These four words.

título: These four words.
autor:  Skulls.
adaptación: de una canción.
género: romance.
advertencias: no.
otras páginas: de momento no.

These four words.

—Lo podemos superar, Doug.

Pero yo sabía que eso no era verdad. Ella siempre me demostró cuanto confiaba en mí, siempre concediendo mis oportunidades, pero ninguna de ellas valió la pena y todo era por mi culpa. Yo arruiné todo y por eso no puedo aceptar otra vez su perdón, ahora no lo merezco.

– ¿Me acompañas hasta la puerta?— Pregunté sin valor a mirarla directo a los ojos. Sabía que la amaba, pero eso ya no era suficiente y sí veía una vez más su rostro, sus ojos café; no llegaría hasta la puerta.
Ella solo tomó mi mano y arrastro los pies hasta la entrada. Escuchaba su llanto; Podía sentir su lamento; Sidney siempre mereció algo mejor, algo que nunca le pude ni podré darle. Al llegar, ella preguntó:

— ¿Y ahora? ¿Vamos a ser amigos? – Me permití observarla

—No podría— y era real. Mi corazón nunca permitiría tal cosa, no sería el lugar en el cual le gustaría estar—. Hazles caso a tus amigas, soy solo un chico.

Sus ojos están hinchados, y su cabello alborotado de tanto mover su mano por él. Ella no se iba a dar por vencida;  no renunciaba a nada, tampoco a los malos hábitos y era mi trabajo tener que dejarla ir por el buen camino. Una vida sin mí es mejor que una vida miserable, con un yo borracho. Con un pendejo de 24 años.

—No entiendes…

—Ya no te amo— Pronuncié esas palabras como si escupiera el mismo veneno toxico que cargábamos desde hace muchos años. Esto tenía que parar.

Esas palabras no fueron fáciles de decir.

“Por su bien” Volví a pensar.

– ¿Qué? No, tu seguro mientes.

—Te he dicho muchas mentiras, ese es el problema.

La situación, obviamente, empeoro. Su llanto era más audible y  de sus mejillas empezaba a brotar ese pequeño sarpullido que delataba la irritación entre su sensible piel y el agua salada que brotaba del lagrimal.

—No desperdicies tus lágrimas en mí, Pequeña niña.

En un último acto de amor besé sus pómulos, donde segundos antes  gotas resbalaban hasta su cuello. No la quería lastimar más. Todo esto se sentía como un avión cayendo lentamente, estrellándose rápidamente en el suelo. Ya no había tiempo para malas noticias.
Ya he dicho esas cuatro palabras.

Puras mentiras.

No obstante,  luego de fingir subirme al auto y marcharme, di la vuelta en una rotonda cercana y volví hasta su casa.

Las luces ya estaban apagadas o eso parecía. Dejé resbalar por debajo de la puerta una carta, y  espere en silencio que las luces se prendieran. Nada sucedió, pero  de igual manera me fui con la satisfacción de saber que en la mañana la leería y capaz, tuviera la posibilidad de odiarme y odiarme a mí mismo un poco menos.