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Mensaje por Invitado Mar 12 Ago 2014, 9:32 am

por que no la sigues.??
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Mensaje por .Sweet Angel. Mar 12 Ago 2014, 10:26 pm

Sipiiiiii sasa!!
 muack  muack  muack 
Se te extraña! Volveeeeeeeee
.Sweet Angel.
.Sweet Angel.


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Mensaje por Meg 20 Miér 13 Ago 2014, 9:25 am

Soy lo peor ...
Gracias por dejarme como hmana d rayis y perdon por no comentar pero quieroq sepas q lei todos los capis.
Espero q no m hayas sacdo pq de verdad q siento no haber comentado m he ido un mes de vacaciones y llegue ayer mia padres no m dejan usar el tfno ni ningun aparato en las vacaciones
Atte tu fiel lectora Meg
Meg 20
Meg 20


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Mensaje por Jessica. Miér 13 Ago 2014, 4:38 pm

Oh linda perdóname la vida por no haber comentado de verdad esque estoy pasando tiempos difíciles y no he tenido tiempo de pasarme por tu novela.... Ame el capítulo la rayis y el harreh tan lindo sghsjak.
Besos Jess xx
Jessica.
Jessica.


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Mensaje por .Sweet Angel. Sáb 16 Ago 2014, 5:34 pm

SIGUELA SASA!!!
 muack  muack  muack  muack
.Sweet Angel.
.Sweet Angel.


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Mensaje por Jessica. Sáb 16 Ago 2014, 5:45 pm

Sasa por favor síguela!!
Jessica.
Jessica.


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Mensaje por Invitado Vie 29 Ago 2014, 4:28 pm

¡Hola lindas!
Siento no haber subido en todo este tiempo, pero como saben, estaba de vacaciones y no he podido utilizar el pc, espero que no me hayan abandonado D: La seguiré mañana por la mañana (horario de España) Ya que aquí son las 0:30 y acabo de llegar :S
Las ama: Sasa xx:)
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Mensaje por Jessica. Sáb 30 Ago 2014, 7:05 pm

Sasaaaaaa espero capítulo linda!!!!
Jessica.
Jessica.


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Mensaje por .Sweet Angel. Sáb 30 Ago 2014, 10:00 pm

también te amamos sasa!! te hemos extrañado un montón!!
*----------------*
no te preocupes espero con ansias el cap! :3
espero la estés pasando super en tus vacaciones *oo*
:3
besos honey :**
.Sweet Angel.
.Sweet Angel.


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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 8 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Vie 12 Sep 2014, 3:06 pm

Capitulo 17
♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 8 Large
—¿Quién fue el presidente de Estados Unidos durante la Tercera Guerra Mundial? — preguntó Silvia.
Esa no me la sabía, y aparté la mirada, esperando que no me señalara. Afortunadamente, Amy levantó la mano y respondió.
—El presidente Wallis.
Estábamos de nuevo en el Gran Salón, empezando la semana con una clase de historia. Bueno, era más bien un examen. Esa era una de las materias en las que siempre daba
la impresión de que los conocimientos que tenía la gente eran muy variados, en cuanto a la cantidad de datos y a la veracidad de la información. Mamá siempre nos había enseñado historia, ella misma, de viva voz. Teníamos libros y fichas para aprender lengua y matemáticas, pero en lo referente a la historia que componía nuestro pasado había muy poco de lo que pudiera estar segura al cien por cien.
—Correcto. El presidente Wallis era presidente antes de la invasión china y siguió dirigiendo Estados Unidos durante toda la guerra —confirmó Silvia.
Me repetí el nombre: «Wallis, Wallis, Wallis». Quería memorizarlo para contárselo a May y a Gerad cuando volviera a casa, pero estábamos aprendiendo tanto que era difícil recordarlo todo.
—¿Cuál fue el motivo de la invasión? ¿Celeste?
Celeste sonrió.
—El dinero. Estados Unidos les debía un montón de dinero que no podía pagar.
—Excelente, Celeste —respondió Silvia, con una sonrisa de aprobación. ¿Cómo hacía Celeste para engatusar a todo el mundo? Era irritante—. Cuando Estados Unidos se vio incapaz de pagar la enorme deuda, los chinos lanzaron la invasión. Por desgracia para ellos, así no recuperaron el dinero, ya que Estados Unidos estaba en la bancarrota. Eso sí, consiguieron mano de obra americana. Y cuando invadieron Estados Unidos, ¿qué nombre pusieron los chinos al país?
Levanté la mano, pero no fui la única.
—¿Jenna?
—Estados Americanos de China.
—Sí. Los Estados Americanos de China conservaron la misma imagen, pero no era más que una fachada. Los chinos tiraban de los hilos, haciendo valer su influencia en los grandes actos políticos y condicionando la aprobación de leyes en su favor.
Silvia pasó por entre los pupitres a paso lento. Me sentía como un ratón a la vista del halcón que va trazando círculos cada vez más cerca.
Eché un vistazo por la sala. Unas cuantas chicas parecían confundidas. Yo pensaba que aquello, en particular, lo sabía todo el mundo.
—¿Alguien más tiene algo que añadir? —preguntó Silvia.
—La invasión china hizo que varios países, en particular en Europa, se alinearan y establecieran alianzas —reaccionó Bariel.
—Sí —respondió Silvia—. No obstante, los Estados Americanos de China no tenían tantos amigos en aquella época. Habían tardado cinco años en reagruparse, y aquello ya había sido suficiente trabajo; no habían tenido ocasión de establecer alianzas —explicó; puso cara de agotamiento para expresar la dureza de aquel proceso—. Los E. A. C. pensaban devolver el golpe a China, pero entonces se encontraron con que tenían que afrontar otra invasión. ¿Qué país intentó ocupar los E. A. C. entonces?
Esta vez se levantaron muchas manos.
—Rusia —respondió alguien, sin esperar a que le dieran la palabra.
Silvia se giró en busca de la infractora, pero no pudo localizar la fuente.
—Correcto —dijo, algo molesta—. Rusia intentó expandirse en ambas direcciones y fracasó miserablemente, pero su falta de éxito dio a los E. A. C. la ocasión de contraatacar. ¿Cómo?
Kriss levantó la mano y respondió:
—Toda Norteamérica se unió para combatir contra Rusia, ya que parecía evidente que tenía los ojos puestos más allá de los E. A. C. Y combatir contra Rusia resultaba más fácil, ya que China también los estaba atacando por intentar invadir su territorio.
Silvia sonrió, orgullosa.
—Bien. ¿Y quién encabezó el ataque contra Rusia?
Todas las voces se unieron en una respuesta:
—¡Gregory Illéa!
Algunas de las chicas incluso aplaudieron.
Silvia asintió.
—Y aquello llevó a la fundación del país. Los aliados que componían los E. A. C. hicieron un frente común, y la reputación de Estados Unidos estaba tan dañada que nadie quería volver a adoptar ese nombre. Así que se formó una nueva nación bajo el liderazgo de Gregory Illéa, y adoptó su nombre. Él salvó este país.
Emmica levantó la mano. Silvia le dio la palabra.
—En cierto modo, somos un poco como él. Quiero decir, que tenemos ocasión de servir a nuestro país. Él era un simple ciudadano que donó su dinero y sus conocimientos. Y lo cambió todo —dijo, efusiva.
—Ese es un bonito planteamiento —concedió Silvia—. Y, al igual que él, una de vosotras alcanzará la realeza. En el caso de Gregory Illéa, se convirtió en rey por matrimonio con una familia real, y en el vuestro, será por matrimonio con esta. —Silvia se había dejado llevar por la emoción, de modo que, cuando Tuesday levantó la mano, tardó un momento en darse cuenta.
—Humm… ¿Por qué no nos dan todo esto en un libro, para que podamos estudiarlo? — dijo, dejando entrever un leve rastro de irritación.
Silvia sacudió la cabeza.
—Queridas niñas, la historia no es algo que debáis estudiar. Es algo que simplemente deberíais saber.
—Y que, evidentemente, no sabemos —me susurró Jessica, girándose hacia mí. Se sonrió ante su propia broma y luego volvió a prestar atención a Silvia.
Me quedé pensando en aquello, en que todas sabíamos cosas diferentes, o que teníamos que hacer cábalas sobre la verdad. ¿Por qué no nos daban libros de historia?
Recordé una vez, años atrás, cuando entré en la habitación de mis padres, porque mamá me había dicho que podía elegir lo que quería leer para mi clase de lengua. Mientras contemplaba mis opciones, descubrí un libro grueso y raído en un rincón y lo cogí. Trataba sobre la historia de Estados Unidos. Papá entró unos minutos más tarde, vio lo que estaba leyendo y me dijo que le parecía bien, siempre que no se lo contara a nadie.
Cuando él me pedía que mantuviera un secreto, yo lo hacía sin preguntar, y me encantó curiosear por todas aquellas páginas. Bueno, las que aún estaban legibles. Muchas estaban arrancadas, y parecía como si hubieran quemado el lomo del libro, pero fue allí donde vi una imagen de la antigua Casa Blanca y me enteré de cómo solían ser las vacaciones.
Nunca pensé en cuestionar la verdad oficial sobres las cosas hasta que me las encontré de frente. ¿Por qué permitía el rey que no paráramos de elucubrar?
Las luces se apagaron de nuevo, dejando a la vista a Harry y a Natalie, que lucían una gran sonrisa.
—Natalie, baja un poquito la barbilla, por favor. Así. —El fotógrafo tomó otra instantánea,
con lo que llenó la sala de luz—. Creo que ya basta. ¿Quién va ahora?
Apareció Celeste por un lado, con un grupo de doncellas revoloteando a su alrededor, y el fotógrafo volvió al ataque. Natalie, que aún estaba junto a Harry, dijo algo y echó el pie atrás en un gesto pícaro. Él respondió en voz baja, y ella se alejó conteniendo una risita.
El día anterior, tras la clase de historia, ya nos habían dicho que aquella sesión fotográfica no era más que para entretener al público, pero no podía evitar pensar que tendría cierta importancia. Alguien había escrito un editorial en una revista sobre el aspecto que debía tener una princesa. No había leído el artículo personalmente, pero Emmica y algunas otras sí. Según decía, hablaba de que Harry necesitaba a una chica que tuviera un aspecto regio y que diera bien con él cuando los fotografiaran juntos, alguien que quedara bien en un sello.
Y ahí estábamos nosotras, en fila, ataviadas con vestidos idénticos, de color crema, con mangas cortas sobre los hombros y cintura baja, con una gran banda roja sobre el hombro, tomándonos fotos con Harry. Las fotos se imprimirían en la misma revista, y el personal de la publicación haría su elección. Todo aquello me resultaba incómodo. Era justo lo que me había molestado más desde el principio, que Harry no buscara más que una cara bonita. Ahora que lo conocía estaba segura de que no era el caso, pero me daba rabia que hubiera gente que pensara que él era así.
Suspiré. Algunas de las chicas caminaban arriba y abajo, picoteando algún tentempié y charlando, pero la mayoría de nosotras esperábamos de pie por el perímetro del estudio montado en el Gran Salón. Una enorme cortina dorada —que me recordaba las telas que usaba papá para proteger el suelo cuando pintaba— colgaba de una pared y se extendía por el suelo. En un lado había un pequeño sofá; en el otro, una columna. Y en el centro se veía el escudo de Illéa, que le daba a todo el tinglado un aire patriótico. Nosotras íbamos mirando cómo pasaban las seleccionadas para que las fotografiaran, y entre las que esperaban se oían susurros de lo que les gustaba o lo que no, o de sus planes personales.
Celeste se acercó a Harry con un brillo en los ojos, y él le sonrió. En el momento en que llegó a su altura, situó sus labios junto al oído de él y le susurró algo. No sé qué sería, pero Harry echó la cabeza atrás, soltó una carcajada y asintió, aceptando así su pequeño secreto. Resultaba raro verlos así. ¿Cómo podía ser que alguien que se llevaba tan bien conmigo se llevara bien también con alguien como ella?
—Muy bien, señorita, gírese hacia la cámara y sonría, por favor —dijo el fotógrafo.
Celeste obedeció al instante.
Se volvió hacia Harry y apoyó una mano en su pecho, inclinó la cabeza un poco y mostró una sonrisa bien ensayada. Parecía saber cómo sacar el máximo partido a las luces y al set, e iba variando la posición de Harry unos centímetros aquí y allá, o insistía en que cambiaran de pose. Mientras otras se tomaban su tiempo e intentaban simplemente alargar el momento, para estar más con Harry —en particular las que aún no habían quedado con él en privado—, Celeste parecía querer demostrar su dominio de la situación.
Cuando acabó, el fotógrafo llamó a la siguiente. Yo estaba tan absorta viendo cómo Celeste recorría el brazo de Harry con la punta de los dedos al marcharse que una de las doncellas tuvo que recordarme que era mi turno.
Sacudí un poco la cabeza y me centré en la tarea que tenía por delante. Recogí el vestido con las manos y me acerqué a Harry. Apartó la mirada de Celeste y me miró, y, quizá fueron imaginaciones mías, pero me pareció que se le iluminaba un poco la cara.
—Hola, querida —dijo, con voz cantarina.
—¡No empieces! —le advertí, pero él se limitó a chasquear la lengua y extendió las manos.
—Espera un momento. Tienes la banda torcida.
—No es de extrañar. —Aquella cosa pesaba tanto que sentía que se me movía a cada paso que daba.
—Creo que ya está —dijo él, bromeando.
—A ti, por tu parte, podrían colgarte con las lámparas de araña —contraataqué, señalando la ristra de relucientes medallas que llevaba en el pecho. Su uniforme, que recordaba al de los guardias, solo que mucho más elegante, también tenía unas cosas doradas en los hombros y llevaba una espada colgada del cinto. Era excesivo.
—Miren a la cámara, por favor —advirtió el fotógrafo.
Levanté la vista y vi no solo sus ojos, sino también el rostro de las chicas que nos miraban, y me puse de los nervios.
Me sequé el sudor de las manos en el vestido y resoplé.
—No te pongas nerviosa —susurró Harry.
—No me gusta que me mire todo el mundo.
Él tiró de mí y me rodeó la cintura con la mano. Quise dar un paso atrás, pero el brazo de Harry me retuvo con fuerza.
—Tú mírame como si no pudieras resistirte a mis encantos —dijo, poniendo morritos y forzando una mueca, lo cual hizo que se me escapara la risa.
La cámara disparó justo en aquel momento, y nos pilló a los dos riéndonos.
—¿Lo ves? —dijo Harry—. No es para tanto.
—Supongo —contesté. Seguí tensa unos minutos, mientras el fotógrafo nos daba instrucciones y Harry iba pasando de una postura a otra, soltándome un poco, o girándome, situando mi espalda contra su pecho.
—Excelente —intervino el fotógrafo—. ¿Podemos hacer unas más en el sofá?
Me sentía mejor ahora que ya quedaba poco; tomé asiento junto a Harry con la mejor postura que pude adoptar. De vez en cuando, él me hacía cosquillas, haciéndome sonreír hasta casi provocarme la risa. Yo esperaba que el fotógrafo disparara justo en el momento previo a mis ataques de risa, o todo aquello sería un desastre.
Por el rabillo del ojo vi una mano que se agitaba, y un momento más tarde Harry también se giró. Era un hombre vestido de traje, que evidentemente necesitaba hablar con el príncipe. Harry asintió, pero el tipo dudó, mirándole a él y luego a mí, como si cuestionara mi presencia.
—No pasa nada —dijo Harry, y el hombre se acercó y se arrodilló ante él.
—Ataque rebelde en Midston, alteza —informó. Harry suspiró y dejó caer la cabeza en un gesto de preocupación—. Han quemado hectáreas de cosechas y han matado a una docena de personas.
—¿En qué parte de Midston?
—En el oeste, señor, cerca de la frontera.
Harry asintió lentamente y se quedó pensando, como si estuviera juntando aquella información a otras que ya tenía en la cabeza.
—¿Qué dice mi padre?
—En realidad, alteza, quiere saber qué piensa usted.
Harry se mostró sorprendido por un instante:
—Sitúen las tropas al sureste de Sota y por todo Tammins. No las lleven más al sur, hasta Midston; no valdría de nada. Veamos si podemos interceptarlos.
El hombre se puso en pie e hizo una reverencia.
—Excelente, señor.
Y tan rápido como había aparecido, desapareció.
Yo sabía que, supuestamente, debíamos volver a las fotos, pero Harry ya no parecía tan interesado.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Él asintió, apagado.
—Sí. Es por toda esa gente.
—Quizá debiéramos dejarlo —sugerí.
Él sacudió la cabeza, irguió el cuerpo y sonrió, apoyando su mano sobre la mía.
—Una cosa que debes aprender en esta profesión es a parecer tranquilo cuando no lo estás. Sonríe, _____, por favor.
Levanté la cabeza y sonreí tímidamente a la cámara mientras el fotógrafo iba haciendo su trabajo. Cuando tomaba aquellas últimas instantáneas, Harry me apretó la mano, y yo apreté la suya. En aquel momento sentí que había una conexión entre nosotros, algo profundo y verdadero.
—Muchas gracias. La siguiente, por favor —dijo el fotógrafo.
Nos pusimos en pie, y me cogió la mano.
—Por favor, no digas nada. Es imprescindible que seas discreta.
—Por supuesto.
El sonido de un par de tacones acercándose me recordó que no estábamos a solas, pero me habría gustado quedarme. Él me apretó la mano por última vez y me soltó y, mientras me alejaba, me planteé varias cosas. Resultaba agradable que Harry confiara en mí lo suficiente como para compartir conmigo su secreto, y por un momento me había sentido como si estuviéramos solos. Luego pensé en los rebeldes, y en cómo solía hablar el rey de su traición, pero me había comprometido a no decirle nada a nadie. No tenía mucho sentido.
—Janelle, querida —dijo Harry, al acercarse la siguiente. Sonreí para mis adentros al oír aquel saludo tan manido. Harry bajó la voz, pero yo seguía oyéndolo—. Antes de que se me olvide, ¿estás libre esta tarde?
Sentí una especie de nudo en el estómago. Supuse que aún sería efecto de los nervios.
—Debe de haber hecho algo terrible —insistió Amy.
—No es eso lo que dijo ella —rebatió Kriss.
Tuesday tiró a Kriss del brazo.
—¿Qué es lo que dijo?
Janelle había sido expulsada.
Comprender por qué había sido eliminada era crucial para nosotras, porque había sido la primera expulsión que se había producido de forma individual y sin haber roto ninguna regla. No había sucedido debido a una primera impresión, ni había sido un abandono a causa del miedo. Había hecho algo mal, y todas queríamos saber de qué se trataba.
Kriss, que ocupaba la habitación justo enfrente de la de Janelle, la había visto entrar; era la única persona con la que había hablado antes de marcharse. Suspiró y volvió a contar la historia por tercera vez.
—Harry y ella habían salido de caza, pero eso ya lo sabéis —dijo, agitando la mano como si intentara aclararse las ideas.
La cita de Janelle era vox populi. Tras la sesión de fotos del día anterior, se lo había estado contando a todo el que la quisiera escuchar.
—Era su segunda cita con Maxon. Es la única que ha salido dos veces con él —señaló Bariel.
—No, no lo es —murmuré.
Unas cuantas cabezas se giraron hacía mí, pero ¡es que era cierto! Pero, bueno, Janelle era la única chica que había salido dos veces con Harry, sin contarme a mí. Aunque no es que yo contara, claro.
—Cuando volvió, estaba llorando —prosiguió Kriss—. Le pregunté qué le pasaba, y me respondió que se iba, que Harry le había dicho que se fuera. La abracé, porque la vi muy abatida, y le pregunté qué había sucedido. Me dijo que no me lo podía contar. No lo entendí. ¿Será que no podemos hablar de los motivos de nuestra expulsión?
—Eso no estaba en las normas, ¿no? —preguntó Tuesday.
—A mí nadie me dijo nada de eso —respondió Amy, y muchas otras sacudieron la cabeza, confirmándolo.
—Pero ¿qué te dijo? —insistió Celeste.
Kriss suspiró de nuevo.
—Dijo que más me valía ir con cuidado con lo que decía. Luego se echó atrás y cerró la puerta de un portazo.
Se hizo un silencio generalizado, mientras todas pensábamos.
—Debe de haberle insultado —intervino Elayna.
—Bueno, si ese es el motivo por el que se fue, no es justo, puesto que Harry ya dijo que «alguna» de las que estamos aquí le insultó la primera vez que se vieron —protestó Celeste.
Todas empezaron a mirar alrededor, intentando descubrir a la culpable, quizá para hacer que también la expulsaran —me expulsaran—. Eché una mirada nerviosa a Jess, y ella reaccionó de inmediato.
—¿No diría algo sobre el país? ¿De política, o algo así?
Bariel chasqueó la lengua.
—Por favor… Tendría que ser muy aburrida la cita para que se pusieran a hablar de política. ¿Es que alguna de vosotras ha hablado con Harry sobre algo que tenga que ver con el gobierno del país?
Nadie respondió.
—Claro que no —confirmó Bariel—. Harry no busca a una colega de trabajo; busca una esposa.
—¿No crees que lo estás infravalorando? —objetó Kriss—. ¿No crees que quizá Harry pueda querer a alguien con ideas y opiniones propias?
Celeste echó la cabeza atrás y se rio.
—Harry puede gobernar el país solito perfectamente. Ha sido educado para hacerlo. Además, tiene montones de personas a su alrededor para ayudarle a tomar decisiones. ¿Para qué iba a querer que alguien más le dijera qué hacer? Yo, en tu lugar, aprendería a mantener la boca cerrada. Al menos, hasta que te cases con él.
Bariel unió filas con Celeste:
—Lo cual no ocurrirá.
—Exactamente —ratificó Celeste con una sonrisa—. ¿Por qué iba a fijarse Harry en una Tres paranoica cuando puede escoger a una Dos?
—¡Eh! —exclamó Tuesday—. A Harry no le importan los números.
—Claro que sí —replicó Celeste, con un tono que bien podría haber usado con una niña pequeña—. ¿Por qué te crees que todas las que estaban por debajo del Cuatro han sido eliminadas?
—Yo sigo aquí —dije, levantando la mano—. Así que si te crees que sabes cómo funciona esto, vas muy equivocada.
—¡Oh, es la chica que nunca sabe cuándo callarse! —me rebatió Celeste, fingiendo divertirse.
Apreté el puño, intentando decidir si valía la pena atizarle. ¿Sería parte de su plan? Pero antes de que tuviera ocasión de moverme, la puerta se abrió de pronto y apareció Silvia.
—¡Correo, señoritas! —anunció, y la tensión desapareció de la sala.
Todas nos quedamos inmóviles, deseosas de echar mano a las cartas que traía consigo.
Llevábamos en el palacio casi dos semanas, y, salvo por las noticias que habíamos tenido de nuestras familias el segundo día, era nuestro primer contacto real con nuestras casas.
—Veamos —dijo Silvia, echando un vistazo a los montones de cartas, completamente ajena al conato de discusión que había tenido lugar apenas unos segundos antes—. ¿Lady Tiny? —llamó, buscando con la vista por la sala.
Tiny levantó la mano y se adelantó.
—¿Lady Elizabeth? ¿Lady _____?
Prácticamente corrí hacia ella y le arranqué la carta de la mano. Estaba ansiosa por tener noticias de mi familia. En cuanto la tuve en mi poder, me retiré a un rincón para estar un momento a solas.

Querida _____:
Espero con impaciencia que llegue el viernes. ¡No puedo creerme que vayas a hablar con Gavril Fadaye! Qué suerte tienes.


Yo, desde luego, no me sentía afortunada. Al día siguiente, Gavril nos iba a bombardear a preguntas, y no tenía ni idea de qué podía preguntarnos. Estaba segura de que quedaría como una idiota.

Nos gustará mucho volver a oír tu voz. Echo de menos oírte cantando por casa. Mamá no lo hace, y desde que tú te has ido aquí reina el silencio. ¿Me mandarás un saludo por televisión?
¿Cómo va la competición? ¿Tienes muchas amigas? ¿Has hablado con alguna de las chicas que se han marchado? Mamá ahora no para de decir que tampoco pasa nada si pierdes. La mitad de las chicas que han vuelto a casa ya están prometidas con hijos de alcaldes o de famosos. Dice que seguro que habrá alguien que te quiera, si es que Harry no se decide. Gerad espera que te cases con un jugador de baloncesto y no con un aburrido príncipe. Pero a mí no me importa lo que digan los demás. ¡Harry es guapísimo!
¿Ya le has besado?


¿Besarle? ¡Acabábamos de conocernos! Y Harry tampoco tenía ningún motivo para besarme.

Estoy segura de que besa mejor que nadie en el mundo. ¡Yo creo que, si eres príncipe, tienes que besar de maravilla!
Tengo muchas más cosas que contarte, pero mamá quiere que me ponga a pintar. Escríbeme una carta de verdad en cuanto puedas. ¡Una bien larga! ¡Con muchos detalles! Te quiero. Todos te queremos. MAY


Así que las chicas eliminadas iban cayendo en manos de tipos ricos. No había pensado que ser la descartada de un futuro rey te pudiera convertir en un artículo de valor. Recorrí la sala, pensando en las palabras de May.
Quería saber qué estaba pasando. Me pregunté qué era lo que había sucedido exactamente con Janelle y sentía curiosidad por saber si Harry tenía alguna otra cita aquella noche. Tenía muchas ganas de verle.
El cerebro me iba a cien por hora, intentando buscar un modo para hablar con él. Mientras pensaba, fijé la vista en el papel que sujetaba entre las manos.
La segunda página de la carta de May estaba casi en blanco. Arranqué un trozo mientras seguía andando sin rumbo fijo. Algunas de las chicas estaban absortas en páginas y más páginas de cartas de sus familias, y otras comentaban las noticias. Tras una vuelta entera, me detuve junto al libro de visitas de la Sala de las Mujeres y cogí la pluma.
En el pedazo de papel que llevaba, garabateé rápidamente una nota.
Alteza:
Me tiro de la oreja. Cuando sea.
Salí de la sala como si fuera al baño y miré a ambos lados del pasillo. Estaba vacío. Me quedé allí, de pie, esperando, hasta que una doncella giró la esquina con una bandeja de té en las manos.
—Perdone —la llamé, en voz baja. En aquellos pasillos enormes cualquier voz resonaba.
La chica se detuvo frente a mí con una leve reverencia.
—¿Sí, señorita?
—¿No irá por casualidad a llevar eso al príncipe?
—Sí, señorita —dijo ella, sonriendo.
—¿Podría llevarle esto de mi parte? —pregunté, entregándole mi nota plegada.
—¡Por supuesto, señorita!
La cogió y se fue, más sonriente aún que antes. Sin duda la abriría en cuanto no la viera, pero me sentía segura con aquel lenguaje en clave.
Aquellos pasillos eran fascinantes; cada uno de ellos tenía más elementos decorativos que toda mi casa. El papel de las paredes, los espejos dorados, los gigantescos jarrones con flores frescas, todo era precioso. Las alfombras eran lujosas y estaban inmaculadas, las ventanas estaban relucientes y los cuadros de las paredes eran encantadores.
Vi algunos cuadros de pintores que conocía —Van Gogh, Picasso—, pero otros no sabía quiénes eran. Había fotografías de edificios que había visto antes, incluida una de la legendaria Casa Blanca. Comparado con las fotos y con lo que yo había leído en mi viejo libro de historia, el palacio era infinitamente mayor y más lujoso, pero, aun así, me habría gustado que continuara en pie para verla.
Seguí por el pasillo y llegué hasta un retrato de la familia real. Parecía antiguo; en aquella imagen, Harry era más bajo que su madre. Ahora, en cambio, era mucho más alto.
En el tiempo que llevaba en palacio, solo los había visto juntos en las cenas y durante la emisión del Illéa Capital Report. ¿Serían muy reservados? A lo mejor no les gustaba tener a tantas chicas en su casa, y lo aguantaban solo porque no les quedaba otro remedio. Yo no sabía qué pensar de aquella familia invisible.
—¿_____?
Al oír mi nombre me giré. Harry se me acercaba a paso ligero por el pasillo.
Me sentí como si lo viera por primera vez.
Se había quitado la casaca, y llevaba la camisa blanca arremangada. La corbata, que era azul la llevaba floja, y el cabello, siempre tan engominado, se le movía un poco con cada movimiento. A diferencia de la imagen de uniforme del día anterior, tenía un aspecto más joven, más real.
Me quedé inmóvil. Harry se me acercó y me cogió de las muñecas.
—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—Nada, estoy bien —respondí.
Harry resopló. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
—Gracias a Dios. Al recibir tu nota, he pensado que estarías enferma o que le habría pasado algo a tu familia.
—¡Oh! Oh, no, Harry, lo siento. Ya sabía que era una tontería. Es solo que no sabía si estarías a la hora de la cena, y quería verte.
—Bueno, ¿para qué? —preguntó. Aún me miraba con el ceño fruncido, como si quisiera asegurarse de que no hubiera roto nada.
—Solo quería verte.
Harry dejó de moverse. Me miró a los ojos, como maravillado.
—¿Solo querías verme? —respondió, agradablemente sorprendido.
—No te sorprendas tanto. Los amigos suelen pasar tiempo juntos —dije, y con el tono de mi voz se sobreentendía el «por supuesto».
—Ah, estás enfadada conmigo porque he estado ocupado toda la semana, ¿no? No pretendía descuidar nuestra amistad, _____. —Ahora ya volvía a ser el Harry correcto y diplomático.
—No, no estoy enfadada. Solo me estaba explicando. Pareces ocupado. Vuelve a tu trabajo, y ya te veré cuando estés libre. —Me di cuenta de que aún me tenía cogida por las muñecas.
—Bueno, ¿te importa si me quedo unos minutos? Arriba están celebrando una reunión sobre presupuestos, y detesto esas cosas —dijo. Y sin esperar respuesta me arrastró hacia un pequeño y mullido sofá hacia la mitad del pasillo, bajo una ventana, y yo solté una risita al sentarnos—. ¿Qué es tan divertido?
—Tú —respondí, sonriendo—. Es gracioso ver cómo te escaqueas del trabajo. ¿Qué tienen de malo esas reuniones?
—¡Oh, _____! —repuso, mirándome de nuevo a la cara—. No paran de dar vueltas a las cosas. A papá se le da bien apaciguar a los asesores, pero es muy duro orientar a cada comisión en una dirección determinada. Mamá siempre le insiste para que dedique más recursos a educación (considera que cuanto más educado estés, menos probable será que te conviertas en un delincuente, y yo estoy de acuerdo), pero papá nunca consigue que se retire financiación de otras áreas que podrían pasar perfectamente con menos presupuesto. ¡Es frustrante! Y yo desde luego no mando, así que mi opinión suele pasarse por alto. —Harry apoyó los codos en las rodillas, y la cabeza en las manos. Parecía cansado.
Ahora comprendía un poco de su mundo, aunque, en el fondo, me resultaba igual de inimaginable que antes. ¿Cómo podían no hacerle caso al futuro soberano?
—Lo siento. Lo bueno es que en el futuro tendrás más influencia —dije, frotándole la espalda para intentar darle ánimos.
—Ya. Siempre me lo digo a mí mismo. Pero es frustrante saber que podríamos cambiar cosas solo con que nos escucharan —se lamentó.
Me costaba un poco oír su voz cuando la dirigía hacia la alfombra.
—Bueno, no te desanimes. Tu madre va por el buen camino, pero la educación por sí sola no arreglará nada.
Harry levantó la cabeza.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, casi como acusándome. Y tenía razón. Me acababa de exponer una idea que había estado madurando, y yo se la había echado por tierra. Intenté dar marcha atrás.
—Bueno, en comparación con los elegantes tutores que tiene alguien como tú, el sistema educativo para los Seises y los Sietes es terrible. Creo que darles mejores profesores o mejores instalaciones les haría un bien enorme. Pero ¿y los Ochos? ¿No es esa casta la responsable de la mayoría de los delitos? Ellos no reciben ninguna educación. Creo que si tuvieran la sensación de que se les da algo, lo que fuera, quizá sería un estímulo para ellos.
»Además… —Hice una pausa. No sabía si un chico que lo había tenido todo en la vida podría entender aquello—. ¿Alguna vez has pasado hambre, Harry? No quiero decir que tengas ganas de que llegue la cena. Quiero decir «morirte de hambre». Si no tuvierais nada de comida, ni para tu madre ni para tu padre, y supieras que si le quitaras algo a alguien que dispone de más comida al día de la que tú tendrías en toda tu vida podrías comer… En fin, ¿qué harías entonces? Si tu familia dependiera de ti, ¿qué no harías por tus seres queridos?
Se quedó en silencio un momento. Ya había habido una ocasión —cuando habíamos hablado sobre mis doncellas, durante el ataque— en el que habíamos constatado la enorme distancia que nos separaba. Aquel tema era mucho más polémico, y estaba claro que él quería evitarlo.
—_____, no estoy diciendo que algunos no tengan una vida difícil, pero robar es…
—Cierra los ojos, Harry.
—¿Qué?
—Cierra los ojos.
Él frunció el ceño, pero obedeció. Esperé a que a que se le relajara el rostro antes de empezar:
—En algún lugar, en este palacio, hay una mujer que se convertirá en tu esposa.
Vi que le temblaba la boca, esbozando una sonrisa esperanzada.
—A lo mejor aún no sabes qué cara tiene, pero piensa en las chicas que están en esa sala. Imagínate la que más te quiere de todas. Imagina a tu «querida».
Tenía las manos apoyadas en el asiento, junto a las mías, y sus dedos rozaron los míos por un segundo. Aparté la mano.
—Lo siento —murmuró, mirándome.
—¡Los ojos cerrados!
Tragó saliva y recuperó la postura.
—Esa chica… Imagina que depende de ti. Necesita que la cuides y que le hagas sentir que la Selección ni siquiera tuvo lugar. Que la habrías encontrado aunque te hubieras hallado en medio del país y hubieras tenido que irla buscando puerta por puerta. Que desde el principio era la persona destinada para ti.
La sonrisa esperanzada empezó a transformarse en una expresión seria.
—Necesita que la cuides y la protejas. Y si llegara un momento en que no hubiera absolutamente nada que comer, y ni siquiera pudieras dormir por la noche oyendo el ruido de sus tripas…
—¡Para! —Harry se puso en pie. Cruzó el pasillo y se quedó allí, de pie, de cara a la pared.
Me sentí algo incómoda. No me había imaginado que aquello pudiera contrariarle tanto.
—Lo siento —susurré.
Él asintió, pero siguió mirando a la pared. Al cabo de un momento se giró. Sus ojos buscaron los míos, tristes e inquisitivos.
—¿De verdad es así? —preguntó.
—¿El qué?
—Ahí afuera… ¿Ocurre? ¿La gente pasa tanta hambre?
—Harry, yo…
—Dime la verdad. —Su boca trazaba una línea recta y firme.
—Sí. Ocurre. Conozco a familias en las que los mayores dejan de comer para que puedan hacerlo sus hijos o sus hermanos pequeños. Sé de un chico al que azotaron en la plaza del pueblo por robar comida. A veces, cuando estás desesperado, cometes locuras.
—¿Un chico? ¿De qué edad?
—De nueve años. —Me estremecí. Aún recordaba las cicatrices sobre la pequeña espalda de Jemmy.
Harry estiró su propia espalda, como si sintiera el dolor.
—¿Tú…? —Se aclaró la garganta—. ¿Alguna vez has estado así?
—¿Si he pasado hambre?
Bajé la cabeza, evitando responder. En realidad no quería hablarle de aquello.
—¿Hasta qué punto?
—Harry, eso solo te hará sentir peor.
—Probablemente —repuso, con gravedad—. Pero hasta ahora no me había dado cuenta de todo lo que no sé de mi propio país. Por favor.
Suspiré.
—Lo hemos pasado bastante mal. La mayoría de las veces, cuando tenemos que escoger, nos quedamos con la comida y prescindimos de la electricidad. Recuerdo en especial una vez, era casi en Navidad. Hacía mucho frío, así que teníamos que ponernos un montón de ropa y quedarnos en casa. May no entendía por qué no había regalos. Como norma general, en mi casa nunca sobra nada. Siempre hay alguien que quiere más.
Vi que se ponía pálido. No quería verlo contrariado. Necesitaba darle la vuelta a aquello, hablar de algo positivo.
—Sé que los cheques que hemos recibido durante las últimas semanas han sido de gran ayuda, y mi familia sabe administrarse muy bien el dinero. Estoy segura de que lo habrán guardado bien para que dure mucho tiempo. Has hecho muchísimo por nosotros, Harry. — Intenté sonreírle de nuevo, pero su expresión no cambió.
—Cielo santo. Cuando me dijiste que lo que más te interesaba de estar aquí era la comida, no estabas de broma, ¿verdad? —preguntó él, meneando la cabeza.
—La verdad, Harry, últimamente nos hemos defendido bastante bien. Yo… —Pero no pude acabar la frase.
Harry se me acercó y me besó en la frente.
—Te veré en la cena.
Se marchó, arreglándose la corbata mientras caminaba.
¡Lo siento!:
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Mensaje por Invitado Vie 12 Sep 2014, 4:51 pm

Hola hermosa no hay problema, lo bueno de todo esto es uqe no hayas abandonado la novela! Me encanto el capítulo y espero que la sigas pronto por que encerio amo esta novela!
siguela.
Besos
Eli
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Mensaje por .Sweet Angel. Vie 12 Sep 2014, 11:03 pm

waaaaaaaaaaaaaa
SASA!! HOLA!! *OOOOOOOOOOOOOO* te extrañe tanto :3
y pues el cap increíble!!!
owwww rayis extraña a harry..y XDD no se me causa algo de risa el que harry no sepa de ciertas cosas, pero igual.....me alegra que cada vez se junten mas por decirlo :3
SIGUELAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
ENSERIO ME ENCANTO *OOOOOO*
como siempre largos :3
gracias por todo :3
:***
.Sweet Angel.
.Sweet Angel.


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Mensaje por .Sweet Angel. Vie 12 Sep 2014, 11:05 pm

y no te preocupes te entiendo la escuela...-.- joder odio esa maldita carcel XDD
pero buee tu solo sube cunado tengas tiempo estaremos esperándote :3
siiii el sexy Duende *000000000000*
wiiiiiiii
yo quiero!!
:3
Avatar XD *ppppppppppp*
.Sweet Angel.
.Sweet Angel.


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Mensaje por Invitado Sáb 13 Sep 2014, 4:44 am


Capítulo 18
—Sí, Harry —susurré—. Es posible.

Harry me había dicho que nos veríamos a la hora de la cena, pero no estaba allí. La reina entró sola, y nosotras la esperamos tras nuestras sillas. Hicimos una leve reverencia en el momento en que tomó asiento y luego nos sentamos.
Miré por toda la mesa en busca de alguna silla vacía, suponiendo que Harry tendría alguna cita, pero no faltaba ninguna chica.
Me había pasado la tarde dándole vueltas a lo que le había dicho. Estaba claro por qué no tenía amigos. Evidentemente se me daban fatal.
Entonces entraron Harry y el rey. Él ya se había puesto la americana, pero seguía despeinado. Comentaban algo mientras andaban. Nos apresuramos a ponernos en pie. Parecían tener una conversación animada. Harry gesticulaba para expresarse mejor, y el rey asentía, registrando las palabras de su hijo, pero aparentemente algo incómodo. Cuando llegaron a la cabecera de la mesa, el rey Dess le dio a su hijo una firme palmada en la espalda, con el gesto adusto.
Cuando el rey se giró hacia nosotras, de pronto su rostro se llenó de entusiasmo.
—Oh, por Dios, señoritas, siéntense, por favor. —Le dio un beso a la reina en la cabeza y él también se sentó.
Pero Harry se quedó en pie.
—Señoritas, tengo un anuncio que hacerles. —Todas las miradas se fijaron en él. ¿Qué podía tener que comunicarnos?—. Sé que a todas se les prometió una compensación económica por su participación en la Selección —dijo, con un tono autoritario que en realidad solo le había oído usar una vez, la noche que me había llevado al jardín. Estaba mucho más atractivo cuando hacía uso de su autoridad con un objetivo—. No obstante, ha habido modificaciones en los presupuestos. Las que sean Dos o Tres de nacimiento no recibirán financiación. Las Cuatros y las Cincos seguirán recibiendo su compensación, pero será ligeramente inferior a la cantidad asignada hasta ahora.
Observé que algunas de las chicas estaban boquiabiertas de la sorpresa. El dinero era parte del trato. Celeste, por ejemplo, estaba furiosa. Supuse que, cuando tienes mucho dinero, te acostumbras a acumularlo. Y la idea de que alguien como yo siguiera cobrando algo probablemente no le había sentado muy bien.
—Pido disculpas por las molestias que pueda suponer; lo explicaré todo mañana por la noche, en el Capital Report. Pero es algo innegociable. Si alguna tiene algún problema con esta nueva situación y ya no desea participar, puede marcharse después de la cena.
Se sentó y se puso a hablar de nuevo con el rey, que parecía más interesado en la comida que en las palabras de Harry. Lamentaba que mi familia fuera a recibir menos dinero, pero seguirían cobrando algo. Intenté concentrarme en la cena, pero sobre todo me preguntaba qué significaba aquello, y no era la única. Los murmullos se extendieron por la sala.
—¿De qué creéis que se trata? —preguntó Tiny en voz baja.
—A lo mejor es una prueba —propuso Kriss—. Apuesto a que habrá alguna que está aquí únicamente por el dinero.
Mientras la escuchaba, vi que Fiona le daba un codazo a Olivia y me señalaba con un gesto de la cabeza. Me giré para que no supiera que me había dado cuenta.
Las chicas fueron planteando sus teorías, y yo me quedé mirando a Harry. Intenté captar su atención para poder tirarme de la oreja, pero él no miró en mi dirección.
Mary y yo estábamos solas en mi habitación. Aquella noche me enfrentaría a Gavril (y al resto de la nación) en el Illéa Capital Report. Por no mencionar que las otras chicas estarían ahí todo el rato, observándose unas a otras y criticando en silencio. Decir que estaba nerviosa sería quedarse muy corta. Hacía gestos con las manos mientras Mary me hacía una lista de preguntas posibles, cosas que consideraba que querría saber el público en general.
¿Me gustaba el palacio? ¿Qué era lo más romántico que había hecho Harry por mí? ¿Echaba de menos a mi familia? ¿Había besado ya a Harry?
Cuando Emily formuló aquella pregunta, me la quedé mirando. Yo había ido buscando respuestas a las preguntas, intentando no pensar demasiado. Pero era evidente que aquella pregunta nacía de su curiosidad. La sonrisa que tenía en la cara la delataba.
—¡No! ¡Por Dios! —intenté parecer enfadada, pero era algo demasiado ridículo como para enojarse. Acabé riéndome. Y Emily también soltó una risita nerviosa—. Venga, déjalo… ¿Por qué no te pones a limpiar algo?
Entonces soltó una carcajada, y, antes de que pudiera decirle que parara, Andy y Lucy aparecieron en la puerta con una bolsa de la sastrería.
Lucy parecía más nerviosa de lo que la había visto en el momento de mi llegada, el primer día, y Andy lucía una sonrisa taimada, como si escondiera algo.
—¿Y eso? —pregunté, en cuanto Lucy se situó delante de mí y me hizo una ostentosa reverencia.
—Hemos acabado su vestido para el Report, señorita —respondió.
Fruncí el ceño.
—¿Uno nuevo? ¿Por qué no el azul del armario? ¿No lo habíais terminado hace poco? A mí me encanta.
Las tres se miraron entre sí.
—¿Qué habéis hecho? —pregunté, señalando la bolsa que Angy estaba colgando en el gancho junto al espejo.
—Nosotras hablamos con todas las demás doncellas, señorita. Oímos muchas cosas — se explicó Andy.
—Sabemos que usted y Lady Janelle son las únicas dos que se han visto más de una vez con su alteza y, por lo que sabemos, habría un punto en común entre las dos.
—¿Ah, sí?
—Por lo que hemos oído —prosiguió Andy—, el motivo de que se la expulsara fue que habló bastante mal de usted. Al príncipe no le sentó bien y la echó inmediatamente.
—¿Qué? —exclamé, llevándome una mano a la boca, intentando ocultar mi sorpresa.
—Estamos seguras de que es usted su favorita, señorita. Casi todas lo dicen —suspiró Lucy, encantada.
—Creo que os han informado mal —repliqué.
Andy se encogió de hombros sin dejar de sonreír, indiferente a lo que yo pensara.
Entonces recordé de dónde venía todo aquello:
—¿Qué tiene que ver todo esto con mi vestido?
Emily fue hasta donde estaba Andy y abrió la larga bolsa, dejando a la vista un impresionante vestido rojo que brillaba a la luz del atardecer que entraba por la ventana.
—¡Oh, Andy! —dije, absolutamente impresionada—. Te has superado.
Ella agradeció mi comentario con un gesto de la cabeza.
—Gracias, señorita. Aunque las tres hemos participado en la confección.
—Es precioso. Pero aún no entiendo qué tiene que ver con nada de lo que habéis dicho.
Emily sacó el vestido de la bolsa y lo aireó, mientras Andy proseguía:
—Como le decía, hay mucha gente en palacio que cree que es la favorita del príncipe. Hace comentarios amables sobre usted y prefiere su compañía a la de las demás. Y parece ser que las otras chicas se han dado cuenta.
—¿Qué quieres decir?
—La mayor parte del trabajo de costura lo hacemos en un taller. Allí hay un almacén de material y un taller de zapatería, y también acuden las otras doncellas. Todas han pedido un vestido azul para esta noche. Las doncellas creen que es porque ese es el color que usted viste casi a diario, y las demás están intentando copiarla.
—Es cierto —intervino Lucy—. Hoy Lady Tuesday y Lady Natalie no se han puesto ninguna joya. Igual que usted.
—Y la mayoría de las señoritas piden vestidos más sencillos, como los que le gustan a usted —constató Emily.
—Eso no explica por qué me habéis hecho un vestido rojo.
—Para que se la vea, por supuesto —respondió Emily—. Oh, Lady _____, si de verdad le gusta, tendrá que seguir destacándose. Ha sido muy generosa con nosotras, especialmente con Lucy —dijo.
Todas miramos a Lucy, que asintió con la cabeza y añadió:
—Usted… es muy buena persona; sería ideal como princesa. Lo haría de maravilla.
No sabía cómo poner fin a aquello. Odiaba ser el centro de atención.
—Pero ¿y si todas las demás tienen razón? ¿Y si el motivo por el que le gusto a Harry es porque no soy tan vistosa como todas las demás? ¿Y si al ponerme algo tan espectacular lo estropeamos todo?
—Todas las chicas tienen que destacar de vez en cuando. Y nosotras conocemos a Harry desde que era un niño. Esto le encantará —afirmó Andy, con tal seguridad que me dejó claro que no me quedaba alternativa.
No sabía cómo explicarles que las notas que me enviaba, que el tiempo que pasábamos juntos, se debía, simplemente, a que éramos amigos. No podía decírselo. Sería una gran decepción para ellas y, además, tenía que mantener las apariencias si quería quedarme. Y quería. Necesitaba quedarme.
—De acuerdo. Voy a probármelo —accedí, con un suspiro.
Lucy se puso a dar saltitos de emoción hasta que Andy le instó a que mantuviera la compostura. Me puse aquel sedoso vestido por la cabeza y ellas le dieron las últimas puntadas. Las hábiles manos de Emily me sostenían el pelo de diferentes modos para ver qué peinado le iría mejor al vestido, y a la media hora ya estaba lista.
El estudio estaba dispuesto de un modo algo diferente para el programa especial de aquella noche. Los tronos de la familia real estaban en un lado, como siempre, y nuestros asientos seguían en el lado contrario. Pero el estrado no estaba centrado, para dejar espacio a dos butacas altas. Sobre una de ellas había un micrófono, para que lo usáramos cuando nos tocara hablar con Gavril. Solo de pensar en ello me ponía de los nervios.
Como era de esperar, la sala estaba llena de vestidos en todos los tonos posibles de azul. Algunos se acercaban más al verde, otros al violeta, pero estaba claro que había una tendencia general. Me sentí incómoda al instante. Crucé la mirada con la de Celeste y decidí mantenerme alejada de ella hasta que no quedara más remedio que dirigirse a los asientos.
Kriss y Natalie pasaron a mi lado después de haber comprobado el estado de su maquillaje por última vez. Ambas parecían algo desilusionadas, aunque en el caso de Natalie a veces era difícil de saber. Por lo menos Kriss también se distinguía un poco de las demás. Su vestido azul se tornaba en blanco, como si estuviera surcado por unas tiras de hielo que se iban abriendo paso en dirección al suelo.
—Estás impresionante, _____ —dijo, con un tono que hacía que pareciera más una acusación que un cumplido.
—Gracias. Llevas un vestido precioso.
Ella se pasó las manos por el torso, alisándose arrugas imaginarias.
—Sí, a mí también me gustó cuando lo vi.
Natalie pasó la mano por encima de una de las tiras del hombro de mi vestido.
—¿Qué tela es? Esto va a brillar mucho bajo los focos.
—En realidad no tengo ni idea. Las Cincos no solemos tener ocasión de ponernos vestidos tan bonitos —dije, encogiéndome de hombros. Había tenido al menos otro vestido hecho con el mismo tipo de tela, pero no me había molestado en aprender el nombre.
—¡_____!
Levanté la vista y vi a Celeste a mi lado. Sonriendo.
—Celeste.
—¿Podrías venir un momentito? Necesito ayuda.
Sin esperar que respondiera, me apartó de Kriss y Natalie, y me llevó tras la pesada cortina azul que hacía de telón de fondo del plató del Report.
—Quítate el vestido —me ordenó, al tiempo que empezaba a bajarse la cremallera del
suyo.
—¿Qué?
—Quiero tu vestido. Quítatelo. ¡Agh! Maldito cierre —dijo, intentando desvestirse.
—No voy a quitármelo —contesté, y me dispuse a alejarme.
Pero no llegué muy lejos, ya que Celeste me clavó las uñas en el brazo y me hizo volver atrás de un tirón.
—¡Auch! —grité, agarrándome el brazo. Me lo miré; seguramente me quedarían marcas, pero con un poco de suerte no sangraría.
—Cállate. Quítate el vestido. Venga.
Me quedé allí, mirándola fijamente, negándome a moverme. Celeste tendría que superar no ser el centro de atención de toda Illéa.
—Si quieres, te lo quito yo —se ofreció, con un tono glacial.
—No te tengo miedo, Celeste —dije, cruzándome de brazos—. Este vestido me lo han hecho para mí, y voy a llevarlo. La próxima vez que escojas un modelito, tal vez debieras intentar ser tú misma en lugar de copiarme. Ay, espera, no, que quizás entonces Harry vería la niña malcriada que eres y te enviaría a casa. ¿Es eso?
Sin dudarlo un segundo, Celeste alargó la mano, me arrancó una manga del vestido y se fue. Yo estaba furiosa, pero me había quedado sin palabras. Bajé la vista y vi una tira de tela rota que me colgaba del pecho en una imagen patética. Oí que Silvia nos llamaba a todas para que ocupáramos nuestros asientos, así que hice acopio de valor y salí de detrás de la cortina.
Jessica me había guardado un asiento a su lado, y observé la cara de asombro cuando me vio llegar.
—¿Qué le ha pasado a tu vestido? —susurró.
—Celeste —respondí indignada.
Emmica y Samantha, que estaban sentadas delante de nosotras, se giraron.
—¿Te ha roto el vestido? —preguntó Emmica.
—Sí.
—Ve a Harry y chívate —sugirió—. Esa chica es una pesadilla.
—Lo sé —dije, con un suspiro—. Se lo diré la próxima vez que le vea.
—¿Quién sabe cuándo será eso? —preguntó Samantha, con tristeza en la voz—. Yo pensaba que pasaríamos más tiempo con él.
—____, levanta el brazo —dijo Jess, que introdujo hábilmente los restos de mi manga bajo el lateral del vestido, al tiempo que Emmica arrancaba unos cuantos hilos sueltos. Quedó como si no le hubiera pasado nada. En cuanto a las marcas de las uñas, bueno, al menos las tenía en el brazo izquierdo, en el lado más alejado de la cámara.
Ya era casi la hora de empezar. Gavril estaba repasando sus notas cuando llegó por fin la familia real. Harry llevaba un traje azul oscuro y lucía una insignia en la solapa con el escudo nacional. Parecía atento a todo lo que sucedía, pero tranquilo.
—Buenas noches, señoritas —dijo, sonriente y desenfadado.
Todas respondimos con un «alteza» a coro.
—Quería informarlas de que haré un breve anuncio y luego presentaré a Gavril. Será agradable cambiar el orden por una vez: ¡siempre es él quien me presenta a mí! —Soltó una risita corta y todas correspondimos—. Supongo que algunas de ustedes estarán un poco nerviosas, pero no tienen por qué. Limítense a ser ustedes mismas. La gente quiere conocerlas.
Nuestros ojos se encontraron unas cuantas veces mientras hablaba, pero no lo suficiente como para poder leer en ellos. No parecía que le llamara la atención mi vestido. Mis doncellas se llevarían una decepción.
Se volvió hacia el estrado y nos deseó suerte por encima del hombro.
Yo notaba que algo estaba pasando. Supuse que aquel anuncio que iba a hacer tendría que ver con lo que nos había dicho el día anterior, pero no me imaginaba qué podía ser. El pequeño misterio de Harry me distrajo, por lo que ya no me sentía tan nerviosa. Cuando sonó el himno y la cámara enfocó el rostro de Harry, ya me encontraba mejor. Había visto el Report cada semana desde que era una cría. Era la primera vez que Harry se dirigía al país de aquel modo. En aquel momento pensé que me habría gustado poder desearle buena suerte también a él.
—Buenas noches, damas y caballeros de Illéa. Sé que esta es una noche muy emocionante para todos nosotros, ya que por fin todo el país podrá saber algo de las veinticinco señoritas que quedan en la Selección. No tengo palabras para describir la emoción que supone para mí. Estoy seguro de que estarán de acuerdo en que cualquiera de estas asombrosas jovencitas sería una magnífica líder y una estupenda princesa.
»Pero antes de llegar a eso, me gustaría anunciarles un nuevo proyecto en el que estoy trabajando y que es de gran importancia para mí. Conocer a estas señoritas me ha servido para entrar en contacto con el mundo que se extiende fuera de nuestro palacio, un mundo que pocas veces tengo ocasión de ver. Me han hablado de sus grandes valores y me han señalado sus inimaginables zonas oscuras. Hablando con estas jóvenes, me he dado cuenta de la importancia de las masas que viven más allá de estos muros. He abierto los ojos al sufrimiento de nuestras castas inferiores y he decidido hacer algo al respecto.
¿El qué?
—Tardaremos al menos tres meses en organizar esto correctamente, pero para Año Nuevo habrá un servicio público de entrega de alimentos en todas las Oficinas Provinciales de Servicios. Cualquier Cinco, Seis, Siete u Ocho que lo desee podrá pasarse por allí para disfrutar de una comida nutritiva de forma gratuita. Tengan en cuenta que estas señoritas han sacrificado su compensación económica en su totalidad o en parte para contribuir a la financiación de este importante programa. Y aunque puede que esta asistencia no dure eternamente, la mantendremos en activo mientras podamos.
Hice un esfuerzo para no dejar traslucir la gratitud y la emoción que me embargaban, pero alguna lágrima sí se me escapó. No había perdido tanto de vista lo que venía después como para no preocuparme de mi maquillaje, pero desde luego ya no era lo que ocupaba el centro de mis pensamientos.
—Creo que un buen líder no puede permitir que su pueblo pase hambre. Las castas inferiores componen la mayor parte de Illéa, y creo que hemos descuidado a esta gente demasiado tiempo. Por eso tomo la iniciativa y solicito la colaboración de los demás. Doses, Treses, Cuatros…, las carreteras por las que pasan no se asfaltan solas. Sus casas no se limpian por arte de magia. Ahora tienen la oportunidad de adquirir conciencia de ello haciendo sus donativos a la Oficina Provincial de Servicios. —Hizo una pausa—. La posición que tienen desde el nacimiento es una bendición, y es hora de dar gracias por ello. A medida que el proyecto vaya progresando iré dando información actualizada. Les agradezco a todos su atención. Y ahora pasemos al motivo principal por el que están aquí esta noche. ¡Damas y
caballeros, el señor Gavril Fadaye!
Todos los presentes aplaudieron, aunque era evidente que el anuncio de Harry no ilusionaba a todo el mundo. El rey, por ejemplo, aplaudía sin emoción; sin embargo, la reina estaba radiante de orgullo. Los asesores tampoco parecían tener claro si aquello era una buena idea.
—¡Muchas gracias por esa presentación, alteza! —dijo Gavril, entrando en el plató—. ¡Lo ha hecho muy bien! Si todo este asunto del reinado no le convence, podría plantearse trabajar en la televisión.
Harry se rio sonoramente mientras se dirigía a su asiento. Las cámaras enfocaban a Gavril, pero yo me quedé mirando a Harry y a su padre. No entendía el porqué de aquellas reacciones tan dispares.
—¡Público de Illéa, hoy tenemos un programa especial para ustedes! Esta noche van a averiguar cómo son todas estas jovencitas. Sabemos que se mueren de impaciencia por conocerlas y por saber cómo les van las cosas con nuestro príncipe Harry, así que esta noche… ¡se lo preguntaremos! Vamos a empezar. —Gavril miró las fichas donde llevaba sus anotaciones—. ¡La señorita Celeste Newsome de Clermont!
Celeste bajó sinuosamente los escalones desde su asiento, en la fila superior. Incluso le dio dos besos a Gavril en las mejillas antes de sentarse frente a él. La entrevista fue predecible, al igual que la de Bariel. Ambas intentaron resultar atractivas, inclinándose mucho hacia delante para que se vieran bien sus vestidos. Resultaba artificioso. En los monitores podía ver sus rostros: no dejaban de mirar a Harry y de guiñarle el ojo. En algunas ocasiones, como cuando Bariel intentó humedecerse los labios en un gesto sensual, Jess y yo nos miramos y tuvimos que apartar rápidamente la mirada para no reírnos.
Otras mostraron una mayor compostura. Tiny tenía un hilo de voz, y parecía ir encogiéndose a medida que avanzaba la entrevista. Pero sabía que era un encanto, y esperaba que Harry no la expulsara simplemente por no ser una gran oradora. Emmica mostró una gran desenvoltura, y también Jessica: la diferencia era que esta parecía tan llena de entusiasmo que cada vez hablaba más alto.
Gavril formuló preguntas muy variadas, pero había dos que se repetían con casi todas: «¿Qué piensas del príncipe Harry?» y «¿Eres tú la que le gritó?». Yo no tenía especial interés en contarle al país que había regañado al futuro rey. Y menos mal que todos pensaban que eso solo había sucedido una vez.
Todas las chicas se mostraron orgullosas al decir que no eran la que había gritado al príncipe. Y todas pensaban que Harry era muy agradable. Aquella fue la palabra que más se repitió: agradable. Celeste dijo que era muy atractivo. Bariel aseguró que le veía una gran fuerza interior, lo cual, personalmente, me sonó bastante forzado. A algunas de las chicas les preguntaron si Harry ya las había besado. Todas se ruborizaron y dijeron que no. Tras el tercer o cuarto no, Gavril se dirigió a Harry.
—¿Aún no ha besado a ninguna de ellas? —preguntó, sorprendido.
—¡Solo llevan aquí dos semanas! ¿Qué tipo de hombre crees que soy? —respondió Harry. Lo dijo con aire desenfadado, pero me pareció que se agitaba ligeramente en la silla. Me pregunté si había besado a alguien alguna vez.
Samantha acababa de decir que se lo estaba pasando estupendamente, y entonces Gavril me llamó a mí. Mientras me ponía en pie, las otras chicas aplaudieron, al igual que se había hecho con las demás. Miré a Jessica y le sonreí, nerviosa. Al acercarme me concentré en mis pies, pero cuando llegué a la silla no me resultó difícil mirar por encima del hombro de Gavril hacia donde estaba Harry. Él me lanzó un breve guiño mientras yo cogía el micrófono. Al momento me sentí más tranquila. No tenía que ganarme a nadie.
Le di la mano a Gavril y me senté frente a él. Así, de cerca, pude ver por fin la insignia que llevaba en la solapa. Por la tele se perdía el detalle, obviamente, pero ahora me daba cuenta de que no eran un simple signo de forte, sino que tenía una pequeña X grabada en el centro, lo que casi convertía el signo en una estrella. Era bonito.
—____ Singer. Es un nombre interesante. ¿Esconde alguna historia? —preguntó Gavril.
Suspiré, aliviada. Esta era fácil.
—De hecho, sí. Al parecer, cuando aún estaba en el vientre de mi madre daba muchas patadas. Ella decía que llevaba dentro una luchadora, así que me puso el nombre del país que tanto había luchado por mantener unido este territorio. Resulta raro, pero hay que decir que tenía razón: desde entonces siempre nos hemos peleado.
Gavril se rio.
—Ella también debe de ser una mujer de carácter fuerte.
—Sí que lo es. Todo lo tozuda que soy, lo he heredado de ella.
—¿Así que eres tozuda? Tienes carácter, ¿eh?
Vi que Harry se tapaba la boca con las manos para ocultar la risa.
—A veces.
—Si tienes tanto carácter, ¿no serás la que le gritó a nuestro príncipe?
Suspiré.
—Sí, fui yo. Y ahora mismo mi madre está sufriendo un ataque al corazón.
Harry se dirigió a Gavril:
—¡Haz que te cuente toda la historia!
Gavril miró atrás y adelante con un rápido movimiento del cuello.
—¡Oh! ¿Y cuál es la historia?
Intenté mirar a Harry, pero la situación era tan tonta que no sirvió de nada.
—La primera noche tuve… un pequeño ataque de claustrofobia, y estaba desesperada por salir al exterior. Los guardias no me dejaban salir. De hecho, estaba a punto de desmayarme en los brazos de uno de ellos, pero el príncipe pasaba por allí y les ordenó que me abrieran las puertas.
—¡Ah! —dijo Gavril, ladeando un poco la cabeza.
—Sí, y luego me siguió para asegurarse de que estaba bien… Pero me sentía muy tensa, así que, cuando me habló, básicamente acabé acusándole de engreído y superficial.
Gavril se sonrió al oír aquello. Miré más allá, hacia donde estaba Harry, que no podía contener la risa. Pero lo más embarazoso fue que el rey y la reina también se reían. No me giré hacia las chicas, pero también oí alguna risita mal contenida entre ellas. Bueno, quizá fuera mejor así, y por fin dejarían de verme como una especie de amenaza. Al fin y al cabo, Harry simplemente me encontraba divertida.
—¿Y te perdonó? —preguntó Gavril, ya algo más serio.
—Curiosamente, sí. —Me encogí de hombros.
Gavril volvió a los temas que le interesaban:
—Bueno, dado que habéis recuperado la buena relación, ¿qué tipo de actividades habéis hecho juntos?
—Solemos salir a pasear por el jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y hablamos —dije. Sonaba patético, sobre todo después de lo que habían dicho algunas de las otras chicas. Las salidas al cine, de caza o para montar a caballo parecían impresionantes en comparación con mi historia.
Sin embargo, de pronto comprendí por qué tenía tanta prisa en salir con todas las chicas la última semana. Las chicas debían tener algo que contar a Gavril, así que Harry se había encargado de que lo tuvieran. Aun así, me parecía raro que no me lo hubiera dicho, aunque al menos todo aquello ya tenía una explicación.
—Suena muy relajante. ¿Dirías que el jardín es lo que más te gusta del palacio?
—Quizá. —Sonreí—. Pero la comida es exquisita, así que…
Gavril volvió a reír.
—Eres la última Cinco que queda en competición, ¿verdad? ¿Crees que eso limita tus posibilidades de llegar a ser la princesa?
—¡No! —respondí, sin pensármelo ni un momento.
—¡Vaya! ¡Desde luego tienes confianza! —Gavril parecía satisfecho de haber obtenido una respuesta tan entusiasta—. ¿Así que crees que ganarás a todas las demás? ¿Que llegarás al final?
—No, no —rectifiqué—. No es eso. No creo que sea mejor que ninguna de las otras: todas son estupendas. Es solo que… no creo que Harry hiciera eso, que descartara a alguien solo por su casta.
Oí un murmullo de asombro generalizado. Repasé mentalmente lo que acababa de decir. Tardé un minuto en descubrir mi error: le había llamado Harry. Llamarle así en conversaciones privadas con las chicas era una cosa, pero decir en público su nombre sin la palabra «príncipe» delante quedaba increíblemente informal. Y acababa de soltarlo en un programa de televisión en directo.
Miré a Harry para ver si estaba enfadado. Tenía una sonrisa tranquila en el rostro. Así que no se había enfadado…, pero yo me sentía avergonzada. Me puse coloradísima.
—Ah, da la impresión de que has tenido ocasión de conocer de verdad a nuestro príncipe. Dime, ¿qué te parece «Harry»?
Había pensado varias respuestas mientras esperaba mi turno. Iba a gastar una broma sobre su modo de reír o sobre el apodo cariñoso que querría que usara su esposa con él.
Daba la impresión de que el único modo de salvar la situación era darle un tono cómico. Pero cuando levanté la vista, dispuesta a hacer uno de mis comentarios, vi el rostro de Harry. Parecía interesado en conocer mi opinión.
Y no podía tomarle el pelo, ahora que tenía ocasión de decir lo que empezaba a pensar de él, ahora que era mi amigo. No podía bromear sobre la persona que me había salvado de tener que afrontar el mayor desengaño de mi vida en casa, que enviaba cajas de pasteles a mi familia, que corría a mi encuentro en cuanto le llamaba para preguntarme si me había ofendido.
Un mes antes, en la pantalla de la tele, veía a una persona estirada, distante y aburrida, alguien que no creía que nadie pudiera llegar a querer. Y aunque no se parecía lo más mínimo a la persona a la que aún amaba, se merecía tener a alguien que le quisiera.
—Harry Styles es la personificación de todo lo bueno. Será un rey fenomenal. Deja que unas chicas que deberían ir todo el día con vestidos se pongan vaqueros y no se enfada cuando alguien que no conoce le cuelga etiquetas evidentemente erróneas. —Miré a Gavril, que sonrió. Y tras él, Harry parecía intrigado—. La que se case con él será una chica afortunada. Y sea lo que sea lo que me depare el futuro, será para mí un honor ser súbdita suya.
Vi que Harry tragaba saliva, y bajé la mirada.
—_____ Singer, muchísimas gracias —dijo Gavril, que se acercó a darme la mano—. A continuación tenemos a la señorita Tallulah Bell.
No me enteré de nada de lo que dijeron las chicas que pasaron después de mí, aunque no aparté la mirada de los dos asientos. Aquella entrevista se había vuelto mucho más personal de lo que yo pretendía. No podía mirar a Harry a la cara. Solo podía permanecer ahí, dándole vueltas una y otra vez a todo lo que había dicho.
Hacia las diez llamaron a mi puerta. La abrí, y ahí estaba Harry, que levantó la mirada hacia el techo.
—Por la noche tendrías que tener una doncella en la habitación.
—¡Harry! Lo siento muchísimo. No quería llamarte así delante de todo el mundo. He sido una tonta.
—¿Crees que estoy enfadado contigo? —preguntó, mientras entraba y cerraba la puerta —. ____, me llamas por mi nombre tan a menudo que era fácil que se te escapara. Sí, ojalá hubiera sido en un entorno algo más privado —añadió, con una sonrisa socarrona—, pero no te lo tengo en cuenta.
—¿De verdad?
—Claro. De verdad.
—¡Agh! Esta noche me he sentido como una tonta. ¡No puedo creerme que me hicieras contar esa historia! —exclamé, dándole un suave cachete en la mejilla.
—¡Eso ha sido lo mejor de toda la noche! Mamá se ha divertido de lo lindo. En sus días, las chicas eran más reservadas incluso que Tiny, y vas tú y me llamas superficial… No podía creérselo.
Genial. Ahora hasta la reina pensaba que era una inadaptada. Atravesamos la habitación y acabamos en el balcón. Soplaba una suave brisa templada que nos hacía llegar el olor de los miles de flores del jardín. En lo alto brillaba una luna llena, cuya luz se sumaba a las del palacio y le daba a Harry un brillo misterioso.
—Bueno, me alegro de que te hayas divertido —dije, pasando los dedos por la baranda.
Harry dio un salto y se sentó sobre la baranda, aparentemente muy relajado.
—Siempre me diviertes. Me estoy acostumbrando.
Hmm. Casi resultaba cómico.
—Y… sobre eso que has dicho…
—¿Qué parte? ¿La de las cosas que te he llamado en público o la de las peleas con mi madre, o cuando he dicho que la comida era mi principal motivación? —dije, poniendo los ojos en blanco.
Él se rio.
—Lo de que yo era bueno…
—Ah, sí. ¿Qué hay de eso? —Aquellas pocas frases de pronto me parecieron lo más embarazoso del mundo. Bajé la cabeza y empecé a darle vueltas a un trozo de tela del vestido.
—Te agradezco que quieras hacerlo creíble, pero no hacía falta que fueras tan lejos.
Levanté la cabeza de pronto. ¿Cómo podía pensar eso?
—Harry, eso no lo dije por el programa. Si me hubieras pedido mi opinión sincera hace un mes, habría sido muy diferente. Pero ahora te conozco, y sé la verdad, y eres todo lo que dije que eras. Y más.
Se quedó en silencio, pero había una tímida sonrisa en su rostro.
—Gracias —soltó por fin.
—No hay de qué.
Harry se aclaró la voz.
—Él también tendrá suerte —afirmó, bajando de la baranda y acercándose al lado del balcón donde estaba yo.
—¿Eh?
—Tu novio. Cuando recupere la lucidez y te ruegue que le dejes volver —añadió, con toda naturalidad.
No pude evitar reírme. Aquello no sucedería jamás.
—Ya no es mi novio. Y dejó bastante claro que habíamos acabado. —Hasta yo misma noté el minúsculo rastro de esperanza en mi voz.
—Eso no es posible. Ahora te habrá visto en la tele y habrá vuelto a caer prendado de ti. Aunque en mi opinión sigue sin merecerte. —Harry hablaba casi como si estuviera aburrido, como si hubiera visto cosas así un millón de veces—. Y eso me recuerda… —añadió, levantando un poco la voz—. Si no quieres que me enamore de ti, vas a tener que dejar de estar tan encantadora. Mañana a primera hora haré que tus doncellas te cosan unos vestidos hechos con sacos de patatas.
Le di un golpe en el brazo.
—Calla.
—No bromeo. Eres tan guapa que corres peligro. Cuando te vayas, tendremos que enviar guardaespaldas para que te sigan. Nunca sobrevivirías por tu cuenta, pobrecilla —dijo, fingiendo compasión.
—No puedo evitarlo —suspiré—. ¡Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta! —Y eché la cabeza atrás, como si estuviera agotada de ser tan guapa.
—Nada, supongo que no puedes hacer nada.
Me reí, sin darme cuenta de que Harry no hablaba tan en broma.
Me quedé contemplando el jardín y por el rabillo del ojo vi que me miraba. Su cara estaba increíblemente cerca de la mía. Cuando me giré para preguntarle qué era lo que miraba tanto, me sorprendió notar que estaba tan cerca que podría haberme besado.
Y más aún me sorprendió que lo hiciera.
Di un paso atrás enseguida, apartándome. Harry también retrocedió.
—Lo siento —murmuró, ruborizado.
—¿Qué estás haciendo? —susurré, sorprendida.
—Lo siento —repitió, girando la cara, evidentemente avergonzado.
—¿Por qué has hecho eso? —Me llevé una mano a la boca.
—Es que… con lo que has dicho antes, y al ver que ayer me buscabas…, tu forma de actuar…, pensé que tus sentimientos habrían cambiado. E igual que tú…, pensé que lo habrías notado. —Se giró hacia mí—. Bueno… ¿Tan terrible ha sido? Pareces hasta molesta.
Intenté borrar cualquier expresión de mi rostro. Harry parecía estar pasándolo fatal.
—Lo siento muchísimo. Nunca había besado a nadie. No sé lo que hago. Solo… Lo siento, _____. —Soltó un profundo suspiro y se pasó la mano por el pelo varias veces, apoyándose en la baranda.
No lo esperaba, pero me sentí halagada.
Me había elegido a mí para su primer beso.
Pensé en el Harry al que había descubierto últimamente —el que siempre tenía un cumplido a punto, el que me concedía el premio de una apuesta aunque la hubiera perdido, el que me perdonaba cuando le hacía daño, física o emocionalmente— y descubrí que mi opinión había cambiado.
Sí, aún sentía algo por Aspen. Aquello no podía evitarlo. Pero si no podía estar con él, ¿qué era lo que me impedía estar con Harry? Nada más que mis ideas preconcebidas sobre él, que no se acercaban en absoluto a la realidad.
Me acerqué y le acaricié la frente con la mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy borrando ese recuerdo. Creo que podemos hacerlo mejor. —Bajé la mano y me apoyé en él, de cara a la habitación.
Harry no se movió…, pero sonrió.
—_____, no creo que se pueda cambiar la historia —dijo, pero al mismo tiempo cierta esperanza le iluminó el rostro.
—Claro que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?
Me miró un momento, preguntándose si aquello estaba bien. Poco a poco vi que su expresión iba pasando de la prudencia a la confianza. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, hasta que recordé lo que acababa de decir.
—Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta —susurré.
Él se acercó, me pasó un brazo alrededor de la cintura, poniéndose justo delante de mí. Su nariz me hacía cosquillas en la mía. Me pasó los dedos por la mejilla con tal suavidad que por un momento temí venirme abajo.
—Nada, supongo que no puedes hacer nada —murmuró.
Harry me cogió la cara con la mano y acercó sus labios a los míos, dándome el más suave de los besos.
Aquella sensación de inseguridad hacía que el momento fuera aún más bonito. Sin necesidad de decir una palabra, entendí la emoción que suponía para él disfrutar de aquel momento, pero también el miedo que le provocaba. Y, por encima de todo eso, supe que me adoraba.
Así que aquella era la sensación que producía ser una dama.
Al cabo de un momento, se separó y preguntó:
—¿Mejor?
Solo pude que asentir. Harry parecía estar a punto de dar una voltereta hacia atrás. Yo sentía algo parecido dentro del pecho. Era algo absolutamente inesperado, demasiado rápido, demasiado extraño. Mi estado de confusión debía de reflejárseme en la cara, porque Maxon se puso serio.
—¿Puedo decir algo?
Volví a asentir.
—No soy tan tonto como para creer que te habrás olvidado por completo de tu exnovio. Sé por lo que has pasado y que aquí no te encuentras precisamente en circunstancias normales. Sé que crees que hay otras más preparadas para mí y para esta vida, y no quiero presionarte para que intentes adaptarte a todo esto. Yo solo… Solo quiero saber si es posible.
Era una pregunta difícil de responder. ¿Estaría dispuesta a llevar una vida que nunca había deseado? ¿A observar cómo iba quedando con las otras para asegurarse de que no se equivocaba? ¿A aceptar la responsabilidad que tenía él como príncipe? ¿Estaría dispuesta a quererle?
—Sí, Harry —susurré—. Es posible.
¡HOOLA!:
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♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕ - Página 8 Empty Re: ♕La Selección [Harry y tu] |TERMINADA|♕

Mensaje por Invitado Sáb 13 Sep 2014, 8:01 am


Capítulo 19

No le conté a nadie lo que había sucedido entre Harry y yo, ni siquiera a Jess ni a mis doncellas. Era como un secreto maravilloso que podía recordar en medio de alguna de las aburridas clases de Silvia o en alguna larga jornada en la Sala de las Mujeres. Y, para ser sincera, pensaba en nuestros besos —tanto en el incómodo como en el dulce— con mayor frecuencia de lo que me esperaba.
Sabía que no me iba a enamorar de Harry de la noche a la mañana. Mi corazón no me lo permitiría. Pero de pronto me encontré con que era algo que deseaba. Así que me planteé la posibilidad, solo para mí, aunque en más de una ocasión sentí la tentación de explicar mi secreto a los cuatro vientos.
En particular tres días más tarde, cuando, con la Sala de las Mujeres medio llena, Olivia anunció que Harry la había besado.
No podía creerme lo destrozada que me sentía. Me quedé mirando a Olivia y preguntándome qué tenía ella que fuera tan especial.
—¡Cuéntanoslo todo! —la apremió Jessica.
La mayoría de las otras chicas también sentían curiosidad, pero Jess era la más entusiasta. En el poco tiempo que había pasado desde su última cita con Harry, cada vez demostraba un mayor interés por los progresos de las demás. No entendía cuál era el motivo de aquel cambio, y no tenía valor para preguntárselo.
Olivia no necesitaba que se lo pidieran. Se sentó en uno de los sofás y se colocó bien el vestido. Tenía la espalda muy erguida, sobre todo en comparación con su estado, habitualmente relajado, y colocó las manos sobre el regazo. Era como si estuviera practicando para ser princesa. Me venían ganas de decirle que un beso no significaba que fuera a ganar.
—No quiero entrar en detalles, pero fue bastante romántico —suspiró, bajando la barbilla hasta el pecho—. Me llevó a la azotea. Tienen un lugar que es como un balcón, pero me parece que lo usan los guardias. No sé. Desde allí se veía más allá de los muros, y la ciudad brillaba hasta donde se perdía la vista. En realidad no dijo nada. Simplemente me cogió y me besó —dijo, henchida de orgullo.
Jess suspiró. Celeste parecía estar a punto de romper algo. Yo me quedé ahí sentada.
No paraba de repetirme que no debía preocuparme tanto; todo aquello formaba parte de la Selección. Además, ¿cómo podía estar segura de querer acabar con Harry? La verdad era que tenía que estar contenta. Estaba claro que la maldad de Celeste había encontrado un nuevo objetivo, y después de todo aquel episodio con mi vestido —que, por cierto, había olvidado contar a Harry— estaba encantada de ver que alguien me iba a tomar el relevo.
—¿Crees que será la única a la que ha besado? —me susurró Tuesday al oído.
Kriss, que estaba de pie a mi lado, oyó la pregunta y se apresuró a contestar:
—Él no besaría a cualquiera. Olivia debe de estar haciendo algo bien.
—¿Y si ha besado ya a la mitad de las chicas y todas se lo callan? A lo mejor es parte de su estrategia —se preguntó Tuesday.
—No creo que, si alguna se lo calla, eso tenga que considerarse necesariamente una estrategia —rebatí—. A lo mejor solo están siendo discretas.
Kriss aspiró con fuerza.
—¿Y si el hecho de que Olivia nos cuente esto no es más que algún juego? Ahora todas están preocupadas, y ninguna de nosotras se negaría a recibir un beso de Harry. No hay modo de saber si está mintiendo o no.
—¿Creéis que lo haría? —pregunté.
—Si es así, ojalá se me hubiera ocurrido a mí primero —se lamentó Tuesday.
Kriss suspiró.
—Esto es mucho más complicado de lo que pensaba.
—Dímelo a mí —murmuré.
—A mí casi todas las chicas me caen bien, pero cuando oigo que Harry hace algo con otra solo pienso en cómo podría hacerlo mejor que ella —confesó—. No me sale el instinto competitivo con vosotras.
—Algo así le decía yo a Tiny el otro día —dijo Tuesday—. Sé que es algo tímida, pero es muy elegante y creo que sería una gran princesa. No puedo enfadarme con ella si tiene más citas que yo, aunque desee la corona para mí.
Kriss y yo cruzamos una breve mirada, y me di cuenta de que ambas habíamos pensado lo mismo. Tuesday había dicho «corona» no «a él». Pero lo dejé estar, porque el resto de su planteamiento me resultaba familiar.
—Jessica y yo hablamos de eso todo el rato. De las cualidades que vemos la una en la
otra.
Nos miramos las unas a las otras, y algo había cambiado. De pronto no sentí tantos celos de Olivia, ni siquiera me caía tan mal Celeste. Todas vivíamos aquello de un modo diferente, y quizás incluso por motivos distintos, pero al menos todas lo vivíamos juntas.
—Quizá tuviera razón la reina Anne —dije—. Lo único que hay que hacer es ser una misma. Preferiría que Harry me enviara a casa por ser yo misma a que me eligiera por ser quien no soy.
—Es verdad —coincidió Kriss—. Y al final treinta y cuatro tendrán que irse. Si yo fuera la última que queda, querría saber que cuento con el apoyo de las demás, así que deberíamos apoyarnos las unas a las otras.
Asentí. Tenía razón, y esperaba poder hacerlo.
En aquel momento, Elise entró en la sala como una exhalación, seguida de Zoe y Emmica. Solía ser muy tranquila y sosegada, y nunca levantaba la voz. No obstante, esta vez se dirigió a nosotras con un chillido.
—¡Mirad esto! —gritó, señalando dos bonitas peinetas cubiertas en piedras preciosas que debían valer miles de dólares—. Me las ha regalado Harry. ¿No son preciosas?
Aquello hizo que una nueva oleada de excitación (y de decepción) se extendiera por la sala: mi recién conquistada confianza desapareció.
Intenté no sentirme decepcionada. Al fin y al cabo, ¿no había recibido regalos yo también? ¿No me había besado? Aun así, a medida que la habitación se iba llenando de chicas y las historias iban pasando de boca en boca, sentí que lo único que quería era esconderme. Quizá fuera un buen día para pasarlo a solas con mis doncellas.
Justo en el momento en que me planteaba abandonar la sala, entró Silvia, algo agitada e ilusionada al mismo tiempo.
—¡Señoritas! —dijo, pidiendo silencio—. Señoritas, ¿están todas aquí?
Todas respondimos con un sonoro «sí».
—Gracias a Dios —añadió, calmándose un poco—. Sé que es algo precipitado, pero acabamos de enterarnos de que el rey y la reina de Swendway vienen tres días de visita y, como sabrán, estamos en buenas relaciones con su familia real. Además, al mismo tiempo, la familia de nuestra reina vendrá a conocerlas, así que vamos a tener el palacio bastante lleno. Tenemos muy poco tiempo para prepararnos, así que libérense las tardes de obligaciones. Clases en el Gran Salón inmediatamente después del almuerzo —anunció, y dio media vuelta para marcharse.
Era como si el personal de palacio hubiera tenido meses para los preparativos. Levantaron unas carpas enormes en los jardines, con mesas llenas de comida y vino repartidas por el césped. El número de guardias era mayor del habitual, y a ellos se les unieron numerosos soldados de Swendway que habían traído consigo los reyes. Supuse que hasta ellos sabían la amenaza que se cernía sobre el palacio.
Había otra carpa con tronos para el rey, la reina y Harry, así como para los reyes de Swendway. La reina de Swendway —cuyo nombre no podría pronunciar ni aunque en ello me fuera la vida— era casi tan guapa como la reina Amberly, y ambas parecían ser buenas amigas. Todos se instalaron cómodamente bajo la carpa, salvo Harry, que estaba ocupado saliendo con todas las chicas y con sus familiares recién llegados.
Parecía encantado de ver a sus primos, incluso a los pequeños, que no dejaban de tirarle de la casaca y salir corriendo. Llevaba una de sus muchas cámaras e iba persiguiendo a los críos, haciéndoles fotos. Casi todas las chicas de la Selección lo contemplaban encandiladas.
—____ —me llamó alguien. Me giré y a mi derecha vi a Elayna y Leah hablando con una mujer casi idéntica a la reina—. Ven a conocer a la hermana de la reina —dijo Elayna. Había algo en su tono que no podía definir, pero que me puso algo nerviosa.
Me acerqué y le hice una reverencia a la dama, que se rio.
—Deja eso, cariño. Yo no soy la reina. Soy Adele, la hermana mayor de Amberly.
Me tendió la mano y se la estreché. En ese momento se le escapó el hipo. La mujer tenía algo de acento, y había en ella algo reconfortante, que me recordaba a mi casa. Estaba algo inclinada hacia delante y sostenía una copa de vino casi vacía en la mano. Por la pesadez de su mirada era evidente que no era la primera que se tomaba.
—¿De dónde es usted? Me encanta su acento —dije.
Entre las chicas había alguna del sur que hablaba de forma parecida, y aquellas voces me parecían increíblemente románticas.
—Honduragua. En la costa. Nos criamos en una casa diminuta —afirmó, mostrando un espacio de un centímetro entre el pulgar y el índice—. Y mírala ahora. Mírame a mí —dijo, señalando su vestido—. Menudo cambio.
—Yo vivo en Carolina, y mis padres me llevaron a la costa una vez. Me encantó — respondí.
—Oh, no, no, no, niña —intervino ella, agitando la mano. Elayna y Leah parecían estar aguantándose la risa. Evidentemente no les parecía correcto que la hermana de la reina nos hablara con tanta familiaridad—. Las playas del centro de Illéa son una basura comparadas con las del sur. Tienes que ir a verlas algún día.
Sonreí y asentí, pensando que me encantaría viajar más por el país, aunque dudaba que pudiera hacerlo. Poco después, uno de los muchos hijos de Adele se acercó y se la llevó, y Elayna y Leah estallaron de risa.
—¿No es graciosísima? —preguntó Leah.
—No sé. Parece agradable —respondí, encogiéndome de hombros.
—Es vulgar —respondió Elayna—. Deberías haber oído todo lo que dijo antes de que llegaras tú.
—¿Qué es lo que tiene de malo?
—Yo pensaba que con el paso de los años le habrían dado unas cuantas clases para que aprendiera a mantener la compostura. ¿Cómo es que Silvia no se ha encargado de ella? — preguntó Leah, con una sonrisita socarrona.
—No olvides que es una Cuatro de nacimiento. Igual que tú —le espeté.
De pronto, la sonrisa socarrona desapareció, y debió de recordar que Adele y ella no eran tan diferentes. Elayna, en cambio, siempre había sido una Tres y siguió hablando.
—Puedes estar segura de que, si gano, haré que mi familia reciba la educación pertinente o que los deporten. No permitiría que ninguno de ellos me hiciera pasar esa vergüenza.
—¿Qué es lo que ha sido tan embarazoso? —pregunté.
Elayna chasqueó la lengua.
—Está borracha. El rey y la reina de Swendway están aquí. Deberían de haberla metido entre rejas.
Decidí que ya tenía bastante y me alejé a buscar una copa de vino. Cuando la tuve, miré a mi alrededor y la verdad es que no veía ni un solo lugar al que me apeteciera retirarme. La recepción era preciosa, de lo más interesante y, para mí, un motivo de tensión insoportable.
Pensé en lo que había dicho Elayna. Si acabara viviendo en el palacio, ¿esperaría que mi familia cambiara? Miré a los niños que correteaban, a la gente reunida en pequeños corrillos. ¿No querría que Meg fuera exactamente como era, que sus hijos disfrutaran de todo aquello como mejor les pareciera?
¿Hasta qué punto me cambiaría la vida en palacio?
¿Querría Harry que cambiara? ¿Por eso iba por ahí besando a otras chicas? ¿Porque había algo en mí que no acababa de encajarle del todo?
¿Iba a resultar igual de irritante el resto de la Selección?
—Sonríe.
Me giré, y Harry me tomó una foto. Di un respingo de la sorpresa. Aquella fotografía inesperada acabó con la poca paciencia que me quedaba, y aparté la cara.
—¿Algún problema? —preguntó Harry, bajando la cámara.
Me encogí de hombros.
—¿Qué pasa?
—Solo que hoy no me apetece formar parte de la Selección —me limité a responder.
Harry no pilló la indirecta. Se acercó y bajó la voz:
—¿Necesitas hablar con alguien? Yo podría tirarme de la oreja ahora mismo —se ofreció.
Suspiré e intenté mostrar una sonrisa educada.
—No, solo necesito pensar —respondí, y me dispuse a alejarme.
—_____ —dijo, en voz baja. Me detuve y me di la vuelta—. ¿He hecho algo malo?
Dudé. ¿Debería preguntarle por el beso a Olivia? ¿Tendría que decirle la tensión que sentía entre las chicas ahora que las cosas habían cambiado entre nosotros? ¿Debería decirle que no quería cambiar ni obligar a mi familia a que cambiara para entrar a formar parte de esto? Estaba a punto de soltarlo todo cuando oí una voz aguda detrás de nosotros.
—¿Príncipe Harry?
Nos giramos, y ahí estaba Celeste, hablando con la reina de Swendway. Estaba claro que quería mantener aquella conversación colgada del brazo del príncipe. Le hizo un gesto, invitándole a que se uniera a ellas.
—¿Por qué no vas corriendo? —le pregunté, sin poder evitar un tono de fastidio en la
voz.
Harry me miró. La expresión de su rostro me recordó que aquello era parte del trato. Se suponía que tenía que compartirlo.
—Ten cuidado con esa. —Le hice una reverencia rápida y me alejé.
Me dirigí hacia el palacio. Por el camino me encontré a Jess, que estaba sentada. No me apetecía estar con nadie, ni siquiera con ella, pero observé que estaba sola, en un banco junto a la fachada trasera del palacio, bajo un sol implacable. Como única compañía tenía a un joven soldado montando guardia a apenas unos metros.
—Jessica, ¿qué haces aquí? Ponte bajo una carpa antes de que se te queme la piel.
—Estoy bien aquí —respondió, con una sonrisa educada.
—No, de verdad —insistí, pasándole una mano bajo el brazo—. Acabarás del color de mi pelo. Deberías…
Jessica quitó la mano para que no la agarrara, pero habló con suavidad.
—Prefiero quedarme aquí, _____. Lo prefiero.
Había una tensión en su rostro que intentaba enmascarar. Estaba segura de que no estaba enfadada conmigo, pero le pasaba algo.
—Como quieras. Pero ponte a la sombra enseguida. Las quemaduras pueden ser dolorosas —le advertí, intentando disimular mi frustración, y me dirigí hacia el palacio.
Una vez dentro, decidí ir a la Sala de las Mujeres. No podía desaparecer demasiado tiempo, y al menos aquella sala estaría vacía. Pero cuando entré me encontré a Adele sentada cerca de la ventana viendo la escena que se desarrollaba en el exterior. Al oírme entrar se giró y esbozó una sonrisa.
Me acerqué y me senté cerca.
—¿Escondiéndose?
—Algo así —repuso, sonriendo—. Quería conoceros a todas y ver a mi hermana otra vez, pero odio cuando estas cosas se convierten en funciones teatrales. Me ponen tensa.
—A mí tampoco me gusta. No me puedo imaginar haciendo cosas así toda la vida.
—Supongo —repuso, resignada—. Tú eres la Cinco, ¿verdad?
No fue un insulto, sino que más bien me estaba preguntando si era de las suyas.
—Sí, soy yo.
—Recordaba tu cara. Estuviste encantadora en el aeropuerto. Eso es lo típico que habría hecho ella —dijo, señalando con un gesto de la cabeza hacia la reina. Suspiró—. No sé cómo lo hace. Es más fuerte de lo que se imagina la gente —añadió, y dio un sorbo a su copa de vino.
—Sí que parece fuerte, pero también elegante.
A Adele se le iluminaron los ojos.
—Sí, pero es más que eso. Mírala ahora.
Observé a la reina. Vi que escrutaba el jardín con la vista. Seguí su mirada; estaba observando a Harry, que hablaba con la reina de Swendway, con Celeste al lado, y con uno de sus primos colgado de su pierna.
—Harry habría sido estupendo como hermano —dijo—. Amberly tuvo tres abortos. Dos antes de él y uno después. Aún piensa en ello; de vez en cuando me lo dice. Y yo tengo seis hijos. Me siento culpable cada vez que vengo.
—Estoy segura de que ella no se lo toma así. Apuesto a que está encantada cada vez que la visita.
Ella se giró.
—¿Sabes lo que la hace feliz? Vosotras. ¿Sabes lo que ve en vosotras? Una hija. Sabe
que, cuando todo esto acabe, habrá ganado una hija.
Me giré de nuevo y miré a la reina otra vez.
—¿Usted cree? Parece un poco distante. Yo ni siquiera he hablado con ella.
Adele asintió.
—Tú espera. Le aterra cogeros cariño y luego tener que ver como os vais. Ya lo verás cuando el grupo sea más pequeño.
Volví a mirar a la reina. Y luego a Harry. Y luego al rey. Y de nuevo a Adele.
Me pasaban un montón de cosas por la cabeza: que las familias son familias, independientemente de la casta; que las madres tienen siempre sus propias preocupaciones; que en realidad no odiaba a ninguna de las chicas, por muy equivocadas que estuvieran; que todo el mundo debía de estar poniendo al mal tiempo buena cara, por un motivo u otro; y, por último, que Harry me había hecho una promesa.
—Discúlpeme. Tengo que hablar con alguien.
Ella dio otro sorbito al vino y se despidió con un gesto de la mano. Salí corriendo de allí y volví a la luz cegadora de los jardines. Busqué un momento, hasta que vi al primo menor de Harry corriendo tras él alrededor de los arbustos. Sonreí y me acerqué despacio.
Por fin Harry se detuvo, levantando las manos, admitiendo su derrota. Aún entre risas, se giró y me vio. Siguió sonriendo, pero cuando nuestras miradas se cruzaron la sonrisa se borró. Me miró a la cara, intentando averiguar de qué humor estaba.
Me mordí el labio y bajé la vista. Estaba claro que, si me importaba mi futuro como participante en la Selección, debía ser capaz de procesar muchas sensaciones nuevas. Por mal que me sentaran algunas cosas, tenía que intentar que no me afectaran en la relación con otras personas, especialmente con Harry.
Pensé en la reina, atendiendo, al mismo tiempo, a todos a la vez, a unos monarcas extranjeros, a sus familiares y a un grupo de chicas revolucionadas. Organizaba eventos y respaldaba causas benéficas. Ayudaba a su marido, a su hijo y al país. Y en su interior seguía siendo una Cuatro, con todas sus preocupaciones, y no permitía que su antigua posición ni los dolores de cabeza propios de la actual interfirieran en su labor.
Sin levantar la cabeza miré a Harry y sonreí. Él también me sonrió y le susurró algo al niño, que inmediatamente se giró y salió corriendo. Se puso en pie y se tiró de la oreja. Igual que yo.
¡HOOLA!:
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