Coffee Shop.

Ficha:

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Como todas las mañanas, me dirigí a la cafetería; como rutina diaria. Pedí dos tazas de café: la primera, con poca azúcar, caliente y sin espuma. Espolvoreado con canela. Tal como lo pido siempre, como a mí me gusta. La segunda taza, alta en azúcar, muy caliente y con mucha espuma. El favorito de ella. Aun lo ordeno, aunque ya no se encuentra sentada frente a mí, con las mejillas coloradas y abrigada hasta las orejas.
Con el ceño fruncido, apenas me llevo la taza de café a la boca, tomando pequeños sorbos, que bajan por mi garganta, calentando mi frio interior. La gente de las mesas vecinas, me observaban con curiosidad, miraban al chico con el seño fruncido y la vista triste en una mesa para dos, con dos tazas de café; con una que apenas probaba y con la otra reposando sin ser tocada, como si esperara ser bebida por alguien.
Aun la espero, aun espero que ella se siente en esa silla bacía y se lance precipitadamente a la taza de café. Aclarando su ceño con una sonrisa de alivio al sentir el líquido caliente en su interior, empampándose esos finos labios, sacándome una sonrisa con su bigote de espuma.
La extraño, la extraño a muerte. Pero por más que la busque, que grite su nombre; ella no volverá, esos ojos miel llenos de vida no volverán a mirarme con ternura.
La amo, aun la amo. Sé que han pasado ya un año, pero aun me rehusó a olvidarla. Sigo visitando nuestra cafetería favorita, donde la siento más cerca. Me trae tantos recuerdos; el café, la mesa, todo.
Mi taza se calentó, la canela se disolvió y el sabor amargo volvió. Su taza, frente a mí,  ya fría también, sin rastro de espuma. Se había ido. Los clientes iban y venían, y yo aun me encontraba allí sentado, esperando.
—Mijo, ya es medio día. Vamos a cerrar, siento tener que echarlo, pero debe pagar la cuenta y dejar el local  —la anciana me miro con preocupación, como lo había hecho todos los días, de el último año.
—Lo sé abuela, perdóneme de nuevo —deje el dinero en la mesa, y me levante camino hacia la puerta, hacia la vida.
—Espera —me tomo del codo, y me di la vuelta, para verla  —mijo, se que la amas demasiado, pero debes dejarla ir. Aun eres joven cariño, vive la vida que es corta y se feliz ¿no crees que eso es lo que ella quiere?  —me abrazo y no pude evitar aguantar las lagrimas. Ella estaba en lo cierto. Respondí el abrazo. Luego la abuela tomo mis mejillas y las seco - ¿lo harás? Prométemelo mijo, prométeme que serás feliz  —asentí, y por primera vez lo hice en serio.
Salí del local, y tome un taxi hacia ella.
Deposite la rosa blanca sobre la lapida, y de rodillas remarque y acaricie con los dedos su nombre mi corazón se desplomo y no pude evitar sollozar.
El cáncer la mato, ella jamás me escucho y yo no tuve mucha valentía para hablarle y hacerle entender el mal que se estaba causando ella misma, jamás tuve ese don al hablar —Lo que maldigo de mi —Y ella también era muy terca como para escucharme o escuchar  a quienes la amaban y la querían proteger y verla vivir hasta morir de vejez, yo quería envejecer con ella mientras mirábamos crecer a nuestros hijos, nietos, y si dios no lo hubiera permitido, bisnietos también.  Morir a su lado, tomando su arrugada mano y no su fría y pálida mano, la cual ni reaccionaba a mi tacto.  Me dolía tanto verla sufrir en aquel frió hospital envuelta en cables y sin el brillo de sus ojos. Odiaba que viviera de una máscara de oxigeno, que fuera el único soporte para sus pulmones. Moría lentamente al ver como se agitaba y se le iba el oxigeno al hablar, ella que tanto se le facilitaba tener de que hablar, ella que se desesperaba por que hubieran espacios en silencio en una conversación, ella que me hacia reír.
Ella…
Al final, no pudo soportarlo más. La nicotina había invadido por completo sus pulmones. Llore como jamás lo había hecho, y quise ir con ella, o retroceder el tiempo y vivir junto a ella cada segundo de nuestra existencia, sin desgastar uno solo. Pero era tarde, muy tarde.
—Te amo y jamás dejare de amarte—La última lágrima broto, y dolió tanto que pensé que era sangre lo que lloraba.
Poco a poco, por más lento que sea, mis lágrimas se secaran con el tiempo, mi corazón sanara y al fin podre sonreír. Lo haré por ella.

Hey tu! abre: