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♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
O W N :: Fanfiction :: Fanfiction :: Músicos :: One Direction
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Sasa. escribió:Hola chicas, se preguntaran por qué no he subido. Pues bien, hoy es mi cumpleaños, y les estuve preparando un maraton de 5 capitulos. Ya se que no me devería de costar mucho, pero he estado liada con examenes, so no pude hacer nada. No se cuando les podré subir los capitulos si hoy o mañana. Espero que me perdonen.
Besiitoss.
Att: Sasa xx:)
ENCERIO!!!!OMG!!!!
FELIZ CUMPLEAÑOS!!!
Espero que la hayas pasado genial y lo hayas disfrutado!!!un becho!!!
Invitado
Invitado
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
PaSe De PáGiNa
ESTE ES MI REGALO!
PARA TI!
BESOS
Invitado
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo OO6
✿—Estupendo, señorita. Siga señalando los diseños, y el resto de ustedes intenten no mirarme —dijo el fotógrafo.
Era sábado, y todas las chicas de la Élite habíamos sido excusadas de pasar el día en la Sala de las Mujeres. A la hora de desayunar, Maxon había hecho su anuncio sobre la fiesta de Halloween; y por la tarde nuestras doncellas habían empezado a trabajar en el diseño de los disfraces, y habían venido
fotógrafos para documentar todo el proceso.
Yo intentaba estar natural mientras repasaba los dibujos de Anne, y mis otras doncellas esperaban al otro lado de la mesa con trozos de tela, cajitas de alfileres y una cantidad absurda de plumas.
El flash de la cámara nos iluminó mientras intentábamos dar diferentes opiniones. Justo mientras yo posaba sosteniendo un tejido dorado junto a la cara, llegó una visita.
—Buenos días, señoritas —dijo Harry, atravesando el umbral.
No pude evitar levantar la cabeza un poco, y sentí que una sonrisa afloraba en mi rostro. El fotógrafo captó ese momento justo antes de girarse hacia Harry.
—Alteza, siempre es un honor. ¿Le importaría posar con la señorita?
—Será un placer.
Mis doncellas se echaron atrás, Harry cogió unos bocetos y se situó detrás de mí, con los papeles en una mano, por delante de los dos, y la otra rodeando mi cintura. Aquel contacto significaba mucho para mí. Parecía decir: «¿Lo ves? Muy pronto podré tocarte así delante de todo el mundo. No tienes que preocuparte por nada».
El fotógrafo tomó unas cuantas fotos y luego pasó a la siguiente chica de su lista. Entonces me di cuenta de que mis doncellas se habían retirado sigilosamente y ya no estaban allí.
—Tus doncellas tienen talento —observó Harry—. Estos diseños son estupendos.
Intenté actuar como siempre hacía con Harry, pero ahora las cosas eran diferentes, mejores y peores a la vez.
—Lo sé. No podría estar en mejores manos.
—¿Ya te has decidido por alguno? —preguntó, extendiendo los papeles sobre la mesa.
—A todas nos gusta la idea del pájaro. Supongo que es una referencia a mi collar —dije, tocándome la fina cadena de plata. El colgante en forma de ruiseñor era un regalo de mi padre, y yo lo prefería a las ostentosas joyas que nos ofrecían en palacio.
—Siento tener que decírtelo, pero creo que Celeste también ha escogido algo que tiene que ver con pájaros. Parecía muy decidida.
—No pasa nada —respondí, encogiéndome de hombros—. Las plumas tampoco me vuelven loca — de pronto la sonrisa desapareció de mi rostro—. Espera. ¿Has ido a ver a Celeste?
Él asintió.
—Sí, he pasado un momento a charlar. Y me temo que tampoco me puedo quedar mucho rato aquí. A mi padre no le hace mucha gracia todo esto, pero entiende que mientras dure la Selección hay que organizar fiestas así, para que sea más agradable. Y ha estado de acuerdo en que será un modo mucho
mejor de conocer a las familias, teniendo en cuenta las circunstancias.
—¿Qué circunstancias?
—Está deseando que haya alguna eliminación más, y se supone que tendré que descartar a una de las
chicas después de conocer a los padres de todas. Por eso a él le parece que, cuanto antes vengan, mejor.
Hasta ese momento no había caído en que parte del plan de la fiesta de Halloween era enviar a alguien a casa. Pensaba que simplemente era una fiesta.
Aquello me puso nerviosa, aunque en mi interior sabía que no había motivo para estarlo. Al menos después de nuestra conversación de la noche anterior. De todos los momentos que había compartido con Harry, ninguno me había parecido tan auténtico como aquel.
Sin dejar de repasar los bocetos, añadió:
—Bueno, supongo que tendré que acabar la ronda.
—¿Ya te vas?
—No te preocupes, cariño. Te veré en la cena.
«Sí, pero en la cena nos verás a todas», pensé.
—¿Va todo bien? —pregunté.
—Claro —respondió, acercándose para darme un beso rápido. En la mejilla—. Tengo que irme corriendo. Nos vemos pronto.
Y con la misma rapidez que había aparecido, desapareció.
El domingo, cuando apenas faltaba una semana para la fiesta de Halloween, el palacio era un torbellino de actividad.
Las chicas de la Élite pasamos la mañana del lunes con la reina Amberly, probando platos y decidiendo el menú para la fiesta de Halloween. Desde luego, aquella era la tarea más agradable que había tenido que hacer hasta el momento. No obstante, después del almuerzo, Celeste se ausentó unas
horas de la Sala de las Mujeres. Cuando volvió, hacia las cuatro, nos anunció a todas:
—Harry os envía recuerdos.
El martes por la tarde dimos la bienvenida a los parientes de la familia real que acudían a la ciudad para las fiestas. Pero la mañana la habíamos pasado mirando por la ventana, mientras Harry le daba clases de tiro con arco a Kriss en los jardines.
En las comidas había muchos invitados que habían acudido con antelación, pero muchas veces Harry faltaba, al igual que Jess y Natalie.
Me sentí cada vez más incómoda. Había cometido un error confesándole mis sentimientos. Por mucho que dijera, no podía estar tan interesado en mí si su primer instinto era pasar el rato con todas las demás.
El viernes ya había perdido toda esperanza. Tras el Report me encontré sentada ante el piano, en mi habitación, deseando que Harry apareciera.
No vino.
El sábado intenté no pensar en ello. Por la mañana todas las chicas de la Élite teníamos que salir a recibir a las señoras que iban llegando a palacio, y entretenerlas en la Sala de las Mujeres, y después del almuerzo teníamos práctica de baile.
Yo daba gracias de que en mi familia nos hubiéramos dedicado a la música y al arte en lugar de al baile, porque, a pesar de ser una Cinco, se me daba fatal bailar. La única que lo hacía peor que yo en toda la sala era Natalie. Curiosamente, Celeste era un modelo de gracia y elegancia. Más de una vez los
instructores le habían pedido que ayudara a alguna otra chica, lo que había provocado que Natalie casi se torciera el tobillo, gracias a un descuido intencionado de Celeste.
Ella, taimada como una víbora, achacó los problemas de Natalie a su descoordinación. Los profesores la creyeron, y Natalie se lo tomó a broma. Me pareció admirable no dejarse afectar por lo que hiciera Celeste.
Aspen había estado allí durante todas las clases. Las primeras veces le había evitado, al no estar muy segura de que quisiera verme con él. Había oído rumores de que los guardias habían estado cambiándose los horarios con tanta premura que resultaba mareante. Algunos deseaban con desesperación ir a la fiesta,
mientras que otros, que tenían novias esperándolos en casa, se encontrarían en una situación muy difícil si se los veía bailando con otras chicas, especialmente porque cinco de nosotras volveríamos a estar libres de compromiso muy pronto y seríamos un muy buen partido.
Pero aquello para mí no era más que un ensayo final, así que cuando Aspen se acercó y me ofreció bailar no me negué.
—¿Estás bien? —me preguntó—. Últimamente parece que estás en baja forma.
—Solo estaba cansada —mentí. No podía hablar con él de mis asuntos con Harry.
—¿De verdad? —preguntó, escéptico—. Estaba convencido de que eso significaba que se avecinaban malas noticias.
—¿Qué quieres decir? —respondí. ¿Sabría él algo que yo no sabía?
Él suspiró.
—Si te estás preparando para decirme que deje de luchar por ti, es algo de lo que no querría ni hablar.
Lo cierto es que no había pensado siquiera en Aspen en la última semana. Estaba tan preocupada por mis comentarios fuera de lugar y mis presuposiciones que no había tenido tiempo de pensar en nada más.
Y resultaba que, mientras yo me preocupaba de que Harry se alejara de mí, Aspen estaba preocupado
porque yo le hiciera lo mismo a él.
—No es eso —respondí, ambigua; me sentí culpable.
Él asintió, satisfecho de momento con aquella respuesta.
—¡Ay!
—¡Ups! —dije yo. Le había pisado sin querer. Tenía que concentrarme un poco más en el baile.
—Lo siento, _____, pero esto se te da fatal —bromeó, aunque el pisotón que le había dado con el tacón del zapato tenía que haberle dolido.
—Lo sé, lo sé —dije, casi sin aliento—. Hago lo que puedo, te lo prometo.
Fui revoloteando por la sala como un alce ciego, pero lo que me faltaba en elegancia lo compensaba con esfuerzo. Aspen hacía lo que podía por ayudarme a dar buena impresión, retrasándose un poco en el paso para sincronizarse conmigo. Era algo típico en él, se pasaba la vida intentando ser mi héroe.
Cuando acabó la última clase al menos ya conocía todos los pasos. No podía prometer que no le diera una enérgica patada a algún diplomático de visita, pero había hecho todo lo que podía. Cuando me lo imaginé, me di cuenta de que era lógico que Harry se lo pensara. Sería todo un engorro para él llevarme a otro país, y mucho más recibir a un invitado. Sencillamente, no tenía madera de princesa.
Suspiré y me fui a buscar un vaso de agua. El resto de las chicas se marcharon, pero Aspen me siguió.
—Bueno —dijo. Rastreé toda la sala con los ojos para asegurarme de que no había nadie mirando—. Si no estás preocupada por mí, debo suponer que estarás preocupada por él.
Bajé la vista y me sonrojé. Me conocía muy bien.
—No es que quiera darle ánimos, ni nada por el estilo, pero, si no se da cuenta de lo increíble que eres, es que es un idiota.
Sonreí, sin apartar la vista del suelo.
—Y si no consigues ser la princesa, ¿qué? Eso no te hace menos increíble. Y ya sabes…, ya sabes…
No conseguía decir lo que quería decir, así que me arriesgué a mirarle a la cara.
En los ojos de Aspen encontré mil finales diferentes para aquella frase, y en todos ellos estábamos los dos: que aún me estaba esperando; que me conocía mejor que nadie; que éramos una sola cosa; que unos meses en aquel palacio no podían borrar dos años. Pasara lo que pasara, Aspen siempre estaría ahí,
a mi lado.
—Lo sé, Aspen. Lo sé.
Última edición por Sasa. el Sáb 18 Oct 2014, 5:41 am, editado 1 vez
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo OO7
✿Todas las chicas estábamos en línea, en el enorme vestíbulo del palacio, y yo no paraba de dar botecitos sobre las puntas de los pies.
—Lady _____ —susurró Silvia, y no hizo falta más para que me diera cuenta de que mi comportamiento era inaceptable. Como tutora principal de la Selección, ella se tomaba todas nuestras acciones muy personalmente.
Intenté controlarme. Envidiaba a Silvia y al personal de palacio, incluido el puñado de guardias que se movían por aquel espacio, aunque solo fuera porque a ellos se les permitía caminar. Si hubiera podido hacerlo yo también, estaría mucho más tranquila.
A lo mejor si Harry estuviera allí la situación sería más soportable. O quizá me habría puesto aún más nerviosa. Seguía sin poder entender por qué; después de todo, no había podido encontrar tiempo para pasarlo conmigo últimamente.
—¡Aquí están! —dijo alguien al otro lado de las puertas de palacio. Yo no era la única que no podía contener mi alegría.
—Muy bien, señoritas —anunció Silvia—, ¡quiero un comportamiento exquisito! Criados y doncellas contra la pared, por favor.
Intentábamos ser las jovencitas encantadoras y graciosas que Silvia quería que fuéramos, pero en el momento en que entraron los padres de Kriss y Jessica por la puerta, todo se vino abajo. Sabía que ambas eran todavía unas niñas, y era evidente que sus padres las echaban demasiado de menos como para
mantener las formas. Entraron corriendo y gritando, y Jess abandonó la formación sin pensárselo un momento.
Los padres de Celeste mantenían mejor la compostura, aunque resultaba evidente que estaban encantados de ver a su hija. Ella también rompió filas, pero de un modo mucho más civilizado que Jessica. A los padres de Natalie y de Elise ni siquiera los vi, porque de pronto apareció como un rayo una figura bajita con una melena pelirroja y mirada ansiosa.
—¡May!
Ella me oyó, vio que agitaba el brazo y vino corriendo a mi encuentro, con papá y mamá tras ella. Me arrodillé en el suelo y la abracé.
—¡_____! ¡No me lo puedo creer! —exclamó, con un tono entre la admiración y la envidia—. ¡Estás preciosa!
Yo no podía ni hablar. Casi no podía ni verla, por la cantidad de lágrimas que me cubrían los ojos.
Un momento más tarde sentí el abrazo firme de mi padre envolviéndonos a las dos. Luego mamá, abandonando su habitual recato, se unió a nosotros, y nos cerramos en una piña sobre el suelo de palacio.
Oí un suspiro. Seguro que era de Silvia, pero en aquel momento no me importaba.
—Estoy tan contenta de que hayáis venido… —dije por fin cuando recobré el aliento.
—Nosotros también, pequeña. No te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos —dijo papá, y sentí el beso que me dio en la cabeza.
Me giré para poder abrazarlo mejor. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verlos. Abracé a mi madre. Me sorprendía que estuviera tan callada. No me podía creer que aún no me hubiera pedido un informe detallado de mis progresos con Harry. Pero cuando la solté, vi las lágrimas en sus ojos.
—Estás preciosa, cariño. Pareces una princesa.
Sonreí. Era un alivio que por una vez no me cuestionara ni me diera instrucciones. En aquel momento, simplemente estaba contenta, y eso me llenaba de felicidad. Porque yo también lo estaba.
Observé que los ojos de May se posaban en algo a mis espaldas.
—Ahí está —dijo ella, en un susurro.
—¿Eh? —pregunté, mirándola. Me giré y vi a Harry, que nos observaba desde detrás de la gran escalera. Sonreía, divertido, mientras se acercaba a nosotros, aún apiñados en el suelo.
Mi padre se puso en pie inmediatamente.
—Alteza —le saludó, con un tono de admiración en la voz.
Harry se le acercó con la mano tendida.
—Señor Singer, es un honor. He oído hablar mucho de usted. Y de usted también, señora Singer — dijo, acercándose a mi madre, que también se había puesto en pie y se había alisado el pelo.
—Alteza —reaccionó ella, algo azorada—. Discúlpenos por la escena —añadió, señalando al suelo, donde aún estábamos May y yo, abrazándonos con fuerza.
Harry chasqueó la lengua y sonrió.
—No tienen que disculparse. No esperaba menos entusiasmo, teniendo en cuenta que son la familia de Lady _____ —dijo. Yo estaba segura de que mamá me exigiría que le explicara aquello más tarde—. Y tú debes de ser May.
May se sonrojó y le tendió la mano, esperando que él se la estrechara, pero Harry se la besó.
—Al final no tuve ocasión de darte las gracias por no llorar.
—¿Cómo? —preguntó mi hermana, ruborizándose aún más de vergüenza.
—¿No te lo dijeron? —respondió Harry, con tono desenfadado—. Gracias a ti conseguí mi primera cita con tu encantadora hermana. Siempre estaré en deuda contigo.
May soltó una risita nerviosa.
—Bueno, pues… de nada, supongo.
Harry puso las manos tras la espalda y recuperó la compostura.
—Me temo que debo dejarles para ir a ver a los demás, pero, por favor, quédense aquí un momento.
Voy a hacer un breve anuncio al grupo. Y espero tener ocasión de hablar un poco más con ustedes muy
pronto. Estoy encantado de que hayan venido.
—¡Es aún más guapo en persona! —susurró May en voz alta, y por el ligero movimiento que hizo con la cabeza Harry, estaba claro que lo había oído.
Él se fue a saludar a la familia de Elise, que sin duda era la más refinada de todas. Sus hermanos mayores estaban rígidos como los guardias, y sus padres le hicieron una reverencia cuando lo vieron acercarse. Me pregunté si Elise les habría dicho que lo hicieran o si simplemente eran así. Todos tenían una complexión fina, estaban impecables e iban vestidos perfectamente. Hasta el cabello de todos ellos, negro azabache, parecía ir conjuntado.
A su lado, Natalie y su hermana menor, que era guapísima, hablaban entre susurros con Kriss, mientras los padres de ambas se saludaban. Una energía cálida invadía toda la estancia.
—¿Qué quiere decir con eso de que esperaba entusiasmo por nuestra parte? —me preguntó mamá en voz baja—. ¿Es porque le gritaste la primera vez que le viste? Eso no lo has vuelto a hacer, ¿verdad?
Suspiré.
—En realidad, mamá, discutimos bastante a menudo.
—¿Qué? —replicó, y se quedó con la boca abierta—. ¡Bueno, pues deja de hacerlo!
—Ah, y una vez le di un rodillazo en la entrepierna.
Tras un instante de silencio, May soltó una carcajada. Se tapó la boca e intentó contenerse, pero la risa se abría paso en una serie de ruidos raros e incontenibles. Papá apretaba los labios, pero era evidente que también estaba a punto de escapársele la risa.
Mamá estaba más pálida que la nieve.
—_____, dime que es una broma. Dime que no agrediste al príncipe.
No podría decir por qué, pero la palabra «agredir» fue la gota que colmó el vaso, y May, papá y yo estallamos hasta quedar doblados de la risa.
—Lo siento, mamá —fue todo lo que pude decir.
—Por Dios bendito… —soltó ella. De pronto parecía que tenía mucho interés en conocer a los padres de Jessica, y yo no la detuve.
—Así que le gustan las chicas que le plantan cara —apuntó papá una vez recuperada la calma—. Ahora me gusta más.
Pasó la mirada por la sala, observando el palacio, y yo me quedé allí, intentando asimilar todo lo que decía. ¿Cuántas veces, en los años en que habíamos salido en secreto Aspen y yo, habían coincidido mi padre y él en la misma estancia? Al menos una docena. Quizá más. Y nunca me había preocupado que
Aspen le gustara o no. Sabía que le costaría darme su consentimiento para que me casara con alguien de una casta inferior, pero siempre supuse que al final me daría permiso.
Por algún motivo, esto resultaba mil veces más tenso. Aunque Harry fuera un Uno, aunque pudiera mantenernos a todos, de pronto caí en la cuenta de que cabía la posibilidad de que a mi padre no le gustara.
Papá no era un rebelde, de los que van por ahí quemando casas, ni nada por el estilo. Pero yo sabía que no le gustaba cómo llevaban el país. ¿Y si hacía extensiva sus objeciones políticas a Harry? ¿Y si decidía que no era la persona ideal para mí?
Antes de que pudiera seguir dándole vueltas a la cabeza, Harry subió unos escalones para tenernos a todos a la vista.
—Quiero darles las gracias a todos de nuevo por haber venido. Estamos encantados de que estén en palacio, no solo para celebrar el primer Halloween de Illéa desde hace décadas, sino también para que les podamos conocer a todos. Lamento que mis padres no hayan podido venir a recibirles, pero los conocerán muy pronto.
»Las madres, las hermanas y las señoritas de la Élite están invitadas a tomar el té con mi madre esta tarde en la Sala de las Mujeres. Sus hijas las llevarán hasta allí. Y los caballeros pueden venir a fumarse un puro con mi padre y conmigo. Un mayordomo irá a buscarles, así que no teman; no se perderán.
»Las doncellas les acompañarán a las habitaciones que ocuparán durante su visita, y les proporcionarán todo lo que necesiten para su estancia, así como para la celebración de esta noche.
Nos saludó a todos con la mano y se fue. Casi inmediatamente apareció una doncella a nuestro lado.
—¿Señor y señora Singer? He venido a acompañarles a usted y a su hija a sus aposentos.
—¡Pero yo quiero quedarme con _____! —protestó May.
—Cariño, estoy segura de que el rey nos habrá asignado una habitación tan bonita como la de _____. ¿No quieres verla? —la animó mi madre.
May se giró hacia mí.
—Yo quiero vivir exactamente igual que tú. Aunque solo sea unos días. ¿No me puedo quedar contigo?
Suspiré. De modo que tendría que renunciar a un poco de intimidad durante unos días. Bueno, ¿qué le
iba a hacer? Con aquella carita delante, no podía decir que no.
—Está bien. A lo mejor así, con las dos en la habitación, mis doncellas tendrán por fin algo que hacer—accedí.
Ella me abrazó tan fuerte que al momento me alegré de haber cedido.
—¿Qué más has aprendido? —preguntó papá.
Le cogí del brazo; no me acostumbraba a verlo con traje. Si no lo hubiera visto mil veces con su bata sucia de pintor, habría dicho que había nacido para ser un Uno. Con aquel traje estaba guapísimo, y parecía más joven. Incluso parecía más alto.
—Creo que ya te dije todo lo que nos enseñaron sobre nuestra historia, que el presidente Wallis fue el último líder de lo que era Estados Unidos, y que luego presidió los Estados Americanos de China. Yo no sabía nada de él. ¿Tú sí?
Papá asintió.
—Tu abuelo me habló de él. Creo que era un buen tipo, pero no pudo hacer gran cosa cuando la situación se puso mal.
Yo no había podido conocer la verdad sobre la historia de Illéa hasta que llegué al palacio. Por algún motivo, la historia del origen de nuestro país era algo que se transmitía oralmente. Había oído versiones diferentes, y ninguna era tan completa como la que me habían explicado en los últimos meses.
Estados Unidos fue invadido a principios de la Tercera Guerra Mundial, después de que no pudiera pagar la enorme deuda contraída con China. Como Estados Unidos no tenía el dinero necesario, China instauró un Gobierno en el país, y creó los Estados Americanos de China, y usó a los estadounidenses como mano de obra. Al final estos se rebelaron (no solo contra China, sino también contra Rusia, que intentaba hacerse con la mano de obra creada por China) y se unió a Canadá, México y muchos otros países latinoamericanos para formar un país. Eso dio pie a la Cuarta Guerra Mundial y, aunque
sobrevivimos a ella y fue el origen de un nuevo estado, las consecuencias económicas fueron devastadoras.
—Harry me dijo que justo antes de la Cuarta Guerra Mundial la gente prácticamente no tenía de nada.
—Así es. En parte, por eso es tan injusto el sistema de castas. La mayoría no tenía gran cosa que ofrecer, y eso hizo que muchos acabaran en las castas más bajas.
En realidad no quería seguir hablando de eso con papá, porque sabía que podía acabar de muy mal humor. No es que no tuviera razón —el sistema de castas era injusto—, pero aquella visita era un motivo de alegría, y no quería estropearlo hablando de cosas que no podíamos cambiar.
—Aparte de alguna clase de historia, la mayoría son clases de etiqueta. Ahora nos están introduciendo un poco en la diplomacia. Creo que dentro de poco tendremos que aplicar esos conocimientos, por eso nos están apretando tanto. Bueno, las chicas que se queden tendrán que hacerlo.
—¿Las que se queden?
—Parece que una de nosotras se volverá a casa con su familia. Harry tiene que eliminar a una después de conoceros a todos.
—No pareces muy contenta. ¿Crees que te mandará a casa?
Me encogí de hombros.
—Venga… A estas alturas ya debes de saber si le gustas o no. Si le gustas, no tienes que preocuparte. Si no, ¿por qué ibas a querer quedarte?
—Supongo que tienes razón.
Papá se detuvo.
—¿Y cuál de las dos cosas es?
Hablar de aquello con mi padre resultaba incómodo, pero tampoco me habría gustado hacerlo con mi madre. Y May seguro que entendía aún menos a Harry que yo misma.
—Creo que le gusto. Eso dice.
Papá se rió.
—Bueno, entonces estoy seguro de que irá bien.
—Pero la última semana ha estado un poco… distante.
—_____, cariño, es el príncipe. Habrá estado ocupado aprobando leyes, o cosas así.
No sabía cómo explicarle que me daba la impresión de que Harry buscaba tiempo para estar con las demás. Era demasiado humillante.
—Supongo.
—Y hablando de leyes, ¿ya has aprendido todo lo que hay que saber de eso? ¿Ya sabes redactar proposiciones de ley?
Aquel tema tampoco me parecía fascinante, pero al menos no suponía hablar de chicos.
—No, aún no. Pero hemos estado leyendo muchas. A veces me cuesta entenderlas. Silvia, la mujer de abajo, es una especie de guía, de tutora. Intenta explicarnos las cosas. Y Harry se muestra muy amable si le hago preguntas.
—¿Ah, sí? —dijo papá, aparentemente contento de oír aquello.
—Oh, sí. Creo que para él es importante que todas sintamos que podemos ser personas de éxito, ¿sabes? Así que nos lo explica todo muy bien. Incluso… —me quedé pensando. Se suponía que no tenía que hablar de la sala de los libros. Pero se trataba de mi padre—. Escucha, tienes que prometerme que no dirás nada de lo que te voy a contar.
Él chasqueó la lengua.
—La única persona con la que hablo es con tu madre, y los dos sabemos que no sabe guardar secretos, así que te prometo que no se lo diré.
Solté una risita. Me resultaba imposible imaginarme a mi madre guardándose algo para sí misma.
—Puedes confiar en mí, pequeña —dijo, rodeándome con un brazo.
—¡Hay una habitación, una sala secreta, y está llena de libros, papá! —le confesé en voz baja, comprobando que no hubiera nadie alrededor—. Están los libros prohibidos y esos mapas del mundo, los viejos, con todos los países como eran antes. ¡Papá, yo no sabía que antes había tantos! Y también hay un
ordenador. ¿Alguna vez has visto uno de verdad?
Él meneó la cabeza, impresionado.
—Es asombroso. Escribes lo que quieres, y el ordenador busca por todos los libros de la sala y lo encuentra.
—¿Cómo?
—No lo sé, pero así es como Harry descubrió lo que era Halloween. Incluso… —volví a levantar la mirada y a escrutar toda la sala. Estaba segura de que papá no hablaría a nadie de la biblioteca, pero me pareció que decirle que tenía uno de esos libros secretos en mi habitación era demasiado.
—¿Incluso qué?
—Una vez me dejó sacar uno, solo para mirarlo.
—¡Vaya, qué interesante! ¿Y qué leíste? ¿Me lo puedes contar?
Me mordí el labio.
—Era uno de los diarios personales de Gregory Illéa.
Papá se quedó con la boca abierta y tardó un momento en recuperarse.
—_____, eso es increíble. ¿Qué decía?
—Bueno, no lo he acabado. Sobre todo me interesaba descubrir qué era lo de Halloween.
Él se quedó pensando un momento en mis palabras y luego meneó la cabeza.
—¿Por qué estás tan preocupada, _____? Es evidente que Harry confía en ti.
Suspiré; me sentía como una tonta.
—Supongo que tienes razón.
—Sorprendente —murmuró—. ¿Así que hay una sala secreta por aquí, en algún lugar? —dijo, mirando las paredes de un modo completamente diferente.
—Papá, este lugar es una locura. Hay puertas y paneles por todas partes. No me extrañaría que, si giráramos ese jarrón, se abriera una trampilla bajo nuestros pies.
—Hmmm —respondió, divertido—. Entonces iré con mucho cuidado al volver a mi habitación.
—Pues, hablando de eso, creo que no deberías tardar. Tengo que llevarme a May para que se prepare para el té con la reina.
—Ah, sí, tú siempre con tus tés y tu reina… —bromeó—. Muy bien, cariño. Te veré en la cena.
Bueno…, ¿por donde tendré que ir para no acabar en alguna guarida secreta? —se preguntó en voz alta, extendiendo los brazos a modo de escudo protector mientras se alejaba. Cuando llegó a la escalera, tanteó primero la barandilla—. Es para asegurarme, ya sabes.
—Gracias, papá —dije, sacudiendo la cabeza, y me volví a mi habitación.
Me costaba no ir corriendo por los pasillos. Estaba tan contenta de que mi familia hubiera venido que casi no podía contenerme. Si Harry no me expulsaba, iba a ser más duro que nunca separarme de ellos.
Giré la esquina de mi habitación y vi que la puerta estaba abierta.
—¿Cómo era? —oí que preguntaba May, al acercarme.
—Muy guapo. Al menos a mí me lo parecía. Tenía el cabello un poco ondulado, y siempre se le
descontrolaba —dijo Lucy. Las dos soltaron una risita—. Unas cuantas veces pude pasarle incluso los dedos entre su cabello. A veces pienso en eso. Aunque ahora no tanto como antes.
Me acerqué de puntillas. No quería molestarlas.
—¿Aún le echas de menos? —preguntó May, con su habitual curiosidad por los chicos.
—Cada vez menos —admitió Lucy, con una pequeña chispa de esperanza en la voz—. Cuando llegué aquí, pensé que me moriría del dolor. No dejaba de pensar en cómo huir del palacio y volver con él, pero eso no iba a ocurrir. Yo no podía dejar a mi padre, y aunque consiguiera rebasar los muros, no tenía
modo de encontrar el camino.
Sabía algo del pasado de Lucy, que su familia se había ofrecido como servicio a una familia de Treses a cambio del dinero que necesitaban para pagar una operación que debían hacerle a la madre de Lucy, que acabó muriendo. Cuando la señora de la casa descubrió que su hijo estaba enamorado de Lucy,
la vendió a ella y a su padre a la casa real.
Eché un vistazo por la rendija de la puerta y vi a May y a Lucy sobre la cama. Las puertas del balcón estaban abiertas, y el delicioso aire de Angeles entraba por ellas. Mi hermanita encajaba en el palacio a la perfección, con aquel vestido de día que le sentaba estupendamente, mientras estaba ahí, haciéndole
trencitas a Lucy, que llevaba la melena suelta. Era la primera vez que la veía sin su moño de siempre. Así estaba preciosa, joven y desenfadada.
—¿Cómo es estar enamorada? —preguntó May.
Eso me dolió. ¿Por qué no me lo había preguntado nunca a mí? Luego recordé que nunca le había contado que estuviera enamorada.
Lucy esbozó una sonrisa triste.
—Es lo más maravilloso y lo más terrible que te puede suceder —dijo, simplemente—. Sabes que has encontrado algo sorprendente, y quieres que te dure toda la vida; y a partir de entonces, te pasas cada segundo temiendo el momento en que puedas llegar a perderlo.
Suspiré en silencio. Tenía toda la razón.
El amor es un miedo precioso.
Yo no quería dejarme llevar y pensar demasiado en pérdidas, así que entré.
—¡Lucy! ¡Qué cambio!
—¿Le gusta? —preguntó, tocándose las finas trenzas.
—Es estupendo. May también me solía hacer trenzas. Se le da muy bien.
—¿Qué otra cosa podía hacer? —objetó mi hermana, encogiéndose de hombros—. No podíamos permitirnos tener muñecas, así que tenía que usar a Ames.
—Bueno —dijo Lucy, girándose hacia ella—, mientras estés aquí, tú serás nuestra muñequita. Andy,
Emily y yo te vamos a poner más guapa que la reina.
May ladeó la cabeza.
—Nadie es más guapa que la reina —replicó. Luego se giró rápidamente hacia mí—. No le digas a mamá que he dicho eso.
—No lo haré —respondí, con una risita—. Pero ahora tenemos que prepararnos. Es casi la hora del té.
May se puso a dar palmas de la emoción y se colocó delante del espejo. Lucy se recogió el pelo en su moño habitual, pero sin deshacer las trenzas, y se puso la cofia encima, para taparlo. Seguro que le habría gustado dejarse el pelo como estaba un ratito más.
—Oh, ha llegado una carta para usted, señorita —dijo Lucy, entregándome un sobre con toda delicadeza.
—Gracias —respondí, sin poder disimular la sorpresa. Casi todas las personas de las que podía esperar noticias estaban ya conmigo. Abrí el sobre y leí la breve nota, escrita con una caligrafía que me era muy familiar.
_____:
Aunque tarde, me ha llegado la noticia de que las familias de la Élite han sido invitadas al palacio, y de que papá, mamá y May han ido a verte.
Sé que Kenna está en una fase demasiado avanzada del embarazo como para viajar, y que Gerard es demasiado pequeño, pero no consigo entender
por qué no se me ha hecho extensiva la invitación. Soy tu hermano, _____.
Lo único que se me ocurre es que papá haya decidido excluirme. Desde luego, espero que no fueras tú. Tú y yo podemos conseguir grandes cosas.
Nuestras posiciones pueden resultarnos muy útiles mutuamente. Si alguna vez vuelven a ofrecerte algún otro privilegio especial para la familia, no te
olvides de mí, _____. Podemos ayudarnos el uno al otro. ¿No le habrás hablado de mí al príncipe? Es simple curiosidad.
Espero tus noticias, KOTA
Me planteé hacer una bola con la carta y tirarla a la papelera. Pensaba que Kota ya habría superado su obsesión por ascender de casta y que se conformaría con el éxito que tenía. Pero parecía que no. Metí la carta en el fondo de un cajón y decidí olvidarme de ella por completo. Sus celos no iban a estropearme
la visita familiar.
Lucy llamó a Andy y a Emily, y todas nos lo pasamos estupendamente bien con los preparativos. La vitalidad de May nos ponía de buen humor, y hasta me sorprendí a mí misma cantando mientras nos cambiábamos. Poco después apareció mamá para preguntarnos qué tal estaba.
Pues estupenda, por supuesto. Era más bajita y tenía más curvas que la reina, pero así vestida estaba
igual de elegante. Cuando bajamos, May me agarró del brazo. Parecía triste.
—¿Qué te pasa? ¿No te hace ilusión ir a ver a la reina?
—Sí. Es solo que…
—¿Qué?
Soltó un suspiro.
—¿Cómo se supone que voy a volver a ponerme pantalones de trabajo después de esto?
El ambiente estaba muy animado, y todas las chicas irradiaban energía. La hermana de Natalie, Lacey, tenía más o menos la edad de May, y ambas se sentaron a charlar en un rincón. La verdad es que Lacey se parecía mucho a su hermana. Físicamente, ambas eran delgadas, rubias y preciosas. Pero mientras que May y yo éramos polos opuestos, Natalie y Lacey también se parecían en el carácter.
Aunque diría que esta era un poquito menos voluble que su hermana, menos alocada.
La reina fue pasando ante todas, hablando con las madres, haciendo preguntas con su habitual dulzura. Como si la vida de alguna de nosotras pudiera ser tan interesante como la suya. Yo estaba en un grupito, escuchando como la madre de Elise hablaba de su familia, en Nueva Asia; entonces May reclamó mi
atención tirándome del vestido.
—¡May! —le susurré—. ¿Qué estás haciendo? ¡No puedes hacer eso, especialmente con la reina delante!
—¡Tienes que ver esto! —insistió.
Gracias a Dios, Silvia no estaba allí. Tendría toda la razón de censurar a May un comportamiento como aquel, aunque ella no tenía por qué saberlo.
Me llevó hasta la ventana y señaló al exterior.
—¡Mira!
Miré más allá de los arbustos y las fuentes, y vi dos siluetas. La primera era la de mi padre, que explicaba o preguntaba algo, moviendo las manos para expresarse mejor. La segunda era la de Harry, que se detenía a pensar antes de responder. Caminaban lentamente, y a veces mi padre se metía las manos
en los bolsillos, o Harry se llevaba las manos a la espalda. Hablaran de lo que hablaran, la conversación parecía importante.
Me giré. Las mujeres aún seguían enfrascadas en su charla con la reina, y no parecía que nadie nos hubiera visto.
Harry se detuvo, se situó frente a mi padre y le habló con decisión. No parecía que lo hiciera en un tono agresivo o rabioso, pero sí decidido. Papá hizo una pausa y le tendió la mano. Harry sonrió y se la estrechó con ganas. Un momento después ambos parecían aliviados, y papá le dio una palmadita en el
hombro. Aquello hizo que el chico se pusiera algo rígido. No estaba acostumbrado a que le tocaran. Pero luego papá le rodeó los hombros con el brazo, como solía hacer conmigo y con Kota, con todos sus hijos.
Y me dio la impresión de que a Harry aquello le gustó mucho.
—¿De qué iba eso? —pregunté en voz alta.
May se encogió de hombros.
—No sé, pero parecía importante.
—Pues sí.
Esperamos a ver si Harry mantenía una conversación similar con el padre de alguna otra de las chicas; pero, si lo hizo, no fue en los jardines.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo OO8
✿La fiesta de Halloween fue tan maravillosa como había prometido Harry. Cuando entré en el Gran Salón con May al lado, me quedé impresionada ante la belleza de lo que tenía delante. Todo era dorado. Los elementos decorativos de las paredes, los brillantes cristales de las lámparas de araña, las copas, los platos y hasta la comida. Era imponente. Por el equipo de música sonaban melodías populares, pero en un rincón había una pequeña banda esperando el momento de tocar las canciones con las que bailaríamos las danzas tradicionales que habíamos aprendido. Por toda la sala había cámaras (fotográficas y de vídeo). Sin duda aquello centraría la programación de todos los canales de Illéa al día siguiente. Aquella fiesta no tenía parangón. Por un momento me pregunté cómo sería en Navidad, si es que yo aún seguía en palacio para entonces.
Todo el mundo llevaba unos disfraces espléndidos. Jess iba vestida de ángel y bailaba con el soldado Horan. Incluso lucía unas alas que flotaban a su espalda; parecían hechas de papel iridiscente. Celeste llevaba un vestido corto hecho de plumas, con un gran penacho en la cabeza que dejaba claro que era un pavo real.
Kriss estaba junto a Natalie, y parecía que se habían puesto de acuerdo. El cuerpo del vestido de Natalie estaba cubierto de flores, y la falda era vaporosa, de tul azul. El vestido de Kriss era dorado, como la sala, y estaba cubierto de hojas, formando una cascada. Supuse que representaban la primavera y el otoño. La idea era original.
Elise había recurrido a la tradición asiática de su tierra. Su vestido de seda era una versión aumentada de los modelos que solía llevar, más sobrios. Las mangas, drapeadas, creaban un efecto muy llamativo, y me impresionó lo bien que caminaba con el elaborado tocado que llevaba. Elise no solía destacar, pero esa noche tenía un aspecto magnífico, casi regio.
Por toda la sala había familiares y amigos, también disfrazados, al igual que los guardias. Vi un jugador de béisbol, un vaquero, uno con traje y una placa que decía GAVRIL FADAYE , y uno que hasta se había atrevido a vestirse de mujer. Unas cuantas chicas lo rodearon, sin poder contener la risa. Pero muchos de los guardias llevaban simplemente su uniforme de gala, que consistía en unos pantalones blancos impecables y una chaqueta azul. Llevaban guantes pero no gorro, detalle que permitía distinguirlos de los guardias que estaban de servicio, y que permanecían distribuidos por todo el perímetro de la sala.
—Bueno, ¿qué te parece? —le dije a May, pero cuando me giré vi que ya se había ido a explorar entre la multitud.
Me reí para mis adentros mientras escrutaba la sala, intentando descubrir su vaporoso vestido. Cuando me dijo que quería ir a la fiesta disfrazada de novia («como las que vemos en la tele»), yo había pensado que sería una broma. Pero estaba absolutamente adorable con su velo y todo.
—Hola, Lady ______ —me susurró alguien al oído.
Di un respingo y me giré, y vi a Aspen vestido de uniforme, a mi lado.
—¡Me has asustado! —exclamé, llevándome la mano al corazón, como si así pudiera hacer que fuera más lento.
Aspen chasqueó la lengua.
—Me gusta tu disfraz —dijo, sonriente.
—Gracias. A mí también —Andy me había convertido en una mariposa. Mi vestido iba ceñido por delante, y por atrás se abría en un tejido vaporoso negro que flotaba a mi alrededor. Un antifaz en forma de alas me tapaba los ojos, lo que me otorgaba un aire misterioso.
—¿Por qué no te has disfrazado? —le pregunté—. ¿No podías haber pensado en algo?
—Prefiero el uniforme —dijo él, encogiéndose de hombros.
—Oh.
Me parecía un desperdicio no aprovechar aquella ocasión tan buena para hacer una extravagancia. Aspen tenía aún menos ocasiones que yo para eso. ¿Por qué no sacarles partido?
—Solo quería saludarte y ver cómo estabas.
—Estoy bien —me apresuré a responder. Me sentía muy incómoda.
—Ah —contestó él, aunque no parecía satisfecho—. Pues entonces estupendo.
Quizá tras el pequeño discurso que me había soltado el otro día esperaba otro tipo de respuesta, pero aún no estaba preparada para decir nada. Me saludó con una reverencia y se fue junto a otro guardia, que lo abrazó como a un hermano. Me pregunté si entre los guardias se crearían los vínculos de familiaridad
que yo había trabado con las chicas de la Selección.
Un momento más tarde, Jess y Elise vinieron a mi encuentro y me arrastraron hasta la pista de baile. Mientras bailaba, intentando no golpear a nadie, vi que Aspen estaba al borde de la pista, hablando con mamá y con May. Mamá le pasaba la mano sobre la manga, como si quisiera alisársela, y May estaba
radiante. Me imaginaba que le estarían diciendo lo guapo que estaba con el uniforme, lo orgullosa que estaría su madre si hubiera podido verle. Él sonrió; era evidente que también estaba encantado. Aspen y yo éramos una rareza: una Cinco y un Seis que habían abandonado sus monótonas vidas por la vida de palacio. La Selección me había cambiado tanto la vida que a veces se me olvidaba la suerte que tenía.
Bailé en un corro con algunas de las otras chicas y con los guardias hasta que la música se apagó.
Entonces el DJ dijo:
—¡Señoritas de la Selección, caballeros de la guardia, amigos y familiares de la familia real, den la bienvenida al rey Dess, a la reina Anne y al príncipe Harry Styles!
La banda se puso a tocar enérgicamente, y todos recibimos a los reyes y al príncipe con una reverencia. El rey iba vestido de rey, solo que de otro país. Yo no entendía muy bien el significado del disfraz. La reina lucía un vestido de un azul tan profundo que casi parecía negro, cubierto con pedrería que brillaba intensamente. Parecía un cielo nocturno. Y Harry llevaba un disfraz de pirata casi cómico: jirones en los pantalones, una camisa amplia y un pañuelo atado sobre la cabeza. Para crear un mayor efecto, no se había afeitado desde hacía uno o dos días, y una sombra de vello castaño le cubría la parte inferior del rostro, como una sonrisa.
El DJ nos pidió que hiciéramos sitio en la pista, y el rey y la reina inauguraron el baile. Harry se quedó a un lado, junto a Kriss y Natalie, susurrándoles algo a una y luego a la otra, y haciéndolas reír.
Por fin vi que recorría la sala con la mirada. Yo no podía saber si me buscaba con la vista o no, pero tampoco quería que me pillara mirándolo. Me coloqué bien la falda del vestido y dirigí la vista a mis padres. Parecían encantados.
Pensé en la Selección: parecía una locura, pero desde luego su éxito era indiscutible; el rey Dess y la reina Anne estaban hechos el uno para el otro. Él parecía enérgico, y ella lo compensaba con aquella personalidad suya, tan calmada. Era de esa clase de personas que escuchan, y daba la impresión de que él siempre tenía algo que decir. Aunque todo aquel montaje pudiera parecer arcaico y falso, funcionaba.
¿Se habrían distanciado alguna vez durante la Selección del mismo modo que yo sentía que Harry se estaba separando de mí? ¿Por qué no había hecho ni un intento de verme entre tantas citas con el resto de las chicas? Quizá por eso había estado hablando con papá, para explicarle por qué había tenido que olvidarse de mí. Harry era una persona educada, así que eso sería algo muy propio de él.
Escruté con la mirada a los presentes, buscando a Aspen. Mientras tanto, vi que papá había llegado, por fin, y que mamá y él estaban cogidos del brazo, en el otro extremo de la sala. May estaba junto a Jessica, justo delante de ella. Jess le pasaba los brazos por encima del pecho desde atrás, en un gesto fraternal, y los vestidos blancos de ambas brillaban a la luz de las lámparas. No me sorprendió en absoluto que las dos hubieran congeniado tan bien en un solo día. Suspiré. ¿Dónde estaba Aspen?
Como último recurso, miré hacia atrás. Ahí estaba, justo detrás de mi hombro, a la espera de mi reacción, como siempre. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me lanzó un guiño rápido, y aquello me puso de pronto de mejor humor.
Cuando el rey y la reina acabaron su baile, todos ocupamos la pista. Los guardias se entremezclaron con las chicas y enseguida se formaron parejas de baile. Harry aún seguía a un lado de la pista, con Kriss y Natalie. Yo aún albergaba la esperanza de que viniera a pedirme un baile. Desde luego, yo no quería pedírselo.
Haciendo un esfuerzo por mantener la compostura, me alisé el vestido y me acerqué a él. Decidí que al menos le daría la ocasión de pedírmelo. Crucé la pista para integrarme en su conversación. Cuando por fin estuve lo suficientemente cerca como para hacerlo, Harry se giró hacia Natalie.
—¿Querrías bailar conmigo? —le preguntó.
Ella soltó una risita y se echó la rubia melena hacia un lado como si aquello fuera lo más obvio del mundo, y yo pasé a su lado sin detenerme, con la mirada fija en una mesa cubierta de bombones, como si aquel hubiera sido mi destino en todo momento. Me quedé de espaldas a la sala mientras probaba el delicioso chocolate, esperando que nadie se fijara en el rojo intenso que cubría mis mejillas.
Media docena de canciones más tarde, el soldado Horan apareció a mi lado. Al igual que Aspen, había optado por vestirse de uniforme.
—Lady _____ —me dijo, con una reverencia—, ¿me concedería esta baile?
Tenía una voz cálida y enérgica, y su entusiasmo me pilló desprevenida. Cogí su mano casi sin pensarlo.
—Por supuesto, soldado —respondí—. Aunque debo advertirle que no se me da muy bien.
—No pasa nada. Iremos con calma —respondió, con una sonrisa tan sincera que de pronto dejé de preocuparme por mi falta de destreza y le seguí a la pista encantada.
La pieza que nos tocó era animada, en consonancia con su estado de ánimo. Él no dejó de hablar, y me costó seguirle el paso. Y eso que íbamos a tomárnoslo con calma.
—Parece que ya se ha recuperado del susto después de que la atropellara de ese modo —bromeó.
—Lástima que el atropello no me dejara ninguna lesión —le contesté—. Con una pierna entablillada al menos no tendría que bailar.
Él se rió.
—Me alegro de que sea tan divertida como dicen. He oído que también es una de las favoritas del príncipe —dijo, como si aquello fuera de dominio público.
—Eso no lo sé —me defendí. En parte me fastidiaba que la gente dijera esas cosas. Aunque, por otro lado, estaba deseando que fuera cierto.
Por encima del hombro del soldado Horan vi que Aspen bailaba con Celeste; se me hizo un nudo en el estómago.
—Parece que tiene buena relación con casi todo el mundo. Me han dicho incluso que durante el último ataque se llevó a sus doncellas al refugio de la familia real. ¿Es eso cierto? —parecía atónito. En aquel momento a mí me había parecido absolutamente lógico proteger a las chicas a las que tanto quería,
pero los demás lo vieron como una excentricidad, incluso como un gesto irresponsable.
—No podía abandonarlas —me justifiqué.
Él meneó la cabeza, admirado.
—Desde luego es usted una verdadera dama, señorita.
—Gracias —dije, ruborizándome.
Al acabar la canción estaba sin aliento, así que me senté a una de las muchas mesas que había repartidas por la sala. Bebí un poco de ponche de naranja y me di aire con una servilleta, mirando cómo bailaban los demás. Encontré a Harry con Elise. Iban trazando círculos y parecían muy contentos. Ya había bailado con Elise dos veces, y a mí aún no me había venido a buscar.
Tardé un rato en encontrar a Aspen en la pista, entre tantos hombres de uniforme, pero por fin lo localicé en una esquina, hablando con Celeste, y vi cómo ella se despedía con un guiño y una sonrisa pícara.
¿Quién se pensaba que era? Me puse en pie, dispuesta a pararle los pies, pero entonces me di cuenta de lo que eso significaría para Aspen y para mí, así que volví a sentarme y seguí dando sorbitos al ponche. No obstante, cuando acabó aquella canción, me puse en marcha y me situé lo bastante cerca de
Aspen como para que pudiera sacarme a bailar.
Y lo hizo, lo cual estuvo bien, porque la verdad es que no habría podido esperar mucho más.
—¿Y eso a qué venía? —le pregunté, sin levantar la voz pero con un tono que dejaba claro mi enfado.
—¿A qué venía el qué?
—¡Celeste te ha sobado de arriba abajo!
—Alguien está celosa… —dijo, canturreándome al oído.
—¡Venga ya! Se supone que eso no puede hacerlo: ¡va contra las normas!
Miré alrededor para asegurarme de que nadie detectara la confianza con la que estábamos hablando, en especial mis padres. Vi a mamá sentada, charlando con la madre de Natalie. Papá había desaparecido.
—Tiene gracia que lo digas tú —me respondió, alzando la mirada al techo—. Si no estamos juntos, no puedes decirme con quién puedo hablar y con quién no.
Hice una mueca.
—Tú sabes que eso no es así.
—¿Y cómo es? —susurró él—. No sé si se supone que tengo que esperar a que te decidas o si debo dejarte —sacudió la cabeza—. Yo no quiero rendirme, pero si no hay motivo para la esperanza, dímelo.
Era evidente el esfuerzo que hacía para mantener la calma, y la tristeza que reflejaba su voz. A mí también me dolía. Hablar de poner fin a lo nuestro me provocaba un dolor lacerante en el pecho.
Suspiré y confesé:
—Me está evitando. Sí, me saluda, pero últimamente se dedica mucho a quedar con las otras chicas. A lo mejor ni le gustaba; debo de habérmelo imaginado.
Él paró de bailar un momento, asombrado ante lo que estaba oyendo. Enseguida volvió a coger el paso y me escrutó el rostro un momento.
—No me había dado cuenta de lo que estaba pasando —dijo en voz baja—. Quiero decir… que tú sabes que quiero estar contigo, pero no quiero que lo pases mal.
—Gracias —respondí, y me encogí de hombros—. Más que nada, me siento tonta.
Aspen tiró un poco de mí, manteniendo, de todos modos, una distancia respetuosa, aunque fuera contra su voluntad.
—Créeme, _____, cualquier hombre que deje pasar la ocasión de estar contigo es un estúpido.
—Tú querías dejarme —le recordé.
—Por eso lo sé —respondió, con una sonrisa. Era todo un alivio que pudiéramos bromear sobre aquello.
Miré por encima del hombro de Aspen y vi a Harry bailando con Kriss. Otra vez. ¿Es que no iba a sacarme a bailar ni una sola vez?
—¿Sabes qué me recuerda este baile? —dijo Aspen de pronto.
—No. Dime.
—El decimosexto cumpleaños de Fern Tally.
Lo miré como si estuviera loco. Recordaba muy bien aquel aniversario de Fern. Era una Seis, y a veces nos ayudaba cuando la madre de Aspen estaba demasiado ocupada para hacernos un hueco. Aquel cumpleaños fue unos siete meses después de que Aspen y yo hubiéramos empezado a salir.
Los dos estábamos invitados, y en realidad no fue una fiesta. Pastel y agua, con la radio encendida porque no tenía discos, y unas luces tenues en el sótano donde vivía precariamente. Pero lo importante es que se trataba de la primera fiesta a la que asistía que no fuera una celebración «familiar». Éramos un
grupo de chicos del barrio, metidos en una habitación, y era emocionante. No obstante, no se podía comparar con el esplendor del ambiente en el que nos encontrábamos en aquel momento.
—¿En qué iba a parecerse esta fiesta a aquella? —pregunté, incrédula.
Aspen tragó saliva y contestó:
—Bailamos. ¿Te acuerdas? Yo estaba orgullosísimo de tenerte allí, entre mis brazos, delante de otras personas. Aunque parecía como si te hubiera dado una parálisis —dijo, y me guiñó el ojo.
Aquellas palabras me llegaron al alma. Me acordaba de aquello. La emoción de aquel momento me había durado semanas.
En un instante, mil secretos invadieron mi mente; mil secretos que Aspen y yo habíamos creado y protegido todo aquel tiempo: los nombres que habíamos escogido para nuestros hijos imaginarios, nuestra casa en el árbol, aquel punto donde solía hacerle cosquillas, en la nuca, las notas que nos escribíamos y escondíamos, mis infructuosos intentos por hacer jabón casero, las partidas de tres en raya que jugábamos con los dedos sobre su vientre…, partidas en las que al final no nos acordábamos de nuestros movimientos invisibles…, partidas en las que siempre me dejaba ganar.
—Dime que me esperarás. Si me esperas, _____, lo demás se puede arreglar —dijo, susurrándome al oído. La música cambió, y sonó una canción tradicional. Un soldado que estaba allí cerca me pidió que bailara con él. Y me dejé llevar, y Aspen y yo nos quedamos sin respuestas.
La noche fue pasando, y no podía evitar lanzar miradas a Aspen de vez en cuando. Aunque intentaba que no pareciera algo intencionado, estaba segura de que si alguien se hubiera fijado lo habría descubierto, en particular mi padre, si es que seguía en la sala. Pero me daba la impresión de que le interesaba más visitar el palacio que bailar.
Intenté distraerme con la fiesta; es probable que hubiera bailado ya con todo el mundo salvo con Harry. Estaba sentada, dando un respiro a mis agotados pies, cuando oí su voz a mi lado.
—¿Milady? —dijo. Yo me giré—. ¿Me concede este baile?
Aquella sensación, aquella sensación indescriptible, me atravesó. Pese a sentirme abandonada, pese a lo mal que lo había pasado, cuando me lo ofreció tuve que decir que sí.
—Claro.
Me cogió de la mano y me sacó a la pista. La banda empezaba a tocar una lenta. De pronto me sentí eufórica. Él no parecía disgustado ni incómodo. Al contrario, Harry me abrazó situándose tan cerca de mí que hasta podía oler su colonia y sentir el roce de su barba corta contra la mejilla.
—Ya me estaba preguntando si íbamos a bailar o no —le solté, adoptando un tono desenfadado.
—Estaba esperando esta canción —dijo Harry, acercándose aún más a mí—. He estado dedicándome a las otras chicas para cumplir, así que ya he acabado con mis obligaciones y puedo disfrutar del resto de la velada contigo.
Me ruboricé, como cada vez que me decía algo así. A veces sus palabras eran como versos de una poesía. Después de lo que había pasado la semana anterior, no pensé que volviera a hablarme así. El pulso se me aceleró.
—Estás preciosa, _____. Demasiado guapa para ir del brazo de un pirata desaliñado.
Solté una risita tonta.
—¿Y de qué ibas a vestirte tú para que hiciera juego con mi disfraz? ¿De árbol?
—Por lo menos, de alguna clase de arbusto.
Volví a reírme.
—¡Pagaría por verte disfrazado de arbusto!
—El año que viene —prometió.
—¿El año que viene? —dije, mirándole a los ojos.
—¿Te gustaría? ¿Que celebráramos otra fiesta de Halloween el año que viene?
—¿Y yo estaré aquí el año que viene?
Harry dejó de bailar.
—¿Por qué no ibas a estar?
Me encogí de hombros.
—Llevas evitándome toda la semana, quedando con las otras chicas. Y… te he visto hablar con mi
padre. Pensé que le estarías exponiendo las razones por las que tendrías que expulsar a su hija —tragué
saliva. No estaba dispuesta a llorar en medio de la pista.
—_____.
—Ya lo pillo. Alguna tiene que irse, yo soy una Cinco, y Jess es la favorita del público…
—____, para —dijo él, con suavidad—. He sido un idiota. No tenía ni idea de que te lo tomarías así. Pensé que te sentías segura en tu posición.
¿Me estaba perdiendo algo? Harry suspiró.
—La verdad es que estaba intentando darles una oportunidad a las otras chicas, para ser justo. Desde el principio solo he tenido ojos para ti, te quería a ti —afirmó. Yo me ruboricé—. Cuando me dijiste lo que sentías, me invadió tal alivio que no acababa de creérmelo. Aún me cuesta aceptar que fue real. Te sorprenderías de las pocas veces que consigo lo que quiero de verdad —sus ojos ocultaban algo, una tristeza que no estaba dispuesto a compartir. Pero se la quitó de encima y siguió explicándose, moviéndose de nuevo al ritmo de la música—. Tenía miedo de haberme equivocado, de que pudieras cambiar de opinión en cualquier momento. He estado buscando alguna alternativa aceptable, pero lo cierto es que… —Harry me miró a los ojos, sin titubear—. Lo cierto es que eres la única que me interesa. A lo mejor es que no estoy prestando la atención necesaria, o quizás es que no son las chicas indicadas para mí. Eso no importa. Solo sé que te quiero a ti. Y eso me aterra. He estado esperando que tú te echaras atrás, que solicitaras dejar el concurso.
Tardé un rato en recuperar el aliento. De pronto, veía todo lo ocurrido los últimos días de otro color.
Comprendía la sensación que tenía Harry: la de que todo aquello era demasiado bueno como para ser verdad, como para poder confiar en ello. Era la misma que tenía yo a diario con él.
—Harry, eso no va a suceder —le susurré, con los labios pegados a su cuello—. En todo caso, puede ser que tú te des cuenta de que no soy lo suficientemente buena para ti.
Él tenía los labios pegados a mi oreja.
—Cariño, eres perfecta.
Con el brazo que tenía detrás de su espalda le empujé hacia mí, y él hizo lo mismo, hasta que estuvimos más cerca el uno del otro de lo que habíamos estado nunca. En el fondo me daba cuenta de que estábamos en una sala llena de gente, que en algún rincón estaría mi madre, probablemente a punto de desmayarse ante aquella imagen, pero no me importaba. En aquel momento, me sentía como si fuéramos las dos únicas personas en el mundo.
Eché la cabeza atrás para mirar a Harry, y me di cuenta de que tendría que limpiarme los ojos, ya que los tenía cubiertos de lágrimas. Pero eran unas lágrimas que me gustaban.
Harry me lo explicó todo:
—Quiero que nos tomemos nuestro tiempo. Cuando anuncie la expulsión, mañana, el público y mi padre se quedarán más tranquilos, pero no quiero presionarte en absoluto. Quiero que veas la suite de la princesa. De hecho, está al lado de la mía —dijo, bajando la voz. Por algún extraño motivo, la idea de tenerlo tan cerca me hizo sentir cierta debilidad—. Creo que deberías empezar por decidir qué es lo que quieres meter en ella. Quiero que te sientas perfectamente cómoda. También tendrás que escoger algunas doncellas más, y si querrás que tu familia se instale en el palacio, o en algún sitio próximo.
De pronto, de lo más profundo de mi corazón me llegó un susurro: «¿Y Aspen, qué?». Pero estaba tan absorta por lo que decía Harry que apenas lo oí.
—Muy pronto, cuando convenga poner fin a la Selección, cuando te proponga matrimonio, quiero que no te suponga ningún problema decir «sí». Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano desde hoy y hasta ese momento para que así sea. Todo lo que necesites, todo lo que quieras… Tú solo tienes que decirlo, y yo haré todo lo que pueda por ti.
Estaba sobrecogida. Me entendía perfectamente, lo nerviosa que me ponía aquel compromiso, lo mucho que me asustaba convertirme en princesa. Iba a concederme todo el tiempo que pudiera y, mientras tanto, me iba a agasajar en todo lo posible. Otra vez no podía creer que aquello me estuviera sucediendo
justo a mí.
—Eso no es justo, Harry —murmuré—. ¿Y yo? ¿Qué se supone que voy a darte a cambio?
Él sonrió.
—Lo único que quiero es que me prometas que te quedarás conmigo, que serás mía. A veces me da la impresión de que no puedes ser de verdad. Prométeme que no me dejarás.
—Claro. Te lo prometo.
Apoyé la cabeza en su hombro y seguimos bailando, lentamente, canción tras canción. En un momento dado, mis ojos se cruzaron con los de May, y daba la impresión de que se fuera a morir de felicidad al vernos juntos. Mamá y papá no dejaron de mirarnos. Él meneó la cabeza, como diciendo: «Y tú que te
pensabas que te iba a echar…».
De pronto se me ocurrió algo.
—¿Harry? —dije, girándome hacia él.
—¿Sí, cariño?
Sonreí al oír eso de «cariño».
—¿Por qué estabas hablando con mi padre?
Harry sonrió.
—Le he comunicado mis intenciones. Y deberías saber que lo aprueba plenamente, siempre que tú seas feliz. Al parecer, esa era su única preocupación. Le he asegurado que haré todo lo que pueda para que lo seas, y le he dicho que me parecía que ya eras feliz.
—Y lo soy.
Sentí que Harry hinchaba el pecho.
—Entonces, tanto tu padre como yo tenemos todo lo que necesitamos.
Desplazó la mano ligeramente y la apoyó sobre la parte baja de mi espalda, para que no me separara.
Aquel contacto me hizo comprender muchas cosas. Sabía que aquello era de verdad, que estaba sucediendo, que podía creérmelo. Sabía que podía perder las amistades que tenía en palacio, aunque estaba segura de que a Marlee no le importaría lo más mínimo no ganar el concurso. Y sabía que tendría que dejar que el fuego que mantenía vivo por Aspen se apagara. Sería un proceso lento, y tendría que contárselo a Harry.
Porque ahora era suya. Lo sabía. Nunca había estado tan segura.
Por primera vez lo veía claro. Vi el pasillo, los invitados esperando, y Harry de pie, al final. Con aquel contacto, todo de pronto adquiría sentido.
La fiesta siguió hasta entrada la noche, cuando Harry nos llevó a las seis al balcón del palacio para que viéramos mejor los fuegos artificiales. Celeste subió los escalones de mármol tambaleándose.
Natalie llevaba puesta la gorra de algún pobre guardia. El champán corría por todas partes, y Harry estaba celebrando nuestro compromiso de forma prematura con una botella que había cogido para su uso personal.
Cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo, levantó su botella al aire.
—¡Un brindis!
Todas levantamos nuestras copas y esperamos, expectantes. Observé que la copa de Elise estaba manchada del pintalabios oscuro que llevaba, e incluso Jess tenía una copa en la mano, aunque ella solo le daba sorbitos, sin beber apenas.
—Por todas estas bellas damas. ¡Y por mi futura esposa! —exclamó Harry.
Las chicas brindaron sonoramente, pensando cada una que aquel brindis sería para ella, pero yo sabía que no era así. Cuando todas retiraron sus copas, me quedé mirando a Harry —mi casi prometido—, y él me guiñó un ojo antes de tomar otro sorbo de champán. La emoción y la alegría de la velada eran
sobrecogedoras, como si me engullera una llamarada feliz.
No podía imaginar que hubiera nada en el mundo que pudiera arrancarme aquella felicidad.
Invitado
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
¡ATENCIÓN! EL SIGUIENTE CAPITULO ES MUY DURO, SI HAY ALGUIEN MUY SENSIBLE RECOMIENDO QUE NO LO LEA, YO LLORE EDITANDOLO.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo OO9
✿Apenas dormí. Entre que me había ido a la cama tan tarde y toda la emoción de lo que se avecinaba, era imposible. Me acurruqué junto a May, y su calidez me reconfortó. La echaría muchísimo de menos cuando se fuera, pero al menos la perspectiva de que en un futuro viniera a vivir allí, conmigo, me hacía sentir ilusionada.
Me pregunté quién se iría aquel mismo día. No me parecía de buena educación preguntarlo, así que no lo hice, pero yo habría dicho que sería Natalie. Jess y Kriss eran muy populares entre el público —más que yo— y Celeste y Elise tenían contactos. Yo contaba con el afecto de Harry, y eso dejaba a Natalie en clara desventaja.
Me sentí mal, porque en realidad no tenía nada en contra de ella. En cualquier caso, si tuviera que decidir yo, sería Celeste la expulsada. Harry me había dicho que deseaba que me sintiera cómoda, así que tal vez la echara, sabiendo lo poco que me gustaba.
Suspiré, pensando en todo lo que había dicho la noche anterior. Nunca me habría imaginado que aquello fuera posible. ¿Cómo podía ser que yo, _____ Singer —una Cinco, una chica del montón—, me convirtiera en la pareja de Harry Styles, un Uno, el Uno? ¿Cómo había podido llegar a tal situación, después de dos años resignada a vivir convertida en una Seis?
Sentí una sacudida en el fondo de mi corazón. ¿Cómo se lo explicaría a Aspen? ¿Cómo le iba a decir que Harry me había escogido y que quería quedarme con él? ¿Me odiaría? Solo de pensarlo me entraban ganas de llorar. Pasara lo que pasara, no quería perder su amistad. No podía.
Mis doncellas no llamaron a la puerta para entrar, lo cual era algo habitual. Siempre intentaban que descansara todo lo posible, y después de la fiesta lo necesitaba. Pero en lugar de ponerse a arreglar mis cosas, Emily rodeó la cama, fue hacia May y la despertó con una suave caricia en el hombro.
Me di la vuelta y vi que Andy y Lucy llevaban algo colgado de una percha, con una funda por encima.
¿Un vestido nuevo?
—Señorita May —susurró Mary—, es hora de levantarse.
May se despertó poco a poco.
—¿No puedo seguir durmiendo?
—No —respondió Mary, con tono de disculpa—. Esta mañana hay un asunto importante. Tiene que ir enseguida con sus padres.
—¿Un asunto importante? —pregunté—. ¿Qué pasa?
Emily miró a Andy, y yo seguí su mirada con los ojos. Andy sacudió la cabeza, poniendo fin a la conversación.
Confusa pero esperanzada, me levanté de la cama y animé a May a que también se levantara. Antes de que se fuera a la habitación de papá y mamá le di un gran abrazo.
Cuando se hubo ido, me giré hacia mis doncellas.
—¿Me lo podéis explicar, ahora que se ha ido? —le pregunté a Andy. Ella meneó la cabeza.
Frustrada, solté un bufido—. ¿Y si os ordeno que me lo contéis?
Ella me miró con aire solemne.
—Nuestras órdenes proceden de mucho más arriba. Tendrá que esperar.
Me quedé allí de pie, junto a la puerta del baño, observándolas mientras se movían. A Lucy le temblaban las manos mientras echaba puñados de pétalos de rosa en la bañera. Emily tenía el ceño fruncido mientras iba colocando las cosas para maquillarme y las horquillas para el pelo sobre la mesa. Lucy a veces temblaba sin motivo, y Emily solía hacer aquella mueca cuando estaba concentrada. Fue la mirada de Andy la que me asustó.
Ella siempre mantenía la compostura, incluso en las situaciones más duras o temibles, pero esta vez tenía la mirada perdida y los hombros caídos, como si estuviera realmente preocupada. De vez en cuando se paraba y se frotaba la frente, como si así pudiera aliviar la tensión de su rostro.
La miré mientras sacaba mi vestido de la bolsa. Era sobrio, sencillo… y negro. Me quedé mirando el vestido y supe que solo podía significar una cosa. Me puse a llorar antes incluso de saber por quién era el luto.
—¿Señorita? —Emily se acercó a ayudarme.
—¿Quién ha muerto? —pregunté—. ¿Quién ha muerto?
Andy, inalterable como siempre, me puso en pie y me limpió las lágrimas de debajo de los ojos.
—No ha muerto nadie —dijo. Pero su tono de voz no era reconfortante, sino imperioso—. Dé gracias cuando todo esto haya acabado. Hoy no ha muerto nadie.
No me dio más explicaciones y me envió directamente al baño. Lucy procuraba mantener el control, pero, cuando por fin se echó a llorar, Andy le pidió que se fuera a buscarme un desayuno ligero. Ella obedeció sin chistar. Ni siquiera hizo una reverencia antes de salir.
Lucy volvió al cabo de un rato con unos cruasanes y unas rodajas de manzana. Yo quería sentarme a comer con calma, tomándome mi tiempo, pero al primer bocado me di cuenta de que no me iba a sentar bien nada que comiera.
Por fin Andy me colocó el broche con mi nombre en el pecho; el color plateado brillaba en contraste con el negro de mi vestido. No me quedaba nada más que hacer que afrontar aquel destino inimaginable.
Abrí la puerta, pero de pronto me quedé paralizada. Me giré hacia mis doncellas y les expuse mis temores:
—Tengo miedo.
Andy me puso las manos sobre los hombros:
—Ahora es usted una dama, señorita. Debe afrontar esto como tal.
Asentí y ella me soltó, levanté la mano del pomo de la puerta y me puse en marcha. Ojalá pudiera decir que iba con la cabeza alta, pero lo cierto es que, por muy dama que fuera, estaba aterrada.
Cuando llegué al vestíbulo me sorprendió enormemente encontrar al resto de las chicas esperando, todas con vestidos y expresiones similares a los míos. Aquello me alivió. No era cosa mía. En cualquier caso, lo era de todas, así que al menos no tendría que afrontar lo que fuera a solas.
—Ahí está la quinta —dijo un guardia a su colega—. Sígannos, señoritas.
¿Quinta? No, aquello no estaba bien. Éramos seis. Cuando bajamos las escaleras, escruté a las chicas con la mirada. El guardia tenía razón. Solo éramos cinco. Jessica no estaba allí.
Lo primero que pensé era que Harry había enviado a Jess a casa, pero en ese caso…, ¿no habría venido a despedirse a mi habitación? Intenté pensar en qué tendría que ver todo aquel secretismo con la ausencia de Jess, pero no se me ocurrió nada que tuviera sentido.
Al pie de las escaleras nos esperaba un grupo de guardias, junto a nuestras familias. Mamá, papá y May parecían nerviosos, como todos los demás. Los miré en busca de alguna pista, pero mamá meneó la cabeza, y papá se encogió de hombros. Busqué entre los guardias, a ver si veía a Aspen. No estaba allí.
Vi a un par de guardias escoltando a los padres de Jess, que se acercaban por detrás. Su madre estaba cabizbaja, con aspecto preocupado, y se apoyaba en su marido, que mantenía una expresión adusta, como si hubiera envejecido varios años en una sola noche.
Un momento. Si Jessica se había ido, ¿qué hacían ellos allí?
De pronto la luz entró a raudales en el vestíbulo y me giré. Por primera vez desde mi llegada al palacio habían abierto las puertas principales de par en par, y salimos todos al exterior en perfecta formación. Cruzamos la vía de acceso circular y nos dirigimos al gran muro que daba paso al recinto exterior. Al abrirse las puertas, el ruido ensordecedor de una multitud nos dio la bienvenida.
Habían montado una gran tarima en la calle. Cientos de personas, o quizá miles, se apretujaban; algunos padres llevaban a sus hijos sobre los hombros. Había cámaras alrededor de la tarima, y operadores corriendo por delante de la multitud, grabando la escena. Nos llevaron a una pequeña grada, y la gente nos vitoreó a medida que íbamos saliendo. Vi como las chicas que tenía delante iban relajando los hombros a medida que la gente de la calle nos llamaba por nuestro nombre y nos tiraba flores.
Levanté la mano para saludar cuando oí mi nombre, y me sentí tonta por haberme preocupado tanto.
Si la gente estaba así de contenta, no podía ser que hubiera pasado nada malo. El personal del palacio debía replantearse el modo en que trataban a la Élite. Todos aquellos nervios para nada…
May soltó una risita nerviosa, contenta de formar parte de aquella escena tan emocionante, y para mí fue un alivio comprobar que volvía a ser ella. Intenté animarme con todas aquellas muestras de cariño, pero me llamaron la atención dos estructuras extrañas colocadas sobre la plataforma. La primera era una
especie de escalera en forma de A; la segunda era un gran bloque de madera con aros en ambos extremos.
Acompañada por un guardia, subí y ocupé mi asiento en el centro de la primera fila, sin saber muy bien qué estaba pasando allí.
La multitud volvió a emocionarse cuando aparecieron el rey, la reina y Harry. Ellos también iban vestidos con ropas oscuras y parecían muy serios. Yo estaba cerca de Harry, así que me giré en su dirección. Fuera lo que fuera lo que estaba pasando, si se giraba hacia mí y me sonreía, sabría que todo iba bien. No dejaba de mirarle, a la espera de que se volviera, de que me tranquilizara. Pero permanecía impasible.
Un momento más tarde, los vítores de la gente se convirtieron en abucheos, y cuando me giré pude ver qué era lo que les molestaba tanto.
Cuando vi aquello, el estómago me dio un vuelco y el mundo se me vino abajo.
El soldado Horan avanzaba, encadenado, con el labio sangrando y la ropa tan sucia que parecía que se hubiera pasado la noche revolcándose en el fango. Tras él, Jessica —con su bonito disfraz de ángel cubierto de suciedad y sin las alas— también estaba encadenada. Una guerrera le cubría los hombros, y fruncía los ojos para protegerse de la luz. Se quedó mirando a la multitud, y luego cruzamos nuestras miradas por una fracción de segundo, pero enseguida tiraron de ella y tuvo que seguir adelante.
Seguía buscando con la mirada, y yo sabía a quién. A mi izquierda, vi a sus padres, agarrados el uno al otro con fuerza. Estaban devastados, idos, como si les hubieran arrancado el corazón.
Volví a mirar a Jess y al soldado Horan. La angustia era patente en sus miradas, pero aun así caminaban con cierto orgullo. Solo una vez, cuando ella se pisó el borde del vestido y tropezó, se resquebrajó aquella pátina de orgullo, y por debajo asomó el miedo.
No. No, no, no, no, no.
Les hicieron subir a la plataforma y un hombre enmascarado se puso a hablar. La multitud fue guardando silencio. Aparentemente, aquello —fuera lo que fuera— ya había ocurrido antes, y la gente sabía cómo responder. Pero yo no; el estómago se me revolvió y sentí náuseas. Gracias a Dios, no había comido nada.
—Jessica Kerr —dijo el hombre—, miembro de la Selección, hija de Illéa, fue hallada anoche en un momento íntimo con este hombre, Niall Horan, miembro de confianza de la Guardia Real.
Aquel hombre hablaba con una prepotencia fuera de lugar, como si estuviera anunciando la cura de alguna enfermedad mortal. Al oír la acusación, la gente volvió a abuchear.
—¡La señorita Kerr ha roto su juramento de lealtad a nuestro príncipe Harry! ¡Y el señor Horan ha robado una propiedad de la familia real al tener relaciones con la señorita Kerr! ¡Estos actos suponen una traición contra la familia real!
El voceador pronunciaba aquellas acusaciones a voz en grito, a la espera de la aprobación por parte de los asistentes, y desde luego la obtuvo. Pero ¿cómo podían? ¿No se daban cuenta de que se trataba de Jess? ¿La dulce, bella, fiel y generosa Jessica? Quizás hubiera cometido un error, pero nada que mereciera todo aquel odio.
Un hombre enmascarado ató a Niall a la estructura en forma de A; le abrieron las piernas y le colocaron los brazos en una posición que se adaptaba a la estructura. Le fijaron las cadenas alrededor de la cintura, y las piernas con candados, tan fuerte que resultaba incómodo hasta mirar. A Jessica la obligaron a arrodillarse frente al gran bloque negro de madera, y el hombre le quitó la guerrera que llevaba sobre los hombros de un manotazo. Le ataron las muñecas a los aros que había a los lados, con las palmas hacia arriba.
Estaba llorando.
—¡Este delito se castiga con la muerte! Pero el príncipe Harry ha tenido piedad y va a perdonarles la vida a estos dos traidores. ¡Larga vida al príncipe Harry!
La multitud vitoreó al príncipe. De haber tenido la cabeza clara, yo también habría gritado, o al menos se suponía que tenía que aplaudir. Las otras chicas lo hicieron, y también nuestros padres, aunque aún parecían impresionados. Pero yo no podía prestar atención a esas cosas. Lo único que veía eran los
rostros de Jess y de Niall.
Nos habían dado un asiento de primera fila por un motivo bien claro: para que viéramos qué nos pasaría si cometíamos un error estúpido. Pero desde allí, a apenas seis metros de la plataforma, yo podía ver y oír todo lo que pasaba.
Jess miraba fijamente a Niall, y él la miraba a ella, estirando el cuello. Era innegable que tenían
miedo, pero en la mirada de ella también había una expresión que parecía querer tranquilizar a Niall; dejarle claro que pese a todo no se arrepentía.
—Te quiero, Jessica —gritó él. Con el ruido de la multitud apenas se oyó, pero lo dijo—. Superaremos esto. Todo se arreglará, te lo prometo.
Jess tenía tanto miedo que no podía hablar, pero asintió. En aquel momento, yo solo podía pensar en lo guapa que estaba. Tenía la castaña melena enmarañada y su vestido estaba hecho un desastre, y por el camino había perdido los zapatos, pero desde luego estaba radiante.
—Jessica Kerr y Niall Horan, quedáis despojados de vuestras castas. Sois lo más bajo de lo más bajo. ¡Sois Ochos!
La multitud gritó y aplaudió. No podía creérmelo. ¿No había entre ellos ningún Ocho que se sintiera ofendido por que se hablara así de ellos?
—Y para corresponderos con la misma vergüenza y dolor que habéis hecho pasar a su alteza real, recibiréis quince golpes de vara en público. ¡Que vuestras cicatrices os recuerden vuestros pecados!
¿Vara? ¿Qué era eso de la vara?
La respuesta me llegó un segundo más tarde. Los dos hombres enmascarados que habían atado a Niall y a Jess sacaron unos palos largos de un cubo de agua. Los agitaron varias veces, probando su
flexibilidad; oí cómo silbaban al cortar el aire. La multitud aplaudió aquel ejercicio de calentamiento con la misma pasión y devoción que había mostrado poco antes frente a las chicas de la Selección.
Naill recibiría unos humillantes azotes en la espalda, y las preciosas manos de Jessica…
—¡No! —grité—. ¡No!
—Creo que voy a vomitar —susurró Natalie, mientras Elise soltaba un gritito apagado resguardándose en el hombro del guardia que tenía al lado. Pero aquello no se detuvo.
Me puse en pie y me lancé hacia la posición de Harry, pero caí sobre el regazo de mi padre.
—¡Harry! ¡Harry, para esto!
—Tiene que sentarse, señorita —dijo mi guardia, intentando hacerme sentar de nuevo.
—¡Harry, te lo ruego, por favor!
—¡Señorita, puede hacerse daño, por favor!
—¡Déjame! —le grité a mi guardia, golpeándole con todas mis fuerzas. Pero por mucho que lo intentara, no me soltaba.
—¡_____, por favor, siéntate! —me exhortó mi madre.
—¡Uno! —gritó el hombre sobre la tarima, y vi cómo la vara caía sobre las manos de Jess.
Ella soltó un gemido de dolor, como un perro que hubiera recibido una patada. Niall no emitió sonido alguno.
—¡Harry! ¡Harry! —grité—. ¡Para, para, por favor!
Me oyó; sabía que me había oído. Vi que cerraba lentamente los ojos y tragaba saliva, como si así pudiera borrar aquel sonido de sus oídos.
—¡Dos!
El grito de Jessica era angustioso. No podía ni imaginarme el dolor que estaba sufriendo, y aún quedaban trece golpes.
—¡_____, siéntate! —insistió mi madre.
May estaba entre ella y papá, con el rostro girado, y soltaba unos gritos casi tan angustiosos como los
de Jess.
—¡Tres!
Miré a los padres de Jessica. Su madre tenía la cabeza hundida entre las manos, y su padre la rodeaba con el brazo, como si así pudiera protegerla de todo lo que estaban perdiendo en aquel momento.
—¡Suéltame! —le grité a mi guardia, pero en vano—. ¡¡¡Harry!!! —grité. Las lágrimas me nublaban la vista, pero lo veía con la suficiente claridad como para saber que me había oído.
Miré a las otras chicas. ¿No íbamos a hacer nada? Algunas parecían estar llorando. Elise estaba doblada en dos, con una mano en la frente, y daba la impresión de estar a punto de desmayarse. Pero ninguna parecía enfadada. ¿Es que no había motivo para estarlo?
—¡Cinco!
Estaba segura de que el sonido de los gemidos de Jessica me perseguiría el resto de mi vida. Nunca había oído nada igual. Por no hablar de la algarabía de la multitud, que animaba el espectáculo, como si no fuera más que un entretenimiento. Por no hablar del silencio de Harry, que permitía que sucediera todo aquello. Por no hablar de los lloros de las chicas a mi lado, que lo aceptaban.
Lo único que me daba alguna esperanza era Niall. Aunque estaba sudando de la tensión y temblaba de dolor, no dejaba de animar a Jessica entre jadeos.
—Se acabará… enseguida —consiguió decir.
—¡Seis!
—Te… quiero —balbució.
Yo no podía soportarlo. Intenté clavarle las uñas a mi guardia, pero las gruesas mangas de su guerrera
le protegían. Me agarró con más fuerza y yo grité.
—¡Quite las manos de encima a mi hija! —exclamó mi padre, tirando del brazo del guardia.
Aproveché el hueco que quedó para zafarme y ponerme delante de él, y le solté un rodillazo con todas mis fuerzas.
Él soltó un grito ahogado y cayó de espaldas, agarrado por mi padre. Salté la valla con dificultades; el vestido y los zapatos de tacón me impedían moverme con agilidad.
—¡Jess! —grité, corriendo todo lo rápido que pude. Casi llegué hasta los escalones, pero dos guardias salieron a mi paso, y aquella era una lucha que no podía ganar.
Desde la esquina, por detrás de la tarima, vi que la espalda de Niall estaba a la vista, y que tenía la
piel abierta, con trozos que caían creando una imagen escalofriante. La sangre bajaba a goterones, manchándole los pantalones de gala. No podía imaginarme cómo estarían las manos de Jessica.
Pensar en aquello hizo que se apoderara de mí una histeria aún mayor. Grité y pataleé, revolviéndome ante los guardias, pero lo único que conseguí fue perder un zapato.
Se me llevaron a rastras en dirección al palacio mientras el hombre anunciaba el siguiente azote, y no sabía si sentirme agradecida o avergonzada. Por una parte, no tendría que ver aquello; por otra, era como si estuviera abandonando a Jess en el peor momento de su vida.
Si hubiera sido una amiga de verdad, ¿no habría hecho algo más?
—¡Jess! —grité—. ¡Jess, lo siento!
Pero la multitud estaba tan enloquecida y gritaba de tal manera que no creo que me oyera.
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No me odien D: Sufrí mucho subiendo este capitulo. #TodosconNiallYJess
No me odien D: Sufrí mucho subiendo este capitulo. #TodosconNiallYJess
Invitado
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo O10
✿Me revolví y grité durante todo el trayecto de vuelta. Los guardias tuvieron que agarrarme con tal fuerza que sabía que quedaría cubierta de cardenales, pero no me importaba. Tenía que luchar.
—¿Dónde está su habitación? —oí que preguntaba uno, y al girarme vi una doncella que caminaba por el pasillo.
No la reconocí, pero era evidente que ella a mí sí. Indicó a los guardias el camino a mi cuarto. Oí que mis doncellas protestaban todo el rato por cómo me estaban tratando.
—Cálmese, señorita; esos no son modos para una dama —protestó un guardia mientras me tiraban sobre la cama.
—¡Salid de mi habitación ahora mismo! —grité.
Mis doncellas, todas ellas con los ojos llenos de lágrimas, acudieron corriendo.
Emily intentó limpiarme el vestido, que se había llenado de tierra al caerme, pero yo me la quité de encima de un manotazo. Ellas lo sabían. Lo sabían, y no me habían advertido.
—¡Vosotras también! —les grité—. ¡Quiero que salgáis de aquí! ¡Ahora mismo!
Ellas se echaron atrás al oír aquello, y los temblores que agitaban a Lucy de la cabeza a los pies me hicieron lamentar haber sido tan brusca. Pero necesitaba estar sola.
—Lo sentimos, señorita —dijo Andy, al tiempo que se llevaba a las otras dos. Ellas sabían lo mucho que me importaba Jessica.
Jess…
—Marchaos —murmuré, dándome media vuelta y hundiendo la cara en la almohada.
Cuando oí que se cerraba la puerta, me quité el zapato que me quedaba y me acomodé en la cama. Por fin tenían sentido tantas y tantas cosas. De modo que aquel era el secreto que tanto le costaba compartir conmigo. No quería quedarse porque no estaba enamorada de Harry, pero no quería irse y alejarse de
Niall.
Todo encajaba: por qué había decidido situarse en determinados lugares o por qué se quedaba mirando hacia las puertas. Era por Niall, que estaba allí. El día en que vinieron el rey y la reina de Swendway, y ella se había negado a apartarse del sol… Niall. Era a Jess a la que esperaba cuando me topé con él al salir del baño. Siempre él, manteniéndose cerca en silencio, quizá buscando un beso furtivo aquí y allá, esperando la ocasión de estar juntos.
¿Hasta qué punto debía de quererle ella, para dejarse llevar así, para arriesgarse tanto?
¿Cómo podía ser que pasara algo así? Parecía imposible. Sabía que debía ser castigado, pero que le ocurriera a Jess…, quedarme sin ella de esa manera… No podía entenderlo.
Sentí un nudo en el estómago. Podría haberme pasado a mí. Si Aspen y yo no hubiéramos tenido cuidado, si alguien hubiera oído nuestra conversación en la pista de baile la noche anterior, aquello podría estar pasándonos a nosotros.
¿Volvería a ver a Jessica? ¿Adónde la enviarían? ¿Podrían seguir viéndola sus padres? No sabía de qué casta era Niall antes de convertirse en un Dos al ingresar en la guardia, pero supuse que sería un Siete. La vida de un Siete era dura, pero desde luego la de un Ocho era mucho peor.
No podía creerme que ahora Jess fuera una Ocho. Aquello no podía ser.
¿Podría volver a usar las manos? ¿Cuánto tardarían en curarse las heridas? ¿Y Niall? ¿Podría incluso volver a caminar después de aquello?
Podría haber sido Aspen.
Podría haber sido yo.
Me sentía fatal. Por una parte, me embargaba una cruel sensación de alivio por no ser yo la afectada; sin embargo, por otra, aquello me hacía sentir tan culpable que me costaba respirar. Era una persona odiosa, una amiga terrible. Estaba avergonzada.
Lo único que podía hacer era llorar.
Me pasé la mañana y gran parte de la tarde hecha un ovillo en mi cama. Mis doncellas me trajeron el almuerzo, pero yo no podía ni tocarlo. Afortunadamente no insistieron en quedarse, y me dejaron sola con mi tristeza.
No encontraba consuelo. Cuanto más pensaba en lo sucedido, peor me sentía. No podía sacarme de la cabeza el sonido de los gritos de Marlee. Me pregunté si conseguiría olvidarlo algún día.
Unos golpecitos vacilantes resonaron en la puerta. Mis doncellas no estaban para abrir, y yo no me sentía con ánimo para ir hasta allí, así que tampoco lo hice. No obstante, al cabo de un momento, el visitante entró.
—¿América?—dijo Maxon en voz baja.
No respondí.
Cerró la puerta y cruzó la habitación, situándose junto a mi cama.
—Lo siento. No podía hacer nada.
Me quedé inmóvil, qué iba a decirle.
—Era o eso, o matarlos. Las cámaras los pillaron anoche, y la filmación circuló sin que nosotros nos enteráramos —insistió.
Se pasó un rato sin hablar, quizá pensando que si se quedaba allí lo suficiente, yo encontraría algo que decirle. Al final se arrodilló a mi lado.
—¿_____? Mírame, cariño.
Aquella palabra hizo que se me revolvieran las tripas. Pero le miré.
—Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.
—¿Y cómo te has podido quedar ahí, impasible? —le pregunté, con un tono extraño en la voz.
—Ya te he dicho alguna vez que parte de este trabajo consiste en mantener una imagen de calma, aunque no sea así como te sientes. Es algo que he tenido que aprender a hacer. Tú también lo harás.
Fruncí el ceño. ¡No seguiría pensando que yo seguía interesada! Daba la impresión de que sí. Pero poco a poco fue interpretando mi expresión y la sorpresa se reflejó en su rostro.
—_____, sé que estás disgustada, pero… ¿No pensarás…? Ya te lo dije; tú eres la única. Por favor, no me hagas esto.
—Harry —dije, lentamente—, lo siento, pero no creo que pueda hacer esto. Nunca podría soportar tener que ver cómo le hacen daño de esa manera a alguien, sabiendo que he sido yo quien lo ha decidido. No puedo ser princesa.
Él soltó aire en un soplido entrecortado, probablemente lo más próximo a una sincera expresión de tristeza que le había visto nunca.
—_____, no decidas cómo será el resto de tu vida por lo que le ha pasado durante apenas cinco minutos a otra persona. Una cosa así no ocurre casi nunca. No deberías hacerlo.
Erguí la espalda, con la esperanza de poder pensar más claramente.
—Yo… ahora mismo no puedo ni pensar en ello.
—Pues no lo hagas —respondió—. No tomes una decisión tan importante para los dos ahora que estás tan disgustada.
De algún modo, tuve la sensación de que aquellas palabras eran un truco.
—Por favor —susurró, con fuerza, agarrándome las manos. La desesperación en su voz provocó que le mirara—. Me prometiste que no me dejarías. No te rindas, no me abandones así. Por favor.
Solté aire y asentí.
—Gracias —dijo, aliviado.
Harry se quedó allí sentado, agarrado a mi mano como si fuera un salvavidas. Pero para mí la sensación era muy diferente a la del día anterior.
—Ya sé… —dijo—. Sé que el puesto te hace dudar. Siempre he sabido que sería duro. Y estoy seguro de que esto lo hace aún más duro. Pero… ¿y yo? ¿Aún estás segura de mí?
Vacilé. No sabía qué decir.
—Ya te he dicho que no puedo pensar.
—Oh —parecía decepcionado—. Está bien, te dejo sola. Pero hablaremos pronto.
Acercó la cabeza, como si quisiera besarme. Yo bajé la mirada, y él se aclaró la garganta.
—Adiós, _____.
Se fue.
Y me vine abajo otra vez.
Unos minutos más tarde, o quizás unas horas, mis doncellas entraron y me encontraron llorando a gritos y dando vueltas sobre la cama. Era imposible que no vieran la expresión de tristeza en mis ojos.
—Oh, señorita —exclamó Emily, que se acercó para abrazarme—. Vamos a prepararla para la cama.
Lucy y Andy se pusieron a desabrocharme los botones del vestido mientras Emily me limpiaba la cara
y me desenredaba el pelo.
Mis doncellas se sentaron a mi alrededor, consolándome mientras lloraba. Quería explicarles que no era solo lo de Jess, que también era aquel dolor insufrible por Harry; pero resultaba embarazoso admitir lo mucho que me importaba, lo equivocada que había estado.
Mi dolor se multiplicó cuando pregunté por mis padres, y Andy me dijo que todas las familias se habían marchado enseguida. Ni siquiera había tenido ocasión de despedirme.
Andy me cepilló el cabello, consolándome. Emily estaba a mis pies, dándome una friega en las
piernas. Lucy simplemente tenía las manos sobre el pecho, como si sufriera por mí.
—Gracias —susurré, entre suspiros—. Siento lo de antes.
Las tres se miraron.
—No hay nada de que disculparse, señorita —dijo Andy.
Quería corregirla, porque desde luego me había excedido tratándolas así, pero de pronto volvieron a llamar a la puerta. Intenté pensar en cómo podría decir educadamente que no me apetecía ver a Harry, pero, cuando Lucy fue a abrir la puerta, al otro lado apareció el rostro de Aspen.
—Siento molestarlas, señoritas, pero he oído los lloros y quería asegurarme de que estaban bien.
Cruzó la habitación en dirección a mi cama en un movimiento arriesgado, teniendo en cuenta el día que habíamos tenido todos.
—Lady ______, siento mucho lo de su amiga. He oído que era especial para usted. Si necesita algo, aquí me tiene —la mirada de Aspen decía mucho: que estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa para ayudarme, que llegaría hasta donde fuera.
Qué idiota había sido. Había estado a punto de dejar de lado a la única persona que me conocía de verdad, que me quería de verdad. Aspen y yo habíamos planeado una vida juntos, y la Selección casi la había destruido por completo.
Él era como estar en casa, me hacía sentir segura.
—Gracias —respondí, en voz baja—. Este gesto significa mucho para mí.
Esbozó una sonrisa casi imperceptible. Era evidente que habría querido quedarse (y a mí habría encantado), pero con mis doncellas dando vueltas por ahí resultaba imposible. Recordé aquel día, poco antes, cuando había pensado que Aspen siempre estaría allí. Me gustó constatar que estaba en lo cierto.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Llore mucho! Como le pudo pasar eso a Jess? por dios que horror! :‘(
Que no deje a Harry por eso! Porque llorare mucho!
Sasa como la pasaste en tu cumpleaños? Espro que super lindo!
Ame el Maraton! <3 Haz otro pronto plis! ;) jaja
Te mando un beso y muchos apapachos! :*
Bye linda! :D
siguela prontoo! :3
Pd: La Rayis esta re confundida ¿o No? :/
Que no deje a Harry por eso! Porque llorare mucho!
Sasa como la pasaste en tu cumpleaños? Espro que super lindo!
Ame el Maraton! <3 Haz otro pronto plis! ;) jaja
Te mando un beso y muchos apapachos! :*
Bye linda! :D
siguela prontoo! :3
Pd: La Rayis esta re confundida ¿o No? :/
delfi&hazza
Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
No puedo creer que crea que Aspen es el correcto!!!!HARRY HARRY ES EL CORRECTO MUJER!!!!!
Siguela me encanta
Siguela me encanta
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Pobre Jess D: Don't worry bb, no lo dejara (de momento)delfi&hazza escribió:Llore mucho! Como le pudo pasar eso a Jess? por dios que horror! :‘(
Que no deje a Harry por eso! Porque llorare mucho!
Sasa como la pasaste en tu cumpleaños? Espro que super lindo!
Ame el Maraton! <3 Haz otro pronto plis! ;) jaja
Te mando un beso y muchos apapachos! :*
Bye linda! :D
siguela prontoo! :3
Pd: La Rayis esta re confundida ¿o No? :/
Me temo que si LOL.
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Hayy todas amamos a Hazza, but, tengo que decir que tambien tengo cierta debilidad por Aspen, bc, le puse cara y es Cameron Dallas y goooood es demasido sexy *----* Ya la sigoo :DEliimix escribió:No puedo creer que crea que Aspen es el correcto!!!!HARRY HARRY ES EL CORRECTO MUJER!!!!!
Siguela me encanta
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Estaba leyendo tranquila otra novela cuando veo en (viste donde pasan todas las novelas de apoco·)el nombre de "Sasa" y dije ya subio capítulo creo que nunca mis manos se volvieron tan rápido para entrar a tu novela.Sasa. escribió:Hayy todas amamos a Hazza, but, tengo que decir que tambien tengo cierta debilidad por Aspen, bc, le puse cara y es Cameron Dallas y goooood es demasido sexy *----* Ya la sigoo :DEliimix escribió:No puedo creer que crea que Aspen es el correcto!!!!HARRY HARRY ES EL CORRECTO MUJER!!!!!
Siguela me encanta
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Capitulo O11
✿"Hola, pequeña:
Siento que no pudiéramos despedirnos. Al parecer el rey decidió que sería más seguro que las familias se fueran lo antes posible. Intenté hablar
contigo, te lo prometo, pero fue imposible.
Quería que supieras que hemos llegado bien a casa. El rey dejó que nos quedáramos la ropa, y May se pone sus vestidos cada vez que tiene un rato. Sospecho que alberga la esperanza inconfesable de no crecer ni un centímetro más para poder usar el vestido de la fiesta en su boda. Supongo que le pone de buen humor. Yo no estoy muy seguro de si alguna vez le perdonaré a la familia real el que dos de mis hijas hayan visto tanto lujo de primera mano, pero tú ya sabes lo fuerte que es May. Eres tú la que me preocupa. Escríbenos pronto. A lo mejor esto que te voy a decir no es lo correcto, pero quiero que lo sepas: cuando saliste corriendo hacia el estrado, sentí que nunca en la vida me he sentido más orgulloso de ti.
Siempre has sido guapa; siempre has tenido talento. Y ahora sé que tu talla moral está a la misma altura, que ves claramente cuando algo no está bien y que haces todo lo que puedes por combatirlo. Como padre, no puedo pedir más. Te quiero, _____. Y estoy muy orgulloso de ti.
PAPÁ"
Siento que no pudiéramos despedirnos. Al parecer el rey decidió que sería más seguro que las familias se fueran lo antes posible. Intenté hablar
contigo, te lo prometo, pero fue imposible.
Quería que supieras que hemos llegado bien a casa. El rey dejó que nos quedáramos la ropa, y May se pone sus vestidos cada vez que tiene un rato. Sospecho que alberga la esperanza inconfesable de no crecer ni un centímetro más para poder usar el vestido de la fiesta en su boda. Supongo que le pone de buen humor. Yo no estoy muy seguro de si alguna vez le perdonaré a la familia real el que dos de mis hijas hayan visto tanto lujo de primera mano, pero tú ya sabes lo fuerte que es May. Eres tú la que me preocupa. Escríbenos pronto. A lo mejor esto que te voy a decir no es lo correcto, pero quiero que lo sepas: cuando saliste corriendo hacia el estrado, sentí que nunca en la vida me he sentido más orgulloso de ti.
Siempre has sido guapa; siempre has tenido talento. Y ahora sé que tu talla moral está a la misma altura, que ves claramente cuando algo no está bien y que haces todo lo que puedes por combatirlo. Como padre, no puedo pedir más. Te quiero, _____. Y estoy muy orgulloso de ti.
PAPÁ"
No sabía cómo lo hacía, pero mi padre siempre sabía lo que tenía que decir. Me habría gustado poder mover las estrellas para escribir con ellas aquellas palabras en el cielo. Necesitaba verlas en grande, tenerlas bien visibles para poder leerlas de nuevo cuando las cosas pintaran mal: «Te quiero, _____. Y estoy muy orgulloso de ti».
A las chicas de la Élite nos dieron la opción de desayunar en nuestro cuarto, y yo dije que sí. Aún no estaba lista para ver a Harry. Por la tarde ya me sentí más entera y decidí bajar un rato a la Sala de las Mujeres. Por lo menos había un televisor, y me iría bien distraerme.
Las chicas parecían sorprendidas al verme entrar, lo cual tampoco me parecía que fuera motivo de sorpresa. Solía esconderme de vez en cuando, y si había un momento en que estaba justificado que lo hiciera, era aquel. Celeste estaba echada en un sofá, ojeando una revista. En Illéa no había periódicos, como en otros países. Nosotros teníamos el Report. Las revistas eran lo más parecido a la prensa escrita, y la gente como yo no nos podíamos permitir comprarlas. Celeste siempre encontraba el modo de tener una en la mano y, por algún motivo, aquel día aquello me irritó.
Kriss y Elise estaban en una mesa, bebiendo té y charlando, mientras Natalie, algo más atrás, miraba por la ventana.
—Anda, mira —dijo Celeste, sin dirigirse a nadie en particular—. Aquí sale otro de mis anuncios.
Celeste era modelo. La idea de que estuviera mirando la revista solo para encontrar fotos suyas me irritó aún más.
—¿Lady _____? —dijo alguien.
Me giré y vi a la reina, acompañada de alguna de sus asistentes, en una esquina. Parecía ocupada con alguna labor.
Hice una reverencia, y ella me indicó con un gesto que me acercara. Sentí un nudo en el estómago al pensar en mi comportamiento del día anterior. No había querido ofenderla, y de pronto me temí que fuera aquello precisamente lo que había hecho. Sentí que las miradas de las otras chicas se posaban en mí. La reina solía hablarnos en grupo, raramente de una en una.
Me acerqué y repetí la reverencia.
—Majestad.
—Siéntate, por favor, _____ —dijo, amablemente, señalando una silla vacía que tenía delante.
Obedecí, aún muy nerviosa.
—Ayer planteaste bastante resistencia —soltó.
—Sí, majestad —repuse, tras tragar saliva.
—¿Erais muy amigas?
Volví a tragar, para contener mi tristeza.
—Sí, majestad.
Ella suspiró.
—Una dama no debe comportarse de ese modo. Las cámaras estaban tan pendientes del acto que no recogieron tu conducta. Pero, aun así, eso no es aceptable.
No era la censura de una reina. Era la regañina de una madre. Aquello lo hacía mil veces peor. Era como si ella se sintiera responsable de mí, y como si yo la hubiera dejado en mal lugar.
Bajé la cabeza. Por primera vez, me sentí realmente mal por haber reaccionado de aquella manera.
Ella estiró la mano y la apoyó en mi rodilla. Levanté la cara y la miré, sorprendida por aquel contacto.
—En cualquier caso, me alegro de que lo hicieras —susurró, y me sonrió.
—Era mi mejor amiga.
—Eso no cambiará porque se haya ido, querida —dijo la reina Anne, dándome una palmadita cariñosa en la pierna.
Eso era exactamente lo que necesitaba: cariño materno.
Las lágrimas asomaron por las comisuras de mis ojos.
—No sé qué hacer —susurré. Estuve a punto de explicárselo todo, cómo me sentía, pero era consciente de que las otras chicas tendrían los ojos puestos en mí.
—Me prometí no implicarme en esto —dijo, y suspiró—. Y aunque quisiera, no estoy segura de que haya mucho que decir.
Tenía razón. Nada de lo que dijéramos podría cambiar lo sucedido.
La reina se me acercó y me habló con dulzura:
—En cualquier caso, no seas dura con él.
Sabía que lo decía con buena intención, pero yo no quería hablar de su hijo con ella. Asentí y me puse en pie. Ella me sonrió amablemente y me indicó con un gesto que podía irme. Me alejé y me senté con
Elise y Kriss.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó Elise, muy atenta.
—Estoy bien. La que me preocupa es Jessica.
—Por lo menos están juntos. Saldrán adelante mientras se tengan el uno al otro —apuntó Kriss.
—¿Cómo sabes que Jess y Niall están juntos?
—Me lo ha dicho Harry —respondió, como si fuera algo de dominio público.
—Oh —dije yo, decepcionada.
—No puedo creerme que no te lo haya dicho a ti, precisamente. Jess y tú estabais muy unidas. Y además, tú eres su favorita, ¿no?
Miré a Kriss y luego a Elise. Ambas parecían preocupadas, pero también aliviadas.
Celeste se rió.
—Está claro que ya no lo es —murmuró, sin molestarse en levantar la vista de la revista. Esperaba que aquello supusiera el fin para mí.
Pero no quise hablar de aquello y volví a Marlee:
—Aún no me puedo creer que Harry les haya hecho pasar por eso. Es increíble lo impasible que se mantuvo.
—Pero lo que ella hizo no estaba bien —observó Natalie. No lo decía con tono de crítica, simplemente reconocía la situación, como si siguiera instrucciones.
—Podría haber hecho que los mataran —intervino Elise—. Tenía la ley de su parte. La verdad es que tuvo piedad de ellos.
—¿Piedad? —protesté—. ¿Qué te arranquen la piel a tiras en público te parece un acto de piedad?
—Sí; teniendo en cuenta la situación, sí. Estoy segura de que, si le preguntáramos a Jessica, ella habría escogido los azotes antes que la muerte.
—Elise tiene razón —intervino Kriss—. Estoy de acuerdo en que fue terrible, pero yo preferiría eso a que me mataran.
—Por favor —rebatí, con una rabia cada vez mayor—. Eres una Tres. Todo el mundo sabe que tu padre es un profesor famoso, y tú has vivido toda tu vida entre bibliotecas, cómodamente. Nunca sobrevivirías a esa paliza, y mucho menos a la vida que te esperaría después, la de un Ocho. Estarías suplicando que te mataran.
Kriss se me quedó mirando.
—No tienes ni idea de lo que puedo y lo que no puedo soportar. Solo porque eres una Cinco, ¿te crees que eres la única que ha sufrido?
—No, pero estoy segura de que he vivido cosas mucho peores que las que has pasado tú —dije, aún más airada—, y no creo que pudiera soportar lo que sufrió Jessica. Y lo que digo es que dudo que tú lo llevaras mucho mejor.
—Soy más valiente de lo que te crees, _____. No tienes ni idea de las cosas que he tenido que sacrificar a lo largo de los años. Y si cometo un error, asumo las consecuencias.
—¿Y por qué tendría que haber consecuencias? —pregunté—. Harry no deja de decir lo difícil que le resulta la Selección, lo duro que es escoger, y resulta que una de nosotras se enamora de otro. ¿No debería darle las gracias por hacerle la decisión más fácil?
Natalie, que parecía tensa con la discusión, intentó intervenir:
—¡Ayer oí una cosa graciosísima…!
—Pero la ley… —se impuso Kriss.
—Lo que dice _____ tiene sentido —contraatacó Elise enseguida, y la conversación se convirtió en un caos.
Estábamos hablando todas a la vez, intentando hacer valer nuestras opiniones, explicando por qué considerábamos que lo ocurrido estaba bien o mal. Era la primera vez que ocurría, pero yo me lo esperaba desde el primer día. Con tantas chicas juntas, compitiendo una contra otra, estaba cantado que algún día acabaríamos discutiendo.
Entonces, mientras nosotras discutíamos, como si aquello no fuera con ella y sin separar la vista de la revista, Celeste murmuró:
—Recibió su merecido. Por zorra.
El silencio que se hizo de pronto era tan tenso como nuestra discusión.
Celeste levantó la vista justo a tiempo para ver cómo me lanzaba contra ella. Soltó un chillido cuando aterricé sobre su cuerpo. Ambas caímos sobre una mesita. Oí algo que se rompía, probablemente una taza de té que impactó contra el suelo.
Había cerrado los ojos a medio salto; cuando volví a abrirlos, tenía a Celeste debajo, intentando agarrarme por las muñecas. Eché atrás el brazo derecho y le crucé la cara de un bofetón. La sensación de ardor en la mano fue tremenda, pero me sentí recompensada al oír el impacto contra su mejilla.
Celeste reaccionó inmediatamente con un grito y me clavó las uñas. Por primera vez lamenté no habérmelas dejado yo también largas, como las otras chicas. Me hizo unos cortes en el brazo, que solo consiguieron enfadarme aún más, y volví a golpearla. Esta vez le abrí el labio. Al sentir el dolor, alargó el brazo, cogió lo primero que encontró —el platillo de una taza de té— y me lo estrelló contra la cabeza.
Descolocada, intenté volver a agarrarla, pero la gente ya había acudido a separarnos. Me sentía tan obcecada que no me había dado cuenta de que alguien había llamado a los guardias. A uno de ellos también le solté un puñetazo. Estaba harta de que me agarraran.
—¿Habéis visto lo que me ha hecho? —gritó Celeste.
—¡Tú cierra esa bocaza! —grité—. ¡Y no te atrevas a volver a hablar de Jessica!
—¡Está loca! ¿No la oís? ¿Habéis visto lo que ha hecho?
—¡Soltadme! —exclamé, intentando quitarme al guardia de encima.
—¡Estás paranoica! Voy a contárselo a _____ ahora mismo. ¡Ya puedes despedirte del palacio! — amenazó.
—Nadie va a ver a _____ ahora mismo —dijo la reina, muy seria. Miró a Celeste a los ojos, y luego a mí. Era evidente que estaba decepcionada. Bajé la cabeza—. Las dos os vais a ir a la enfermería.
El pabellón de la enfermería era un largo pasillo inmaculado con camas contra las paredes. Colgada de lo alto del cabezal de cada una había una cortina que se podía correr para lograr una mayor intimidad.
Como no podía ser de otro modo, a Celeste y a mí nos colocaron en extremos opuestos del pabellón, a ella cerca de la entrada y a mí al lado de una ventana en la parte más alejada. Ella corrió un poco la cortina que rodeaba su cama, casi de inmediato, para no tener que verme. Normal. No querría ver mi cara de satisfacción. Ni siquiera cuando la enfermera me tocó el punto de la cabeza donde me había golpeado Celeste, que aún me dolía mucho, se me borró la sonrisa del rostro.
—Sostenga esta bolsa de hielo aquí, para que baje la inflamación —me dijo.
—Gracias.
La enfermera echó la vista al otro extremo del pabellón, como si quisiera asegurarse de que nadie nos oía.
—Ha tenido suerte —me susurró—. Todo el mundo sabía que antes o después pasaría algo así.
—¿De verdad? —pregunté, bajando la voz igual que ella. Quizá no debía de haberme mostrado tan sonriente.
—No sabe la cantidad de historias horribles que he oído sobre esa —prosiguió, señalando con un gesto de la cabeza en dirección a la cama de Celeste.
—¿Cómo que horribles?
—Bueno, fue ella quien provocó a la chica que le pegó.
—¿Anna? ¿Cómo lo sabes?
—______ es un buen hombre —dijo, sin más—. Se aseguró de que la interrogaran antes de mandarla a casa. Nos dijo lo que había dicho Celeste sobre sus padres. Era algo tan rastrero que no puedo ni repetirlo —añadió, y su cara dejaba patente su desagrado.
—Pobre Anna. Sabía que tenía que ser algo así.
—Una de las chicas vino con sangre en los pies después de que alguien le metiera un cristal en los zapatos por la noche. No podemos demostrar que fuera Celeste, pero ¿quién haría algo tan ruin?
—Eso no lo sabía —respondí, asombrada.
—Parecía estar aterrada ante la posibilidad de que la cosa fuera a peor. Supongo que decidió mantener la boca cerrada. Y Celeste pega a sus doncellas. No es que use otra cosa que las manos, pero, de vez en cuando, vienen aquí en busca de hielo.
—¡No! —todas las doncellas que había conocido eran unas personas encantadoras. Me resultaba imposible imaginar que alguna hiciera algo para provocar que les pegaran, y mucho menos de forma habitual.
—Por supuesto, sus hazañas ya son de dominio público. Por aquí se la considera a usted una heroína, señorita —dijo la enfermera, guiñándome un ojo.
Pero yo no me sentía así.
—Espere —se me ocurrió, de pronto—: ¿dice que Harry se encargó de que reconocieran a Anna antes de mandarla a casa?
—Sí. Se preocupa mucho de que todas ustedes reciban la máxima atención.
—¿Y Jessica? ¿Pasó por aquí? ¿Cómo estaba cuando se fue?
Antes de que la enfermera pudiera responder, oí la voz impostada de Celeste al otro lado de la sala.
—¡Harry, cariño! —dijo, al entrar él por la puerta.
Nuestras miradas se cruzaron brevemente antes de que él se dirigiera a la cama de Celeste. La enfermera se fue, dejándome sola y con ganas de saber si había visto a Jessica o no.
El sonido de la voz quejosa de Celeste era tan irritante que resultaba insoportable. Oí que Harry se interesaba por ella y la consolaba, hasta que por fin se libró y se alejó. Rodeó la cortina y se me quedó mirando. Cruzó el pabellón, aparentemente exhausto.
—Tienes suerte de que mi padre prohibió el uso de cámaras en el palacio, o tendrías que pagar tus acciones muy caras —dijo, pasándose una mano por el cabello, exasperado—. ¿Cómo se supone que voy a defenderte de esto, _____?
—¿Me vas a expulsar, entonces? —respondí, jugueteando con el borde de mi vestido mientras esperaba su respuesta.
—Por supuesto que no.
—¿Y a ella? —pregunté, señalando en dirección a la cama de Celeste con la cabeza.
—No. Todas estáis muy tensas tras lo que pasó ayer, y no os lo puedo reprochar. No estoy seguro de que mi padre acepte esa excusa, pero eso es lo que voy a esgrimir.
—A lo mejor deberías decirle que fue culpa mía —dije, después de una pausa—. A lo mejor deberías mandarme a casa.
—______, estás sacando las cosas de quicio.
—Mírame, Harry —dije. Sentía un nudo en la garganta y me costaba hablar—. Desde el principio he sabido que no tengo lo que hace falta para esto, y pensé que podría…, no sé…, cambiar, o algo, para que esto funcionara. Pero no me puedo quedar. No puedo.
Harry se acercó y se sentó al borde de mi cama.
—______, puede que odies la Selección, y seguro que estás enfadadísima con lo que le ha pasado a Jess; pero sé que te importo lo suficiente como para que no me abandones así.
Le cogí la mano.
—También me importas lo suficiente como para poder decirte que estás cometiendo un error.
Veía el dolor en el rostro de Harry, que me apretaba la mano con fuerza, como si así pudiera retenerme y evitar que desapareciera ante sus ojos. Vacilante, se acercó y me susurró:
—No siempre es tan difícil. Y quiero demostrártelo, pero tienes que darme tiempo. Puedo demostrarte que en esto hay cosas buenas, pero debes tener paciencia.
Cogí aire para rebatirle, pero no me dejó.
—Durante semanas, ______, me has pedido tiempo, y yo te lo he dado sin cuestionarme nada, porque tenía fe en ti. Por favor, ahora soy yo quien necesita que tengas fe.
No sabía qué podría hacer Harry para que cambiara de opinión, pero ¿cómo no iba a darle tiempo cuando él me lo había dado a mí? Suspiré.
—De acuerdo.
—Gracias —el alivio en su voz era evidente—. Tengo que volver, pero vendré a verte pronto.
Asentí. Harry se puso en pie y se marchó, aunque antes se detuvo brevemente junto a la cama de Celeste para despedirse. Me lo quedé mirando y me pregunté si no era una mala idea confiar en él.
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Dale raya!!! Arrancale las extensiones de cuajo!!! LOL eh amado este cap XD
Tengo una pregunta, ¿Cómo se imaginaban a Aspen? Yo como Cameron Dallas, uh sexy man
Dale raya!!! Arrancale las extensiones de cuajo!!! LOL eh amado este cap XD
Tengo una pregunta, ¿Cómo se imaginaban a Aspen? Yo como Cameron Dallas, uh sexy man
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Re: ♕La Élite [H.S]|2ª temporada de "La Selección"♕Capítulo 25
Cameron Dallas????? es Muy Sexylon!!!! claro que si!!! por mi parte
Ojala Raya este de nuevo Feliz con Harry porque ya extraño sus cariñitos entre ambos!!!!es que amo esa pareja aunque Aspen este bien bueno!!!Harry y raya sigue siendo mi pareja preferida!!!
Al fin le dio lo que se merecía celeste!!!!!una buena patada en el trasero!!!
Siguela me encanto
Ojala Raya este de nuevo Feliz con Harry porque ya extraño sus cariñitos entre ambos!!!!es que amo esa pareja aunque Aspen este bien bueno!!!Harry y raya sigue siendo mi pareja preferida!!!
Al fin le dio lo que se merecía celeste!!!!!una buena patada en el trasero!!!
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