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·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Hola chicas! Como están? Espero que bien. Soy Ade, espero que me recuerden. Ya he subido muchísimas novelas a este foro y nuevamente traigo una que me encantó y quiero compartirla con ustedes. Espero tener el apoyo de todas y que les guste. Comenten muchoooooooooo!!!
Nombre: Matrimonio a la fuerza
Autor: Hannah Howell
Adaptación: Si (Libro)
Género: Romance
Advertencias: Contiene partes hots
Otras Páginas: -
Joe MacLagan es un hombre marcado por su pasado. La cicatriz de su cara le recuerda tanto a sus eternos enemigos como a la esposa que perdió, siempre presente en sus pensamientos y en su corazón. Obligado por el rey de Escocia a casarse nuevamente, con el fin de unir a dos clanes muy poderosos, el apuesto noble debe aceptar el matrimonio con _______ MacRoth, criada entre once hermanos varones y con poca predisposición a vivir en la corte entre mujeres sofisticadas.
Pero los problemas para la recién llegada no serán sólo las damas que la rodean: aunque no sea una romántica en sentido estricto, _______ esperaba algo más de su vida de casada que un hombre sin ningún interés en compartir su vida con una nueva mujer y mucho menos, enamorarse de ella. ¿Será ______ capaz de lograr el afecto de un guerrero condenado por un pasado muy difícil, que cerró su corazón desde que murió su primer amor?
UNA JOVEN QUE SIEMPRE HA VIVIDO PROTEGIDA… ______ MacRoth accede a los deseos de su padre de encontrarle un marido antes de que sea demasiado tarde; en su interior, comprende que ha llegado a la edad límite para que un hombre quiera ser su esposo. Al visitar la corte con este objetivo, se encuentra con mujeres muy distintas de ella, entre las cuales no sabe cómo comportarse; sin embargo, ése será el menor de sus problemas. El verdadero martirio será su futuro marido: Sir Joe MacLagan, un hombre muy atractivo que carece de todo interés por tener una nueva esposa. Su convivencia será una verdadera batalla, de la que la protagonista espera salir victoriosa, a pesar de la fuerte resistencia de su compañero
… SE ENFRENTARÁ SOLA AL MAYOR DESAFÍO. Joe MacLagan carga sobre sus hombros el enorme dolor de su horrible historia. No puede dejar de culparse por la muerte de su mujer y de su hijo; por eso, ha jurado no volver a casarse jamás. Pero cuando el rey de Escocia le obliga a contraer matrimonio por cuestiones superiores a las decisiones personales, Joe debe obedecer. Decide mantenerse al margen de su nueva esposa, para no dañar una vez más a quien está a su lado. Aunque hay algo que hará difícil mantener su resolución: el irresistible atractivo y la enorme paciencia de _______, quien intentará sin descanso tender un puente hacia el gélido corazón de su marido.
Nombre: Matrimonio a la fuerza
Autor: Hannah Howell
Adaptación: Si (Libro)
Género: Romance
Advertencias: Contiene partes hots
Otras Páginas: -
· Matrimonio a la Fuerza ·
Joe MacLagan es un hombre marcado por su pasado. La cicatriz de su cara le recuerda tanto a sus eternos enemigos como a la esposa que perdió, siempre presente en sus pensamientos y en su corazón. Obligado por el rey de Escocia a casarse nuevamente, con el fin de unir a dos clanes muy poderosos, el apuesto noble debe aceptar el matrimonio con _______ MacRoth, criada entre once hermanos varones y con poca predisposición a vivir en la corte entre mujeres sofisticadas.
Pero los problemas para la recién llegada no serán sólo las damas que la rodean: aunque no sea una romántica en sentido estricto, _______ esperaba algo más de su vida de casada que un hombre sin ningún interés en compartir su vida con una nueva mujer y mucho menos, enamorarse de ella. ¿Será ______ capaz de lograr el afecto de un guerrero condenado por un pasado muy difícil, que cerró su corazón desde que murió su primer amor?
UNA JOVEN QUE SIEMPRE HA VIVIDO PROTEGIDA… ______ MacRoth accede a los deseos de su padre de encontrarle un marido antes de que sea demasiado tarde; en su interior, comprende que ha llegado a la edad límite para que un hombre quiera ser su esposo. Al visitar la corte con este objetivo, se encuentra con mujeres muy distintas de ella, entre las cuales no sabe cómo comportarse; sin embargo, ése será el menor de sus problemas. El verdadero martirio será su futuro marido: Sir Joe MacLagan, un hombre muy atractivo que carece de todo interés por tener una nueva esposa. Su convivencia será una verdadera batalla, de la que la protagonista espera salir victoriosa, a pesar de la fuerte resistencia de su compañero
… SE ENFRENTARÁ SOLA AL MAYOR DESAFÍO. Joe MacLagan carga sobre sus hombros el enorme dolor de su horrible historia. No puede dejar de culparse por la muerte de su mujer y de su hijo; por eso, ha jurado no volver a casarse jamás. Pero cuando el rey de Escocia le obliga a contraer matrimonio por cuestiones superiores a las decisiones personales, Joe debe obedecer. Decide mantenerse al margen de su nueva esposa, para no dañar una vez más a quien está a su lado. Aunque hay algo que hará difícil mantener su resolución: el irresistible atractivo y la enorme paciencia de _______, quien intentará sin descanso tender un puente hacia el gélido corazón de su marido.
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Bienvenidas andreita y mell_jonatik
Estoy muy contenta de tener mis dos primeras lectoras. Ahora subiré el primer capítulo, dedicado para ustedes.!
Estoy muy contenta de tener mis dos primeras lectoras. Ahora subiré el primer capítulo, dedicado para ustedes.!
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
· Capítulo 1
Giró la esquina y allí estaba él, sentado y mirando las rosas como si, en cualquier momento, fueran a hablarle. Su cara cicatrizada volvía a reflejar aquella mirada triste y perdida. A veces, ella se atrevía a creer que le revelaba esa cara a propósito y luego saboreaba el brillo en su mirada. Sin embargo, como era demasiado práctica, ese brillo no duraba mucho tiempo. Enseguida se recordaba que el único motivo por el que había visto esa faceta era porque lo había estado espiando mientras él creía que estaba solo.
Esa noche la presentarían ante la corte. Su padre la había traído con la esperanza de formar una alianza mediante el matrimonio, y preferiblemente con alguien que contribuyera a reforzar el favor del rey para con su familia. Desde que lo había visto había tenido que luchar contra sus esperanzas de que fuera el elegido. Sobre el papel era perfecto, pero ella nunca había tenido demasiada buena suerte. En lugar de un hombre por el que su corazón latiría con fuerza, seguramente acabaría con algún amanerado de la corte o con alguno ya maduro, probablemente más maduro que los demás.
A sus diecinueve años, era una casadera tardía, pero su padre había preferido que así fuera, con la esperanza de que perdiera un poco su aspecto de niña y pareciera más mujer. Aunque la espera había sido en vano. Era menuda y las pociones y los platos de avena no iban a cambiarlo. Únicamente Meg y ella sabían que no era tan niña como aparentaba. Sin embargo, nada de eso cambiaba el hecho de que no se creía guapa. Se lo habían dicho demasiadas veces como para no saberlo. Con tan poco que ofrecer a un hombre, uno como Joe MacLagan no era para ella.
Tenía el pelo del color del vino de Burdeos, tan intenso que había quien aseguraba que desprendía reflejos violetas, a pesar de que ella lo negaba con airada rotundidad. Era tan grueso y con tanta tendencia a rizarse que siempre se le escapaba de los recogidos, con lo que siempre lucía un aspecto despeinado. Tenía los ojos marrones con destellos dorados, debajo de unas delicadas y arqueadas cejas oscuras, y enmarcados por unas pestañas tan largas y rizadas que siempre tenía que negar que fueran postizas. A pesar de que sabía que tenía una piel preciosa y pálida, había tenido la desgracia de tener pecas que, aunque eran claras y escasas, no desaparecían. Suspiró.
No supo si fue por el suspiro o por la sensación de que alguien lo observaba, pero Joe MacLagan se volvió hacia ella de repente. Ella se quedó como una liebre asustada, inmóvil bajo la intensa mirada de aquellos ojos turquesa que brillaban con fuerza, aunque sin emoción, en medio de aquella cara sombría. De hecho, esperaba que, en cualquier momento, la despellejara viva con su voz fría y distante, muy conocida en la corte, por tener la insolencia de invadir su privacidad.
Joe pensó en alejarla con palabras duras, pero la chica parecía tan frágil y asustada que no pudo hacerlo. Llevaba el pelo rojizo despeinado debajo del tocado. Sus ojos eran un par de lagos inmensos en medio de aquella cara de marfil, un rostro delicado que estaba entre la forma de corazón y triangular. Unos dientes perfectamente blancos mordían el carnoso labio inferior. Su cuerpo poseía pocas curvas que indicaran que ya era una mujer, aunque estaba seguro de que ya había tenido la menstruación. Además, le faltaba estatura y carne, puesto que su cuello y sus brazos rozaban la fragilidad.
Se preguntó quién era tan estúpido como para dejarla pasear por allí sola. Su juventud no supondría ninguna protección. A pesar de que a él le parecía una aberración desear y acostarse con una chica que apenas había tenido su primera menstruación, sabía que para otros no era ningún impedimento. Y también estaban los que ignorarían abiertamente el hecho de que proviniera de una buena familia y fuera tan inocente. Aunque, a pesar de aquella fragilidad, era bastante atractiva.
—No tiene de qué asustarse, señorita.
—No quería perturbar su privacidad, Sir MacLagan —deseó que su cuerpo desapareciera, pero no fue así.
—El jardín está para que todos lo disfrutemos. Venga, siéntese. Usted conoce mi nombre, pero yo desconozco el suyo. Acérquese.
Muy despacio, ella se acercó y se sentó a su lado casi esperando que el asiento le quemara el trasero.
—Me llamo _______ MacRoth.
—________. Le queda bien —murmuró él, ante su delicada y ligeramente grave voz, que iba acompañada de la atracción de la musicalidad—. No la había visto por aquí antes. ¿Acaba de llegar?
—Sí. Esta noche me presentarán ante la corte. —Vio cómo él arqueaba las oscuras cejas y supo que pensaba que era demasiado joven—. Acabo de cumplir diecinueve años. Mi padre me ha mantenido en casa con la esperanza de que me desarrollara un poco más. Pero ha acabado dándose por vencido.
Joe dibujó una pequeña sonrisa porque, a pesar del tocado y la espalda erguida, apenas le llegaba al hombro. Las manos que se aferraban a la falda del vestido eran pequeñas, delicadas y con dedos alargados. Excepto los enormes ojos oscuros que lo miraban fijamente, todo lo demás de ________ MacRoth era pequeño, incluida su nariz pecosa y ligeramente respingona. No pudo evitar preguntarse cómo iba a encontrar marido, porque sabía que ése era el motivo por el que la habían traído a la corte.
—Tengo una dote considerable, unas buenas tierras cerca de la frontera y un linaje excelente.
—Y lee el pensamiento, ¿no es cierto? Me ha puesto un razonamiento muy mal educado en la mente.
La culpa tiñó su voz de la severidad que pretendía para sonar convincente. Era un insulto hacia una mujer pensar que no era casadera y no tenía ninguna intención de insultarla. Parecía una niña muy dulce.
Por dentro, se maldijo porque su cuerpo estaba reaccionando ante ella como un hombre ante una preciosa mujer. Su entrepierna no dudaba de su edad. Era un sentimiento contra el que tenía que luchar, aunque le costó mucho más de lo habitual desde la muerte de Catalina. Y aquello lo preocupaba porque consideraba vital mantener su pasión bajo un estricto control.
—No, sólo digo la verdad y lo que veo en sus ojos, porque ya lo he visto antes. Los maleducados son los que se quedan boquiabiertos o se ríen.
—Y hace bien. —Su rostro se endureció de repente—. Sería un error que cualquier hombre se casara con usted y la obligara a tener hijos.
Ajena a lo que había provocado ese comentario o la dureza de su voz, ella se levantó y se colocó frente a él.
—¿Y por qué dice eso? Soy una mujer y ustedes, los hombres, se casan con mujeres y las dejan embarazadas. Puedo hacerlo tan bien como cualquiera.
—No, no puede. No tiene caderas, criatura.
—Si eso es cierto, ¿puede decirme sobre qué estaba sentada hasta hace un momento?
—Sobre su trasero, y seguro que es muy pequeño.
—Mi madre era igual que yo y tuvo doce hijos, doce hijos sanos. No murió dándonos a luz. Se fue a pescar salmones cuando yo tenía cinco años y se ahogó. Si ella pudo, yo también.
—Es imposible que recuerde a su madre. —Se levantó y la miró fijamente—. Es una mujer muy menuda que no está hecha para tener hijos.
Para contrarrestar la diferencia de altura, ________ se subió al banco.
—Entonces, ¿cuál es el designio de Dios para mí?
—Sólo Él lo sabe. Sí, y seguro que sólo Él sabe cómo he terminado teniendo esta conversación. Sea inteligente, métase en un convento y olvídese de los hijos.
—Usted es un hombre. ¿Qué sabrá de todo esto? —preguntó ella, tozuda, y contuvo la respiración cuando él la agarró por los hombros.
No la asustó con aquella repentina intensidad. ________ descubrió que sentía una profunda y absoluta confianza en él. Pero no entendía por qué se había puesto así. La conversación había dado un extraño giro que la había dejado confundida. No eran las palabras que había soñado que le diría cuando por fin consiguiera hablar con él.
«Sin embargo —se dijo con una sonrisa por su estupidez—, no es más extraño que si hubiera empezado a dedicarme bonitas frases de amor eterno, como tantas veces he imaginado». En realidad, frente a aquella fantasía, la extraña discusión parecía bastante razonable.
—Sé más de lo que quisiera, jovencita. Embarazar a una chiquilla como usted es como cortarle el cuello. Sí, gritará noche y día y sólo conseguirá dar a luz a un hijo muerto y desangrarse hasta morir ella también. Lo sé perfectamente.
Ella se tambaleó cuando la soltó de forma abrupta.
—Ese destino también puede llegar para una mujer con las caderas anchas como un río —respondió ella, con calma, porque la mirada de horror de sus ojos le había dicho que hablaba de algo muy personal.
—Haga lo que quiera —dijo él, con frialdad, cuando recuperó la calma.
—Lo haré. Me casaré y, en menos de un año, tendré un hijo. No, tendré gemelos y está invitado al bautizo, Sir MacLagan —respondió ella con una mezcla de confianza y rebeldía juvenil.
Aquella altiva declaración casi lo hizo sonreír. Parecía una chica beligerante y segura de sí misma. Y aquello le daba la seguridad de que no sabía de qué hablaba. Había algunas mujeres a las que sus familias sobreprotegían, con lo que no sabían nada de la vida hasta que se casaban y salían de la casa familiar.
—Es su vida, señorita. Desperdíciela como quiera.
La respuesta que ________ tenía en la punta de la lengua nunca se materializó porque, a lo lejos, reconoció una silueta familiar.
—Tengo que irme, Sir MacLagan.
Y, con eso, se alejó corriendo y lo dejó con la despedida en la boca. Se arremangó la falda del vestido y, aunque Joe comprobó que las piernas también las tenía delgadas, tuvo que reconocer que eran bonitas. Luego, se volvió para ver qué la había hecho huir.
Vio que se acercaba una mujer alta y delgada vestida toda de negro. Sus trazos aguileños le recordaron a un pájaro carroñero. Y la impresión no desapareció cuando la mujer se detuvo frente a él y lo miró fijamente con sus ojos grises.
Era un extremo tan opuesto a la chiquilla que Joe estuvo a punto de sonreír. Divertido, se dijo que formaban una extraña pareja. Sin embargo, luego también se dijo que, seguramente, una vigilancia tan severa era lo que la chiquilla necesitaba para no descontrolarse por completo.
—¿Ha visto a una chica, señor? Seguramente, iba despeinada y sin escolta.
Con unos delicados modales, propios de la corte, que siempre impresionaban, Joe respondió que la había visto, sí. Y, del mismo modo, con mucha educación dirigió a la mujer en sentido contrario. Y mientras volvía al castillo se preguntó por qué lo había hecho.
Después de apenas unos instantes de conversación con la chica, ya estaba haciendo cosas extrañas. Como iba a encontrársela a menudo, se dijo que tendría que ir con cuidado. Le había costado mucho conseguir esa apariencia fría y severa y no tenía ninguna intención de perderla con una jovencita con el pelo enmarañado y rojizo. Hasta ahora, le había funcionado y ningún caballero digno de su armadura abandonaba una buena defensa.
Luchó contra sus emociones al recordarla. Era más delicada y menuda que Catalina. El único motivo que lo había llevado a hablarle de aquella manera era que preveía el mismo destino que su mujer para ella. Iría feliz a su lecho de casada, se quedaría embarazada, moriría y la enterrarían junto a su hijo; dos inocentes de una tacada. Joe meneó la cabeza mientras se decía que ojalá hubiera alguna ley que impidiera que esas chicas tan menudas y frágiles se casaran. Esa boda equivalía a una sentencia de muerte.
________ no estaba preocupada por tener hijos después de su conversación con Joe. Su única preocupación era sobrevivir a la regañina de Meg, que había llegado momentos después de que entrara en su habitación. Meg, que era una prima lejana de su padre, había sido contratada para criarla después de la muerte de su madre. Y la mujer realizaba su trabajo con un vigor admirable. La debilidad que su padre y sus once hermanos varones sentían hacia ella no la disuadió.
Todos los hombres de la familia trataban a ________ con una tolerancia divertida y cariñosa. A veces, Meg sospechaba que habían olvidado que era una chica. Había tenido que sacarla de peleas, concursos de salto a caballo y lanzamientos de cuchillo. Además, tampoco ayudaba que estuviera poco preparada para ser una dama refinada. Y no sólo poco preparada, sino que tampoco le interesaba demasiado, como ilustraba el incidente de la semana anterior. Las damas refinadas no se ponían a cuatro patas en el suelo para jugar una partida de dados.
Meg no tenía la sensación de haber fracasado con la chica, porque había conseguido algunos progresos. Cuando su primo la había llamado para que la cuidara, era tan salvaje como sus hermanos. Pero con determinación, ella había conseguido limar aquella actitud.
—¿No te parece el hombre más apuesto que has visto en la vida? —suspiró ________ cuando Meg denunció, con severidad, el truco de Joe MacLagan.
La severa mirada de Meg se intensificó aún más cuando se posó sobre ________, que estaba espatarrada de forma poco elegante en la bañera.
—Tiene una cicatriz.
—Pero muy pequeña —respondió ________ a la defensiva—. Apenas se ve.
Al recordar la cicatriz que iba desde la sien derecha hasta casi el labio, Meg dijo:
—Sí, casi no se ve. Un pequeño rasguño en la piel.
Sin ningún esfuerzo, ________ ignoró el sarcasmo de Meg. Nunca le había costado. ________ lo había aprendido mucho antes de que Meg llegara, igual que a devolverlo en la misma medida porque, en su familia, todos tenían una lengua muy afilada.
—Me pregunto cómo se la hizo. Imagino que en algún gesto galante. Un duelo por el honor o el corazón de una mujer —dejó volar la imaginación.
Meg emitió un sonido desdeñoso y burlón.
—O su cama. Es lo que pone nerviosos a casi todos los hombres. Desenfundan la espada y pelean para tener la oportunidad de desenfundar la otra espada. Los hombres sólo tienen dos cosas en la cabeza.
—Ya —suspiró ________—. Luchar y procrear, sangre y carne, violencia y lujuria, arrasar y disfrutar…
—Ya es suficiente, deslenguada. —Meg miró los chispeantes ojos de ________ inexpresiva—. Sal de la bañera antes de que te arrugues.
—El cielo no quiera que añadamos arrugas a las pecas —murmuró ________ mientras se levantaba y salía de la bañera—. Ojalá pudiera tener un marido como Sir Joe. ¿No tendríamos unos hijos preciosos? Y fuertes, como mis hermanos y mi padre. Sería bonito.
Como le había dicho el padre de Meg, la mujer tomó buena nota de las preferencias de la chica. En cuanto tuviera ocasión, se lo comunicaría a su primo. A todos les gustaría que la chica consiguiera un marido que fuera de su agrado, aunque no tenían demasiadas esperanzas. Era una chica muy menuda que más de uno temería romper en mil pedazos. Aunque a él le había sucedido lo mismo cuando se casó con la madre de la chica y demostró a todos que se equivocaban. El problema es que muy poca gente se acordaba de la madre de _________, de modo que pocos creerían que ella pudiera ser igual de fuerte y prolífica. Aunque también es cierto que ________ era un poco más delicada y no tan encantadora, puesto que la belleza de su madre era reconocida por todos.
Meg no podía evitar preguntarse si se habría equivocado al esconder el auténtico aspecto de _________ a la familia. Era imposible que un marido no lo descubriera. Ella sólo había intentado que la chica no fuera objeto de burla y que enseñara su cara más bonita. Quizás aquello bastase para ganarse el perdón por el engaño que había perpetrado, y que había obligado a ________ a perpetrar, cuando la verdad saliera a la luz. Mientras la ayudaba a vestirse, sólo esperaba que la joven no sufriera, de su marido, la burla y el ridículo de los que ella había querido protegerla. Le provocaría una herida muy profunda, una herida de la que quizá jamás se recuperaría.
_________ se puso su mejor vestido. Su padre era un hombre adinerado y no había reparado en gastos. Su camisola era de la mejor seda, igual que el sujetador que ella insistía en llevar. El corsé era de terciopelo marrón, con las mangas bordadas a juego con el pellote dorado. Sus pequeños pies iban calzados con unos zapatos del mejor terciopelo dorado. La hopalanda, que cada vez era más popular, quedó fuera del conjunto porque _________ todavía no conseguía llevar aquella voluminosa prenda con gracia, pues le costaba manejar las mangas abiertas y la cola que se arrastraba por el suelo. Después de colocarle el delicado tocado en la cabeza, Meg supervisó el resultado con ojo crítico.
Tras un último repaso para verificar que no había bultos, irregularidades ni arrugas y que el pelo estaba perfectamente metido debajo del tocado, Meg le dijo que estaba lista. A continuación, la chica se dirigió al salón donde empezaría la búsqueda de marido y conocería al rey.
_________ intentó controlar los nervios. No quería hacer ninguna tontería ni estupidez. Su orgullo se estremeció ante aquella idea.
La situación no le gustaba pero había decidido soportarla. Ya era hora de encontrar un marido. Y acudir a la corte permitía tener más opciones. Sólo deseaba poder participar de forma más activa en la elección.
Enseguida dejó de lado el resentimiento que amenazaba con apoderarse de ella. Así es como se hacían las cosas. Daba gracias porque no la hubieran comprometido en matrimonio desde la cuna. Había tenido la oportunidad de encontrar un hombre y había habido muchos candidatos que vivían cerca de su casa. Cuando cumplió los diecinueve años y todavía seguía sin compromiso, fue inevitable que su padre decidiera hacerse cargo de la situación. No podía culparlo.
Aunque no estuviera de acuerdo con sus métodos, sabía que lo hacía por amor, porque quería verla feliz. Los acuerdos políticos, defensivos o monetarios que pudieran resultar de su compromiso sólo eran agradables complementos, no necesidades. Miró a su padre, que estaba hablando con Meg, y esperó que la sorprendiera positivamente en su elección de futuro marido y la compensara por no poder tener a Joe MacLagan.
—A la chica le ha gustado Sir Joe MacLagan —informó Meg a Alaistair MacRoth en cuanto tuvo la oportunidad—. ¿Lo conoces?
—Sí. —Alaistair acomodó mejor su corpulento cuerpo en el banco—. Enviudó hace más de un año. Dicen que todavía guarda luto, porque no persigue a las mujeres ni demuestra ningún interés por ellas. Se dice que es frío, que sus emociones descansan con su difunta esposa. Sería una buena unión, porque las tierras que ________ le aportaría están cerca de las de su familia, pero no creo que tengamos ninguna posibilidad en ese sentido. —Frunció el ceño hacia su prima—. ¿Estás segura? Ese hombre tiene un gesto muy duro y la cicatriz de la mejilla tampoco ayuda.
—La niña dice que apenas se ve, que sólo es un rasguño. Fíjate en tu hija, primo, y mira hacia dónde dirige su mirada.
Fue algo fácil de confirmar, puesto que el rostro de _________ irradiaba admiración por el hombre que estaba sentado en la mesa del rey. Al poco rato, parecía que recuperaba el sentido común, disimulaba su mirada y actuaba con soltura, pero no por mucho tiempo. Al cabo de unos instantes, había vuelto a perder el control.
—Vaya, lo intentaré, pero no creo que consigamos nada. Se dice que lo acecha un asesino, un hombre que lo culpa de la muerte de Catalina, su difunta esposa. Supongo que algún antiguo amante. Es posible que no quiera volver a casarse por miedo a que la chica se quede viuda dentro de poco. —Meneó la cabeza y se echó el pelo canoso hacia atrás con la mano—. Sin embargo, prefiero que sea feliz poco tiempo que infeliz toda la vida. Si puedes, métele a Ronald MacDubh por los ojos. Es el ahijado del rey y ha expresado su interés por nuestra ________.
—Dirás por su bolsillo. El dinero se le escapa de las manos como el agua; unas manos que, por lo visto, no puede mantener lejos de las mujeres.
—Es joven y apuesto. Y cercano al rey. Los demás ya son mayores y menos atractivos. Y hay muchas mujeres exuberantes. Los jóvenes quieren una esposa que no se pierda debajo de las sábanas, quieren curvas a las que agarrarse.
Alaistair deseó que sus palabras no fueran ciertas pero, a pesar de que la dote de ________ podía hacer que alguno se lo pensara, las tierras y el dinero también podían encontrarse en otro sitio, donde también podrían encontrar carne a la que agarrarse y sobre la que acostarse. El aspecto delicado, si no iba acompañado de unos pechos generosos y unas caderas anchas, sólo despertaba un sentimiento fraternal. Los ojos de los candidatos brillarían ante la dote, pero su interés desaparecería cuando vieran de qué iba acompañada. Cualquier interés anterior moriría. Una dote algo menor a cambio de mucha más mujer era un sacrificio que los jóvenes estaban dispuestos a hacer.
________ no esperaba gran interés, de modo que no experimentó ninguna decepción cuando comprobó que era escaso. Sus hombres hacían todo el trabajo mientras ella se entretenía observando a Joe MacLagan. Convencida de que su familia no tardaría en encontrarle marido, decidió disfrutar de aquel hombre mientras pudiera. Quizá más adelante tuviera que recurrir a todos aquellos recuerdos. Era más que probable que necesitara mucha imaginación para que su matrimonio fuera tolerable.
Sabía que había pocos hombres que pudieran igualar la imagen que tenía de Joe MacLagan. Iba a ser difícil no comparar a los demás, fuera quien fuera el escogido como marido, con él. Tendría que intentar esforzarse mucho para no hacerlo. De hecho, sería una estupidez arruinar sus posibilidades de ser feliz con otro hombre porque era incapaz de olvidarse de un sueño. Y sería injusto con su marido.
Aunque eso sólo sería cierto si era bendecida con uno que también estuviera dispuesto a intentar tener el mejor matrimonio posible; uno pleno, rico y duradero. Sin embargo, tenía muchas posibilidades de no encontrar uno así, por mucha atención que su padre prestara a la elección. Conocía lo suficiente del mundo para saber que no todos los hombres consideraban que el matrimonio fuera algo sagrado o que la mujer importara para algo más que para traer hijos legítimos al mundo. Con un marido así, los recuerdos de Joe MacLagan seguro que serían su única fuente de alegría, aparte de los hijos que pudiera tener.
A pesar de su admirable razonamiento para el continuo examen a Joe MacLagan, admitía que sencillamente le gustaba mirarlo. Era un festín para sus ojos. Incluso cuando sabía que estaba siendo demasiado descarada e intentaba concentrarse en otra cosa, su mirada volvía a deslizarse hasta él y volvía a perderse en el placer de observarlo.
Iba vestido de azul marino y marrón. Sus largas y musculosas piernas estaban cubiertas por unas estrechas mallas marrones. Y las entalladas mangas del gambesón azul revelaban unos brazos fuertes. Espalda ancha, cintura estrecha y caderas rectas completaban lo que era una figura masculina atractiva. Era más alto que la mayoría y, sin embargo, se movía con una elegancia que desafiaba su fuerza y tamaño. Los ojos de más de una mujer lo miraban con aprobación. Y no parecía importarles que no devolviera las miradas lascivas ni las sonrisas amables, manteniéndose al margen de cualquier plan o flirteo.
Tenía un rostro algo desalentador. Era delgado con los rasgos duros, reforzados todavía más por la terrible cicatriz blanca y su expresión distante. El dolor había hecho que sus pómulos fueran más prominentes y los hoyuelos de las mejillas afeitadas, más profundos. Tenía la boca bien formada, aunque sus labios eran más bien finos, algo que era más evidente con el gesto serio que siempre tenía. Y la nariz alargada y recta y la mandíbula orgullosa eran más angulosas que en otros hombres. La piel tostada sólo añadía una formidable y constante oscuridad de expresión. Tenía el pelo castaño y corto, enmarcando aquella cara tan particular. También tenía mechones blancos, algo inusual en un hombre de treinta y cuatro años.
Todo servía para alimentar la imaginación de ________. Se preguntó sobre su pérdida, el dolor que tanto lo había marcado. Y, a partir de ahí, le resultaba fácil imaginarse como la mujer que devolvería el amor y la risa a su vida. Mientras soñaba, había más personas de las que ella creía trabajando para hacer realidad sus sueños.
Giró la esquina y allí estaba él, sentado y mirando las rosas como si, en cualquier momento, fueran a hablarle. Su cara cicatrizada volvía a reflejar aquella mirada triste y perdida. A veces, ella se atrevía a creer que le revelaba esa cara a propósito y luego saboreaba el brillo en su mirada. Sin embargo, como era demasiado práctica, ese brillo no duraba mucho tiempo. Enseguida se recordaba que el único motivo por el que había visto esa faceta era porque lo había estado espiando mientras él creía que estaba solo.
Esa noche la presentarían ante la corte. Su padre la había traído con la esperanza de formar una alianza mediante el matrimonio, y preferiblemente con alguien que contribuyera a reforzar el favor del rey para con su familia. Desde que lo había visto había tenido que luchar contra sus esperanzas de que fuera el elegido. Sobre el papel era perfecto, pero ella nunca había tenido demasiada buena suerte. En lugar de un hombre por el que su corazón latiría con fuerza, seguramente acabaría con algún amanerado de la corte o con alguno ya maduro, probablemente más maduro que los demás.
A sus diecinueve años, era una casadera tardía, pero su padre había preferido que así fuera, con la esperanza de que perdiera un poco su aspecto de niña y pareciera más mujer. Aunque la espera había sido en vano. Era menuda y las pociones y los platos de avena no iban a cambiarlo. Únicamente Meg y ella sabían que no era tan niña como aparentaba. Sin embargo, nada de eso cambiaba el hecho de que no se creía guapa. Se lo habían dicho demasiadas veces como para no saberlo. Con tan poco que ofrecer a un hombre, uno como Joe MacLagan no era para ella.
Tenía el pelo del color del vino de Burdeos, tan intenso que había quien aseguraba que desprendía reflejos violetas, a pesar de que ella lo negaba con airada rotundidad. Era tan grueso y con tanta tendencia a rizarse que siempre se le escapaba de los recogidos, con lo que siempre lucía un aspecto despeinado. Tenía los ojos marrones con destellos dorados, debajo de unas delicadas y arqueadas cejas oscuras, y enmarcados por unas pestañas tan largas y rizadas que siempre tenía que negar que fueran postizas. A pesar de que sabía que tenía una piel preciosa y pálida, había tenido la desgracia de tener pecas que, aunque eran claras y escasas, no desaparecían. Suspiró.
No supo si fue por el suspiro o por la sensación de que alguien lo observaba, pero Joe MacLagan se volvió hacia ella de repente. Ella se quedó como una liebre asustada, inmóvil bajo la intensa mirada de aquellos ojos turquesa que brillaban con fuerza, aunque sin emoción, en medio de aquella cara sombría. De hecho, esperaba que, en cualquier momento, la despellejara viva con su voz fría y distante, muy conocida en la corte, por tener la insolencia de invadir su privacidad.
Joe pensó en alejarla con palabras duras, pero la chica parecía tan frágil y asustada que no pudo hacerlo. Llevaba el pelo rojizo despeinado debajo del tocado. Sus ojos eran un par de lagos inmensos en medio de aquella cara de marfil, un rostro delicado que estaba entre la forma de corazón y triangular. Unos dientes perfectamente blancos mordían el carnoso labio inferior. Su cuerpo poseía pocas curvas que indicaran que ya era una mujer, aunque estaba seguro de que ya había tenido la menstruación. Además, le faltaba estatura y carne, puesto que su cuello y sus brazos rozaban la fragilidad.
Se preguntó quién era tan estúpido como para dejarla pasear por allí sola. Su juventud no supondría ninguna protección. A pesar de que a él le parecía una aberración desear y acostarse con una chica que apenas había tenido su primera menstruación, sabía que para otros no era ningún impedimento. Y también estaban los que ignorarían abiertamente el hecho de que proviniera de una buena familia y fuera tan inocente. Aunque, a pesar de aquella fragilidad, era bastante atractiva.
—No tiene de qué asustarse, señorita.
—No quería perturbar su privacidad, Sir MacLagan —deseó que su cuerpo desapareciera, pero no fue así.
—El jardín está para que todos lo disfrutemos. Venga, siéntese. Usted conoce mi nombre, pero yo desconozco el suyo. Acérquese.
Muy despacio, ella se acercó y se sentó a su lado casi esperando que el asiento le quemara el trasero.
—Me llamo _______ MacRoth.
—________. Le queda bien —murmuró él, ante su delicada y ligeramente grave voz, que iba acompañada de la atracción de la musicalidad—. No la había visto por aquí antes. ¿Acaba de llegar?
—Sí. Esta noche me presentarán ante la corte. —Vio cómo él arqueaba las oscuras cejas y supo que pensaba que era demasiado joven—. Acabo de cumplir diecinueve años. Mi padre me ha mantenido en casa con la esperanza de que me desarrollara un poco más. Pero ha acabado dándose por vencido.
Joe dibujó una pequeña sonrisa porque, a pesar del tocado y la espalda erguida, apenas le llegaba al hombro. Las manos que se aferraban a la falda del vestido eran pequeñas, delicadas y con dedos alargados. Excepto los enormes ojos oscuros que lo miraban fijamente, todo lo demás de ________ MacRoth era pequeño, incluida su nariz pecosa y ligeramente respingona. No pudo evitar preguntarse cómo iba a encontrar marido, porque sabía que ése era el motivo por el que la habían traído a la corte.
—Tengo una dote considerable, unas buenas tierras cerca de la frontera y un linaje excelente.
—Y lee el pensamiento, ¿no es cierto? Me ha puesto un razonamiento muy mal educado en la mente.
La culpa tiñó su voz de la severidad que pretendía para sonar convincente. Era un insulto hacia una mujer pensar que no era casadera y no tenía ninguna intención de insultarla. Parecía una niña muy dulce.
Por dentro, se maldijo porque su cuerpo estaba reaccionando ante ella como un hombre ante una preciosa mujer. Su entrepierna no dudaba de su edad. Era un sentimiento contra el que tenía que luchar, aunque le costó mucho más de lo habitual desde la muerte de Catalina. Y aquello lo preocupaba porque consideraba vital mantener su pasión bajo un estricto control.
—No, sólo digo la verdad y lo que veo en sus ojos, porque ya lo he visto antes. Los maleducados son los que se quedan boquiabiertos o se ríen.
—Y hace bien. —Su rostro se endureció de repente—. Sería un error que cualquier hombre se casara con usted y la obligara a tener hijos.
Ajena a lo que había provocado ese comentario o la dureza de su voz, ella se levantó y se colocó frente a él.
—¿Y por qué dice eso? Soy una mujer y ustedes, los hombres, se casan con mujeres y las dejan embarazadas. Puedo hacerlo tan bien como cualquiera.
—No, no puede. No tiene caderas, criatura.
—Si eso es cierto, ¿puede decirme sobre qué estaba sentada hasta hace un momento?
—Sobre su trasero, y seguro que es muy pequeño.
—Mi madre era igual que yo y tuvo doce hijos, doce hijos sanos. No murió dándonos a luz. Se fue a pescar salmones cuando yo tenía cinco años y se ahogó. Si ella pudo, yo también.
—Es imposible que recuerde a su madre. —Se levantó y la miró fijamente—. Es una mujer muy menuda que no está hecha para tener hijos.
Para contrarrestar la diferencia de altura, ________ se subió al banco.
—Entonces, ¿cuál es el designio de Dios para mí?
—Sólo Él lo sabe. Sí, y seguro que sólo Él sabe cómo he terminado teniendo esta conversación. Sea inteligente, métase en un convento y olvídese de los hijos.
—Usted es un hombre. ¿Qué sabrá de todo esto? —preguntó ella, tozuda, y contuvo la respiración cuando él la agarró por los hombros.
No la asustó con aquella repentina intensidad. ________ descubrió que sentía una profunda y absoluta confianza en él. Pero no entendía por qué se había puesto así. La conversación había dado un extraño giro que la había dejado confundida. No eran las palabras que había soñado que le diría cuando por fin consiguiera hablar con él.
«Sin embargo —se dijo con una sonrisa por su estupidez—, no es más extraño que si hubiera empezado a dedicarme bonitas frases de amor eterno, como tantas veces he imaginado». En realidad, frente a aquella fantasía, la extraña discusión parecía bastante razonable.
—Sé más de lo que quisiera, jovencita. Embarazar a una chiquilla como usted es como cortarle el cuello. Sí, gritará noche y día y sólo conseguirá dar a luz a un hijo muerto y desangrarse hasta morir ella también. Lo sé perfectamente.
Ella se tambaleó cuando la soltó de forma abrupta.
—Ese destino también puede llegar para una mujer con las caderas anchas como un río —respondió ella, con calma, porque la mirada de horror de sus ojos le había dicho que hablaba de algo muy personal.
—Haga lo que quiera —dijo él, con frialdad, cuando recuperó la calma.
—Lo haré. Me casaré y, en menos de un año, tendré un hijo. No, tendré gemelos y está invitado al bautizo, Sir MacLagan —respondió ella con una mezcla de confianza y rebeldía juvenil.
Aquella altiva declaración casi lo hizo sonreír. Parecía una chica beligerante y segura de sí misma. Y aquello le daba la seguridad de que no sabía de qué hablaba. Había algunas mujeres a las que sus familias sobreprotegían, con lo que no sabían nada de la vida hasta que se casaban y salían de la casa familiar.
—Es su vida, señorita. Desperdíciela como quiera.
La respuesta que ________ tenía en la punta de la lengua nunca se materializó porque, a lo lejos, reconoció una silueta familiar.
—Tengo que irme, Sir MacLagan.
Y, con eso, se alejó corriendo y lo dejó con la despedida en la boca. Se arremangó la falda del vestido y, aunque Joe comprobó que las piernas también las tenía delgadas, tuvo que reconocer que eran bonitas. Luego, se volvió para ver qué la había hecho huir.
Vio que se acercaba una mujer alta y delgada vestida toda de negro. Sus trazos aguileños le recordaron a un pájaro carroñero. Y la impresión no desapareció cuando la mujer se detuvo frente a él y lo miró fijamente con sus ojos grises.
Era un extremo tan opuesto a la chiquilla que Joe estuvo a punto de sonreír. Divertido, se dijo que formaban una extraña pareja. Sin embargo, luego también se dijo que, seguramente, una vigilancia tan severa era lo que la chiquilla necesitaba para no descontrolarse por completo.
—¿Ha visto a una chica, señor? Seguramente, iba despeinada y sin escolta.
Con unos delicados modales, propios de la corte, que siempre impresionaban, Joe respondió que la había visto, sí. Y, del mismo modo, con mucha educación dirigió a la mujer en sentido contrario. Y mientras volvía al castillo se preguntó por qué lo había hecho.
Después de apenas unos instantes de conversación con la chica, ya estaba haciendo cosas extrañas. Como iba a encontrársela a menudo, se dijo que tendría que ir con cuidado. Le había costado mucho conseguir esa apariencia fría y severa y no tenía ninguna intención de perderla con una jovencita con el pelo enmarañado y rojizo. Hasta ahora, le había funcionado y ningún caballero digno de su armadura abandonaba una buena defensa.
Luchó contra sus emociones al recordarla. Era más delicada y menuda que Catalina. El único motivo que lo había llevado a hablarle de aquella manera era que preveía el mismo destino que su mujer para ella. Iría feliz a su lecho de casada, se quedaría embarazada, moriría y la enterrarían junto a su hijo; dos inocentes de una tacada. Joe meneó la cabeza mientras se decía que ojalá hubiera alguna ley que impidiera que esas chicas tan menudas y frágiles se casaran. Esa boda equivalía a una sentencia de muerte.
________ no estaba preocupada por tener hijos después de su conversación con Joe. Su única preocupación era sobrevivir a la regañina de Meg, que había llegado momentos después de que entrara en su habitación. Meg, que era una prima lejana de su padre, había sido contratada para criarla después de la muerte de su madre. Y la mujer realizaba su trabajo con un vigor admirable. La debilidad que su padre y sus once hermanos varones sentían hacia ella no la disuadió.
Todos los hombres de la familia trataban a ________ con una tolerancia divertida y cariñosa. A veces, Meg sospechaba que habían olvidado que era una chica. Había tenido que sacarla de peleas, concursos de salto a caballo y lanzamientos de cuchillo. Además, tampoco ayudaba que estuviera poco preparada para ser una dama refinada. Y no sólo poco preparada, sino que tampoco le interesaba demasiado, como ilustraba el incidente de la semana anterior. Las damas refinadas no se ponían a cuatro patas en el suelo para jugar una partida de dados.
Meg no tenía la sensación de haber fracasado con la chica, porque había conseguido algunos progresos. Cuando su primo la había llamado para que la cuidara, era tan salvaje como sus hermanos. Pero con determinación, ella había conseguido limar aquella actitud.
—¿No te parece el hombre más apuesto que has visto en la vida? —suspiró ________ cuando Meg denunció, con severidad, el truco de Joe MacLagan.
La severa mirada de Meg se intensificó aún más cuando se posó sobre ________, que estaba espatarrada de forma poco elegante en la bañera.
—Tiene una cicatriz.
—Pero muy pequeña —respondió ________ a la defensiva—. Apenas se ve.
Al recordar la cicatriz que iba desde la sien derecha hasta casi el labio, Meg dijo:
—Sí, casi no se ve. Un pequeño rasguño en la piel.
Sin ningún esfuerzo, ________ ignoró el sarcasmo de Meg. Nunca le había costado. ________ lo había aprendido mucho antes de que Meg llegara, igual que a devolverlo en la misma medida porque, en su familia, todos tenían una lengua muy afilada.
—Me pregunto cómo se la hizo. Imagino que en algún gesto galante. Un duelo por el honor o el corazón de una mujer —dejó volar la imaginación.
Meg emitió un sonido desdeñoso y burlón.
—O su cama. Es lo que pone nerviosos a casi todos los hombres. Desenfundan la espada y pelean para tener la oportunidad de desenfundar la otra espada. Los hombres sólo tienen dos cosas en la cabeza.
—Ya —suspiró ________—. Luchar y procrear, sangre y carne, violencia y lujuria, arrasar y disfrutar…
—Ya es suficiente, deslenguada. —Meg miró los chispeantes ojos de ________ inexpresiva—. Sal de la bañera antes de que te arrugues.
—El cielo no quiera que añadamos arrugas a las pecas —murmuró ________ mientras se levantaba y salía de la bañera—. Ojalá pudiera tener un marido como Sir Joe. ¿No tendríamos unos hijos preciosos? Y fuertes, como mis hermanos y mi padre. Sería bonito.
Como le había dicho el padre de Meg, la mujer tomó buena nota de las preferencias de la chica. En cuanto tuviera ocasión, se lo comunicaría a su primo. A todos les gustaría que la chica consiguiera un marido que fuera de su agrado, aunque no tenían demasiadas esperanzas. Era una chica muy menuda que más de uno temería romper en mil pedazos. Aunque a él le había sucedido lo mismo cuando se casó con la madre de la chica y demostró a todos que se equivocaban. El problema es que muy poca gente se acordaba de la madre de _________, de modo que pocos creerían que ella pudiera ser igual de fuerte y prolífica. Aunque también es cierto que ________ era un poco más delicada y no tan encantadora, puesto que la belleza de su madre era reconocida por todos.
Meg no podía evitar preguntarse si se habría equivocado al esconder el auténtico aspecto de _________ a la familia. Era imposible que un marido no lo descubriera. Ella sólo había intentado que la chica no fuera objeto de burla y que enseñara su cara más bonita. Quizás aquello bastase para ganarse el perdón por el engaño que había perpetrado, y que había obligado a ________ a perpetrar, cuando la verdad saliera a la luz. Mientras la ayudaba a vestirse, sólo esperaba que la joven no sufriera, de su marido, la burla y el ridículo de los que ella había querido protegerla. Le provocaría una herida muy profunda, una herida de la que quizá jamás se recuperaría.
_________ se puso su mejor vestido. Su padre era un hombre adinerado y no había reparado en gastos. Su camisola era de la mejor seda, igual que el sujetador que ella insistía en llevar. El corsé era de terciopelo marrón, con las mangas bordadas a juego con el pellote dorado. Sus pequeños pies iban calzados con unos zapatos del mejor terciopelo dorado. La hopalanda, que cada vez era más popular, quedó fuera del conjunto porque _________ todavía no conseguía llevar aquella voluminosa prenda con gracia, pues le costaba manejar las mangas abiertas y la cola que se arrastraba por el suelo. Después de colocarle el delicado tocado en la cabeza, Meg supervisó el resultado con ojo crítico.
Tras un último repaso para verificar que no había bultos, irregularidades ni arrugas y que el pelo estaba perfectamente metido debajo del tocado, Meg le dijo que estaba lista. A continuación, la chica se dirigió al salón donde empezaría la búsqueda de marido y conocería al rey.
_________ intentó controlar los nervios. No quería hacer ninguna tontería ni estupidez. Su orgullo se estremeció ante aquella idea.
La situación no le gustaba pero había decidido soportarla. Ya era hora de encontrar un marido. Y acudir a la corte permitía tener más opciones. Sólo deseaba poder participar de forma más activa en la elección.
Enseguida dejó de lado el resentimiento que amenazaba con apoderarse de ella. Así es como se hacían las cosas. Daba gracias porque no la hubieran comprometido en matrimonio desde la cuna. Había tenido la oportunidad de encontrar un hombre y había habido muchos candidatos que vivían cerca de su casa. Cuando cumplió los diecinueve años y todavía seguía sin compromiso, fue inevitable que su padre decidiera hacerse cargo de la situación. No podía culparlo.
Aunque no estuviera de acuerdo con sus métodos, sabía que lo hacía por amor, porque quería verla feliz. Los acuerdos políticos, defensivos o monetarios que pudieran resultar de su compromiso sólo eran agradables complementos, no necesidades. Miró a su padre, que estaba hablando con Meg, y esperó que la sorprendiera positivamente en su elección de futuro marido y la compensara por no poder tener a Joe MacLagan.
—A la chica le ha gustado Sir Joe MacLagan —informó Meg a Alaistair MacRoth en cuanto tuvo la oportunidad—. ¿Lo conoces?
—Sí. —Alaistair acomodó mejor su corpulento cuerpo en el banco—. Enviudó hace más de un año. Dicen que todavía guarda luto, porque no persigue a las mujeres ni demuestra ningún interés por ellas. Se dice que es frío, que sus emociones descansan con su difunta esposa. Sería una buena unión, porque las tierras que ________ le aportaría están cerca de las de su familia, pero no creo que tengamos ninguna posibilidad en ese sentido. —Frunció el ceño hacia su prima—. ¿Estás segura? Ese hombre tiene un gesto muy duro y la cicatriz de la mejilla tampoco ayuda.
—La niña dice que apenas se ve, que sólo es un rasguño. Fíjate en tu hija, primo, y mira hacia dónde dirige su mirada.
Fue algo fácil de confirmar, puesto que el rostro de _________ irradiaba admiración por el hombre que estaba sentado en la mesa del rey. Al poco rato, parecía que recuperaba el sentido común, disimulaba su mirada y actuaba con soltura, pero no por mucho tiempo. Al cabo de unos instantes, había vuelto a perder el control.
—Vaya, lo intentaré, pero no creo que consigamos nada. Se dice que lo acecha un asesino, un hombre que lo culpa de la muerte de Catalina, su difunta esposa. Supongo que algún antiguo amante. Es posible que no quiera volver a casarse por miedo a que la chica se quede viuda dentro de poco. —Meneó la cabeza y se echó el pelo canoso hacia atrás con la mano—. Sin embargo, prefiero que sea feliz poco tiempo que infeliz toda la vida. Si puedes, métele a Ronald MacDubh por los ojos. Es el ahijado del rey y ha expresado su interés por nuestra ________.
—Dirás por su bolsillo. El dinero se le escapa de las manos como el agua; unas manos que, por lo visto, no puede mantener lejos de las mujeres.
—Es joven y apuesto. Y cercano al rey. Los demás ya son mayores y menos atractivos. Y hay muchas mujeres exuberantes. Los jóvenes quieren una esposa que no se pierda debajo de las sábanas, quieren curvas a las que agarrarse.
Alaistair deseó que sus palabras no fueran ciertas pero, a pesar de que la dote de ________ podía hacer que alguno se lo pensara, las tierras y el dinero también podían encontrarse en otro sitio, donde también podrían encontrar carne a la que agarrarse y sobre la que acostarse. El aspecto delicado, si no iba acompañado de unos pechos generosos y unas caderas anchas, sólo despertaba un sentimiento fraternal. Los ojos de los candidatos brillarían ante la dote, pero su interés desaparecería cuando vieran de qué iba acompañada. Cualquier interés anterior moriría. Una dote algo menor a cambio de mucha más mujer era un sacrificio que los jóvenes estaban dispuestos a hacer.
________ no esperaba gran interés, de modo que no experimentó ninguna decepción cuando comprobó que era escaso. Sus hombres hacían todo el trabajo mientras ella se entretenía observando a Joe MacLagan. Convencida de que su familia no tardaría en encontrarle marido, decidió disfrutar de aquel hombre mientras pudiera. Quizá más adelante tuviera que recurrir a todos aquellos recuerdos. Era más que probable que necesitara mucha imaginación para que su matrimonio fuera tolerable.
Sabía que había pocos hombres que pudieran igualar la imagen que tenía de Joe MacLagan. Iba a ser difícil no comparar a los demás, fuera quien fuera el escogido como marido, con él. Tendría que intentar esforzarse mucho para no hacerlo. De hecho, sería una estupidez arruinar sus posibilidades de ser feliz con otro hombre porque era incapaz de olvidarse de un sueño. Y sería injusto con su marido.
Aunque eso sólo sería cierto si era bendecida con uno que también estuviera dispuesto a intentar tener el mejor matrimonio posible; uno pleno, rico y duradero. Sin embargo, tenía muchas posibilidades de no encontrar uno así, por mucha atención que su padre prestara a la elección. Conocía lo suficiente del mundo para saber que no todos los hombres consideraban que el matrimonio fuera algo sagrado o que la mujer importara para algo más que para traer hijos legítimos al mundo. Con un marido así, los recuerdos de Joe MacLagan seguro que serían su única fuente de alegría, aparte de los hijos que pudiera tener.
A pesar de su admirable razonamiento para el continuo examen a Joe MacLagan, admitía que sencillamente le gustaba mirarlo. Era un festín para sus ojos. Incluso cuando sabía que estaba siendo demasiado descarada e intentaba concentrarse en otra cosa, su mirada volvía a deslizarse hasta él y volvía a perderse en el placer de observarlo.
Iba vestido de azul marino y marrón. Sus largas y musculosas piernas estaban cubiertas por unas estrechas mallas marrones. Y las entalladas mangas del gambesón azul revelaban unos brazos fuertes. Espalda ancha, cintura estrecha y caderas rectas completaban lo que era una figura masculina atractiva. Era más alto que la mayoría y, sin embargo, se movía con una elegancia que desafiaba su fuerza y tamaño. Los ojos de más de una mujer lo miraban con aprobación. Y no parecía importarles que no devolviera las miradas lascivas ni las sonrisas amables, manteniéndose al margen de cualquier plan o flirteo.
Tenía un rostro algo desalentador. Era delgado con los rasgos duros, reforzados todavía más por la terrible cicatriz blanca y su expresión distante. El dolor había hecho que sus pómulos fueran más prominentes y los hoyuelos de las mejillas afeitadas, más profundos. Tenía la boca bien formada, aunque sus labios eran más bien finos, algo que era más evidente con el gesto serio que siempre tenía. Y la nariz alargada y recta y la mandíbula orgullosa eran más angulosas que en otros hombres. La piel tostada sólo añadía una formidable y constante oscuridad de expresión. Tenía el pelo castaño y corto, enmarcando aquella cara tan particular. También tenía mechones blancos, algo inusual en un hombre de treinta y cuatro años.
Todo servía para alimentar la imaginación de ________. Se preguntó sobre su pérdida, el dolor que tanto lo había marcado. Y, a partir de ahí, le resultaba fácil imaginarse como la mujer que devolvería el amor y la risa a su vida. Mientras soñaba, había más personas de las que ella creía trabajando para hacer realidad sus sueños.
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
me gusto el cap....
como joe trata a la rayis... es complicado ojala le de una opurtunidad a la rayis :D
te pasas por mi nove.. :oops: :roll:
como joe trata a la rayis... es complicado ojala le de una opurtunidad a la rayis :D
te pasas por mi nove.. :oops: :roll:
jamileth
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
ola nueva lectora :lol!: :lol!:
me encanta tu nove
seguila pronto
me encanta tu nove
seguila pronto
aranzhitha
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
Bienvenidas a la nove aranzhitha y SuzzeyMVy :D Espero que sigan disfrutando de la nove, estoy muy contenta de tenerlas como lectoras!
Dentro de una hora o así les subo el nuevo capítulo. Un beso enorme!
Dentro de una hora o así les subo el nuevo capítulo. Un beso enorme!
ForJoeJonas
Re: ·Matrimonio a la Fuerza· (Joe y tu)
· Capítulo 2
—MacRoth está buscando marido para su hija —comentó algo seco el rey—. ¿Ya ha hablado contigo, MacLagan?
—Sí. —De repente, Joe deseó estar en cualquier otra parte, porque había un brillo extraño en los ojos del rey que lo incomodaba.
—E imagino que has dicho que no. —MacLagan asintió con elegancia—. ¿Podemos saber por qué? La dote es bastante impresionante.
—Ya he estado casado, majestad. Dejemos que lo pruebe otro. Además, Tavis ya se ha encargado de asegurar la línea de sucesión de la familia.
—Es cierto, y Sholto todavía está soltero. Sin embargo, la Biblia nos dice que sigamos adelante y nos multipliquemos. Un hombre no puede hacerlo solo.
—Eso también lo intenté, pero no es mi destino.
—Nos parece que te has rendido demasiado deprisa. ¿Has conocido a la chica? Te está observando, por si no te habías dado cuenta.
Joe miró hacia donde _______ estaba hablando con sus hermanos gemelos, Calum y Donald. Los chicos tenían veintiún años, eran altos, esbeltos y atractivos, con el pelo rojizo y los ojos marrones. Aunque parecía que estaba muy atenta a lo que le estaban diciendo, Joe vio que, en realidad, lo miraba a él. Frunció el ceño pero vio que aquello no sirvió para desanimarla. También se fijó en que, entre sus hermanos tan altos y corpulentos, parecía más menuda que nunca. Se acordó del rey y encogió los hombros como si nada.
—Quizá sí. Es difícil estar seguro, pero da igual. —Joe pronunció las dos últimas palabras con toda la firmeza que osaba.
El rey miró a ________ y la hizo acercarse. Para su mayor divertimento, ella miró a su alrededor, volvió a mirarlo y se señaló el pecho diciendo: «¿Yo?». El rey asintió mientras sus hermanos la empujaban hacia su majestad. La diversión del rey fue en aumento cuando vio cómo pisaba a sus hermanos antes de acercarse. Y se fijó en que, a pesar de que hizo una reverencia y dijo todo lo necesario, su atención estaba puesta en el hombre alto y solemne que estaba sentado a su lado.
________ estaba de los nervios, pero no porque estuviera frente al rey, un hombre que poseía el poder de la vida y la muerte sobre todos ellos. Era por el hombre que se encontraba sentado a su lado. Sólo deseaba reconocer el más mínimo rastro de calidez en la mirada que Joe le lanzaba. Con gran esfuerzo, se concentró en el rey para que, aunque no consiguiera despertar el interés de Sir Joe, al menos no quedara como una tonta ante él. Si eso pasaba, sería imposible que se quedara en la corte.
—Te pareces mucho a tu madre, jovencita. La conocimos cuando tu padre la cortejaba. Una mujer encantadora. Tu padre no ha traído a todos sus hijos, ¿verdad? —sonrió—. ¿Cuántos chicos son? Cuesta llevar la cuenta.
—Once. Y sólo ha traído a siete. Los cuatro mayores se han quedado en casa, su Majestad. Sus mujeres están embarazadas y no pueden viajar.
—Imagínatelo, MacLagan. Once hijos sanos y fuertes. MacRoth no necesita ningún ejército. Lo cría él solo. ¿Nietos?
—Sí, señor. Seis. Sólo dos niñas. Angus, el segundo, tiene una y Colin, uno de los gemelos, otra.
Charlaron un rato más sobre su prolífica familia. A ________ le extrañó un poco, pero se dijo que sólo sería curiosidad del rey. Joe no era tan inocente. Tenía la aterradora sensación de saber exactamente qué pretendía el soberano y por qué había interrogado a la chica acerca de su numerosa familia. Lo invadió una oleada de rabia incontenible cuando intuyó lo que se le venía encima, pero no había manera de evitarlo. Nadie se oponía a los deseos del rey, ni siquiera a sus amables sugerencias.
Se había sentado junto al rey no sólo por deseo expreso del monarca y por el prestigio que ello conllevaba. Así se evitaba tener que participar en el juego de flirteos desenfrenados de la corte y se mantenía lejos de las maquinaciones de las mujeres. Hacía tanto tiempo que no estaba con una mujer que cualquiera un poco bonita y dispuesta suponía una tentación demasiado grande. Ahora, viendo cómo el peligro se le acercaba, deseaba no haber buscado una forma de evitarlo tan cobarde. Había caído en la trampa.
En cierto modo era irónico, casi divertido, aunque no tenía ganas de reírse. Había dejado Caraidland y acudido a la corte para evitar la tentación de una mujer. Cada día había estado más cerca de sucumbir a sus cantos de sirena, pero había visto claramente que no buscaba un encuentro placentero fortuito, sino matrimonio. Y ahora, estaba a punto de verse obligado a aceptar lo mismo por lo que había huido.
—Una chica encantadora. Con buenos modales aunque en absoluto reticente. Una mujer así podría caer en manos peores o, si no, piensa en mi ahijado o en Lord Donald Fraser.
Por mucho que lo intentara, Joe no pudo reprimir una mirada de asco. Donald Fraser tenía cuarenta y dos años y ya había enterrado a dos esposas. El vino, las mujeres y el juego dominaban su vida. Joe no quería ni imaginarse qué sería de aquella chica si acababa con él.
—No pienses mal de MacRoth. El pobre viene muy poco a la corte y no conoce a Fraser como nosotros. Ni a nuestro ahijado. No podríamos negarnos a tal unión, aunque preferiríamos que no sucediera. —El rey bebió un sorbo de vino—. Los MacRoth son tan leales a la corona como los MacLagan. Una unión entre estas dos familias sería contemplada con gran favor.
—No necesito una esposa —dijo Joe, con el mayor respeto posible.
—Ni una mujer. O, al menos, es lo que quieres hacer creer a todo el mundo. No es justo que te entierres con tu difunta esposa. Un hombre necesita la caricia de una mujer antes de volverse demasiado frío porque, entonces, ese hombre no se preocupa por nada y sus lealtades se resienten.
—¿Acaso su majestad cree que ya no puede confiar en mí?
—No te tenses, MacLagan. Sólo hacemos una observación. La tierra de la dote de la chica es contigua a la de los MacLagan.
—No lo sabía, señor.
—Que cayera en manos de los MacLagan, con los MacRoth comprometidos a defenderla a través del matrimonio, reforzaría aquella franja fronteriza. Que la tierra fuera a parar a manos de Fraser o de mi ahijado podría perfectamente significar tener que seguir luchando prestando poca atención a los ingleses. Y ya tenemos demasiados frentes abiertos. Nos gustaría tener una zona menos por la que preocuparnos. Nos quedaríamos muy tranquilos si supiéramos que allí reina la paz y la armonía mediante la unión de dos clanes leales. Casarse con la única hija de un hombre, una a la que él quiere con locura —el rey movió la cabeza hacia donde estaban Alaistair e ________, con el afecto del padre hacia la hija más que evidente—, es una unión tan fuerte como cualquier otra. Y la prueba la tienes en el matrimonio de Tavis.
Joe asintió con la mandíbula apretada. Su matrimonio con Catalina había mitigado el enfado de los MacBroth por el hecho de que Tavis no acabara casándose con su otra hija, a pesar de que la había tenido como amante. La pérdida de castidad de la chica no había roto la alianza, pero la había tensado porque resultó decepcionante. El matrimonio de Tavis con Storm Eldon significaba que, al menos en un punto de la frontera, los ingleses estaban dispuestos a mantener la paz, porque levantar una espada contra un MacLagan significaría poner en peligro a la única hija de un margrave inglés.
Sin necesidad de dar ninguna orden, el rey no podía haber dejado más clara su voluntad. Sin embargo, Joe miró a los ojos del monarca y vio que, si era necesario, daría esa orden. La frontera era motivo de preocupación para los reyes de ambos lados, y a menudo solía tener sus propias leyes. Dos clanes leales unidos por sangre defendiendo mano a mano una franja de aquella zona conflictiva era una tentación a la que el rey no podía resistirse. Significaría que, en ese punto, todo el mundo obedecería sus órdenes y podría contar con apoyos en la zona.
Joe vio la inteligencia del movimiento, e incluso entendió el deseo del rey por materializarlo. Sin embargo, aquello no contribuyó a relajar la tensión y la rabia por saberse con la soga al cuello. Ni siquiera el hecho de que aquello mejoraría su posición en la corte, lo enriquecería y sin duda alguna complacería a su padre lo consolaban.
Cuando decidió que no podía escapar, dijo:
—Si me da permiso para ausentarme un momento, majestad, buscaré a lord MacRoth para hablar con él.
Joe se acercó a Alaistair MacRoth con cautela. El hombre adivinó, con astucia, que todo era fruto de una orden real. Incluso mientras aceptaba la unión y discutía detalles en términos abstractos, Alaistair se preguntaba si era lo mejor para su hija. Era verdad que le gustaba, a pesar de que para él MacLagan era la antítesis del sueño de cualquier chica, al ser tan serio y corpulento. Y también veía que el joven no quería casarse con ________ o, quizá, con nadie. Además, también tenía que considerar la frialdad que mostraba. ________ estaba acostumbrada al afecto, ya fuera rudo, chistoso o amable. Y parecía poco probable que encontrara cualquiera de los tres en Joe MacLagan.
Cuando leyó la preocupación en los ojos del señor, Joe dijo:
—Seré un buen marido para la chica. No le pegaré ni iré con otras mujeres. No le faltará de nada, lord MacRoth.
«Excepto amor», pensó Alaistair, pero no dijo nada. Los demás tampoco la querían. A sus ojos de padre, la niña se hacía querer y no entendía por qué los hombres no podían ver más allá de la ausencia de curvas y descubrir a la auténtica ________.
Suspiró para sus adentros. Puede que Joe MacLagan no la quisiera, incluso puede que no fuera capaz de amar, pero la chica lo quería. Y aquello ya era más de lo que sentía hacia cualquiera de los demás candidatos. Quizás aquello bastaría para que fuera feliz y él quería que lo fuera. Lo que aquel hombre acababa de jurarle era mucho más de lo que los demás habían prometido.
—Me tranquiliza oír eso. Pero me quedaría mucho más tranquilo si no pareciera que te han condenado a la horca —gruñó.
—Entiendo su indignación, señor. Disculpe mi sequedad, pero usted sabe que he enterrado a una esposa joven. No deseaba volver a casarme y correr el riesgo de tener que estar de pie frente a una segunda tumba. —Joe suspiró, pero creía que aquel hombre se merecía su absoluta sinceridad.
—Es mucho más fuerte de lo que parece, chico. Muchos creyeron que el matrimonio supondría una sentencia de muerte para su madre, pero Meghan demostró a todos que se equivocaban. ________ no ha sido tratada como una muñeca por sus hermanos y así es mucho mejor. —Vio que Joe escuchaba sus palabras con educación pero no se las creía, así que cambió de tema—. La tierra es muy buena, aunque la casa necesita acondicionamiento.
—No se preocupe, señor. Mi familia vive cerca. Mi esposa y yo podemos vivir con ellos hasta que la casa esté lista. Mi hermano mayor está casado, así que su mujer podrá hacer compañía a _________. Sí, a Storm también le gustará tener a una mujer en casa.
La mirada de dulzura que cruzó por la severa cara del hombre cuando mencionó el nombre de su cuñada tranquilizó a Alaistair. Era un hombre con sentimientos. Si había alguien capaz de rescatarlos del perpetuo agujero donde estaban escondidos ésa era _________.
—Muy bien, pues vayamos a hablar con ella. Creo que no te rechazará ni necesitará demasiada persuasión.
Joe observó en silencio, y divertido, cómo Alaistair lo guiaba hasta el grupo de MacRoth pelirrojos y luego se llevaba a sus cuatro hijos pequeños sin ninguna sutileza.
Miró a la chica. Era una mujer menuda y bonita que ni siquiera ahora disimulaba su atracción hacia él. Joe no podía controlar por completo los buenos sentimientos que despertaba en él. Si se deshiciera de la fría y dura coraza emocional que se había autoimpuesto desde la muerte de Catalina, podría intentar obtener con facilidad todo lo que había querido antes, todo lo que su hermano había encontrado con Storm y que podía perfectamente matar a la chica que le sonreía con tanta dulzura. E intentaría evitarlo con todas sus fuerzas.
ForJoeJonas
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