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"Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Capítulo 11
Aquella noche _____ fue la atención de la fiesta y a Joseph no le sorprendió; Era brillante, inteligente, estaba llena de vida y era increíblemente bella. Se destacaba en una multitud en la que la mayoría de las mujeres adornaban las portadas de las revistas de moda.
Estaba rodeada por una docena de hombres que sonreían cuando ella sonreía y que se reían cuando ella se reía; Y ella sonreía y se reía mucho. No porque hubiera bebido demasiado; Aquella noche no. Aldo sólo le había ofrecido una copa de champán, y _____ sólo le había dado un sorbo.
Esa noche, _____ se estaba riendo porque era feliz. ¿Por qué no serlo? Su libertad estaba en el horizonte. Él le había dado la oportunidad de decir que no era aquello lo que quería, pero… Sí lo era.
Así que Joseph había hecho lo que tenía que hacer; La había llevado a la fiesta y se la había entregado a Aldo. Le había dicho que él era un buen tipo y que a _____ le gustaba. El resto llegaría después, cuando _____ le dijera que estaba lista para dar el siguiente paso. Hablaría con Aldo. Le explicaría la situación; Le diría que iba a regalarle millones de dólares en unas tierras en las playas de Hawái si accedía a casarse con _____ y no tocarla. No tocarla, se repitió. No... Joseph se llevó el vaso de whisky a los labios y le dio un trago para intentar quemar la opresión que sentía en las entrañas.
Deliberadamente, se había retirado a un rincón de la sala en cuanto habían llegado, pero él no le quitaba los ojos de encima. Estaba decidido a protegerla, a asegurarse de que no se repetiría lo que había sucedido con Aldo la última vez.
Sin embargo, Aldo había cambiado. Estaba tratando a _____ con la delicadeza que trataría a una pieza hecha de fina porcelana. No se había apartado de ella en toda la velada, pese a todos los admiradores que ella había atraído. Le había puesto la mano en la cintura, con una amable ligereza, pero con una actitud posesiva lo suficientemente obvia como para dejar claras sus intenciones.
Joseph apretó los dientes y contempló el líquido ámbar de su vaso.
Era lo mejor que podía suceder. Aldo era rico. No le importaría la herencia de _____. Y era un buen tipo, en el fondo. Aquella mañana, cuando había telefoneado para invitarlos a la fiesta, le había explicado a Joseph que sus intenciones eran honorables.
―_____ es una joven muy especial ―le había dicho con respeto―. El hombre que la consiga será muy afortunado.
Lo cual significaba que Aldo estaba pensando la posibilidad de ser ese hombre. Joseph tragó un poco más de whisky. Claro que aquello podía cambiar cuando supiera que _____ no sería su mujer en el sentido real de la palabra. Que se casaría con él sólo si él accedía a divorciarse después; Y tampoco se acostaría con él, porque dos hectáreas en la costa del Pacífico serían su premio. Aldo, que era un astuto hombre de negocios, aceptaría semejante trato. Cualquier hombre lo haría. Salvo yo, pensó Joseph. Él no cambiaría a _____ ni siquiera por mil hectáreas en la luna. Ella era mucho más preciosa que aquello. Era… Demonios, ¿Dónde se habían metido Aldo y ella? Dos minutos antes estaban a la vista, en el otro extremo de la habitación. Sin embargo, ya no los veía por ninguna parte. Joseph caminó entre la gente que estaba arremolinada alrededor del lujoso bufé del salón, sirviéndose comida. Pero no los encontró. Fue a la cocina, pero tampoco estaban allí. La puerta del despacho de Aldo estaba cerrada. Él iba a llamar, pero de repente, tuvo un extraño presentimiento… Y abrió de golpe.
Los encontró allí.
_____ estaba entre los brazos de Aldo, con la cara alzada hacia la de él. Cuando miró hacia la puerta, se ruborizó, y los ojos se le oscurecieron con algo parecido a la culpabilidad.
Sin embargo, no parecía que el desgraciado de Aldo se sintiera muy culpable. Parecía un hombre que acababa de ganar el gordo de la lotería.
―Joseph ―dijo _____―. Joseph…
Él sólo tenía ojos para Aldo.
―Quítale las manos de encima ―gruñó.
―Joseph ―dijo Aldo, con solemnidad―, amigo mío…
―No me llames “amigo”, Epelnamn. Confié en ti, miserable. Dijiste que entendías que _____ era…
―Eres tú el que no lo entiende, Joseph ―dijo Aldo―. Le he pedido a _____ que se case conmigo.
Joseph parpadeó. ¿Cómo podían haber ido las cosas tan deprisa?
― ¿Qué?
―Ella me lo ha explicado todo. Sé que tiene que casarse para conseguir su herencia.
Joseph miró a _____.
― ¿Se lo has explicado todo? ¿No has esperado a hablar conmigo?
― ¿Por qué? ―dijo ella. Pese a que le temblaba la voz, su tono era desafiante―. ¿De qué tenemos que hablar?
Ella tenía razón. Pero, ¿De qué servía? Que ella tuviera razón no podía soltar el nudo de furia que Joseph tenía en el estómago.
― ¿Y? ―Preguntó, intentando mantener la calma―. ¿Ha aceptado las condiciones?
_____ se mordió el labio inferior.
―Sí. Sí, pero no exactamente como tú lo habías planeado.
Joseph se volvió hacia Aldo.
―Tiene que casarse con un hombre argentino de buena reputación.
Aldo se irguió.
―Yo soy abogado, miembro de la delegación de comercio de la embajada, y pertenezco a una familia muy respetada.
― ¿Te ha contado el resto? ¿Que sólo será un matrimonio de conveniencia, y que tendrás que acceder a divorciarte después?
Aldo torció el gesto.
―Eso me ha dicho _____.
― ¿Y lo aceptas?
―Con una condición.
―Magnífico ―dijo Joseph, con una sonrisa forzada―. Yo sabía que querías esa propiedad en…
―Lo que quiero ―le interrumpió Aldo― es el derecho de intentar convencer a _____ de que nuestro matrimonio no debe ser temporal.
Joseph entrecerró los ojos.
―La señorita no está interesada.
―Yo le he dicho que tengo sentimientos hacia ella, y que estoy seguro de que ella también aprenderá a sentir algo por mí. Además quiero que sea verdaderamente mi mujer.
―Quizá tengas un problema de oído, Epelnamn. Te acabo de decir que la señorita… ―y se interrumpió al ver que Aldo tomaba la mano a _____.
― ¿Por qué no la dejas hablar por sí misma?
―Yo hablo por ella. Es mi pupila.
―Sabes que no lo es, Joseph. No, en el sentido legal de la palabra.
―No me hables de legalidades, Epelnamn. _____ es responsabilidad mía. Yo tomo las decisiones por ella, no tú.
―Joseph ―dijo _____, en voz baja―. Joseph, escúchame.
―Cállate ―le rugió Joseph.
―No le hables así a mi prometida, Jonas.
―Ella no es nada tuyo hasta que yo lo diga.
―_____ ha accedido a permanecer seis meses casada conmigo.
― ¡Ni lo sueñes!
―Al final de ese tiempo, si aún quiere divorciarse…
― ¡Lo que tú quieres es acostarte con ella!
―Si te refieres a que quiero que sea mi esposa, tienes razón ―le dijo Aldo, fríamente.
―Ella no accederá ―dijo Joseph, y miró a _____―. Vamos, díselo. Dile que no te vas a acostar con él.
―Fuimos tontos al pensar que un hombre honorable accedería a casarse y divorciarse en un abrir y cerrar de ojos, Joseph.
― ¿Y dices que Epelnamn es honorable? ¿Qué miserable te obligaría a acostarte con él?
Aldo le soltó la mano a _____.
―Ten cuidado con lo que dices, Jonas.
―Las cosas no son así ―intervino _____―. Él no va a obligarme a hacer nada que yo no quiera.
― ¡Es un mentiroso! ―Bramó Joseph―. Quiere acostarse contigo. El resto son palabras halagadoras para engañarte.
Aldo se interpuso entre los dos.
―No le hables así a _____.
―Le hablaré como me dé la gana.
―Si sigues así, tendré que pedirte que te marches ―le advirtió Aldo, con suavidad.
_____ supo que nunca, mientras viviera, olvidaría la sonrisa de Joseph y sin decir una palabra, le dio un puñetazo a Aldo y lo derribó.
_____ no quería marcharse. Con él no. Lo que quería era quedarse en el suelo, junto a Aldo, y sostenerle la cabeza en el regazo hasta que abriera los ojos. Joseph no quería ni oír hablar de aquello. Epelnamn sobreviviría. Tenía la mandíbula morada y azul, y un poco hinchada. Seguramente, su orgullo estaría aún más magullado, pero se pondría bien. Joseph se quedó lo justo para asegurarse de ello. Después se disculpó ante Aldo, no por darle un puñetazo, sino por no haberle avisado antes.
Aldo se frotó la barbilla, miró a _____, le lanzó a Joseph una extraña sonrisa y dijo que lo entendía.
―Bueno, pues yo no ―dijo _____, furiosa―. Te golpea sin ningún motivo, tú estás aquí tirado en el suelo, ¿Y le dices que lo entiendes?
Joseph murmuró algo, y después le pidió a _____ que se pusiera en pie para marcharse. Ella no lo hizo, así que Joseph la sacó casi a rastras a la calle y la metió en un taxi.
Ella no lo miraba, no le dirigía la palabra, pero a él no le importaba. En realidad, no tenía nada que decirle. Estaba tan furioso, que era mejor que permaneciera callado.
¿Qué clase de mujer era, que estaba dispuesta a saltar de su cama a la de Epelnamn? ¿Cómo podía haber pensado él que la quería? El hecho de que lo hubiera creído, aunque fuera durante tan poco tiempo, demostraba que todo aquello se había convertido en una locura. Bien, él sabía cómo resolver aquel problema. Dejando que _____ se casara con Aldo. ¿A él qué le importaba? Si ella quería a Aldo, que lo tuviera. En cuanto llegaran a casa, se lo diría.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de hacerlo. Cuando entraron por la puerta, _____ se volvió hacia él como una tigresa.
― ¿Cómo has podido hacer esto, Joseph Jonas? Maldita sea, ¿Cómo has podido? Lo has echado todo a perder. Ahora nadie querrá casarse conmigo. Aldo contará a todos los argentinos de la ciudad lo que has hecho, y se acabó.
―Deja de preocuparte. Llamaré a Epelnamn mañana por la mañana, le diré que he cometido un error y que puede casarse contigo bajo las condiciones que tú quieras.
―No podías escuchar, ¿Verdad? ¡No podías dejarme hablar! Si me hubieras escuchado, Jonas, sabrías que lo habías entendido todo mal.
― ¡Lo único que he hecho mal ha sido pensar que estaba…!
Se interrumpió, horrorizado por lo que había estado a punto de decir. Porque incluso en aquel momento, sabía que sí estaba enamorado de ella.
― ¿Qué estabas qué? ―le preguntó _____.
―Que estaba en posición de ayudarte. Bueno, pues no es cierto. No tal y como yo había pensado. Pero no importa. Tú misma te has ayudado esta noche. Ya te he dicho que mañana llamaré a Epelnamn y le diré que puede hacer lo que quiera… ¡Eh!
_____ le había dado un puñetazo en la espalda. Joseph se volvió hacia ella.
―No tientes a la suerte ―le advirtió él―. Estoy de muy mal humor…
― ¿Tú estás de muy mal humor? ¡Idiota! ¿Es que no crees que el gran Joseph Jonas, hijo de Enrique Jonas pueda equivocarse nunca?
―No me llames así.
― ¿Por qué no?
―Porque no soy hijo…
― ¡No me importa! La cuestión es, ¿Qué sabes tú? Por ejemplo, ¿Sabes que has malinterpretado lo que viste y lo que dijo Aldo?
―Sí, claro. Era una escena muy fácil de malinterpretar ―dijo Joseph con desdén, mirándola a los ojos―. Estabas en sus brazos, y él estaba babeando al pensar que ibas a acceder a acostarte con él…
Ella comenzó a llorar. Derramó lágrimas de angustia y furia porque Joseph la juzgara mal, pero sobre todo, por la estupidez de su propio corazón.
― ¡Cuánto lamento haberme enamorado de ti!
― ¿Sí?
― ¡Sí!
―Bueno, pues deja que te diga una cosa, yo… ―Joseph se quedó boquiabierto de repente―. ¿Qué has dicho?
―He dicho ―replicó _____, retorciéndose las manos―, que estabas completamente equivocado en cuanto a Aldo.
―Eso no es lo que has dicho.
― ¡No importa lo que haya dicho! Estamos hablando de Aldo, y de cómo tú has malinterpretado toda la situación.
―Sé lo que vi. Sé lo que dijo Aldo. Sé lo que tú has accedido a hacer.
―No sabes nada. ¡Maldita sea! Eres un hombre horrible, Joseph Jonas. Eres igual a tu padre.
―Te he dicho…
― ¡Que no lo mencione, sí, lo sé! Pero no entiendo la razón.
―Te diré cuál es la razón. Es porque ese hombre me recuerda quién soy en realidad: El hijo bastardo de un hombre rico.
_____ abrió mucho los ojos.
―Oh, Joseph…
―Por eso tuve que acceder a encontrarte un marido. Durante toda mi vida, pensé que mi padre era un héroe que había muerto a causa de la guerrilla antes de poder volver y casarse con mi madre. Hace unas semanas averigüé la verdad. Él la abandonó, y ella tuvo que dar a luz y criarme sola.
―Joseph…
―También supe que él tuvo otros dos hijos bastardos ―continuó con amargura―, ¿Lo entiendes, _____? Tengo otros dos hermanos por ahí, pero la única forma de que el abogado de mi padre me dé sus nombres es que yo lleve a cabo esta… Parodia de tutela y te encuentre un marido. ¿Cómo iba a saber que me enamoraría de ti? ¿Cómo iba a saberlo?
― ¿Qué?
―He dicho que te quiero, ¡Maldita sea! Te quiero más de lo que nunca creí que un hombre pudiera querer a una mujer. Pero, ¿De qué me sirve? Tú te acostaste conmigo, y ahora vas a acostarte con Aldo…
_____ lo abofeteó con fuerza.
―Te odio ―le dijo entre sollozos―. ¡Te odio!
Joseph la tomó entre sus brazos y la besó. Ella se resistió, pero él le agarró la cara y la mantuvo atrapada en el beso.
―Te odio ―suspiró _____ cuando él separó sus labios para cambiar el ángulo del beso. Entonces, ella le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso.
Largo tiempo después, Joseph apoyó su frente en la de ella.
―Dímelo, cariño ―le pidió en un susurro.
―Te quiero ―murmuró _____―. Te quiero con toda mi alma.
Joseph se estremeció de alivio. Después la abrazó con fuerza, y supo que nunca accedería a separarse de ella.
―Lo único que acordé con Aldo es que viviría en su casa durante seis meses ―le dijo _____―. Él estaba seguro de que yo cambiaría de opinión sobre lo del divorcio cuando lo conociera. Yo le dije que estaba equivocado, y él me respondió que se arriesgaría. Eso fue lo que pidió, Joseph. Lo que yo le ofrecí era que viviéramos juntos como amigos. No habría sexo. Aldo me dio su palabra de honor.
Su palabra de honor. Joseph sabía que Aldo la hubiera respetado. Se había equivocado sobre _____ y sobre su amigo. Sobre todo, menos sobre lo que realmente importaba. Sobre su amor por _____.
― ¿_____? ―dijo, carraspeando―. Durante todo este tiempo, no me has preguntado cuánto dinero vas a heredar ―hizo una pausa―. Son veinticinco millones de dólares, cariño.
― ¿Tanto? Nunca lo habría imaginado…
―Eso te dará independencia total ―dijo Joseph. Después, se quedó callado. Acababa de tener una idea, pero, ¿Estaría _____ de acuerdo? Por primera vez desde que se había convertido en un adulto, Joseph Jonas estaba asustado―. _____, te quiero.
Ella tenía los ojos brillantes, llenos de lágrimas.
―Yo también te quiero.
―Quiero que seas mi esposa.
No había palabras más bonitas en el mundo para _____, pero le rompieron el corazón.
― ¡Oh, Joseph! No puedo. ¡No puedo! Si lo hago…
―Si lo haces, perderás ese dinero ―dijo él, con la boca seca―. Lo entiendo. Pero no perderás tu independencia. Yo me ocuparé de eso. Te apoyaré como un buen marido. Te haré un regalo por la misma cantidad de la herencia de tus padres. Lo pondremos en una cuenta a tu nombre, y yo no tendré acceso, ni derechos, no… ¿Qué?
―Joseph, amor mío ―le interrumpió _____, con las mejillas húmedas de llanto―. Yo renunciaría a ese dinero sin pensarlo. ¿Es que no lo sabes? Renunciaría al mundo entero con tal de pasar el resto de mi vida contigo. Pero no puedo.
―No lo entiendo. ¿Por qué?
―Si no me caso siguiendo los dictados de la voluntad de mis padres, tú no habrás cumplido la condición que te dará acceso a los nombres de tus hermanos. Y yo… Yo te quiero demasiado como para eso.
―Escúchame, _____. He vivido treinta años sin saber que esos hombres existían. Claro que lamentaré no saber quiénes son, pero no puedo imaginarme cómo sería mi vida sin ti.
―Estaría vacía, como la mía sin la tuya.
―_____, te quiero. Te adoro. Si crees que me voy a separar de ti, estás muy equivocada.
―No puedo hacerte eso, Joseph. Te he dicho que te quiero demasiado como para…
Él la besó. Lentamente. Con ternura. Cuando, por fin, levantó la cabeza, los dos estaban temblando.
―Te quiero ―le dijo él de nuevo―. Además, la llave de este lío inmenso no está en tus manos, sino en las mías.
― ¿Qué quieres decir?
―Si no te casas conmigo, no dejaré que te cases con ningún otro. Necesitas mi aprobación personal para el tipo que elijas, ¿Te acuerdas? ¿Lo entiendes, _____? O yo, o nadie. Si quieres que terminemos solos, es cosa tuya, pero te quiero solo para mí.
― ¡Oh Joseph! ―exclamó emocionada―. ¿Estás seguro?
Joseph la besó de nuevo.
―Oh, Joseph. Te quiero mucho.
― ¿Lo suficiente como para casarte conmigo?
―Sí, sí, sí…
―No voy a darte la oportunidad de que cambies de opinión.
―No tengo intención de hacerlo, señor. Se le olvida lo obstinada que puedo llegar a ser.
―En ese caso, no insistiré en que nos casemos mañana ―dijo Joseph, y se rió al ver la expresión de su cara―. La semana que viene estará bien. Eso me dará tiempo suficiente para presentarte a mi madre, y a Beth para que te acompañe a comprar el vestido de novia.
―Es posible que tu madre también quiera venir.
―Sí ―dijo él, con la voz áspera―. Ahora que lo pienso, es probable que te llegue a caer muy bien, cariño. Es una mujer fuerte, como tú ―después de darle un beso en la punta de la nariz, le preguntó―: ¿Hay algún lugar especial donde quieras que se celebre la ceremonia?
―Sí. Aquí mismo, Joseph. En tu casa. En nuestra casa.
Ella sonrió.
―Si tenemos suerte, quizá nieve.
―Perfecto.
―Te adoro, Joseph.
Por alguna razón, aquel nombre sonaba muy bien en sus labios.
―Será mejor que sea cierto. No sé qué haría de lo contrario.
Se quedaron abrazados durante un largo tiempo. Después, Joseph se echó hacia atrás.
―Debería llamar a Escobar.
― ¿Qué? Ah, el abogado ―la sonrisa de _____ se desvaneció―. Joseph, ¿Estás seguro? Todavía puedes cambiar de opinión.
―Estoy seguro. Yo nunca cambio de opinión, cariño. Te lo prometo.
Fue casi como si Escobar hubiera estado esperando la llamada, porque respondió al primer tono.
―Señor Escobar ―dijo Joseph calmadamente―. Soy Joseph Jonas. Sí. Estoy bien, gracias. Sí, la señorita Bougnon también está bien ―añadió, y abrazó a _____―. Señor, tengo una noticia para usted. He encontrado un marido para la señorita. Sí, ella está muy feliz. Claro, si usted quiere ―se separó el auricular de la oreja y se lo dio a _____―. Quiere hablar contigo.
―Hola, señor Escobar. Sí, yo estoy muy bien, gracias. Sí, yo soy muy feliz ―dijo. Después escuchó, sonrió y le dio el teléfono a Joseph―. Quiere hablar de nuevo contigo.
―Señor Escobar. Tengo otra cosa que decirle, pero creo que no le va a gustar. Verá, el marido que he encontrado para _____ soy yo. La quiero, y ella me quiere a mí. Entendemos lo que eso supone, que ella está renunciando a su herencia y que yo estoy renunciando a conocer el nombre de mis hermanastros, pero…
Luego, _____ mientras observaba el rostro de Joseph, se quedó asombrada con lo que vio. Joseph enarcó las cejas, y poco a poco, en su boca se dibujó una sonrisa.
― ¿Qué? ―susurró ella.
Él comenzó a reírse.
― ¿Qué? ―preguntó _____ de nuevo, en voz alta.
―Sí ―dijo Joseph―. Sí, por supuesto. No puedo creerlo. Sí. Sí, señor Escobar. Sí. Adiós por el momento. Y gracias. Muchas gracias.
― ¿Si? ―repitió _____, mirándolo―. ¿Algo bueno? ¿Qué es lo que tiene tanta gracia?
Sus palabras se convirtieron en un gritito cuando Joseph la alzó por los aires en brazos y comenzó a dar vueltas.
― ¿Joseph? ¿Qué sucede?
―Un milagro ―respondió él, y la besó.
― ¿Qué milagro? Por Dios, ¡Dime lo que ha pasado!
―Señorita Bougnon ―dijo Joseph, y se rió bien alto―. Resulta que, finalmente, te vas a casar con un argentino adecuado.
― ¡No! Joseph, me habías dicho que…
―Conmigo, cariño. Yo soy tu hombre.
― ¿Tú?
―Mi padre era un ciudadano argentino. Su nombre y su nacionalidad están en mi certificado de nacimiento. Soy estadounidense… pero también soy argentino ―le explicó. Después intentó ponerse serio, pero fracasó―. Y como bien sabes, soy muy apropiado.
_____ tardó unos instantes en comprenderlo. Después, sonrió.
―Eso significa que cumpliremos con las condiciones de los testamentos.
―Tendrás tu herencia.
― ¡Eso no me importa! Lo que me importa es que Escobar te dirá los nombres de tus hermanos.
―Mejor que eso. Los tres nos vamos a reunir en su despacho.
― ¿Cuándo?
―Me telefoneará para decirme la fecha.
La sonrisa de _____ se hizo más amplia.
―Ese viejo zorro. Él lo sabía, ¿Verdad? Sabía que estamos hechos el uno para el otro. Y tu padre también lo sabía.
Mi padre, pensó Joseph. ¿Sería cierto? En aquel momento, estaba casi dispuesto a admitirlo.
―Quizá. Pero ahora… ―le dijo, y la apretó contra su pecho―. Ahora tienes que saber algo sobre los maridos argentinos apropiados.
Ella siguió su tono de broma. Sonriendo, se agarró las manos por detrás de su cuello.
― ¿Qué es, señor?
―Creen que las noches de nieve y los días de nieve hay que pasarlos en la cama.
Joseph comenzó a subir las escaleras con _____ en brazos. Ella le besó el cuello.
― ¿Y los días soleados? ¿Y las noches estrelladas?
―En la cama ―respondió él, solemnemente.
― ¿Y los días lluviosos?
―También las noches lluviosas ―Joseph abrió con el hombro la puerta de su habitación. De nuestra habitación, pensó, y se le llenó el corazón de alegría.
―De hecho ―dijo, suavemente―, no se me ocurre otro lugar mejor para pasar el resto de nuestros días, cariño.
―Y a mí ―susurró _____, y lo besó.
Estaba rodeada por una docena de hombres que sonreían cuando ella sonreía y que se reían cuando ella se reía; Y ella sonreía y se reía mucho. No porque hubiera bebido demasiado; Aquella noche no. Aldo sólo le había ofrecido una copa de champán, y _____ sólo le había dado un sorbo.
Esa noche, _____ se estaba riendo porque era feliz. ¿Por qué no serlo? Su libertad estaba en el horizonte. Él le había dado la oportunidad de decir que no era aquello lo que quería, pero… Sí lo era.
Así que Joseph había hecho lo que tenía que hacer; La había llevado a la fiesta y se la había entregado a Aldo. Le había dicho que él era un buen tipo y que a _____ le gustaba. El resto llegaría después, cuando _____ le dijera que estaba lista para dar el siguiente paso. Hablaría con Aldo. Le explicaría la situación; Le diría que iba a regalarle millones de dólares en unas tierras en las playas de Hawái si accedía a casarse con _____ y no tocarla. No tocarla, se repitió. No... Joseph se llevó el vaso de whisky a los labios y le dio un trago para intentar quemar la opresión que sentía en las entrañas.
Deliberadamente, se había retirado a un rincón de la sala en cuanto habían llegado, pero él no le quitaba los ojos de encima. Estaba decidido a protegerla, a asegurarse de que no se repetiría lo que había sucedido con Aldo la última vez.
Sin embargo, Aldo había cambiado. Estaba tratando a _____ con la delicadeza que trataría a una pieza hecha de fina porcelana. No se había apartado de ella en toda la velada, pese a todos los admiradores que ella había atraído. Le había puesto la mano en la cintura, con una amable ligereza, pero con una actitud posesiva lo suficientemente obvia como para dejar claras sus intenciones.
Joseph apretó los dientes y contempló el líquido ámbar de su vaso.
Era lo mejor que podía suceder. Aldo era rico. No le importaría la herencia de _____. Y era un buen tipo, en el fondo. Aquella mañana, cuando había telefoneado para invitarlos a la fiesta, le había explicado a Joseph que sus intenciones eran honorables.
―_____ es una joven muy especial ―le había dicho con respeto―. El hombre que la consiga será muy afortunado.
Lo cual significaba que Aldo estaba pensando la posibilidad de ser ese hombre. Joseph tragó un poco más de whisky. Claro que aquello podía cambiar cuando supiera que _____ no sería su mujer en el sentido real de la palabra. Que se casaría con él sólo si él accedía a divorciarse después; Y tampoco se acostaría con él, porque dos hectáreas en la costa del Pacífico serían su premio. Aldo, que era un astuto hombre de negocios, aceptaría semejante trato. Cualquier hombre lo haría. Salvo yo, pensó Joseph. Él no cambiaría a _____ ni siquiera por mil hectáreas en la luna. Ella era mucho más preciosa que aquello. Era… Demonios, ¿Dónde se habían metido Aldo y ella? Dos minutos antes estaban a la vista, en el otro extremo de la habitación. Sin embargo, ya no los veía por ninguna parte. Joseph caminó entre la gente que estaba arremolinada alrededor del lujoso bufé del salón, sirviéndose comida. Pero no los encontró. Fue a la cocina, pero tampoco estaban allí. La puerta del despacho de Aldo estaba cerrada. Él iba a llamar, pero de repente, tuvo un extraño presentimiento… Y abrió de golpe.
Los encontró allí.
_____ estaba entre los brazos de Aldo, con la cara alzada hacia la de él. Cuando miró hacia la puerta, se ruborizó, y los ojos se le oscurecieron con algo parecido a la culpabilidad.
Sin embargo, no parecía que el desgraciado de Aldo se sintiera muy culpable. Parecía un hombre que acababa de ganar el gordo de la lotería.
―Joseph ―dijo _____―. Joseph…
Él sólo tenía ojos para Aldo.
―Quítale las manos de encima ―gruñó.
―Joseph ―dijo Aldo, con solemnidad―, amigo mío…
―No me llames “amigo”, Epelnamn. Confié en ti, miserable. Dijiste que entendías que _____ era…
―Eres tú el que no lo entiende, Joseph ―dijo Aldo―. Le he pedido a _____ que se case conmigo.
Joseph parpadeó. ¿Cómo podían haber ido las cosas tan deprisa?
― ¿Qué?
―Ella me lo ha explicado todo. Sé que tiene que casarse para conseguir su herencia.
Joseph miró a _____.
― ¿Se lo has explicado todo? ¿No has esperado a hablar conmigo?
― ¿Por qué? ―dijo ella. Pese a que le temblaba la voz, su tono era desafiante―. ¿De qué tenemos que hablar?
Ella tenía razón. Pero, ¿De qué servía? Que ella tuviera razón no podía soltar el nudo de furia que Joseph tenía en el estómago.
― ¿Y? ―Preguntó, intentando mantener la calma―. ¿Ha aceptado las condiciones?
_____ se mordió el labio inferior.
―Sí. Sí, pero no exactamente como tú lo habías planeado.
Joseph se volvió hacia Aldo.
―Tiene que casarse con un hombre argentino de buena reputación.
Aldo se irguió.
―Yo soy abogado, miembro de la delegación de comercio de la embajada, y pertenezco a una familia muy respetada.
― ¿Te ha contado el resto? ¿Que sólo será un matrimonio de conveniencia, y que tendrás que acceder a divorciarte después?
Aldo torció el gesto.
―Eso me ha dicho _____.
― ¿Y lo aceptas?
―Con una condición.
―Magnífico ―dijo Joseph, con una sonrisa forzada―. Yo sabía que querías esa propiedad en…
―Lo que quiero ―le interrumpió Aldo― es el derecho de intentar convencer a _____ de que nuestro matrimonio no debe ser temporal.
Joseph entrecerró los ojos.
―La señorita no está interesada.
―Yo le he dicho que tengo sentimientos hacia ella, y que estoy seguro de que ella también aprenderá a sentir algo por mí. Además quiero que sea verdaderamente mi mujer.
―Quizá tengas un problema de oído, Epelnamn. Te acabo de decir que la señorita… ―y se interrumpió al ver que Aldo tomaba la mano a _____.
― ¿Por qué no la dejas hablar por sí misma?
―Yo hablo por ella. Es mi pupila.
―Sabes que no lo es, Joseph. No, en el sentido legal de la palabra.
―No me hables de legalidades, Epelnamn. _____ es responsabilidad mía. Yo tomo las decisiones por ella, no tú.
―Joseph ―dijo _____, en voz baja―. Joseph, escúchame.
―Cállate ―le rugió Joseph.
―No le hables así a mi prometida, Jonas.
―Ella no es nada tuyo hasta que yo lo diga.
―_____ ha accedido a permanecer seis meses casada conmigo.
― ¡Ni lo sueñes!
―Al final de ese tiempo, si aún quiere divorciarse…
― ¡Lo que tú quieres es acostarte con ella!
―Si te refieres a que quiero que sea mi esposa, tienes razón ―le dijo Aldo, fríamente.
―Ella no accederá ―dijo Joseph, y miró a _____―. Vamos, díselo. Dile que no te vas a acostar con él.
―Fuimos tontos al pensar que un hombre honorable accedería a casarse y divorciarse en un abrir y cerrar de ojos, Joseph.
― ¿Y dices que Epelnamn es honorable? ¿Qué miserable te obligaría a acostarte con él?
Aldo le soltó la mano a _____.
―Ten cuidado con lo que dices, Jonas.
―Las cosas no son así ―intervino _____―. Él no va a obligarme a hacer nada que yo no quiera.
― ¡Es un mentiroso! ―Bramó Joseph―. Quiere acostarse contigo. El resto son palabras halagadoras para engañarte.
Aldo se interpuso entre los dos.
―No le hables así a _____.
―Le hablaré como me dé la gana.
―Si sigues así, tendré que pedirte que te marches ―le advirtió Aldo, con suavidad.
_____ supo que nunca, mientras viviera, olvidaría la sonrisa de Joseph y sin decir una palabra, le dio un puñetazo a Aldo y lo derribó.
_____ no quería marcharse. Con él no. Lo que quería era quedarse en el suelo, junto a Aldo, y sostenerle la cabeza en el regazo hasta que abriera los ojos. Joseph no quería ni oír hablar de aquello. Epelnamn sobreviviría. Tenía la mandíbula morada y azul, y un poco hinchada. Seguramente, su orgullo estaría aún más magullado, pero se pondría bien. Joseph se quedó lo justo para asegurarse de ello. Después se disculpó ante Aldo, no por darle un puñetazo, sino por no haberle avisado antes.
Aldo se frotó la barbilla, miró a _____, le lanzó a Joseph una extraña sonrisa y dijo que lo entendía.
―Bueno, pues yo no ―dijo _____, furiosa―. Te golpea sin ningún motivo, tú estás aquí tirado en el suelo, ¿Y le dices que lo entiendes?
Joseph murmuró algo, y después le pidió a _____ que se pusiera en pie para marcharse. Ella no lo hizo, así que Joseph la sacó casi a rastras a la calle y la metió en un taxi.
Ella no lo miraba, no le dirigía la palabra, pero a él no le importaba. En realidad, no tenía nada que decirle. Estaba tan furioso, que era mejor que permaneciera callado.
¿Qué clase de mujer era, que estaba dispuesta a saltar de su cama a la de Epelnamn? ¿Cómo podía haber pensado él que la quería? El hecho de que lo hubiera creído, aunque fuera durante tan poco tiempo, demostraba que todo aquello se había convertido en una locura. Bien, él sabía cómo resolver aquel problema. Dejando que _____ se casara con Aldo. ¿A él qué le importaba? Si ella quería a Aldo, que lo tuviera. En cuanto llegaran a casa, se lo diría.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de hacerlo. Cuando entraron por la puerta, _____ se volvió hacia él como una tigresa.
― ¿Cómo has podido hacer esto, Joseph Jonas? Maldita sea, ¿Cómo has podido? Lo has echado todo a perder. Ahora nadie querrá casarse conmigo. Aldo contará a todos los argentinos de la ciudad lo que has hecho, y se acabó.
―Deja de preocuparte. Llamaré a Epelnamn mañana por la mañana, le diré que he cometido un error y que puede casarse contigo bajo las condiciones que tú quieras.
―No podías escuchar, ¿Verdad? ¡No podías dejarme hablar! Si me hubieras escuchado, Jonas, sabrías que lo habías entendido todo mal.
― ¡Lo único que he hecho mal ha sido pensar que estaba…!
Se interrumpió, horrorizado por lo que había estado a punto de decir. Porque incluso en aquel momento, sabía que sí estaba enamorado de ella.
― ¿Qué estabas qué? ―le preguntó _____.
―Que estaba en posición de ayudarte. Bueno, pues no es cierto. No tal y como yo había pensado. Pero no importa. Tú misma te has ayudado esta noche. Ya te he dicho que mañana llamaré a Epelnamn y le diré que puede hacer lo que quiera… ¡Eh!
_____ le había dado un puñetazo en la espalda. Joseph se volvió hacia ella.
―No tientes a la suerte ―le advirtió él―. Estoy de muy mal humor…
― ¿Tú estás de muy mal humor? ¡Idiota! ¿Es que no crees que el gran Joseph Jonas, hijo de Enrique Jonas pueda equivocarse nunca?
―No me llames así.
― ¿Por qué no?
―Porque no soy hijo…
― ¡No me importa! La cuestión es, ¿Qué sabes tú? Por ejemplo, ¿Sabes que has malinterpretado lo que viste y lo que dijo Aldo?
―Sí, claro. Era una escena muy fácil de malinterpretar ―dijo Joseph con desdén, mirándola a los ojos―. Estabas en sus brazos, y él estaba babeando al pensar que ibas a acceder a acostarte con él…
Ella comenzó a llorar. Derramó lágrimas de angustia y furia porque Joseph la juzgara mal, pero sobre todo, por la estupidez de su propio corazón.
― ¡Cuánto lamento haberme enamorado de ti!
― ¿Sí?
― ¡Sí!
―Bueno, pues deja que te diga una cosa, yo… ―Joseph se quedó boquiabierto de repente―. ¿Qué has dicho?
―He dicho ―replicó _____, retorciéndose las manos―, que estabas completamente equivocado en cuanto a Aldo.
―Eso no es lo que has dicho.
― ¡No importa lo que haya dicho! Estamos hablando de Aldo, y de cómo tú has malinterpretado toda la situación.
―Sé lo que vi. Sé lo que dijo Aldo. Sé lo que tú has accedido a hacer.
―No sabes nada. ¡Maldita sea! Eres un hombre horrible, Joseph Jonas. Eres igual a tu padre.
―Te he dicho…
― ¡Que no lo mencione, sí, lo sé! Pero no entiendo la razón.
―Te diré cuál es la razón. Es porque ese hombre me recuerda quién soy en realidad: El hijo bastardo de un hombre rico.
_____ abrió mucho los ojos.
―Oh, Joseph…
―Por eso tuve que acceder a encontrarte un marido. Durante toda mi vida, pensé que mi padre era un héroe que había muerto a causa de la guerrilla antes de poder volver y casarse con mi madre. Hace unas semanas averigüé la verdad. Él la abandonó, y ella tuvo que dar a luz y criarme sola.
―Joseph…
―También supe que él tuvo otros dos hijos bastardos ―continuó con amargura―, ¿Lo entiendes, _____? Tengo otros dos hermanos por ahí, pero la única forma de que el abogado de mi padre me dé sus nombres es que yo lleve a cabo esta… Parodia de tutela y te encuentre un marido. ¿Cómo iba a saber que me enamoraría de ti? ¿Cómo iba a saberlo?
― ¿Qué?
―He dicho que te quiero, ¡Maldita sea! Te quiero más de lo que nunca creí que un hombre pudiera querer a una mujer. Pero, ¿De qué me sirve? Tú te acostaste conmigo, y ahora vas a acostarte con Aldo…
_____ lo abofeteó con fuerza.
―Te odio ―le dijo entre sollozos―. ¡Te odio!
Joseph la tomó entre sus brazos y la besó. Ella se resistió, pero él le agarró la cara y la mantuvo atrapada en el beso.
―Te odio ―suspiró _____ cuando él separó sus labios para cambiar el ángulo del beso. Entonces, ella le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso.
Largo tiempo después, Joseph apoyó su frente en la de ella.
―Dímelo, cariño ―le pidió en un susurro.
―Te quiero ―murmuró _____―. Te quiero con toda mi alma.
Joseph se estremeció de alivio. Después la abrazó con fuerza, y supo que nunca accedería a separarse de ella.
―Lo único que acordé con Aldo es que viviría en su casa durante seis meses ―le dijo _____―. Él estaba seguro de que yo cambiaría de opinión sobre lo del divorcio cuando lo conociera. Yo le dije que estaba equivocado, y él me respondió que se arriesgaría. Eso fue lo que pidió, Joseph. Lo que yo le ofrecí era que viviéramos juntos como amigos. No habría sexo. Aldo me dio su palabra de honor.
Su palabra de honor. Joseph sabía que Aldo la hubiera respetado. Se había equivocado sobre _____ y sobre su amigo. Sobre todo, menos sobre lo que realmente importaba. Sobre su amor por _____.
― ¿_____? ―dijo, carraspeando―. Durante todo este tiempo, no me has preguntado cuánto dinero vas a heredar ―hizo una pausa―. Son veinticinco millones de dólares, cariño.
― ¿Tanto? Nunca lo habría imaginado…
―Eso te dará independencia total ―dijo Joseph. Después, se quedó callado. Acababa de tener una idea, pero, ¿Estaría _____ de acuerdo? Por primera vez desde que se había convertido en un adulto, Joseph Jonas estaba asustado―. _____, te quiero.
Ella tenía los ojos brillantes, llenos de lágrimas.
―Yo también te quiero.
―Quiero que seas mi esposa.
No había palabras más bonitas en el mundo para _____, pero le rompieron el corazón.
― ¡Oh, Joseph! No puedo. ¡No puedo! Si lo hago…
―Si lo haces, perderás ese dinero ―dijo él, con la boca seca―. Lo entiendo. Pero no perderás tu independencia. Yo me ocuparé de eso. Te apoyaré como un buen marido. Te haré un regalo por la misma cantidad de la herencia de tus padres. Lo pondremos en una cuenta a tu nombre, y yo no tendré acceso, ni derechos, no… ¿Qué?
―Joseph, amor mío ―le interrumpió _____, con las mejillas húmedas de llanto―. Yo renunciaría a ese dinero sin pensarlo. ¿Es que no lo sabes? Renunciaría al mundo entero con tal de pasar el resto de mi vida contigo. Pero no puedo.
―No lo entiendo. ¿Por qué?
―Si no me caso siguiendo los dictados de la voluntad de mis padres, tú no habrás cumplido la condición que te dará acceso a los nombres de tus hermanos. Y yo… Yo te quiero demasiado como para eso.
―Escúchame, _____. He vivido treinta años sin saber que esos hombres existían. Claro que lamentaré no saber quiénes son, pero no puedo imaginarme cómo sería mi vida sin ti.
―Estaría vacía, como la mía sin la tuya.
―_____, te quiero. Te adoro. Si crees que me voy a separar de ti, estás muy equivocada.
―No puedo hacerte eso, Joseph. Te he dicho que te quiero demasiado como para…
Él la besó. Lentamente. Con ternura. Cuando, por fin, levantó la cabeza, los dos estaban temblando.
―Te quiero ―le dijo él de nuevo―. Además, la llave de este lío inmenso no está en tus manos, sino en las mías.
― ¿Qué quieres decir?
―Si no te casas conmigo, no dejaré que te cases con ningún otro. Necesitas mi aprobación personal para el tipo que elijas, ¿Te acuerdas? ¿Lo entiendes, _____? O yo, o nadie. Si quieres que terminemos solos, es cosa tuya, pero te quiero solo para mí.
― ¡Oh Joseph! ―exclamó emocionada―. ¿Estás seguro?
Joseph la besó de nuevo.
―Oh, Joseph. Te quiero mucho.
― ¿Lo suficiente como para casarte conmigo?
―Sí, sí, sí…
―No voy a darte la oportunidad de que cambies de opinión.
―No tengo intención de hacerlo, señor. Se le olvida lo obstinada que puedo llegar a ser.
―En ese caso, no insistiré en que nos casemos mañana ―dijo Joseph, y se rió al ver la expresión de su cara―. La semana que viene estará bien. Eso me dará tiempo suficiente para presentarte a mi madre, y a Beth para que te acompañe a comprar el vestido de novia.
―Es posible que tu madre también quiera venir.
―Sí ―dijo él, con la voz áspera―. Ahora que lo pienso, es probable que te llegue a caer muy bien, cariño. Es una mujer fuerte, como tú ―después de darle un beso en la punta de la nariz, le preguntó―: ¿Hay algún lugar especial donde quieras que se celebre la ceremonia?
―Sí. Aquí mismo, Joseph. En tu casa. En nuestra casa.
Ella sonrió.
―Si tenemos suerte, quizá nieve.
―Perfecto.
―Te adoro, Joseph.
Por alguna razón, aquel nombre sonaba muy bien en sus labios.
―Será mejor que sea cierto. No sé qué haría de lo contrario.
Se quedaron abrazados durante un largo tiempo. Después, Joseph se echó hacia atrás.
―Debería llamar a Escobar.
― ¿Qué? Ah, el abogado ―la sonrisa de _____ se desvaneció―. Joseph, ¿Estás seguro? Todavía puedes cambiar de opinión.
―Estoy seguro. Yo nunca cambio de opinión, cariño. Te lo prometo.
Fue casi como si Escobar hubiera estado esperando la llamada, porque respondió al primer tono.
―Señor Escobar ―dijo Joseph calmadamente―. Soy Joseph Jonas. Sí. Estoy bien, gracias. Sí, la señorita Bougnon también está bien ―añadió, y abrazó a _____―. Señor, tengo una noticia para usted. He encontrado un marido para la señorita. Sí, ella está muy feliz. Claro, si usted quiere ―se separó el auricular de la oreja y se lo dio a _____―. Quiere hablar contigo.
―Hola, señor Escobar. Sí, yo estoy muy bien, gracias. Sí, yo soy muy feliz ―dijo. Después escuchó, sonrió y le dio el teléfono a Joseph―. Quiere hablar de nuevo contigo.
―Señor Escobar. Tengo otra cosa que decirle, pero creo que no le va a gustar. Verá, el marido que he encontrado para _____ soy yo. La quiero, y ella me quiere a mí. Entendemos lo que eso supone, que ella está renunciando a su herencia y que yo estoy renunciando a conocer el nombre de mis hermanastros, pero…
Luego, _____ mientras observaba el rostro de Joseph, se quedó asombrada con lo que vio. Joseph enarcó las cejas, y poco a poco, en su boca se dibujó una sonrisa.
― ¿Qué? ―susurró ella.
Él comenzó a reírse.
― ¿Qué? ―preguntó _____ de nuevo, en voz alta.
―Sí ―dijo Joseph―. Sí, por supuesto. No puedo creerlo. Sí. Sí, señor Escobar. Sí. Adiós por el momento. Y gracias. Muchas gracias.
― ¿Si? ―repitió _____, mirándolo―. ¿Algo bueno? ¿Qué es lo que tiene tanta gracia?
Sus palabras se convirtieron en un gritito cuando Joseph la alzó por los aires en brazos y comenzó a dar vueltas.
― ¿Joseph? ¿Qué sucede?
―Un milagro ―respondió él, y la besó.
― ¿Qué milagro? Por Dios, ¡Dime lo que ha pasado!
―Señorita Bougnon ―dijo Joseph, y se rió bien alto―. Resulta que, finalmente, te vas a casar con un argentino adecuado.
― ¡No! Joseph, me habías dicho que…
―Conmigo, cariño. Yo soy tu hombre.
― ¿Tú?
―Mi padre era un ciudadano argentino. Su nombre y su nacionalidad están en mi certificado de nacimiento. Soy estadounidense… pero también soy argentino ―le explicó. Después intentó ponerse serio, pero fracasó―. Y como bien sabes, soy muy apropiado.
_____ tardó unos instantes en comprenderlo. Después, sonrió.
―Eso significa que cumpliremos con las condiciones de los testamentos.
―Tendrás tu herencia.
― ¡Eso no me importa! Lo que me importa es que Escobar te dirá los nombres de tus hermanos.
―Mejor que eso. Los tres nos vamos a reunir en su despacho.
― ¿Cuándo?
―Me telefoneará para decirme la fecha.
La sonrisa de _____ se hizo más amplia.
―Ese viejo zorro. Él lo sabía, ¿Verdad? Sabía que estamos hechos el uno para el otro. Y tu padre también lo sabía.
Mi padre, pensó Joseph. ¿Sería cierto? En aquel momento, estaba casi dispuesto a admitirlo.
―Quizá. Pero ahora… ―le dijo, y la apretó contra su pecho―. Ahora tienes que saber algo sobre los maridos argentinos apropiados.
Ella siguió su tono de broma. Sonriendo, se agarró las manos por detrás de su cuello.
― ¿Qué es, señor?
―Creen que las noches de nieve y los días de nieve hay que pasarlos en la cama.
Joseph comenzó a subir las escaleras con _____ en brazos. Ella le besó el cuello.
― ¿Y los días soleados? ¿Y las noches estrelladas?
―En la cama ―respondió él, solemnemente.
― ¿Y los días lluviosos?
―También las noches lluviosas ―Joseph abrió con el hombro la puerta de su habitación. De nuestra habitación, pensó, y se le llenó el corazón de alegría.
―De hecho ―dijo, suavemente―, no se me ocurre otro lugar mejor para pasar el resto de nuestros días, cariño.
―Y a mí ―susurró _____, y lo besó.
CHICAS! Queda solamente un capítulo para que la novela termine (:
Natuu!! :D
Natuu!
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Hay DIOSSS!!!!!
Pense que se iba a ir todo por la borda!
Pero bueno, mejor como esta quedando. Hahah, me dio risa la ultima parte haha xD
Muchas gracias por subir la novela!!!!!
Pense que se iba a ir todo por la borda!
Pero bueno, mejor como esta quedando. Hahah, me dio risa la ultima parte haha xD
Muchas gracias por subir la novela!!!!!
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
natu amo la nove
no puedo creer
que ya se acaba
soloun cap :(
natu una preguntica cuantos años tenia joe y cuantos la rayis??
dale ya queiro el ultimo ap
no puedo creer
que ya se acaba
soloun cap :(
natu una preguntica cuantos años tenia joe y cuantos la rayis??
dale ya queiro el ultimo ap
andreita
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
owwwwww hasta qeu se les ocurrio que se podian casar!!
que lindos al final todo les salio bn!!
ahh ya solo el ultimo cap :( je ya lo quiero !!!
que lindos al final todo les salio bn!!
ahh ya solo el ultimo cap :( je ya lo quiero !!!
jennito moreno
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Nueva lectora!!
que mal que falte poco para que se acabe :(
que mal que falte poco para que se acabe :(
JB&1D2
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Capítulo 12
_____ y Joseph se casaron un mes después, frente a la chimenea, que estaba adornada con rosas blancas. Beth y su hermana Stephanie habían ayudado a organizar la boda. Unos cuantos amigos de Joseph, que también lo eran de _____ asistieron a la ceremonia y a la celebración.
La novia estaba muy bella, y el novio muy guapo. La mayoría de la gente pensó que estaban locos por irse de luna de miel a Bariloche. Allí, el invierno siempre era muy duro, y nevaba mucho.
― ¿No preferían irse a un lugar de sol y calor? ―les había preguntado Rosa.
―Nos gusta la nieve ―le respondieron ellos más que felices.
Al día siguiente de su vuelta a casa, llegó una carta a la oficina de Joseph. Era un sobre blanco con un matasellos de Argentina, y con las palabras “privado”, y “confidencial” estampadas en el papel.
Joseph sintió que se le encogía la garganta al verlo, porque no había vuelto a tener noticias de Escobar desde que lo había telefoneado para decirle que iba a casarse con _____, pero decidió que prefería esperar a llegar a casa para abrirlo cuando estuviera con su mujer.
Se sentaron frente a la chimenea de su habitación. Joseph tomó aire y abrió el sobre.
En una carta manuscrita, Escobar le enviaba el día y la hora en que debía presentarse en su despacho para conocer a sus hermanos. También le adjuntaba la cantidad de dinero que había heredado de Enrique Jonas: La tercera parte de la fortuna de su padre. Escobar había expresado la cifra en dólares. Era una cantidad fabulosa.
―Probablemente, se lo robó a viudas y huérfanos ―refunfuñó Joseph, aunque sabía que aquello no era cierto. Una de las cosas que había averiguado de su padre era que Enrique había heredado una fortuna y la había triplicado durante su vida―. Ya le dije a Escobar lo que podía hacer con ese dinero. Yo no lo voy a tocar.
_____ puso su mano sobre la suya.
―Quizá tus hermanos puedan darle un buen uso.
―Si se parecen a mí ―dijo Joseph, decididamente―, tampoco lo querrán.
Pero ésa era la cuestión, ¿Verdad?, pensó horas más tarde, cuando estaba acostado, con _____ durmiendo en sus brazos. ¿Eran como él sus hermanastros? ¿O se parecían más al hombre que los había engendrado?
En un par de meses lo sabría.
Argentina
Volaron a Buenos Aires unos días antes de la fecha de la reunión. Joseph había alquilado un hotel en Mar del Plata. La terraza, que daba a la impresionante playa, tenía piscina privada. Con un poco de persuasión, Joseph había conseguido convencer a _____ de que la única forma de disfrutar de aquella privacidad era nadar desnudos y hacer el amor bajo el ardiente sol argentino.
―Pervertido ―le susurró _____ la primera vez, con un ronroneo, mientras su cuerpo se arqueaba contra el de él. Joseph sonrió y dijo:
―Sí, ¿Y no estás contenta de que lo sea?
Pasearon por la playa, admiraron la puesta de sol y descubrieron diminutos restaurantes y elegantes tiendas. Por petición de Joseph, _____ se compró el tipo de bikini que llevaría una argentina, aunque se negó a ponérselo en otro sitio que no fuera su terraza, para él. Bailaron hasta el amanecer, balanceándose juntos al ritmo caliente y sensual de la música de Buenos Aires.
Y entonces, por fin, llegó el catorce de febrero.
Joseph se despertó pronto, consciente de que aquél era el día que podría cambiar su vida. Le dio un ligero beso a su mujer en los labios, se puso unos pantalones cortos y salió a la terraza.
Un momento después, _____ salió tras él, le rodeó la cintura con los brazos y le besó la espalda.
―Buenos días ―le dijo suavemente.
―Siento haberte despertado, cariño ―le dijo él, abrazándola.
―He puesto la cafetera.
―Estupendo.
Se quedaron silenciosos, observando a un corredor solitario que recorría la playa. Después, _____ suspiró.
―Todo va a ir bien, Joseph.
―Va a ir. Eso es todo lo que sé ―respondió él, con aspereza―. Voy a conocer a dos extraños con los que comparto genes y… Bueno, ¿Quién sabe? Es posible que resulten ser unos tipos a los que quiera conocer mejor, o…
―Lo serán ―dijo _____, rápidamente―. Lo siento en los huesos.
Él la miró sonriendo.
―Esos huesos tan preciosos.
Ella también sonrió.
―Te quiero, Joseph Jonas.
―Y eso es todo lo que importa ―respondió él. Sabía que era cierto.
Y sin embargo, qué increíble sería que sus hermanos fueran hombres a los que él pudiera llamar orgullosamente amigos.
Un poco después de las dos y media, Joseph le dio a _____ un beso y tomó un taxi para ir al despacho de José Escobar. No quería arriesgarse a que hubiera tráfico. Además, estaba recorriendo todo el apartamento como si fuera un león enjaulado.
―Vete ―le había dicho _____, suavemente, cuando él le había sugerido que debería marcharse.
Pero cuando salió del taxi, se dio cuenta de que faltaban cuarenta minutos para la cita. Y de ningún modo iba a subir al despacho de Escobar a esperar.
Frente al edificio en el que iba a celebrarse la reunión había una pequeña cafetería. Joseph cruzó la calle y entró. El local estaba fresco y prácticamente vacío. Él se acercó a la barra y pidió un whisky. El camarero asintió.
―Lo siento ―dijo el hombre, en un perfecto inglés―. Creía que la chica le había servido antes de tomarse el descanso.
―Creo que me está confundiendo con otro cliente ―dijo Joseph, amablemente.
El camarero ladeó la cabeza.
―Sí, es cierto. Ahora que lo miro bien… ―dijo, y asintió de nuevo―. ¿Me ha pedido un whisky? ¿Escocés?
―Sí. Laphroaig, si tiene, y una botella de agua, por favor.
El camarero le sirvió el whisky y el agua con una sonrisa.
―Asombroso.
― ¿Qué? ―preguntó Joseph mientras se sacaba unos billetes del bolsillo.
―Ese tipo de la última mesa ha pedido exactamente lo mismo que usted, y se parecen tanto que podrían ser… ¡Eh! ¡Se le ha olvidado el whisky!
El hombre de la mesa del fondo se había puesto de pie y estaba mirando fijamente a Joseph. Joseph le devolvió la mirada, y sintió que se le ponía el vello de punta. Era como si se estuviera mirando al espejo. Todo era igual. La altura, el peso, el pelo negro y ondulado, y los ojos castaños. Incluso la hendidura de la barbilla que él se había cortado cientos de veces cuando estaba aprendiendo a afeitarse. ¡Demonios!, aquel tipo era su doble.
Joseph tragó saliva y caminó hacia él, al mismo tiempo que el hombre se ponía en movimiento también. Cuando se encontraron a medio camino, Joseph se dio cuenta de que había diferencias. Era la misma cara, la misma constitución, pero no lo era la forma de la nariz, de los ojos. Un centímetro o dos de altura. El hombre que tenía frente a él tenía el pelo más rizado por las sienes…
Joseph carraspeó.
― ¿Eres…? ―comenzó a preguntar, justo cuando el extraño abría la boca y decía lo mismo. Los dos se interrumpieron.
―Me apellido… Jonas.
El otro hombre asintió.
―Sí. Yo también. Me llamo Kevin Jonas ―dijo el otro, con una suave carcajada.
―Joseph ―dijo él―. Joseph Jonas.
―Me alegro de conocerte ―dijo Kevin, y le tendió la mano a Joseph y éste se la estrechó.
―Yo también me alegro, Kevin.
―Esto es increíble.
―Impresionante, diría yo ―confesó Joseph.
―Jamás pensé que esto podría sucederme a mí.
Los dos hombres se quedaron mirándose. Después sonrieron y se soltaron las manos.
―Así que ―dijo Joseph―, ¿Tienes acento británico?
―Eso creo ―respondió Kevin, y sonrió―. ¿Y tú eres estadounidense?
―Sí.
―Bueno…
―Bueno…
―No puedo creerlo ―dijo una voz grave. Un tercer hombre se unió a ellos. También era alto y al igual que Kevin y Joseph, tenía el pelo negro y los ojos castaños. Un hoyuelo en la barbilla, lo delataba. Miraba a Kevin y Joseph sin poder apartar la vista―. No me lo digas. Los dos se apellidan…
―Jonas ―dijo Joseph―. Y tú también.
―Sí. Soy Nicholas. Nick. Soy… soy…
― ¿Australiano? ―dijo Kevin. Nick sonrió.
―Eso es. Todavía estoy asombrado. Parecemos reflejos de la misma persona.
―Trillizos ―dijo Kevin, sonriendo también. Los tres se rieron y Kevin hizo un gesto hacia la mesa.
― ¿Quieren sentarse? Yo estaba tomando un…
― ¿Whisky escocés? ―preguntó Joseph, observando el color ámbar del líquido que había en su vaso.
―Exacto. Se lo diré al camarero. ¿Qué quieren?
―Aquí tienen, caballeros ―les dijo el hombre, segundos después acercándose a ellos―. Dos Laphroaigs y dos botellas de agua, exactamente igual que el primero… ―de repente, abrió mucho los ojos―. Vaya. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que ustedes son hermanos, ¿No?
Joseph, Kevin y Nick se miraron. El segundo tragó saliva.
―No ―dijo, suavemente―. Supongo que no hace falta.
Tenían cientos de cosas en común, y aún no habían comenzado a hablar de sus historias personales. Era algo demasiado complicado para tratarlo por el momento, con el reloj corriendo, había dicho Nick. Joseph y Kevin estuvieron de acuerdo.
Pero el resto era asombroso. Los deportes que practicaban, los lugares que les gustaban, sus preferencias en el whisky… Su determinación de abrirse paso en el mundo. Sus ideas de lo que era una mujer deseable. Bella, sí. Pero mucho más que eso. Una mujer tenía que ser independiente.
―Completamente ―dijo Joseph―. Aunque a veces, eso pueda ser complicado.
Sus hermanos sonrieron. Los tres alzaron los vasos y brindaron. Tenía que ser fuerte.
―Fuerte como sólo puede serlo una mujer ―dijo Kevin. Los tres volvieron a alzar los vasos.
―Independiente, fuerte… Y con un corazón generoso ―añadió Nick.
Hubo otro brindis y un trago de whisky.
―_____, mi mujer, es todas esas cosas ―dijo Joseph.
Resultó que los tres estaban recién casados, y locos por sus mujeres.
―Espera a que conozcas a Tess ―dijo Nick.
―Y a Cristina. Les encantará ―dijo Kevin.
Todo eran sonrisas. Entonces, la de Joseph se esfumo.
―Lo odio ―dijo en voz baja.
― ¿A Enrique? ―preguntaron sus hermanos.
―Sí. Ni siquiera sabía que existía hasta hace unos meses.
Kevin levantó su vaso y lo observó en el aire.
―Yo tampoco.
―Bueno, yo sí lo sabía ―dijo Nick―. Incluso llegué a conocerlo.
Sus hermanos lo miraron con expectación.
― ¿Y cómo era?
Hubo un largo silencio. Entonces, Nick se encogió de hombros.
―En un tiempo, yo habría dicho que era un hombre despiadado.
― ¿Y ahora? ―le preguntó Kevin, inclinándose hacia delante.
―Ahora sospecho que era un hombre nada más, como nosotros. Salvo que no se dio cuenta de lo que significaba ser un hombre hasta que no estuvo frente a la muerte.
Otro silencio. Joseph tomó aire.
―Quizá tengas razón. Es una larga historia, pero esto último que hizo…
― ¿Enrique?
―Sí, Enrique. Nuestro padre ―dijo él, probando aquellas palabras por primera vez―. Lo último que hizo, lo que dejó estipulado para mí en su testamento, es lo que me condujo a mi mujer. Así que supongo… Supongo que le debo algo por eso.
Sus hermanos asintieron.
―A mí me pasa lo mismo ―dijo Nick, y Kevin asintió.
―Aun así… No quiero su dinero ―continuó Joseph―. Si ustedes lo aceptan, me parece bien, chicos, pero…
―Yo ya le he dicho a Escobar lo que puede hacer con mi tercera parte ―dijo Kevin.
―Espero que se lo hayas dicho gráficamente ―dijo Nick, y los tres hombres se rieron.
Joseph levantó una mano y pidió otra ronda.
―En realidad, es mi mujer quien utilizará ese dinero. Es una larga historia, pero Enrique estableció que si yo rechazaba el dinero, sería Cristina quien lo heredaría. Ella tiene un rancho, y unos bosques que proteger… ―explicó Kevin, y sacudió la cabeza―. Es otra historia complicada, pero créanme, el dinero tendrá un buen fin…
―Mi parte también ―dijo Nick―. Tess sugirió que lo donáramos a un orfanato. Creo que es perfecto.
―Sí ―dijo Joseph―. Es una gran idea.
― ¿Y tú? ―le preguntó Kevin. Joseph frunció el ceño.
―No había pensado nada, salvo tirar el dinero al mar. Pero al escucharlos, he tenido una idea. Quiero decir que no es el dinero lo que está ensuciado, sino la forma en que nuestro padre intentó utilizarlo ―dijo él, e hizo una pausa hasta que el camarero les sirvió las bebidas―. _____ tuvo una infancia difícil, encerrada en un convento tan acogedor como un mausoleo ―sonriendo, levantó su vaso―. Caballeros, ¡Por el fondo para el convento de las Hermanas Carmelitas!
Sus hermanos y él brindaron de nuevo y se bebieron el contenido de sus vasos. Nick miró el reloj.
―Joseph, Kevin. Es casi la hora.
Joseph asintió.
―Entonces, hagámoslo.
―Antes, sin embargo ―dijo Nick―, quiero llamar a Tess. Ella estaba… Eh… un poco preocupada por cómo saldría esto.
―Sí ―dijo Kevin, con una sonrisa―. Cristina también.
―Y _____ ―añadió Joseph, mientras se sacaba el teléfono móvil del bolsillo. Lo mismo hicieron sus hermanos―. Eh… ¿Kevin? ¿Nick? ―dijo con mucho tacto, porque, aunque las cosas habían ido bien, mejor que bien, uno nunca podía estar seguro―. Antes de que llamemos a nuestras mujeres…
Sus hermanos arquearon las cejas.
― ¿Qué?
―Bueno, estaba pensando… Hay un estupendo restaurante a un par de manzanas del piso en el que nos estamos alojando _____ y yo. No es nada lujoso, pero es un sitio muy agradable en el que podemos conseguir una mesa para seis y pasar la noche conociéndonos un poco.
Ninguno de los dos hombres respondió. Joseph se ruborizó.
―No hay problema ―dijo rápidamente―. Lo entiendo.
―No, no ―dijo Nick―. Sólo es que me estaba costando… Hablar.
―A mí también ―dijo Kevin, con la voz entrecortada―. Me parece una fantástica idea.
Los tres sonrieron. Después, los tres marcaron el número de la mujer a la que adoraban, la mujer con la que su padre había conseguido emparejarles.
La novia estaba muy bella, y el novio muy guapo. La mayoría de la gente pensó que estaban locos por irse de luna de miel a Bariloche. Allí, el invierno siempre era muy duro, y nevaba mucho.
― ¿No preferían irse a un lugar de sol y calor? ―les había preguntado Rosa.
―Nos gusta la nieve ―le respondieron ellos más que felices.
Al día siguiente de su vuelta a casa, llegó una carta a la oficina de Joseph. Era un sobre blanco con un matasellos de Argentina, y con las palabras “privado”, y “confidencial” estampadas en el papel.
Joseph sintió que se le encogía la garganta al verlo, porque no había vuelto a tener noticias de Escobar desde que lo había telefoneado para decirle que iba a casarse con _____, pero decidió que prefería esperar a llegar a casa para abrirlo cuando estuviera con su mujer.
Se sentaron frente a la chimenea de su habitación. Joseph tomó aire y abrió el sobre.
En una carta manuscrita, Escobar le enviaba el día y la hora en que debía presentarse en su despacho para conocer a sus hermanos. También le adjuntaba la cantidad de dinero que había heredado de Enrique Jonas: La tercera parte de la fortuna de su padre. Escobar había expresado la cifra en dólares. Era una cantidad fabulosa.
―Probablemente, se lo robó a viudas y huérfanos ―refunfuñó Joseph, aunque sabía que aquello no era cierto. Una de las cosas que había averiguado de su padre era que Enrique había heredado una fortuna y la había triplicado durante su vida―. Ya le dije a Escobar lo que podía hacer con ese dinero. Yo no lo voy a tocar.
_____ puso su mano sobre la suya.
―Quizá tus hermanos puedan darle un buen uso.
―Si se parecen a mí ―dijo Joseph, decididamente―, tampoco lo querrán.
Pero ésa era la cuestión, ¿Verdad?, pensó horas más tarde, cuando estaba acostado, con _____ durmiendo en sus brazos. ¿Eran como él sus hermanastros? ¿O se parecían más al hombre que los había engendrado?
En un par de meses lo sabría.
Argentina
Volaron a Buenos Aires unos días antes de la fecha de la reunión. Joseph había alquilado un hotel en Mar del Plata. La terraza, que daba a la impresionante playa, tenía piscina privada. Con un poco de persuasión, Joseph había conseguido convencer a _____ de que la única forma de disfrutar de aquella privacidad era nadar desnudos y hacer el amor bajo el ardiente sol argentino.
―Pervertido ―le susurró _____ la primera vez, con un ronroneo, mientras su cuerpo se arqueaba contra el de él. Joseph sonrió y dijo:
―Sí, ¿Y no estás contenta de que lo sea?
Pasearon por la playa, admiraron la puesta de sol y descubrieron diminutos restaurantes y elegantes tiendas. Por petición de Joseph, _____ se compró el tipo de bikini que llevaría una argentina, aunque se negó a ponérselo en otro sitio que no fuera su terraza, para él. Bailaron hasta el amanecer, balanceándose juntos al ritmo caliente y sensual de la música de Buenos Aires.
Y entonces, por fin, llegó el catorce de febrero.
Joseph se despertó pronto, consciente de que aquél era el día que podría cambiar su vida. Le dio un ligero beso a su mujer en los labios, se puso unos pantalones cortos y salió a la terraza.
Un momento después, _____ salió tras él, le rodeó la cintura con los brazos y le besó la espalda.
―Buenos días ―le dijo suavemente.
―Siento haberte despertado, cariño ―le dijo él, abrazándola.
―He puesto la cafetera.
―Estupendo.
Se quedaron silenciosos, observando a un corredor solitario que recorría la playa. Después, _____ suspiró.
―Todo va a ir bien, Joseph.
―Va a ir. Eso es todo lo que sé ―respondió él, con aspereza―. Voy a conocer a dos extraños con los que comparto genes y… Bueno, ¿Quién sabe? Es posible que resulten ser unos tipos a los que quiera conocer mejor, o…
―Lo serán ―dijo _____, rápidamente―. Lo siento en los huesos.
Él la miró sonriendo.
―Esos huesos tan preciosos.
Ella también sonrió.
―Te quiero, Joseph Jonas.
―Y eso es todo lo que importa ―respondió él. Sabía que era cierto.
Y sin embargo, qué increíble sería que sus hermanos fueran hombres a los que él pudiera llamar orgullosamente amigos.
Un poco después de las dos y media, Joseph le dio a _____ un beso y tomó un taxi para ir al despacho de José Escobar. No quería arriesgarse a que hubiera tráfico. Además, estaba recorriendo todo el apartamento como si fuera un león enjaulado.
―Vete ―le había dicho _____, suavemente, cuando él le había sugerido que debería marcharse.
Pero cuando salió del taxi, se dio cuenta de que faltaban cuarenta minutos para la cita. Y de ningún modo iba a subir al despacho de Escobar a esperar.
Frente al edificio en el que iba a celebrarse la reunión había una pequeña cafetería. Joseph cruzó la calle y entró. El local estaba fresco y prácticamente vacío. Él se acercó a la barra y pidió un whisky. El camarero asintió.
―Lo siento ―dijo el hombre, en un perfecto inglés―. Creía que la chica le había servido antes de tomarse el descanso.
―Creo que me está confundiendo con otro cliente ―dijo Joseph, amablemente.
El camarero ladeó la cabeza.
―Sí, es cierto. Ahora que lo miro bien… ―dijo, y asintió de nuevo―. ¿Me ha pedido un whisky? ¿Escocés?
―Sí. Laphroaig, si tiene, y una botella de agua, por favor.
El camarero le sirvió el whisky y el agua con una sonrisa.
―Asombroso.
― ¿Qué? ―preguntó Joseph mientras se sacaba unos billetes del bolsillo.
―Ese tipo de la última mesa ha pedido exactamente lo mismo que usted, y se parecen tanto que podrían ser… ¡Eh! ¡Se le ha olvidado el whisky!
El hombre de la mesa del fondo se había puesto de pie y estaba mirando fijamente a Joseph. Joseph le devolvió la mirada, y sintió que se le ponía el vello de punta. Era como si se estuviera mirando al espejo. Todo era igual. La altura, el peso, el pelo negro y ondulado, y los ojos castaños. Incluso la hendidura de la barbilla que él se había cortado cientos de veces cuando estaba aprendiendo a afeitarse. ¡Demonios!, aquel tipo era su doble.
Joseph tragó saliva y caminó hacia él, al mismo tiempo que el hombre se ponía en movimiento también. Cuando se encontraron a medio camino, Joseph se dio cuenta de que había diferencias. Era la misma cara, la misma constitución, pero no lo era la forma de la nariz, de los ojos. Un centímetro o dos de altura. El hombre que tenía frente a él tenía el pelo más rizado por las sienes…
Joseph carraspeó.
― ¿Eres…? ―comenzó a preguntar, justo cuando el extraño abría la boca y decía lo mismo. Los dos se interrumpieron.
―Me apellido… Jonas.
El otro hombre asintió.
―Sí. Yo también. Me llamo Kevin Jonas ―dijo el otro, con una suave carcajada.
―Joseph ―dijo él―. Joseph Jonas.
―Me alegro de conocerte ―dijo Kevin, y le tendió la mano a Joseph y éste se la estrechó.
―Yo también me alegro, Kevin.
―Esto es increíble.
―Impresionante, diría yo ―confesó Joseph.
―Jamás pensé que esto podría sucederme a mí.
Los dos hombres se quedaron mirándose. Después sonrieron y se soltaron las manos.
―Así que ―dijo Joseph―, ¿Tienes acento británico?
―Eso creo ―respondió Kevin, y sonrió―. ¿Y tú eres estadounidense?
―Sí.
―Bueno…
―Bueno…
―No puedo creerlo ―dijo una voz grave. Un tercer hombre se unió a ellos. También era alto y al igual que Kevin y Joseph, tenía el pelo negro y los ojos castaños. Un hoyuelo en la barbilla, lo delataba. Miraba a Kevin y Joseph sin poder apartar la vista―. No me lo digas. Los dos se apellidan…
―Jonas ―dijo Joseph―. Y tú también.
―Sí. Soy Nicholas. Nick. Soy… soy…
― ¿Australiano? ―dijo Kevin. Nick sonrió.
―Eso es. Todavía estoy asombrado. Parecemos reflejos de la misma persona.
―Trillizos ―dijo Kevin, sonriendo también. Los tres se rieron y Kevin hizo un gesto hacia la mesa.
― ¿Quieren sentarse? Yo estaba tomando un…
― ¿Whisky escocés? ―preguntó Joseph, observando el color ámbar del líquido que había en su vaso.
―Exacto. Se lo diré al camarero. ¿Qué quieren?
―Aquí tienen, caballeros ―les dijo el hombre, segundos después acercándose a ellos―. Dos Laphroaigs y dos botellas de agua, exactamente igual que el primero… ―de repente, abrió mucho los ojos―. Vaya. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que ustedes son hermanos, ¿No?
Joseph, Kevin y Nick se miraron. El segundo tragó saliva.
―No ―dijo, suavemente―. Supongo que no hace falta.
Tenían cientos de cosas en común, y aún no habían comenzado a hablar de sus historias personales. Era algo demasiado complicado para tratarlo por el momento, con el reloj corriendo, había dicho Nick. Joseph y Kevin estuvieron de acuerdo.
Pero el resto era asombroso. Los deportes que practicaban, los lugares que les gustaban, sus preferencias en el whisky… Su determinación de abrirse paso en el mundo. Sus ideas de lo que era una mujer deseable. Bella, sí. Pero mucho más que eso. Una mujer tenía que ser independiente.
―Completamente ―dijo Joseph―. Aunque a veces, eso pueda ser complicado.
Sus hermanos sonrieron. Los tres alzaron los vasos y brindaron. Tenía que ser fuerte.
―Fuerte como sólo puede serlo una mujer ―dijo Kevin. Los tres volvieron a alzar los vasos.
―Independiente, fuerte… Y con un corazón generoso ―añadió Nick.
Hubo otro brindis y un trago de whisky.
―_____, mi mujer, es todas esas cosas ―dijo Joseph.
Resultó que los tres estaban recién casados, y locos por sus mujeres.
―Espera a que conozcas a Tess ―dijo Nick.
―Y a Cristina. Les encantará ―dijo Kevin.
Todo eran sonrisas. Entonces, la de Joseph se esfumo.
―Lo odio ―dijo en voz baja.
― ¿A Enrique? ―preguntaron sus hermanos.
―Sí. Ni siquiera sabía que existía hasta hace unos meses.
Kevin levantó su vaso y lo observó en el aire.
―Yo tampoco.
―Bueno, yo sí lo sabía ―dijo Nick―. Incluso llegué a conocerlo.
Sus hermanos lo miraron con expectación.
― ¿Y cómo era?
Hubo un largo silencio. Entonces, Nick se encogió de hombros.
―En un tiempo, yo habría dicho que era un hombre despiadado.
― ¿Y ahora? ―le preguntó Kevin, inclinándose hacia delante.
―Ahora sospecho que era un hombre nada más, como nosotros. Salvo que no se dio cuenta de lo que significaba ser un hombre hasta que no estuvo frente a la muerte.
Otro silencio. Joseph tomó aire.
―Quizá tengas razón. Es una larga historia, pero esto último que hizo…
― ¿Enrique?
―Sí, Enrique. Nuestro padre ―dijo él, probando aquellas palabras por primera vez―. Lo último que hizo, lo que dejó estipulado para mí en su testamento, es lo que me condujo a mi mujer. Así que supongo… Supongo que le debo algo por eso.
Sus hermanos asintieron.
―A mí me pasa lo mismo ―dijo Nick, y Kevin asintió.
―Aun así… No quiero su dinero ―continuó Joseph―. Si ustedes lo aceptan, me parece bien, chicos, pero…
―Yo ya le he dicho a Escobar lo que puede hacer con mi tercera parte ―dijo Kevin.
―Espero que se lo hayas dicho gráficamente ―dijo Nick, y los tres hombres se rieron.
Joseph levantó una mano y pidió otra ronda.
―En realidad, es mi mujer quien utilizará ese dinero. Es una larga historia, pero Enrique estableció que si yo rechazaba el dinero, sería Cristina quien lo heredaría. Ella tiene un rancho, y unos bosques que proteger… ―explicó Kevin, y sacudió la cabeza―. Es otra historia complicada, pero créanme, el dinero tendrá un buen fin…
―Mi parte también ―dijo Nick―. Tess sugirió que lo donáramos a un orfanato. Creo que es perfecto.
―Sí ―dijo Joseph―. Es una gran idea.
― ¿Y tú? ―le preguntó Kevin. Joseph frunció el ceño.
―No había pensado nada, salvo tirar el dinero al mar. Pero al escucharlos, he tenido una idea. Quiero decir que no es el dinero lo que está ensuciado, sino la forma en que nuestro padre intentó utilizarlo ―dijo él, e hizo una pausa hasta que el camarero les sirvió las bebidas―. _____ tuvo una infancia difícil, encerrada en un convento tan acogedor como un mausoleo ―sonriendo, levantó su vaso―. Caballeros, ¡Por el fondo para el convento de las Hermanas Carmelitas!
Sus hermanos y él brindaron de nuevo y se bebieron el contenido de sus vasos. Nick miró el reloj.
―Joseph, Kevin. Es casi la hora.
Joseph asintió.
―Entonces, hagámoslo.
―Antes, sin embargo ―dijo Nick―, quiero llamar a Tess. Ella estaba… Eh… un poco preocupada por cómo saldría esto.
―Sí ―dijo Kevin, con una sonrisa―. Cristina también.
―Y _____ ―añadió Joseph, mientras se sacaba el teléfono móvil del bolsillo. Lo mismo hicieron sus hermanos―. Eh… ¿Kevin? ¿Nick? ―dijo con mucho tacto, porque, aunque las cosas habían ido bien, mejor que bien, uno nunca podía estar seguro―. Antes de que llamemos a nuestras mujeres…
Sus hermanos arquearon las cejas.
― ¿Qué?
―Bueno, estaba pensando… Hay un estupendo restaurante a un par de manzanas del piso en el que nos estamos alojando _____ y yo. No es nada lujoso, pero es un sitio muy agradable en el que podemos conseguir una mesa para seis y pasar la noche conociéndonos un poco.
Ninguno de los dos hombres respondió. Joseph se ruborizó.
―No hay problema ―dijo rápidamente―. Lo entiendo.
―No, no ―dijo Nick―. Sólo es que me estaba costando… Hablar.
―A mí también ―dijo Kevin, con la voz entrecortada―. Me parece una fantástica idea.
Los tres sonrieron. Después, los tres marcaron el número de la mujer a la que adoraban, la mujer con la que su padre había conseguido emparejarles.
Fin
Natuu!
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Bueno chicas, la novela ha llegado a su fin (:
Gracias a todas las que me acompañaron hasta el final, y las que recien la leen, no importa, mejor tarde que nunca.
Espero que les haya gustado tanto como a mí.
Yo continuare subiendo más adaptaciones, si desean pasarse a leerlas :)
Gracias a todas :D
Natuuu!!
Gracias a todas las que me acompañaron hasta el final, y las que recien la leen, no importa, mejor tarde que nunca.
Espero que les haya gustado tanto como a mí.
Yo continuare subiendo más adaptaciones, si desean pasarse a leerlas :)
Gracias a todas :D
Natuuu!!
Natuu!
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Hhaha muy buena la novela
Al menos el padre les dio algo bueno, no?
... que abra pasado con Aldo?
haha xD
Gracias por subir la noveee!!
Al menos el padre les dio algo bueno, no?
... que abra pasado con Aldo?
haha xD
Gracias por subir la noveee!!
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Mas vale que voy a leer tus otras adaptaciones.
Me encantan las que son de epoca y son romanticas :3 :#
Me encantan las que son de epoca y son romanticas :3 :#
Augustinesg
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
fue hermosa
natu
me encato la nove
gracais por usbirla
estperar las nuevas noves :9
natu
me encato la nove
gracais por usbirla
estperar las nuevas noves :9
andreita
Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)
Al final no era tan malo el viejo :/
Amee el final!!!!!! ♥
GRACIAS POR SUBIR LA NOVE!
Amee el final!!!!!! ♥
GRACIAS POR SUBIR LA NOVE!
jb_fanvanu
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