midpoint. {resultados.}

Algunos consideraban lo nuestro como una deprimente relación que terminaría sin remedio.

Cada mañana lo veía a mi lado, buscando desesperadamente una forma de hacerme entender que él estaba bien. Aquella hermosa sonrisa que me había enamorado, estaba cada vez más débil, al igual que su cuerpo. La enfermedad lo estaba arrastrando a lo inevitable, y sus ojos verdes cual césped no dejaban de verse tristes y humedecerse con tan sólo posarme en mí.

—Te quieres ir…—Musitó mi prometido y mis labios sobre los suyos fueron la única solución para que no se esforzara en pronunciar palabras con escases de lógica.
—Harry, no me iré. Descansa, ¿sí?—Intenté convencerlo de lo obvio. Yo tenía más que claro que la fiebre lo llevaba hasta el punto de creer que me marcharía y lo dejaría completamente solo, tirado en una cama y sin poder moverse siquiera.
— ¿Estarás aquí cuando despierte?—Indagó con esa voz tan ronca que me fascinaba. Sus parpados caían poco a poco, y sus delgados dedos se encargaban de acariciar mi rodilla.

Era sorprendente. Harry podía estar muriéndose en ese mismo instante, pero aún así, tenía las fuerzas necesarias para acariciarme. En momentos como aquél, era terrible imaginar que algún día yo terminaría sola en esa cama, aspirando el perfume impregnado en su almohada, y divagando enamorada de todas mis memorias que perdurarían hasta que mi rostro estuviese repleto de arrugas.

—Estaré aquí. —Le respondí prácticamente al viento. Sus ojos ya se habían cerrado hace un momento, y aunque los míos pidiesen a gritos un poco de descanso, no me atrevía a otorgarlo.

Desde que Harry se había enfermado, dormir ya no era parte de mi rutina. Cada noche me mantenía con mis ojos fijamente sobre él, asegurándome de que estuviese respirando, encargándome de saber si su temperatura estaba en correcto estado, y contemplando la manera en que de pronto comenzaba mover los dedos de sus pies, como un niño pequeño.  

— ¡Quinn!—Sus ojos se abrieron obviando su exasperación, y podía distinguir su corazón palpitando desaforado bajo su pecho—. ¡Quinn!—Volvió a llamarme, aún sin caer en la cuenta de que yo seguía a su lado aún.  
—Hazz, estoy aquí, tranquilo—Le susurré con un sollozo escabullido en mis palabras. Dolía demasiado verlo en ese estado, y mi garganta se apretujaba con sólo observar como su vida se opacaba frente a mis ojos. Los medicamentos funcionaban de manera lenta, e incluso parecían empeorar la situación. Y me hacía daño...tanto a mí como a él. “¿Qué sería de mí si él no estuviera?” Solía preguntarme aquello todas esas veces cuando nos quedábamos despiertos toda la noche, cuando él conseguía sacarme una sonrisa con su extraño e ilógico sentido del humor, cuando me besaba, cuando me tocaba, y cuando discutíamos. Y pensar que esa pregunta se había convertido en “¿Qué será de mí cuando él ya no esté?”. La diferencia entre esas dos interrogaciones está clara, y se distingue cual es la más dolorosa.
—Perdóname, Quinn—El llanto de Harry me arrancó de mis pensamientos. Rápidamente, me encargué de ver si tenía fiebre de nuevo, pero su frente se encontraba con un calor básicamente normal…Gracias al cielo.
—No te disculpes. —Le pedí en tono de súplica. Verlo enfermo ya era un suplicio, y sus lágrimas conseguirían que todo dentro de mí se desmoronara y cayera al vacío.
—Mereces ser feliz, mereces a alguien que pueda hacerte sonreír. Lo único que yo he hecho es hacerte sufrir. Mírame, hermosa…ya no valgo la pena. Siento que cada día, estoy más cerca de dejarte, y no quiero hacerlo. No quiero hacerlo—Sus dientes mordieron su labio inferior, buscando una medida desesperada para apagar el llanto incontenible, pero sus mejillas continuaban humedeciéndose, más y más. Y yo…estaba destruida. —. Te amo demasiado, Quinn. Y lamento que esta maldita enfermedad te tenga amarrada a mí, pero…
—Cállate—Espeté.
— ¿Qué?
—Cállate.
— ¿Por qué?—Inquirió con curiosidad y preocupación.
—Porque sabes que no te dejaré. Sabes que eres la única persona que me hace feliz. ¿Y sabes algo más?—Le pregunté alzando la ceja—. Considero absurdo que digas que no vales la pena, es decir… ¿has visto esos bíceps que tienes? ¡Eres todo un dios griego! ¡Y sí, maldición, sigo pensando que eres jodidamente sexy! Incluso es difícil pensar que eres mi prometido, y que no tuve la necesidad de amarrarte para que me pidieras matrimonio, sólo lo hiciste y ya. Debes saberlo, Styles. Te amo, y siempre lo haré. Ahora, si vuelves a decir algo como eso, ten por seguro que no sentiré compasión y te patearé las bolas.

Luego de mi esmerada confesión, los ojos de Harry brillaban con aquella chispa de joven enamorado, y su sonrisa perezosa fue lo que me llevó al punto de besarlo, sin la preocupación de que sus labios estuvieran hirviendo debido a la fiebre de hace un rato. Sus manos tibias se escabulleron bajo mi blusa para posarse en mi cintura. No pasó más que eso esa noche, pero había extrañado esa cercanía con él.

Los días iban pasando, y entre uno de aquellos, Harry había sufrido una recaída que lo terminó llevando al hospital St. Mary. Los médicos me habían advertido que el tumor cerebral aún era demasiado pequeño como para ejecutar una operación—que de todas maneras era bastante peligrosa y riesgosa—, pero la fiebre que Harry conllevaba era lo suficientemente grave como para terminar matándolo. No me dejaban verlo…y eso era lo único que yo necesitaba. Dos días después del acontecimiento, Harry volvió a casa dopado con morfina, lo cual disminuiría los dolores de su cabeza. Él no hablaba, no comía… e incluso daba la impresión de que no respiraba.  Ese fue el primer momento en que sentí que había perdido la fe. Creía que había perdido a Harry, a mi prometido, para siempre.

Una noche, me encontraba en la sala de estar navegando en la laptop, buscando una remota cantidad de curas para los tumores cerebrales. Pero no daba con el blanco; cualquier esperanza que me quedaba a veces comenzaba a irse por la borda. Era bastante tarde, y si no me atrevía a cerrar los ojos y concederles el descanso que pedían, era debido a la taza de café cargado que había bebido hace una hora.

—Si te pagaran por todas las veces que te ves sexy, incluso con el pelo desordenado, serías millonaria, hermosa. —Aquella voz proveniente desde el pasillo me hizo dar un salto. Me giré bruscamente y me encontré con un atractivo muchacho de ojos verdes, de estatura alta y cabello rizado, quien me sonreía de una manera bastante peculiar.
— Estoy dormida, ¿cierto?—Inquirí a punto de comenzar a pellizcarme. Era imposible. Hace aproximadamente cuatro días, Harry estaba postrado en una cama sin realizar ni un movimiento, y ahora estaba parado frente a mí, con esa sonrisa floja resplandeciente y saludable—. Debo llamar a tu doctor, esto no puede ser cierto.
—No, no, no—Agarró mi mano con delicadez y negó con la cabeza—. Estoy bien…y lo digo enserio.
— ¿No sientes nada? ¿Dolor? ¿Fiebre?
—Me siento…—Vaciló un poco, y luego chasqueó su lengua—vivo.
—Es imposible, por Dios, ¿cómo pudiste levantarte?
—Quinn… ¿podemos aprovechar esto?—Su mano voló hacia mi cintura y me atrajo hacia él—. Quiero que esta noche seamos tú y yo. Sólo nosotros—Siseó sobre mis labios. Sentí mis ojos escocer. Parecía un sueño, y sentía que todas las esperanzas que estaban a punto de saltar como suicidas de la borda, volvían.
—Harry…
—Quiero que me prometas algo—Dijo esta vez cerca de mi oído—. Si muero hoy, ¿me seguirás amando por la mañana?
—Te seguiré amando hasta que la Luna caiga.
— ¿Y si eso pasa?
—No pasará, lo prometo.

Nuestros dedos se entrelazaron y luego caímos sobre el sofá, dejándonos llevar por los besos que habíamos perdido hace ya más de un mes, olvidando cualquier preocupación que solía agobiar nuestras mentes. Esa noche, sólo éramos Harry y yo. Como él había dicho…sólo nosotros.

La vida te golpea con brutalidad, te enseña a cuando ponerte de pié, y te hará caer las veces necesarias hasta que aprendas. Harry es el ejemplo de aquella lección. Cayó, se puso de pié, y volvió a caer, y luego de la esperada y peligrosa operación, cuando creí que él dejaría este mundo y nuestra cama estaba destinada a ser usada sólo por mí…se puso de pié, y por algún extraño milagro bastante incomprensible, él no cayó otra vez. Excepto cuando íbamos saliendo de la Iglesia el día en que nos casamos, cuando tropezó con una arruga de la alfombra…pero eso es una historia diferente. Sólo sé que la Luna aún no cae, y que las promesas siguen en pié.