Lucas 15, 24

 LUCAS 15,24.
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-Lo peor de vivir en la calle no es el hambre, o el cansancio, sino la soledad. –2: 30 de la madrugada. Natalia escuchaba fascinada mientras tomaba el pulso a aquél hombre (le sorprendía que pudiera hablar dada la gravedad de sus heridas) – es como vagar por un desierto donde las personas son solo espejismos. – Sonrió, hizo una pausa para inspirar ruidosamente y después se ladeó su cabeza hacia la otra mujer presente en la parte trasera de la ambulancia. – aunque, bien pensado, quizás el espejismo sea yo: ¿No cree… señorita?
Teresa evitó el contacto visual echando un vistazo al electrocardiograma. ¿Por qué estaban tardando tanto en llegar al hospital? Parecía como si el tiempo se hubiese congelado más allá de aquel pequeño espacio, donde todavía flotaba en el aire esa pregunta casi maliciosa. Pregunta formulada por una voz desgraciadamente familiar.
-Señora- corrigió al fin – estoy casada.
- Vaya, me alegro.
Apretó los puños. No, definitivamente no podía soportarlo. Aquella voz, aquellos ojos que le traían recuerdos agridulces de su infancia. Todo ello pertenecía al pasado hasta hacía apenas unos minutos.
…..
Teresa  siempre había visto hermano mayor como una gran cicatriz que surcaba el pecho de toda su familia. Una cicatriz que había tardado años en cerrarse y que ahora se había abierto  con violencia. ¿Por qué había vuelto a cruzarse en su camino?
Con el paso de los años Saúl se había convertido para ella en una especie de personaje de ficción. Había mentido tanto a su madre cuando esta preguntaba si sabía algo de él que ella misma había acabado por creer que su hermano  tenía una vida envidiable en un tranquilo pueblo mexicano.
Un buen día aquella mujer, ya mayor, dejó de preguntar por su hijo y desde entonces Teresa también archivó la imagen de aquél eterno adolescente cabreado en un oscuro lugar de su memoria, como una novela ya leída que solo aspira a coger polvo.
Pero ahí estaba, con tres puñaladas en el costado y hablando de desiertos y espejismos. Una extraña broma del destino, una pesadilla  con tintes muy realistas, una situación de la que no podía huir sin escuchar el clásico sermón de Natalia acerca de la empatía como virtud fundamental en un médico.
….
Un pitido la sacó de sus pasamientos. Saúl estaba empezando a perder la consciencia y sus latidos eran cada vez más irregulares. Solo entonces Teresa se permitió observarlo de verdad. Desde luego, los años y las noches a la intemperie habían hecho mella en su cara y una capa se suciedad se había acumulado en su piel, pero seguía siendo el mismo. Con su mata de pelo negro y sus dientes torcidos, le parecía estar viendo al niño pequeño que jugaba con ella a los coches de carreras. Un niño al que debía salvar.
Corrió a socorrerle, la venda que le cubría el torso se estaba cubriendo de manchas rojizas con una rapidez alarmante. Se sorprendió a sí misma deseando que él no se hubiera llevado la peor parTe. Que su hermano hubiera arremetido con fuerza contra aquél que le hubiese atacado, haciendo uso de toda la ira con la que un día dio un portazo y se fue de casa para no volver más.
Natalia daba rápidas instrucciones alarmada. Teresa tenía quitarle la venda. Le estaban perdiendo.
-Teresa- murmuró Saúl cuando ella tocó su piel. Su tono de voz no tenía nada que ver con la fingida despreocupación con la que había hablado momentos atrás.  -Teresa
- ¿Por qué conoce tu nombre?
-No sé- contestó turbada, aunque en seguida encontró la excusa perfecta.- supongo que habrá leído mi identificación.
Saúl agarró con fuerza la mano de su hermana, mirándola a los ojos con las pocas fuerzas que le quedaban. Parecía desesperado.
- Teresa, llama a mamá. Dile que he vuelto a la vida.
- Está delirando- concluyó Natalia asustada. Habían llegado al hospital. El paciente pasaba a ser responsabilidad de los médicos que esperaban allí. Cinco personas trataban de llevarse la camilla a la sala de operaciones pero él seguía sujetando la mano de Teresa como si le fuera la vida en ello.
-Llámala. Díselo, dile que estaba perdido y me he encontrado. Teresa, por favor.- Ella asintió casi sin fuerza, sin oponer resistencia a aquél intenso apretón. ¿Cómo explicarle la última vez que había hablado de él con su madre había sido para contarle lo feliz que era con su supuesta familia, allá por Latinoamérica? ¿Cómo decirle que esa señora a la que llevaba media vida sin ver ya ni se acordaba de que tenía hijos?
-Lo haré- susurró débilmente.
Sus manos se separaron. La multitud que rodeaba a Saúl se dirigió a toda velocidad hacia el interior del hospital.
Teresa observó la camilla alejarse con la certeza de que su hermano no sobreviviría a aquella noche.

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