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Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
O W N :: Fanfiction :: Fanfiction :: Músicos :: One Direction
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¿Te gusta la novela?
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Mañana subo cap, i promise. Matad a mis profesores, la culpa es de ellos, ¡¿POR QUÉ PONEN TANTOS EXAMENES?! Espero que hayais entendido el por qué no he subido cápitulos. Lo dicho, me ayudais a matarlos? Si? Gracias xx.
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
juro que es la mejor novela que lei en Only , es demaciado fascinante
espero que la sigas :)
espero que la sigas :)
lucylover
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capítulo 25
—¿Clases particulares? —preguntó Silvia—. ¿Quieres decir varias a la semana?
—Claro —respondí.
Por primera vez desde mi llegada, estaba profundamente agradecida a Silvia. Sabía que no podría
resistirse ante la idea de tener a alguien dispuesto a escuchar todo lo que tenía que decir, y si aquello me
suponía un trabajo extra, me iría bien para estar ocupada.
Pensar en Harry, en Aspen, en el diario y en las chicas se me hacía demasiado pesado. El protocolo
era algo que no tenía vuelta de hoja. Los pasos para presentar una proposición de ley eran invariables.
Ese tipo de cosas sí podía llegar a aprenderlas.
Silvia me miró, aún algo sorprendida, y al momento me mostró una gran sonrisa. Me dio un abrazo y
exclamó:
—Oh, esto es fantástico. Por fin una de vosotras entiende lo importante que es esto —se separó, pero
siguió agarrándome con los brazos extendidos—. ¿Cuándo quieres empezar?
—¿Ahora?
—Déjame ir a buscar unos libros —respondió, pletórica.
Me impliqué de lleno en el estudio, agradecida por cada palabra, concepto y estadística que me metía
en la cabeza. Cuando no estaba con Silvia, estaba leyendo algún texto en las innumerables horas que
pasaba en la Sala de las Mujeres; cualquier cosa menos pasar el rato con las otras chicas.
Trabajé mucho, y no veía la hora de que las cinco tuviéramos una nueva clase conjunta.
Cuando llegó, Silvia empezó por preguntarnos qué era lo que más nos apasionaba. Yo escribí que mi
familia, la música y, luego, como si fuera algo inevitable, la justicia.
—El motivo por el que os lo pregunto es porque la reina siempre suele presidir algún comité de algún
tipo, algo en beneficio del país. La reina Anne, por ejemplo, impulsó un programa para formar a las
familias para que puedan hacerse cargo de cualquier miembro discapacitado físico o mental. Muchos
acaban en la calle cuando las familias no saben qué hacer con ellos, y el número de Ochos va creciendo
alarmantemente. Las estadísticas de estos últimos diez años han demostrado que su programa ha ayudado
a reducir esa cifra, lo que ha contribuido a la seguridad de la población en general.
—¿Y nosotras tenemos que idear un programa de ese tipo? —preguntó Elise, algo nerviosa.
—Sí, ese será vuestro nuevo proyecto —respondió Silvia—. En el Capital Report de dentro de dos
semanas se os pedirá que presentéis vuestra idea y que propongáis cómo podría ponerse en marcha.
A Natalie se le escapó un gritito ahogado. Celeste puso la mirada en el cielo. Kriss tenía aspecto de
estar pensando ya en algo. Su entusiasmo inmediato me puso algo nerviosa.
Recordé que Harry había hablado de una eliminación inminente. Daba la impresión de que Kriss y
yo teníamos una ligera ventaja, pero, aun así, era preocupante.
—¿De verdad servirá esto para algo? —preguntó Celeste—. La verdad es que preferiría aprender
algo que realmente nos fuera útil.
Era evidente que aquel tono de preocupación escondía que la idea la aburría o la intimidaba.
Silvia parecía consternada.
—¡Claro que os será útil! La que se convierta en princesa estará al cargo de un proyecto filantrópico.
Celeste murmuró algo y se puso a juguetear con un bolígrafo. No soportaba que deseara tanto el cargo
pero ninguna de sus responsabilidades.
«Yo sería mejor princesa que ella», pensé. Y en aquel momento me di cuenta de que aquello no era
falso del todo. No tenía sus contactos ni el saber estar de Kriss, pero al menos estaba más implicada. ¿O
es que eso no importaba?
Por primera vez en mucho tiempo, me sentía entusiasmada. Ahí tenía un proyecto que me permitiría
demostrar lo único que me distanciaba de las otras. Estaba decidida a volcarme en ello y, con un poco de
suerte, crearía algo que valiera la pena. A lo mejor acabaría perdiendo la competición; quizá ni siquiera
me interesara ganar. Pero si no llegaba a ser princesa, al menos me acercaría todo lo posible, y haría las
paces con la Selección.
Imposible. Por mucho que lo intentara, no se me ocurría ni una idea para mi proyecto filantrópico.
Pensé, leí y volví a pensar. Les pregunté a mis doncellas, pero no me dieron ninguna idea. Le habría
consultado a Aspen, pero hacía días que no sabía de él. Supuse que sería especialmente precavido, ahora
que Harry estaba en palacio.
Lo peor era que parecía claro que Kriss estaba ya enfrascada en su presentación. Se ausentaba mucho
de la Sala de las Mujeres para ir a leer; y cuando estaba presente, permanecía absorta en alguna lectura o
tomaba notas sin parar. Maldición.
Cuando llegó el viernes, sentí que me moría al darme cuenta de que solo me quedaba una semana y
que seguía sin perspectivas en el horizonte. Durante el Report, Gavril explicó la estructura del programa
siguiente, explicando que, tras unos anuncios breves, el resto de la noche se dedicaría a nuestras
presentaciones.
Un sudor frío me cubrió la frente.
Pillé a Harry mirándome. Levantó la mano y se tiró de la oreja, y yo no estaba segura de qué hacer.
No es que quisiera decirle que sí, pero tampoco quería que pensara que me lo quitaba de encima. Me tiré
del lóbulo, y él pareció aliviado.
Nerviosa, esperé a que se presentara, retorciéndome el cabello entre los dedos y caminando por la
habitación, arriba y abajo.
Harry llamó suavemente y luego entró, como solía hacer. Le recibí de pie, con la sensación de que
necesitaba un ambiente algo más formal de lo habitual. Tenía claro que aquello era ridículo, pero
tampoco podía evitarlo.
—¿Cómo estás? —me preguntó, cruzando la habitación.
—¿La verdad? Nerviosa.
—Es por lo guapo que estoy, ¿verdad?
Puso una cara simpática y me reí.
—Debería apartar la mirada —dije, siguiéndole la broma—. De hecho, es más bien por ese proyecto
filantrópico.
—Oh —soltó, sentándose en mi mesa—. Si quieres puedes practicar presentándomelo a mí primero.
Kriss lo ha hecho.
Sentí que me deshinchaba. Claro. Cómo no.
—Aún no tengo ni la idea —confesé, sentándome frente a él.
—Ah. Bueno, imagino que eso es lo que te tiene tan nerviosa.
Le miré, dejando claro que no tenía ni idea de hasta qué punto.
—¿Qué es lo más importante para ti? Tiene que haber algo que realmente te toque la fibra y que a las
demás se les pase por alto —dijo Harry, acomodándose en la silla, con una mano sobre la mesa.
¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿No veía lo nerviosa que estaba yo?
—Llevo toda la semana dándole vueltas y no se me ha ocurrido nada.
Soltó una risita.
—Pensaba que para ti sería más fácil que para las demás. Tú te has enfrentado a más dificultades que
las otras cuatro juntas.
—Exactamente, pero nunca he sabido cómo cambiar nada de eso. Ese es el problema —me quedé con
la mirada fija sobre la mesa, recordando Carolina con toda claridad—. Lo recuerdo todo… Los Sietes
que se lesionan con esos trabajos por días tan duros y que de pronto son degradados a Ochos porque ya
no pueden trabajar. Las chicas que recorren las calles al límite del toque de queda, metiéndose en las
camas de tipos solitarios por cuatro chavos. Los niños que nunca tienen lo que necesitan (suficiente
comida, calefacción, cariño) porque sus padres se pasan la vida trabajando. Recuerdo mis peores días
perfectamente. Pero pensar en algo para ponerle remedio… —meneé la cabeza—. ¿Qué podría decir?
Le miré, esperando encontrar una respuesta en sus ojos. Pero no la había.
—Está muy bien expresado —dijo, y se calló.
Pensé en todo lo que le había dicho y en su respuesta. ¿Quería decir que sabía más de los planes de
Gregory de lo que yo pensaba? ¿O que se sentía culpable por tener tanto mientras otros tenían tan poco?
Suspiró.
—En realidad no esperaba hablar de eso esta noche.
—¿Qué es lo que tenías in mente?
Harry me miró como si estuviera loca.
—Hablar de ti, por supuesto.
—¿De mí? —dije, pasándome el pelo tras la oreja—. ¿De qué, exactamente?
Cambió de posición, ladeando la silla para que estuviéramos más cerca e inclinando el cuerpo hacia
delante, como si fuera un secreto.
—Pensé que, una vez que vieras que Jessica estaba bien, las cosas cambiarían. Estaba seguro de que
podrías volver a sentir algo por mí. Pero no ha ocurrido. Incluso esta noche, que has accedido a verme, te
muestras muy distante.
Así que se había dado cuenta.
Pasé los dedos por la mesa, sin mirarle a los ojos.
—No es exactamente que tenga un problema contigo. Es con la situación —me encogí de hombros—.
Pensé que lo sabías.
—Pero después de lo de Jessica…
Levanté la cabeza.
—Después de lo de Jessica han seguido pasando cosas. De pronto empiezo a entender lo que
significaría ser princesa, y un minuto después dejo de entenderlo. No soy como las otras chicas. Soy la
que procede de la casta más baja; y quizá Elise fuera una Cuatro, pero su familia es muy diferente a la
mayoría de los Cuatros. Tienen tantas propiedades que me sorprende que aún no hayan pagado para
ascender. Y tú te has criado en este entorno. Para mí es un gran cambio.
Asintió, sin perder aquella paciencia infinita que tenía.
—Eso lo entiendo, _____. En parte ese es el motivo por el que he querido darte tiempo. Pero tú
también tienes que pensar en mí.
—Lo hago.
—No, así no. No como parte de la ecuación. Ponte en mi lugar. No me queda mucho tiempo. El
proyecto filantrópico será el detonante de otra eliminación. Supongo que eso ya te lo habrás imaginado.
Bajé la cabeza. Claro que lo había pensado.
—¿Y qué debo hacer cuando solo quedéis cuatro? ¿Darte más tiempo? Cuando solo queden tres, se
supone que tengo que escoger. Si solo quedáis tres y tú sigues con tus dudas sobre si quieres aceptar o no
la responsabilidad, el trabajo, si me quieres a mí… ¿Qué debo hacer entonces?
Me mordí el labio.
—No lo sé.
Harry meneó la cabeza.
—Eso no puedo aceptarlo. Necesito una respuesta. Porque no puedo enviar a casa a alguien que
desee realmente esto, que me quiera a mí, si al final tú te vas a echar atrás.
—Entonces —respondí, tras coger aire—, ¿tengo que darte una respuesta ahora mismo? Ni siquiera
sé qué es a lo que tengo que responder. Si digo que deseo quedarme, ¿quiere decir eso que quiero ser la
elegida? Porque eso no lo sé —sentí que se me tensaban los músculos, como si se prepararan para salir
corriendo.
—No tienes que decir nada ahora, pero cuando llegue el día del Report tendrás que saber si quieres
esto o no lo quieres. No me gusta tener que darte un ultimátum, pero yo tengo que jugármela, y no parece
que te importe mucho —suspiró antes de proseguir—. La verdad es que no quería que la conversación
fuera por ahí. Quizá debería irme —dijo, y su tono dejaba claro que esperaba que le pidiera que se
quedara, que todo iba a arreglarse.
—Sí, creo que será mejor —susurré.
Agitó la cabeza, irritado, y se puso en pie.
—Muy bien —dijo, y atravesó la habitación con pasos rápidos y furiosos—. Iré a ver qué hace Kriss.
—Claro —respondí.
Por primera vez desde mi llegada, estaba profundamente agradecida a Silvia. Sabía que no podría
resistirse ante la idea de tener a alguien dispuesto a escuchar todo lo que tenía que decir, y si aquello me
suponía un trabajo extra, me iría bien para estar ocupada.
Pensar en Harry, en Aspen, en el diario y en las chicas se me hacía demasiado pesado. El protocolo
era algo que no tenía vuelta de hoja. Los pasos para presentar una proposición de ley eran invariables.
Ese tipo de cosas sí podía llegar a aprenderlas.
Silvia me miró, aún algo sorprendida, y al momento me mostró una gran sonrisa. Me dio un abrazo y
exclamó:
—Oh, esto es fantástico. Por fin una de vosotras entiende lo importante que es esto —se separó, pero
siguió agarrándome con los brazos extendidos—. ¿Cuándo quieres empezar?
—¿Ahora?
—Déjame ir a buscar unos libros —respondió, pletórica.
Me impliqué de lleno en el estudio, agradecida por cada palabra, concepto y estadística que me metía
en la cabeza. Cuando no estaba con Silvia, estaba leyendo algún texto en las innumerables horas que
pasaba en la Sala de las Mujeres; cualquier cosa menos pasar el rato con las otras chicas.
Trabajé mucho, y no veía la hora de que las cinco tuviéramos una nueva clase conjunta.
Cuando llegó, Silvia empezó por preguntarnos qué era lo que más nos apasionaba. Yo escribí que mi
familia, la música y, luego, como si fuera algo inevitable, la justicia.
—El motivo por el que os lo pregunto es porque la reina siempre suele presidir algún comité de algún
tipo, algo en beneficio del país. La reina Anne, por ejemplo, impulsó un programa para formar a las
familias para que puedan hacerse cargo de cualquier miembro discapacitado físico o mental. Muchos
acaban en la calle cuando las familias no saben qué hacer con ellos, y el número de Ochos va creciendo
alarmantemente. Las estadísticas de estos últimos diez años han demostrado que su programa ha ayudado
a reducir esa cifra, lo que ha contribuido a la seguridad de la población en general.
—¿Y nosotras tenemos que idear un programa de ese tipo? —preguntó Elise, algo nerviosa.
—Sí, ese será vuestro nuevo proyecto —respondió Silvia—. En el Capital Report de dentro de dos
semanas se os pedirá que presentéis vuestra idea y que propongáis cómo podría ponerse en marcha.
A Natalie se le escapó un gritito ahogado. Celeste puso la mirada en el cielo. Kriss tenía aspecto de
estar pensando ya en algo. Su entusiasmo inmediato me puso algo nerviosa.
Recordé que Harry había hablado de una eliminación inminente. Daba la impresión de que Kriss y
yo teníamos una ligera ventaja, pero, aun así, era preocupante.
—¿De verdad servirá esto para algo? —preguntó Celeste—. La verdad es que preferiría aprender
algo que realmente nos fuera útil.
Era evidente que aquel tono de preocupación escondía que la idea la aburría o la intimidaba.
Silvia parecía consternada.
—¡Claro que os será útil! La que se convierta en princesa estará al cargo de un proyecto filantrópico.
Celeste murmuró algo y se puso a juguetear con un bolígrafo. No soportaba que deseara tanto el cargo
pero ninguna de sus responsabilidades.
«Yo sería mejor princesa que ella», pensé. Y en aquel momento me di cuenta de que aquello no era
falso del todo. No tenía sus contactos ni el saber estar de Kriss, pero al menos estaba más implicada. ¿O
es que eso no importaba?
Por primera vez en mucho tiempo, me sentía entusiasmada. Ahí tenía un proyecto que me permitiría
demostrar lo único que me distanciaba de las otras. Estaba decidida a volcarme en ello y, con un poco de
suerte, crearía algo que valiera la pena. A lo mejor acabaría perdiendo la competición; quizá ni siquiera
me interesara ganar. Pero si no llegaba a ser princesa, al menos me acercaría todo lo posible, y haría las
paces con la Selección.
Imposible. Por mucho que lo intentara, no se me ocurría ni una idea para mi proyecto filantrópico.
Pensé, leí y volví a pensar. Les pregunté a mis doncellas, pero no me dieron ninguna idea. Le habría
consultado a Aspen, pero hacía días que no sabía de él. Supuse que sería especialmente precavido, ahora
que Harry estaba en palacio.
Lo peor era que parecía claro que Kriss estaba ya enfrascada en su presentación. Se ausentaba mucho
de la Sala de las Mujeres para ir a leer; y cuando estaba presente, permanecía absorta en alguna lectura o
tomaba notas sin parar. Maldición.
Cuando llegó el viernes, sentí que me moría al darme cuenta de que solo me quedaba una semana y
que seguía sin perspectivas en el horizonte. Durante el Report, Gavril explicó la estructura del programa
siguiente, explicando que, tras unos anuncios breves, el resto de la noche se dedicaría a nuestras
presentaciones.
Un sudor frío me cubrió la frente.
Pillé a Harry mirándome. Levantó la mano y se tiró de la oreja, y yo no estaba segura de qué hacer.
No es que quisiera decirle que sí, pero tampoco quería que pensara que me lo quitaba de encima. Me tiré
del lóbulo, y él pareció aliviado.
Nerviosa, esperé a que se presentara, retorciéndome el cabello entre los dedos y caminando por la
habitación, arriba y abajo.
Harry llamó suavemente y luego entró, como solía hacer. Le recibí de pie, con la sensación de que
necesitaba un ambiente algo más formal de lo habitual. Tenía claro que aquello era ridículo, pero
tampoco podía evitarlo.
—¿Cómo estás? —me preguntó, cruzando la habitación.
—¿La verdad? Nerviosa.
—Es por lo guapo que estoy, ¿verdad?
Puso una cara simpática y me reí.
—Debería apartar la mirada —dije, siguiéndole la broma—. De hecho, es más bien por ese proyecto
filantrópico.
—Oh —soltó, sentándose en mi mesa—. Si quieres puedes practicar presentándomelo a mí primero.
Kriss lo ha hecho.
Sentí que me deshinchaba. Claro. Cómo no.
—Aún no tengo ni la idea —confesé, sentándome frente a él.
—Ah. Bueno, imagino que eso es lo que te tiene tan nerviosa.
Le miré, dejando claro que no tenía ni idea de hasta qué punto.
—¿Qué es lo más importante para ti? Tiene que haber algo que realmente te toque la fibra y que a las
demás se les pase por alto —dijo Harry, acomodándose en la silla, con una mano sobre la mesa.
¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿No veía lo nerviosa que estaba yo?
—Llevo toda la semana dándole vueltas y no se me ha ocurrido nada.
Soltó una risita.
—Pensaba que para ti sería más fácil que para las demás. Tú te has enfrentado a más dificultades que
las otras cuatro juntas.
—Exactamente, pero nunca he sabido cómo cambiar nada de eso. Ese es el problema —me quedé con
la mirada fija sobre la mesa, recordando Carolina con toda claridad—. Lo recuerdo todo… Los Sietes
que se lesionan con esos trabajos por días tan duros y que de pronto son degradados a Ochos porque ya
no pueden trabajar. Las chicas que recorren las calles al límite del toque de queda, metiéndose en las
camas de tipos solitarios por cuatro chavos. Los niños que nunca tienen lo que necesitan (suficiente
comida, calefacción, cariño) porque sus padres se pasan la vida trabajando. Recuerdo mis peores días
perfectamente. Pero pensar en algo para ponerle remedio… —meneé la cabeza—. ¿Qué podría decir?
Le miré, esperando encontrar una respuesta en sus ojos. Pero no la había.
—Está muy bien expresado —dijo, y se calló.
Pensé en todo lo que le había dicho y en su respuesta. ¿Quería decir que sabía más de los planes de
Gregory de lo que yo pensaba? ¿O que se sentía culpable por tener tanto mientras otros tenían tan poco?
Suspiró.
—En realidad no esperaba hablar de eso esta noche.
—¿Qué es lo que tenías in mente?
Harry me miró como si estuviera loca.
—Hablar de ti, por supuesto.
—¿De mí? —dije, pasándome el pelo tras la oreja—. ¿De qué, exactamente?
Cambió de posición, ladeando la silla para que estuviéramos más cerca e inclinando el cuerpo hacia
delante, como si fuera un secreto.
—Pensé que, una vez que vieras que Jessica estaba bien, las cosas cambiarían. Estaba seguro de que
podrías volver a sentir algo por mí. Pero no ha ocurrido. Incluso esta noche, que has accedido a verme, te
muestras muy distante.
Así que se había dado cuenta.
Pasé los dedos por la mesa, sin mirarle a los ojos.
—No es exactamente que tenga un problema contigo. Es con la situación —me encogí de hombros—.
Pensé que lo sabías.
—Pero después de lo de Jessica…
Levanté la cabeza.
—Después de lo de Jessica han seguido pasando cosas. De pronto empiezo a entender lo que
significaría ser princesa, y un minuto después dejo de entenderlo. No soy como las otras chicas. Soy la
que procede de la casta más baja; y quizá Elise fuera una Cuatro, pero su familia es muy diferente a la
mayoría de los Cuatros. Tienen tantas propiedades que me sorprende que aún no hayan pagado para
ascender. Y tú te has criado en este entorno. Para mí es un gran cambio.
Asintió, sin perder aquella paciencia infinita que tenía.
—Eso lo entiendo, _____. En parte ese es el motivo por el que he querido darte tiempo. Pero tú
también tienes que pensar en mí.
—Lo hago.
—No, así no. No como parte de la ecuación. Ponte en mi lugar. No me queda mucho tiempo. El
proyecto filantrópico será el detonante de otra eliminación. Supongo que eso ya te lo habrás imaginado.
Bajé la cabeza. Claro que lo había pensado.
—¿Y qué debo hacer cuando solo quedéis cuatro? ¿Darte más tiempo? Cuando solo queden tres, se
supone que tengo que escoger. Si solo quedáis tres y tú sigues con tus dudas sobre si quieres aceptar o no
la responsabilidad, el trabajo, si me quieres a mí… ¿Qué debo hacer entonces?
Me mordí el labio.
—No lo sé.
Harry meneó la cabeza.
—Eso no puedo aceptarlo. Necesito una respuesta. Porque no puedo enviar a casa a alguien que
desee realmente esto, que me quiera a mí, si al final tú te vas a echar atrás.
—Entonces —respondí, tras coger aire—, ¿tengo que darte una respuesta ahora mismo? Ni siquiera
sé qué es a lo que tengo que responder. Si digo que deseo quedarme, ¿quiere decir eso que quiero ser la
elegida? Porque eso no lo sé —sentí que se me tensaban los músculos, como si se prepararan para salir
corriendo.
—No tienes que decir nada ahora, pero cuando llegue el día del Report tendrás que saber si quieres
esto o no lo quieres. No me gusta tener que darte un ultimátum, pero yo tengo que jugármela, y no parece
que te importe mucho —suspiró antes de proseguir—. La verdad es que no quería que la conversación
fuera por ahí. Quizá debería irme —dijo, y su tono dejaba claro que esperaba que le pidiera que se
quedara, que todo iba a arreglarse.
—Sí, creo que será mejor —susurré.
Agitó la cabeza, irritado, y se puso en pie.
—Muy bien —dijo, y atravesó la habitación con pasos rápidos y furiosos—. Iré a ver qué hace Kriss.
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Oh dios mio! Debes seguirla lo mas pronto posible y por favor que la rayis diga que si!!! ella esta destinada a ser princesa y estar con harry, y esa celeste solo quiere el dinero y la atención y no es digna de ser princesa, espero que se valla pronto!
PD: yo te ayudo a matar a los profes si quieres.
PD2: Seguilaaa!
PD3: quiero que sepas que es la mejor nove que he leído en mi vida (y he leído muchas)
PD4: Amo las posdatas.
PD5: ya creo que son muchas posdatas asi que byee. BESOSS
:vibracionmodeo :matar: :abby: :ñomñom:
PD: yo te ayudo a matar a los profes si quieres.
PD2: Seguilaaa!
PD3: quiero que sepas que es la mejor nove que he leído en mi vida (y he leído muchas)
PD4: Amo las posdatas.
PD5: ya creo que son muchas posdatas asi que byee. BESOSS
:vibracionmodeo :matar: :abby: :ñomñom:
StephRG14
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capítulo 26
Bajé a desayunar más bien tarde. No quería arriesgarme a encontrar a Harry ni a ninguna de las
chicas a solas. Pero antes de que llegara a las escaleras, Aspen se acercó por el pasillo. Resoplé de
nervios, y él miró alrededor antes de aproximarse.
—¿Dónde has estado? —le pregunté, en voz baja.
—Trabajando, _____. Soy soldado. No puedo controlar cuándo me toca servicio. Ya no me ponen de guardia en tu habitación.
Quise preguntarle por qué, pero no era el momento.
—Necesito hablar contigo.
Se quedó pensando un momento.
—A las dos, ve hasta el final del pasillo de la planta baja, más allá del pabellón de la enfermería.
Puedo ir a verte allí, pero no mucho rato.
Asentí. Él me hizo una rápida reverencia y siguió su camino antes de que alguien pudiera vernos
hablar. Bajé las escaleras, pero no me sentía nada satisfecha.
Quería gritar. El sábado tocaba pasarse todo el día en la Sala de las Mujeres: una sentencia, una
completa injusticia. Cuando llegaban visitas, querían ver a la reina, no a nosotras. Cuando una de
nosotras se convirtiera en princesa, probablemente aquello cambiaría, pero de momento yo estaba allí,
sin poder hacer nada, viendo cómo Kriss repasaba su presentación. Las otras también estaban leyendo
cosas, notas o informes, y me estaba poniendo enferma, hasta el punto de la náusea. Necesitaba una idea,
y rápido. Estaba segura de que Aspen me ayudaría a encontrarla y tenía que empezar aquella misma
noche, fuera como fuera.
Como si leyera mis pensamientos, Silvia, que había estado recibiendo visitas con la reina, pasó a
verme.
—¿Cómo está mi alumna estrella? —me preguntó, bajando la voz lo suficiente para que las otras no
la oyeran.
—Genial.
—¿Cómo va tu proyecto? ¿Necesitas ayuda para perfilar algún detalle?
¿Perfilar? ¿Cómo iba a perfilar algo inexistente?
—Va estupendo. Le va a encantar, estoy segura —mentí.
Ella ladeó la cabeza.
—Lo llevas un poco en secreto, ¿no?
—Un poco —sonreí.
—Está bien. Últimamente has trabajado de una forma sensacional. Estoy segura de que será fantástico—dijo, dándome una palmadita en el hombro antes de abandonar la sala.
Tenía un problema. Y grande.
Los minutos pasaban tan despacio que era como una tortura. Poco antes de las dos me excusé y
recorrí el pasillo. En el extremo había un sofá tapizado bajo un enorme ventanal. Me senté a esperar. No
vi ningún reloj, pero el tiempo no parecía avanzar. Por fin, por una esquina, apareció Aspen.
—Ya era hora —suspiré.
—¿Qué pasa? —preguntó él, que se situó junto al sofá, adoptando una pose formal.
«Mucho. Muchas cosas de las que no te puedo hablar».
—Nos han asignado una tarea, y no sé qué hacer. No se me ocurre nada, estoy nerviosísima y no
puedo dormir —dije, a la carrera.
Él chasqueó la lengua.
—¿De qué va la tarea? ¿Diseño de tiaras?
—No —repuse, lanzándole una mirada de frustración—. Tenemos que pensar en un proyecto, algo
bueno para el país. Como el trabajo de la reina Anne con los discapacitados.
—¿Es eso lo que tan nerviosa te tiene? —preguntó, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué tiene eso de
estresante? Parece divertido.
—Yo también pensaba que lo sería. Pero no se me ocurre nada. ¿Tú qué harías?
Aspen se quedó pensando un momento.
—¡Ya lo sé! Haría un programa de intercambio de castas —dijo, con un brillo de emoción en los
ojos.
—¿Un qué?
—Un programa de intercambio de castas. La gente de las castas altas intercambian su sitio con los de
las castas bajas, para que sepan lo que es.
—No creo que eso funcione, Aspen, por lo menos no para este proyecto.
—Es una gran idea —insistió—. ¿Te imaginas a alguien como Celeste rompiéndose las uñas al hacer
un inventario en un almacén? Le iría muy bien.
—¿Y a ti ahora qué te pasa? ¿No hay Doses de origen entre los guardias? ¿No son tus amigos?
—A mí no me pasa nada —replicó, a la defensiva—. Soy el mismo de siempre. Eres tú la que se ha
olvidado de lo que es vivir en una casa sin calefacción.
—No se me ha olvidado —le contesté, levantando la cabeza—. Estoy intentando pensar en un
proyecto que sirva para evitar cosas así. Aunque me echen, puede que al final alguien ponga en práctica
mi idea, así que necesito que sea buena. Quiero ayudar a la gente.
—No te olvides, _____ —me imploró Aspen, con un brillo de vehemencia en los ojos—. Este
Gobierno no hizo nada cuando no teníais nada para comer. Dejaron que azotaran a mi hermano en la
plaza. Toda la palabrería del mundo no podrá deshacer lo que somos. Nos dejaron en un rincón para que
nunca pudiéramos salir por nosotros mismos, y no tienen ninguna prisa en sacarnos de allí. No les
interesa, _____.
Resoplé y me quedé callada.
—¿Adónde vas ahora?
—Me vuelvo a la Sala de las Mujeres —respondí, poniéndome en marcha.
Aspen me siguió.
—¿De verdad estamos discutiendo por una tontería de proyecto?
—No —dije, girándome hacia él—. Estamos discutiendo porque tú tampoco lo pillas. Ahora yo soy
una Tres. Y tú eres un Dos. En lugar de amargarnos la vida con lo que nos han dado, ¿por qué no ves la
ocasión que tienes? Puedes cambiar la vida de tu familia. Probablemente podrías cambiar muchas vidas.
Y lo único que quieres es dejar claro tu enfado. Eso no va a llevarnos a ningún sitio.
Aspen no dijo nada, y yo me fui. Intenté no enfadarme con él por poner pasión en lo que quería. En
cualquier caso, ¿no era esa una cualidad admirable? Pero me hizo pensar tanto en la inamovilidad de las
castas que la situación empezó a ponerme furiosa.
No había nada que pudiera cambiar aquello. Así pues, ¿por qué molestarse?
Toqué el violín. Me di un baño. Intenté dormir una siesta. Me pasé parte de la tarde sentada en la
habitación, en silencio. Me senté en el balcón.
Nada de todo aquello tenía importancia. Estaba acercándose peligrosamente la fecha de exposición
del proyecto, y aún no tenía nada preparado.
Me pasé horas tendida en la cama, intentando dormir, aunque no lo logré. No dejaba de recordar las
palabras de rabia de Aspen, su enfrentamiento constante con lo que le había tocado vivir. Pensé en
Harry y en su ultimátum, en su lucha constante con la vida que le había tocado llevar. Y entonces me
pregunté si todo aquello tenía alguna importancia, puesto que estaba claro que me iría a casa enseguida,
en cuanto me presentara el viernes sin ningún proyecto que proponer.
Suspiré y eché atrás las mantas. Había estado evitando leer el diario de Gregory otra vez; me
preocupaba que me aportara más preguntas que respuestas. Pero también podía ser que encontrara en él
algo que me orientara, algo de lo que pudiera hablar en el Report.
Además, aunque pudiera evitar leerlo, tenía que saber qué era lo que le había sucedido a su hija.
Estaba bastante segura de que se llamaba Katherine, así que hojeé el libro en busca de cualquier
mención, pasando por alto todo lo demás, hasta que encontré una fotografía de una chica junto a un
hombre que parecía mucho mayor. A lo mejor eran imaginaciones mías, pero daba la impresión de haber
llorado.
Por fin, hoy, Katherine se ha casado con Emil de Monpezat de Swendway. Ha lloriqueado durante todo el
camino hasta la iglesia, hasta que le he dejado claro que, si no se recomponía para la ceremonia, tendría
que vérselas conmigo después. Su madre no está contenta, y supongo que Spencer está disgustado ahora
que se da cuenta de lo poco que le apetecía a su hermana pasar por esto. Pero Spencer es listo. Creo que
entrará en razón enseguida, en cuanto vea las posibilidades que le he abierto. Y Damon siempre apoya
cualquiera de mis decisiones; ojalá pudiera extraer lo que sea que lleva dentro e inyectárselo al resto de
la población. Desde luego, los jóvenes tienen mérito. Es precisamente la generación de Spencer y de
Damon la que más me ha ayudado a llegar hasta aquí. Su entusiasmo es inquebrantable, y a la gente le
gusta mucho más escucharlos a ellos que a algún anciano vetusto que insiste en que nos hemos metido por
el mal camino. No dejo de preguntarme si no habrá un medio para silenciarlos para siempre sin empañar
mi nombre.
En cualquier caso, la coronación está prevista para mañana. Ahora que Swendway ha conseguido como
aliada a la poderosa Unión Norteamericana, podré tener lo que deseo: una corona. Creo que es un trato
justo. ¿Por qué conformarme con ser el presidente Illéa cuando puedo ser el rey Illéa? Por medio de mi
hija he adquirido categoría de realeza.
Todo está en su sitio. Pasado mañana no habrá vuelta atrás.
La vendió. El muy cerdo vendió a su hija a un hombre al que ella aborrecía, solo para conseguir todo
lo que quería.
Me venían ganas de cerrar el libro de nuevo, de acabar con aquello. Pero hice un esfuerzo por seguir
hojeándolo, leyendo pasajes al azar. En un punto se trazaba un esquema del sistema de castas,
originalmente pensado para que tuviera seis niveles en lugar de ocho. En otra página hacía planes para
cambiar el apellido a la gente y distanciarlos así de su pasado. En un párrafo dejaba claro que tenía
pensado castigar a sus enemigos situándolos en lo más bajo de la escala, y premiar a los leales
colocándolos arriba.
Me pregunté si mis antepasados sencillamente no tendrían nada que ofrecer, o si habían opuesto
resistencia. Esperaba que fuera lo segundo.
¿Cuál sería mi apellido real? ¿Lo sabría papá?
Toda la vida me habían hecho creer que Gregory Illéa era un héroe, la persona que había salvado el
país cuando estábamos al borde del olvido. Estaba claro que no era más que un monstruo sediento de
poder. ¿Cómo debía de ser, para manipular a la gente sin pensárselo lo más mínimo? ¿Qué tipo de
hombre sería, si sacrificó a su hija en su propio beneficio?
Miré las anotaciones anteriores con una nueva perspectiva. En ninguna decía que quisiera ser un gran
hombre de familia; solo afirmaba que quería parecerlo. De momento, le seguiría el juego a Wallis.
Estaba usando a los coetáneos de su hijo para ganar apoyos. Estaba haciéndose su montaje desde el
principio.
Me sentí asqueada. Me puse en pie y empecé a caminar arriba y abajo, intentando asimilar todo
aquello.
¿Cómo habían conseguido que aquella historia quedara olvidada? ¿Cómo es que nadie hablaba de los
antiguos países? ¿Dónde estaba toda esa información? ¿Por qué no la conocía nadie?
Abrí los ojos y levanté la mirada al techo. Me parecía imposible. Seguro que habría gente a quien no
le pareciera bien, y ellos les habrían contado la verdad a sus hijos. Y a lo mejor sí que se la habían
contado. A menudo me preguntaba por qué papá nunca me dejaba hablar del viejo libro de historia que
tenía oculto en su habitación, por qué la historia que sí conocía sobre Illéa no aparecía impresa en ningún
lado. Quizá fuera porque, si se hubiera puesto por escrito que Illéa había sido un héroe, la gente se
hubiera rebelado. Pero si siempre había sido una cuestión de debate, en el que uno pensaba que las cosas
eran de un modo y otro las negaba, ¿cómo iba a saber nunca nadie la verdad?
Me pregunté si Harry conocía todo aquello.
De pronto me vino un recuerdo a la mente. No hacía tanto tiempo, Harry y yo nos habíamos dado
nuestro primer beso. Había sido tan inesperado que yo me había echado atrás, lo cual le hizo sentirse
incómodo. Cuando me di cuenta de que quería que me besara, le sugerí que simplemente borráramos
aquel recuerdo e introdujéramos uno nuevo.
«_____, no creo que podamos cambiar la historia», me había dicho. A lo que yo respondí: «Claro
que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?».
Lo había dicho a modo de broma. Por supuesto, si hubiéramos acabado juntos, nos acordaríamos de
lo que había ocurrido realmente, sin importarnos lo tonto que era. En realidad, nunca llegamos a
reemplazar aquel recuerdo con una historia que sonara mejor.
Pero todo aquello de la Selección era un espectáculo. Si a Harry y a mí nos preguntaran algún día
por nuestro primer beso, ¿le diríamos la verdad a alguien? ¿O nos guardaríamos aquel pequeño detalle,
aquel secreto entre los dos? Cuando muriéramos, nadie se enteraría, y aquel breve momento tan
importante en nuestras vidas desaparecería con nosotros. ¿Podía ser tan simple? ¿Se trataba simplemente
de contar una historia a una generación y repetirla hasta que la aceptaran como hecho probado? ¿Cuántas
veces le había preguntado yo a alguien mayor que mamá o papá sobre lo que sabían o lo que habían visto
sus padres? ¿Qué sabían los mayores? Había sido arrogante por mi parte no pensar siquiera en lo que
pudieran explicar. Me sentí una tonta.
Pero lo importante no era cómo me sintiera yo. Lo importante era decidir qué iba a hacer al respecto.
Había pasado toda mi vida atrapada en un agujero creado en nuestra sociedad; y como me encantaba
la música, nunca me había quejado. Pero quería estar con Aspen, y como él era un Seis, las cosas se
complicaban mucho. Si años atrás Gregory Illéa no hubiera diseñado con tanta frialdad las leyes de
nuestro país, cómodamente sentado en su escritorio, Aspen y yo no habríamos discutido, y yo nunca
habría pensado en Harry. Harry no sería ni siquiera príncipe. Jess tendría las manos intactas, y ella
y Niall no vivirían en una habitación en la que apenas cabía su cama. Gerad, mi encantador hermanito
pequeño, podría estudiar ciencias, si eso era lo que le gustaba, en lugar de verse abocado a dedicarse al
mundo del arte, que no le apasionaba en absoluto.
Para conseguir una vida cómoda en una casa bonita, Gregory Illéa le había robado a la mayor parte
del país la capacidad de siquiera intentar conseguir aquello mismo. Harry decía que, si quería saber
quién era, solo tenía que preguntarle. Antes me asustaba enfrentarme a la posibilidad de que él también
fuera así, pero tenía que saberlo. Si esperaba que tomara la decisión de si quería seguir en la Selección o
volverme a casa, necesitaba saber de qué pasta estaba hecho.
Me puse las zapatillas y la bata, y salí de la habitación, dejando atrás a un guardia anónimo.
—¿Está bien, señorita? —preguntó.
—Sí. Volveré enseguida.
Daba la impresión de que quería decir algo más, pero me fui demasiado rápido como para darle
opción. Subí las escaleras hasta el tercer piso. A diferencia de otras plantas, había guardias en el rellano
que me impedían llegar siquiera a la puerta de Harry.
—Necesito hablar con el príncipe —dije, intentando mostrarme decidida.
—Es muy tarde, señorita —repuso el guardia de la izquierda.
—A Harry no le importará —le aseguré.
El de la derecha se sonrió ligeramente.
—No creo que desee recibir ninguna visita ahora mismo, señorita.
Arrugué la frente, pensativa, mientras intentaba intuir a qué se refería.
Estaba con otra chica.
Era de suponer que sería Kriss, sentada en su habitación, hablando, riendo o quizás olvidando su
norma de no besar.
Una doncella dobló la esquina con una bandeja en las manos y pasó a mi lado para bajar por las
escaleras. Me eché a un lado, intentando decidir si debía dar un empujón a los guardias para abrirme
paso o abandonar. En el momento en que iba a abrir la boca de nuevo, el guardia se me adelantó:
—Debe volver a la cama, señorita.
Habría querido gritarles o hacer algo, porque me sentía impotente. Pero eso no serviría de nada, así
que me fui. Oí que uno de los guardias —el que hacía muecas— murmuraba algo cuando me alejé, y eso
no hizo más que empeorar mi estado de ánimo. ¿Se estaba riendo de mí? ¿Le daba pena? No necesitaba
su compasión. Ya me sentía suficientemente mal.
Cuando llegué de nuevo al segundo piso, me sorprendió ver allí a la doncella que había pasado a mi
lado, arrodillada como si estuviera poniéndose bien el zapato, aunque era evidente que no era eso ni nada
parecido. Cuando me acerqué levantó la cabeza, recogió la bandeja y se me acercó.
—No está en su habitación —susurró.
—¿Quién? ¿Harry?
Asintió.
—Pruebe abajo.
Sonreí, y meneé la cabeza en un gesto de sorpresa.
—Gracias.
La doncella se encogió de hombros.
—No está en ningún sitio donde no pudiera encontrarle si le busca. Además —dijo, con una mirada
de admiración—, a nosotros nos gusta usted.
Se alejó, dirigiéndose enseguida hacia el primer piso. Me pregunté a qué se refería exactamente con
ese «nosotros», pero de momento me bastaba con aquella sencilla demostración de amabilidad. Me
quedé allí un momento, dejando un espacio entre las dos, y luego me dirigí abajo.
El Gran Salón estaba abierto pero vacío, al igual que el comedor. Miré en la Sala de las Mujeres,
pensando que sería un lugar extraño para una cita, pero tampoco estaban allí. Les pregunté a los guardias
de la puerta, y estos me aseguraron que Harry no había salido a los jardines, así que miré en algunas de
las bibliotecas y salones hasta que por fin supuse que Kriss y él debían de haberse separado ya, o que
habrían vuelto a la habitación de él.
Resignada, giré una esquina y me dirigí a la escalera de atrás, que estaba más cerca que la principal.
No vi nada, pero al acercarme oí claramente un susurro. Me aproximé más poco a poco; no quería
molestar, y tampoco estaba del todo segura de dónde procedía aquel sonido.
Otro susurro.
Una risita traviesa.
Un cálido suspiro.
Los sonidos se hicieron más claros, y por fin no tuve dudas respecto de dónde procedían. Di un paso
más adelante, miré a la derecha y vi a una pareja abrazándose entre las sombras. Cuando por fin los ojos
se me adaptaron a la luz y conseguí distinguir lo que veía, me quedé impresionada.
El cabello rizado de Harry era inconfundible, incluso en la oscuridad. ¿Cuántas veces lo había visto
así en la penumbra de los jardines? Pero lo que no había visto antes, ni había podido imaginarme, era el
aspecto de aquel cabello entre los largos dedos de Celeste, con las uñas pintadas de rojo.
Maxon estaba aprisionado entre la pared y el cuerpo de Celeste. Ella tenía la mano contra el pecho de
él, y con la pierna lo rodeaba; la raja de su vestido la dejaba bien a la vista, teñida de un tono azul en la
oscuridad del pasillo.
Ella se echó atrás un poco, para caer de nuevo lentamente sobre su cuerpo, jugando con él.
Me quedé esperando a que él le dijera que se apartara, que ella no era lo que él quería. Pero no lo
hizo. Al contrario, la besó. Ella se regodeó en el beso y volvió a soltar una risita. Harry le susurró algo
al oído, y Celeste se le acercó y volvió a besarle, con más fuerza, más profundamente que antes. Se le
cayó el tirante del vestido, dejándole al descubierto el hombro y un trozo enorme de la piel de su
espalda. Ninguno de los dos se molestó en recolocarlo en su sitio.
Yo estaba helada. Habría querido gritar, pero tenía un nudo en la garganta. De todas las chicas…,
¿por qué tenía que ser ella?
Los labios de Celeste se deslizaron desde la boca de Harry hasta su cuello. Soltó otra risita
repugnante y le besó otra vez. Harry cerró los ojos y sonrió. Ahora que Celeste ya no lo tapaba, lo veía
perfectamente. Quería salir corriendo de allí. Quería desaparecer, evaporarme, pero me quedé allí
plantada.
Así que cuando Harry abrió los ojos, me vio.
Mientras Celeste trazaba dibujos con sus besos en su cuello, él y yo nos quedamos mirándonos. Su
sonrisa había desaparecido, de pronto se había quedado petrificado. Aquella mirada de asombro me hizo
por fin coger fuerzas para moverme. Celeste no se había dado cuenta, así que retrocedí en silencio, sin
respirar siquiera.
Cuando ya no podían oírme, eché a correr, pasando a toda velocidad junto a todos los guardias y
mayordomos que trabajaban hasta tarde. Las lágrimas empezaron a asomar antes de que pudiera llegar a
la escalera principal.
Subí a toda prisa y me dirigí a mi habitación. Dejé atrás al guardia, que parecía preocupado, y entré.
Me senté en la cama, de cara al balcón. En el silencio de mi habitación, sentí el dolor en mi interior. Qué
tonta, _____, qué tonta.
Me iría a casa. Olvidaría que todo aquello había ocurrido. Y me casaría con Aspen.
Aspen era el único con el que podía contar.
No pasó mucho rato hasta que llamaron a mi puerta. _____ entró sin esperar respuesta. Cruzó la
estancia como una exhalación, aparentemente tan furioso como yo.
Antes de que pudiera decirme una palabra, ataqué.
—Me has mentido.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—¿Cuándo no? ¿Cómo puede ser que la misma persona que hablaba de proponerme matrimonio se
ponga a hacer esas cosas en un pasillo con alguien como ella?
—Lo que yo haga con ella no tiene absolutamente nada que ver con lo que siento por ti.
—Estás de broma, ¿no? ¿O es que, al ser un futuro rey, tengo que suponer que es aceptable que te
dejes sobar por alguna chica semidesnuda cada vez que te apetezca?
Harry parecía herido.
—No, eso no es así.
—¿Y por qué ella? —pregunté, levantando la vista al techo—. ¿Por qué, de todas las mujeres del
planeta, ibas a quererla a ella?
Cuando le miré en busca de una respuesta, él meneó la cabeza y paseó la mirada por la habitación.
—Harry, Celeste es una actriz, un fraude. Deberías ver que debajo de todo ese maquillaje y de ese
sujetador de realce que lleva no hay más que una chica que quiere manipularte para conseguir todo lo que
desea.
Harry reprimió una risa.
—De hecho, lo veo perfectamente.
Verlo tan tranquilo me sorprendió.
—Entonces, ¿por qué…?
Pero ya tenía mi respuesta.
Lo sabía. Claro que lo sabía. Había crecido en aquel ambiente. Probablemente los diarios de Gregory
le servían de lectura de cabecera. Había sido una tonta por esperar otra cosa. ¡Qué simple había sido!
Yo, pensando todo el tiempo que si había alguien que se adaptara mejor al papel de princesa, sería Kriss.
Era encantadora y paciente, y un millón de cosas que yo no era. Pero la veía junto a un Harry diferente.
Para el hombre que él tendría que ser si quería seguir las huellas de Gregory Illéa, la única chica posible
era Celeste. Nadie más disfrutaría tanto pisoteando a todo un país.
—Bueno, pues ya está —dije, haciendo borrón y cuenta nueva con un movimiento de las manos—.
Querías que tomara una decisión, y aquí la tienes: ya no puedo más. Dejo la Selección, dejo todas estas
mentiras, y sobre todo te dejo a ti. Dios, no puedo creerme lo tonta que he sido.
—Tú no dejas nada, _____ —se apresuró a contradecirme, con una mirada que decía más que sus
palabras—. Lo dejarás cuando yo diga que lo dejas. Ahora mismo estás contrariada, pero no lo dejas.
Me llevé las manos al cabello, sintiendo que, en cualquier momento, podía arrancármelo de raíz.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Es que no lo quieres ver? ¿Qué te hace pensar que se me olvidará lo que acabo
de ver? Odio a esa chica. Y tú la estabas besando. No quiero saber nada de ti.
—¡Por Dios, nunca me dejas decir ni una palabra!
—¿Qué podrías decir para explicar algo así? Envíame a casa. No quiero seguir aquí.
Nuestra conversación había ido tan rápida que su silencio de pronto resultó incómodo.
—No.
Estaba furiosa. ¿No era eso exactamente lo que quería de mí?
—Harry Styles, no eres más que un crío que tiene entre manos un juguete que no quiere pero que
no puede soportar ceder a otro niño.
Harry respondió en voz baja:
—Entiendo que estés enfadada, pero…
Le di un empujón.
—¡Estoy más que enfadada!
Harry mantuvo la calma.
—_____, no me llames crío. Y no me empujes.
Volví a empujarle.
—¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer para evitarlo?
Harry me agarró de las muñecas, torciéndome el brazo detrás de la espalda, y vi la rabia en sus ojos,
lo cual me alegró. Quería que me provocara. Quería tener un motivo para hacerle daño. En aquel
momento habría podido hacerle pedazos con mis propias manos.
Pero no estaba enfadado. En lugar del enfado, sentí aquella cálida corriente de electricidad que
echaba tanto de menos. Su cara estaba a unos centímetros de la mía, y sus ojos buscaban los míos, quizá
preguntándose cómo lo recibiría, o quizá sin importarle lo más mínimo. Aunque todo aquello era una
locura, lo deseaba igualmente. Mis labios se abrieron antes de darme cuenta siquiera de lo que estaba
sucediendo.
Agité la cabeza, confusa, y di un paso atrás en dirección al balcón. Él no hizo ningún esfuerzo para
retenerme. Respiré hondo un par de veces y luego me giré hacia él.
—¿Me vas a enviar a casa? —le pregunté, en voz baja.
Harry negó con la cabeza, sin poder o sin querer decir palabra.
Me arranqué su pulsera de la muñeca y la tiré al suelo.
—Entonces vete —murmuré.
Me giré hacia el balcón y esperé unos momentos hasta oír el clic de la puerta al cerrarse. En cuanto
Harry se hubo ido, me dejé caer al suelo y me eché a llorar.
Celeste y él se parecían mucho. Toda su vida era una ficción. Y yo sabía que Harry se pasaría el
resto de la vida engatusando a la opinión pública para que pensaran que era maravilloso, al tiempo que
los tenía a todos atados de pies y manos. Igual que Gregory.
Me quedé sentada en el suelo, con las piernas cruzadas bajo la bata. Estaba muy disgustada con
Harry, pero más aún conmigo misma. Tendría que haber luchado más duro. Debía haber hecho más. No
debería estar ahí, sentada, derrotada.
Me sequé las lágrimas y analicé la situación. Había acabado con Harry, pero seguía allí. Había
acabado con la competición, pero, aun así, tenía que hacer una presentación. Quizás Aspen pensara que
no era lo suficientemente fuerte como para ser princesa —y estaba en lo cierto—, pero tenía fe en mí.
Eso lo sabía. Y también mi padre. Y Nicoletta.
Ya no me interesaba ganar. Así pues, ¿qué podía hacer para salir de allí con un buen golpe de efecto?
chicas a solas. Pero antes de que llegara a las escaleras, Aspen se acercó por el pasillo. Resoplé de
nervios, y él miró alrededor antes de aproximarse.
—¿Dónde has estado? —le pregunté, en voz baja.
—Trabajando, _____. Soy soldado. No puedo controlar cuándo me toca servicio. Ya no me ponen de guardia en tu habitación.
Quise preguntarle por qué, pero no era el momento.
—Necesito hablar contigo.
Se quedó pensando un momento.
—A las dos, ve hasta el final del pasillo de la planta baja, más allá del pabellón de la enfermería.
Puedo ir a verte allí, pero no mucho rato.
Asentí. Él me hizo una rápida reverencia y siguió su camino antes de que alguien pudiera vernos
hablar. Bajé las escaleras, pero no me sentía nada satisfecha.
Quería gritar. El sábado tocaba pasarse todo el día en la Sala de las Mujeres: una sentencia, una
completa injusticia. Cuando llegaban visitas, querían ver a la reina, no a nosotras. Cuando una de
nosotras se convirtiera en princesa, probablemente aquello cambiaría, pero de momento yo estaba allí,
sin poder hacer nada, viendo cómo Kriss repasaba su presentación. Las otras también estaban leyendo
cosas, notas o informes, y me estaba poniendo enferma, hasta el punto de la náusea. Necesitaba una idea,
y rápido. Estaba segura de que Aspen me ayudaría a encontrarla y tenía que empezar aquella misma
noche, fuera como fuera.
Como si leyera mis pensamientos, Silvia, que había estado recibiendo visitas con la reina, pasó a
verme.
—¿Cómo está mi alumna estrella? —me preguntó, bajando la voz lo suficiente para que las otras no
la oyeran.
—Genial.
—¿Cómo va tu proyecto? ¿Necesitas ayuda para perfilar algún detalle?
¿Perfilar? ¿Cómo iba a perfilar algo inexistente?
—Va estupendo. Le va a encantar, estoy segura —mentí.
Ella ladeó la cabeza.
—Lo llevas un poco en secreto, ¿no?
—Un poco —sonreí.
—Está bien. Últimamente has trabajado de una forma sensacional. Estoy segura de que será fantástico—dijo, dándome una palmadita en el hombro antes de abandonar la sala.
Tenía un problema. Y grande.
Los minutos pasaban tan despacio que era como una tortura. Poco antes de las dos me excusé y
recorrí el pasillo. En el extremo había un sofá tapizado bajo un enorme ventanal. Me senté a esperar. No
vi ningún reloj, pero el tiempo no parecía avanzar. Por fin, por una esquina, apareció Aspen.
—Ya era hora —suspiré.
—¿Qué pasa? —preguntó él, que se situó junto al sofá, adoptando una pose formal.
«Mucho. Muchas cosas de las que no te puedo hablar».
—Nos han asignado una tarea, y no sé qué hacer. No se me ocurre nada, estoy nerviosísima y no
puedo dormir —dije, a la carrera.
Él chasqueó la lengua.
—¿De qué va la tarea? ¿Diseño de tiaras?
—No —repuse, lanzándole una mirada de frustración—. Tenemos que pensar en un proyecto, algo
bueno para el país. Como el trabajo de la reina Anne con los discapacitados.
—¿Es eso lo que tan nerviosa te tiene? —preguntó, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué tiene eso de
estresante? Parece divertido.
—Yo también pensaba que lo sería. Pero no se me ocurre nada. ¿Tú qué harías?
Aspen se quedó pensando un momento.
—¡Ya lo sé! Haría un programa de intercambio de castas —dijo, con un brillo de emoción en los
ojos.
—¿Un qué?
—Un programa de intercambio de castas. La gente de las castas altas intercambian su sitio con los de
las castas bajas, para que sepan lo que es.
—No creo que eso funcione, Aspen, por lo menos no para este proyecto.
—Es una gran idea —insistió—. ¿Te imaginas a alguien como Celeste rompiéndose las uñas al hacer
un inventario en un almacén? Le iría muy bien.
—¿Y a ti ahora qué te pasa? ¿No hay Doses de origen entre los guardias? ¿No son tus amigos?
—A mí no me pasa nada —replicó, a la defensiva—. Soy el mismo de siempre. Eres tú la que se ha
olvidado de lo que es vivir en una casa sin calefacción.
—No se me ha olvidado —le contesté, levantando la cabeza—. Estoy intentando pensar en un
proyecto que sirva para evitar cosas así. Aunque me echen, puede que al final alguien ponga en práctica
mi idea, así que necesito que sea buena. Quiero ayudar a la gente.
—No te olvides, _____ —me imploró Aspen, con un brillo de vehemencia en los ojos—. Este
Gobierno no hizo nada cuando no teníais nada para comer. Dejaron que azotaran a mi hermano en la
plaza. Toda la palabrería del mundo no podrá deshacer lo que somos. Nos dejaron en un rincón para que
nunca pudiéramos salir por nosotros mismos, y no tienen ninguna prisa en sacarnos de allí. No les
interesa, _____.
Resoplé y me quedé callada.
—¿Adónde vas ahora?
—Me vuelvo a la Sala de las Mujeres —respondí, poniéndome en marcha.
Aspen me siguió.
—¿De verdad estamos discutiendo por una tontería de proyecto?
—No —dije, girándome hacia él—. Estamos discutiendo porque tú tampoco lo pillas. Ahora yo soy
una Tres. Y tú eres un Dos. En lugar de amargarnos la vida con lo que nos han dado, ¿por qué no ves la
ocasión que tienes? Puedes cambiar la vida de tu familia. Probablemente podrías cambiar muchas vidas.
Y lo único que quieres es dejar claro tu enfado. Eso no va a llevarnos a ningún sitio.
Aspen no dijo nada, y yo me fui. Intenté no enfadarme con él por poner pasión en lo que quería. En
cualquier caso, ¿no era esa una cualidad admirable? Pero me hizo pensar tanto en la inamovilidad de las
castas que la situación empezó a ponerme furiosa.
No había nada que pudiera cambiar aquello. Así pues, ¿por qué molestarse?
Toqué el violín. Me di un baño. Intenté dormir una siesta. Me pasé parte de la tarde sentada en la
habitación, en silencio. Me senté en el balcón.
Nada de todo aquello tenía importancia. Estaba acercándose peligrosamente la fecha de exposición
del proyecto, y aún no tenía nada preparado.
Me pasé horas tendida en la cama, intentando dormir, aunque no lo logré. No dejaba de recordar las
palabras de rabia de Aspen, su enfrentamiento constante con lo que le había tocado vivir. Pensé en
Harry y en su ultimátum, en su lucha constante con la vida que le había tocado llevar. Y entonces me
pregunté si todo aquello tenía alguna importancia, puesto que estaba claro que me iría a casa enseguida,
en cuanto me presentara el viernes sin ningún proyecto que proponer.
Suspiré y eché atrás las mantas. Había estado evitando leer el diario de Gregory otra vez; me
preocupaba que me aportara más preguntas que respuestas. Pero también podía ser que encontrara en él
algo que me orientara, algo de lo que pudiera hablar en el Report.
Además, aunque pudiera evitar leerlo, tenía que saber qué era lo que le había sucedido a su hija.
Estaba bastante segura de que se llamaba Katherine, así que hojeé el libro en busca de cualquier
mención, pasando por alto todo lo demás, hasta que encontré una fotografía de una chica junto a un
hombre que parecía mucho mayor. A lo mejor eran imaginaciones mías, pero daba la impresión de haber
llorado.
Por fin, hoy, Katherine se ha casado con Emil de Monpezat de Swendway. Ha lloriqueado durante todo el
camino hasta la iglesia, hasta que le he dejado claro que, si no se recomponía para la ceremonia, tendría
que vérselas conmigo después. Su madre no está contenta, y supongo que Spencer está disgustado ahora
que se da cuenta de lo poco que le apetecía a su hermana pasar por esto. Pero Spencer es listo. Creo que
entrará en razón enseguida, en cuanto vea las posibilidades que le he abierto. Y Damon siempre apoya
cualquiera de mis decisiones; ojalá pudiera extraer lo que sea que lleva dentro e inyectárselo al resto de
la población. Desde luego, los jóvenes tienen mérito. Es precisamente la generación de Spencer y de
Damon la que más me ha ayudado a llegar hasta aquí. Su entusiasmo es inquebrantable, y a la gente le
gusta mucho más escucharlos a ellos que a algún anciano vetusto que insiste en que nos hemos metido por
el mal camino. No dejo de preguntarme si no habrá un medio para silenciarlos para siempre sin empañar
mi nombre.
En cualquier caso, la coronación está prevista para mañana. Ahora que Swendway ha conseguido como
aliada a la poderosa Unión Norteamericana, podré tener lo que deseo: una corona. Creo que es un trato
justo. ¿Por qué conformarme con ser el presidente Illéa cuando puedo ser el rey Illéa? Por medio de mi
hija he adquirido categoría de realeza.
Todo está en su sitio. Pasado mañana no habrá vuelta atrás.
La vendió. El muy cerdo vendió a su hija a un hombre al que ella aborrecía, solo para conseguir todo
lo que quería.
Me venían ganas de cerrar el libro de nuevo, de acabar con aquello. Pero hice un esfuerzo por seguir
hojeándolo, leyendo pasajes al azar. En un punto se trazaba un esquema del sistema de castas,
originalmente pensado para que tuviera seis niveles en lugar de ocho. En otra página hacía planes para
cambiar el apellido a la gente y distanciarlos así de su pasado. En un párrafo dejaba claro que tenía
pensado castigar a sus enemigos situándolos en lo más bajo de la escala, y premiar a los leales
colocándolos arriba.
Me pregunté si mis antepasados sencillamente no tendrían nada que ofrecer, o si habían opuesto
resistencia. Esperaba que fuera lo segundo.
¿Cuál sería mi apellido real? ¿Lo sabría papá?
Toda la vida me habían hecho creer que Gregory Illéa era un héroe, la persona que había salvado el
país cuando estábamos al borde del olvido. Estaba claro que no era más que un monstruo sediento de
poder. ¿Cómo debía de ser, para manipular a la gente sin pensárselo lo más mínimo? ¿Qué tipo de
hombre sería, si sacrificó a su hija en su propio beneficio?
Miré las anotaciones anteriores con una nueva perspectiva. En ninguna decía que quisiera ser un gran
hombre de familia; solo afirmaba que quería parecerlo. De momento, le seguiría el juego a Wallis.
Estaba usando a los coetáneos de su hijo para ganar apoyos. Estaba haciéndose su montaje desde el
principio.
Me sentí asqueada. Me puse en pie y empecé a caminar arriba y abajo, intentando asimilar todo
aquello.
¿Cómo habían conseguido que aquella historia quedara olvidada? ¿Cómo es que nadie hablaba de los
antiguos países? ¿Dónde estaba toda esa información? ¿Por qué no la conocía nadie?
Abrí los ojos y levanté la mirada al techo. Me parecía imposible. Seguro que habría gente a quien no
le pareciera bien, y ellos les habrían contado la verdad a sus hijos. Y a lo mejor sí que se la habían
contado. A menudo me preguntaba por qué papá nunca me dejaba hablar del viejo libro de historia que
tenía oculto en su habitación, por qué la historia que sí conocía sobre Illéa no aparecía impresa en ningún
lado. Quizá fuera porque, si se hubiera puesto por escrito que Illéa había sido un héroe, la gente se
hubiera rebelado. Pero si siempre había sido una cuestión de debate, en el que uno pensaba que las cosas
eran de un modo y otro las negaba, ¿cómo iba a saber nunca nadie la verdad?
Me pregunté si Harry conocía todo aquello.
De pronto me vino un recuerdo a la mente. No hacía tanto tiempo, Harry y yo nos habíamos dado
nuestro primer beso. Había sido tan inesperado que yo me había echado atrás, lo cual le hizo sentirse
incómodo. Cuando me di cuenta de que quería que me besara, le sugerí que simplemente borráramos
aquel recuerdo e introdujéramos uno nuevo.
«_____, no creo que podamos cambiar la historia», me había dicho. A lo que yo respondí: «Claro
que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?».
Lo había dicho a modo de broma. Por supuesto, si hubiéramos acabado juntos, nos acordaríamos de
lo que había ocurrido realmente, sin importarnos lo tonto que era. En realidad, nunca llegamos a
reemplazar aquel recuerdo con una historia que sonara mejor.
Pero todo aquello de la Selección era un espectáculo. Si a Harry y a mí nos preguntaran algún día
por nuestro primer beso, ¿le diríamos la verdad a alguien? ¿O nos guardaríamos aquel pequeño detalle,
aquel secreto entre los dos? Cuando muriéramos, nadie se enteraría, y aquel breve momento tan
importante en nuestras vidas desaparecería con nosotros. ¿Podía ser tan simple? ¿Se trataba simplemente
de contar una historia a una generación y repetirla hasta que la aceptaran como hecho probado? ¿Cuántas
veces le había preguntado yo a alguien mayor que mamá o papá sobre lo que sabían o lo que habían visto
sus padres? ¿Qué sabían los mayores? Había sido arrogante por mi parte no pensar siquiera en lo que
pudieran explicar. Me sentí una tonta.
Pero lo importante no era cómo me sintiera yo. Lo importante era decidir qué iba a hacer al respecto.
Había pasado toda mi vida atrapada en un agujero creado en nuestra sociedad; y como me encantaba
la música, nunca me había quejado. Pero quería estar con Aspen, y como él era un Seis, las cosas se
complicaban mucho. Si años atrás Gregory Illéa no hubiera diseñado con tanta frialdad las leyes de
nuestro país, cómodamente sentado en su escritorio, Aspen y yo no habríamos discutido, y yo nunca
habría pensado en Harry. Harry no sería ni siquiera príncipe. Jess tendría las manos intactas, y ella
y Niall no vivirían en una habitación en la que apenas cabía su cama. Gerad, mi encantador hermanito
pequeño, podría estudiar ciencias, si eso era lo que le gustaba, en lugar de verse abocado a dedicarse al
mundo del arte, que no le apasionaba en absoluto.
Para conseguir una vida cómoda en una casa bonita, Gregory Illéa le había robado a la mayor parte
del país la capacidad de siquiera intentar conseguir aquello mismo. Harry decía que, si quería saber
quién era, solo tenía que preguntarle. Antes me asustaba enfrentarme a la posibilidad de que él también
fuera así, pero tenía que saberlo. Si esperaba que tomara la decisión de si quería seguir en la Selección o
volverme a casa, necesitaba saber de qué pasta estaba hecho.
Me puse las zapatillas y la bata, y salí de la habitación, dejando atrás a un guardia anónimo.
—¿Está bien, señorita? —preguntó.
—Sí. Volveré enseguida.
Daba la impresión de que quería decir algo más, pero me fui demasiado rápido como para darle
opción. Subí las escaleras hasta el tercer piso. A diferencia de otras plantas, había guardias en el rellano
que me impedían llegar siquiera a la puerta de Harry.
—Necesito hablar con el príncipe —dije, intentando mostrarme decidida.
—Es muy tarde, señorita —repuso el guardia de la izquierda.
—A Harry no le importará —le aseguré.
El de la derecha se sonrió ligeramente.
—No creo que desee recibir ninguna visita ahora mismo, señorita.
Arrugué la frente, pensativa, mientras intentaba intuir a qué se refería.
Estaba con otra chica.
Era de suponer que sería Kriss, sentada en su habitación, hablando, riendo o quizás olvidando su
norma de no besar.
Una doncella dobló la esquina con una bandeja en las manos y pasó a mi lado para bajar por las
escaleras. Me eché a un lado, intentando decidir si debía dar un empujón a los guardias para abrirme
paso o abandonar. En el momento en que iba a abrir la boca de nuevo, el guardia se me adelantó:
—Debe volver a la cama, señorita.
Habría querido gritarles o hacer algo, porque me sentía impotente. Pero eso no serviría de nada, así
que me fui. Oí que uno de los guardias —el que hacía muecas— murmuraba algo cuando me alejé, y eso
no hizo más que empeorar mi estado de ánimo. ¿Se estaba riendo de mí? ¿Le daba pena? No necesitaba
su compasión. Ya me sentía suficientemente mal.
Cuando llegué de nuevo al segundo piso, me sorprendió ver allí a la doncella que había pasado a mi
lado, arrodillada como si estuviera poniéndose bien el zapato, aunque era evidente que no era eso ni nada
parecido. Cuando me acerqué levantó la cabeza, recogió la bandeja y se me acercó.
—No está en su habitación —susurró.
—¿Quién? ¿Harry?
Asintió.
—Pruebe abajo.
Sonreí, y meneé la cabeza en un gesto de sorpresa.
—Gracias.
La doncella se encogió de hombros.
—No está en ningún sitio donde no pudiera encontrarle si le busca. Además —dijo, con una mirada
de admiración—, a nosotros nos gusta usted.
Se alejó, dirigiéndose enseguida hacia el primer piso. Me pregunté a qué se refería exactamente con
ese «nosotros», pero de momento me bastaba con aquella sencilla demostración de amabilidad. Me
quedé allí un momento, dejando un espacio entre las dos, y luego me dirigí abajo.
El Gran Salón estaba abierto pero vacío, al igual que el comedor. Miré en la Sala de las Mujeres,
pensando que sería un lugar extraño para una cita, pero tampoco estaban allí. Les pregunté a los guardias
de la puerta, y estos me aseguraron que Harry no había salido a los jardines, así que miré en algunas de
las bibliotecas y salones hasta que por fin supuse que Kriss y él debían de haberse separado ya, o que
habrían vuelto a la habitación de él.
Resignada, giré una esquina y me dirigí a la escalera de atrás, que estaba más cerca que la principal.
No vi nada, pero al acercarme oí claramente un susurro. Me aproximé más poco a poco; no quería
molestar, y tampoco estaba del todo segura de dónde procedía aquel sonido.
Otro susurro.
Una risita traviesa.
Un cálido suspiro.
Los sonidos se hicieron más claros, y por fin no tuve dudas respecto de dónde procedían. Di un paso
más adelante, miré a la derecha y vi a una pareja abrazándose entre las sombras. Cuando por fin los ojos
se me adaptaron a la luz y conseguí distinguir lo que veía, me quedé impresionada.
El cabello rizado de Harry era inconfundible, incluso en la oscuridad. ¿Cuántas veces lo había visto
así en la penumbra de los jardines? Pero lo que no había visto antes, ni había podido imaginarme, era el
aspecto de aquel cabello entre los largos dedos de Celeste, con las uñas pintadas de rojo.
Maxon estaba aprisionado entre la pared y el cuerpo de Celeste. Ella tenía la mano contra el pecho de
él, y con la pierna lo rodeaba; la raja de su vestido la dejaba bien a la vista, teñida de un tono azul en la
oscuridad del pasillo.
Ella se echó atrás un poco, para caer de nuevo lentamente sobre su cuerpo, jugando con él.
Me quedé esperando a que él le dijera que se apartara, que ella no era lo que él quería. Pero no lo
hizo. Al contrario, la besó. Ella se regodeó en el beso y volvió a soltar una risita. Harry le susurró algo
al oído, y Celeste se le acercó y volvió a besarle, con más fuerza, más profundamente que antes. Se le
cayó el tirante del vestido, dejándole al descubierto el hombro y un trozo enorme de la piel de su
espalda. Ninguno de los dos se molestó en recolocarlo en su sitio.
Yo estaba helada. Habría querido gritar, pero tenía un nudo en la garganta. De todas las chicas…,
¿por qué tenía que ser ella?
Los labios de Celeste se deslizaron desde la boca de Harry hasta su cuello. Soltó otra risita
repugnante y le besó otra vez. Harry cerró los ojos y sonrió. Ahora que Celeste ya no lo tapaba, lo veía
perfectamente. Quería salir corriendo de allí. Quería desaparecer, evaporarme, pero me quedé allí
plantada.
Así que cuando Harry abrió los ojos, me vio.
Mientras Celeste trazaba dibujos con sus besos en su cuello, él y yo nos quedamos mirándonos. Su
sonrisa había desaparecido, de pronto se había quedado petrificado. Aquella mirada de asombro me hizo
por fin coger fuerzas para moverme. Celeste no se había dado cuenta, así que retrocedí en silencio, sin
respirar siquiera.
Cuando ya no podían oírme, eché a correr, pasando a toda velocidad junto a todos los guardias y
mayordomos que trabajaban hasta tarde. Las lágrimas empezaron a asomar antes de que pudiera llegar a
la escalera principal.
Subí a toda prisa y me dirigí a mi habitación. Dejé atrás al guardia, que parecía preocupado, y entré.
Me senté en la cama, de cara al balcón. En el silencio de mi habitación, sentí el dolor en mi interior. Qué
tonta, _____, qué tonta.
Me iría a casa. Olvidaría que todo aquello había ocurrido. Y me casaría con Aspen.
Aspen era el único con el que podía contar.
No pasó mucho rato hasta que llamaron a mi puerta. _____ entró sin esperar respuesta. Cruzó la
estancia como una exhalación, aparentemente tan furioso como yo.
Antes de que pudiera decirme una palabra, ataqué.
—Me has mentido.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—¿Cuándo no? ¿Cómo puede ser que la misma persona que hablaba de proponerme matrimonio se
ponga a hacer esas cosas en un pasillo con alguien como ella?
—Lo que yo haga con ella no tiene absolutamente nada que ver con lo que siento por ti.
—Estás de broma, ¿no? ¿O es que, al ser un futuro rey, tengo que suponer que es aceptable que te
dejes sobar por alguna chica semidesnuda cada vez que te apetezca?
Harry parecía herido.
—No, eso no es así.
—¿Y por qué ella? —pregunté, levantando la vista al techo—. ¿Por qué, de todas las mujeres del
planeta, ibas a quererla a ella?
Cuando le miré en busca de una respuesta, él meneó la cabeza y paseó la mirada por la habitación.
—Harry, Celeste es una actriz, un fraude. Deberías ver que debajo de todo ese maquillaje y de ese
sujetador de realce que lleva no hay más que una chica que quiere manipularte para conseguir todo lo que
desea.
Harry reprimió una risa.
—De hecho, lo veo perfectamente.
Verlo tan tranquilo me sorprendió.
—Entonces, ¿por qué…?
Pero ya tenía mi respuesta.
Lo sabía. Claro que lo sabía. Había crecido en aquel ambiente. Probablemente los diarios de Gregory
le servían de lectura de cabecera. Había sido una tonta por esperar otra cosa. ¡Qué simple había sido!
Yo, pensando todo el tiempo que si había alguien que se adaptara mejor al papel de princesa, sería Kriss.
Era encantadora y paciente, y un millón de cosas que yo no era. Pero la veía junto a un Harry diferente.
Para el hombre que él tendría que ser si quería seguir las huellas de Gregory Illéa, la única chica posible
era Celeste. Nadie más disfrutaría tanto pisoteando a todo un país.
—Bueno, pues ya está —dije, haciendo borrón y cuenta nueva con un movimiento de las manos—.
Querías que tomara una decisión, y aquí la tienes: ya no puedo más. Dejo la Selección, dejo todas estas
mentiras, y sobre todo te dejo a ti. Dios, no puedo creerme lo tonta que he sido.
—Tú no dejas nada, _____ —se apresuró a contradecirme, con una mirada que decía más que sus
palabras—. Lo dejarás cuando yo diga que lo dejas. Ahora mismo estás contrariada, pero no lo dejas.
Me llevé las manos al cabello, sintiendo que, en cualquier momento, podía arrancármelo de raíz.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Es que no lo quieres ver? ¿Qué te hace pensar que se me olvidará lo que acabo
de ver? Odio a esa chica. Y tú la estabas besando. No quiero saber nada de ti.
—¡Por Dios, nunca me dejas decir ni una palabra!
—¿Qué podrías decir para explicar algo así? Envíame a casa. No quiero seguir aquí.
Nuestra conversación había ido tan rápida que su silencio de pronto resultó incómodo.
—No.
Estaba furiosa. ¿No era eso exactamente lo que quería de mí?
—Harry Styles, no eres más que un crío que tiene entre manos un juguete que no quiere pero que
no puede soportar ceder a otro niño.
Harry respondió en voz baja:
—Entiendo que estés enfadada, pero…
Le di un empujón.
—¡Estoy más que enfadada!
Harry mantuvo la calma.
—_____, no me llames crío. Y no me empujes.
Volví a empujarle.
—¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer para evitarlo?
Harry me agarró de las muñecas, torciéndome el brazo detrás de la espalda, y vi la rabia en sus ojos,
lo cual me alegró. Quería que me provocara. Quería tener un motivo para hacerle daño. En aquel
momento habría podido hacerle pedazos con mis propias manos.
Pero no estaba enfadado. En lugar del enfado, sentí aquella cálida corriente de electricidad que
echaba tanto de menos. Su cara estaba a unos centímetros de la mía, y sus ojos buscaban los míos, quizá
preguntándose cómo lo recibiría, o quizá sin importarle lo más mínimo. Aunque todo aquello era una
locura, lo deseaba igualmente. Mis labios se abrieron antes de darme cuenta siquiera de lo que estaba
sucediendo.
Agité la cabeza, confusa, y di un paso atrás en dirección al balcón. Él no hizo ningún esfuerzo para
retenerme. Respiré hondo un par de veces y luego me giré hacia él.
—¿Me vas a enviar a casa? —le pregunté, en voz baja.
Harry negó con la cabeza, sin poder o sin querer decir palabra.
Me arranqué su pulsera de la muñeca y la tiré al suelo.
—Entonces vete —murmuré.
Me giré hacia el balcón y esperé unos momentos hasta oír el clic de la puerta al cerrarse. En cuanto
Harry se hubo ido, me dejé caer al suelo y me eché a llorar.
Celeste y él se parecían mucho. Toda su vida era una ficción. Y yo sabía que Harry se pasaría el
resto de la vida engatusando a la opinión pública para que pensaran que era maravilloso, al tiempo que
los tenía a todos atados de pies y manos. Igual que Gregory.
Me quedé sentada en el suelo, con las piernas cruzadas bajo la bata. Estaba muy disgustada con
Harry, pero más aún conmigo misma. Tendría que haber luchado más duro. Debía haber hecho más. No
debería estar ahí, sentada, derrotada.
Me sequé las lágrimas y analicé la situación. Había acabado con Harry, pero seguía allí. Había
acabado con la competición, pero, aun así, tenía que hacer una presentación. Quizás Aspen pensara que
no era lo suficientemente fuerte como para ser princesa —y estaba en lo cierto—, pero tenía fe en mí.
Eso lo sabía. Y también mi padre. Y Nicoletta.
Ya no me interesaba ganar. Así pues, ¿qué podía hacer para salir de allí con un buen golpe de efecto?
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
No se siquiera que decir ademas de que me has dejado sin palabras chica, y pues no entiendo porque harry no hace que celeste se valla si sabe lo que es . Y bueno, Síguela lo mas pronto posible!!!
StephRG14
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
no puedo creerlo ¡ estoy enojada mui furiosaa triste , la engaño xD y cn celeste una muñeca sin corazon ¡¡ no entiendo x que no la echo si sabe como es ella
romy_1Dsteylmigirl
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
seguiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa por favor ¡¡¡
romy_1Dsteylmigirl
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
SUBIIIIII CAAAAAAAPPPP !!!!!!
StephRG14
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Hola nueva lectora!!!!! esta historia me gusto tanto que en dos dias la leí entera.De verdad muero de la intriga, no pedes dejarla asi!!! aaaahhhggg estoy muy enojada con harrol como puede andar con celeste????? wtf!!!! creo q ninguna justificación lo vale!!! X favor síguela!!!
ivana diaz
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
dios siguela por fa me matas de la emocion y suspenso
te quiero hermosurita
te quiero hermosurita
yaya styles #yaha
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
dios por que no la sigues?
yaya styles #yaha
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
por favor por favor siguela
yaya styles #yaha
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
me muero :sad: :sad: :sad: :sad: :sad:
yaya styles #yaha
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