First Date

Max había estacionado diez minutos antes de la hora acordada frente la casa de su cita. Como es de esperar, sus nervios descontrolaban su cuerpo; el sudor le escurría por las manos, las cuales temblaban, y al ver sus pies se da cuenta de que se había puesto medias de diferentes colores. Suspira y golpea su frente con enfado. Se siente un completo idiota. Baja la visera del parabrisas y trata de acomodarse el cabello, tiene una apariencia terrible y desordenada. Al segundo, se le ocurre ponerse gel para cabello; busca como loco en la gaveta del auto y con suerte, encuentra su solución.

Luego de veinte cepilladlas, se da por vencido. Mira el reloj y se altera al ver que en habían pasado más de quince minutos. Se desabrocha el cinturón con torpeza y apuro; se fija una vez más su atuendo en el reflejo del vidrio y del bolsillo de la camisa blanca saca un casete con titulo en fibrón: “Para Tammy, mis mejores gustos”.


Toca el timbre, y al minuto, una chica de bellos ojos avellana se desliza lentamente por el porche. Lleva un vestido clásico rojo, que combinan con sus labios y su aura; unos despampanantes tacones y una sonrisa llena de dientes blancos.
Esa era Tammy.

Max se vuelve loco, no la puede dejar de mirar; todavía no puede creer el hecho de que este saliendo con ella. Siente que esos ojos avellana lo van a derretir, como si tocaras el sol. Durante un segundo se pregunta que estará pensando ella, pero luego vuelve a lo suyo. Solo habitaba el silencio y las miradas.

—Te traje el…

—Casete— finalizó ella, ya estaba ruborizada. Sus manos se tocaron al tomar el regalo—. Gracias, realmente quería escuchar tu música.

—Bueno, eeh…eem. ¿Nos vamos?— La chica guardo el casete en su miniatura de cartera y le tomo la mano.

Max había querido hacer eso desde el primer momento en el que la vio. Y sus sueños se habían hecho realidad.

¿A dónde la llevaría? Se preguntaba Tammy en su cabeza; todo era una sorpresa y ella se sentía alegre, no obstante algo tímida. Hace mucho no salía en una cita, ya que su última relación había sido duradera. Tenía miedo de que la hirieran o peor, que la humillaran nuevamente.

Él ya tenía todo planeado. La quería llevar a bailar; podría suceder que a ella le parezca patético, y se riera de él, pero si eso no pasaba, todo iría de maravilla. Solo le tenía que hacer una pregunta:

— ¿Quieres comer primero o…?

—Me muero de hambre— contesto ella con ánimo mientras subía al auto; él como todo un caballero, le sostuvo la puerta.

Ya no quedaba poco, pero todo parecía durar para siempre. La comida fue abundante, pero Max no había logrado comer nada por los nervios. El baile fué espectacular, con muchas risas y pasos vergonzosos por ambas partes. Se detuvieron a por un helado y gozaron la noche, y las estrellas desde un banco.

Ella apoyo su cabeza en su pecho y él la rodeo con un brazo. Que más podía esperar de aquel día, sin duda el mejor de sus vidas. Solo faltaba una cosa, algo insignificante para muchos, pero un tesoro para otros.

— ¿Qué fue lo que primero pensaste cuando me viste?— se estaba muriendo de la intriga, ella era hermosa.

—Te refieres a cuando te vi con el equipo de soccer del instituto…

—No, ¿Qué? Pensé que me habías visto mucho después. ¿Acaso me asechas?

Tammy no pudo más, y se rio sin importar que se le derramara un poco de helado. Era encantadora. Siempre se dedicaba a hablar de música y de melodías, pero la sinfonía que salía de su boca al reír, era todo lo que él quería escuchar.

—Algo así— comió un poco más de su helado, prácticamente el cucurucho restante—. Que eras tierno y que te arreglaste demasiado solo para verme a mí.

— ¿Yo?, Yo no valgo nada al lado tuyo.

Y ese era el momento. Lo que estuvieron esperando toda la noche, pero que nunca se animaron hacer.
Pero no sucedió.

— ¿Quieres mi campera? Esta refrescando.

—No te preocupes.

Aun así,  Max la tomó más fuerte de sus brazos, para que el calor de él la protegiera de la ventisca. Ambos se pararon y volvieron caminando al auto.

Un viaje lleno de música de radio, de charla y de debates sobre ellos mismos. Y cuando ya la luna estaba en su máximo resplandor, él la estaba dejando en su casa. Max bajo del auto e hizo lo mismo que había hecho toda la velada, ser un caballero.

Al llegar al porche, era evidente que los dos estaban esperando algo. Ese momento.
Entonces, la beso.