Catfish: mentiras en la red.

Regreso a casa y me encuentro con un gran revuelo.
Un chico diminuto con un peinado punk corre por el patio, seguido por mi padre, que a su vez es seguido por mi hermana Dorrit, que a su vez es seguida por mi otra hermana, Missy.
—¡Ya verás como te atrape en esta casa de nuevo! —grita mi padre mientras el chico, Paulie Martin, consigue llegar hasta su bicicleta y se aleja pedaleando.
—¿Qué demonios ha pasado aquí? —le pregunto a Missy.
—Pobre papá…
—Pobre Dorrit —replico mientras suelto los libros.
Como si se burlara de mi situación, la carta de la New School se cae del cuaderno.
Ya basta, me digo.
La recojo, camino hasta el garaje y la arrojo a la basura.
De inmediato me siento perdida sin ella, así que la recupero del cubo.
—¿Has visto eso? —pregunta mi padre con tono jactancioso—. He logrado echar a ese chulito de mi propiedad. —Señala a Dorrit—. Y tú… vuelve a casa. Y no se te ocurra llamarlo de nuevo.
—Paulie no es tan malo, papá. Solo es un crío… —le digo.
—Es un M-I-E-R-D-A —asegura mi padre, que se enorgullece de no decir tacos casi nunca—. Es un rufián. ¿Sabías que fue arrestado por comprar cerveza?
—¿Paulie Martin compró cerveza?
—Salió en el periódico —señala mi padre—. En The New York Citizen. Y ahora intenta corromper a Dorrit.
Missy y yo intercambiamos una mirada cómplice. Conociendo a Dorrit, seguro que es más bien todo lo contrario.
Dorrit era una niña muy dulce. Hacía cualquier cosa que Missy y yo le pidiéramos, incluyendo locuras tales como fingir que nuestra gata y ella eran gemelas. Siempre hacía cosas para la gente (tarjetas, pequeños álbumes de recortes, salvamanteles de ganchillo); el año pasado decidió que quería ser veterinaria y se pasaba prácticamente todo el tiempo libre después del colegio sosteniendo animales enfermos mientras les ponían las inyecciones.
Sin embargo, ahora ya tiene casi trece años, y últimamente se ha convertido en una niña problemática, llorando y con mi padre gritándonos a Missy y a mí. Mi padre insiste en que Dorrit está atravesando una mala época y en que pronto la dejará atrás, pero Missy y yo no estamos tan seguras. Mi padre es un gran científico que descubrió una fórmula para una nueva clase de aleación metálica utilizada en los cohetes espaciales Apolo, y Missy y yo siempre bromeamos diciendo que si las personas fueran teorías en vez de seres humanos, papá lo sabría todo sobre nosotras.
Pero Dorrit no es una teoría. Y, últimamente, Missy y yo hemos echado en falta cosas de nuestras habitaciones (un pendiente por aquí, un brillo de labios por allá), el tipo de cosas que se pierden con facilidad u olvidas dónde has dejado. Missy pensaba enfrentarse a ella, pero descubrimos que la mayor parte de nuestras cosas estaban detrás de los cojines del sofá.
De cualquier forma, Missy todavía está convencida de que Dorrit va camino de convertirse en una pequeña delincuente; sin embargo, a mí me preocupa más su rabia interior. Missy y yo éramos unos verdaderos trastos cuando teníamos trece años, pero ninguna de nosotras se pasaba la vida cabreada.
No han pasado ni dos minutos cuando Dorrit aparece en la puerta de mi habitación, buscando pelea.
—¿Qué hacía Paulie Martin aquí? —le pregunto—. Ya sabes que papá cree que eres demasiado joven para salir con chicos.
—Estoy en octavo —responde Dorrit obstinadamente.
—Ni siquiera estás en el instituto. Tienes muchos años por delante para echarte novio.
—Todas las demás tienen novio. —Se quita un trocito de esmalte de una uña—. ¿Por qué no iba a tenerlo yo?
Esta es la razón por la que espero no convertirme en madre nunca.
—El mero hecho de que todos los demás hagan algo no significa que tú también debas hacerlo. Recuerda —añado, imitando a mi padre—… que somos Moore. No tenemos por qué parecernos a nadie más.
—Pues puede que yo esté harta de ser una estúpida Moore. ¿Qué tiene de bueno ser una Moore? Si quiero tener novio, lo tendré. Lo único que pasa es que Missy y tú están celosas porque ustedes no salen con nadie. —Me fulmina con la mirada, corre hasta su habitación y cierra la puerta con estruendo.
Encuentro a mi padre en la sala de estar, tomándose un gin tonic mientras ve la tele.
—¿Qué se supone que debo hacer? —me pregunta con tono de impotencia—. ¿Castigarla? Cuando yo era pequeño, las niñas no se comportaban así.
—Eso fue hace treinta años, papá.
—Da igual —dice él mientras se presiona las sienes—. El amor es algo sagrado. —Una vez que se embarca en una de estas charlas, ya no hay vuelta atrás—. El amor es espiritual. Requiere autosacrificio y compromiso. Y disciplina. No se puede amar de verdad sin disciplina. O sin respeto. Cuando pierdes el respeto de tu cónyuge, lo pierdes todo. —Se queda callado unos instantes—. ¿Eso tiene algún sentido para ti?
—Claro, papá —respondo, ya que no quiero herir sus sentimientos.
Hace un par de años, después de que mi madre muriera, mis hermanas y yo intentamos animarlo a buscar pareja, pero se negó incluso a considerar la idea. No estaba dispuesto a salir con nadie. Dijo que ya había disfrutado del gran amor de su vida, y que cualquier cosa por debajo de eso le parecería ridícula. Se sentía bendecido, aseguró, por haber conocido esa clase de amor, que solo se tiene una vez en la vida, aunque no hubiera durado para siempre.
Nadie creería que un riguroso científico como mi padre pudiera ser un romántico empedernido, pero así es.
Eso me preocupa a veces. No por mi padre, sino por mí.
Me dirijo a mi habitación, me siento frente a la antigua máquina de escribir de mi madre, una Royale, e introduzco una hoja de papel. 
«El gran amor», escribo. Y luego encierro la frase entre signos de interrogación.
¿Y ahora qué?
Abro el cajón y saco una historia que escribí hace algunos años, cuando tenía trece.
No es más que un estúpido relato sobre una niña que salva a un chiquillo enfermo donándole un riñón. Antes de caer enfermo, él nunca se había fijado en ella, a pesar de que la niña siempre andaba a su alrededor. Sin embargo, después del trasplante de riñón, se enamoró locamente de ella.
Es una historia que jamás le enseñaría a nadie, ya que es demasiado sensiblera, pero, aun así, nunca he sido capaz de tirarla a la basura. Me asusta. Me hace sentir que, en secreto, soy una romántica igual que mi padre.
Y los románticos acaban quemados.
¡Vaya!… ¿Dónde está el fuego?
Jen P. tenía razón. Puedes enamorarte de un chico al que no conoces.
Cojo la arrugada carta de rechazo de la New School y la guardo en el cajón junto con la historia de la niña que donó un riñón. Apoyo la barbilla sobre las manos y contemplo la máquina de escribir no se me ocurre nada mas. Opto por salir un poco al porche de la casa un poco de sol me sentara bien, cojo mi móvil y pongo música a todo volumen, necesito relajarme me siento en los escalones de la entrada coloco el móvil a mi lado y cierro los ojos dejo que el bello sol de Nueva York me de un poco de color, suena Flightless Bird mientras exhalo aire comprimido en mis pulmones, comienzo a pensar en Zayn y la gran habilidad que tiene sobre mi. Abro los ojos de golpe recuerdo que no he checado los mensajes de Meetme entro con la posibilidad de encontrarme con una respuesta que me diga el porque no me cuenta de la nueva ciudad de su instituto, hago media sonrisa si supiera—dice mi subconsciente. Abro su perfil y veo sus fotos es tan guapo que debería ser un delito me armo de valor y abro su chat no me ha escrito nada ¿Sera que me descubrió? ¿Sera que ya no quiere saber nada de mi? me aterra la idea, sacudo la cabeza mientras me da vueltas no se que hacer, me armo de valor y no le escribo si no que, hago algo mejor le marco por la aplicación me coloco el móvil en la oreja y escucho el sonido de los bip que me vuelven loca, cuando estoy por colgar me contesta.
¡Madre mía! ¿Que le digo? 
—Hey —me dice con entusiasmo. Mi corazón se sale por escucharlo por a través de ese aparato. 
—Ho ho hola —se me acorta la respiración. Lo escucho reír es su risa nerviosa ¿Zayn Malik nervioso?
—Estaba pensando en ti Is —me dice mientras suspira. 
—Ah ¿si? —le pregunto mientras me levanto de las escaleras de afuera. —Yo también, quiero decir también he querido hablar ¿puedo preguntarte algo? —le digo, es ahora o nunca.
—¡Claro, dime! —me avisa con entusiasmo como si no sabría en realidad lo que quiero. —Aunque hay algo que debo decirte —lo suelta de golpe y mi corazón palpita muy rápido, trago saliva y comienzo a tener calor. 
—¡Tu primero! —decimos al mismo tiempo y reímos. Es nuestra risa nerviosa y es mala señal. 
—Bueno Isabella, tu esta mañana me hiciste una pregunta la cual no respondí pero quiero hacerlo ahora —me anuncia, no puedo decir nada. Mi mente piensa demasiadas cosas a la vez ¿Y si ya me descubrió? ¿Y si conoció a las Jen's y se enamoro?  Sacudo la cabeza esto es demasiado.
—¿Isabella estas ahí? —me pregunta Zayn. ¿Quien, a quien se refiere?
¡Es a ti tontuela! —me grita mi subconsciente. Por un momento me desconecte de todo. 
—Si aquí sigo, te escucho Zayn —lo anuncio o mas bien lo grito. Me giro sobre mis talones y me encuentro a las chicas que me ven sorprendidas y chillan entre ellas el nombre de Zayn, abro los ojos como platos y tiro el móvil al piso mientras ellas corren hacia a mi y en un ágil movimiento me agacho en un dos por tres para salvar a Zayn del césped y colgar la llamada.
 ¡Maldita sea!