Narnia. Una nueva y diferente aventura

Había pasado casi una semana desde que llegamos y me había instalado junto a Lucy y a Susan en una de las salas. Caspian, en cambio, se había instalado con los chicos, en una sala cerca de nosotras. Durante estos días había podido conocer mejor a Susan, y me di cuenta de que era la más madura de todos. Por otra parte, pude conocer muchísimo mejor a Edmund ya que venía a visitarnos siempre que podía y nos sacaba más de una sonrisa a Lucy y a mí. Estuve pasando gratamente los días con ella, apartadas de las armas y de planes de guerra, por orden de nuestros respectivos hermanos mayores.

La verdad era que no me molestaba pasar tiempo con Lucy, lo que si me molestaba es que mi hermano me viera tan pequeña como para apartarme de todos los planes. No entendía que no me dejara estar con ellos cuando Edmund tenía la  misma edad que yo y Susan solo era un año más mayor–omitiendo, claro, los años respectivos entre su pasado y nuestro presente–.

Esa misma tarde, todos se reunieron en la mesa de piedra, y Lucy y yo fuimos a echar un vistazo. Por lo que se ve, uno de los faunos había visto a espías Telmarinos en caballo por la zona, vigilándonos.

– Solo es cuestión de tiempo –Dijo Peter–. Su ejército y sus máquinas de guerra están en camino. Precisamente por eso, el castillo estará desprotegido.

Y antes de que preguntaran, ya sabía en qué diablos estaba pensando el “Sumo monarca”.

– ¿Y qué es lo que proponéis que hagamos majestad? –Pregunto Reepicheep.

– Hay que planear…

– Tenemos que preparar…

Peter y Caspian hablaron a la vez. Caspian asintió con la cabeza, disculpándose y, después de echarle una mirada furtiva a mi hermano por interrumpirle, Peter continuó hablando.

– La única esperanza es atacarles primero nosotros.

– ¡Es una locura! –Hablé yo por primera vez– Nadie ha tomado ese castillo.

– Siempre  hay una primera vez – Me recriminó.

– Mi hermana tiene razón.

– Yo opino lo mismo que Caspian y Sophia, Peter –Le dijo Susan.

– Jugamos con la sorpresa –Dijo Trumpkin, el enano simpático.

– Pero aquí tenemos ventaja –Contesté.

–Si nos pertrecháramos bien –Volvió a hablar Susan, poniéndose a mi lado y al de Capian–, aguantaríamos indefinidamente – Peter la miró enfadado, se sentía traicionado. En el tiempo que llevábamos aquí y lo poco que le conocía, había aprendido que si las cosas no salían como él quería… podría ser un problema.

– Yo me siento más seguro bajo tierra –Comentó Buscatrufas.

– Mira –Me dijo Peter tranquilamente, acercándose a mi–, aprecio lo que habéis hecho aquí, tú y tu hermano, pero esto no es una fortaleza, es una tumba.

En ese momento, me di cuenta de que me hablaba como un adulto, con ese tono que siempre utilizan cuando dicen una cosa como diciendo “esto es así porque lo digo yo, y porque yo sé más cosas que tú”. Y odiaba ese tono.

– Sí, y si son listos, esperaran a que nos muramos de hambre –Dijo Edmund apoyando la idea de su hermano.

– Almacenemos nueces –Dijo una ardilla por el fondo de la sala.

– Sí, y se las tiramos a los Telmarinos –Dijo Reepicheep con ironía–. Ya sabéis de qué lado estoy, majestad –Dijo mirando a Peter.

Peter apartó la mirada de mí –Mirada que yo había estado evitando a toda costa– y buscó al líder de los centauros.

– Si consigo que entréis, ¿Podréis con los guardias?

Segundos después el centauro habló, después de mirarnos a Caspian y a mí – O moriremos, majestad.

– Eso es lo que me preocupa –Comentó Lucy desde la mesa de piedra, donde estaba sentada desde hace un buen rato.

– ¿Perdona? –Preguntó Peter sin entender nada.

– Todos decís que solo hay dos opciones. Morir aquí –Dijo mirándonos– o morir allí –Continuó mientras devolvía la mirada a sus hermanos varones.

– No has escuchado nada… –Volvió a hablar el mayor, si hacerle caso.

– No –Contestó seria–. Eres tú el que no escucha. ¿Has olvidado quién acabó con la bruja blanca, Peter?

La tensión era palpable en el ambiente, y me sorprendí de que Lucy le plantara cara así a su hermano mayor.

– Ya hemos esperado a Aslan lo suficiente –Dijo mientras se marchaba. Dando por terminada la reunión.

************

En aquella gran galería de cuevas, o templo, en el que estábamos viviendo había unos cuantos túneles que llevaban a un tipo de salas que tenían el techo descubierto. Desde allí se podían ver las estrellas de noche y de día el calor del Sol había hecho que crecieran unas pocas plantas y un poco de hierba entre las piedras que formaban el suelo. Aquellos lugares – un poco difíciles de descubrir- eran los mejores. Lucy y yo solíamos pasar bastante tiempo en algunos de ellos ya que siempre corría una agradable brisa por ellos.

– Vaya… –dije sorprendida al entrar en una de aquellas salas–.  Creía que nunca te vería tan pensativo… Ya sabes, no tienes mucha pinta de serlo.

Allí se encontraba Peter sentado en una roca, observando las estrellas ya nombradas antes. Me lo había encontrado de casualidad, ya que la verdad solo venia a tomar el aire. Y ya que mi aburrimiento llegaba a límites insuperables, molestar un poco a Peter por dejar en evidencia todo el tiempo a mi hermano en público, podría ser una buena distracción. La “sala” –ya que era más un jardín interior–, estaba vacía, sin contar con nosotros, y no sabía si eso podría llegar a ser bueno o malo.

– Sophia, no tengo ganas de discutir –Dijo pasándose las manos por la cara–. ¿Qué quieres?

– Nada, solo saber qué clase de plan suicida se te ha ocurrido organizar para lo del asalto al castillo.

– ¡No es un plan suicida! –Dijo exasperado.

– Sí lo es. Va a morir gente, mucha gente. Y tú lo sabes.

– Eso es lo que suele ocurrir en las batallas, ¿sabes? –Dijo poniéndose de pie y acercándose a mi–. Llega un punto en tu vida en el que tienes que pensar que morirás, hagas lo que hagas, así que da igual que muramos en el asalto o más tarde, con tal de que completemos nuestro objetivo.

– ¿Te da igual que muera uno de tus hermanos? ¿Qué muera Lucy, por ejemplo?

– No, por eso Susan y tú os vais a quedar aquí cuidando a Lu.

– Salva a quien quieras Peter, pero tú no eres nadie para mandarme –Dije esta vez, yo más cerca de él.

– Soy el “sumo monarca”.

– Me da igual –Le dije lentamente.

– Entonces, allá tú con lo que hagas. No me importa.

– ¿Es que por casualidades de la vida debería importarte? –Dije elevando los brazos.

– No. Ya te he dicho que no.

Entonces, se fue, como esa misma tarde en la sala de la mesa de piedra. Se fue sin decir nada.

– Deberías llegar volando, hacía las torres –Grité –. Por la noche no suele haber tantos soldados en ellas. Nunca entendí por qué.

Durante la noche me quede hasta tarde dando vueltas en mi cama. El miedo de que fuera a pasar algo el día que decidieran asaltar el castillo no me dejaba dormir. Sabía que aquello no iba a salir demasiado bien, pero nadie me quería escuchar. Caspian había aceptado ya la idea de Peter y por mucho que intenté hablar con él sobre el tema después de cenar, no me hizo caso. Susan estuvo hablando conmigo, cuando Lucy ya se había dormido ¡Ella opinaba lo mismo que yo! Aquel plan era uno de los peores que se le habían ocurrido a Peter. Y la verdad es que coincidia con ella. Había escuchado millones de batallas de Narnia – gracias al Doctor Cornelius, ya que era un aficionado a la historia–, batallas geniales que había organizado Peter el Magnifico con su gran ejercito narniano. No podía creer que el mismo Peter estuviera llevando a estos narnianos a su propia tumba.

A la mañana siguiente mi hermano se fue con los tres reyes de los tiempos pasados más mayores y algunos narnianos de expedición para la noche del asalto. Mientras Lucy y yo desayunábamos – sí, otra vez me había quedado haciendo de canguro. Había oído a unos faunos que hablaban sobre los nuevos planes del rey. Peter había decidido saltar el castillo de noche y volando.

Decidí que si Peter me había hecho caso con eso, a lo mejor podría convencer a mi hermano de que me dejara acompañarlos. Caspian sabe que no les molestaría, es más sería de gran ayuda con el arco, pero me costaría mucho convencerle.

Unas pocas horas antes de la cena, Lucy confeso su gran aburrimiento mientras las dos estábamos tumbadas en mi cama leyendo.

– Lo sé, yo también me aburro, pero tenemos que quedarnos aquí.

– Podríamos ir a ver a Trumpkin –Dijo levantándose de un salto de la cama.

Trumpkin por lo usual estaba revisando las armas o ayudando a hacerlas. No era un herrero, pero se le daban bien. Lucy y él se habían hecho buenos amigos, aunque el enano no quería reconocer que le tenía una gran estima.

– Creo que también se fue en la expedición con tu hermano, Lu.

– Bueno, pues podemos…

– No –Le interrumpí–. Nos han mandado quedarnos aquí, y lo haremos.

– ¿Desde cuándo haces caso tú a las ordenes?

Y eso mismo era lo que me preguntaba yo. Anoche, después de intentar hablar con Caspian, le vi conversar con Susan –con la que siempre se echaba miraditas durante el día. Él le contaba que no estaba contento con que Peter le dejara fuera de todo, ya que sería él el nuevo rey y quería empezar a conocer esa nueva etapa de su vida. Sabía que estaba desilusionado, y si desobedecía las ordenes, se enfadaría. Y era lo que menos quería.

– No quiero que mi hermano se enfade… Últimamente no está teniendo sus mejores días.

– Bueno… Tienes razón. Debemos quedarnos aquí, leyendo este largo y aburrido libro sobre la historia de Narnia…

– Sabes… Suena mejor eso de ir a ver a Trumpkin.

Finalmente me había convencido. Yo tampoco aguantaba más aquel libro.

– ¿Pero no has dicho que no estaba? –Preguntó sorprendida de golpe, al ver mi cambio de idea repentino.

– Les diremos a los demás que no lo sabíamos.

Y con paso decidido y con una sonrisa en la cara, fuimos a ver a los narnianos. Todos estaban ocupados preparando cosas para la batalla y pocos nos prestaban atención. Algunos les hubiera gustado echarnos, pero al ser una reina y una princesa, no nos dijeron nada. Molestar a los enanos era realmente divertido, sobre todo a Nikabrik, que por mala suerte por su parte, no se había ido de expedición con los demás.

Nikabrik estaba guardando unas armas en la sala que habían denominado para tal, “la sala de armas”. Allí había de todo, y mientras Lucy le preguntaba cosas sobre cuantas armas había de cada solo para molestarle, yo aproveché y me fui a la sección donde estaban todos los arcos con su carcaj.

–¡Oh, no, no, no! –Me gritó el enano mientras corría hacia mí – Ni se te ocurra coger uno.

– ¿Por qué? –Dije cogiendo uno completamente negro y colocando una flecha en él– Sabes que soy buena.

– ¿¡Sabes utilizar una arco!? –Preguntó la pequeña emocionada.

– Claro y soy la mejor en ello.

– ¡No, lo que eres es un peligro! –Volvió a hablar el enano.

– ¿A sí?

Coloqué el arco bien aquel precioso arco y con la flecha ya colocada, tensé la cuerda. El enano dio dos pasos hacia atrás, levantando las manos tirando así el trozo de pergamino y pluma que llevaba en las manos.

– ¡Baja eso ahora mismo!

– Es que no sé… ya sabes, soy un peligro con estos artefactos –Lucy, situada a mi derecha, comenzó a reír. Yo le guiñé un ojo.

– Déjate de tonterías Sophia. Alguien puede salir herido –Comenzó a decir el enano.

– ¿Qué tengo que hacer? ¿Suelto la cuerda? –Y solté un dedo.

Nikabrik dio un bote por el susto y cerró los ojos por acto reflejo. Esta vez Lucy volvió a reír mucho más fuerte. Cuando él la oyó, abrió los ojos. ¿Se pensaba que le iba a disparar de verdad?

De repente, alguien entró por la puerta de la sala.

– Suelta el arco ahora mismo, Sophia. Alguien puede salir herido.

Cuando el enano lo dijo me pareció de lo más gracioso… Pero dejo de serlo cuando oí a Peter decirlo.

– Deberíais estar en vuestra habitación.

Él continuaba hablando y yo apuntando al enano, pero los dos nos mirábamos directamente a los ojos. Y por la mirada, solo por la mirada, se podía saber que estaba enfadado. Muy enfadado.

Otra vez entró alguien en la sala. Mi hermano y los suyos se pararon justo debajo del arco de la puerta. Detrás de ellos se podía ver la cabeza de algún narniano curioso y delante a Reepicheep.

– Sophia, por favor, baja el arco –Dijo mi hermano.

– ¿No me has oído? –Volvió a hablar el sumo monarca, esta vez más fuerte.

Justo cuando se calló, volví a apuntar rápidamente y solté la cuerda. Disparé sin pensármelo dos veces.

Se escucharon susurros de espanto por la sala. Después un silencio absoluto.

– Te he oído perfectamente.

Deje el arco donde estaba y fui directa a la puerta, chocando el hombro con Peter al salir. Detrás de mi dejé al enano sorprendido, a Lucy asustada, a Caspian enfadado, a Edmund impresionado, a Susan con una horrible cara de espanto y a un Sumo monarca serio, con un pequeño corte en la mejilla causado por mi flecha.

Pero antes de desaparecer por la sala principal para volver a mi supuesta habitación, solté:

– Por cierto, deberías crear una sala para entrenamientos. No se me da demasiado bien el tiro con arco.

************

– ¡Dios mío! ¡Ha sido tan impresionante! ¿Dónde aprendiste a disparar con tanta precisión?

Edmund, todavía impresionado por lo que había pasado horas atrás, no dejaba de preguntarme cosas.

– Ya te lo he dicho, me escapaba del castillo para no estudiar, entonces cogía el arco y practicaba… no es tan difícil –Dije sin darle importancia.

– Pero… ¡Dios mío, esa precisión es imposible de no admirar! –Soltó de nuevo– ¡Ni mi hermana dispara tan bien!

Sabía de sobras que aunque el arco de Susan era mágico, ella era genial disparando. Pero que Ed reconociera eso, que creyera que algo tan simple para mí era impresionante a los ojos de los demás, me hacia sonrojar.

Estábamos sentados en la parte del suelo de piedra del pequeño jardín interior que tenían aquellas galerías de cuevas. Edmund me había encontrado hace poco y no había dejado de hablar sobre lo de la tarde.

– Necesitamos a alguien como tú en las filas… Por lo menos alguien que enseñé a precisar tanto a los arqueros.

– A Peter, digo, al “sumo monarca” –Hice haciendo comillas. Ed se rió– no le haría mucha gracia verme con sus soldados.

– Bueno, si no te deja estar en la batalla, que no creo que sea él el que no te deje si no tu hermano, puedes estar en los entrenamientos.

Yo, que me encontraba mirando hacia una pequeña lagartija que acababa de pasar por allí, distraída, lo miré de repente sorprendida.

– ¿En… Entrenamientos? –Tartamudeé.

– Algunos narnianos, sobre todo Reepicheep, han estado insistiéndole sobre hacer una sala para entrenamientos, como tú dijiste. Les ha encantado la idea.

Mi sonrisa casi no me cabía en la cara. Por fin me hacían caso en algo. Por fin podría hacer algo para ayudar.

– Y aunque Peter no se muestre muy efusivo por tú talento…

– ¡Normal, le he cortado la mejilla!

– Ya, ya lo sé… cosa que por cierto también ha sido impresionante –Me susurró y se ganó un golpe por mi parte en el hombro. Los dos reímos–. Como iba diciendo, Peter también está sorprendido por tu don secreto y además le ha gustado tu idea.

– ¿De verdad? ¿Te lo ha contado él? –Le pregunté rápidamente emocionada.

– No. Pero es mi hermano, le conozco demasiado bien.

Cuando me desperté por la mañana, me moría de hambre. No sabía qué horas serian, pero Susan no estaba en su cama, en cambio,  Lucy seguía durmiendo. Decidí dejarla durmiendo un poco más ya que durante el día nos aburríamos un pelín por allí solas. Me puse uno de mis vestidos de color verde y salí de nuestra habitación.

Mi meta era llegar al comedor común sin que nadie me molestase para comerme un festín como desayuno. La verdad era tenía muchísima hambre. Pasé por el “gran vestíbulo” – como todo el mundo lo llamaba–  del templo para poder llegar al comedor, cuando oí que alguien me llamaba. Aunque mi estomago se quejó porque alguien nos había interrumpido, me giré hacia esa persona.

Me sorprendí cuando vi a Peter despedirse del grupo de narnianos con los que estaba hablando: un minotauro, dos faunos y unos de los soldados ratones de Reepicheep. Cuando los demás se despidieron del él, Peter vino corriendo en mi dirección. Con cara de confusión, me preguntó:

– ¿Dónde está Lucy?

– ¿Me llamabas por eso…? – Dije un poco mosca, pero cambie mi tono rápidamente– Quiero decir, está durmiendo aún. No la he querido despertar porque luego se aburre demasiado por aquí, así que he pensado que es mejor que duerma un poco más.

– ¿Y la has dejado sola?

– Bueno… yo… iba a desayunar, sabes...

–  Vale. La verdad es que no te he llamado por eso – Ahora la que tenía cara de confusión era yo–. Te he llamado porque me gustaría hablar contigo, a solas – Mi cara de confusión seguía ahí, pero Peter no reparó en ella–. Ahora no tengo tiempo, ya sabes, tenemos que acabar el plan del asalto, ya te lo habrá contado Caspian…

– No, no me ha dicho nada. Pensaba que el plan ya estaba terminado.

–  Bueno, tenemos que cambiar algunos detalles del plan porque ahora iremos volando, no sé si lo sabías.

¡Claro que lo sabía! Me había enterado justamente el día que Peter lo propuso a los demás, gracias a mi ayuda… Pero… ¿Era su forma de hacerme saber de qué había tomado en cuenta mi propuesta? ¿Esta era su forma de agradecerme que se lo dijera?

– Sí, lo sabía. Los narnianos de por aquí no dejaban de decirlo.

– Ah… De acuerdo… – De repente, ya no parecía el mismo Peter… Pero eso cambio rápidamente–. Bueno, ¿Qué te parece si hablamos esta noche?

– ¿Es algo muy urgente? –Pregunté yo ahora, asustada.

Si Peter, el sumo monarca Peter, quería hablar conmigo de algo, era extraño. Pero si quería hablar conmigo de algo y era urgente, era muy extraño.

– No, pero debemos hablar.

Y como siempre, se fue sin esperar a escuchar ni si quiera mi respuesta.

************

Una vez sentada en la mesa del comedor con un ridículo plato de desayuno que no iba a saciar mi hambre, apareció Lucy pasándose las manos por los ojos.

– Buenos días, Lu – Le dije.

– Buenos días, Sophia –Dijo ella, intentando evitar un bostezo–. ¿Por qué no me has despertado?

– Pensaba que estarías mejor en la cama. Te iba a llevar el desayuno después pero como que ya te has levantado has desaprovechado tu oportunidad de que alguien como yo te llevara el desayuno a la cama.

Las dos nos reímos y empezamos a desayunar. Por suerte, Lucy no tenía mucha hambre, así que también me comí la mitad de su desayuno. Una vez acabamos de desayunar y recogimos nuestros platos, nos dirigimos a la sala abierta a tomar el aire.

– Sophia, ¿Qué echas más de menos?

– ¿Qué que echo de menos?

– Sí. Ahora que estamos aquí, “en cerrados”, ¿qué más echas de menos?

– Lo más típico sería que te dijera que mi familia… Pero como ya sabes, mi padre y mi madre fallecieron en un accidente mientras iban en su carruaje, y nunca me he llevado demasiado bien con mis tíos… Así que lo que más echo de menos son las broncas de mi profesor el Dr. Cornelius y escaparme al bosque con mi caballo.

– ¿De verdad ibas sola al bosque?

– Sí, ¿por qué?

– Pensaba que los Telmarinos le tenían miedo al bosque.

– Yo también pensaba eso…

Y así pasamos el resto del día hasta la hora de la comida, hablando y riendo. Deseaba que toda esta batalla por el trono acabara ya, o que al menos me dejaran participar en algo.

************

– Tira el codo más hacia atrás –Le decía a un fauno principiante con el arco–. Ahora respira… ¡Dispara! –Siguió los pasos correctamente, pero le faltaba mucha precisión.

Me miró decepcionado por su tiro.

– Lo siento, princesa.

– Tranquilo, no te preocupes, yo lo hacía peor –Y con una sonrisa nos despedimos del entrenamiento que teníamos.

Me había pasado la tarde entrenando a narnianos para que pudieran practicar su precisión con el arco. De momento, Peter solo me dejaba entrenar de uno en uno y cuando la sala estuviera llena de otros narnianos entrenando con otras armas. Supongo que era para que me pudieran vigilar. No sé si tenía miedo de que le disparara a alguien por no hacerlo bien o porque no confiaba en mí.

Seguramente era por las dos.

Edmund se acercó a mi cuando vio que el fauno se alejaba y se dirigía a entrenar con los centauros y las espadas. Se había pasado los últimos diez minutos del entrenamiento mirándome desde la puerta de la sala. Sabía que quería hablar conmigo, pero al ser tan educado – cosa que me sorprendía, ya que los adolescentes no solemos serlo–, se espero hasta que finalizara.

– Buen entreno.

– No mientas, lo estoy haciendo fatal. No sé cómo enseñarles.

– Si sabes –Dijo, y yo le respondí rodando los ojos–. De verdad, mira –Dijo cogiendo el arco y el carcaj que acababa de dejar encima de una pequeña mesa de madera–. Yo no tengo ni idea de utilizar el arco. Entrena conmigo hasta la hora de la cena, y ya verás cómo eres buena enseñando.

– ¿No sabes utilizar el arco? ¿Qué clase de rey eres, Edmund?

– Lo mío son las espadas –Contestó.

– Yo también se utilizar una espada y soy una princesa –Dije en tono de burla.

– Tú no eres una princesa, eres más una chica salvaje que vive en el bosque.

Por ese comentario se ganó un puñetazo en el hombro, con el cual empezó a reír. Se quejó un poco, pero sabía de sobras que no le había hecho nada de daño.

– Va enséñame, princesita – Volvió a burlarse.

– Cállate viejo, y coloca una flecha.

– ¿A quién llamas tú viejo, eh? –Dijo volviendo a bajar el arco.

Oímos unos pasos que indicaban que alguien se estaba acercando a nosotros. Los dos dirigimos las miradas hacia esa persona.

– Os lo tomáis en serio o te vas a ayudar con las armas, Edmund –Dijo Peter.

– Vamos Peter, no seas así de serio, solo hablábamos un poco durante el entrenamiento…

– Entrenamiento el cual no te tendría que estar dando Sophia –Dijo interrumpiendo a su hermano pequeño–. Tiene unos cuantos más faunos que entrenar mañana por la mañana, agradecería que no le hicieras perder el tiempo. A parte, ¿des de cuando usas arco?

Ed, refunfuñando, dejó con un golpe seco el arco en la mesa de antes, se dio la vuelta y se me quedó mirando.

– Lo siento, Sophia. Siento tener un hermano tan idiota. Nos vemos en la cena –Dijo guiñándome un ojo, intentando esconder lo enfadado que estaba.

– Tranquilo, nos vemos más tarde –Le dije mientras se alejaba.

Empecé a guardar las flechas en los carcajes y limpié los arcos que habíamos estado utilizando durante el día. Normalmente no me importaba hacerlo, pero hoy no me apetecía tener que soportar la presencia de Peter a mi lado. Mirándome.

– Vale –Dije soltando el arco que limpiaba en ese momento–. ¿Quieres algo, Peter? Por qué se que tienes más cosas de las que encargarte.

– Solo pensaba.

– ¿Pensabas?

– Sí – Antes de que pudiera preguntar en que estaba pensando este completo idiota justamente ahora, continuó hablando–. Pensaba en lo que me dijiste hace unas noches. Ya tenemos pensado todo el asalto al castillo, y si no llega a ser por tu idea e información sobre las torres no hubiera podido continuar con el plan. Solo quería que lo supieras.

– ¿Entonces como agradecimiento me dejas ir? – Pregunté con una sonrisa.

Él desvió la mirada de mí y empezó a jugar con las puntas de las flechas que había aún esparcidas por la mesa.

– Eso no es cosa mía, sino de tu hermano.

– Eso es un no, ¿verdad? –Dije mirándolo directamente–. ¡Sabes que soy buena con el arco, os puedo ayudar! Yo no puedo convencer a mi hermano, pero tú…

–Yo tampoco y lo sabes –Dijo serio, esta vez mirándome a los ojos.

– Puedes obligarle, eres el sumo monarca –Supliqué. Y la verdad, es que nunca me había alegrado tanto de que lo fuera hasta este momento.

– No lo haré. Se lo importante que es para una un hermano mayor sus hermanos pequeños. Es su decisión.

– Pensaba que por lo menos lo intentarías. Me lo debes –Continué.

– No te debo nada. Esta guerra es por vosotros.

– ¿Estás diciendo que esta guerra es culpa de mi hermano y mía? – Le grité, ya enfadada.

– Es exactamente lo que quiero decir –Dijo él todavía más serio que antes.

De golpe el silencio reinó en la sala. Y sabía exactamente por qué. No fue porque alguien hubiera salido herido en otra parte de la habitación. No fue porque la gente se sorprendió al vernos discutir a Peter y a mí –cosa con la que ya estaban acostumbrados–. Fue, exactamente, por el ruido que causó mi mano en su mejilla izquierda.

Por la mañana Susan me despertó para que fuera a desayunar con ella y después me pusiera a entrenar a más narnianos. Ella sabía que le agradecía que me despertara, ya que yo soy una dormilona, pero con lo poco que había podido dormir aquella noche, la odié profundamente cuando me despertó.

– Caspian me contó lo de vuestra discusión –Dijo una vez nos sentamos a desayunar.

– Supuse que lo haría.

– ¿Por qué?

– Porque él confía en ti Susan.

Ella se sonrojó por mi comentario.

– No te enfades con él –Dijo minutos más tarde–. Solo intenta protegerte.

– Lo sé, pero yo también tengo derecho a luchar.

Y así acabó nuestra conversación. Las dos acabamos de desayunar nos despedimos y casa una siguió su camino. No me llevo mal con Susan, pero realmente no quería que se interpusiera entre mi hermano y yo. Que hayamos discutido no era asunto ni suyo, ni de nadie. De camino a la sala de entrenamiento me coche con Peter. Iba sudado y son su espada en la mano, así que supuse que acababa de acabar de entrenar.

– Hola –Dije avergonzada por el golpe.

– Buenos días –Dijo él.

Y como siempre pasaba, después de unos incómodos segundos callados mientras nos mirábamos, hablé.

– Peter, quería agradecerte todo lo de la noche pasada. Gracias por contarme lo que habías descubierto.

– No tienes porque agradecérmelo, tienes todo el derecho de saberlo.

– Ya… En cuanto a derecho… Podríamos no contarle nada a Caspian –Él me miró sorprendido–. Aún, quiero decir. No hasta que tengamos pruebas o algo. Mi hermano, aunque no lo parezca, puede ser muy cabezón, y si se lo contamos… Irá a por Miraz hoy, y tu plan se irá a pique.

Él me miraba serio, mientras hablaba y sabía que él pensaba que tenía razón.

– De acuerdo. Pero recuerda que tiene derecho a saberlo.

– Se lo diré mañana, no te preocupes.

************

Durante el resto de la mañana estuve escuchando todo lo que hablaban los narnianos durante los entrenamientos. Me fui enterando de detalles de lo que Peter había planeado para aquella noche. El asalto. Me había enterado de suficientes cosas, pero si no llega a ser por Edmund, y por el interrogatorio que le hice durante la comida, no me hubiera enterado realmente de todo.

Decidieron dividir en dos grupos a todos los soldados que participarían en el asalto. El primer grupo iría volando gracias a los hipogrifos que se habían unido a nuestra causa. Una vez el primer grupo estuviera dentro del castillo, abrirían las puertas y el segundo grupo entraría por ellas. Supongo que lo que venía después ya os lo podéis imaginar.

Sabía que mi única opción era ir volando, ya que si me veían en el segundo grupo, no me dejarían ir, así que soborné al hipogrifo más rápido para que volviera después de haber dejado a sus narnianos asignados y me llevara volando a mi también.

Una vez puse los pies en una de las torres, empecé a ejecutar mi propio plan. Iba a ir contra Miraz.

Me sabía de memoria el recorrido que iban a llevar a cabo todos para llegar a la puerta, así que durante la tarde estuve trazando un mapa mental de que pasillos podría utilizar para llegar a las estancias de Miraz. No me preocupaba cruzarme con algún narniano, ellos no me dirían nada por mi estatus de princesa, pero si algún rey del pasado o Caspian me veía, lo tenía crudo.

Baje sigilosa pero rápidamente las escaleras de la torre. Por suerte, no había ningún soldado, así que supuse que ya habrían acabado con los de aquella torre minutos antes. Suerte para mí, pero esto me indicaba que tenía que tener más cuidado, mi hermano podría estar cerca. Abrí una puerta y salí a un pasillo, me lo conocía de memoria. Me dirigí hacia la derecha y luego hacia la izquierda, pero al girar me choque con un guardia.

Saqué mi espada y luché contra él. Deseaba que los ruidos del choque de espadas no fueran tan ensordecedores como me parecían a mí, ya que el ruido alertaría a otros guardias de la zona. La lucha duró más de lo que pensaba, pero al final pude continuar mi camino. Mi siguiente movimiento fue hacia la izquierda, exactamente hacia unas escaleras que me llevarían a unas estancias un piso más arriba. Antes de ir a por Miraz tenía que ir a ver al profesor. Su sala habitual estaba desierta, así que supuse que estaría durmiendo, no tenía tiempo para ir a buscarle.

Con suerte Caspian se lo habría encontrado. Sé que no se olvidaría de él. Volví a emprender mi camino, esta vez bajando las escaleras y dirigiéndome hacia otra torre que me llevaría a las estancias de Miraz.

Pero, como que la suerte nunca está de mi parte, coincidí con Caspian y dos de los reyes del pasado en la estancia de Miraz. Y no de la mejor forma.

Caspian estaba apuntando el cuello de Miraz con su espada, este estaba de pie en pijama, al lado de la cama y su mujer, mi tía Prunaprismia estaba apuntando a mi hermano con una ballesta; Susan de pie cerca de la puerta, apuntaba a mi tía con su arco y Peter estaba a su lado vigilando la puerta, con su espada en mano. Él fue el primero en verme llegar. El segundo fue Miraz.

– Sophia cielo, podrías explicarles a vuestros amigos que esto es una estancia privada.

Mi hermano, por suerte no se dio la vuelta.

– Déjate de trucos Miraz –Dijo mi hermano.

– ¡Se puede saber qué hacéis los dos! Tú no deberías estar aquí –Dijo Peter señalándome enfadado– y tú, Caspian, deberías estar abriendo la puerta.

Entonces mi hermano se dio cuenta de que realmente estaba aquí, pero no dejó perdió de vista en ningún momento a su objetivo, Miraz.

– ¡No! ¡Esta noche, quiero saber la verdad! –Entonces dio un paso hacia adelante, y Miraz asustado acabó arrinconado contra la ventana– ¿Asesinaste tú a nuestro padre?

Aunque Caspian, Susan y mi tía eran el único armado en la discusión, la verdadera batalla en ese momento era de miradas. Exactamente de mi mirada contra la de Peter. Se lo había contado.

– ¿A sí que es por eso?

Caspian estaba desorientado.

– Dijiste que fue un accidente… –Dijo Prunaprismia.

– Y así fue, más o menos.

Entonces me di cuenta de lo que realmente estaba pasando. Me di cuenta de toda aquella situación. Ese enfrentamiento ahora ya no tenía sentido. Yo solo había venido para hacer eso, para que Miraz escupiera la verdad… Ahora Miraz ya había reconocido haber asesinado a nuestros padres. Había sido él y merecía pagar por ello. Pero no ahora, cuando todo un pueblo, nos necesitaba. Los narnianos nos esperaban allí fuera.

– Caspian, esto no va a solucionar nada –Dije.

– Los Telmarinos no tendríamos nada de no haberlo hecho – Dijo Miraz–. Vuestro padre también lo sabía.

– Como pudiste hacerlo… – Dijo Prunaprismia.

– ¡Por lo mismo que tú apretaras el gatillo! –Dijo alterado, mientras la señalaba, con la mano derecha. Yo preparé una flecha en mi arco–. Por nuestro hijo – Y esta vez fue él quien dio un paso hacia adelante y Caspian reculo. Un hilillo de sangre le bajaba por el cuello a Miraz.

– ¡Quieto! – Grité apuntándole – ¡No te muevas!

– Debes decidirte, querida –Le dijo a mi tía–. Quieres que nuestro hijo sea rey… ¡O quieres que sea convierta en lo que son Caspian y Sophia!… ¡Un huérfano!

Mi tía asustada y ya llorando empezó a gritar y disparó. Le dio exactamente a Caspian en el hombro izquierdo y este bajo la espada. Miraz empezó a huir por otra puerta. Mi flecha salió disparada, pero ni siquiera le rozó, en cambio la de Susan que quedo clavada en el marco de la puerta. Me temblaban las manos mientras mi tía seguía gritando, tumbada en la cama.

Unas campanas empezaron a sonar por todo el castillo avisando a todos los soldados de que había intrusos. Pensaba que nunca oiría esas campanas sonar.

Peter, Susan, Caspian y yo empezamos a correr por el pasillo por el que habíamos venido. Caspian se apretaba la herida del brazo mientras corríamos y yo no sabía que decirle. Seguimos corriendo hasta que nos encontramos en medio de tres cruces. Peter escogió el camino de la derecha y Susan le gritó.

– ¡Nuestros hombres aguardan fuera, vamos! – Y continuó corriendo.

– ¡Voy con él! – Le grité a Susan y a Caspian. Y ellos siguieron recto, por el camino que debería haber escogido Peter.

Iba unos pasos atrás suyo mientras corriamos. Cuando giramos hacia la izquierda nos encontramos con dos soldados. El mejor plan era ir hacia la derecha, pasar de los soldados e ir a abrir la puerta, pero cuando nos giramos teníamos a dos soldados también detrás. El se abalanzó contra los dos soldados del pasillo de la izquierda, mientras que yo les disparaba a los de la derecha. Con suerte tardamos mucho menos que yo sola con el primer soldado que me había encontrado.

– ¡No deberías estar aquí! – Me gritó Peter mientras corríamos por las escaleras del pasillo de la izquierda, hacia abajo.

– ¡Y tú no deberías habérselo contado a mi hermano!

– ¡Yo no se lo he contado! – Respondió él enfadado mientras empezaba a luchar contra otro soldado que subía por las escaleras.

Yo de mientras, les disparaba a dos soldados que estaban al pie de las escaleras, cuando acabé con ellos, le disparé en la pierna derecha al soldado que seguía luchando con Peter, después él le dio el golpe de gracia.

Seguimos corriendo hacia la puerta mientras discutíamos.

– ¡Si no se lo has dicho tú, quien ha sido! – Le grite una vez estábamos ya en la plaza de la puerta del catillo.

Peter dio un sprint  hacia la puerta, mientras le gritaba a Edmund y desenvainaba la espada contra los nuevos soldados que teníamos delante. Yo seguía detrás con el arco.

– ¡Ahora Ed, corre! ¡Avisa a las tropas!

– ¡Estoy un poquito ocupado! – Gritó como respuesta Edmund.

Yo levante la vista hacia la dirección de su voz y le vi forcejenado contra un soldado Telamarino al borde del muro de una de las torrecitas. Disparé hacia el pecho del soldado y di en el blanco. El soldado dejó de hacer fuerza y se desplomó en el suelo. Edmund se giró y me vio, me sonrió como agradecimiento, pero su sonrisa no duro ni un segundo.

– ¡Cuidado, Sophia! – Gritó él de repente.

Yo dirigí la mirada hacia el frente y vi como venia un soldado corriendo hacia mí con la espada por encima de los hombros. Me asusté y reculé, tiré mi arco al suelo e intenté sacar mi espada de su vaina, con la mala suerte que tenia me choque contra una de las columnas de la plaza y no pude sacar la espada a tiempo. De verdad pensaba que aquí acabaría mi vida. Pero de la nada vi como el soldado caía de rodillas al suelo mientras soltaba su espada y se llevaba las manos a la barriga. Peter apareció detrás de él con la espada sucia de sangre.

– ¡Sophia, ves a la puerta! –Fue lo único que me dijo.

Ahora sí que no sabía cómo agradecerle lo que había hecho por mí, así que arranqué a correr todo lo que pude hacia la gran puerta para abrirla. Peter corrió a mi lado y mientras yo intentaba abrir esa gran puerta girando la rueda de madera, él me cubría las espaldas. Segundos más tarde llegaron Caspian y Susan, así que Peter decidió ayudarme a abrir la puerta.

– ¡Peter, es demasiado tarde! – Dijo Susan –. ¡Tenemos que salir enseguida!

– ¡Todavía puedo lograrlo! – Dijo él.

Y los dos seguimos girando la rueda de madera. De repente empezamos a oír un montón de gritos de los soldados y las antorchas que estos llevaban empezaron a iluminar toda la plaza.

–¡Ayudadnos! – Grité.

Y así hicieron, los cuatro empezamos a girar con fuerza la rueda y con más rapidez. Al mismo tiempo el puente levadizo fue bajando, así que supuse que por lo menos una parte del plan había salido bien.

– ¿Exactamente por quien haces esto Peter? – Oí que le preguntaba Susan a su hermano, el la fulminó con la mirada. No sabía de qué iba todo eso, pero preferí no meterme, ya que a mí no me gusto que Susan que hubiera metido entre los problemas que tenia con mi hermano.

Entonces desde la torre donde estaba Edmund empezó a parpadear una luz. La señal. El segundo grupo de narnianos empezaron a correr por el puente de piedra que separaba la ciudadela del reino del puente levadizo del castillo. Nosotros seguimos girando la rueda hasta que la puerta estaba abierta del todo, justo en ese momento entraron a la plaza del castillo el segundo grupo de narnianos. Susan, Caspian, Peter y yo nos giramos a la vez. Susan preparó una flecha en su arco y los demás desenvainamos nuestras espadas. Entonces Peter gritó:

– ¡Por Narnia!