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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
O W N :: Fanfiction :: Fanfiction :: Músicos :: One Direction
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
La sigo hoy mismo linda ;DGirlHope1D escribió:Hay dios me encanto, siguela pronto linda♥
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo 13
Salí corriendo de la sala. Estaba claro que Celeste no lo había hecho con buena intención. Quería mostrarme cuál era mi lugar. ¿Por qué me molestaba en seguir con aquello? El rey esperaba que
fracasara, el público no me quería y yo estaba segura de que no estaba hecha para ser princesa.
Subí las escaleras a toda prisa y en silencio, intentando no llamar la atención. No había modo de saber cuál era la fuente anónima de la revista.
—Señorita —dijo Andy, cuando atravesé el umbral—, pensé que estaría abajo hasta la hora del almuerzo.
—¿Podéis dejarme sola, por favor?
—¿Perdón?
Resoplé, intentando controlarme.
—Necesito estar sola. Por favor.
Sin decir palabra, hicieron una reverencia y salieron. Me dirigí al piano. Quería distraerme, dejar de pensar en aquello. Toqué unas cuantas canciones que me sabía de memoria, pero aquello resultaba demasiado fácil. Necesitaba algo que requiriera mi atención.
Me puse en pie y hurgué bajo la banqueta en busca de algo más difícil. Hojeé unas cuantas partituras hasta que apareció el borde de un libro. ¡El diario de Gregory Illéa! Me había olvidado completamente de que estaba allí. Aquello sería una gran distracción.
Me llevé el libro a la cama y lo abrí, pasando las viejas páginas y examinándolas. Reparé en la página con la fotografía de Halloween, aquel retrato forzado que ya había visto antes, y volví a leer el fragmento:
Este año los niños han celebrado Halloween con una fiesta. Supongo que es una forma de olvidar lo que pasa a su alrededor, pero a mí me parece frívolo. Somos una de las pocas familias que quedan que tienen dinero para hacer algo festivo, pero este juego de niños me parece tirar el dinero.
Volví a mirar la foto, preguntándome por la niña. ¿Qué edad tendría? ¿Cuál sería su ocupación? ¿Le gustaría ser la hija de Gregory Illéa? ¿La haría eso muy popular?
Pasé la página y me encontré con que no hablaba de otro tema, sino que seguía la entrada sobre Halloween.
Supongo que después de la invasión china pensé que nos daríamos cuenta de nuestros errores. Para mí era evidente lo vagos que nos habíamos vuelto, sobre todo en los últimos tiempos. No es de extrañar que China pudiera invadirnos tan fácilmente, ni tampoco que nos costara tanto plantear resistencia. Hemos perdido ese espíritu que hacía que la gente se lanzara a cruzar océanos y a afrontar duros inviernos y guerras civiles. Nos hemos vuelto vagos. Y mientras nosotros estábamos ahí, sin hacer nada, China cogió las riendas.
En los últimos meses en particular, he sentido la necesidad de aportar algo más que dinero a nuestra campaña bélica. Quiero tomar el mando. Tengo ideas, y ya que he hecho donaciones tan generosas, quizá sea el momento de aumentar la apuesta. Lo que necesitamos es un cambio. No puedo evitar preguntarme si seré la única persona que puede llevarlo a cabo.
Me estremecí. No podía evitar comparar a Maxon con su predecesor. Gregory parecía tener una gran inspiración. Estaba intentando coger algo roto y recomponerlo. Me pregunté qué diría de la monarquía si estuviera ahí en aquel momento.
Cuando Aspen abrió la puerta de mi habitación por la noche, estuve a punto de contarle lo que había leído. Pero recordé que ya le había mencionado a mi padre la existencia de aquel diario, y solo con eso ya había roto mi promesa.
—¿Cómo ha ido el día? —me preguntó, arrodillándose junto a mi cama.
—Bien, supongo. Celeste me ha enseñado un artículo… —sacudí al cabeza—. Ni siquiera sé si quiero hablar de ello. Me tiene harta.
—Supongo que ahora que se ha ido Jessica, Harry no enviará a nadie a casa hasta dentro de un tiempo, ¿eh?
Me encogí de hombros. Sabía que el público estaba aguardando una eliminación, y lo sucedido con Jessica les había dado un espectáculo muy superior al que se esperaban.
—Venga… —dijo él, arriesgándose a tocarme a la luz de la puerta, abierta de par en par—. Todo saldrá bien.
—Lo sé. Pero es que la echo de menos. Y me siento confusa.
—¿Confusa por qué?
—Por todo. Sobre lo que hago aquí, lo que soy. Pensé que lo sabía… Ni siquiera sé explicarlo — Últimamente parecía que el problema era justo ese. Los pensamientos se me entremezclaban. No tenía las ideas claras.
—Tú sabes quién eres, Mer. No dejes que te cambien —parecía tan sincero que por un momento me sentí segura. No porque tuviera respuestas, sino porque contaba con Aspen. Si alguna vez volvía a perder la noción de mí misma, sabía que él estaría ahí para guiarme.
—Aspen, ¿te puedo preguntar una cosa?
—Sé que es algo raro, pero si ser princesa no supusiera casarse con alguien, si no fuera más que un trabajo para el que pudieran seleccionarme, ¿crees que sería capaz de hacerlo?
Sus ojos verdes se abrieron aún más por un segundo, mientras asimilaba la pregunta. Debo decir en su favor que estaba claro que se planteaba la posibilidad.
—Lo siento, _____, pero creo que no. Tú no eres tan calculadora como ellos —dijo.
Su tono era de disculpa, pero no me ofendía que pensara que no pudiera hacerlo. Era su razonamiento lo que me sorprendió un poco.
—¿Calculadora? ¿Y eso?
Él suspiró.
—Yo estoy por todas partes, _____. Oigo cosas. Hay grandes altercados en el sur, en las zonas con mayor concentración de castas bajas. Por lo que dicen los guardias más veteranos, esa gente nunca estuvo especialmente de acuerdo con los métodos de Gregory Illéa, y los altercados se suceden desde hace mucho tiempo. Según dicen, ese fue uno de los motivos por los que la reina resultaba tan atractiva para el rey. Procedía del sur, y eso los aplacó un tiempo. Aunque ahora parece que ya no tanto.
Volví a plantearme hablarle del diario, pero no lo hice.
—Eso no explica qué querías decir con lo de «calculadora».
Él dudó por un momento.
—El otro día estaba en uno de los despachos, antes de todo el jaleo de Halloween. Hablaban de los simpatizantes de los rebeldes del sur. Me ordenaron que llevara unas cartas al Departamento de Correos. Eran más de trescientas cartas, _____. Trescientas familias a las que iban a degradar, a bajarles una casta por no informar de algo o por colaborar con alguien considerado una amenaza para el palacio.
Di un respingo.
—Ya. ¿Te lo puedes imaginar? ¿Y si fueras tú, y lo único que supieras hacer fuera tocar el piano? De pronto se supone que tendrías que trabajar de empleada. ¿Sabrías siquiera dónde ir a buscar ese tipo de trabajo? El mensaje está bastante claro.
Asentí.
—¿Y tú…? ¿Harry lo sabe?
—Supongo. No falta tanto para que él mismo gobierne el país.
En el fondo de mi corazón no quería creer que él hubiera podido estar de acuerdo con aquello, pero lo más probable es que supiera lo que estaba pasando. Se esperaba de él que aceptara todas aquellas cosas. ¿Podría hacerlo yo?
—No se lo digas a nadie, ¿vale? Una filtración podría costarme el empleo —me advirtió Aspen.
—Claro. Ya está olvidado.
Me sonrió.
—Echo de menos el tiempo que pasaba contigo, lejos de todo esto. Añoro nuestros problemas de antes.- Me reí.
—Sé lo que quieres decir. Escaparme por la ventana era mucho mejor que escabullirme por un palacio.
—E ir mendigando un céntimo para poder dártelo a ti era mejor que no tener nada que darte en absoluto —dijo, dando un golpecito al frasco junto a la cama, en el que antes había cientos de monedas de céntimo que me había ido dando por cantarle en la casa del árbol de mi casa, un pago que él consideraba que me merecía—. No tenía ni idea de que los habías ido ahorrando hasta el día antes de que te fueras.
—¡Claro que sí! Cuando tú no estabas, eran lo único a lo que me podía agarrar. A veces me los echaba sobre la mano, encima de la cama, solo para agarrarlos y volver a meterlos en el frasco. Era
agradable tener algo que habías tocado tú antes —nuestros ojos se encontraron, y al momento todo lo demás quedó muy lejos. Resultaba reconfortante encontrarme de nuevo en aquella burbuja, en el lugar que habíamos creado años atrás—. ¿Qué hiciste con ellos? —me enfadé tanto con él cuando me marché que se los había devuelto. Todos, salvo el que se había quedado pegado al fondo del frasco.
Él sonrió.
—Están en casa, esperando.
—¿El qué?
Los ojos le brillaron.
—Eso no lo sé.
Suspiré y sonreí.
—Muy bien, guárdate tus secretos. Y no te preocupes por no poder darme nada. Estoy contenta solo con que estés aquí, que al menos tú y yo podamos arreglar las cosas, aunque no sea como antes.
Pero estaba claro que para Aspen aquello no bastaba. Acercó la mano al puño de la otra manga y se arrancó uno de los botones dorados.
—No tengo nada más que darte, literalmente, pero puedes guardar esto, algo que he tocado yo, y pensar en mí en cualquier momento. Y sabrás que yo también estoy pensando en ti.
Por tonto que pareciera, me entraron ganas de llorar. Era inevitable, el instinto natural que me hacía comparar a Aspen con Harry. Incluso en aquel mismo instante, cuando la idea de tener que elegir entre los dos quedaba muy lejos, los comparé mentalmente.
Daba la impresión de que a Harry no le costaba nada darme cosas —recuperar una fiesta, asegurarse de que tuviera todo lo mejor— porque tenía el mundo entero a su disposición. Y, sin embargo, ahí estaba Aspen, dándome sus preciosos momentos robados y un recuerdo minúsculo para mantener el vínculo, y daba la impresión de que era mucho más que todo lo otro.
De pronto recordé que Aspen siempre había sido así. Sacrificaba el sueño por mí, se arriesgaba a que le pillaran tras el toque de queda por mí, iba reuniendo céntimo tras céntimo por mí. Su generosidad era más difícil de ver porque no podía hacer grandes regalos como Harry, pero ponía mucho más corazón en lo que daba.
Reprimí las ganas de llorar.
—Ahora no sé cómo hacerlo. Tengo la sensación de que no sé hacer nada bien… Yo… no te he olvidado, ¿vale? Sigue aquí —me llevé la mano al pecho, en parte para mostrarle a Aspen lo que quería decir y en parte para aliviar la extraña nostalgia que sentía.
Él lo entendió.
—Me basta con eso.
fracasara, el público no me quería y yo estaba segura de que no estaba hecha para ser princesa.
Subí las escaleras a toda prisa y en silencio, intentando no llamar la atención. No había modo de saber cuál era la fuente anónima de la revista.
—Señorita —dijo Andy, cuando atravesé el umbral—, pensé que estaría abajo hasta la hora del almuerzo.
—¿Podéis dejarme sola, por favor?
—¿Perdón?
Resoplé, intentando controlarme.
—Necesito estar sola. Por favor.
Sin decir palabra, hicieron una reverencia y salieron. Me dirigí al piano. Quería distraerme, dejar de pensar en aquello. Toqué unas cuantas canciones que me sabía de memoria, pero aquello resultaba demasiado fácil. Necesitaba algo que requiriera mi atención.
Me puse en pie y hurgué bajo la banqueta en busca de algo más difícil. Hojeé unas cuantas partituras hasta que apareció el borde de un libro. ¡El diario de Gregory Illéa! Me había olvidado completamente de que estaba allí. Aquello sería una gran distracción.
Me llevé el libro a la cama y lo abrí, pasando las viejas páginas y examinándolas. Reparé en la página con la fotografía de Halloween, aquel retrato forzado que ya había visto antes, y volví a leer el fragmento:
Este año los niños han celebrado Halloween con una fiesta. Supongo que es una forma de olvidar lo que pasa a su alrededor, pero a mí me parece frívolo. Somos una de las pocas familias que quedan que tienen dinero para hacer algo festivo, pero este juego de niños me parece tirar el dinero.
Volví a mirar la foto, preguntándome por la niña. ¿Qué edad tendría? ¿Cuál sería su ocupación? ¿Le gustaría ser la hija de Gregory Illéa? ¿La haría eso muy popular?
Pasé la página y me encontré con que no hablaba de otro tema, sino que seguía la entrada sobre Halloween.
Supongo que después de la invasión china pensé que nos daríamos cuenta de nuestros errores. Para mí era evidente lo vagos que nos habíamos vuelto, sobre todo en los últimos tiempos. No es de extrañar que China pudiera invadirnos tan fácilmente, ni tampoco que nos costara tanto plantear resistencia. Hemos perdido ese espíritu que hacía que la gente se lanzara a cruzar océanos y a afrontar duros inviernos y guerras civiles. Nos hemos vuelto vagos. Y mientras nosotros estábamos ahí, sin hacer nada, China cogió las riendas.
En los últimos meses en particular, he sentido la necesidad de aportar algo más que dinero a nuestra campaña bélica. Quiero tomar el mando. Tengo ideas, y ya que he hecho donaciones tan generosas, quizá sea el momento de aumentar la apuesta. Lo que necesitamos es un cambio. No puedo evitar preguntarme si seré la única persona que puede llevarlo a cabo.
Me estremecí. No podía evitar comparar a Maxon con su predecesor. Gregory parecía tener una gran inspiración. Estaba intentando coger algo roto y recomponerlo. Me pregunté qué diría de la monarquía si estuviera ahí en aquel momento.
Cuando Aspen abrió la puerta de mi habitación por la noche, estuve a punto de contarle lo que había leído. Pero recordé que ya le había mencionado a mi padre la existencia de aquel diario, y solo con eso ya había roto mi promesa.
—¿Cómo ha ido el día? —me preguntó, arrodillándose junto a mi cama.
—Bien, supongo. Celeste me ha enseñado un artículo… —sacudí al cabeza—. Ni siquiera sé si quiero hablar de ello. Me tiene harta.
—Supongo que ahora que se ha ido Jessica, Harry no enviará a nadie a casa hasta dentro de un tiempo, ¿eh?
Me encogí de hombros. Sabía que el público estaba aguardando una eliminación, y lo sucedido con Jessica les había dado un espectáculo muy superior al que se esperaban.
—Venga… —dijo él, arriesgándose a tocarme a la luz de la puerta, abierta de par en par—. Todo saldrá bien.
—Lo sé. Pero es que la echo de menos. Y me siento confusa.
—¿Confusa por qué?
—Por todo. Sobre lo que hago aquí, lo que soy. Pensé que lo sabía… Ni siquiera sé explicarlo — Últimamente parecía que el problema era justo ese. Los pensamientos se me entremezclaban. No tenía las ideas claras.
—Tú sabes quién eres, Mer. No dejes que te cambien —parecía tan sincero que por un momento me sentí segura. No porque tuviera respuestas, sino porque contaba con Aspen. Si alguna vez volvía a perder la noción de mí misma, sabía que él estaría ahí para guiarme.
—Aspen, ¿te puedo preguntar una cosa?
—Sé que es algo raro, pero si ser princesa no supusiera casarse con alguien, si no fuera más que un trabajo para el que pudieran seleccionarme, ¿crees que sería capaz de hacerlo?
Sus ojos verdes se abrieron aún más por un segundo, mientras asimilaba la pregunta. Debo decir en su favor que estaba claro que se planteaba la posibilidad.
—Lo siento, _____, pero creo que no. Tú no eres tan calculadora como ellos —dijo.
Su tono era de disculpa, pero no me ofendía que pensara que no pudiera hacerlo. Era su razonamiento lo que me sorprendió un poco.
—¿Calculadora? ¿Y eso?
Él suspiró.
—Yo estoy por todas partes, _____. Oigo cosas. Hay grandes altercados en el sur, en las zonas con mayor concentración de castas bajas. Por lo que dicen los guardias más veteranos, esa gente nunca estuvo especialmente de acuerdo con los métodos de Gregory Illéa, y los altercados se suceden desde hace mucho tiempo. Según dicen, ese fue uno de los motivos por los que la reina resultaba tan atractiva para el rey. Procedía del sur, y eso los aplacó un tiempo. Aunque ahora parece que ya no tanto.
Volví a plantearme hablarle del diario, pero no lo hice.
—Eso no explica qué querías decir con lo de «calculadora».
Él dudó por un momento.
—El otro día estaba en uno de los despachos, antes de todo el jaleo de Halloween. Hablaban de los simpatizantes de los rebeldes del sur. Me ordenaron que llevara unas cartas al Departamento de Correos. Eran más de trescientas cartas, _____. Trescientas familias a las que iban a degradar, a bajarles una casta por no informar de algo o por colaborar con alguien considerado una amenaza para el palacio.
Di un respingo.
—Ya. ¿Te lo puedes imaginar? ¿Y si fueras tú, y lo único que supieras hacer fuera tocar el piano? De pronto se supone que tendrías que trabajar de empleada. ¿Sabrías siquiera dónde ir a buscar ese tipo de trabajo? El mensaje está bastante claro.
Asentí.
—¿Y tú…? ¿Harry lo sabe?
—Supongo. No falta tanto para que él mismo gobierne el país.
En el fondo de mi corazón no quería creer que él hubiera podido estar de acuerdo con aquello, pero lo más probable es que supiera lo que estaba pasando. Se esperaba de él que aceptara todas aquellas cosas. ¿Podría hacerlo yo?
—No se lo digas a nadie, ¿vale? Una filtración podría costarme el empleo —me advirtió Aspen.
—Claro. Ya está olvidado.
Me sonrió.
—Echo de menos el tiempo que pasaba contigo, lejos de todo esto. Añoro nuestros problemas de antes.- Me reí.
—Sé lo que quieres decir. Escaparme por la ventana era mucho mejor que escabullirme por un palacio.
—E ir mendigando un céntimo para poder dártelo a ti era mejor que no tener nada que darte en absoluto —dijo, dando un golpecito al frasco junto a la cama, en el que antes había cientos de monedas de céntimo que me había ido dando por cantarle en la casa del árbol de mi casa, un pago que él consideraba que me merecía—. No tenía ni idea de que los habías ido ahorrando hasta el día antes de que te fueras.
—¡Claro que sí! Cuando tú no estabas, eran lo único a lo que me podía agarrar. A veces me los echaba sobre la mano, encima de la cama, solo para agarrarlos y volver a meterlos en el frasco. Era
agradable tener algo que habías tocado tú antes —nuestros ojos se encontraron, y al momento todo lo demás quedó muy lejos. Resultaba reconfortante encontrarme de nuevo en aquella burbuja, en el lugar que habíamos creado años atrás—. ¿Qué hiciste con ellos? —me enfadé tanto con él cuando me marché que se los había devuelto. Todos, salvo el que se había quedado pegado al fondo del frasco.
Él sonrió.
—Están en casa, esperando.
—¿El qué?
Los ojos le brillaron.
—Eso no lo sé.
Suspiré y sonreí.
—Muy bien, guárdate tus secretos. Y no te preocupes por no poder darme nada. Estoy contenta solo con que estés aquí, que al menos tú y yo podamos arreglar las cosas, aunque no sea como antes.
Pero estaba claro que para Aspen aquello no bastaba. Acercó la mano al puño de la otra manga y se arrancó uno de los botones dorados.
—No tengo nada más que darte, literalmente, pero puedes guardar esto, algo que he tocado yo, y pensar en mí en cualquier momento. Y sabrás que yo también estoy pensando en ti.
Por tonto que pareciera, me entraron ganas de llorar. Era inevitable, el instinto natural que me hacía comparar a Aspen con Harry. Incluso en aquel mismo instante, cuando la idea de tener que elegir entre los dos quedaba muy lejos, los comparé mentalmente.
Daba la impresión de que a Harry no le costaba nada darme cosas —recuperar una fiesta, asegurarse de que tuviera todo lo mejor— porque tenía el mundo entero a su disposición. Y, sin embargo, ahí estaba Aspen, dándome sus preciosos momentos robados y un recuerdo minúsculo para mantener el vínculo, y daba la impresión de que era mucho más que todo lo otro.
De pronto recordé que Aspen siempre había sido así. Sacrificaba el sueño por mí, se arriesgaba a que le pillaran tras el toque de queda por mí, iba reuniendo céntimo tras céntimo por mí. Su generosidad era más difícil de ver porque no podía hacer grandes regalos como Harry, pero ponía mucho más corazón en lo que daba.
Reprimí las ganas de llorar.
—Ahora no sé cómo hacerlo. Tengo la sensación de que no sé hacer nada bien… Yo… no te he olvidado, ¿vale? Sigue aquí —me llevé la mano al pecho, en parte para mostrarle a Aspen lo que quería decir y en parte para aliviar la extraña nostalgia que sentía.
Él lo entendió.
—Me basta con eso.
- ¡Hola!:
- No se ustedes, pero yo shippeo Asp___ so hard OMG
También amo a Hazza ehh but Aspen es tan cuteee
Bueno bb's, siento mucho la tardanza, si quieren que suba mas a menudo quemen mi instituto, lo digo enserio
Por las molestias, les subiré ahora otro capitulo, estará en lo que tarde en editarlo ;)
PD: No me odien ah.
PD2: Cambie la cabecera y la forma de subir los capis, les gusta?
PD3: Hago codes, si quieren, pidanme something xd CLICK ;D
Última edición por Sasa. el Miér 05 Nov 2014, 12:12 pm, editado 1 vez
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo 14
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, observé a Harry con disimulo. Me preguntaba qué
sabría de la gente que había perdido su casta en el sur. Él solo miró una vez en mi dirección, pero no
parecía que me estuviera mirando a mí, sino a algo que tuviera cerca. Cada vez que me sentía incómoda,
bajaba la mano y tocaba el botón de Aspen, que me había atado a una fina cinta a modo de pulsera.
Aquello me ayudaría a soportar aquella situación.
Hacia el final de la comida, el rey se puso en pie y todas nos giramos hacia él.
—Como ya sois tan pocas, pensé que sería agradable tomar el té mañana todos juntos, antes del
Report. Dado que una de vosotras será nuestra nuera, la reina y yo querríamos tener más ocasiones de
hablar con vosotras, saber lo que os interesa, y cosas así.
Aquello me puso un poco nerviosa. Tratar con la reina era una cosa, pero no sabía muy bien qué
pensar del rey.
Mientras las otras chicas atendían con ilusión, yo le di un sorbito a mi zumo.
—Por favor, venid una hora antes del Report al salón de la planta baja. Si no lo conocéis, no os
preocupéis. Las puertas estarán abiertas, y habrá música. Nos oiréis antes de vernos —dijo, con una
risita.
Las otras chicas sonrieron.
Al poco rato, todas fuimos a la Sala de las Mujeres. Suspiré. A veces aquella sala, por enorme que
fuera, me daba claustrofobia. Normalmente intentaba relacionarme con las demás, o aprovechaba para
leer. Pero aquel sería «un día Celeste». Decidí colocarme frente al televisor y evadirme.
Pero no fue tan fácil, pues las chicas parecían estar especialmente parlanchinas.
—Me pregunto qué querrá saber el rey de nosotras —dijo Kriss.
—Tendremos que acordarnos de todo lo que nos ha enseñado Silvia para mantener el porte y la
elegancia —apuntó Elise.
—Espero que mis doncellas tengan preparado un buen vestido para mañana por la noche. No quiero
pasar otra vez por lo de Halloween. A veces están como en la Luna —soltó Celeste, aparentemente
molesta.
—Ojalá el rey se dejara barba —dijo Natalie, dejando volar la imaginación. Me giré y, por encima
del hombro, la vi acariciándose una barba imaginaria en la barbilla—. Creo que le quedaría bien.
—Sí, ya lo veo —bromeó Kriss, antes de cambiar de tema.
Meneé la cabeza e intenté concentrarme en el ridículo espectáculo que tenía delante, pero me resultó
imposible.
A la hora del almuerzo estaba hecha un manojo de nervios. ¿Qué querría decirme a mí, la chica de la
casta más baja de todo el concurso? ¿De qué querría hablar con alguien de quien esperaba tan poco?
El rey Clarkson tenía razón. Oí la suave melodía del piano mucho antes de encontrar el salón. El
músico era bueno. Mejor que yo, eso estaba claro.
Vacilé antes de entrar. Decidí hacer una pausa antes de hablar, sopesar bien mis palabras. Me di
cuenta de que lo que quería era demostrarle que estaba errado. Y deseaba demostrar que el reportero de
la revista también se equivocaba. Aunque perdiera, no quería irme a casa como una perdedora. Me
sorprendió lo mucho que significaba para mí.
Atravesé el umbral y lo primero que vi fue a Harry de pie, junto a la pared trasera del salón,
hablando con Gavril Fadaye. El hombre estaba bebiendo vino, no té, y de pronto se dio cuenta de que
Harry no le prestaba atención. Los ojos de Harry se plantaron en mí, y juraría que con los labios
articuló un «¡Uau!».
Volví la cabeza, me ruboricé y me aparté de allí. Corrí el riesgo de volver a mirarlo y observé que
me seguía con la mirada. Me costaba pensar racionalmente cuando me miraba así.
El rey Dess estaba hablando con Natalie en una esquina, y la reina Anne departía con Celeste
en otra. Elise daba sorbitos a su té, y Kriss estaba paseando por la sala. Me la quedé mirando mientras
pasaba junto a Harry y Gavril, a quien dedicó una sonrisa. Kriss dijo algo, y ambos soltaron una risita,
sin perder de vista a Harry.
Al cabo de un rato se me acercó.
—Llegas tarde —me regañó, en tono de broma.
—Estaba un poco nerviosa.
—Bueno, no hay de qué preocuparse. En realidad ha sido hasta divertido.
—¿Tú ya has acabado? —si el rey ya había terminado de hablar al menos con dos de las chicas,
quería decir que tenía menos tiempo del que me pensaba para prepararme.
—Sí. Siéntate conmigo. Podemos tomar un poco de té mientras esperas.
Kriss me llevó a una mesita, y una doncella se nos acercó inmediatamente y nos puso el té, la leche y
el azúcar delante.
—¿Qué te ha preguntado?
—En realidad ha sido una conversación informal. No creo que su intención sea obtener ninguna
información; es más bien como si quisiera hacerse una idea de nuestra personalidad. ¡En una ocasión le
he hecho reír! —dijo, encantada—. Ha ido muy bien. Y tú eres divertida por naturaleza, así que háblale
como le hablarías a cualquier otra persona. Te irá bien.
Asentí y levanté mi taza de té. Tal como lo presentaba, sonaba bien. A lo mejor el rey no era igual
siempre. A la hora de enfrentarse a amenazas para el país podía ser frío y decidido, actuar con rapidez y
determinación. Pero esto no era más que un té con un puñado de chicas. No necesitaba actuar igual con
nosotras.
La reina ya había dejado a Celeste y estaba hablando en voz baja con Natalie, cuya mirada era
adorable. Durante un tiempo me había llegado a molestar aquella expresión de soñadora inocente; pero
era una persona sencilla, y resultaba reconfortante.
Le di un sorbito a mi té. El rey Dess se acercó a Celeste, y ella le dedicó una sonrisa seductora.
Aquello me resultó un poco incómodo. ¿Dónde estaban sus límites? Kriss se inclinó para tocar mi
vestido.
—Este tejido es precioso. Con tu cabello, recuerdas una puesta de sol.
—Gracias —respondí, parpadeando. La luz le daba en el collar, que le cubría la garganta con una
explosión de plata, y el brillo me cegó por un momento—. Mis doncellas son unas artistas.
—Desde luego. ¡Las mías me gustan, pero, si llego a ser princesa, te robo las tuyas!
Se rió, quizá para dejar claro que era una broma, aunque quizá no lo fuera. En cualquier caso, la idea
de que mis doncellas le hicieran sus vestidos me incomodó. Aun así, sonreí.
—¿Qué es lo que es tan divertido? —preguntó Harry, que se había acercado.
—Cosas de chicas —respondió Kriss, haciéndose la interesante. Realmente tenía su tarde—. Estaba
intentando tranquilizar a _____. Está nerviosa por tener que hablar con tu padre.
«Qué bien. Gracias por ponerme en evidencia, Kriss».
—No tienes que preocuparte por nada. Sé natural. Estás fantástica —dijo Harry, con una sonrisa
franca. Estaba claro que intentaba restablecer la comunicación conmigo.
—¡Eso es lo que le he dicho! —exclamó Kriss.
Ambos se miraron, y dio la impresión de que estaban en el mismo equipo. Era algo extraño.
—Bueno, os dejo con vuestras cosas de chicas. Hasta otro rato —Harry esbozó una reverencia y se
fue con su madre.
Kriss suspiró y se lo quedó mirando mientras se alejaba.
—Es todo un personaje —dijo, sonriéndome un instante, y luego se fue a hablar con Gavril.
Me quedé observando los elaborados movimientos de la gente por el salón, parejas que se formaban
para hablar, que se separaban y buscaban nuevos interlocutores. Incluso me gustó que Elise viniera a
hacerme compañía al rincón, aunque no dijo gran cosa.
—Bueno, señoritas, se nos ha hecho tarde —anunció el rey—. Tenemos que ir bajando.
Miré el reloj: estaba en lo cierto. Teníamos unos diez minutos para llegar al plató y prepararnos.
No parecía que importara mucho lo que yo pensara de ser princesa, o cuáles fueran mis sentimientos
por Harry, o lo que sintiera en general. Era evidente que el rey tenía tan claro que no era una candidata
al triunfo que ni siquiera le valía la pena molestarse en hablar conmigo. Había sido excluida, quizás
incluso a propósito, y nadie se había dado cuenta siquiera.
Aguanté el tipo a lo largo del Report. Incluso mantuve la compostura hasta que mis doncellas se
fueron. Pero en cuanto me quedé sola me vine abajo.
No estaba segura de qué le diría a Harry cuando se presentara, pero al final aquello tampoco
importó. No vino. Y no pude evitar preguntarme quién estaría disfrutando de su compañía.
sabría de la gente que había perdido su casta en el sur. Él solo miró una vez en mi dirección, pero no
parecía que me estuviera mirando a mí, sino a algo que tuviera cerca. Cada vez que me sentía incómoda,
bajaba la mano y tocaba el botón de Aspen, que me había atado a una fina cinta a modo de pulsera.
Aquello me ayudaría a soportar aquella situación.
Hacia el final de la comida, el rey se puso en pie y todas nos giramos hacia él.
—Como ya sois tan pocas, pensé que sería agradable tomar el té mañana todos juntos, antes del
Report. Dado que una de vosotras será nuestra nuera, la reina y yo querríamos tener más ocasiones de
hablar con vosotras, saber lo que os interesa, y cosas así.
Aquello me puso un poco nerviosa. Tratar con la reina era una cosa, pero no sabía muy bien qué
pensar del rey.
Mientras las otras chicas atendían con ilusión, yo le di un sorbito a mi zumo.
—Por favor, venid una hora antes del Report al salón de la planta baja. Si no lo conocéis, no os
preocupéis. Las puertas estarán abiertas, y habrá música. Nos oiréis antes de vernos —dijo, con una
risita.
Las otras chicas sonrieron.
Al poco rato, todas fuimos a la Sala de las Mujeres. Suspiré. A veces aquella sala, por enorme que
fuera, me daba claustrofobia. Normalmente intentaba relacionarme con las demás, o aprovechaba para
leer. Pero aquel sería «un día Celeste». Decidí colocarme frente al televisor y evadirme.
Pero no fue tan fácil, pues las chicas parecían estar especialmente parlanchinas.
—Me pregunto qué querrá saber el rey de nosotras —dijo Kriss.
—Tendremos que acordarnos de todo lo que nos ha enseñado Silvia para mantener el porte y la
elegancia —apuntó Elise.
—Espero que mis doncellas tengan preparado un buen vestido para mañana por la noche. No quiero
pasar otra vez por lo de Halloween. A veces están como en la Luna —soltó Celeste, aparentemente
molesta.
—Ojalá el rey se dejara barba —dijo Natalie, dejando volar la imaginación. Me giré y, por encima
del hombro, la vi acariciándose una barba imaginaria en la barbilla—. Creo que le quedaría bien.
—Sí, ya lo veo —bromeó Kriss, antes de cambiar de tema.
Meneé la cabeza e intenté concentrarme en el ridículo espectáculo que tenía delante, pero me resultó
imposible.
A la hora del almuerzo estaba hecha un manojo de nervios. ¿Qué querría decirme a mí, la chica de la
casta más baja de todo el concurso? ¿De qué querría hablar con alguien de quien esperaba tan poco?
El rey Clarkson tenía razón. Oí la suave melodía del piano mucho antes de encontrar el salón. El
músico era bueno. Mejor que yo, eso estaba claro.
Vacilé antes de entrar. Decidí hacer una pausa antes de hablar, sopesar bien mis palabras. Me di
cuenta de que lo que quería era demostrarle que estaba errado. Y deseaba demostrar que el reportero de
la revista también se equivocaba. Aunque perdiera, no quería irme a casa como una perdedora. Me
sorprendió lo mucho que significaba para mí.
Atravesé el umbral y lo primero que vi fue a Harry de pie, junto a la pared trasera del salón,
hablando con Gavril Fadaye. El hombre estaba bebiendo vino, no té, y de pronto se dio cuenta de que
Harry no le prestaba atención. Los ojos de Harry se plantaron en mí, y juraría que con los labios
articuló un «¡Uau!».
Volví la cabeza, me ruboricé y me aparté de allí. Corrí el riesgo de volver a mirarlo y observé que
me seguía con la mirada. Me costaba pensar racionalmente cuando me miraba así.
El rey Dess estaba hablando con Natalie en una esquina, y la reina Anne departía con Celeste
en otra. Elise daba sorbitos a su té, y Kriss estaba paseando por la sala. Me la quedé mirando mientras
pasaba junto a Harry y Gavril, a quien dedicó una sonrisa. Kriss dijo algo, y ambos soltaron una risita,
sin perder de vista a Harry.
Al cabo de un rato se me acercó.
—Llegas tarde —me regañó, en tono de broma.
—Estaba un poco nerviosa.
—Bueno, no hay de qué preocuparse. En realidad ha sido hasta divertido.
—¿Tú ya has acabado? —si el rey ya había terminado de hablar al menos con dos de las chicas,
quería decir que tenía menos tiempo del que me pensaba para prepararme.
—Sí. Siéntate conmigo. Podemos tomar un poco de té mientras esperas.
Kriss me llevó a una mesita, y una doncella se nos acercó inmediatamente y nos puso el té, la leche y
el azúcar delante.
—¿Qué te ha preguntado?
—En realidad ha sido una conversación informal. No creo que su intención sea obtener ninguna
información; es más bien como si quisiera hacerse una idea de nuestra personalidad. ¡En una ocasión le
he hecho reír! —dijo, encantada—. Ha ido muy bien. Y tú eres divertida por naturaleza, así que háblale
como le hablarías a cualquier otra persona. Te irá bien.
Asentí y levanté mi taza de té. Tal como lo presentaba, sonaba bien. A lo mejor el rey no era igual
siempre. A la hora de enfrentarse a amenazas para el país podía ser frío y decidido, actuar con rapidez y
determinación. Pero esto no era más que un té con un puñado de chicas. No necesitaba actuar igual con
nosotras.
La reina ya había dejado a Celeste y estaba hablando en voz baja con Natalie, cuya mirada era
adorable. Durante un tiempo me había llegado a molestar aquella expresión de soñadora inocente; pero
era una persona sencilla, y resultaba reconfortante.
Le di un sorbito a mi té. El rey Dess se acercó a Celeste, y ella le dedicó una sonrisa seductora.
Aquello me resultó un poco incómodo. ¿Dónde estaban sus límites? Kriss se inclinó para tocar mi
vestido.
—Este tejido es precioso. Con tu cabello, recuerdas una puesta de sol.
—Gracias —respondí, parpadeando. La luz le daba en el collar, que le cubría la garganta con una
explosión de plata, y el brillo me cegó por un momento—. Mis doncellas son unas artistas.
—Desde luego. ¡Las mías me gustan, pero, si llego a ser princesa, te robo las tuyas!
Se rió, quizá para dejar claro que era una broma, aunque quizá no lo fuera. En cualquier caso, la idea
de que mis doncellas le hicieran sus vestidos me incomodó. Aun así, sonreí.
—¿Qué es lo que es tan divertido? —preguntó Harry, que se había acercado.
—Cosas de chicas —respondió Kriss, haciéndose la interesante. Realmente tenía su tarde—. Estaba
intentando tranquilizar a _____. Está nerviosa por tener que hablar con tu padre.
«Qué bien. Gracias por ponerme en evidencia, Kriss».
—No tienes que preocuparte por nada. Sé natural. Estás fantástica —dijo Harry, con una sonrisa
franca. Estaba claro que intentaba restablecer la comunicación conmigo.
—¡Eso es lo que le he dicho! —exclamó Kriss.
Ambos se miraron, y dio la impresión de que estaban en el mismo equipo. Era algo extraño.
—Bueno, os dejo con vuestras cosas de chicas. Hasta otro rato —Harry esbozó una reverencia y se
fue con su madre.
Kriss suspiró y se lo quedó mirando mientras se alejaba.
—Es todo un personaje —dijo, sonriéndome un instante, y luego se fue a hablar con Gavril.
Me quedé observando los elaborados movimientos de la gente por el salón, parejas que se formaban
para hablar, que se separaban y buscaban nuevos interlocutores. Incluso me gustó que Elise viniera a
hacerme compañía al rincón, aunque no dijo gran cosa.
—Bueno, señoritas, se nos ha hecho tarde —anunció el rey—. Tenemos que ir bajando.
Miré el reloj: estaba en lo cierto. Teníamos unos diez minutos para llegar al plató y prepararnos.
No parecía que importara mucho lo que yo pensara de ser princesa, o cuáles fueran mis sentimientos
por Harry, o lo que sintiera en general. Era evidente que el rey tenía tan claro que no era una candidata
al triunfo que ni siquiera le valía la pena molestarse en hablar conmigo. Había sido excluida, quizás
incluso a propósito, y nadie se había dado cuenta siquiera.
Aguanté el tipo a lo largo del Report. Incluso mantuve la compostura hasta que mis doncellas se
fueron. Pero en cuanto me quedé sola me vine abajo.
No estaba segura de qué le diría a Harry cuando se presentara, pero al final aquello tampoco
importó. No vino. Y no pude evitar preguntarme quién estaría disfrutando de su compañía.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Holaa me encantaron ls capituloo !malo harryy y el rey hasse!!hh lo odiooo es tammm maloo rayitaaa tiene q aorcarloo ! Seguila cuando puedas sii!?! Besotesss!!
romy_1Dsteylmigirl
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
MALO HARRY ERES MALOOOO!!siguela me encanta
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
aghhhhhhhhhhh necesito más capítulos por favor!!!!!! Pobresita, la esta pasando tan mal :(:( espero que todo pase pronto.
Epero que subas más capítulos pronto. Besitosss
Epero que subas más capítulos pronto. Besitosss
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo 15
https://www.youtube.com/watch?v=2jPmZ2OjrxU
Mis doncellas fueron un encanto. No me preguntaron por mis ojos hinchados ni por las almohadas
manchadas de lágrimas. Simplemente me ayudaron a recomponerme. Yo me dejé mimar, agradecida por sus atenciones. Se portaron de maravilla conmigo. ¿Serían igual de encantadoras con Kriss si al final ella ganaba y las incluía en su servicio?
Me las quedé mirando mientras pensaba en aquello, y me sorprendí al observar la tensión que se respiraba entre ellas. Emily parecía estar más o menos bien, quizás algo preocupada. Pero daba la impresión de que Andy y Lucy evitaban mirarse deliberadamente y que no hablaban, a menos que fuera necesario.
No entendía en absoluto qué era lo que sucedía, y no sabía si debía preguntar. Ellas nunca se inmiscuían en mi tristeza o mi rabia. Quizá lo correcto por mi parte fuera no meterme en sus cosas.
Intenté que el silencio no me afectara mientras ellas me peinaban y me vestían para pasar un largo día en la Sala de las Mujeres. No veía el momento de ponerme uno de aquellos pantalones que Harry me había regalado para los sábados, pero no parecía que fuera el momento. Si aquello era mi declive, quería plantar cara como una dama. Al menos, haría un esfuerzo.
Mientras me disponía a afrontar otro día de té y libros, vi que las otras charlaban de la noche anterior. Bueno, todas menos Celeste, que tenía unas cuantas revistas de cotilleos esperando para leer.
Me pregunté si la que tenía entre las manos decía algo de mí.
Estaba planteándome si debía cogérsela cuando Silvia entró con unos gruesos pliegos de papeles bajo los brazos. Genial. Más trabajo.
—¡Buenos días, señoritas! —canturreó—. Se que están acostumbradas a recibir visitas los sábados, pero hoy la reina y yo tenemos un encargo especial que hacerles.
—Sí —dijo la reina, acercándose—. Sé que es algo precipitado, pero la semana que viene tendremos unas visitas. Van a hacer un recorrido por el país, y pasarán por el palacio para conocerlas a todas.
—Como ya saben, la reina suele encargarse de recibir a los invitados importantes. Ya vieron con qué elegancia atendió a nuestros amigos de Swendway —afirmó Silvia, haciendo un gesto hacia la reina, que a su vez sonrió con recato—. No obstante, los visitantes que recibiremos, de la Federación Germánica y de Italia, son aún más importantes que la familia real de Swendway. Y hemos pensado que esta visita
será un excelente ejercicio para todas ustedes, ya que últimamente hemos dedicado una especial atención a la diplomacia. Trabajarán en equipos para preparar una recepción para los invitados que se les asignen, incluida una comida, algunos entretenimientos, regalos… —explicó Silvia.
Tragué saliva.
—Es muy importante mantener las relaciones que ya tenemos, pero también forjar nuevas alianzas con otros países. Contamos con normas de protocolo para relacionarnos con estos invitados, así como guías sobre lo que se debe evitar a la hora de organizarles algunos actos. No obstante, los detalles quedan de la mano de ustedes.
—Queríamos que el ejercicio fuera lo más justo posible —intervino la reina—. Y creo que lo hemos sabido compensar. Celeste, Natalie y Elise organizarán una recepción. Kriss y _____ se encargarán de la otra. Y como tenéis una persona menos, dispondréis de un día más. Nuestros visitantes de la Federación Germánica llegarán el miércoles, y los italianos lo harán el jueves.
—¿Quiere decir que tenemos cuatro días? —protestó Celeste.
—Sí —respondió Silvia—. Pero una reina tiene que hacer todo ese trabajo sola, y a veces con menos tiempo.
Una sensación de pánico se adueñó del ambiente.
—¿Nos da la documentación, por favor? —pidió Kriss, tendiendo la mano.
Instintivamente, yo también tendí la mía. A los pocos segundos ya estábamos devorando toda aquella información.
—Esto va a ser duro —dijo Kriss—, incluso con el día de más.
—No te preocupes —la tranquilicé—. Vamos a ganar.
Ella soltó una risita nerviosa.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque de ningún modo voy a permitir que Celeste lo haga mejor que yo —respondí, decidida.
Tardamos dos horas en leer todo aquel tocho, y una más en asimilar lo que decía. Había muchísimas cosas diferentes que tener en cuenta, muchísimos detalles que planear. Silvia dijo que estaría a nuestra disposición, pero yo tenía la sensación de que pedirle ayuda sería admitir que no podíamos hacerlo solas, así que lo descartamos.
La creación del entorno adecuado iba a ser todo un reto. No se nos permitía usar flores rojas, pues se asociaban con el secretismo. Tampoco podíamos emplear las amarillas, pues se relacionaban con la envidia. Ni tampoco podíamos utilizar las de color violeta, pues se suponía que daban mala suerte. Tanto los vinos como la comida debían ser cuantiosos. El lujo no se consideraba una muestra de
presunción, sino una manifestación normal del ambiente palaciego. Si no estaba a la altura y no se impresionaba a los invitados, estos podrían decidir no volver nunca más. Además de todo eso, las cosas que se suponía que teníamos que haber aprendido —es decir, las normas de etiqueta en la mesa y cosas así— debían adaptarse a una cultura de la que ni Kriss ni yo teníamos ningún conocimiento, más allá de la información impresa que nos habían entregado.
Era algo increíblemente intimidatorio.
Nos pasamos el día tomando notas y poniendo ideas en común, mientras las otras hacían lo mismo en una mesa cercana. Al ir pasando la tarde, ambos grupos nos íbamos quejando de quién tenía la peor situación, y al cabo de un rato resultó hasta divertido.
—Al menos vosotras dos tenéis un día más para prepararlo —dijo Elise.
—Pero Illéa y la Federación Germánica ya son aliados. ¡Puede que a los italianos les parezca fatal todo lo que hagamos! —adujo Kriss, preocupada.
—¿Sabéis que nosotras tenemos que vestirnos con colores oscuros? —se quejó Celeste—. Va a ser una recepción muy… rígida.
—Tampoco nosotras querríamos ir demasiado ostentosas —observó Natalie, agitándose un poco en la silla. Se rió de su propia broma, y yo sonreí antes de volver a lo nuestro.
—Bueno, la nuestra se supone que tiene que ser de lo más festiva. Y todas tenéis que llevar vuestras mejores joyas —indiqué—. Debemos dar una primera impresión espléndida, y el aspecto es muy importante.
—Menos mal que podré lucir un poco en uno de estos dos actos tan estúpidos —suspiró Celeste, meneando la cabeza.
Estaba claro que aquello suponía un gran esfuerzo para todas. Después de lo ocurrido con Jessica y de sentirme descartada por el rey, ver que aquello nos hacía sufrir a todas, de algún modo, me reconfortaba. Pero eso no evitó que viviera algún episodio de paranoia antes de que acabara el día: estaba convencida de que alguna de las otras chicas —Celeste, en particular— podría intentar sabotear
nuestra recepción.
—¿Confías completamente en tus doncellas? —le pregunté a Kriss a la hora de cenar.
—Sí. ¿Por qué?
—Me pregunto si no deberíamos guardar algunas de estas cosas en nuestras habitaciones en lugar de dejarlas en el salón. Ya sabes, para que las otras no intenten robarnos las ideas —dije. Era mentira, pero no del todo.
—Me parece bien —respondió ella—. Especialmente porque nosotras vamos detrás, y podría parecer que nos hemos copiado.
—Exacto.
—Qué lista eres, _____. No es de extrañar que a Harry le gustaras tanto —dijo, y siguió comiendo.
No se me pasó por alto aquel modo de usar el pasado como quien no quiere la cosa. A lo mejor mientras yo me pasaba los días preocupada por ser lo suficientemente buena como para convertirme en princesa, sin saber al mismo tiempo si deseaba serlo, Harry se estaba olvidando completamente de mí.
Me convencí de que no era más que un recurso de Kriss para aumentar su confianza. Además, no habían pasado más que unos días desde lo de Jess. ¿Qué podía saber ella?
El penetrante alarido de una sirena me despertó de golpe. Aquel sonido estaba tan fuera de lugar que no podía ni procesar lo que era. Lo único que sabía era que el corazón me golpeaba con fuerza en el pecho. Noté el subidón de adrenalina.
Al cabo de un instante, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y un guardia entró a la carrera.
—Maldición, maldición, maldición —repetía.
—¿Eh? —dije yo, aún adormilada.
—¡Levanta, _____! —me apremió, y yo obedecí—. ¿Dónde tienes los zapatos?
Zapatos. Así que iba a algún sitio. Hasta entonces no lo entendí. Harry me había hablado de que se disparaba una alarma cuando se presentaban los rebeldes, pero que en un ataque reciente la habían
desmantelado. Debían de haberla reparado.
—Aquí —dije, cuando por fin los encontré, calzándome—. Necesito la bata —señalé a los pies de la
cama, y Aspen la agarró, intentando abrirla para que me la pusiera.
—No te preocupes. La llevo en la mano.
—Tienes que darte prisa. No sé a qué distancia están.
Asentí y me dirigí hacia la puerta, con la mano de Aspen en la espalda. Pero antes de llegar al pasillo
me hizo retroceder de un tirón, y me plantó un beso profundo e intenso en la boca. Tenía su mano tras la
cabeza, y se quedó pegado a mis labios un buen rato. Luego, como si de pronto hubiera olvidado el
peligro que corríamos, con la otra mano me agarró de la cintura y el beso se hizo más apasionado. Hacía
mucho tiempo que no me besaba así: entre mis vacilaciones y el miedo a que nos pillaran, no había
habido motivo para hacerlo. Pero aquella noche sentía la urgencia. Quizás algo saliera mal, y aquel podía
ser nuestro último beso.
Quería que fuera importante.
Nos separamos, concediéndonos apenas un segundo para mirarnos de nuevo. Esta vez me pasó la
mano alrededor del brazo y me empujó hacia la puerta.
—Ve, corre.
Salí corriendo en dirección al pasaje secreto que había al final del pasillo. Antes de empujar el
tabique, miré atrás y vi la espalda de Aspen, que giraba la esquina a la carrera.
No podía hacer nada más que correr, y eso es lo que hice. Bajé por la escarpada y oscura escalinata
todo lo rápido que pude, hasta llegar al refugio reservado para la familia real.
Harry me había contado una vez que había dos tipos de rebeldes: los norteños y los sureños. Los
norteños eran problemáticos, pero los sureños eran letales. Esperaba que, quienesquiera que fueran,
estuvieran más interesados en alterar la paz del palacio que en matarnos.
A medida que fui bajando las escaleras empecé a sentir el frío. Quería ponerme la bata, pero tenía
miedo de tropezar y caerme. Me sentí más segura cuando vi la luz de la cámara de seguridad. Salté del
último escalón, y vi una figura que destacaba entre las siluetas de los guardias. Harry. Aunque era tarde,
iba vestido con pantalones de vestir y una camisa, algo arrugada pero presentable.
—¿Soy la última? —pregunté, poniéndome la bata mientras me acercaba.
—No —respondió él—. Kriss aún sigue ahí fuera. Y Elise también.
Miré tras de mí, hacia el oscuro pasillo que parecía no tener fin. A los lados distinguí el perfil de tres
o cuatro escaleras que ascendían hasta diferentes puertas secretas del palacio. Estaban vacías. Si Harry
no me había engañado, no sentía una devoción especial por Kriss y Elise, pero la preocupación en sus
ojos era innegable. Se frotó la sien y estiró el cuello, como si aquello pudiera ayudarle. Ambos
mirábamos a lo lejos, en dirección a las escaleras, mientras los guardias se acercaban a la puerta,
evidentemente ansiosos por cerrarla.
De pronto suspiró y se llevó las manos a las caderas. Luego, sin previo aviso, me abrazó. No pude
evitar agarrarlo con fuerza.
—Sé que probablemente seguirás disgustada, y lo entiendo. Pero me alegro de que estés a salvo.
Harry no me había tocado desde Halloween. No había pasado ni una semana, pero, por algún
motivo, me parecía una eternidad. Quizá por todo lo que había pasado aquella noche, y no solo eso, sino
por todo lo que había ocurrido en los días previos.
—Yo también estoy contenta de que estés a salvo.
Me agarró más fuerte. De pronto soltó un grito ahogado.
—Elise.
Me giré y vi una fina silueta bajando las escaleras. ¿Dónde estaba Kriss?
—Deberíais entrar —nos apremió Harry—. Silvia os espera.
—Luego hablamos.
Me dedicó una sonrisa tenue y esperanzada, y asintió. Entré en la sala, con Elise pegada a mis
talones. Vi que estaba llorando. Le pasé un brazo alrededor del hombro, y ella hizo lo mismo,
reconfortada.
—¿Dónde estabas? —le pregunté.
—Creo que mi doncella está enferma. Tardó un poco en venir a ayudarme. Y luego me asusté tanto
con la alarma que me confundí y no recordaba adónde tenía que ir. Apreté cuatro paredes diferentes antes
de encontrar la buena —dijo, sacudiendo la cabeza a modo de reproche hacia sí misma.
—No te preocupes —la tranquilicé, abrazándola—. Ahora ya estás a salvo.
Ella asintió, intentando controlar la respiración. De las cinco que quedábamos, era sin duda la más
sensible.
Al avanzar hacia el interior, vi al rey y a la reina sentados uno junto al otro, ambos en bata y
zapatillas. El rey tenía un montoncito de papeles sobre el regazo, como si quisiera aprovechar el tiempo
allí abajo para trabajar. Una doncella le masajeaba la mano a la reina. Ambos tenían el gesto serio.
—¿Qué? ¿Esta vez no trae compañía? —bromeó Silvia, desviando mi atención.
—No estaban conmigo —dije, preocupada de pronto por la seguridad de mis doncellas. Ella sonrió
amablemente.
—Estoy segura de que estarán bien. Por aquí.
La seguimos hasta una hilera de camas colocadas junto a una pared irregular. La última vez que había
bajado a aquel lugar había quedado claro que los encargados del mantenimiento de aquella sala no
estaban preparados para el caos que suponía acoger a todas las chicas de la Selección. Desde entonces
habían hecho progresos, pero aún no estaba en estado óptimo. Había seis camas.
Celeste estaba hecha un ovillo en la más próxima a los reyes, aunque todas las camas quedaban a
cierta distancia de ellos. Natalie se había colocado en la de al lado y se estaba retorciendo mechones de
pelo con los dedos.
—Me gustaría que durmierais. Todas tenéis una semana de mucho trabajo por delante, y no vais a
poder organizar nada si estáis agotadas —dijo Silvia, y luego se fue, probablemente en busca de Kriss.
Elise y yo suspiramos. No podía creer que nos hicieran pasar por todo aquel jaleo de las
recepciones. ¿No era ya de por sí aquello suficientemente tenso? Nos separamos y nos dirigimos a
nuestras camas, una junto a la otra. Elise enseguida se metió bajo las mantas, agotada.
—¿Elise? —dije, en voz baja. Ella se giró y me miró—. Si necesitas algo dímelo, ¿vale?
—Gracias —respondió ella con una sonrisa.
—De nada.
Se dio media vuelta; al cabo de unos segundos parecía que se había quedado dormida. Y así fue, pues
no se giró, pese al estruendo que llegó desde la puerta. Miré atrás y vi a Harry, que llevaba a Kriss en
brazos, con Silvia a su lado. En cuanto pasaron, volvieron a cerrar la puerta herméticamente.
—Me he caído —explicó Kriss a Silvia, que parecía muy agitada—. No creo que me haya roto el
tobillo, pero me duele mucho.
—Hay vendas atrás. Al menos podemos inmovilizarlo —propuso Harry.
Silvia se puso en marcha enseguida, y pasó a nuestro lado en busca de las vendas.
—¡A dormir! ¡Venga! —nos ordenó.
Suspiré, y no fui la única. Natalie lo llevaba bien, pero Celeste parecía muy irritada. Y eso me hizo
examinarme a mí misma: si mi comportamiento se parecía en algo al de aquella chica, tenía que
cambiarlo. Aunque no tenía ganas, me metí en mi cama y me puse de cara a la pared.
Procuré no pensar en Aspen, luchando por allí arriba, ni en mis doncellas, que quizá no llegaran a su
refugio a tiempo. Intenté no preocuparme por la semana siguiente ni por la posibilidad de que los
rebeldes fueran sureños y que quisieran perpetrar una matanza en el palacio mientras nosotras
dormíamos.
Pero no pude evitarlo y pensé en todo aquello. Y resultó tan agotador que al final acabé durmiéndome
en aquel catre frío y duro.
Cuando me desperté, no sabía qué hora era, pero debían de haber pasado horas. Me di la vuelta y vi a
Elise, que seguía durmiendo tranquilamente. El rey estaba leyendo sus papeles, hojeándolos tan
rápidamente que parecía estar furioso con ellos. La reina tenía la cabeza apoyada en el respaldo de su
silla. Cuando dormía aún estaba más guapa.
Natalie seguía dormida, o al menos eso parecía. Pero Celeste estaba despierta, apoyada en un brazo y
mirando al otro extremo de la cámara. En sus ojos había un fuego que solía reservar para mí. Seguí la
dirección de su mirada y vi que estaba fija en la pared opuesta, donde vi a Kriss y a Harry.
Estaban sentados, el uno junto al otro; él la rodeaba con el brazo por encima del hombro. La chica
tenía las piernas cogidas con las manos, frente al pecho, como si tuviera frío, aunque llevaba una bata.
Tenía el tobillo izquierdo vendado, pero no parecía que le molestara demasiado. Los dos hablaban en
voz baja, con una sonrisa en el rostro.
No quería quedarme mirando, así que me di la vuelta.
Cuando Silvia me dio un golpecito en el hombro para despertarme, Harry ya se había ido. Y Kriss
también.
- ¡Hola!:
- Hazza nos esta remplazando D: No se por qué puse el link de la Cold Coffe, pero edité este capitulo con la canción y me encantó xd. Aspen sigue siendo recute, verdad
Espero que les haya gustado el capitulo, pronto subiré el siguiente.
Quería informarles de que esta secuela tiene mas o menos 30 capitulos, so estamos casi a la mitad, pero no se preocupen, hay tercera parte, asi que no se podrán desprender de mi tan fácilmente xd.
Las amo.
-Sasa.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Con que Kriss!!!!! he.... ya esta todo mal!!!!Siguela me encanta
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Hay dios mio, tienes que seguirla, carajo amo esta novelaaaaaaaa, es como perfecta y hermosa con Harry♥ siguela cuando puedas
GirlHope1D
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Ya la sigo!!!Eliimix escribió:Con que Kriss!!!!! he.... ya esta todo mal!!!!Siguela me encanta
PD: Audicione en tu novela :D
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Ya la sigo :D Amo que ames la novelaaa <3GirlHope1D escribió:Hay dios mio, tienes que seguirla, carajo amo esta novelaaaaaaaa, es como perfecta y hermosa con Harry♥ siguela cuando puedas
PD: Subiré dos capitulos hoy, bc me parece injusto dejarles con intriga e.e u.u
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo 16
Cuando emergí de la escalera que me había conducido a la salvación la noche anterior, se me hizo
más que evidente que los sureños habían pasado por allí. En el corto tramo de pasillo que llevaba a mi
habitación había un montón de escombros por los que tuve que trepar para llegar hasta mi puerta.
Normalmente ya habían reparado la mayor parte de los destrozos cuando salíamos del refugio, pero
esta vez parecía que eran tantos que no había dado tiempo, y tampoco iban a tenernos encerrados todo el día hasta tenerlo todo limpio. Aun así, habría deseado que hubieran limpiado más. En una pared, a lo lejos, vi a un grupo de doncellas que se afanaban en borrar una pintada enorme:
YA VENIMOS
Aquella inscripción aparecía repetidamente más allá, en algunas ocasiones escrita con barro, y en otras con pintura; una de ellas parecía hecha con sangre. Me recorrió un escalofrío. ¿Qué significaba aquello?
Mientras estaba ahí, inmóvil, mis doncellas vinieron a mi encuentro a toda prisa.
—Señorita, ¿está bien? —preguntó Andy.
Al verlas aparecer así, de golpe, me sobresalté.
—Ah, sí. Estoy bien —y volví a mirar aquellas palabras de la pared.
—Venga aquí, señorita. La ayudaremos a vestirse —me apremió Emily.
Las seguí, obediente, algo aturdida por todo lo que había visto y demasiado confundida como para hacer cualquier otra cosa. Se pusieron manos a la obra, con el empeño que mostraban cuando intentaban distraerme con la rutina de vestirme. Había algo en la seguridad de sus movimientos —incluso en los de Lucy— que me tranquilizó.
Cuando estuve preparada, vino una doncella que me acompañó al exterior, donde íbamos a trabajar aquella mañana. Los cristales rotos y las terroríficas inscripciones resultaron más fáciles de olvidar al sol de Angeles. Incluso Harry y el rey estaban allí, en una mesa, con sus asesores, revisando montones de documentos y tomando decisiones.
Bajo una carpa, la reina repasaba unos papeles, señalando detalles a una doncella que tenía al lado.
Cerca de ella estaban Elise, Celeste y Natalie, sentadas en otra mesa, haciendo planes para su recepción.
Estaban tan enfrascadas en aquello que daba la impresión de que se habían olvidado por completo de la
pasada noche.
Kriss y yo nos sentamos en el otro extremo del jardín, bajo una carpa similar, pero nuestro trabajo
avanzaba muy despacio. Me costaba mucho hablar con ella, ya que no podía quitarme de la cabeza la
imagen de Harry y ella charlando en el refugio. Me quedé mirando mientras ella subrayaba partes de los documentos que nos había dado Silvia y garabateaba notas al margen.
—Creo que se me ha ocurrido cómo podemos arreglar lo de las flores —apuntó, sin levantar la
cabeza.
—Ah, muy bien.
Dejé vagar la mirada y acabé con los ojos puestos en Harry, que parecía querer dar la impresión de
estar más atareado que nadie. Cualquiera que se fijara un poco se habría dado cuenta de que el rey no
fingía oír sus comentarios. Eso no lo entendía. Si al rey le preocupaba que su hijo pudiera llegar a ser un
buen líder, lo que tenía que hacer era instruirle, no apartarle de todo por temor a que cometiera un error.
Harry hojeó unos papeles y levantó la mirada, que se cruzó con la mía; saludó con la mano. Cuando
me disponía a levantar la mía, vi por el rabillo del ojo que Kriss respondía saludando a su vez con gran
entusiasmo. Bajé la mirada de nuevo y la fijé en los papeles, haciendo un esfuerzo por no ruborizarme.
—Qué guapo es, ¿no? —dijo Kriss.
—Sí, claro.
—No dejo de pensar cómo serían nuestros hijos, con su cabello y mis ojos.
—¿Cómo tienes el tobillo?
—Oh —respondió, suspirando—. Me duele un poco, pero el doctor Ashlar dice que estaré bien para
la recepción.
—Me alegro —dije, levantando por fin la vista—. No querría que fueras cojeando por ahí cuando
lleguen los italianos —intenté que sonara como un comentario amistoso, pero era evidente que mi tono la
hizo dudar.
Abrió la boca para decir algo, pero enseguida apartó la mirada. La seguí y vi que Harry se dirigía a
la mesa de refrescos que nos habían preparado los criados.
—Ahora vuelvo —dijo, de pronto, y salió corriendo hacia Harry a una velocidad casi imposible.
No pude evitar quedarme mirando. Celeste también se había acercado, y ahí estaban charlando los
tres, mientras se servían agua o cogían algún sándwich. Celeste dijo algo, y Harry se rió. Parecía que
Kriss sonreía, pero era evidente que le molestaba que la otra le hubiera quitado aquel momento de
privacidad.
Casi me sentí agradecida con Celeste. Me sacaba de quicio por mil motivos, pero también resultaba
absolutamente imposible de intimidar. En el fondo, sentí que no me importaría ser un poco así.
El rey le gritó algo a uno de sus asesores y la vista se me fue en aquella dirección. No oí bien lo que
había dicho, pero parecía enfadado. Por un momento vi a Aspen, que hacía su ronda.
Él me miró y me lanzó un guiño furtivo. Sabía que era para que me tranquilizara, y en parte lo
consiguió. Aun así, no podía evitar preguntarme qué le habría pasado aquella noche para que ahora
cojeara ligeramente y tuviera una herida, tapada, junto al ojo.
Mientras me debatía pensando en si habría algún modo discreto de pedirle que viniera a verme por la
noche, sonó la voz de alarma desde el interior del palacio.
—¡Rebeldes! —gritó uno de los guardias—. ¡Corran!
—¿Qué? —respondió otro de los guardias, extrañado.
—¡Rebeldes! ¡Dentro del palacio! ¡Vienen hacia aquí!
La amenaza que había visto en la pared resonó en mi mente: YA VENIMOS.
Todo se aceleró de pronto. Las doncellas se llevaron a la reina al extremo del palacio, algunas de
ellas tirándole de la mano para que fuera más rápido, mientras otras corrían tras ella, bloqueando el paso
a un posible ataque.
El vestido rojo de Celeste brillaba como una estela tras la reina, a la que seguía, convencida de que
aquello era lo más seguro. Harry cogió en brazos a Kriss, que no podía correr, y la dejó en los del
guardia que tenía más cerca, que resultó ser Aspen.
—¡Corre! —le gritó a Aspen—. ¡Corre!
Aspen, siempre leal, salió disparado, llevándose a Kriss como si no pesara nada.
—¡Harry, no! —gritó ella por encima del hombro de Aspen.
Oí un ruido procedente del interior de las puertas abiertas del palacio y solté un grito. Varios de los
guardias echaron mano de las pistolas que llevaban bajo el oscuro uniforme y comprendí que aquel
estruendo había sido un disparo. Se oyeron dos más. Me quedé paralizada, observando el torbellino de
cuerpos que se movían a mi alrededor. Los guardias empujaban a la gente, apartándola del palacio y
apremiándola para que se alejara, mientras un enjambre de personas con pantalones andrajosos y burdas
chaquetas salió a la carrera, cargados con mochilas o zurrones llenos hasta los topes. Se oyó otro
disparo.
Tenía que ponerme en marcha, salir corriendo.
Lo más lógico era alejarse de los rebeldes. Pero eso suponía dirigirse hacia el bosque, perseguida
por una bandada de tipos despiadados. Corrí y resbalé varias veces, y me planteé quitarme los zapatos
planos que llevaba. Al final, decidí que más valía llevar unos zapatos que resbalaran que ir descalza.
—¡____! —me llamó Harry—. ¡No! ¡Vuelve!
Me giré para mirar y vi que el rey agarraba a Harry por el cuello de su chaqueta y tiraba de él. Pude
ver el horror en sus ojos, clavados en mí. Se oyó otro disparo.
—¡Agáchate! —gritó Harry—. ¡Vais a darle a ella! ¡Alto el fuego!
Se oyeron más disparos, y Harry siguió gritando órdenes hasta que estuvo tan lejos que ya no las
distinguí. Corrí a campo abierto y me di cuenta de que estaba sola. Harry estaba retenido por su padre y
Aspen estaba cumpliendo con su deber. Cualquier guardia que quisiera venir en mi busca tendría que
atravesar el frente de los rebeldes. Lo único que podía hacer era correr para salvar la vida.
El miedo me dio alas, y me sorprendió la habilidad con la que acabé esquivando las ramas bajas al
llegar al bosque. El suelo estaba seco, parcheado por los meses de sequía, y sólido. Sentí arañazos en las
piernas, pero no me detuve a comprobar si eran profundos o no.
Estaba sudando; el vestido se me pegaba al pecho. Entre los árboles hacía más fresco, y cada vez
estaba más oscuro, pero yo tenía calor. En casa a veces corría por diversión, jugando con Gerad o
simplemente para agotarme. Pero llevaba meses en el palacio, sin hacer nada, comiendo de forma
generosa por primera vez en mi vida, y ahora lo notaba. Los pulmones me ardían y sentía pesadez en las
piernas.
Aun así, seguí corriendo.
Cuando ya estaba suficientemente lejos, miré atrás para ver a qué distancia estaban los rebeldes. No
les podía oír, con la sangre latiéndome en los oídos; cuando miré, tampoco los vi. Decidí que era el
mejor momento para ocultarme, antes de que localizaran mi llamativo vestido en la oscuridad del bosque.
No paré hasta que vi un árbol lo bastante ancho como para ocultarme. Me situé detrás y observé que
había una rama lo suficientemente baja como para trepar. Me quité los zapatos y los tiré, con la esperanza
de que no descubrieran mi posición a los rebeldes. Subí, aunque no muy arriba, y me coloqué de espaldas
al tronco, acurrucándome todo lo que pude.
Me concentré en mi respiración, intentando ralentizarla. Temía que el ruido de mis jadeos me
delatara. Y cuando lo conseguí, se hizo el silencio. Me imaginé que los habría perdido. No me moví;
quería estar segura. Unos segundos más tarde oí un fuerte murmullo de hojas.
—Deberíamos haber venido de noche —susurró alguien, una chica—.
Yo me pegué aún más al árbol, rezando para que no crujiera ninguna rama.
—De noche no habrían estado fuera —respondió un hombre. Aún corrían, o eso intentaban, y por su
respiración parecía que estaban agotados.
—Déjame que lo lleve yo un rato —se ofreció él. Daba la impresión de que se estaban acercando
mucho.
—Ya puedo yo.
Aguanté la respiración y vi que pasaban justo por debajo de mi árbol. Justo cuando pensé que ya
habría pasado el peligro, la bolsa de la chica se rompió y un montón de libros cayeron sobre el lecho del
bosque. ¿Qué estaba haciendo con tantos libros?
—Maldita sea —exclamó, arrodillándose. Llevaba una chaqueta vaquera con un bordado que
representaba una flor y que se repetía una y otra vez. Aquello debía de darle un calor tremendo.
—Ya te he dicho que me dejaras ayudarte.
—¡Calla! —soltó ella, que le dio un empujón al chico en las piernas. En aquel gesto familiar, vi que
se tenían mucho afecto el uno al otro.
Alguien silbó a lo lejos.
—¿Es Jeremy? —preguntó ella.
—Parece que sí —Él se agachó y recogió unos cuantos libros.
—Ve a buscarle. Yo te sigo.
El chico no parecía muy convencido, pero accedió. Le dio un beso en la frente y salió corriendo.
La chica recogió el resto de los libros y cortó con un cuchillo la correa de la bolsa, que usó para
hacer un hatillo.
Cuando se puso en pie sentí un gran alivio; suponía que se pondría en marcha. Pero se apartó el
flequillo del rostro y levantó la mirada al cielo.
Y me vio.
Ni el silencio ni la inmovilidad me podían ayudar en aquel momento. Si gritaba, ¿vendrían los
guardias? ¿O estaban demasiado cerca el resto de los rebeldes?
Nos quedamos mirándonos la una a la otra. Yo esperaba que ella llamara a los otros y que, fuera lo
que fuera lo que tenían pensado hacerme, no me resultara demasiado doloroso.
Pero no emitió más sonido que una carcajada contenida, divertida.
Se oyó otro silbido, algo diferente al anterior, y ambas miramos en dirección al lugar de donde
procedía, para luego volver a mirarnos a los ojos.
Y entonces hizo lo que menos podía imaginarme: echó una pierna atrás, bajó la cabeza y me hizo una
ostentosa reverencia. Me quedé mirando, absolutamente anonadada. Se levantó, sonriendo, y salió a la
carrera en dirección al silbido. La seguí con la mirada y vi cien florecillas bordadas que desaparecían
entre el sotobosque.
Cuando tuve la sensación de que ya habría pasado más de una hora, decidí que podía bajar. Me quedé
a los pies del árbol. ¿Dónde había dejado los zapatos? Rodeé la base del tronco, intentando localizar mis
manoletinas blancas, pero fue en vano. Al final me rendí y decidí que lo mejor era emprender el camino
de regreso al palacio.
Miré alrededor. Entonces me di cuenta de que no iba a ser tan fácil: me había perdido.
Invitado
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo 17
Me senté contra la base del árbol, con las piernas recogidas frente al pecho, esperando. Mamá siempre decía que eso es lo que teníamos que hacer cuando nos perdiéramos. Me dio tiempo a pensar en lo sucedido. ¿Cómo habían podido entrar los rebeldes en el palacio dos días seguidos? ¡Dos días seguidos! ¿Habían empeorado tanto las cosas en el exterior desde el inicio de la Selección? Por lo que yo había visto en mi casa, en Carolina, y por lo experimentado en el palacio, aquello era algo sin precedentes.
Tenía un montón de arañazos en las piernas, y ahora que ya no tenía que esconderme por fin sentía cómo me picaban. En el muslo tenía un pequeño cardenal que no sabía cómo me había hecho. Estaba sedienta; y al ir calmándome sentí el agotamiento provocado por la tensión emocional, mental y física del día. Apoyé la cabeza contra el árbol y cerré los ojos. No pensaba dormirme. Pero lo hice.
Algo más tarde oí el ruido inequívoco de unos pasos. Abrí los ojos de golpe; el bosque staba más oscuro de lo que yo recordaba. ¿Cuánto tiempo habría dormido?
Mi primera reacción fue trepar de nuevo al árbol, y corrí hacia el otro lado, pisando los restos de la bolsa de la chica rebelde. Pero entonces oí que me llamaban.
—¡Lady _____! —dijo alguien—. ¿Dónde está?
Y al cabo de un momento, otra vez:
—¿Lady _____?
Pasados unos instantes, una voz autoritaria ordenó:
—Aseguraos de mirar por todas partes. Si la han matado, pueden haberla colgado o haber intentado enterrarla. Prestad mucha atención.
—Sí, señor —respondió un coro de voces.
Miré desde detrás del árbol, concentrándome en aquellos ruidos, forzando la vista para intentar reconocer las siluetas que avanzaban por entre las sombras, sin tener muy claro si de verdad estaban allí para rescatarme. La luz del atardecer, colándose por entre los árboles, cayó sobre el rostro de Aspen.
Corrí a su encuentro:
—¡Estoy aquí! —grité—. ¡Por aquí!
Avancé directamente a los brazos de Aspen, esta vez sin preocuparme de quien pudiera verme.
—Gracias a Dios —me susurró al oído. Luego se giró, dirigiéndose hacia los demás—. ¡La tengo! ¡Está viva!
Aspen se agachó y me cogió en brazos.
—Estaba aterrado, pensando que encontraríamos tu cadáver en algún sitio. ¿Estás herida?
—Solo tengo rasguños en las piernas.
Un segundo más tarde varios guardias nos rodeaban y felicitaban a Aspen.
—Lady _____ —dijo el que estaba al mando—. ¿Se encuentra bien?
Asentí con la cabeza.
—Solo tengo unos rasguños en las piernas.
—¿Han intentado hacerle daño?
—No. No llegaron a pillarme.
Parecía algo extrañado.
—Ninguna de las otras chicas podría haber escapado corriendo, supongo.
Sonreí, por fin más tranquila.
—Ninguna de las otras chicas es una Cinco.
Varios de los guardias se sonrieron, incluido Aspen.
—Ahí tiene razón. Volvamos a palacio —concluyó el jefe. Se adelantó y se dirigió a los otros guardias—: No bajéis la guardia. Aún podrían estar por la zona.
En cuanto nos pusimos en marcha, Aspen me habló en voz baja:
—Sé que eres lista y que corres mucho, pero me has dado un susto de muerte.
—Le he mentido al oficial —le susurré.
—¿Qué quieres decir?
—Que si llegaron a alcanzarme.
Aspen me miró, horrorizado.
—No me hicieron nada, pero una chica me vio. Me dedicó una reverencia y salió corriendo.
—¿Una reverencia?
—A mí también me sorprendió. No parecía enfadada ni se mostró amenazante. De hecho, parecía una chica normal.
Pensé en lo que me había contado Harry acerca de los dos grupos de rebeldes; supuse que aquella chica debía de ser del norte. No se había mostrado nada agresiva; simplemente quería cumplir con su misión. Y no había duda de que el ataque de la noche anterior era obra de los sureños. ¿Significaría algo que los ataques se hubieran producido uno tras otro, pero que fueran de grupos diferentes? ¿Estarían observándonos los norteños, esperando un momento de debilidad? Pensar que podían tener espías dentro del palacio era inquietante.
Al mismo tiempo, los ataques resultaban casi tontos. ¿Se limitaban a presentarse y a entrar por la puerta principal? ¿Cuántas horas se pasaban en el palacio, recogiendo su botín? Eso me hizo pensar en algo.—Llevaba libros, muchos —recordé.
Aspen asintió.
—Parece que eso ocurre a menudo. No tenemos ni idea de qué hacen con ellos. Tal vez los usen para hacer fuego. Supongo que donde viven pasan frío.
No supe qué responder. Se me ocurrían muchos sitios mejores donde conseguir algo así. Además, la chica parecía desesperada por recuperar esos libros. Estaba segura de que había algo más.
Tardamos más de una hora, caminando lentamente, hasta llegar de nuevo al palacio. Aunque estaba herido, Aspen no me soltó ni un momento. De hecho, daba la impresión de estar disfrutando de la excursión, a pesar del esfuerzo suplementario. A mí también me gustó.
—Los próximos días puede que esté muy ocupado, pero intentaré ir a verte pronto —me susurró mientras cruzábamos el gran jardín que llevaba al palacio.
—De acuerdo —respondí en voz baja.
Él esbozó una sonrisa sin dejar de mirar al frente, y yo le imité, contemplando el palacio, que brillaba al sol del atardecer. En todos los pisos había luces encendidas. Nunca lo había visto así. Era precioso.
Por algún motivo pensé que Harry estaría esperándome en las puertas de atrás. No estaba. No había nadie. Aspen recibió instrucciones de llevarme a la enfermería para que el doctor Ashlar pudiera curarme las heridas, mientras otro guardia iba a anunciar a la familia real que me habían encontrado con vida. Mi vuelta a casa no fue un gran acontecimiento. Estaba sola en una cama de la enfermería, con las piernas vendadas, y así me quedé hasta que me dormí.
Oí que alguien estornudaba.
Abrí los ojos, confundida, hasta que pasaron unos segundos y recordé dónde estaba. Parpadeé y paseé la mirada por el pabellón.
—No quería despertarte —dijo Harry, susurrando—. Deberías seguir durmiendo.
Estaba sentado en una silla junto a la cama, tan cerca que habría podido apoyar la cabeza junto a mi codo si hubiera querido.
—¿Qué hora es? —me froté los ojos.
—Casi las dos.
—¿De la madrugada?
Harry asintió. Me miró atentamente, y de pronto pensé en el mal aspecto que tendría. Me había lavado la cara y me había recogido el pelo al volver, pero estaba bastante segura de que debía de tener las marcas de la almohada en la mejilla.
—¿Tú nunca duermes? —le pregunté.
—Claro que sí. Pero es que siempre tengo algo de lo que preocuparme.
—Supongo que es algo inherente al trabajo —erguí un poco la espalda.
Él esbozó una sonrisa.
—Algo así.
Se produjo una larga pausa; ninguno de los dos sabíamos qué decir.
—Hoy he pensado algo, mientras estaba en el bosque —dije, de pronto.
Harry sonrió de nuevo, al ver cómo quitaba importancia al incidente.
—¿De verdad?
—Era sobre ti.
Él se acercó un poco, fijando sus ojos esmeraldas en los míos.
—Cuéntame.
—Bueno… Estaba pensando en lo preocupado que estabas anoche, cuando Elise y Kriss no habían llegado al refugio. Y hoy te vi intentando correr tras de mí cuando llegaron los rebeldes.
—Lo intenté. Lo siento mucho —se disculpó, sacudiendo la cabeza, avergonzado por no haber podido hacer más.
—No estoy disgustada —me expliqué—. De eso se trata. Cuando estuve ahí fuera, sola, pensé en lo preocupado que debías de estar, en lo preocupado que estás por todas. Y no puedo pretender saber lo que sientes exactamente, pero sí sé que ahora mismo nuestra relación no es una prioridad.
Él chasqueó la lengua.
—Hemos tenido días mejores.
—Pero, aun así, corriste tras de mí. Pusiste a Kriss en manos de un guardia porque no podía correr.
Intentas mantenernos a todas a salvo. Así que ¿por qué ibas a querer hacernos daño a ninguna?
Se quedó allí, en silencio, sin saber muy bien adónde quería llegar.
—Ahora lo entiendo. Si te preocupa tanto nuestra seguridad, es imposible que quisieras hacerle aquello a Jessica. Estoy segura de que lo habrías impedido si hubieras podido.
—Sin pensarlo —contestó tras lanzar un suspiro.
—Ya lo sé.
Harry alargó la mano, vacilante, y la pasó por encima de la cama en busca de la mía. Yo dejé que me la cogiera.
—¿Recuerdas que te dije que tenía algo que quería enseñarte?
—Sí.
—No lo olvides, ¿vale? Será pronto. Mi posición me obliga a muchas cosas, y no siempre son agradables. Pero a veces…, a veces puedes hacer cosas estupendas.
No entendí qué quería decir, pero asentí.
—Aunque supongo que tendré que esperar hasta que acabes con ese proyecto. Vas un poco retrasada.
—¡Agh! —exclamé, retirando la mano de la de Harry para taparme los ojos. Se me había olvidado completamente lo de la recepción. Le miré—. ¿Aún querrán que hagamos eso? Hemos sufrido dos
ataques rebeldes, y yo me he pasado la mayor parte del día en el bosque. Seguro que lo estropeamos todo. Harry me sonrió, confiado.
—Tendrás que hacer un esfuerzo.
—Va a ser un desastre —dije, dejando caer la cabeza en la almohada.
—No te preocupes —repuso, con una risita—. Aunque no lo hagáis tan bien como las otras, no te echaré por ello.
Aquello me sonó raro. Volví a levantar la cabeza.
—¿Quieres decir que si las otras lo hacen peor, una de ellas podría ser expulsada?
Vaciló un momento; era evidente que no sabía qué responder.
—¿Harry?
—Esperan que elimine a otra dentro de unas dos semanas —contestó, tras lanzar otro suspiro—. Y esto se supone que debe influir mucho en la elección. Kriss y tú tenéis la situación más difícil: se trata del país con el que no tenemos relaciones, y sois una menos; y aunque tengan una cultura muy festiva, los italianos se ofenden fácilmente. Si a eso le sumamos que apenas habéis tenido tiempo de trabajar en ello… —me dio la impresión de que cada vez estaba más pálido—. Yo no debería ayudaros, pero si necesitáis algo, dímelo. No puedo enviaros a casa a ninguna de las dos.
La primera vez que habíamos discutido, por una tontería relacionada con Celeste, sentí que Harry me había roto un poco el corazón. Y cuando Jess se había ido de pronto, volví a pensarlo. Estaba segura de que cada vez que surgía algún obstáculo, iba desmigajándose algo en mi interior. Pero no era así.
En aquella cama, en la enfermería del palacio, Harry Styles me rompió el corazón por primera vez, de verdad. Y el dolor fue inimaginable. Hasta entonces había podido convencerme de que todo lo
que había visto entre él y Kriss eran imaginaciones mías, pero ahora estaba segura.
Le gustaba Kriss. Quizá tanto como yo.
Asentí en agradecimiento por su oferta para ayudarnos, incapaz de articular palabra.
Me dije que debía proteger mi corazón, que no podía ponerlo en sus manos. Harry y yo habíamos empezado como amigos, y quizás eso fuera lo que debíamos ser: buenos amigos. Pero estaba desolada.
—Tengo que irme —dijo—. Y tú necesitas dormir. Has tenido un día muy largo.
Puse los ojos en blanco. «Muy largo» era poco.
Harry se levantó y se alisó el traje.
—En realidad quería decirte muchas más cosas. Por un momento pensé que te habría perdido.
Me encogí de hombros.
—Estoy bien. De verdad.
—Ahora ya lo veo, pero durante varias horas pensé que ya podía prepararme para lo peor —hizo una pausa, midiendo sus palabras—. Normalmente, de todas las chicas, contigo es con la que más fácil me esulta hablar de lo que hay entre nosotros. Pero quizás ahora no sea el mejor momento para hacerlo.
Asentí y bajé la cabeza. No podía hablar de mis sentimientos por alguien que estaba enamorado de otra persona.
—Mírame, ______ —me pidió, con suavidad.
Lo hice.
—No pasa nada. Puedo esperar. Solo quería que supieras… No encuentro palabras para expresar el alivio que siento de que estés aquí, de una pieza. Nunca he estado tan agradecido al mundo por nada.
Me quedé muda, como siempre me pasaba cuando me tocaba la fibra sensible. Lo cierto es que era preocupante lo fácil que me resultaba confiar en sus palabras.
—Buenas noches, _____.
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
¡Comenten! :D
Última edición por Sasa. el Vie 14 Nov 2014, 12:09 pm, editado 1 vez
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Primerrrr comenyarioo !! Me.gustaron los capitulos se guilaa por favorrr :'(
romy_1Dsteylmigirl
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