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Mensaje por Invitado Sáb 13 Sep 2014, 8:11 am


Capítulo 20

La familia de la reina se quedó solo unos días, mientras que los invitados de Swendway permanecieron allí toda una semana. Les dedicaron una sección en el Report, en la que hablaron de relaciones internacionales y de las iniciativas para reafirmar la paz en ambas
naciones.
Cuando se fueron, llegó otra cosa: la tranquilidad. Ya llevaba un mes en palacio, y me sentía como en casa. Mi cuerpo se había acostumbrado al nuevo clima. La calidez del palacio era estupenda, como estar de vacaciones. Septiembre ya casi había acabado, y por las noches refrescaba mucho, pero hacía mucho más calor que en casa. Aquel enorme lugar, con sus diferentes espacios, ya no era un misterio para mí. El sonido de los zapatos de tacón sobre el mármol, de las copas de cristal al brindar, de los guardias desfilando…, todo aquello empezaba a ser tan normal como el zumbido de la nevera o las patadas que le daba Gerad a la pelota de fútbol junto a mi casa.
Las comidas con la familia real y los ratos pasados en la Sala de las Mujeres eran elementos habituales de mi día a día, pero los momentos intermedios siempre eran nuevos. Pasaba más tiempo ensayando mi música; los instrumentos de palacio eran mucho mejores que los que tenía en casa. Debía admitir que me estaban malacostumbrando. La calidad del sonido era infinitamente mejor. Y la Sala de las Mujeres había adquirido un poco más de interés, ya que la reina se había presentado un par de veces. En realidad aún no había hablado con ninguna, pero se sentaba en una cómoda butaca con sus doncellas al lado, observando cómo leíamos o conversábamos.
En general, los ánimos también se habían calmado. Nos estábamos acostumbrando las unas a las otras. Por fin descubrimos las preferidas de la revista que había publicado nuestras fotografías. Me quedé impresionada al ver que era de las que iba en cabeza. Jessica era la primera de la clasificación, seguida de Kriss, Tallulah y Bariel. Cuando Celeste se enteró, no le habló a Bariel durante días, pero nadie hizo ni caso.
Lo que aún provocaba tensión eran ciertos rumores que corrían por ahí. Si una había estado con Harry recientemente, enseguida corría a contar su breve encuentro. Por el modo en que hablaban todas, daba la impresión de que Harry iba a tomar seis o siete esposas. Pero no todas estaban tan eufóricas ante sus encuentros.
Por ejemplo, Jess había salido varias veces con Harry, lo cual tenía a muchas chicas intranquilas. Aun así, nunca volvió tan emocionada de ninguna de esas citas como tras la primera.
—_____, si te cuento esto, tienes que jurar que no se lo dirás a nadie —me dijo un día mientras salíamos al jardín.
Debía ser algo importante. Esperó a que estuviéramos a una distancia prudencial de la Sala de las Mujeres y fuera de la vista de los guardias.
—Por supuesto, Jess. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Es solo… que quiero que me des tu opinión sobre una cosa —soltó, con aspecto preocupado.
—¿Qué pasa?
Ella se mordió el labio y me miró.
—Es Harry. No estoy segura de que vaya a funcionar —confesó, y bajó la mirada.
—¿Qué te hace pensar eso? —pregunté, preocupada. Ahora que ya lo había soltado, seguimos caminando.
—Bueno, para empezar, yo no… No «siento» nada, ¿sabes? No hay chispa, no hay química.
—Harry puede ser un poco tímido. Tienes que darle tiempo. —Era cierto. Me sorprendía que ella no lo supiera.
—No, quiero decir que… no creo que «a mí» me guste.
—Oh. —Eso era muy diferente—. ¿Ya lo has intentado? —Qué pregunta más idiota.
—¡Sí! ¡Con todas mis fuerzas! No paro de buscar el momento en que diga o haga algo que me haga sentir que tenemos algo en común, pero nunca llega. Creo que es guapo, pero eso no basta como base para una relación. Tampoco sé siquiera si le atraigo. ¿Tú tienes alguna idea de lo que…, de lo que le gusta?
Lo pensé.
—En realidad no. Nunca hemos hablado de lo que busca, en cuanto al aspecto físico.
—¡Y eso es otra cosa! Nunca charlamos. Él habla y habla, pero nunca parece que tengamos nada que decirnos. Nos pasamos mucho tiempo en silencio, viendo alguna película o jugando a las cartas.
Parecía cada vez más preocupada.
—A veces a mí también me pasa. Nos sentamos y nos quedamos callados, sin decir nada. Además, sentimientos así no siempre surgen de la noche a la mañana. A lo mejor los dos os lo estáis tomando con calma —dije, intentando infundirle seguridad.
Jessica parecía estar a punto de echarse a llorar.
—Sinceramente, _____, creo que el único motivo de que yo siga aquí es que le gusto mucho a la gente. Creo que a él le importa demasiado la opinión pública.
Aquello no se me había ocurrido, pero ahora que lo había dicho sonaba plausible. Tiempo atrás yo no habría dado importancia a lo que pensara el público, pero Harry adoraba a su pueblo. Seguro que, a la hora de escoger a la que tenía que ser su princesa, lo tendría en cuenta mucho más de lo que la gente pensaba.
—Además —susurró—, todo entre nosotros parece tan… vacío.
Entonces llegaron las lágrimas.
Suspiré y la abracé. Lo cierto era que yo quería que se quedara, que estuviera allí, conmigo, pero si no quería a Harry…
—Jess, si no quieres estar con Harry, creo que tendrías que decírselo.
—Oh, no. No creo que pueda.
—Tienes que hacerlo. Él no desea casarse con alguien que no le ame. Si no sientes nada por él, tiene que saberlo.
Ella negó con la cabeza.
—¡No puedo pedirle que me eche! Necesito quedarme. No podría volver a casa… Ahora
no.
—¿Por qué, Jessica? ¿Qué es lo que te retiene?
Por un momento me pregunté si las dos compartíamos el mismo oscuro secreto. A lo mejor ella también necesitaba distanciarse de alguien. La única diferencia entre nosotras era que Harry conocía mi secreto. ¡Yo quería que lo dijera! Deseaba saber que no era la única que había acabado allí por un cúmulo de ridículas circunstancias.
Sin embargo, las lágrimas de Jessica cesaron casi con la misma rapidez que habían empezado. Se sorbió la nariz un par de veces y levantó la cabeza. Se alisó su vestido, echó los hombros atrás y se giró hacia mí. Se esforzó en sonreír y por fin habló:
—¿Sabes qué? Supongo que tienes razón —dijo, echando a andar—. Estoy segura de que, si le doy tiempo, funcionará. Tengo que irme. Tiny me espera.
Jess volvió al palacio casi a la carrera. ¿Qué bicho le había picado?
Al día siguiente, me evitó. Y el siguiente también. Decidí sentarme en la Sala de las Mujeres a una distancia prudencial y saludarla cada vez que nos cruzáramos. Quería que supiera que podía confiar en mí; no la obligaría a hablar.
Tardó cuatro días en dedicarme una sonrisa triste, ante la que me limité a asentir. Daba la impresión de que eso era todo lo que tenía que decir de lo que le rondaba por la cabeza.
El mismo día, mientras estaba en la Sala de las Mujeres, vinieron a decirme que Harry solicitaba mi presencia. Mentiría si no admitiera que estaba flotando cuando salí de la sala y fui a echarme en sus brazos.
—¡Harry! —suspiré, lanzándome hacia él.
Cuando me eché atrás, él se mostró vacilante y yo supe por qué. El día que nos habíamos alejado de la recepción preparada para los reyes de Swendway y habíamos entrado en palacio para hablar le había confesado lo que me costaba gestionar mis sentimientos. Le pedí que no volviera a besarme hasta que estuviera más segura. Me di cuenta de que aquello le dolía, pero había aceptado mi decisión y aún no había roto su promesa. Era demasiado difícil descifrar aquellos sentimientos cuando actuaba como si fuera mi novio, y evidentemente no lo era.
Aún quedaban veintidós chicas después de que Camille, Mikaela y Laila hubieran vuelto a casa. Camille y Laila, simplemente, eran incompatibles con el príncipe, y se fueron sin hacer mucho ruido. Mikaela tuvo un ataque de nostalgia tan intenso que dos días más tarde se echó a llorar durante el desayuno. Harry la acompañó mientras salía del comedor, dándole palmaditas en el hombro. No parecía que le importara que se marcharan, y enseguida se dedicó a otras cosas, yo entre ellas. Pero ambos sabíamos que sería una tontería que pusiera todas sus esperanzas en mí, cuando ni siquiera yo sabía dónde tenía el corazón.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó, dando un paso atrás.
—Perfectamente. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando?
—El presidente del Comité de Infraestructuras está enfermo, así que han aplazado la reunión. Tengo libre toda la tarde —anunció, con un brillo en los ojos—. ¿Qué quieres hacer? —preguntó, tendiéndome su brazo.
—¡Lo que sea! ¡Hay tantos rincones del palacio que aún no he visto! Hay caballos, ¿no? Y el cine. ¡Aún no me has llevado!
—Pues hagamos eso. Me irá bien un poco de calma. ¿Qué tipo de películas te gusta más? —preguntó, mientras nos dirigíamos hacia donde imaginaba que estaba la escalera que conducía al sótano.
—La verdad es que no lo sé. No he tenido ocasión de ver muchas películas. Pero me gustan los libros románticos. ¡Y también las comedias!
—¿Te gusta lo romántico, dices? —Y levantó las cejas como si fuera a hacer una travesura.
No pude evitar reírme.
Giramos una esquina y seguimos charlando. Al irnos acercando, un grupo de soldados de la guardia de palacio se echaron a un lado del pasillo y saludaron. Debía de haber más de una docena de hombres en el pasillo. Ya me había acostumbrado a su presencia. Ni siquiera ver a aquel grupo pudo distraerme de la diversión que tenía en perspectiva.
Lo que sí me detuvo fue el grito ahogado que se le escapó a alguien cuando pasamos por delante. Harry y yo nos giramos.
Y ahí estaba Aspen.
Yo también reprimí un grito.
Unas semanas antes había oído a algún funcionario de palacio hablando del nuevo reemplazo de reclutas. Aquello me hizo pensar en Aspen por un momento, y desde entonces me había preguntado por su paradero. Pero como llegaba tarde a una de las numerosas clases de Silvia, no había tenido tiempo de especular demasiado.
Así que por fin lo habían reclutado. Y de todos los lugares a los que podía haber ido…
—_____, ¿conoces a este joven?
Hacía más de un mes que no veía a Aspen, pero aquella era la persona con la que llevaba años haciendo planes, la persona que aún visitaba mis sueños. Lo habría reconocido en cualquier parte. Se le veía algo más fornido, como si hubiera comido bien, y debía de estar haciendo mucho ejercicio. Le habían cortado su enmarañado pelo y ahora lo llevaba muy corto, prácticamente rapado. Estaba acostumbrada a verlo vestido con prendas de segunda mano que apenas se sostenían, mientras que ahora lucía uno de los vistosos uniformes hechos a medida para la guardia del palacio.
Era alguien extraño y familiar a la vez. Había muchas cosas de él que me resultaban raras. Pero aquellos ojos… eran los ojos de Aspen.
Se me fue la vista a la placa identificativa de su uniforme: soldado Leger.
No me parecía que solo hubiera pasado un segundo.
Intenté mantener la compostura para que nadie viera la tormenta que se había desatado en mi interior, algo inexplicable. Quería tocarlo, besarle, gritarle, exigirle que se fuera de mi refugio. Deseaba fundirme y desaparecer, pero estaba muy claro que seguía allí.
Todo aquello no tenía sentido.
Me aclaré la garganta.
—Sí. El soldado Leger procede de Carolina. De hecho es de mi misma ciudad —
respondí, con una sonrisa.
Seguro que Aspen nos habría oído reír a la vuelta de la esquina, seguro que habría notado que mi brazo seguía colgado del brazo del príncipe. Que pensara lo que quisiera.
Harry parecía contento por mí.
—¡Vaya, qué coincidencia! Bienvenido, soldado Leger. Debe de estar muy contento de ver a nuestra campeona otra vez.
Harry le tendió la mano, y Aspen, que se había quedado de piedra, se la estrechó.
—Sí, alteza. Muchísimo.
¿Qué significaba aquello?
—Estoy seguro de que usted apuesta por ella —apuntó Harry, mientras me guiñaba el
ojo.
—Por supuesto, alteza —repuso Aspen, inclinando la cabeza un poco.
¿Qué significaba eso?
—Excelente. Dado que _____ es de su provincia, no se me ocurre nadie mejor en palacio para que la proteja. Me aseguraré de incluirle en las rotaciones para montar guardia en su puerta. Esta chica se niega a tener una doncella en la habitación por la noche. He intentado convencerla, pero… —Harry me miró y meneó la cabeza.
—Eso no me sorprende, alteza —respondió Aspen, que por fin parecía haberse relajado un poco.
Harry sonrió.
—Bueno, estoy seguro de que todos tienen un día muy ocupado por delante. Nosotros nos vamos. Buenos días, soldados. —Harry hizo un gesto expeditivo con la cabeza y nos fuimos de allí.
Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no mirar atrás.
En la oscuridad del cine, intenté pensar qué podía hacer. Desde la primera noche en que le había hablado de Aspen, Harry había dejado clara su repulsa por alguien que me había tratado con tan poco respeto. Si le confesaba que el hombre al que acababa de asignar mi protección era esa misma persona, ¿le castigaría? No quería ponerlo a prueba. Había inventado todo un sistema de apoyo para el país solo porque yo le había hablado de los momentos de hambre pasados.
No podía decírselo. No se lo diría. Porque, por muy enfadada que estuviera con él, aún quería a Aspen. Y no podría soportar que le hicieran daño.
Entonces… ¿debería marcharme? Las dudas me reconcomían por dentro. Podía huir de Aspen, librarme de su rostro, un rostro que me torturaría a diario cuando lo viera, sabiendo que ya no era mío. Pero si me iba, tendría que abandonar también a Harry. Y él era mi mejor amigo, quizás incluso algo más. No podía irme así como así. Además, ¿cómo se lo explicaría sin decirle que Aspen estaba allí? Y mi familia. Quizá los talones que recibían fueran algo menores, pero al menos les seguía llegando. May había escrito diciéndome que papá les había prometido las mejores Navidades de sus vidas, pero si renunciaba nunca más habría unas Navidades tan buenas. Si me iba, era imposible saber cuánto dinero le acarrearía a mi familia mi fama como exseleccionada. Teníamos que ahorrar todo lo que pudiéramos.
—No te ha gustado, ¿verdad? —preguntó Harry, casi dos horas más tarde.
—¿Eh?
—La película. No te has reído, ni nada.
—Oh. —Intenté recordar algún dato, alguna escena que pudiera decir que me hubiera gustado. No recordaba nada—. Creo que hoy estoy algo distraída. Siento haberte hecho perder la tarde.
—Tonterías —dijo Harry, quitándole importancia—. Disfruto solo con tu compañía. Aunque quizá deberías echar una siesta antes de la cena. Estás algo pálida.
Asentí. Lo cierto es que me estaba planteando meterme en mi habitación y no volver a salir nunca más.
¡HOOLA!:
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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 9 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Sáb 13 Sep 2014, 9:15 am


Capítulo 21

Al final decidí no ir a esconderme a la habitación, sino que me decanté por la Sala de las Mujeres. Generalmente entraba y salía de allí durante todo el día, visitando las bibliotecas, dando paseos con Jessica o incluso subiendo a ver a mis doncellas. Pero ahora la usaba como una guarida. Ningún hombre, ni siquiera los guardias, podían entrar sin el permiso expreso de la reina. Era el lugar perfecto.
Bueno, fue perfecto durante tres días. Con tantas chicas, era solo cuestión de tiempo que llegara el cumpleaños de alguna. El jueves era el de Kriss. Supongo que se lo mencionaría a Harry —que aparentemente no perdía ninguna ocasión de hacer algún regalo—, y el resultado fue una fiesta de asistencia obligatoria para las seleccionadas. Así que el día en cuestión hubo un ir y venir de chicas continuo, que entraban y salían de las habitaciones, preguntándose unas a otras qué ponerse o haciendo cábalas sobre la majestuosidad de la fiesta.
No parecía que hubiera que hacer regalos, pero igualmente quise tener un detalle con
ella.
Me puse uno de mis vestidos de día favoritos y cogí mi violín. Me dirigí al Gran Salón intentando que nadie me viera, mirando tras cada esquina antes de avanzar. Cuando llegué, escruté el lugar, examinando a los guardias apostados en las paredes. Gracias a Dios, Aspen no estaba allí, pero me hizo gracia ver a tantos hombres uniformados. ¿Qué esperaban? ¿Un alzamiento?
El salón estaba decorado con gran elegancia. Había jarrones colgados de las paredes, con enormes arreglos de flores blancas y amarillas, y unos ramos similares en centros repartidos por la estancia. Las ventanas, los tabiques y prácticamente todo lo que no se movía estaba cubierto de guirnaldas. Había unas mesitas cubiertas con vistosos manteles salpicados de confeti brillante. Y unos grandes lazos decoraban los respaldos de las sillas por detrás.
En una esquina había un enorme pastel a juego con los colores de la habitación. Y a su lado, sobre una mesita, unos cuantos regalos para la cumpleañera.
Había un cuarteto de cuerda junto a una pared, lo que hacía que mi iniciativa perdiera toda su gracia, y un fotógrafo se paseaba por la habitación, captando instantáneas para compartir con el público.
En la habitación reinaba un ambiente festivo. Tiny —que hasta ahora solo había conseguido intimar con Jess— hablaba con Emmica y Jenna, y se la veía más animada que nunca. Jess estaba junto a una ventana, y parecía que montaba guardia como los soldados. No parecía tener ninguna intención de alejarse de aquel rincón, pero paraba a todo el que pasaba para charlar. Un grupo de Treses —Kayleigh, Elizabeth y Emily— se giraron, sonrientes, y me saludaron con la mano. Les devolví el saludo. Todo el mundo parecía estar feliz y de buen humor.
Salvo Celeste y Bariel. Generalmente eran inseparables, pero en aquel momento se encontraban en extremos opuestos de la habitación: Bariel hablaba con Samantha; Celeste estaba sola en una mesa, agarrando una copa de cristal con un líquido de un color rojo intenso. Estaba claro que me había perdido algo de lo que había ocurrido entre la cena del día anterior y aquel momento.
Cogí de nuevo la funda de mi violín y me dirigí al fondo de la sala para ver a Jessica.
—Hola, Jess. Vaya fiesta, ¿no? —pregunté, dejando el violín en el suelo.
—Desde luego. —Me abrazó—. He oído que Harry vendrá más tarde para desearle a Kriss feliz cumpleaños en persona. ¿No es encantador? Supongo que él también tendrá un regalo.
Jessica siguió adelante con su típico entusiasmo. Yo aún me preguntaba cuál era su secreto, pero confiaba en que me lo contaría si lo necesitaba. Hablamos de tonterías unos minutos hasta que oímos un clamor generalizado en la entrada al salón.
Jess y yo nos giramos y, aunque ella mantuvo la calma, sentí que me deshinchaba por completo.
La elección del vestido de Kriss había sido un acto de estrategia increíble. Todas íbamos vestidas de día —con vestidos cortos e inocentes— y ella llevaba un vestido de ceremonia hasta el suelo. Pero no era solo la longitud. Era de un color crema casi blanquecino. La habían peinado con una sarta de joyas amarillas que trazaban una línea sobre la frente y que recordaban sutilmente una corona. Se la veía madura, regia, como una novia.
Aunque no sabía muy bien qué pensar, sentí un pinchazo de celos. Ninguna de nosotras disfrutaría de un momento como aquel. Por muchas fiestas o cenas que hubiera, quedaría bastante patético intentar copiar la imagen de Kriss. La mano de Celeste —la que no sostenía la copa— se convirtió en un puño.
—Está preciosa —comentó Jessica, con un aire melancólico.
—Más que preciosa —respondí.
La fiesta siguió, y Jess y yo nos limitamos casi a observar a la multitud.
Sorprendentemente —y sospechosamente—, Celeste se pegó a Kriss, hablando sin cesar mientras la otra chica iba recorriendo al sala, dándole las gracias a todo el mundo por venir, aunque en realidad no teníamos opción.
Al final llegó a la esquina donde estábamos Jessica y yo, calentándonos al sol de la ventana. Jess, como era de esperar, se lanzó hacia Kriss en un abrazo.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó, eufórica.
—¡Gracias! —respondió Kriss, mostrando el mismo afecto y entusiasmo que Jess.
—Así que hoy cumples diecinueve, ¿verdad? —preguntó Jess.
—Sí. Y no podía tener una celebración mejor. Estoy contentísima de que tomen fotos. ¡A mi madre le va a encantar! ¡Es precioso! —suspiró.
Kriss era una Cuatro, igual que Jessica. Sus vidas no estaban tan limitadas como la mía, pero me imaginé que algo como aquello no tendría lugar en su mundo.
—Es impresionante —comentó Celeste—. El año pasado, para mi cumpleaños, celebré una fiesta de blanco y negro. Cualquier rastro de color, y ni siquiera podías entrar.
—Vaya —susurró Jess, admirada, aunque no quisiera hacerlo patente.
—Fue fantástico. Comida de lujo, una iluminación espectacular… ¡Y la música! Bueno, hicimos venir a Tessa Tamble. ¿Habéis oído hablar de ella?
Era imposible no conocer a Tessa Tamble. Tenía al menos una docena de números uno. A veces veía vídeos suyos en la tele, aunque a mamá no le hacía ninguna gracia. Según ella, nosotros teníamos un talento infinitamente mayor que alguien como Tessa, y le daba una rabia terrible que ella disfrutara de tanta fama y dinero, y nosotros no, cuando básicamente hacíamos lo mismo.
—¡Es mi cantante favorita! —exclamó Kriss.
—Bueno, Tessa es una amiga de la familia, así que vino y dio un concierto en mi fiesta. Es que, claro, no íbamos a traer a un puñado de Cincos de pena para que aburrieran a todo el personal…
Jessica me lanzó una mirada de reojo. Me di cuenta de que se avergonzaba por mí.
—¡Ups! —añadió Celeste, mirándome—. Lo había olvidado. No era mi intención ofender.
El tono empalagoso de su voz era exasperante. Una vez más sentí la tentación de darle una buena bofetada… Mejor no pensar en ello.
—No me ofendes —respondí, con la máxima compostura posible—. ¿A qué te dedicas exactamente, Celeste? Para ser una Dos, nunca he oído tu música en la radio.
—Soy modelo —respondió, en un tono que implicaba que debería de haberlo sabido—. ¿No has visto mis anuncios?
—La verdad es que no.
—Oh, bueno, eres una Cinco. Supongo que tampoco puedes comprarte revistas.
Me dolió porque era cierto. A May le encantaba echar un vistazo a las revistas cuando teníamos ocasión de ir a alguna tienda, pero nosotras no teníamos absolutamente ningún motivo para comprarlas.
Kriss volvió a tomar la iniciativa y cambió de tema.
—Por cierto, _____, hace tiempo que te quería preguntar a qué te dedicas.
—A la música.
—¡Deberías tocar para nosotras!
—En realidad —dije, con un suspiro—, había traído el violín para dedicarte algo por tu cumpleaños. Pensé que sería un buen regalo, pero ya tienes un cuarteto, así que imaginé…
—¡Oh, toca para nosotras! —suplicó Jess.
—¡Por favor, _____, es mi cumpleaños! —insistió Kriss.
—¡Pero si ya te han regalado un…!
Pese a mis protestas, Kriss y Jessica ya habían hecho callar al cuarteto y habían atraído a todo el mundo a la parte de atrás de la sala. Algunas de las chicas se sentaron en el suelo con sus vestidos extendidos, mientras que otras cogían sillas y se acercaban a nuestra esquina. Kriss se situó en el centro del grupo, con las manos apretadas de la emoción, y Celeste se quedó a su lado, sosteniendo con la mano la copa de cristal de la que aún no había bebido ni un sorbo.
Mientras las chicas tomaban posiciones, preparé el violín. El cuarteto de jóvenes que había estado tocando se acercó para acompañarme, y los camareros que había por la sala se quedaron quietos por fin.
Respiré hondo y me llevé el violín a la barbilla.
—Para ti —dije, mirando a Kriss.
Dejé el arco flotando sobre las cuerdas un momento, cerré los ojos y comencé a tocar.
Por un momento desaparecieron la malvada Celeste, la amenaza de Aspen en palacio, los rebeldes intentando invadirnos. No quedó nada más que una nota perfecta dejando paso a otra, como si fueran reticentes a perderse en el tiempo sin sus compañeras. Pero se agarraban unas a otras, y, mientras flotaban en el aire, lo que debía ser un regalo para Kriss se convirtió en un regalo para mí misma.
Quizá fuera una Cinco, pero no por ello me sentía inferior.
Toqué la pieza —tan familiar para mí como la voz de mi padre o el olor de mi habitación —, unos momentos, breves pero bellos, y luego dejé que llegara a su inevitable final. Di una última pasada al arco sobre las cuerdas y lo levanté.
Me giré hacia Kriss, esperando que le hubiera gustado su regalo, pero ni siquiera vi su rostro. Tras el grupo de chicas estaba Harry. Llevaba un traje gris y una caja bajo el brazo, para Kriss. Las chicas estaban aplaudiendo educadamente, pero yo no percibía el sonido de sus aplausos. Lo único que veía era la atractiva expresión de sorpresa de Harry, que poco a poco se convirtió en una sonrisa, una sonrisa que era solo para mí.
—Majestad —saludé, con una reverencia.
Las otras chicas se pusieron en pie para saludar a Harry. Y en medio de todo aquello, oí un chillido de sorpresa.
—¡Oh, no! ¡Kriss, cómo lo siento!
Unas cuantas chicas miraban en la misma dirección, y, cuando Kriss se giró hacia mí, vi por qué. Su precioso vestido tenía una mancha por delante, del color del ponche de Celeste. Era como si la hubieran apuñalado.
—Lo siento, es que me he girado demasiado rápido. No era mi intención, Kriss. Deja que te ayude —se disculpó.
A oídos de cualquiera, probablemente parecería sincera, pero a mí no me engañaba.
Kriss se tapó la boca y se echó a llorar; luego salió corriendo de la sala, lo que puso fin a la fiesta. Harry, en un gesto galante, fue tras ella, aunque en realidad a mí me habría gustado que se quedara.
Celeste se defendía ante cualquiera que quisiera escucharla, diciendo que había sido un accidente. Tuesday asentía, y aseguraba que lo había visto todo, pero entre las demás había tantas que levantaban la vista al cielo o ponían cara de hastío que el apoyo de Tuesday no valía para nada. Por mi parte, me limité a guardar el violín y me dispuse a marcharme.
Jess me agarró del brazo.
—Alguien debería hacer algo con ella.
Si Celeste podía conseguir que una persona tan encantadora como Anna se mostrara violenta, o si pensaba que podía intentar quitarme el vestido, o hacer que alguien tan benevolente como Jessica estuviera a punto de dejarse llevar por la rabia, desde luego en la Selección no había sitio para ella.
Tenía que conseguir que la echaran de palacio.

Al final decidí no ir a esconderme a la habitación, sino que me decanté por la Sala de las Mujeres. Generalmente entraba y salía de allí durante todo el día, visitando las bibliotecas, dando paseos con Jessica o incluso subiendo a ver a mis doncellas. Pero ahora la usaba como una guarida. Ningún hombre, ni siquiera los guardias, podían entrar sin el permiso expreso de la reina. Era el lugar perfecto.
Bueno, fue perfecto durante tres días. Con tantas chicas, era solo cuestión de tiempo que llegara el cumpleaños de alguna. El jueves era el de Kriss. Supongo que se lo mencionaría a Harry —que aparentemente no perdía ninguna ocasión de hacer algún regalo—, y el resultado fue una fiesta de asistencia obligatoria para las seleccionadas. Así que el día en cuestión hubo un ir y venir de chicas continuo, que entraban y salían de las habitaciones, preguntándose unas a otras qué ponerse o haciendo cábalas sobre la majestuosidad de la fiesta.
No parecía que hubiera que hacer regalos, pero igualmente quise tener un detalle con
ella.
Me puse uno de mis vestidos de día favoritos y cogí mi violín. Me dirigí al Gran Salón intentando que nadie me viera, mirando tras cada esquina antes de avanzar. Cuando llegué, escruté el lugar, examinando a los guardias apostados en las paredes. Gracias a Dios, Aspen no estaba allí, pero me hizo gracia ver a tantos hombres uniformados. ¿Qué esperaban? ¿Un alzamiento?
El salón estaba decorado con gran elegancia. Había jarrones colgados de las paredes, con enormes arreglos de flores blancas y amarillas, y unos ramos similares en centros repartidos por la estancia. Las ventanas, los tabiques y prácticamente todo lo que no se movía estaba cubierto de guirnaldas. Había unas mesitas cubiertas con vistosos manteles salpicados de confeti brillante. Y unos grandes lazos decoraban los respaldos de las sillas por detrás.
En una esquina había un enorme pastel a juego con los colores de la habitación. Y a su lado, sobre una mesita, unos cuantos regalos para la cumpleañera.
Había un cuarteto de cuerda junto a una pared, lo que hacía que mi iniciativa perdiera toda su gracia, y un fotógrafo se paseaba por la habitación, captando instantáneas para compartir con el público.
En la habitación reinaba un ambiente festivo. Tiny —que hasta ahora solo había conseguido intimar con Jess— hablaba con Emmica y Jenna, y se la veía más animada que nunca. Jess estaba junto a una ventana, y parecía que montaba guardia como los soldados. No parecía tener ninguna intención de alejarse de aquel rincón, pero paraba a todo el que pasaba para charlar. Un grupo de Treses —Kayleigh, Elizabeth y Emily— se giraron, sonrientes, y me saludaron con la mano. Les devolví el saludo. Todo el mundo parecía estar feliz y de buen humor.
Salvo Celeste y Bariel. Generalmente eran inseparables, pero en aquel momento se encontraban en extremos opuestos de la habitación: Bariel hablaba con Samantha; Celeste estaba sola en una mesa, agarrando una copa de cristal con un líquido de un color rojo intenso. Estaba claro que me había perdido algo de lo que había ocurrido entre la cena del día anterior y aquel momento.
Cogí de nuevo la funda de mi violín y me dirigí al fondo de la sala para ver a Jessica.
—Hola, Jess. Vaya fiesta, ¿no? —pregunté, dejando el violín en el suelo.
—Desde luego. —Me abrazó—. He oído que Harry vendrá más tarde para desearle a Kriss feliz cumpleaños en persona. ¿No es encantador? Supongo que él también tendrá un regalo.
Jessica siguió adelante con su típico entusiasmo. Yo aún me preguntaba cuál era su secreto, pero confiaba en que me lo contaría si lo necesitaba. Hablamos de tonterías unos minutos hasta que oímos un clamor generalizado en la entrada al salón.
Jess y yo nos giramos y, aunque ella mantuvo la calma, sentí que me deshinchaba por completo.
La elección del vestido de Kriss había sido un acto de estrategia increíble. Todas íbamos vestidas de día —con vestidos cortos e inocentes— y ella llevaba un vestido de ceremonia hasta el suelo. Pero no era solo la longitud. Era de un color crema casi blanquecino. La habían peinado con una sarta de joyas amarillas que trazaban una línea sobre la frente y que recordaban sutilmente una corona. Se la veía madura, regia, como una novia.
Aunque no sabía muy bien qué pensar, sentí un pinchazo de celos. Ninguna de nosotras disfrutaría de un momento como aquel. Por muchas fiestas o cenas que hubiera, quedaría bastante patético intentar copiar la imagen de Kriss. La mano de Celeste —la que no sostenía la copa— se convirtió en un puño.
—Está preciosa —comentó Jessica, con un aire melancólico.
—Más que preciosa —respondí.
La fiesta siguió, y Jess y yo nos limitamos casi a observar a la multitud.
Sorprendentemente —y sospechosamente—, Celeste se pegó a Kriss, hablando sin cesar mientras la otra chica iba recorriendo al sala, dándole las gracias a todo el mundo por venir, aunque en realidad no teníamos opción.
Al final llegó a la esquina donde estábamos Jessica y yo, calentándonos al sol de la ventana. Jess, como era de esperar, se lanzó hacia Kriss en un abrazo.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó, eufórica.
—¡Gracias! —respondió Kriss, mostrando el mismo afecto y entusiasmo que Jess.
—Así que hoy cumples diecinueve, ¿verdad? —preguntó Jess.
—Sí. Y no podía tener una celebración mejor. Estoy contentísima de que tomen fotos. ¡A mi madre le va a encantar! ¡Es precioso! —suspiró.
Kriss era una Cuatro, igual que Jessica. Sus vidas no estaban tan limitadas como la mía, pero me imaginé que algo como aquello no tendría lugar en su mundo.
—Es impresionante —comentó Celeste—. El año pasado, para mi cumpleaños, celebré una fiesta de blanco y negro. Cualquier rastro de color, y ni siquiera podías entrar.
—Vaya —susurró Jess, admirada, aunque no quisiera hacerlo patente.
—Fue fantástico. Comida de lujo, una iluminación espectacular… ¡Y la música! Bueno, hicimos venir a Tessa Tamble. ¿Habéis oído hablar de ella?
Era imposible no conocer a Tessa Tamble. Tenía al menos una docena de números uno. A veces veía vídeos suyos en la tele, aunque a mamá no le hacía ninguna gracia. Según ella, nosotros teníamos un talento infinitamente mayor que alguien como Tessa, y le daba una rabia terrible que ella disfrutara de tanta fama y dinero, y nosotros no, cuando básicamente hacíamos lo mismo.
—¡Es mi cantante favorita! —exclamó Kriss.
—Bueno, Tessa es una amiga de la familia, así que vino y dio un concierto en mi fiesta. Es que, claro, no íbamos a traer a un puñado de Cincos de pena para que aburrieran a todo el personal…
Jessica me lanzó una mirada de reojo. Me di cuenta de que se avergonzaba por mí.
—¡Ups! —añadió Celeste, mirándome—. Lo había olvidado. No era mi intención ofender.
El tono empalagoso de su voz era exasperante. Una vez más sentí la tentación de darle una buena bofetada… Mejor no pensar en ello.
—No me ofendes —respondí, con la máxima compostura posible—. ¿A qué te dedicas exactamente, Celeste? Para ser una Dos, nunca he oído tu música en la radio.
—Soy modelo —respondió, en un tono que implicaba que debería de haberlo sabido—. ¿No has visto mis anuncios?
—La verdad es que no.
—Oh, bueno, eres una Cinco. Supongo que tampoco puedes comprarte revistas.
Me dolió porque era cierto. A May le encantaba echar un vistazo a las revistas cuando teníamos ocasión de ir a alguna tienda, pero nosotras no teníamos absolutamente ningún motivo para comprarlas.
Kriss volvió a tomar la iniciativa y cambió de tema.
—Por cierto, _____, hace tiempo que te quería preguntar a qué te dedicas.
—A la música.
—¡Deberías tocar para nosotras!
—En realidad —dije, con un suspiro—, había traído el violín para dedicarte algo por tu cumpleaños. Pensé que sería un buen regalo, pero ya tienes un cuarteto, así que imaginé…
—¡Oh, toca para nosotras! —suplicó Jess.
—¡Por favor, _____, es mi cumpleaños! —insistió Kriss.
—¡Pero si ya te han regalado un…!
Pese a mis protestas, Kriss y Jessica ya habían hecho callar al cuarteto y habían atraído a todo el mundo a la parte de atrás de la sala. Algunas de las chicas se sentaron en el suelo con sus vestidos extendidos, mientras que otras cogían sillas y se acercaban a nuestra esquina. Kriss se situó en el centro del grupo, con las manos apretadas de la emoción, y Celeste se quedó a su lado, sosteniendo con la mano la copa de cristal de la que aún no había bebido ni un sorbo.
Mientras las chicas tomaban posiciones, preparé el violín. El cuarteto de jóvenes que había estado tocando se acercó para acompañarme, y los camareros que había por la sala se quedaron quietos por fin.
Respiré hondo y me llevé el violín a la barbilla.
—Para ti —dije, mirando a Kriss.
Dejé el arco flotando sobre las cuerdas un momento, cerré los ojos y comencé a tocar.
Por un momento desaparecieron la malvada Celeste, la amenaza de Aspen en palacio, los rebeldes intentando invadirnos. No quedó nada más que una nota perfecta dejando paso a otra, como si fueran reticentes a perderse en el tiempo sin sus compañeras. Pero se agarraban unas a otras, y, mientras flotaban en el aire, lo que debía ser un regalo para Kriss se convirtió en un regalo para mí misma.
Quizá fuera una Cinco, pero no por ello me sentía inferior.
Toqué la pieza —tan familiar para mí como la voz de mi padre o el olor de mi habitación —, unos momentos, breves pero bellos, y luego dejé que llegara a su inevitable final. Di una última pasada al arco sobre las cuerdas y lo levanté.
Me giré hacia Kriss, esperando que le hubiera gustado su regalo, pero ni siquiera vi su rostro. Tras el grupo de chicas estaba Harry. Llevaba un traje gris y una caja bajo el brazo, para Kriss. Las chicas estaban aplaudiendo educadamente, pero yo no percibía el sonido de sus aplausos. Lo único que veía era la atractiva expresión de sorpresa de Harry, que poco a poco se convirtió en una sonrisa, una sonrisa que era solo para mí.
—Majestad —saludé, con una reverencia.
Las otras chicas se pusieron en pie para saludar a Harry. Y en medio de todo aquello, oí un chillido de sorpresa.
—¡Oh, no! ¡Kriss, cómo lo siento!
Unas cuantas chicas miraban en la misma dirección, y, cuando Kriss se giró hacia mí, vi por qué. Su precioso vestido tenía una mancha por delante, del color del ponche de Celeste. Era como si la hubieran apuñalado.
—Lo siento, es que me he girado demasiado rápido. No era mi intención, Kriss. Deja que te ayude —se disculpó.
A oídos de cualquiera, probablemente parecería sincera, pero a mí no me engañaba.
Kriss se tapó la boca y se echó a llorar; luego salió corriendo de la sala, lo que puso fin a la fiesta. Harry, en un gesto galante, fue tras ella, aunque en realidad a mí me habría gustado que se quedara.
Celeste se defendía ante cualquiera que quisiera escucharla, diciendo que había sido un accidente. Tuesday asentía, y aseguraba que lo había visto todo, pero entre las demás había tantas que levantaban la vista al cielo o ponían cara de hastío que el apoyo de Tuesday no valía para nada. Por mi parte, me limité a guardar el violín y me dispuse a marcharme.
Jess me agarró del brazo.
—Alguien debería hacer algo con ella.
Si Celeste podía conseguir que una persona tan encantadora como Anna se mostrara violenta, o si pensaba que podía intentar quitarme el vestido, o hacer que alguien tan benevolente como Jessica estuviera a punto de dejarse llevar por la rabia, desde luego en la Selección no había sitio para ella.
Tenía que conseguir que la echaran de palacio.

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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 9 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Sáb 13 Sep 2014, 9:21 am


Capítulo 22

—Te lo aseguro, Harry: no fue un accidente.
Estábamos otra vez en el jardín, haciendo tiempo hasta la hora del Report. Me había llevado todo el día encontrar el momento de hablar con él.
—Pero parecía estar destrozada, y se deshizo en disculpas —rebatió él—. ¿Cómo no iba a ser un accidente?
Suspiré.
—Como te lo cuento: veo a Celeste cada día, y esa fue su artimaña para arruinar el momento de Kriss cuando era el centro de atención. Es de lo más competitiva.
—Bueno, pues, si lo que intentaba era desviar mi atención de Kriss, fracasó. Me pasé casi una hora con ella. Y la verdad es que resultó bastante agradable.
No quería oír hablar de eso. Sabía que había algo pequeño y tenue entre nosotros, y no deseaba centrarme en nada que pudiera cambiarlo. Al menos hasta que supiera cuáles eran mis verdaderos sentimientos.
—¿Y qué hay de lo de Anna? —pregunté.
—¿Quién?
—Anna Farmer. Pegó a Celeste, y tú la echaste. ¿Te acuerdas? A Anna tuvieron que haberla provocado.
—¿Tú oíste que Celeste dijera algo? —respondió, escéptico.
—Bueno…, no. Pero conocía a Anna, y «conozco» a Celeste. Te lo aseguro: Anna no era de las que recurren de pronto a la violencia. Celeste debió de decirle algo muy cruel para que ella reaccionara de ese modo.
—_____, soy consciente de que pasas más tiempo con las chicas que yo, pero ¿hasta qué punto puedes llegar a conocerlas? Sé que te gusta esconderte en tu habitación o en las bibliotecas. Me atrevería a decir que conoces más a fondo a tus doncellas que a cualquiera de las seleccionadas.
Probablemente tenía razón, pero yo no iba a ceder.
—Eso no es justo. Tenía razón con respecto a Jess, ¿o no? ¿No te parece agradable?
Él puso una cara de circunstancias.
—Sí…, es agradable, supongo.
—Entonces… ¿por qué no me crees cuando te digo que lo que hizo Celeste fue un movimiento calculado?
—_____, no es que crea que mientes. Estoy seguro de que a ti te lo pareció. Pero Celeste se disculpó. Y ella siempre se ha portado muy bien conmigo.
—Seguro que sí —murmuré.
—Ya está bien —dijo Harry, con un suspiro—. Ahora no quiero hablar de las otras.
—Intentó quitarme el vestido, Harry.
—He dicho que no quiero hablar de ella —repitió, airado.
Ahí se acababa la cosa. Levanté los brazos y los dejé caer con fuerza sobre las piernas. Estaba tan frustrada que habría querido gritar.
—Si vas a actuar de este modo, me voy a buscar a alguien que sí quiera mi compañía — dijo, y emprendió la marcha.
—¡Eh!
—¡No! —Se giró y me habló más enfadado de lo que imaginé que lo vería nunca—. Se te olvida una cosa, Lady _____. Harías bien en recordar que soy el príncipe de la Corona de Illéa. A todos los efectos, soy el dueño y señor de este país, y te equivocas si crees que me puedes tratar así en mi propia casa. No tienes por qué estar de acuerdo con mis decisiones, pero las «acatarás».
Se giró y se fue, sin ver —o sin importarle— las lágrimas que acudieron a mis ojos.
No dirigí la mirada hacia él durante la cena, pero fue difícil no hacerlo durante el Report. Lo pillé dos veces mirándome, y ambas se tiró de la oreja. No le devolví el gesto. En aquel momento no tenía ningunas ganas de hablar con él. Seguro que me volvería a reñir, y era algo que no necesitaba.
A continuación me dirigí a mi habitación, tan disgustada con Harry que no podía pensar con claridad. ¿Por qué no me escuchaba? ¿Acaso pensaba que mentía? O, peor aún, ¿creía que Celeste estaba por encima de la verdad?
Supongo que no era más que el típico chico, y Celeste la clásica chica guapa, y que al final aquello sería lo que importaría. Por mucho que hablara de que deseaba una compañera para la vida, quizá lo único que quería era una compañera para la cama.
Y si era de esos, ¿por qué se molestaba siquiera en hacer todo aquello? ¡Tonta, tonta, tonta! ¡Le había besado! ¡Le había pedido que tuviera paciencia! ¿Y para qué? Ojalá…
Giré la esquina y llegué a mi habitación, y ahí estaba Aspen, haciendo guardia frente a mi puerta. Toda mi rabia se fundió y se convirtió en una extraña inseguridad. Los guardias, como norma, mantienen la vista al frente y no se distraen, pero él me estaba mirando con una expresión inescrutable.
—Lady _____ —susurró.
—Soldado Leger.
Aunque no era tarea suya, dio un paso adelante y me abrió la puerta. Entré despacio, casi con miedo de girarme, casi con miedo de que no fuera real. Por mucho que intentara quitármelo de la cabeza y del corazón, deseaba tenerlo a mi lado en aquel momento. Al pasar, le oí aspirar el aire junto a mis cabellos. Me dio un escalofrío.
Se me quedó mirando fijamente otra vez y cerró la puerta poco a poco.
Era inútil intentar dormir. Di vueltas en la cama durante horas, mientras los pensamientos sobre la estupidez de Harry y la proximidad de Aspen libraban una dura batalla en mi mente. No sabía qué hacer sobre nada de lo que me pasaba. Mis reflexiones me consumían; ni siquiera me di cuenta de que, de tanto darle vueltas en la cabeza, seguía despierta a las dos de la madrugada.
Suspiré. Mis doncellas tendrían que trabajar especialmente duro al día siguiente para ponerme en condiciones.
De pronto vi una luz procedente del pasillo. Tan sigilosamente que daba la impresión de que estaba soñándolo, Aspen abrió la puerta, entró y la cerró tras él.
—Aspen, ¿qué estás haciendo? —susurré mientras él cruzaba la habitación—. ¡Te vas a meter en un buen lío si te pillan aquí!
Siguió avanzando en silencio.
—¿Aspen?
Se detuvo frente a mi cama y, delicadamente, dejó en el suelo el bastón que llevaba.
—¿Le quieres?
Miré en lo más profundo de los ojos de Aspen, apenas visibles en la oscuridad. Por una fracción de segundo, no supe qué decir.
—No.
Él retiró las sábanas con un movimiento a la vez elegante y violento. Yo debería haber protestado, pero no lo hice. Me puso la mano tras la cabeza, y me empujó hacia él. Me besó desesperadamente, y todas las cosas buenas del mundo encontraron por fin su sitio. Ya no olía al jabón que hacían en su casa, y estaba más fuerte que antes, pero cada movimiento y cada contacto me resultaban familiares.
—Te matarán por esto —suspiré en un momento en que sus labios se perdían por mi cuello.
—Si no lo hago, me moriré igualmente.
Intenté reunir las fuerzas necesarias para decirle que parara, pero sabía que no lo intentaba con demasiada convicción. En aquel momento sentía que había mil cosas que no estaban bien —el estar rompiendo tantas reglas; el que Aspen, por lo que yo sabía, tuviera otra novia; el que entre Harry y yo hubiera ciertos sentimientos—, pero no podía preocuparme de eso. Estaba enfadada con Harry, y Aspen me confortaba enormemente. Dejé que sus manos recorrieran mis piernas arriba y abajo.
Me asombré de lo diferente que era la sensación. Nunca antes habíamos tenido tanto sitio. Y aunque me dejara llevar, sentía todo lo que me pasaba por la cabeza. Estaba enfadada con Harry, con Celeste, incluso con Aspen. ¡Demonios, estaba enfadada con Illéa! Mientras nos besábamos sin parar, me eché a llorar.
Aspen siguió besándome, y muy pronto descubrí que parte de las lágrimas también eran suyas.
—Te odio, ¿sabes? —dije.
—Lo sé, _____. Lo sé.
_____. Cuando me tocaba así y me llamaba con aquel nombre, sentía como si estuviera en otro mundo. Pese a todo mi disgusto, Aspen me hacía sentir en casa.
Seguimos así casi quince minutos, hasta que recordó que debía marcharse.
—Tengo que volver. El guardia que hace las rondas esperará verme ahí fuera.
—¿Qué?
—Hay guardias que hacen rondas aleatoriamente. Puede que tenga veinte minutos, o quizás una hora. Si hacen una ronda corta, podría tener menos de cinco minutos.
—¡Pues date prisa! —le apremié, poniéndome en pie de un salto con él para ayudarle a alisarse el pelo.
Agarró su bastón y los dos atravesamos la habitación a la carrera. Antes de abrir la puerta, tiró de mí para besarme de nuevo. Fue como una inyección de luz del sol corriendo por mis venas.
—No puedo creerme que estés aquí —dije.
Aspen sacudió la cabeza.
—Créeme, yo fui el primer sorprendido.
—Eso lo dudo. —Sonreí, y él también—. ¿Cómo acabaste en la guardia del palacio?
Se encogió de hombros.
—Parece que tengo una predisposición natural. Mandan a todo el mundo a un centro de entrenamiento en Whites. ¡_____, estaba todo nevado! No los cuatro copos que solemos ver nosotros. Allí dan instrucción y alimento a los nuevos guardias, y los ponen a prueba. También te inyectan cosas. No sé lo que es, pero gané mucho volumen en poco tiempo. Ahora soy un buen luchador, y hasta más inteligente. Obtuve la mejor nota de nuestra clase.
—Eso no me sorprende nada de nada —dije, sonriendo con orgullo.
Volví a besarle. Aspen siempre había sido demasiado brillante como para vivir la vida de un Seis.
Abrió la puerta y echó un vistazo al pasillo. No parecía que hubiera nadie.
—Tengo mucho que contarte. Hemos de hablar —le susurré.
—Lo sé. Y hablaremos. Llevará tiempo, pero volveré. Esta noche no. No sé cuándo, pero pronto.
Volvió a besarme, con tanta fuerza que casi me hizo daño.
—Te he echado de menos —me susurró en la boca, y volvió a ocupar su puesto.
Volví a la cama como en una nube. No podía creerme lo que acababa de hacer. Una parte de mí —una parte muy contrariada— tenía la convicción de que Maxon se lo merecía. Si quería proteger a Celeste y humillarme, desde luego yo no formaría parte de la Selección mucho tiempo más. Si ella podía saltarse las reglas, a mí no habría nada que pudiera detenerme. Problema resuelto.
De pronto sentí la fatiga, y me dormí casi al instante.
¡HOOLA!:
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Mensaje por Invitado Dom 14 Sep 2014, 11:40 am

Chicas, voy a terminar la primera temporada hoy. Por favor, comenten algo lo que sea. Siento como si le estuviera hablando a la pared.
Las amo.
Att: Sasa xx:)
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Mensaje por Invitado Dom 14 Sep 2014, 2:30 pm


Capítulo 23

Cuando me desperté, por la mañana, me sentí algo culpable. Incluso asustada. Solo porque no le hubiera devuelto a Harry el tirón de oreja no quería decir que no pudiera presentarse en mi habitación en cualquier momento. Podrían habernos pillado. Si alguien tuviera la más mínima idea de lo que había hecho…
Aquello era traición, y en palacio solo tenían una respuesta para la traición. Pero había una parte de mí a la que no le importaba. En los confusos momentos del despertar reviví cada mirada en los ojos de Aspen, cada caricia, cada beso. ¡Lo echaba tanto de menos! Ojalá hubiéramos tenido más tiempo para hablar. Necesitaba saber qué pensaba Aspen, aunque la noche anterior me había dado algunas pistas. ¡Era tan increíble —después de intentar con tanto ahínco dejar de desearlo— que aún me quisiera!
Era sábado, y se suponía que debía ir a la Sala de las Mujeres, pero no podía soportar la idea. Necesitaba pensar, y sabía que con el incesante parloteo de allí abajo aquello sería imposible. Cuando llegaron mis doncellas, les dije que me dolía la cabeza y que me quedaría en la cama.
Fueron de lo más solícitas, me trajeron comida y me limpiaron la habitación haciendo el mínimo ruido posible. Casi me sentí mal por mentirles. Pero tenía que hacerlo; no podía enfrentarme a la reina y a las chicas, y tal vez a Harry, mientras tuviera la mente tan bloqueada con la imagen de Aspen.
Cerré los ojos pero no dormí. Intenté averiguar cómo me sentía. Entonces alguien llamó a la puerta. Me giré en la cama y me encontré con la cara de Andy, que me preguntaba en silencio si debía responder. Me senté en la cama, me alisé el pelo y asentí.
Recé por que no fuera Harry —temía que pudiera verme la expresión de culpabilidad en el rostro—, pero lo que no me esperaba era ver la cara de Aspen asomando por mi puerta. Noté que inconscientemente erguía más el cuerpo, y esperé que mis doncellas no se hubieran dado cuenta.
—Disculpe, señorita —le dijo a Andy—. Soy el soldado Leger. He venido a hablarle a Lady _____ sobre algunas medidas de seguridad.
—Sí, claro —repuso ella, sonriendo más de lo habitual e indicándole a Aspen que pasara. Por la esquina vi que Emily le hacía una mueca a Lucy, a quien se le escapó una risita mal disimulada.
Al oírlas, Aspen se giró hacia ellas y se tocó el sombrero.
—Señoritas.
Lucy bajó la cabeza y Emily se ruborizó tanto que sus mejillas se pusieron más rojas que mi pelo, pero no respondieron. Pese a que el aspecto de Aspen también parecía haber impresionado a Andy, esta al menos consiguió sobreponerse y hablar.
—¿Quiere que nos vayamos, señorita?
Me lo planteé. No quería que fuera demasiado evidente, pero estaba deseando disfrutar de cierta intimidad.
—Solo un momento. Estoy segura de que el soldado Leger no me necesitará mucho tiempo —decidí, y ellas salieron de la habitación rápidamente.
En cuanto desaparecieron por la puerta, Aspen habló:
—Me temo que te equivocas. Voy a necesitarte mucho tiempo —dijo, y me guiñó el ojo.
Meneé la cabeza.
—Aún no puedo creerme que estés aquí.
Aspen no perdió un momento: se quitó el sombrero y se sentó al borde de mi cama, acercando las manos, de modo que nuestros dedos se tocaran apenas.
—Nunca pensé que tuviera que dar gracias al Ejército, pero, si al menos me da la oportunidad de pedirte disculpas, le estaré agradecido para siempre.
Guardé silencio. No podía decir nada. Aspen me miró a los ojos.
—Por favor, perdóname, _____. Fui un tonto, y he lamentado aquella noche en la casa del árbol desde el momento en que bajé por la escalera. Fui un cabezota al no querer decir nada, y luego salió tu nombre en la Selección… No sabía qué hacer. —Se paró un momento. Parecía que tenía lágrimas en los ojos. ¿Podía ser que Aspen hubiera llorado por mí como yo había llorado por él?—. Aún te quiero. Muchísimo.
Me mordí el labio, conteniendo las lágrimas. Tenía que estar segura de una cosa antes de poder plantearme aquello siquiera.
—¿Qué hay de Brenna?
Su expresión cambió por completo de pronto.
—¿Qué?
Cogí aire, casi temblando.
—Os vi a los dos juntos en la plaza cuando me iba. ¿Has acabado con ella?
Aspen hizo una mueca, como intentando recordar, y luego se le escapó la risa. Se tapó la boca con las manos y se dejó caer atrás, sobre la cama, y se levantó al instante.
—¿Es eso lo que crees? Oh, _____. Se cayó. Tropezó y yo la cogí.
—¿Tropezó?
—Sí, la plaza estaba atestada de gente apretujada. Ella se me cayó encima y bromeó con lo patosa que era, algo que, y tú la sabes, es cierto. —Pensé en la vez en que la había visto caerse de la acera sin motivo aparente—. En cuanto me la quité de encima, salí corriendo hacia el escenario.
Recordé aquellos momentos. El intento desesperado de Aspen por acercarse a mí. No estaba fingiendo. Sonreí.
—¿Y qué pensabas hacer exactamente cuando llegaras a mi altura?
Se encogió de hombros.
—En realidad no había pensado tanto. Estaba planteándome rogarte que te quedaras. Estaba dispuesto a ponerme en evidencia si con eso conseguía que no te subieras a aquel coche. Pero tú parecías tan enfadada…, y ahora entiendo por qué. —Suspiró—. No podía hacerlo. Además, quizás esto te hiciera feliz. —Miró alrededor, a la habitación, con todas esas cosas bonitas que, aunque fuera temporalmente, podía considerar mías, y entendí lo que quería decir—. Luego pensé que podría conquistarte cuando volvieras a casa —prosiguió, pero de pronto su voz se tiñó de preocupación—. Estaba seguro de que querrías salir de aquí y volver a casa lo antes posible. Pero… no lo hiciste.
Hizo una pausa para mirarme, pero afortunadamente no preguntó por la relación que había entre Harry y yo. En parte ya lo había visto, pero no sabía que nos habíamos besado, ni que teníamos señales secretas, y yo no quería explicarle todo aquello.
—Luego llegó el sorteo de los reclutas, y pensé que sería injusto plantearse siquiera escribirte. Podía morir en el campo de batalla. No quería intentar que volvieras a quererme para luego…
—¿Volver a quererte? —pregunté, incrédula—. Aspen, nunca he dejado de quererte.
Con un movimiento decidido pero delicado, se echó adelante para besarme. Me puso la mano en la mejilla, acercándome a él, y volví a sentir lo mismo que en los dos últimos dos años. Daba gracias a Dios de que no se hubieran perdido en la nada.
—Lo siento muchísimo —murmuró, entre besos—. Lo siento, _____.
Se apartó para mirarme, insinuando una sonrisa en medio de aquel rostro perfecto, y con una mirada que parecía preguntarme exactamente lo mismo que me planteaba yo: ¿y ahora qué?
Justo en aquel momento se abrió la puerta y, horrorizada, vi la expresión de asombro de mis doncellas al ver a Aspen tan cerca de mí.
—¡Gracias a Dios que han vuelto! —les dijo él, mientras me apretaba la mano con más fuerza contra la mejilla, y luego me la ponía en la frente—. No creo que tenga fiebre, señorita.
—¿Qué pasa? —preguntó Andy, corriendo a mi lado con cara de preocupación.
Aspen se puso en pie.
—Decía que se encontraba mal, algo de la cabeza.
—¿Ha empeorado su dolor de cabeza, señorita? —preguntó Emily—. ¡Está palidísima!
Seguro que sí. No tenía duda de que cada gota de mi sangre había abandonado mi cara en el momento en que nos habían pillado juntos. Pero Aspen había sabido mantener la calma y lo había arreglado en una fracción de segundo.
—Traeré los medicamentos —se ofreció Lucy, corriendo al baño.
—Perdóneme, señorita —se disculpó Aspen, mientras mis doncellas se ponían manos a la obra—. No quiero molestarla más. Volveré cuando se encuentre mejor.
En sus ojos veía la misma cara que había besado mil veces en la casa del árbol. El mundo a nuestro alrededor era completamente nuevo, pero aquella conexión entre nosotros era la misma de siempre.
—Gracias, soldado —dije, sin fuerzas.
Él hizo una pequeña reverencia y se dirigió a la puerta.
Enseguida tuve a mis doncellas revoloteando alrededor, intentando curarme de una enfermedad inexistente.
La cabeza no me dolía; me dolía el corazón. El deseo que sentía de que Aspen me abrazara me era tan familiar que daba la impresión de no haber desaparecido nunca.

Me desperté zarandeada por los hombros y me encontré con que era Andy, y que aún era de noche.
—¿Qué…?
—¡Por favor, señorita, tiene que levantarse! —dijo, agitada, presa del terror.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?
—No, no. Tenemos que llevarla al sótano; están atacándonos.
Aún estaba atontada; no tenía claro que lo que oía fuera cierto. Pero vi que Lucy, tras ella, ya estaba llorando.
—¿Han entrado? —pregunté, incrédula.
El llanto aterrado de Lucy me confirmó que así era.
—¿Qué hacemos? —pregunté.
Una ráfaga de adrenalina me despertó de pronto, y salté de la cama. En cuanto estuve en pie, Emily me calzó unos zapatos y Andy me puso una bata. Lo único que me venía a la cabeza era: «¿Norte o sur? ¿Norte o sur?».
—Hay un pasadizo aquí, en la esquina. La llevará directamente al refugio del sótano. Los guardias están esperándolas. La familia real ya debería estar allí, y también la mayoría de las chicas. Dese prisa, señorita.
Andy me arrastró al pasillo y empujó un tabique. Se abrió un trozo, como un pasaje oculto de una novela de misterio. Efectivamente, tras la pared había una escalera. En aquel momento, Tiny salió como una flecha de su habitación y se escabulló por el pasadizo.
—Muy bien, vamos —dije. Andt y Emily se me quedaron mirando. Lucy estaba temblando hasta el punto de que apenas se mantenía en pie—. Vamos —repetí.
—No, señorita. Nosotras vamos a otro sitio. Tiene que darse prisa antes de que lleguen. ¡Por favor!
Sabía que si las encontraban podían resultar heridas, en el mejor de los casos; en el peor, podían morir. No podía soportar la idea de que les pasara algo. A lo mejor me estaba sobrevalorando, pero si Harry se había apartado de lo estipulado para hacer todo lo que había hecho hasta ahora, quizá le preocuparan mis doncellas, teniendo en cuenta lo importantes que eran para mí. Aunque estuviéramos peleados. Quizás aquello era contar con demasiada generosidad por su parte, pero no iba a dejarlas allí. El miedo me hizo actuar más rápido. Agarré a Andy del brazo y la empujé. Ella avanzó trastabillando, y no pudo detenerme mientras agarraba a Emily y Lucy.
—¡Moveos! —les ordené.
Echaron a caminar, pero Andy no dejaba de protestar.
—¡No nos dejarán entrar, señorita! Ese lugar es solo para la familia… ¡Nos echarán en cuanto lleguemos!
Pero a mí no me importaba lo que dijera. Fuera como fuera el refugio, seguro que no había ningún lugar más seguro que el elegido para esconder a la familia real.
La escalera estaba iluminada cada pocos metros, pero, aun así, estuve a punto de caerme varias veces con las prisas. La preocupación no me dejaba pensar con claridad. ¿Hasta dónde habían conseguido penetrar los rebeldes anteriormente? ¿Sabían que existían esos pasadizos? Lucy estaba medio paralizada, y tuve que tirar de ella para que no se rezagara.
No sé cuánto tiempo tardamos en llegar abajo, pero por fin el estrecho pasaje se abrió, dando paso a una gruta artificial. Vi otras escaleras y otras chicas, todas ellas corriendo hacia lo que parecía una puerta de medio metro de grosor. Corrimos hacia el refugio.
—Gracias por traer a la joven. Ya pueden marcharse —les dijo un guardia a mis doncellas.
—¡No! Vienen conmigo. Se quedan —exclamé, con voz autoritaria.
—Señorita, tienen sus propios lugares donde resguardarse —respondió él.
—Muy bien. Si ellas no entran, yo tampoco. Estoy segura de que al príncipe Harry le gustará saber que mi ausencia se debe a usted. Vámonos, señoritas —dije, tirando de las manos de Emily y Lucy.
Andy estaba paralizada de la sorpresa.
—¡Espere! ¡Espere! Está bien, entre. Pero si alguien tiene alguna objeción, será responsabilidad suya.
—No hay problema —repuse.
Di media vuelta con las chicas de la mano y entré en el refugio con la cabeza bien alta.
En el interior había un gran alboroto. Algunas chicas estaban reunidas en grupitos, llorando. Otras rezaban. Vi al rey y a la reina sentados, solos, rodeados de más guardias. A su lado, Harry cogía a Elayna de la mano. Ella parecía algo agitada, pero evidentemente el contacto de Harry la calmaba. Observé la posición de la familia real… tan cerca de la puerta. Me pregunté si tenía que ver con la imagen del capitán que se hunde con su barco. Harían todo lo posible por mantener aquel lugar a flote, pero, si se iba a pique, ellos serían los primeros en ahogarse.
Todo el grupo me vio entrar con mis doncellas. Observé las caras de confusión en sus rostros, asentí una vez y seguí adelante con la cabeza bien alta. Pensé que, mientras yo pareciera segura de mí misma, nadie cuestionaría mi decisión.
Me equivoqué.
Di unos pasos más y Silvia salió a mi encuentro. Parecía increíblemente tranquila. Estaba claro que aquello no la pillaba por sorpresa.
—Estupendo, un poco de ayuda. Chicas, id inmediatamente a los depósitos de agua de atrás y empezad a servir refrescos a la familia real y a las señoritas. Venga, en marcha — ordenó.
—No —dije, girándome hacia Andy y dándole mi primera orden de verdad—. Andy, por favor, llevad refrescos al rey, a la reina y al príncipe, y luego venid conmigo. —Me encaré a Silvia—. El resto se las puede arreglar solas. Han escogido dejar a sus doncellas a su suerte, así que pueden ir a buscarse ellas solitas el agua. Mis doncellas se sentarán conmigo. Adelante, señoritas.
Sabía que estábamos muy cerca de la familia real y que me habrían oído. Con la intención de mostrar cierta autoridad, puede que hubiera levantado demasiado la voz. Pero no me importaba que pensaran que era una maleducada. Lucy estaba más asustada que la mayoría de los presentes. Estaba temblando de la cabeza a los pies y, en su estado, no iba a permitir que tuviera que ponerse a servir a gente que no valía la mitad que ella. A lo mejor era consecuencia de mis años de experiencia como hermana mayor, pero sentía que debía proteger a aquellas chicas.
Encontramos un rinconcito al fondo de la sala. Quienquiera que se ocupara de mantener a punto aquel lugar no debía de haber pensado en la superpoblación que provocaría la Selección, porque no había suficientes sillas. Pero vi las reservas de comida y de agua, y tuve claro que bastarían para pasar meses allí abajo, en caso necesario.
Éramos una curiosa colección de gente muy diversa. Varios soldados llevaban de guardia toda la noche, y aún iban de uniforme. Hasta Harry iba completamente vestido. Pero casi todas las chicas portaban finos camisones, prendas pensadas para dormir en la calidez de sus habitaciones. Con las prisas, no todas habían podido coger una bata. Por mi parte, aun con la bata puesta, tenía algo de frío.
Varias chicas se habían amontonado en la parte frontal de la sala. Evidentemente, serían las primeras en morir si alguien llegaba a entrar. ¡Pero si eso no ocurría, pasarían un montón de tiempo junto a Harry! Unas cuantas estaban más cerca de nosotras, y la mayoría estaba en un estado similar al de Lucy: temblando, llorando y petrificadas de miedo.
Mientras Andy iba atendiendo a los demás, rodeé a Lucy con un brazo, y Emily se le acurrucó al otro lado. No había nada agradable que decir del refugio ni de la situación, así que nos quedamos en silencio un buen rato, escuchando el ruido de las voces. Aquel parloteo me recordó mi primer día en el palacio, cuando nos vistieron y nos maquillaron. Cerré los ojos y me imaginé aquel momento en un intento por tranquilizarme.
—¿Estás bien?
Levanté la vista y me encontré con Aspen, elegantísimo con su uniforme. Hablaba en tono formal, y no parecía afectado en absoluto por la situación. Suspiré.
—Sí, gracias.
Permanecimos un momento en silencio, observando cómo la gente se iba distribuyendo por la sala. Era obvio que Emily estaba exhausta: ya dormía, apoyada en el costado de Lucy. Ella estaba bastante tranquila, dentro de lo que cabía esperar. Ya había dejado de llorar y estaba ahí sentada, mirando a Aspen como encandilada.
—Ha sido un detalle que trajeras a tus doncellas. No todo el mundo es tan amable con gente que considera inferior —dijo.
—Las castas nunca me han importado demasiado —respondí, en voz baja.
Él esbozó una sonrisa.
Lucy cogió aire, como si fuera a hacerle una pregunta a Aspen, pero un sonoro grito atravesó la cámara. En el otro extremo de la sala, un guardia ordenó silencio.
Aspen se alejó, lo cual no me disgustó. Temía que alguien pudiera ver algo.
—Es el mismo guardia de antes, ¿no? —preguntó Lucy.
—Sí.
—Lo he visto de guardia en su puerta últimamente. Es encantador —señaló.
Estaba segura de que Aspen habría saludado a mis doncellas con la misma amabilidad con que me saludaba a mí cuando nos cruzábamos por los pasillos. Al fin y al cabo, ellos eran todos Seises.
—Y es muy guapo —añadió Lucy.
Sonreí y me planteé decir algo, pero el mismo guardia nos dio instrucciones de que permaneciéramos calladas. Las voces se fueron apagando y un silencio sobrecogedor se extendió por la sala.
Entonces lo oímos. Por encima de nuestras cabezas había gente luchando. Intenté distinguir disparos, o cualquier cosa que nos dijera de dónde era ese grupo. Sin darme cuenta había ido acercando a las chicas hacia mí, como si pudiéramos protegernos las unas a las otras de lo que se nos venía encima.
El ruido siguió durante horas. El único que se movía en nuestro refugio era Harry, que iba de un sitio a otro para ver cómo estaban las chicas. Cuando llegó a nuestro rincón, solo Lucy y yo estábamos despiertas, y de vez en cuando intercambiábamos unas palabras entre susurros. Se acercó y sonrió al ver el montón de personas apiladas sobre mí. No se le veía en la cara ni rastro de enfado por nuestra discusión, aunque yo seguía teniendo ganas de aclarar las cosas. Se limitó a sonreír, contento de ver que estaba bien. Me sentí culpable… ¿En qué lío me había metido?
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí. Miró a Lucy y se inclinó por delante de mí para hablarle. Aspiré y sentí el olor de Harry. No olía a nada que pudiera embotellarse en un frasquito. No era canela, ni vainilla ni — enseguida me vino a la cabeza— jabón casero. Harry tenía su propio olor, una mezcla de sustancias que emanaban de él mismo.
—¿Y tú? —le preguntó a Lucy.
Ella también asintió.
—¿Estás sorprendida de encontrarte aquí abajo? —le preguntó de nuevo, sonriendo.
—No, alteza. Con ella no —respondió la chica, señalándome con un gesto de la cabeza.
Harry se giró hacia mí. Tenía su rostro increíblemente cerca. Me sentí incómoda. Había demasiadas personas a mi alrededor; no podía moverme. Y demasiadas personas que podían vernos, Aspen incluido. Pero el momento pasó enseguida, y volvió a girarse hacia Lucy.
—Te entiendo perfectamente —le dijo, y sonrió de nuevo. Parecía como si fuera a decir algo más, pero se lo pensó mejor e hizo ademán de ponerse en pie.
Le agarré del brazo y le susurré:
—¿Norte o sur?
—¿Te acuerdas de la sesión fotográfica? —preguntó, muy bajito.
Sobrecogida, asentí. Aquel grupo se abría paso hacia el noroeste, quemando cosechas y matando a la gente por el camino. «Interceptadlos», había dicho. Aquellos rebeldes, aquellos asesinos, habían estado acercándose lentamente a nosotros todo aquel tiempo, y no habían podido detenerlos. Eran asesinos. Eran sureños.
—No se lo digas a nadie —dijo, y se fue a donde estaba Fiona, que lloraba tapándose la cara con las manos.
Me esforcé en respirar poco a poco, intentando imaginar cómo podía huir si llegaban hasta allí, pero me estaba engañando. Si los rebeldes conseguían llegar hasta allí abajo, todo se habría acabado. No había nada que hacer, solo esperar.
Las horas fueron pasando. No tenía ni idea de qué hora era, pero las que se habían dormido al llegar ya se habían despertado, y las que habíamos aguantado despiertas todo aquel tiempo estábamos empezando a caer rendidas.
El ruido de arriba no acabó de pronto, pero fue yendo a menos según pasaban las horas.
Al final se hizo el silencio.
Se abrió la puerta y unos cuantos guardias salieron a investigar. Tardaron un tiempo en repasar todo el palacio, y al final volvieron.
—Damas y caballeros —anunció uno de los guardias—, los rebeldes han sido sometidos. Les rogamos que vuelvan todos a sus habitaciones por las escaleras auxiliares. El edificio no presenta buen aspecto y hay muchos guardias heridos. Es mejor que todos eviten las salas y salones principales hasta que podamos limpiarlos. Las participantes en la Selección, por favor, vayan a sus habitaciones y permanezcan en ellas hasta nuevo aviso. He hablado con los cocineros; se les llevará comida dentro de menos de una hora. Necesitaré que todo el personal médico se presente en el hospital de palacio.
Al momento todos nos pusimos en pie y nos dirigimos a la salida como si nada. Algunos hasta parecían aburridos. Salvo por las caras de gente como Lucy, daba la impresión de que todo el mundo le quitaba importancia al ataque, como si fuera algo previsible.
Mi habitación había sido arrasada. El colchón estaba en el suelo, los vestidos fuera del armario y las fotografías de mi familia rotas por el suelo. Busqué mi frasco, que seguía intacto, con su céntimo dentro, oculto bajo la cama. Intenté no llorar, pero se me escapaban las lágrimas. No era tanto el miedo. Lo que no soportaba era que el enemigo hubiera puesto las manos en mis cosas y lo hubiera estropeado todo.
Tardamos un buen rato en ponerlo todo en orden, pues estábamos agotadas. No obstante, lo logramos. Andy incluso consiguió un poco de cinta adhesiva, con la que pude volver a recomponer mis fotos. En el momento en que me dieron la cinta adhesiva mandé a mis doncellas a la cama. Anne protestó, pero yo no quería oír hablar del tema. Ahora que había descubierto mis dotes de mando, no me asustaba en absoluto usarlas.
Una vez sola, me dejé llevar y lloré. Aunque ya no había motivo para el miedo, seguía llevándolo dentro.
Saqué los vaqueros que Harry me había regalado y la única blusa que había traído de casa y me los puse. Así me sentía un poco más normal. Tenía el cabello revuelto tras los acontecimientos de la noche, así que me lo recogí en un moño informal sobre la cabeza, del que algunos mechones se escapaban y me caían sobre la cara.
Vi los fragmentos de las fotografías sobre la cama, e intenté pensar cómo combinaban. Era como tener las fichas de cuatro puzles mezcladas en la misma caja. Solo había conseguido completar uno cuando llamaron a la puerta.
«Harry —pensé—. Por favor, que sea Harry.» Y abrí la puerta, esperanzada.
—Hola, querida.
Era Silvia. Tenía una mueca en la cara que supuse que quería ser de consuelo. Se coló en mi habitación, se giró y vio lo que llevaba puesto.
—Oh, no me digas que tú también te vas —exclamó—. La verdad es que no ha sido nada —añadió, intentando quitar importancia al incidente con un gesto de la mano.
Yo no lo llamaría nada. ¿No se daba cuenta de que había estado llorando?
—No me voy —repuse, mientras me apartaba un mechón colocándomelo tras la oreja—.
¿Se va alguna de las chicas?
—Sí. —Suspiró—. Tres, de momento. Y Harry, pobrecillo, me ha dicho que deje irse a quien lo desee. Ahora mismo ya están haciendo los preparativos. Es gracioso. Es como si supiera que alguna iba a marcharse. Si estuviera en vuestro lugar, me lo pensaría dos veces antes de irme por esta tontería.
Silvia se puso a caminar por mi habitación, fijándose en cómo estaba todo. ¿Tontería? Pero ¿qué le pasaba a esa mujer?
—¿Se han llevado algo? —preguntó, con naturalidad.
—No, señora. Lo han puesto todo patas arriba, pero no parece que falte nada.
—Muy bien. —Se me acercó y me entregó un minúsculo teléfono móvil—. Esta es la línea más segura de palacio. Tienes que llamar a tu familia y decirles que estás bien. No te entretengas mucho. Aún tengo que ir a ver a otras chicas.
Me maravillé al ver aquel minúsculo objeto. Lo cierto era que nunca había tenido un teléfono móvil. Los había visto antes, en manos de Doses y de Treses, pero nunca había pensado que llegaría a usar uno. Las manos me temblaban de la emoción. ¡Iba a oír sus voces!
Marqué el número con impaciencia. Después de todo lo sucedido, aquello me hizo sonreír. Mamá cogió el teléfono a los dos tonos.
—¿Diga?
—¿Mamá?
—¡_____! ¿Eres tú? ¿Estás bien? Estábamos preocupadísimos. Nos llamó un guardia diciéndonos que posiblemente no sabríamos de ti hasta dentro de unos días, y enseguida supimos que esos malditos rebeldes habían entrado en el palacio. ¡Hemos pasado tanto miedo! —Se echó a llorar.
—No llores, mamá. Estoy bien —dije, y miré a Silvia, que parecía aburrida.
—Espera.
Se oyó un pequeño revuelo.
—¿_____? —En la voz de May se notaba que había llorado. Debía de haber pasado un día terrible.
—¡May! ¡Oh, May, te echo muchísimo de menos! —Sentí que las lágrimas estaban a punto de salir.
—¡Pensaba que habrías muerto! _____, te quiero. Prométeme que no te morirás —dijo May, entre llantos.
—Te lo prometo —contesté, y no pude evitar sonreír.
—¿Vendrás a casa? ¿No puedes? No quiero que sigas ahí —suplicó ella.
—¿Volver a casa?
Un montón de sensaciones se acumularon en mi interior. Echaba de menos a mi familia, y estaba cansada de esconderme de los rebeldes. Cada vez me sentía más confusa con
respecto a mis sentimientos hacia Aspen y Harry, y no sabía cómo gestionarlos. Lo más fácil sería marcharse. Pero, aun así…
—No, May, no puedo volver a casa. Tengo que quedarme aquí.
—¿Por qué? —protestó May.
—Porque sí —me limité a responder.
—Pero ¿por qué?
—Porque sí, nada más.
May se quedó un momento en silencio, pensando.
—¿Estás enamorada de Harry? —preguntó, y por un momento oí a la May que conocía, siempre tan loca por los chicos. Ya se le pasaría.
—Humm, no sé, pero…
—¡_____! ¡Estás enamorada de Harry!
—¡Oh, Dios mío! —Oí que exclamaba papá.
—¿Qué? —dijo mamá a lo lejos—. ¡Sí, sí, sí!
—May, yo no he dicho…
—¡Lo sabía! —May no paraba de reír. De pronto todo su miedo a perderme se había desvanecido.
—May, tengo que dejarte. Las otras chicas necesitan el teléfono. Solo quería que supierais que estoy bien. Escribiré pronto, lo prometo.
—Vale, vale. ¡Pero cuéntame de Harry! ¡Y manda más dulces! ¡Te quiero! —gritó.
—Yo también te quiero. Adiós.
Colgué el teléfono antes de que pudiera preguntar nada más. No obstante, en cuanto desapareció su voz, la eché de menos, más incluso que antes.
Silvia no perdió un momento. Me cogió el teléfono de la mano y al cabo de unos instantes ya estaba dirigiéndose a la puerta.
—Buena chica —dijo, y desapareció por el pasillo.
Desde luego no me sentía a gusto. Pero sabía que, una vez que supiera cómo arreglar las cosas con Aspen y Harry, todo iría mejor.
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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 9 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Dom 14 Sep 2014, 2:37 pm


Capítulo 24

A las pocas horas, Amy, Fiona y Tallulah ya se habían ido. No estaba segura de si tanta rapidez se debía a la eficiencia de Silvia o a la impaciencia de las chicas. Quedábamos diecinueve. De pronto me dio la impresión de que aquello iba muy rápido. Aun así, nunca me
habría imaginado que iba a ir aún más rápido.
El lunes después de los ataques volvimos a nuestras rutinas. El desayuno fue delicioso, y me preguntaba si llegaría un día en que aquellas comidas tan espectaculares ya no me dijeran nada.
—Kriss, ¿no es divino todo esto? —pregunté, mientras mordía un trozo de una fruta en forma de estrella.
Antes de mi llegada a palacio no la había visto nunca. Kriss tenía la boca llena, pero asintió. Aquella mañana sentía una cálida sensación de fraternidad. Ahora que habíamos sobrevivido a un intenso ataque rebelde, era como si aquellos frágiles vínculos se hubieran consolidado y convertido en algo inquebrantable. Emily, al otro lado de Kriss, me estaba pasando la miel. A mi otro lado, Tiny me preguntaba con ojos de admiración dónde había conseguido mi collar del ruiseñor. El ambiente era el de las cenas de mi familia unos años atrás, antes de que Kota se convirtiera en un idiota y de que Meg nos dejara para casarse. Todo era animado, informal y distendido.
De pronto supe, tal como había dicho Harry que le había ocurrido a su madre, que mantendría el contacto con aquellas chicas. Querría saber con quién se casaba cada una y les enviaría felicitaciones de Navidad. Y dentro de veinte años o más, si Harry tenía un hijo, las llamaría para preguntarles por sus candidatas preferidas de la nueva Selección. Y recordaríamos todo lo que habíamos pasado juntas y sonreiríamos al pensar en ello como una aventura, no como una competición.
Curiosamente, el único que parecía preocupado en toda la sala era Harry. No tocó la comida; paseaba la vista por las filas de chicas, concentrado en algo. De vez en cuando, hacía una pausa y se debatía, pensativo. Luego seguía.
Cuando llegó a mi fila, me pilló mirándolo y esbozó una tímida sonrisa. Salvo por el rápido intercambio de palabras de la noche anterior, no habíamos hablado desde nuestra discusión, y había cosas que aclarar. Esta vez tenía que ser yo quien iniciara la conversación. Con una expresión que dejaba claro que era una petición, no una exigencia, me tiré de la oreja. Él mantuvo la expresión tensa en la cara, pero también se tiró de la oreja.
Suspiré aliviada y la vista se me fue a las puertas del enorme comedor. Tal como sospechaba, había otro par de ojos mirándome. Había visto a Aspen al entrar, pero no había querido hacerle caso. Aunque supongo que es imposible no prestar atención a alguien a quien quieres tanto.
Harry se puso en pie. Aquel movimiento repentino hizo que su silla chirriara de un modo que llamó la atención de todas, y nos giramos en su dirección. Daba la impresión de que habría deseado pasar desapercibido, pero, consciente de que aquello era imposible, decidió hablar.
—Señoritas —dijo, con una leve reverencia. Tenía aspecto de estar pasándolo muy mal —. Me temo que, desde el ataque de ayer, me he visto obligado a reconsiderar seriamente la operación de la Selección. Tal como saben, tres de ustedes solicitaron permiso para marcharse ayer, y se lo concedí. No querría que nadie estuviera aquí contra su voluntad. Es más, no me siento cómodo obligando a nadie a quedarse en palacio, enfrentándose a esta amenaza constante, si estoy convencido de que no tenemos ningún futuro juntos.
La confusión reinante en la sala dio paso a la comprensión. Aunque no nos gustara, era evidente.
—No estará… —murmuró Tiny.
—Sí, eso es lo que está haciendo —respondí.
—Aunque me duele hacer esto, he discutido el asunto con mi familia y con unos cuantos consejeros próximos, y he decidido acelerar el proceso y reducir el número de participantes a la élite de finalistas. No obstante, en lugar de diez, solo quedarán seis de ustedes —anunció Harry, con un tono absolutamente formal.
—¿Seis? —exclamó Kriss.
—Eso no es justo —dijo Tiny casi sin voz, echándose a llorar.
Paseé la mirada por la sala mientras los murmullos de protesta iban extendiéndose. Celeste cogió aire, como si pudiera luchar por una plaza. Bariel había cerrado los ojos y cruzado los dedos, esperando quizá que esa imagen le hiciera ganar simpatías. Jessica, que había admitido que no estaba interesada en Harry, estaba increíblemente tensa. ¿Por qué le importaba tanto quedarse?
—No quiero alargar esto de un modo innecesario, así que solo las siguientes señoritas se quedarán: Lady Jessica y Lady Kriss.
Jess emitió un suspiro de alivio y se llevó una mano al pecho. Kriss se agitó de alegría en su silla y miró a las chicas a su alrededor, esperando que las demás se alegraran por ella. Y me alegré, hasta que me di cuenta de que dos de las seis plazas ya habían sido ocupadas. Con aquella discusión pendiente entre Harry y yo, ¿me enviaría a casa? ¿No veía ningún futuro en mí? ¿Deseaba que lo viera? ¿Qué haría si tenía que volver a casa?
Hasta aquel momento, había tenido en mis manos el poder de decidir cuándo me iría. Ahora me daba cuenta, de pronto, de lo importante que era para mí quedarme.
—Lady Natalie y Lady Celeste —prosiguió, mirando a una y luego a la otra.
Apreté los dientes al oír el nombre de Celeste. No podía creer que la prefiriese a ella antes que a mí. ¿Cómo podía escogerla para ser una de las seis finalistas? ¿Significaba eso que yo me iba? Habíamos discutido por ella, precisamente.
—Lady Elise —dijo, y todas las demás cogimos aire, esperando el último nombre. Sin darnos cuenta, Tiny y yo estábamos apretándonos la mano—. Y Lady _____. —Harry me miró, y sentí que cada uno de los músculos de mi cuerpo se relajaba.
Tiny empezó a lloriquear inmediatamente, y no era la única. Harry soltó un suspiro.
—A todas las demás, lo siento muchísimo, pero confío en que me crean cuando les digo que espero que sea por su bien. No quiero alimentar las esperanzas de nadie sin motivo y arriesgar su vida al mismo tiempo. Si alguna de las que se va a marchar desea hablar conmigo, estaré en la biblioteca al final del pasillo, y pueden venir a visitarme en cuanto hayan acabado de desayunar.
Harry salió del salón lo más rápido que pudo. Le observé hasta que pasó por delante de Aspen, pero entonces fue él quien llamó mi atención. Parecía confuso, y yo sabía por qué. Le había dicho que no quería a Harry, por lo que debía de suponer que yo tampoco significaba nada para el príncipe. Entonces, ¿por qué iba a estar tan tensa ante la perspectiva de quedarme o marcharme? ¿Y por qué iba a querer Harry que yo permaneciese en palacio?
Apenas un segundo después, Emmica y Tuesday ya habían salido corriendo tras Harry, sin duda en busca de una explicación. Algunas de las chicas estaban llorando, evidentemente desilusionadas, y a las que nos quedábamos nos tocó intentar animarlas.
Era una situación incomodísima. Tiny acabó por quitárseme de encima y salió corriendo. Yo no quería que me guardara rencor.
Al cabo de unos minutos, todo el mundo se había ido; ya no teníamos hambre. No me entretuve mucho, ya que tampoco podía contener las emociones. Cuando pasé junto a Aspen, me susurró:
—Esta noche.
Asentí levemente y seguí adelante.
El resto de la mañana fue raro. Nunca había tenido amigas a las que pudiera echar de menos. Todas las habitaciones ocupadas de la segunda planta estaban abiertas, y las chicas entraban y salían, pasándose notas y recogiendo direcciones. Lloramos y nos reímos juntas y, por la tarde, el palacio se había convertido en un lugar mucho más serio que en el momento de nuestra llegada.
En mi extremo del pasillo no quedaba nadie, así que no hubo más ruidos de doncellas yendo arriba y abajo, ni de puertas cerrándose. Me senté a mi mesa, leyendo un libro mientras mis doncellas limpiaban el polvo. Me pregunté si el palacio siempre estaba así de solitario. Aquel vacío hizo que echara de menos a mi familia.
De pronto alguien llamó a la puerta. Andy se apresuró a abrir, mirándome para asegurarse de que estaba preparada para las visitas. Asentí.
Cuando Harry entró en la habitación, me puse en pie de un salto.
—Señoritas —dijo, mirando a mis doncellas—. Nos volvemos a encontrar.
Ellas hicieron una reverencia y soltaron unas risitas nerviosas. Él les respondió con un gesto y se giró hacia mí. Hasta aquel momento no fui consciente de las ganas que tenía de verle. En un momento me puse en pie junto a la mesa.
—Perdónenme, pero necesito hablar con Lady _____. ¿Nos permiten un momento?
Las chicas se deshicieron en nuevas reverencias y risitas, y Andy, con un tono casi reverencial, le preguntó si podía traerle algo. Harry dijo que no, y nos dejaron solos. Él llevaba las manos en los bolsillos. Nos quedamos en silencio un momento.
—Me temía que me pudieras echar —admití, por fin.
—¿Por qué? —preguntó él, extrañado.
—Porque discutimos. Porque todo lo que pasa entre nosotros es raro. Porque…
«Porque, aunque tú sales con otras cinco mujeres, creo que te estoy engañando», pensé.
Harry fue acercándose lentamente, como si estuviera eligiendo las palabras a medida que se aproximaba. Cuando por fin llegó a mi altura, me cogió las manos en las suyas y me lo explicó todo.
—En primer lugar, deja que me disculpe. No debía haberte gritado. —Parecía sincero—. Es que algunos de los comités, y mi padre, me están presionando con esto, y quiero ser yo el que tome la decisión. Me molestaba que de nuevo no se tomara en serio mi opinión.
—¿Cómo?
—Bueno, ya has visto cuáles son mis opciones. Jess es la favorita de la opinión pública, y eso no puedo pasarlo por alto. Celeste es una joven muy poderosa, y procede de una excelente familia con la que conviene estar a buenas. Natalie y Kriss son encantadoras, ambas muy agradables, y cuentan con el favor de algunos de mis familiares. La familia de Elise resulta que tiene buenas relaciones en Nueva Asia. Y dado que estamos intentando poner fin a esta maldita guerra, es algo que vale la pena tener en cuenta. No he parado de dar vueltas a todos los aspectos de esta decisión.
No había ninguna explicación que justificara mi elección, y casi no me atrevía a pedirla. Sabía que éramos amigos, y que yo no tenía ninguna influencia política. Pero necesitaba oír aquellas palabras para poder decidir por mí misma. No podía mirarle a los ojos.
—¿Y yo? ¿Por qué sigo aquí? —pregunté, con la voz apenas convertida en un murmullo.
Estaba segura de que me dolería. En el fondo de mi corazón estaba convencida de que solo seguía aquí porque era tan bueno que se veía incapaz de romper su promesa.
—_____, creo que lo he dejado claro —dijo Harry con calma. Suspiró y me levantó la barbilla con la mano. Cuando por fin tuve sus ojos delante, confesó—. Si esto fuera más sencillo, ya habría eliminado a todas las demás. Sé lo que siento por ti. A lo mejor soy demasiado impulsivo al pensar que pueda estar tan seguro, pero tengo la convicción de que contigo sería feliz.
Me ruboricé. Sentía que las lágrimas acudían a mis ojos, pero parpadeé para combatirlas. La expresión de su rostro era tan adorable que no quería perdérmela.
—Hay momentos en que siento que hemos derribado el último muro que se había erigido entre tú y yo, y otros en los que pienso que solo quieres quedarte por conveniencia. Si pudiera estar seguro de que tu única motivación es estar conmigo…
Hizo una pausa y sacudió la cabeza, como si el final de la frase fuera algo que no podía permitirse siquiera desear.
—¿Me equivoco al pensar que sigues sin tenerlo claro?
No quería hacerle daño, pero tenía que ser honesta.
—No.
—Entonces tengo que asegurar la apuesta. Puede que un día decidas marcharte, y yo te lo permitiré. Pero tengo que encontrar esposa. Estoy intentando tomar la mejor decisión posible dentro de las limitaciones que se me han impuesto, pero, por favor, no dudes ni por un momento de que me importas. Mucho.
No pude contener más las lágrimas. Pensé en Aspen y en lo que había hecho, y me sentí avergonzada.
—¿Harry? —dije, entre sollozos—. ¿Podrás…, podrás perdonarme…? —No conseguí terminar mi confesión. Se acercó aún más y se puso a limpiarme las lágrimas del rostro con
sus fuertes dedos.
—¿Perdonarte el qué? ¿Nuestra estúpida discusión? Ya está olvidada. ¿Que tus sentimientos no afloren al ritmo de los míos? Estoy dispuesto a esperar —aseguró, encogiéndose de hombros—. No creo que haya nada que puedas hacerme que no pueda perdonarte. ¿Tengo que recordarte el rodillazo que me diste en la entrepierna?
No pude evitar reírme. Harry soltó una risa breve y luego se puso serio de pronto.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Esta vez han ido muy rápido —dijo, con un tono casi de admiración ante el talento de los rebeldes.
De pronto me planteé lo cerca que había estado del desastre al intentar salvar a mis doncellas.
—La situación me preocupa cada vez más, _____. Sean del norte o del sur, parecen tremendamente decididos. Da la impresión de que no pararán hasta que consigan lo que quieren, y no tenemos la más mínima idea de lo que es. —Harry parecía confuso y triste—. Me temo que sea solo cuestión de tiempo hasta que destruyan algo importante para mí.
Me miró a los ojos.
—Aún puedes decidir, ¿sabes? Si te da miedo quedarte, deberías decírmelo. —Hizo una pausa—. Y si crees que no podrás quererme nunca, me haría bien que me lo dijeras ahora. Te dejaré marchar, y podemos separarnos como amigos.
Lo rodeé con mis brazos y apoyé la cabeza contra su pecho. Harry parecía reconfortado y sorprendido por el gesto. Solo tardó un segundo en abrazarme.
—Harry, no estoy completamente segura de lo que somos, pero desde luego somos más que amigos.
Suspiró. Con la cabeza apretada contra su pecho, oía amortiguado el latido de su corazón. Parecía que se le aceleraba. Su mano, con un movimiento suave, como siempre, me envolvió la mejilla. Cuando le miré a los ojos, noté aquel sentimiento innombrable que crecía entre nosotros.
Con los ojos, Harry me pedía algo que ambos habíamos acordado posponer. En mi interior agradecí que no quisiera esperar más. Asentí levemente, y él cubrió la pequeña distancia que nos separaba y me besó con una ternura inimaginable.
Sentí una sonrisa bajo sus labios, una sonrisa que se prolongó un buen rato.
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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 9 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Dom 14 Sep 2014, 2:53 pm


Capítulo 25

Noté que alguien me tiraba del brazo. Estaba oscuro: o era muy tarde, o muy temprano. Por un instante pensé que habríamos sufrido otro ataque. Entonces supe que no era así: lo
dejaba claro la palabra usada para despertarme.
—¿_____?
Tenía a Aspen a mis espaldas, y me llevó un momento recomponerme antes de darme la vuelta. Sabía que tenía que hablar con él y aclarar ciertas cosas. Esperaba que el corazón me permitiera decirlas.
Me giré y, al ver sus brillantes ojos verdes, supe que no sería fácil. Entonces observé que había dejado la puerta de la habitación abierta.
—Aspen, ¿estás loco? —susurré—. ¡Cierra la puerta!
—No, ya lo he pensado. Con la puerta abierta, puedo decirle a cualquiera que venga que he oído un ruido y que he entrado a comprobar que estés bien, que es mi trabajo. Nadie sospecharía nada.
Era sencillo pero brillante. Supongo que a veces el mejor modo de guardar un secreto es dejarlo a la vista.
Asentí.
—De acuerdo.
Encendí la lámpara de mi mesita de noche para dejar claro a los ojos de cualquiera que pasara que no estábamos escondiendo nada. En el reloj vi que eran más de las tres de la mañana.
Evidentemente Aspen estaba satisfecho de sí mismo. Lucía una gran sonrisa, la misma con la que solía recibirme en la casa del árbol.
—Lo has guardado —dijo.
—¿Eh?
Señaló hacia la mesita de noche, donde seguía el frasco con el céntimo dentro.
—Sí —admití—. No podía deshacerme de él.
Se le veía cada vez más esperanzado. Se giró para mirar hacia la puerta, como para comprobar que no hubiera nadie. Entonces se agachó para besarme.
—No —dije, en voz baja, apartándome—. No puedes hacer eso.
La expresión de sus ojos estaba perdida entre la confusión y la tristeza, y me temí que todo lo que estaba a punto de decir no hiciera más que empeorar las cosas.
—¿He hecho algo mal?
—No —repuse, con firmeza—. Has sido maravilloso. Me ha hecho muy feliz verte otra vez y saber que aún me quieres. Lo ha cambiado todo.
—Bien —respondió, sonriendo—. Porque es cierto que te quiero, y pretendo asegurarme de que nunca más tengas motivos para dudarlo.
Me encogí, como avergonzada.
—Aspen, sea lo que sea lo que éramos, o lo que seamos ahora, aquí no podemos serlo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, cambiando de posición.
—Ahora formo parte de la Selección. Tengo que estar pendiente de Harry, y no puedo salir contigo, o lo que sea que estemos haciendo —dije, mientras retorcía con los dedos un extremo del edredón.
Se quedó pensando un momento.
—Así pues, ¿me estabas mintiendo… cuando decías que no habías dejado de quererme en ningún momento?
—No —le aseguré—. Te he llevado en el corazón todo este tiempo. Tú eres el motivo por el que las cosas han ido tan lentas. A Harry le gusto, pero no puedo permitirme sentir nada por él mientras existas tú.
—Bueno, estupendo —repuso, sarcástico—. Me encanta saber que no te importaría salir con él si yo no estuviera aquí.
Bajo aquella muestra de rabia, veía claramente que aquello suponía un duro golpe para él, pero no era culpa mía que las cosas hubieran ido así.
—¿Aspen? —dije, en voz baja, para que me mirara—. Cuando te fuiste de la casa del árbol, me dejaste destrozada.
—_____, ya te he dicho que yo…
—Déjame acabar. —Resopló, pero se calló—. Te llevaste mis sueños, y el único motivo por el que estoy aquí es porque tú insististe en que me apuntara.
Él sacudió la cabeza, con la rabia de saber que era cierto.
—He intentado recuperar el ánimo, y Harry se preocupa de verdad por mí. Tú significas mucho para mí, lo sabes. Pero ahora formo parte de esto, y sería tonto por mi parte negarme a ver adónde me lleva.
—Así pues, ¿le estás escogiendo a él en lugar de a mí? —preguntó, en un tono lastimoso.
—No, no se trata de escoger a ninguno de los dos, ni a él ni a ti. Estoy escogiéndome a mí.
Aquella era la única verdad. Aún no sabía lo que quería, y no podía dejarme llevar por lo que fuera más fácil o por lo que otros pensaran que era más conveniente. Tenía que darme tiempo para decidir lo que era mejor para mí.
Aspen reflexionó un momento, aunque desde luego no estaba contento con lo que había
oído.
Por fin sonrió.
—Sabes que no me rendiré, ¿verdad? —Su tono era de desafío, y no pude evitar sonreír. Lo cierto es que Aspen no era de los que admitían fácilmente la derrota.
—La verdad es que este no es un buen lugar para intentar luchar por mí. Tu determinación aquí puede resultar peligrosa.
—No le tengo miedo a ese «traje» —dijo, en tono de mofa.
Alcé la mirada, casi divertida ante el rumbo que tomaba aquello. Siempre me había preocupado que alguien me quitara a Aspen. Me sentía culpable por que me gustara verle preocupado en relación con que alguien pudiera quitarle a su chica, a mí, para variar.
—Muy bien. Dijiste que no le querías…, pero debe de gustarte un poco para que estés dispuesta a quedarte, ¿no?
Bajé la cabeza.
—La verdad es que sí —asentí—. Es mejor de lo que me esperaba.
Él se quedó pensando un momento, asimilando la noticia.
—Supongo que eso significa que tendré que luchar más duro de lo que pensaba —dijo, dirigiéndose a la puerta.
Antes de cerrar la puerta, me guiñó un ojo.
—Buenas noches, Lady _____.
—Buenas noches, soldado Leger.
La puerta se cerró, y la sensación de paz fue sobrecogedora. Desde el inicio de la Selección, me había preocupado que todo aquello se convirtiera en algo que me arruinara la vida. Sin embargo, en aquel momento no creí que pudiera haber nada mejor.

Por la mañana, mis doncellas entraron en la habitación, demasiado temprano para mi gusto, y me despertaron. Andy corrió las cortinas y, en el momento en que la luz cayó sobre mí, tuve la sensación de que aquel era realmente mi primer día en palacio.
La Selección ya no era algo que me estuviera ocurriendo sin más, sino que era algo de lo que yo participaba activamente. Era parte de la élite. Aparté las sábanas y me incorporé de un salto al nuevo día.
¡HOOLA!:
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