Azul para siempre.

Galería de juguetes rotos. De productos defectuosos. De niños perdidos homicidas.
"Nuestros epitafios siempre serán borradores."

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- ¿Sabes?- dijo intentado sonar alegre mientras sacaba “Lithium” con efusividad de la mochila- Cuando Cobain murió le hicimos un funeral.
-¡No!- rió la chica. Quizás no fuera la mejor situación para reír, pero realmente su confesión le había divertido.
-Con un altar y todo- Él exhibía una sonrisa nostálgica. Jen no sabía si era mejor que su clásica sonrisa triste o peor (o si en realidad las dos eran la misma), pero le gustaba. Por eso decidió seguirle en juego.
- ¡Venga ya! ¡No fastidies!-En realidad no le sorprendía; Kurt Cobain había sido algo así como un semidios para su hermano. Y por supuesto seguía siendo la máxima inspiración de Alex.
- Incluso había velas. Cantamos sus canciones hasta bien entrada la madrugada. Hasta que nos pilló tu padre más o menos.- Alex también había empezado a reír. Se apoyo contra la pared y se deslizó hasta sentarse en el suelo.
- Ahora sí que me lo creo-Jen se sentó a su lado. El señor Collins jamás había compartido esa admiración, por aquel drogadicto con pintas de indigente que se hacía llamar músico.
-“¡No voy a permitir que un degenerado…
-…que se maquilla y que se droga os  meta ideas suicidas en la cabeza”.- Rió para luego soltar toda esa euforia en un largo suspiro- Mi viejo tenía sus momentos de gloria.

-¿Lo echas de menos?

- Supongo que sí…Andrew es muy mal sustituto.
- Hace lo que puede, tú tampoco se lo pones muy fácil.- Alex intentó sonar desenfadado, pero no pudo evitar el tono de reproche en sus palabras. Jen sabía que probablemente Alex defendería a su hermano aunque este fuera un asesino en serie. Era algo que no podía evitar.
-¿Podemos cambiar de tema?
- No quieres hablar de Erika, no quieres hablar de Andrew…
- Últimamente no quiero ni vivir.- Esto alarmó a Alex, que a pesar de todo consideraba a Jen la chica más vital que había conocido.
- No me malinterpretes…no me pienso tirar del George Washington...pero si el viento me hiciera caer no sería precisamente una desgracia.
- Para mí sí.- Alex sonó seco y sincero, lo que emocionó a la chica.
- Lo superarías.- Se encogió de hombros y sonrió, intentando restarle importancia a su propia muerte.
- No se me da bien superar las cosas.-  sonrió aún más, mostrando que estaba todavía más triste.
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La cabeza de Alison rebotaba desacompasadamente contra la ventanilla del autobús.  Aunque los golpes hubieran sido lo suficientemente fuertes como para romper el cristal ella no se hubiera enterado. Sus ojos se centraban en un bote de pastillas y su mente en un desacertado plan que presentía que jamás pondría en práctica.
“Para la ira”- rezaba una pegatina del gobierno en el centro de ese bote transparente- “En caso de agotamiento, rellénese en el centro neurológico más cercano.”

Todos sus delirios acabarían si tomaba una. Todo volvería a estar bien- “No se olvide, la felicidad nace de la bondad. Sea bueno, sea feliz”
Alison resopló sonoramente al leer esta última frase haciendo despertar a una anciana de su apacible siesta. Esta volteó la cabeza hacia la chica y con una amable sonrisa le pidió que, por favor, fuese un poco más silenciosa y le sugirió suavemente que quizás tendría una mañana más productiva yendo a la escuela. Su interlocutora tensó todos los músculos de su cara tratando de imitar el gesto de aquella correcta señora (haciendo que sus ojos parecieran más rasgados todavía) y le pidió disculpas, tanto por su escandaloso ademán, como por no estar cumpliendo su deber de adolescente al no asistir a clase. Prometió además, que en la próxima parada bajaría del autobús se dirigiría a su centro educativo. La anciana asintió y volvió a cerrar los ojos con delicadeza.

 Alison la observó detenidamente: su respiración pausada y el modo en el que la comisura de sus labios se curvaba al dormir irradiaban paz y tranquilidad por todas partes. “A ella no le cuesta”- pensó. Su sonrisa había sido fluida y natural, seguro que llevaba muchos años siendo feliz. “Buena y Feliz”.

“Ella es mucho mayor que yo, está acostumbrada. Le gusta este estilo de vida. Algún día yo misma seré así”- se repitió mentalmente. Sin embargo, había algo que no cuadraba en esa deducción: no solo los ancianos parecían contentos, sino todas las personas de su entorno social, incluidos sus propios compañeros de clase.

 Cabe destacar que, desde que tenía uso de razón, Alison había sido el bicho raro de la escuela. No solo su físico era notablemente diferente a la moda del año en el que había nacido (su madre amaba los rasgos orientales, y su padre solicitó abundancia de pecas en piel y rostro), sino que su forma de actuar, su mueca de descontento permanente y su mal humor le habían impedido encajar.

En Nizina nadie estaba nunca triste o malhumorado, el nivel de pobreza era prácticamente nulo, al igual que el de violencia. No había problemas ambientales, o de suciedad en las calles. Todo era perfecto. ¿Cómo lo habían logrado?

Alison arrugó la nariz y sus ojos se volvieron a posar en el bote de pastillas. Desde los primeros años de preescolar sabía la respuesta de memoria.

Neurociencia.

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 LA PEQUEÑA BIOGRAFÍA DE UN AMANTE DEL VIENTO
A la corta edad de 17 años, Jeremy Smith había estado a punto de morir tres veces. Dos huracanes y un tornado, para ser exactos.
 –Eso no es exactamente así- solía decir – más bien el viento me salvó la vida en tres ocasiones.
-¿Te salvó la vida?- preguntaba incrédulo su interlocutor-
- Por supuesto- se encogía de hombros- sigo vivo ¿no?
Los  argumento que destacan por su lógica y absurda simplicidad son, paradójicamente, los más difíciles de rebatir. Sobretodo viniendo de una mente como la de Jeremy Smith, cuya filosofía de vida era no cuestionarse absolutamente nada y dejarse llevar  por la suerte.
-Me ha ido bien- me confesó aquella vez que hablamos del  4 de mayo del 94- quiero decir, que el viento me ha zarandeado , golpeado destrozado…como si estuviera en una cuerda de algún funambulista. Pero, ¿sabes? creo que esos soplos de aire eran justo lo que necesitaba para no perder el equilibrio. Te lo digo porque pareces tener pinta de entender ese tipo de cosas. ..El viento siempre ha estado ahí.- asentí con la cabeza a pesar de no comprenderle del todo.
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-Y tú, Jake: si  quieres comerle la lengua a Alysa hazlo con cuchillo y tenedor, que a este paso nos denuncian por exhibicionismo ante menores.
 
Con “menores” se refería a Jen, por supuesto, que hubiera protestado de encontrarse en una situación más favorable.
 
-Joder, Alex. Ni que la Collins fuera virgen.
-Pero al menos tiene buen gusto y no intercambia fluidos corporales por cada rincón público de Seattle.
-Oye, que a ti no te vayan especialmente las tetas no significa que yo tenga que ocultar mi amor por las mujeres.
-Lo que deberías tratar de ocultar es tu subnormalidad profunda, que he oído por ahí que andan buscando ratas de laboratorio, y contigo tienen una mina de oro.
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“Erase una vez…– ¿¡Erase una vez!? ¿Pero qué tengo? ¿Cinco años? Dios, ¡Qué asco!
 “Hubo una vez…– ¡Sí! “Hubo una vez” suena menos a cuento mierda de Disney
“Hubo una vez un tío – ¿Será correcto escribir “tío” en un libro? Bueno, Holden Caulfield no paraba de decir “tío”, pero muchísimo,  y El guardián entre el centeno es una pasada. De verdad, alucinante.
“ Hubo una vez un tío – mmmmm –“Hubo una vez un tío que nació pegado a la rama de un árbol. No me preguntéis por qué, si no puedes soportar una historia sin lógica deja de leer ¡Ya!
 Bueno, se ve que sigues ahí, eso me da permiso para soltar todas las gilipolleces que me apetezcan. Te aviso desde ahora.”– ¿¡Pero por qué soy tan idiota!? Necesito que me revisen el cerebro o algo así.
“El caso es que el chaval se creía muy feliz ahí viendo los días pasar mientras el sol le daba en la cara, el viento le mecía suavemente y todas esas cosas que en las películas quedan tan bien”.
“Pero un día llegó el otoño, y claro, el pobre hombre no tenía ni idea de cuál iba a ser su destino. El destino es una cosa horrible, de verdad, conozco una frase muy interesante acerca de este tema, creo que la dijo Shakespeare: “El destino baraja las cartas, pero nosotros somos los que las jugamos”
A ver, no es por desacreditar a Shakespeare ni nada, pero esa frase no siempre es verdad. Que a veces la baraja está trucada, vamos, y por muy bien que juguemos, la derrota es segura. “
–Me estoy saliendo del tema de lo lindo. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!
“A la llegada del otoño el chico, junto al resto de las hojas, cayó. Cayó al suelo. Y se abrió la cabeza
Y bueno, ahí estaba el tipo: muerto, tirado en medio del boulevard de alguna ciudad de mierda mientras la gente pasaba por encima de él. Las mujeres, con sus tacones de aguja  le abrían heridas en el costado, los  críos pinchaban al hombre con palos y los perros le meaban encima. Incluso una panda de jóvenes decidió quemarle el pelo. No por maldad, sino porque para ellos, él no era nada.
Y, cuando el tío que nació pegado a la rama de un árbol se hubo convertido en una masa de sangre y vísceras podridas que ya ni siquiera podían alimentar a parásitos callejeros, comenzó a llover. Y la lluvia disolvió su triste existencia para siempre, dejando tan solo algún hilillo de jugo intestinal y la sensación de que la acera  se veía más bonita.


Por si os interesa, nadie se acordó de aquel tipo. Porque la humanidad  tiene cosas mejores que hacer que recordar a una persona despreciable e inútil que no hizo más que estar en la rama de un árbol creyéndose superior al destino. Bueno, en realidad eso da igual, porque dentro de nada a la gente le importará una mierda que hayamos existido. Caminarán por encima de nuestros cuerpos descompuestos procurando no mancharse sus carísimas botas (o lo que sea que calcen en el futuro) mientras agradecen estar vivos sin saber muy bien lo que es eso. Y esto es así.
 FIN”
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”Levanta la vista poco a poco, procurando no ver el reflejo del metal  a la luz de la Luna. Ni se te ocurra distraerte con la oscuridad de su mirada, con esa sonrisa sádica que le deforma el rostro. Tranquila, ese ágil movimiento no quiere decir que esté alzando el puñal. Esa sangre que brota de ahí no es tuya, jamás has proferido ese aullido. No estás muriendo.”
“Todo está bien”
“Todo está bien”
“Todo est

A ver esto lo escribí con 9 años y me hacía ilusión pornerlo.
EL MONO

El mono es un hombre que suspendió todo y le cambiaron de la ciudad a la selva. El mono suspendió geografía, sólo sabía cómo se llama la tienda de cacahuetes que estaba al lado de su casa. El mono no sabía conocimiento, solo sabía que él era un mono y su amigo Jhonson un ratón. El mono había suspendido lengua, sólo sabía sacarla. El mono ahora es feliz en la selva, lo único que siente es que tardó mucho en repetir 7 veces.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Nunca he querido saber qué significa mi nombre, tengo una especie de miedo irracional a que el descubrirlo me marque para siempre. Imaginad que resulta que Skadin significa “regalo de Dios” o algo así. Me vería inconscientemente obligado a ser un regalo de Dios el resto de mi vida.
Que estas cosas pasan, por ejemplo ese medio ligue de Lara, la tal Dolores. Pues la tía es masoquista perdida, en serio, parece que le guste ir sufriendo por la vida. Claro, a Lara le encanta porque es un alma rota o algo así. Dice que la gente triste es mucho más interesante, que al ser tan sensibles no soportan un mundo  cruel y desalmado como el nuestro. Yo creo que eso es una tontería, que si al final nos vamos a morir de todos modos no le veo el sentido a pasarse la vida lamentándote de tu propia existencia y haciendo un drama de todo. Pero vamos, que qué se yo que solo soy “un crío de diecisiete años que no ha leído poesía ni se ha enamorado”. Pues oye, vale, pero soy feliz…o al menos lo intento.
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Lo primero que Max pensó al abrir los ojos aquél lunes 23 fue que había abierto los ojos.
-Joder, estoy vivo- se dijo con alegría. Max no tenía ningún motivo para pensar que su vida corría peligro, pero es que él era así. Ya sé que es un cliché decir eso de “él era así”, pero es que lo era: él era así.
Lo segundo que se le pasó por la cabeza, (si cabe, todavía más esperanzador) era que El Niño de Moscú no estaba allí. Hoy iba a ser feliz, aunque le costara la vida.
Luego se dio cuenta de que para empezar lo que él quería que fuera el mejor día de su vida debía levantarse, vestirse, tomar tostadas con té y todo eso que hace la gente por la mañana.
No me entretendré en explicar cómo Max cogió la primera camiseta que atisbó en su armario (si se le podía llamar así a esa pila de ropa vieja  que amenazaba con alcanzar el tamaño del Everest) y se la puso mientras daba saltitos hacia la cocina pues me parece rutinario en exceso. Y lo rutinario es mortalmente aburrido, incluso tratándose de la rutina de Max.
Por el contrario debo relatar el modo en el que entró a la cocina y la luz del sol le dio en la cara haciendo que sus ojos color tormenta de verano relucieran con mucha intensidad (pero no la suficiente). Con una sonrisa de oreja a oreja  y un tono de voz quizás demasiado optimista se dirigió a su hermana:
-¡Buenos días Lyla! ¡Las estrellas se han caído y tu prótesis brilla tanto como el sol!
-Si eso es un piropo te lo puedes meter por…
-¡Eres la reina de todo lo que alguna vez vi! ¡De cada canción cercana y lejana que…
 -¿Te funciona eso con Elena? ¿O pasa de ti como siempre?- disparó con frialdad
 “Touché” pensó Max con un deje melancólico y dejó  disfrutar a su hermanita de esa pequeña victoria personal. Se sentó en una desvencijada silla y observó a la niña con la que, por más que le sorprendiera, mantenía una relación filial. Lyla se encontraba sentada en su taburete, balanceando su piececito con la mirada fija en la taza de leche con cacao que tenía ante sus ojos. Tenía los mofletes apoyados en ambas manos, ya que su cabeza parecía incapaz de sostenerse por sí misma, en parte por el cansancio-Pensó nuestro protagonista- en parte por el mal humor. Demasiado mal humor para tener seis años. Demasiado lista también.