our little secret. {novela colectiva}

our little secret.

Capitulo 01

Katherine Pierre.

Deambulaba por el gentío que se encontraba en aquel parque de diversiones, con las manos en los bolsillos de mis jeans y un paso relajado. Éstos me quedaban grandes y eso me encantaba; era, además de cómodo, muy acorde a mi estilo de vestir.
¿Por qué estaba en tal lugar, sola, sin subirme a ningún juego? La razón era simple y corta: mi mejor amiga me dejó plantada una vez que ya había llegado, y no quería volver a casa. Necesitaba despejar mi mente, y éste era el lugar indicado. Pues, si bien la diversión era escasa cuando no te encontrabas acompañada, a mí personalmente me entretenía ver la cara de susto de las personas al subirse a las atracciones. Sí, me declaraba una persona burlesca de nacimiento.
Me encaminé hacia el puesto de algodones de azúcar, los amaba desde infante. Una vez allí, lo compré y me dirigí a un simple juego de "apuntar y disparar por un premio". Sabía que casi siempre te estafaban, ya que se encontraba todo arreglado para que siempre le erres, y lo sigas intentando. De éste modo, ellos ganaban mucho más dinero que comúnmente si no fuera así. Pero, que más da, estoy aburrida y me llama la atención intentarlo aunque sea un par de veces.

—Tres intentos, por favor. —pronuncié, y urgé en mi bolsillo trasero en busca de billetes de un dólar.

Los primeros dos, los malgasté con mi mala puntería, pero sabía que el último sería el ganador: "la tercera es la vencida". Pero, sin más volví a perder. Irritada, compré otros tres intentos, mas no lograba darle justo al blanco.
No fue hasta el décimo intento, que un hombre me quitó sutilmente el arma de las manos y disparó. Éste de inmediato dio en el blanco más alto, y gané un enorme oso de felpa.

—No tenías que hacer eso. —espeté molesta, recibiendo el premio que el joven vendedor me tendía sonriente.
—Mira a tu alrededor, niña, todos estaban esperando que terminaras de gastar tu mesada. —cerré fuertemente mis ojos, di media vuelta, y observé a toda la gente que se encontraba a mi alrededor. Podía sentir el calor intenso en mis mejillas.
—Dios mío.

«Quiero morir en este momento.» pensé.

—Camina conmigo, así disimulas un poco. —se inclinó hasta llegar a mi oído derecho, su voz era gruesa y muy sexy.
—Gracias, pero sigo creyendo que eres un idiota. —un aire de superioridad flotaba a su alrededor, en el tono de su hablar se podía percibir claramente— Tampoco vuelvas a llamar "niña", ya que no lo soy. Y no es mi mesada, es mi paga de la semana. —hablé rápido y algo enojada.
—¿Cómo te llamas? —ignoró mis recientes palabras con una amplia sonrisa.

Mis ojos se desvían al suelo, al igual que mi cabeza, y sonrío sin que me vea. Levanté la mirada y contemplé al hombre que caminaba a mi lado: castaño, metro ochenta, quizá de unos treinta años.

—Omitamos los nombres, ¿sí? —imité mi anterior acción, y no volví a mirarlo.
—Está bien. —un silencio un tanto incómodo se había hecho presente— Juguemos al juego de las veinte preguntas.
—¿No eres muy grande para jugar ese juego? —quizás era un violador o un asesino serial, y comenzaba a darme miedo.
—Tranquila, soy inofensivo. —cruzamos miradas, y sonrió ampliamente. Mis pómulos optaron por enrojecerse.
—De acuerdo, empieza.
—¿Cuántos años tienes? —soltó de inmediato, pero no en modo desesperado.
—Diecisiete, ¿tú?
—Wow, que anciano me siento a tu lado —rió levemente— Veintiséis.

«Nada mal, solo unos nueve años de diferencia. Podría ser peor.» mis pensamientos eran ilógicos.

—¿Trabajas? —un torrente de preguntas atravesaba mi cabeza, pero esa fue la primera que salió de mi boca.
—Sí, soy abogado. —su sonrisa no abandonaba su rostro— ¿Estás en la secundaria?
—Sí, en un mes termino, ya que me adelanté demasiado, y... —me callé, al darme cuenta que había vuelto a hablar rápido, y cosas que no eran interesantes.
—Sigue.

«Oh, Dios, quita esa maldita y perfecta sonrisa de tu rostro. Es tan sexy.»

Supe que no tenía esposa, ni hijos, que nunca estuvo comprometido y no estaba cerca de estarlo. Buena posición profesional, y económica. Es hijo único y la relación con sus padres es perfecta. Y, al parecer toda su vida lo era, por el modo en el que contó su vida a medida que iba respondiendo mis veinte preguntas, que obviamente, fueron más de veinte.
Para ser un mayor de edad fuera de mi alcance, no podía ignorar que era agradable y simpático, además de muy atractivo y atrayente.
Mis hormonas se encontraban tan alborotadas con su roce al caminar, que cuando me llevó a casa y se atrevió a besarme, pensé que iba a estallar; mas lo único que estalló, fue mi mano en su mejilla.