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A Place To Stay

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Mensaje por Kevonita Jue 16 Abr 2015, 7:51 pm

Nombre: A Place To Stay
Autor/a: Kevonita, Lorena, (moi)
Adaptación: No.
Género: Romance.
Contenido: Nada excepcional.
Advertencias: No es una novela ni mucho menos terminada. Si no te gusta esperar para leer el próximo capítulo, tal vez no esté a tu altura. También te gustaría saber que esta es la segunda parte de A Place To Belong, que subí hace dos años y no tuvo mucho éxito por eso, creo que empezar por la segunda parte me parece una buena idea considerando que esta historia deja abiertos muchos frentes que tienen explicación en la primera parte.
Otras páginas: No.

A Place To Stay Tumblr_marfguXcH21rteud2_zps4c739580

A Place To Stay.


Los sueños nunca son poderosos: pueden hacerte creer cualquier cosa.
Y quién pensaste que, sus brazos, eran el lugar perfecto para quedarte para siempre.
 
Arriesgó su corazón y falló. Fue ella misma quién falló.
Ahora, Morgan es dama de honor en la boda de su mejor amigo.
Como tal, tiene que ayudar en las tareas; no es que a ella le importe.
Pero tal vez, solo hay una cosa que no va a saber muy bien cómo lidiar.
Después de todo el tiempo que ha pasado, sigue enamorada del padrino.
Irremediablemente.
Irracionalmente.
Perdidamente.


Última edición por Kevonita el Lun 20 Abr 2015, 5:06 pm, editado 1 vez
Kevonita
Kevonita


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A Place To Stay Empty Re: A Place To Stay

Mensaje por Kevonita Jue 16 Abr 2015, 7:55 pm

¡Hooooola! Sí, soy yo de nuevo, con otro proyecto :)
He tenido poco éxito publicando novelas en este foro, no espero que esta vaya a cambiarlo. Sin embargo, si te pasas por aquí aunque sea a leer la introducción, muchas gracias por haberte tomado el tiempo de hacerlo :)


¡Un beso!
Kevonita
Kevonita


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A Place To Stay Empty Re: A Place To Stay

Mensaje por Kevonita Lun 20 Abr 2015, 4:55 pm

1.- Undoing Memories (Part I)
 
—¿Morgan? ¡Morgan! ¡Mamá dice que es hora de que acabes de prepararte o llegarás tarde!
 
La aludida comenzó a ordenar  los post-it  por cronología con meticulosa delicadeza dentro de la caja que los contenía normalmente. Como la advertencia había sonado desde el piso de abajo, todavía tenía treinta segundos antes de que Jem subiera las escaleras perezosamente y arrastrase los pies hasta donde se encontraba ella.
Abrió la puerta justo cuando estaba empujando disimuladamente el cartón de vuelta a su sitio original, bajo su cama.
 
—Creí que habías aprendido a tocar la puerta de pequeño —le reprochó frunciendo el ceño.
 
James sonrió encantadoramente y golpeó la puerta con los nudillos.
 
—¡No seas condescendiente! —le regañó graciosamente—. Podría estar cambiándome.
—Lo siento, ¿de acuerdo? Como normalmente ya nunca estás en casa entro cuando me place sin tener que preguntar.
—¿Entras en mi habitación a hurtadillas? —Dijo, y ahora que se había levantado se acercó amenazadoramente hacia él—. ¡Pequeño cotilla! —acusó y comenzó a hacerle cosquillas.
—¡No, no! —gritaba él tratando en vano de sacársela de encima—. ¡Para, Morgan! ¡Sólo vine a coger prestados algunos bolígrafos, por favor! —se explicó entre risas.
—Oh, entonces… ¡Pequeño ladronzuelo!
 
Y comenzó de nuevo con la tortura; un severo ataque de cosquillas que le hizo llorar de la risa y rogar por piedad.
 
—¡Morgan, para!
 
Era increíble que hubiera crecido tanto y eso le recriminase el poco tiempo que pasaba en casa. Jem había ganado altura y se había dejado crecer el pelo que caía despeinado sobre su frente en un torrente de ondulaciones negras y apenas podía cargar con él como años atrás solía hacer producto de su adoración y predilección hacia su primo. Claro que tenía trece años y estaba por cumplir los catorce.
Todavía recordaba el día en que llegó a esa casa arrastrando sus muletas con la torpeza de una niña de doce años tratando de memorizar cada minúsculo detalle en una sola ojeada escéptica, insondable y, sobretodo, vulnerable, triste… huérfana. Quería correr inútilmente a algún lugar seguro y dar rienda suelta a su desdicha, consumirse en sus propias lágrimas y ver a sus padres una última vez aunque eso significase el comienzo del dolor por su pérdida una vez más. Ahora su mundo era un rompecabezas irreconstruible con un futuro pendiente de labrarse solo por ella misma sin una madre que acariciase dulcemente su pelo consolando su insignificante problema o un padre que la llevase a recitales de ballet presumiendo que ella era su hija.
Estaba aterrorizada.
Una vez instalada en su nueva habitación pidió cortésmente a sus tíos que la dejaran sola acomodando sus cosas; necesitaba familiarizarse por ella misma en su nuevo entorno, llorar por su habitación y su vida perdida que nunca volvería.
Todo era impecable allí: desde el cubrecama hasta la alfombra de un pálido color amarillo que hacía juego con las cortinas. Acarició el algodón de la colcha deleitándose en su suavidad, recordando cómo sus padre se turnaban cada noche para arroparla y contarle cuentos cuando era más pequeña y luego, cuando creció, transmitiéndole sus experiencias y regalándole consejos, prometiéndole que el día siguiente que la esperaba sería mejor que el anterior. Nada de eso iba a suceder nunca más, se recriminó con crudeza ella misma, arrugando la tela que antes había estado acariciando en sus puños mientras las lágrimas habían sobrepasado el umbral de sus ojos y se deslizaban sin piedad por sus mejillas cubriendo su pequeño rostro.
Agarró el peluche que seguramente Susan había puesto allí como regalo de bienvenida y lo arrojó lejos de su alcance, a la puerta, levantándome como una exhalación haciéndose daño en la pierna sin importarle. El dolor de su corazón era mucho más profundo y lastimero que cualquier herida superficial. No obstante, apretó los dientes encerrando un grito de dolor arrancando las telas que cubrían el colchón dejándolo desnudo, una de otras tantas formas en las que se veía. Se sentó en el centro, agarró sus rodillas y se meció tratando de recobrarse de otro ataque de pánico que amenazaba con sobrepasarla. Se tragó un incipiente llanto incontrolado y, mientras trataba de ahogar eso dentro de ella, lo escuchó.
Escuchó un llanto de bebé.
¿Es que acaso esa pequeña criatura percibía su agonía? Era un llanto desgarrador, que le estremecía el cuerpo.
Tomó una bocanada de aire por fin, liberando su transición como la llamaba el psicólogo que la había atendido en el hospital todo el tiempo que había estado ingresada. Pero nada salió cuerpo salvo suspiros temblorosos. Todavía oía el cruel llanto del bebé rompiendo la tranquilidad de la casa. ¿Es que nadie iba a cogerlo y consolarlo? ¿Es que iban a ser tan crueles con él?
Rescató sus muletas del suelo y se puso en pie, siguiendo el sonido del histérico llanto que se encontraba dos puertas más allá de la suya, en una preciosa habitación infantil llena de juguetes a raudales bien colocados sobre una amplia estantería. En la puerta presidía un nombre: James.
Se acercó a la cuna, asomándose para ver a una criaturilla indefensa ante su única manera de comunicarse con las personas. Todavía tenía los ojos cerrados con lágrimas recientes e hizo resonar otro quejido antes de reparar en que tenía compañía. El accesorio colgado de la cuna no había parecido apaciguar su rabieta, sin embargo, sí lo hizo ella. Solo fijó con atención los ojos en ella y… se calló. Parecía que ahora que había conseguido su propósito llamando la atención de alguien ya no tenía más que hacer.
Estaba tumbado boca arriba y tenía unos ojos del mismo color que el suyo y el pelo que comenzaba a crecer era negro, como el de su padre. Sus mofletes sobresalían y llamaban la atención, sus labios abiertos emitiendo pequeños gorjeos, adorables y contenciosos de una nueva vida. Por un momento pensó en todo lo que había aprendido, en cómo no conocería jamás a alguien que había estado esperando con ansias, a quien poder cantar nanas o hacer que un pájaro domesticado subiera a su mano.
Le entró el pánico.
Y lo único que pudo hacer fue alejarse precipitadamente y salir de allí como pudo.
Hasta que el pequeño James volvió a llorar por haber perdido a su única compañía.
Y de nuevo su corazón se deshizo en desdicha al escucharle.
Arrepentida, volvió con prudencia a su lado. Como antes, el niño se tranquilizó solo con encontrarla allí a su lado.
 
—Hola —murmuró tímidamente. Para su sorpresa, el pequeño sonrió pataleando en el aire.
 
Como respuesta (y único modo de comunicarse), emitió un gorjeo que la hizo sonreír. Sonreír en días.
Alargó su mano con intención de hacerle una carantoña, acariciándole la mejilla. Como si eso no bastase para él, interceptó su mano aferrando sus deditos en uno de los suyos, lo máximo que podía abarcar su pequeña manita. Su corazón dio un vuelco porque todo lo que creía muerto en ella parecía haber prendido una chispa en ella, ésa que podía empezar a iluminar un poco el camino.
Retiró el dedo con cuidado de su manita y ante la pérdida de su contacto, comenzó a hacer unos pequeños que desembarcarían en llanto si no rehacía su posición. Pero ella no quería eso. Dobló medio cuerpo sobre la cuna alargando los brazos y lo cogió justo para cobijarlo ahí, junto a ella.
Debido a su estado avanzado de buena esperanza, su madre la había enseñado a coger un bebé en brazos para cuando su hermano pequeño naciera: “la cabecita ha de reposar entre tu brazo y con el otro debajo has de acunarle la espalda. ¿Lo entiendes?” solía decirle y ella asentía exaltada de emoción porque faltaban poco más de tres meses para que Lucas naciera. Practicaba constantemente con un muñeco de juguete que sus padres habían comprado para ella.
El pequeño cuerpo del bebé no se resistió, al contrario, parecía haber estado aclamando ese tipo de contacto familiarizado y ahora sus mejillitas se hinchaban cuando estiraba las comisuras de los labrios en una sonrisa platónica.
Comenzó a mecerlo de la misma en la que había visto mil y una veces a sus progenitores hacer en los videos caseros y cantarle con voz muy dulce, con el corazón encogido la melodía suave y simple que su madre hizo para ella:
 
Vuela, mariposa, vuelva,
Que libre por fin serás,
Con tus colores como el viento,
A todos hipnotizarás.
 
 Vuelva, mariposa, vuela,
Con tus alas te alzarás,
En la cálida primavera,
Libre por fin serás.
 
Hipnotizada por el sonido, la criatura se mantuvo en silencio, atendiendo cada nota que salía de sus labios y al finalizar su canción, el pequeño sonrió. James sonrió de nuevo.
 
—¿Te ha gustado?
 
El pequeño gorjeó en sus brazos y se removió.
 
—Yo creo que sí —alzó el rostro sobresaltada encontrándose con el familiar rostro de su tía y su tío observando la escena enternecidos. No se había dado cuenta de que estaban ahí.
—¿De veras? —se atrevió a preguntar tímidamente volviendo la mirada al pequeño. Siempre se los había imaginado más llorones y chillones y, no obstante, a pesar de su primer encuentro, la apariencia angelical de James daba a entender que se comportaba como uno.
—Ya lo creo —asintió su tía esbozando una sonrisa—. ¿Y sabes que más creo? Creo que le gustas.
—Y a mí me parece encantado de que le cantes nanas —observó Phil, su tío, por encima del hombro de tía Susan mientras se rascaba las cejas con gesto avergonzado mientras confesaba—: A mí se me da pésimamente mal.
 
Para cuando volvió a mirar el cuerpecito del pequeño James entre sus brazos luciendo realmente acomodado allí, pensó en lo grande que es el mundo y lo pequeña que es la vida en comparación, en como unas vidas se van y otras vienen a reponer la pérdida y ella entonces pensó que ante su pérdida, mirando a los ojos de su primo, tal vez el dolor se aliviaría un poco.
 
Morgan se deshizo en más cosquillas hasta dejar a James en el suelo, retorciéndose sin parar.
 
—¡Entiéndelo! —rogaba con dramatismo, llorando con fervor ante sus cosquillas—. Tienes bolígrafos a montones… ¡Necesitaba… uno!
—Necesito todos esos bolígrafos, hombre. Nunca se sabe cuándo la inspiración puede llegar y hacerte ganas un Grammy.
—En tu ca-aaso… el terce…ro…
 
Finalmente se cansó porque ya lo tenía a su merced  y puso en pie en su espalda sin apoyar el su peso. Colocó los brazos en jarras y sonrió triunfalmente a pesar de que James no podía verla. Aún con todo, era un gran logro pues siempre era ella la víctima de las cosquillas y por una vez, era el verdugo.
Profirió una risa malvada.
 
—¡Eso te enseñará, señorito! —sentenció  y con sus zapatos en la mano, su regalo y una caja de terciopelo azul noche, saltó por encima de él. Le sacó la lengua justo antes de volver la esquina, mientras su primo trataba de acomodar su pelo de vuelta a su peinado normal y proliferaba una venganza cuando menos se lo esperase. Morgan sabía que tenía que vigilar sus espaldas.
Siguió el camino que tenía memorizado desde tanto tiempo como podía recordar, cruzó la calle, dobló la esquina y subió la pendiente de poca pronunciación que hacía la calle principal del pueblo y tuvo que cruzar de nuevo una carretera para llegar a Heaven’s Place (and Restaurant) que gozaba de una buena clientela y un ambiente estupendo. Gracias a su amplio espacio (hacía pocos años que habían reformado el piso de arriba para poder abastecer a los turistas y esquiadores que llegaban al pueblo durante todo el año) el lugar estaba repleto de gente que llegaba atraída por las buenas críticas en la gastronomía local y sus impresionantes vistas que en invierno hacían las delicias de los más apasionados de las nieve. Para delicia de otros trotamundos que buscaban destinos paisajísticos para pasar el verano e inmortalizar imágenes sobre atardeceres perfectos sobre montañas impresionantes, aquél era el lugar ideal.
Hacía tiempo que había dejado de ver Telluride como campo enemigo y más como su hogar pero todavía sentía a flor de piel el miedo, la inseguridad y la traición de su padre al dejarla sola frente al mundo siendo solo una chiquilla. Se estremeció y se obligó a si misma a enterrar de nuevo sus desafortunados recuerdos en el lugar más recóndito de su mente, en parte porque había entrado en el restaurante de su tía y volvió a la realidad al escuchar como alguien contenía el aliento al verla: su fama también había convertido Telluride en un sitio al cual acudir de vacaciones para sus fans, con la suerte de encontrarla allí.
A diferencia de otras celebridades que perdían el interés rápidamente por sus orígenes y raíces y buscaban casas millonarias y lujosas que fácilmente podían confundirse con hoteles con más de media docena de habitaciones y sus correspondientes cuartos de baño, ella prefería la calidez y la sencillez de aquél pequeño pueblo. Pero su principal razón era su familia con quienes, a pesar de la diferencia horaria de cualquier parte del mundo en la que estuviera –o por muy fatigada que se encontrara–, siempre encontraba tiempo para ellos. No pasaba un día sin que no hablara con ellos y lo último que quería era que Jem pensara era que lo había olvidado. Por eso se esforzaba en que Jem la tuviera presente siempre en su mente aunque no pudiese estar a su lado; quería que se acordara de ella recordara, que no se olvidara de ella, ése era su gran temor. Jem todavía era pequeño cuando Kevin Jonas consiguió lanzar su carrera musical a lo más alto y las múltiples promociones, entrevistas, actuaciones o apariciones se sucedieron pronto. Ambos estaban muy unidos por un vínculo fortalecido por las tragedias familiares pasadas y no era algo que Morgan se tomase a la ligera: lo más sagrado que tenía en el mundo entero, por encima de todo y todos, era Jem y no pensaba dejar que nadie se interpusiera entre ellos porque quizá su árbol genealógico dictaba que eran primos, pero eran mucho más que eso. Eran familia. Eran hermanos.
Ahora que ya estaba creciendo, Morgan podía apreciar el cambio que estaba ofreciendo el principio de su adolescencia. Solo esperaba que no se descarrilara más de lo normal porque intuía charlas de hermana mayor con frecuencia si eso ocurría.
Todavía era relativamente pronto cuando entró en el restaurante de sus tíos, para el cual ya estaban las mesas dispuestas esperando la clientela de la noche. Eso no quería decir que no hubiera nadie, tan solo con poner un pie en el suelo de madera, una oleada de murmullos se expandió en todo el local. La piel se le erizó. Habían pasado tres años pero todavía tenía que acostumbrarse y estaba segura de que tenía que llover mucho antes de que eso ocurriera. Esbozó una tímida sonrisa y sus pies tomaron el rumbo con la experiencia de los años allí pasados.
La remodelación también había consistido en una nueva barra de servir más amplia, de aspecto rústico, que jugaba con los tonos oscuros del suelo y las paredes. Una magnífica vitrina tallada a mano estaba bien provista de bebidas de todo tipo al alcance de los camareros. Las lámparas, más contemporáneas, ayudaban a que el contraste no quedara demasiado pesado a la vista. Era un cambio radical que aquel lugar merecía después de que estuviera a punto de ser embargado. El estilo, sin embargo, no había cambiado un ápice; seguía siendo un lugar cálido, acogedor y familiar. Allí no tenían premios gastronómicos reconocidos pero se habían ganado críticas estupendas y recomendaciones en guías turísticas de Colorado.
 
—¡Morgan, hola! —exclamó la voz de un viejo conocido. Acodado sobre la barra con su habitual jarra de cerveza diaria (solo tomaba una antes de ir a casa a cenar), George Tate le sonrió con cariño y la atrajo hacia sí en un rápido movimiento, espachurrándola hasta casi dejarla sin aliento. Era su seña de identidad y ella no pensaba quejarse porque merecía la pena sentirse bienvenida de la misma manera, salvo porque esta vez faltaba algo. O más bien, alguien.
—¡Hola, Georgie! —entonó sin dificultad con la misma excitación que el hombre mayor alisándose el vestido ahora que la había soltado. Si Bella veía una sola arruga sobre el sabría que había sido Georgie y estaba vez estaba completamente segura de que cometería allanamiento de morada, más concretamente de armario y cosería todas las costuras de todas las camisas del hombre solo para evitar que le ocurriera por enésima  vez lo mismo. Bella también era objetivo constante de sus cariñosos abrazos—. ¿Dónde está Lenny?
 
Lenny era el mejor amigo de George desde que tenía conocimiento. Ambos se habían alistado en el ejército y habían luchado en la Guerra del Golfo juntos, en el mismo batallón. Lenny solía contarle con pasión cómo George casi había dado su vida por salvarle recibiendo un tiro.
 
—Oh, ese viejo decrépito se ha ido a pasar unos días a Denver, con su hija. Era el cumpleaños de Michael, uno de sus nietos.
—¿Viejo decrépito? —dijo con escepticismo Morgan, mirándole como si no tuviera remedio—. ¿Qué ha pasado para que digas algo completamente horroroso sobre él?
—Se atrevió a contra nuestros Rockets. Eso son palabras mayores —dijo con dignidad el hombre. Morgan sonrió: si aquello no era amistad, no sabía que otra cosa podía ser. Si había algo sagrado  para George eso eran sus Denver Rockets, a pesar que éstos habían cambiado su nombre original a Denver Nuggets hacía ya medio siglo.
—De pecado capital —Morgan alzó los ojos al cielo y George hizo lo mismo por la carga excesiva de ironía de sus palabras—. Apuesto a que le echas de menos.
—El bastardo no se lo merece, pero que eso quede entre tú y yo.
—Trato hecho.
—Hola, Morgan, cielo —su tía Susan apareció de las puertas abatibles de la cocina y sonrió—. ¿Ha ido James a avisarte? Porque mandé al pequeño diablo a hacerlo.
—¿Qué le pasa a todo el mundo hoy? —comentó Morgan y Susan le dirigió una mirada incriminatoria a George que este esquivó bebiendo su cerveza obedientemente—. Dejé a James tirado en el suelo de mi habitación, si eso es lo que quieres oír. Lo derrumbé haciéndole cosquillas. Estará bien por ahora. ¿Puedes darme una botella de agua? Me muero de sed.
 
No quería tentar a la mala suerte, pero desde que había entrado allí tenía la sensación de que hoy no sería un día normal y corriente como esperaba.
Kevonita
Kevonita


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