había unido, pero la realidad podía separarlos. Sin embargo, sí podía decirle algo de lo que sentía.
―Joseph, ¿No lo entiendes? Hacer el amor contigo será lo único que tendré para recordar cuando… Cuando ya no estemos juntos.
Joseph tomó aire temblorosamente e intentó no escuchar lo que ella le estaba diciendo. Pero no pudo. La abrazó contra su corazón y la meció contra su cuerpo… Y después la besó con toda la emoción que había mantenido cuidadosamente escondida en su alma. Escondida de _____, escondida de sí mismo.
―Dime lo que te gusta ―le pidió él―. Cuando te acaricie… Dímelo.
―Cualquier cosa que hagas; Cualquier lugar que acaricies…
Ella echó la cabeza hacia detrás cuando él posó la boca abierta sobre su cuello. _____ sabía a miel salvaje. Su esencia hacía que le diera vueltas la cabeza. Joseph estaba sintiendo cosas que no había sentido en la vida.
Ella dejó escapar un sollozo de placer cuando él recorrió con la boca su pecho hasta atrapar uno de sus pezones con los labios y succionó. _____ sentía que le ardía el cuerpo. Sentía un cosquilleo en los senos. Sentía un calor líquido entre los muslos, en aquel lugar que la Hermana Ana llamaba la fuente definitiva del mal.
_____ quería sentir la mano de Joseph allí. Entre sus piernas. ¿Era mala por desear semejante cosa? No importaba. No podía pedírselo. Ella nunca… No tuvo que hacerlo.
Joseph deslizó la mano bajo su camisón y, con los dedos ásperos, le acarició el tobillo, la pantorrilla, la rodilla. _____ lo agarró por la muñeca.
― ¿Joseph? ―dijo, temblorosamente―. ¡Oh, Dios, Joseph…!
Su mano se quedó inmóvil. Ella notó que todo su cuerpo se ponía tenso.
―_____ ―le dijo―. Cariño, si quieres que pare, dímelo.
Ella lo miró durante un largo momento. Después le acarició la mejilla.
―No. Quiero… Quiero que me acaricies por todas partes. Necesito… lo quiero todo. Enséñamelo todo, Joseph. Eso es lo que quiero.
Aquella súplica le recorrió el cuerpo como una llama. Joseph la besó con fuerza, le mordisqueó los labios, gruñó de placer cuando sintió la lengua de _____ deslizarse delicadamente en su boca. Con un murmullo de impaciencia, le quitó el camisón y hundió la cara en ella, le besó los pechos, le lamió los pezones rosados. _____ se volvió loca en sus brazos. Su cabeza golpeaba contra la almohada, y su pelo se derramaba a su alrededor como la seda. ¿Cuántas veces se había imaginado él aquello? ¿_____, su hermanastra en su cama, repitiendo su nombre mientras él le hacía el amor?
Mantuvo la mirada fija en su rostro mientras le acariciaba los pechos y jugueteaba con sus pezones. Ella gemía suavemente. Era bella. Tan bella. Y era suya. Suya y de ningún tipo baboso y mujeriego como Aldo.
Él la besó en la boca, tragándose sus exclamaciones de placer. Le acarició la piel cálida de la cintura y fue descendiendo lentamente, recorriendo con los labios el camino hasta su vientre, y la levantó hacia él.
― ¿Joseph? ―murmuró ella.
Dijo su nombre mientras él seguía descendiendo, regando de besos la distancia que recorría hacia los rizos dorados que guardaban su inocencia. De repente, ella se incorporó con las manos extendidas para detenerlo. Él la agarró por las muñecas, le besó los dedos y la tumbó de nuevo.
―Quiero saborearte, _____.
Ella sacudió la cabeza.
―No. No está bien. No debes…
― ¿Cómo puede estar mal que quiera adorarte con mi cuerpo? ―le preguntó, y le besó los párpados, la boca, los pechos―. Todas las partes de tu cuerpo son bellas, amor mío. Y esa parte, esa flor escondida, es la más bonita de todas, porque me pertenece sólo a mí. A mí, _____. A mí…
_____ gritó cuando Joseph la abrió para él y la acarició. Después, él posó su boca en ella, y ella se levantó a medias de la cama. Volvió a caer, sollozando de placer. Él sabía que ella tenía miedo de lo que le estaba haciendo sentir, pero no tenía motivo. _____ volaría hasta el sol y él estaría allí para recogerla en sus brazos.
Joseph levantó la cabeza y la besó en la boca. Dejó que ella probara la pasión que estaban compartiendo en sus labios.
―Déjate llevar ―le susurró él―. Hazlo por mí, cariño. Déjate llevar.
―No puedo ―dijo ella, con la voz entrecortada―. No puedo. Joseph…
Él la besó de nuevo, deslizó la mano entre sus muslos y la acarició de nuevo, y al instante, ella suspiró y se estremeció en sus brazos.
―Joseph ―dijo _____, y voló en libertad, escapó del vacío que había sido su vida.
Joseph dijo su nombre y penetró en su cuerpo. Se hundió profundamente en su calor sedoso. Ella sintió una aguda punzada de dolor. Y después, sólo hubo éxtasis.
Debía de haberse quedado dormida. No le parecía posible, después de lo que había sucedido, pero cuando abrió los ojos, estaba entre los brazos de Joseph, con la cabeza apoyada en su pecho, y la habitación estaba llena de una extraña luz blanca.
―Es la nieve ―dijo Joseph, suavemente. Ella ladeó la cabeza y lo miró―. La luz. Es por la nieve. Debe de haber empezado a nevar otra vez durante la noche, y todavía continúa ―sus labios se curvaron en una sonrisa―. Buenos días.
Ella sabía que se había ruborizado. Era tonta, pero no podía evitarlo.
―Buenos días ―susurró, y escondió la cara contra su cuello.
― ¿Estás bien?
_____ se ruborizó aún más. Menos mal que él no lo veía.
―Sí, estoy muy bien.
―Si te hice daño…
―No, de verdad. Yo quería… Quería…
Él le puso los dedos bajo la barbilla e hizo que levantara lentamente la cara hacia él.
―Y yo también ―le dijo él, en voz baja.
Ella sonrió. Él sonrió también, y le dio un tierno beso. Después de un momento, la colocó sobre la almohada y se levantó.
―No te muevas ―le pidió―. Vuelvo en un segundo.
_____ se tapó con la manta hasta la nariz y observó la belleza del cuerpo de Joseph mientras él iba al baño. Al poco tiempo, él volvió y la tomó en brazos. De nuevo, aquel odioso rubor le cubrió las mejillas, y le preguntó:
― ¿Qué haces?
―Cuidarte ―respondió él.
― ¿Cuidarme? ―repitió _____, y miró a la cama.
Seguro que en aquel momento se había puesto muy colorada de pies a cabeza. Había una mancha roja en las sábanas blancas. Mortificada, escondió de nuevo la cara entre su cuello y su hombro.
― ¡Oh, no! ―gimió―. Joseph, lo siento. Soy una idiota…
― ¿Lo sientes? ¿Por hacerme semejante regalo?
Él le besó el pelo y se la llevó al baño. Un chorro de agua caía desde el grifo a la enorme bañera. Joseph entró en ella, con _____ en brazos. Se sentó y se la colocó en el regazo, y ella suspiró de placer cuando sintió el agua caliente en la piel.
―Cariño, si alguien debe disculparse soy yo. Ayer tomé algo precioso de ti.
―Tomaste lo que yo quise darte ―dijo ella, mirándolo a los ojos―. Sólo a ti ―susurró, y se sorprendió a sí misma, y a él, cuando tomó entre las manos su pene erecto y comenzó a acariciarlo.
―_____ ―dijo Joseph, con la voz tensa―, cariño, es demasiado pronto…
―No lo es ―respondió _____.
Entonces, Joseph entró en ella y le hizo el amor con el cuerpo y, que Dios lo ayudara, con el alma también. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo se había enamorado de su hermanastra?
Un par de horas después, envueltos en abrigos, con calcetines gordos, guantes y gorros, estaban en la terraza observando la ciudad convertida en el país de las hadas por la nieve. Al menos, _____ estaba mirando la ciudad. Pero Joseph no, sino que la estaba mirando a ella, intentando encontrar una salida de la pesadilla en la que estaba atrapado.
Se había enamorado de _____. Y tenía que casarla con otro hombre. De lo contrario, violaría los términos de ambos testamentos. El de los padres de _____ y el de su propio padre. Ella perdería su herencia, y él nunca conocería los nombres de sus hermanos.
―Mira ―dijo ella, con un gritito de alegría―. ¿Joseph? Ese hombre está esquiando. ¡Esquiando por la calle! ―Se volvió hacia él, con los ojos brillantes de emoción―. ¡Es maravilloso!
―Maravilloso ―repitió él.
Lo que era maravilloso era _____. ¿Podría separarse de ella? Era todo lo que un hombre podía desear, y más. Pero no era suya.
― ¡Y mira aquella mujer que lleva a aquel enorme perro negro! ¡Todo esto es precioso! Está intentando enterrar el hocico en la nieve.
―Ya lo veo ―dijo él ásperamente, abrazándola con más fuerza, pero en realidad, lo único que podía ver era lo que iba a suceder después. Al hombre que tendría que presentarle a _____. La búsqueda que tenía que organizar para que ella encontrara un marido adecuado… Sentía un dolor helado en el corazón.
No. No puedo hacerlo. ¿Cómo iba a dársela a otro hombre para cumplir con los términos de unos testamentos que nunca deberían haberse escrito? ¿Cómo iba a poder verla con aquel hombre y saber que nunca más sería suya?
― ¿Joseph? ―Ella se volvió hacia él con los ojos abiertos como platos, brillantes como estrellas―. ¿Podemos bajar al parque a hacer un muñeco de nieve?
Él tragó saliva y se las arregló para sonreír.
―Claro que podemos, negrita ―respondió.
Pero primero, la llevó a la cama e hicieron el amor de nuevo.
Aquella noche, mientras ella dormía en sus brazos, Joseph seguía preguntándose Cómo, por el amor de Dios, voy a ser capaz de alejarme de su lado. Y de repente supo, con toda certeza, que no tenía por qué hacerlo. Lo único que tenía que hacer era renunciar a conocer el nombre de sus hermanos. Saber aquello no le parecía tan importante como lo que ya había encontrado, como la alegría que tenía a su lado.
Sintió un júbilo tan poderoso que le hizo sonreír… Pero al segundo, la sonrisa se le borró de la cara. Sabía lo que él quería, pero la elección tenía que ser de _____.
Que él supiera, su herencia, la libertad y la independencia que representaba, significaban para ella más que él.
A la mañana siguiente, _____ se despertó sola. Joseph no estaba en la cama. Había dejado de nevar y debían de haber limpiado la nieve de las calles de la ciudad, porque oía los sonidos del tráfico.
La vida había vuelto a la normalidad. ¿Por qué le parecería aquello deprimente?
Apartó las mantas y se levantó. Se vistió y comenzó a bajar las escaleras.
―El desayuno está casi listo.
Joseph la estaba esperando en la puerta de la cocina, mirándola. La besó ligeramente, con una expresión extraña en el rostro. Llevaba unos pantalones vaqueros y un jersey azul oscuro. Tenía el pelo húmedo de la ducha, y estaba tan guapo, que a _____ se le encogió el corazón.
― ¡Oh…! ―murmuró, sin saber qué decir―. Muchas gracias.
_____ se acercó al fuego para ver qué estaba cocinando él.
―Huevos revueltos y tostadas. Judith ha llamado diciendo que no podía venir desde su casa, por la nieve.
―Claro ―respondió ella, y observó cómo él servía los huevos en dos platos, junto a dos tazas de café, un plato de beicon y unos vasos de zumo de naranja.
Sin embargo, había algo más en la cocina, con ellos. Algo oscuro y desagradable. Ella lo había notado en aquellos primeros segundos, cuando Joseph la había mirado con gravedad.
_____ sintió que los nervios se le ponían de punta por la impaciencia mientras se sentaba en un taburete y desplegaba su servilleta.
―Mmm ―dijo, forzando un tono de alegría―. Esto tiene muy buena pinta.
―Empieza a comer antes de que se enfríe.
Los huevos estaban deliciosos. En la escuela, los huevos revueltos eran grumos duros. Aquellos, sin embargo, eran esponjosos y ligeros, y se deshacían en la boca.
― ¿Dónde has aprendido a hacer estos huevos revueltos? ―le preguntó, en el mismo tono artificial.
―Trabajé en un restaurante cuando era adolescente.
― ¿Tú? ¿Trabajando en un restaurante?
Su sorpresa fue genuina. Pese a su malhumor, pese a lo que Joseph tenía que decirle, no pudo evitar sonreír.
―Trabajé en muchas cosas mientras me hacía mayor.
― ¿Tu familia pensaba que trabajar sería bueno para ti?
Joseph se rió.
―Mi familia está formada por una sola persona. Mi madre. Ella trabajó mucho para mantenerme. Y cuando pude, yo comencé a trabajar también, para ayudarla ―le explicó, y añadió, en un tono amable―: No me mires así, _____. No todos nacemos ricos.
―Claro que no. Sólo pensaba… ―ella dejó escapar un largo suspiro―. No sé lo que pensaba ―le dijo con sinceridad―. Salvo que… Salvo que hay algo que va muy mal y quiero que me digas lo que es.
―Primero termina el desayuno.
―No. Joseph, si te arrepientes de lo que… De lo que hemos hecho…
― ¿Lamentarlo? Cariño, ¿Cómo voy a arrepentirme de algo tan maravilloso?
―Entonces, ¿Qué te ocurre? Tienes una expresión tan triste…
―Sí. Ha llamado Aldo.
Ella tardó un momento en recordar quién era Aldo.
―Quería disculparse contigo. Y conmigo también. Dijo… Bueno, dijo muchas cosas. Sobre todo, dijo que lamentaba haberte dejado con una mala impresión. Le gustaste mucho, _____.
¿Qué era aquello? ¿Joseph hablando en nombre de otro hombre? ¿Joseph, que la había tenido en sus brazos durante horas, diciéndole que ella le gustaba a otro hombre?
Hacer el amor con Joseph había alejado sus problemas. Sin embargo, los problemas acababan de volver.
Nada había cambiado. Ella tenía que encontrar un hombre para casarse, y él tenía que ocuparse de que las cosas fueran así. De otro modo, ella perdería su herencia.
Pero a _____ ya no le importaba su herencia. ¡Al demonio con ella! Renunciaría a ella alegremente con tal de poder estar con Joseph. ¿Cómo iba a ser el dinero más importante que el amor que había encontrado, y que su corazón solitario había pensado que sólo existía en los cuentos de hadas?
La cuestión era… ¿Estaría Joseph dispuesto a romper la promesa que le había hecho a José Escobar? ¿Estaría dispuesto a renunciar a lo que le hubiera impulsado en un principio a acceder a buscarle un marido? ¿Estaría dispuesto a perder…?
Bueno, ella no sabía lo que él podía perder. Joseph todavía no se lo había dicho.
―Joseph, escucha…
―Aldo quiere verte esta noche. Tiene una casa muy cerca de aquí, y va a dar una fiesta. Algo de última hora, según me dijo. Y… ―a Joseph se le apagó la voz. Se acercó lentamente a ella, con los ojos fijos en su rostro―. Si quieres tu herencia, las cosas tienen que ser así ―añadió. Después, suspiró profundamente―. Sé que… Que yo he tomado lo que querías regalarle al hombre que se casara contigo.
― ¡No! Por favor…
―No voy a disculparme por ello ―ni loco pensaba disculparse. Ni siquiera podía pensar en _____ en brazos de otro hombre―. Pero tiene que haber otra forma.
Otra manera de conseguir que un tipo como Aldo coopere, pensó.
_____ sacudió la cabeza.
―Tendré que casarme de verdad ―dijo, en voz muy baja.
― ¡No! No. Tiene que haber algo que un hombre rico quiera… Y creo que yo tengo la solución.
― ¿Qué es? ¿Qué vas a ofrecerle? Yo no tengo…
―Pero yo sí. Tengo unas tierras, _____. En Maui. Es una propiedad frente al mar, en una zona en la que no queda suelo libre. Aldo lo sabe. Nosotros hemos hablado en varias ocasiones de esa tierra, ya sabes, una charla sin importancia en algún evento benéfico. A los dos nos encanta Hawái, y él me decía cuánto le gustaría tener una propiedad allí… ―Joseph la miró a los ojos―. Quizá Aldo y yo podamos hacer un trato.
A ella se le encogió el estómago. Unas tierras. Joseph se las vendería a Aldo, y Aldo accedería a casarse con ella y divorciarse después.
― ¿_____? ¿Lo entiendes?
Ella asintió. Tenía miedo de hablar, porque tenía la sensación de que iba a ponerse a llorar.
―Tú conseguirás tu herencia. Tu fortuna. Serás libre. Tendrás tu independencia. Eso era lo que más querías en el mundo ¿No?
Sus miradas se cruzaron, y ella esperó a que él le pidiera que olvidara su herencia, que le dijera que sólo lo necesitaba a él.
Sin embargo, él no lo hizo. No dijo nada. Finalmente, cuando le parecía que había pasado una eternidad, _____ levantó la barbilla y esbozó una sonrisa forzada.
―Sí ―dijo―. Eso es, Joseph. Yo consigo mi dinero. Tú consigues… lo que vayas a conseguir. Y después, los dos seremos libres.
Natu♥!!!
Natuu!
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
natu porfavor pon otro cap
joseph la quiere
poruqe no se lo dice??
¬¬
dale natu otro cap porfa
joseph la quiere
poruqe no se lo dice??
¬¬
dale natu otro cap porfa
andreita
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
:( :( :(
Que triste realidad!
Gracias por subir la nove!
Que triste realidad!
Gracias por subir la nove!
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
ahiiii par de lelos!!!
como a ninguno de los dos despues de lo que han pasado se les ah cruzado por la cabeza la idea de casarse joe y _____ ????ahiii no lo entiendoooo
me encanta la novee!!!! sigueeeeeeeee!!!!
como a ninguno de los dos despues de lo que han pasado se les ah cruzado por la cabeza la idea de casarse joe y _____ ????ahiii no lo entiendoooo
me encanta la novee!!!! sigueeeeeeeee!!!!
jennito moreno
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
mierda! tendria q haber dicho algo JOE! ¬¬
SIGUELAA!!
SIGUELAA!!
jb_fanvanu
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